Largo y cálido verano (II)

lalilulelo003

Pajillero
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Ago 6, 2019
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El caso es que tenía que pasar a la acción y comprobar, primero, si mi hermano se masturbaba ya, o si al menos tenía impulsos sexuales; y segundo, si me miraría con lascivia y estaría dispuesto a algo conmigo. Yo tenía a mi favor los maravillosos encantos físicos con los que la lotería genética me había agraciado, pero tenía que hacérselo ver a él, pues suponía que jamás me había considerado de esa manera. Aunque yo aún era una niña y mi figura femenina apenas comenzaba a despuntar, los hombres ya me miraban, y mi cuerpo debía ser el de una diosa para un chaval de 10 años, por mucho que fuera mi hermano. Además, mi rostro era dulce y aniñado, objeto de elogio por todo el mundo.

Esa tarde pasé a la acción. Por las tardes solía ponerse a jugar en el sofá a la miniconsola mientras mis padres dormían la siesta, así que pensé que era un buen momento para intentar que se fijara en mí. Para provocarle decidí vestir una braga de bikini y un top ceñido que marcaba mis pezoncitos, y me senté en el sofá de al lado a lamer un helado. El muy niñato, aunque me miraba de perfil sin parar, seguía enfrascado en su consola portátil, así que decidí dar un paso más cuando me terminé el helado. Me acerqué a su sillón disimulando y con un brusco movimiento arranqué de sus manos la dichosa consola.

-¡Mía!- exclamé, y eché a correr entre carcajadas mientras él se levantaba a toda velocidad para perseguirme.

-¡Dámela imbecil!- gritaba sin reír mientras corría tras de mí por el pasillo. Llegué a nuestro cuarto a tiempo de cerrar de un portazo. “¡Abre gilipollas!” rugía al otro lado de la puerta sin percatarse de qué iba todo este jueguecito. Yo podía mantenerlo a ralla tras la puerta, pues no era más fuerte que yo, pero cuando oí a mi padre a lo lejos preguntar por todo ese alboroto, temí que su intervención acabara con el jueguecito y empecé a aflojar mi presión sobre la puerta con lo que esta empezó a entornarse merced a los empujones de Marcos. Salté sobre la cama mientras abría la puerta y me arrodillé de espaldas a él protegiendo la consola con todo mi cuerpo hecho un ovillo. Cuando entró me vio de espaldas ofreciéndole mi culo de rodillas sobre la cama. Recuerdo que en la carrera, un lado de la braga del bikini se me había metido por la raja del culo, y toda una nalga (lechosa en comparación con el moreno de la pierna) se mostraba a su vista. Se abalanzó sobre mí abrazándome, para intentar acceder con sus manos al núcleo de mi ovillo, donde yo custodiaba la consola y caímos de costado. A mí me entró la risa nerviosa, consciente de que con estos trajines, parecíamos dos amantes. Sentía su aliento en mi cuello y sus cuatro extremidades abrazándome, con su paquete a la altura de mi culo y entonces empecé a excitarme. Por fin, él empezó a contagiarse de mi risa y adoptó una nueva táctica: las cosquillas. Sus manos masajearon nerviosamente mis costillas entre mis carcajadas hasta que perdí fuerzas y pudo sustraer su queridísima consola de mis manos.

Marcos se levantó pero no se fue; se sentó en su cama atendiendo al videojuego, y entonces me di cuenta de que la puerta de la habitación estaba cerrada. Me pareció toda una invitación a seguir con el jueguecito que nos traíamos entre manos, así que contraataqué. Todo el atuendo que vestía eran unas bermudas, con su torso descubierto (ese torso que a cada día que pasaba me ponía más caliente). Me acerqué a él diciendo con una sonrisa “por faaaa, déjame jugar” y él estiraba los brazos para alejar la consola de mí: “déjame pesada”. Procedí también con las cosquillas y Marcos empezó a reír a carcajadas; no las soportaba.

Acabamos medio abrazados, compartiendo la consola. Yo estaba excitadísima, disfrutando de su olor, e imaginando que su polla estaba dura dentro de las bermudas. Quise ir un paso más allá, pero no sabía qué hacer. Empecé a acariciarle una pierna mientras él jugaba a la consola. Me fui aventurando cada vez más arriba por el muslo. Era ese tipo de caricia que quizá pueden hacerse dos hermanos, pero que está en el límite entre el cariño fraterno y el goce sexual. Me pareció percibir que algo se recolocaba dentro de su bañador. Él jugaba en silencio y yo recostada sobre él, le acariciaba llevando a cabo el acto más intrépido de mi vida, pues mi mano ya estaba muy cerca de sus testículos.

