La Viuda es una Cerda – Capítulos 001
La Viuda tenía 39 años cuando murió el indiano. (llevara 20 años casada con el) Era hija de la Paca, una mujer casada con Suso, un vago borracho que nunca diera un palo al agua, y que después de casarse su única hija con el indiano y hacerlo este encargado de sus tierras, se creía Felipe II dirigiendo las obras del Escorial... Y que decir de la Paca, que se había roto la espalda trabajando al jornal para mantener al vago borracho y a su hija, pues decir que quien nunca tuvo un cerdito, al tener uno anda todo día diciéndole: Quino, quinito.
Con estas mimbres, Carla, la Viuda, que era morena, de ojos negros, muy grandes, alta, con un cuerpazo, buenas tetas, cintura estrecha, buen culo y aún bella, al morir el viejo se creía la reina de Saba.
Sindo tenía diecisiete años y estaba terminando el bachiller superior. Era el único que estudiaba en el pueblo y le pagara sus estudios su tío, el indiano, Carla, que apenas aprendiera a leer y escribir, ya había tenido una aventura con él un para de años atrás.
Un día, ya caída la tarde, uno de los criados de la Viuda le dijo a Sindo que su ama quería hablar con él. Fue al pazo. Lo recibió en el salón, que estaba amueblado a todo lujo. La Viuda estaba sentada en un sillón que parecía un trono y apoyaba las manos en los brazos. Se había quitado el luto. Llevaba puesto un vestido rojo y unos zapatos del mismo color, de los lóbulos de sus orejas colgaban dos pendientes de oro en forma de aro. Llevaba un reloj de oro en una muñeca y una pulsera del mismo material en la otra. En sus dedos llevaba dos anillos, uno tenia una piedra verde y el otro una que brillaba mucho, luego supo que eran una esmeralda y un diamante. No llevaba el anillo de casada. Estar, estaba seductora, enjoyada, con su largo cabello suelto y sus labios y sus uñas pintadas de rojo, pero no era normal aquella vestimenta para recibirlo. La Viuda, sin levantarse, le señaló un sillón, y le dijo:
-Siéntate, Sindo.
Se sentó. Tenía una mesita delante.
-Abre el sobre que hay sobre la mesita.
Abrió el sobre y vio que tenía varios billetes de mil pesetas. La viuda, le dijo:
-¿Quieres ganarte esas quince mil pesetas para acabar tus estudios?
La iba a sorprender.
-Depende.
Se puso altiva.
-¡¿Cómo qué depende?!
-Si, depende. Estás vestida para una fiesta. ¿Soy yo el plato principal?
-A mí no me vengas con adivinanzas. Si haces todo lo que te diga te llevarás ese dinero.
-¿Estás hablando de sexo?
-Si.
-Entonces me voy.
-¿Te parece poco dinero?
-Me parece que te pasaste tres pueblos. Yo nunca me vendería.
La cara de sobrada de la Viuda, cambió. Ahora era de desilusión.
-Pensé que te gustaría...
La interrumpió.
-¿Pensaste que con ese vestido, con esas joyas y con el dinero me ibas a seducir?
-Si no lo pensara no te mandaría llamar.
-Te equivocaste, tía.
La había cabreado.
-¡¿Quién coño te crees que eres?
-Alguien que no se vende.
La viuda no se daba por vencida.
-¿No te gusto?
-Me gustas más oliendo a sudor.
La Viuda, sonrió. Sindo volvió a ver a la Carla que lo había follado porque a su tío no se le levantaba.
-Olvídate de la proposición.
-Olvidada.
-Solo a nosotros se nos pudo ocurrir hacerlo al sol. ¿verdad?
Sindo, le devolvió la sonrisa.
-Sí, fue... Sudoroso.
-¿Quieres tomar algo?
-¿Que tienes?
-Coñac, anís, whisky, ponche...
-Ponche.
La Viuda volvió del mueble bar con dos copas, le dio una y se sentó en su sillón. Le preguntó:
-¿Entones no quieres hacerlo?
-¿No habías dicho que me olvidara del tema?
La Viuda era una enredadora.
-Te lo pregunto por última vez porque tengo muchas ganas de follar contigo.
-Si tanto insistes... Va a ser que acabaremos haciéndolo.
La Viuda, se animó de nuevo.
-¿Harás todo lo que te diga?
-¿Qué tendría qué hacer?
-Eso lo irás descubriendo cuando te lo diga.
Sindo pensó que tenía la sartén cogida por el mango.
-Vale, pero cómo presiento que la cosa va de guarrerías, debes doblar el dinero.
-¿Pero tú no eras el que nunca se vendería, cabronazo?
-Para mi nunca significa hasta dentro de cinco minutos.
La sartén por el mango la tenía cogida la Viuda.
-En ese caso, si te acojona hacer alguna de las cosas, no cobras.
Sindo, se hizo el valiente.
-¡Anda ya! No hay nada en este mundo que me acojone.
-Y si te corres, no cobras. Mi dinero, mis reglas.
-¿Algo más que deba saber, Carla?
-No.
Vamos al grano.
La Viuda estaba sobre una gran cama de roble con sábanas rojas, a la que antes tapara una colcha dorada, vestida solo con sus joyas. Sindo, también estaba en pelotas. Era un joven moreno, de pelo largo, con buenos pectorales, buenos bíceps... Era un joven apuesto.