Entonces el proverbial oportunismo de mi madre dio una muestra más de su poder, acabando de un plumazo con el momento más erótico y excitante de mi corta existencia. Oí sus pasos acercarse por el pasillo y aparté la mano justo cuando se abrió la puerta de la habitación. Ese pequeño gesto de retirar con premura la mano, mostró a Marcos de manera inequívoca las intenciones de la caricia. Se nos quedó mirando sorprendida de vernos casi abrazados pasando la tarde en tan buena armonía. Por una milésima de segundo me pareció ver los celos en sus ojos, pero al momento dijo con una sonrisa “así me gusta, que os llevéis bien”, y después de darnos un beso en la cabeza salió dejando la puerta abierta.

Pero el daño ya estaba hecho, la magia del momento se había perdido. Nos miramos envueltos por el silencio más elocuente que he compartido en mi vida, y salí del cuarto dudando seriamente si alguna vez en mi vida volvería a estar tan cerca del incesto. Necesitaba dar un paseo.

Esa noche me encontraba lo suficientemente avergonzada como para coincidir con mi hermano en la soledad y oscuridad de nuestro cuarto, así que decidí acostarme temprano a leer, y cuando le oí trajinar por el baño preparándose para acostarse, apagué la luz y me giré cara a la pared. Sus pasos se acercaron por el pasillo hasta que entraron en el cuarto y se detuvieron. Pensé si estaría escrutando la oscuridad para adivinar mi cuerpo sobre la cama. Los muelles de su catre rechinaron cuando se tumbó. Un sexto sentido me alertó de que me estaba mirando desde allí. Podía sentir su mirada traspasándome y repasándome de arriba a abajo. Le escuchaba moverse sobre la sábana, recolocar su cuerpo una y otra vez, por lo que no parecía poder dormirse. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, y sus movimientos cesaron, decidí darme la vuelta. Me era imposible discernir su cuerpo en la oscuridad de la noche; simplemente miraba hacia donde sabía que estaba su cama y pensé si no estaríamos los dos mirándonos en silencio. ¿Se habría tocado? El lance de aquella tarde, ¿le habría excitado tanto como a mí? Deseaba con toda mi alma que se hubiera tocado mirándome y recordando mis caricias. No obstante, oleadas de culpa y remordimiento llegaban a mi conciencia de tanto en tanto por el mero hecho de pensar aquellas cosas. Mi alma era una tormenta aquella noche, y las sensaciones se arremolinaban en mi interior por lo que tardé bastante en dormirme.

Cuando abrí los ojos, la persiana ya estaba cerrada y el olor a café llegaba desde la cocina. Miré a Marcos (directamente a su pijama) para comprobar que su joven virilidad no parecía tener límites a esas horas. Su pene era como un reloj suizo, no fallaba ningún día. Aunque mis padres hacían esfuerzos por no hacer ningún ruido, les oí cuchichear, y no tardé en escuchar la puerta del apartamento cerrarse con cuidado; supe que estábamos solos. Me senté en la cama mirando aquel bulto, y sin pensar en nada, hice lo que todos los poros de mi cuerpo me pedían a gritos desde hacía días. Me acerqué, me arrodillé junto a Marcos y extendí un brazo. La punta de mis dedos rozaron sus abdominales cuando cogieron el elástico del pijama y elevándolo para salvar el escollo, lo retiraron hacia las piernas. El pene de mi hermano apareció por fin ante mi vista. Ni un solo pelo en el pubis o los testículos lo afeaba. Unos 8 centímetros de carne tumefacta se elevaba triunfante mirando al techo. Era bonita, musculosa, surcada por venas que le daban un aspecto extremadamente rocoso. El glande encapuchado abultaba bastante más que el tronco y el prepucio terminaba en unos adorables pliegues de piel sobrante. Por entre ellos, se adivinaba lo que parecía un músculo morado con el agujerito para orinar. Quise tocarlo, incluso besarlo, y lo iba a hacer, pero entonces miré a mi hermano a la cara y vi sus ojos abiertos mirando directamente a los míos. El corazón me dio un vuelco y por un segundo todos mis músculos flaquearon. No me desmayé (aunque el momento lo merecía), pero a cambio volví a poner el pijama en su sitio y salí del dormitorio deseando ser tragada por la tierra.

Me encerré en el cuarto de baño y me senté en el váter hecha un manojo de nervios. Calculé todas las posibilidades en menos de un minuto. Hacer una mochila y abandonar a mi familia para siempre me pareció la más sensata por unos segundos. Aunque Marcos no se chivase (que eso estaba por ver), ¿con qué cara podía volver a mirarle a los ojos? Pensé que había arruinado la familia; cuando mis padres se enterasen me obligarían a contárselo al cura en confesión o peor aún, me repudiarían para siempre. Pensé que eso sería lo más grave y que tenía que conseguir que mi hermano no hablase. Evidentemente no había posibilidad alguna de un “te has confundido, no era lo que parecía”, así que lo único que me quedaba era admitir ante mi hermano cara a cara que era una pervertida, y conseguir de alguna manera que no se chivase. Ni se me pasó por la cabeza usar armas de mujer, eso habría sido ahondar más en mi vileza, pues asumía que mi hermano, como toda persona normal, abominaba del incesto.

Salí del baño nerviosa pero decidida a hablar con él. Le pediría disculpas y negociaría un silencio eterno al precio que fuese. Cuando entré en la habitación me esperaba una extraña sorpresa: Marcos estaba tumbado en mi cama con los ojos cerrados aparentando dormir, cosa que, después de lo que había pasado, era poco menos que imposible. Su pene no desfallecía. Me acerqué y musité “Marcos”. Pero no abrió los ojos. “Marcos por favor” dije ya sin susurrar, pero no obtuve respuesta alguna. Lo zarandeé suavemente por el brazo: “Marcos sé que no estás durmiendo”. Nada. Evidentemente se estaba haciendo el dormido, pero ¿por qué hacía eso? ¿Y qué hacía en mi cama? Ingenua de mí, no me di cuenta de su táctica, y pensé que no resistiría unas cosquillas, así que procedí, pero no había manera, consiguió ahogar la risa sin cambiar el gesto. Acariciando sus costillas no pude evitar mirar su bulto, que permanecía incólume, pasase lo que pasase.

Y entonces me di cuenta. ¿Cómo era tan tonta? Marcos me estaba diciendo a su manera que podía seguir haciendo lo que había empezado. Mi hermanito me estaba ofreciendo sus preciosos genitales para satisfacer mi curiosidad y mi vicio. Me lancé a la piscina rezando por no equivocarme y le bajé el pijama por debajo de sus testículos. Efectivamente no movió ni un músculo. Tenía aquel precioso pene a mi morbosa voluntad. El corazón me latía a mil por hora y la entrepierna empezaba a humedecerse. Alargué el brazo y se la cogí. Mi primera polla; a los 11 años; de mi hermano pequeño. Recuerdo su calor. Estaba ardiendo. Tersa, dura y caliente, la agité con suavidad. La hice tropezar con mis dedos de muchas formas. Si la cogía con todo el puño, apenas sobresalía. Creo que su pequeño tamaño contribuía decisivamente a su admirable dureza. Si querías que no apuntase magnífica al techo de la habitación había que forzarla. No tardé en retirar el prepucio para admirar aquel glande morado. Me hice hueco y me tumbé junto a Marcos para seguir disfrutando más cómodamente de mis maniobras. Se la apretaba, se la masajeaba y jugueteaba con ella de muchas maneras. Por supuesto, también le pajeaba lentamente arriba y abajo. Me sentí realmente dichosa por poder hacer lo que estaba haciendo, en un ambiente de confianza y de tranquilidad. Su pecho, que se movía agitado a causa de su respiración entrecortada, era el único signo visible de que estaba despierto, pues no abrió los ojos en ningún momento, ni soltó gemido alguno de placer. Podría haber estado así horas. Aunque estaba muy excitada, no necesitaba ser tocada, sólo quería tocarle la polla a mi hermano todo el rato.

No sé cuánto tiempo estuvimos así. Posiblemente más de una hora. Se pene fue adquiriendo gradualmente un tono cada vez más púrpura, hasta el punto de que parecía a punto de estallar, pero no se corrió, era tan joven que nunca en su vida lo había hecho. Permaneció todo el rato con los ojos cerrados recibiendo las caricias. El ruido de la puerta del apartamento nos trajo de golpe al mundo real. Marcos se levantó de un salto y alcanzó su cama como una centella. Nos tumbamos simulando dormir por si alguno de nuestros padres se asomaba a la puerta. De espaldas, me sentía feliz. Pensé que quería más. No tuve que esperar mucho.

Continuará...


 
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