La Viuda se había vuelto una cerda de mucho cuidado desde la última vez que follaran. Se ve que el viejo cacique, antes de palmarla, cómo no se le levantaba, para despreciarla, meaba por ella, y eso acabó por excitarla, o eso pensó Sindo, cuando le dijo:
-Méame por las tetas, por el vientre, por el coño, méame toda.
-Preferiría untarte de chocolate.
-Luego, ya se lo mandé hacer a Sebastián.
-¿Y por qué no ahora?
-¡Mea por mí, carallo!
Le orinó por las tetas. La Viuda puso las manos y se lavó la cara con la orina.
Los pezones se le pusieron tiesos y las areolas le encogieron. Le meó por la barriga y por el coño, un coño rodeado de una enorme mata de pelo negro.
Al acabar de orinar por ella, la Viuda, le dijo:
-Muérdeme las tetas y los pezones... Lame y limpia tu orina de ellas.
Al morder una de sus grandes tetas y lamerla, sintió el sabor salado de su orina. Tampoco estaba tan mal. Nunca había comido unas tetas saladas. Le mordió las tetas y le lamió y mordió los pezones. Lo hizo durante un cuarto de hora, o algo más. La Viuda, mientras Sindo le trabajaba las tetas, se masturbaba el coño... Acariciaba el clítoris con dos dedos, los metía dentro de la vagina, los sacaba mojados y volvía a acariciar el clit... En una de estas sacó los dedos mojados de flujo y se los llevó a la boca a su sobrino, Sindo, se los chupó. La viuda, le preguntó:
-¿A qué te supo mi jugo?
-A vicio.
-¿Probaste muchos?
-¿Me estás examinando, Carla? Si lo estás haciendo preferiría que no lo hicieras
-Lo que prefieras me la suda. -se dio la vuelta- Cómeme el culo.
Comiéndole el culo, Le dijo:
-No basta con lamer y morder. Azótame.
Sindo le tenía ganas por la prepotencia que había cogido. Le cayeron las del pulpo.
-¡¡Plas pla, plas plas, plas plas plas plas, plas...¡¡
Cando la Viuda ya tenía el culo rojo como un tomate maduro, y a Sindo le dolían las manos, se dio la vuelta, y le dijo:
-Folla con tu polla mis sobacos.
Sindo le metió la polla debajo del sobaco. La Viuda apretó con el brazo, y al follarle el sobaco, la mujer, comenzó a reír. Le hacía cosquillas.
Le cogió la polla y le hizo una pequeña mamada, pequeña porque al rato estiró los brazos hacia la cabecera de la cama, y le dijo:
-Lámeme los sobacos.
Sindo solo le pudo lamer uno ya que aparecieron de nuevo las cosquillas. La Viuda, encogió los brazos y rompió a reír.
Después se metió un cojín debajo de sus nalgas, y le dijo:
-Vuelve a comer mi culo.
Sindo metió su cabeza entre sus piernas. La cogió por la cintura y lamió su periné y su ano. Su coño, abierto y mojado, parecía una flor... Con sus labios abierto, rojos e hinchados, la flor se abría y se cerraba con dos dedos de la Viuda acariciando el clítoris. Gimiendo, dijo:
-Me voy a correr. Mete tu lengua en mi coño y fóllame el culo.
Le metió medio dedo pulgar en el culo y la lengua en el coño. Antes de un minuto ya le vino.
-¡Me coooorro!
La Viuda tenía 39 años cuando murió el indiano. (llevara 20 años casada con el) Era hija de la Paca, una mujer casada con Suso, un vago borracho que nunca diera un palo al agua, y que después de casarse su única hija con el indiano y hacerlo este encargado de sus tierras, se creía Felipe II dirigiendo las obras del Escorial... Y que decir de la Paca, que se había roto la espalda trabajando al jornal para mantener al vago borracho y a su hija, pues decir que quien nunca tuvo un cerdito, al tener uno anda todo día diciéndole: Quino, quinito.
Con estas mimbres, Carla, la Viuda, que era morena, de ojos negros, muy grandes, alta, con un cuerpazo, buenas tetas, cintura estrecha, buen culo y aún bella, al morir el viejo se creía la reina de Saba.
Sindo tenía diecisiete años y estaba terminando el bachiller superior. Era el único que estudiaba en el pueblo y le pagara sus estudios su tío, el indiano, Carla, que apenas aprendiera a leer y escribir, ya había tenido una aventura con él un para de años atrás.
Un día, ya caída la tarde, uno de los criados de la Viuda le dijo a Sindo que su ama quería hablar con él. Fue al pazo. Lo recibió en el salón, que estaba amueblado a todo lujo. La Viuda estaba sentada en un sillón que parecía un trono y apoyaba las manos en los brazos. Se había quitado el luto. Llevaba puesto un vestido rojo y unos zapatos del mismo color, de los lóbulos de sus orejas colgaban dos pendientes de oro en forma de aro. Llevaba un reloj de oro en una muñeca y una pulsera del mismo material en la otra. En sus dedos llevaba dos anillos, uno tenia una piedra verde y el otro una que brillaba mucho, luego supo que eran una esmeralda y un diamante. No llevaba el anillo de casada. Estar, estaba seductora, enjoyada, con su largo cabello suelto y sus labios y sus uñas pintadas de rojo, pero no era normal aquella vestimenta para recibirlo. La Viuda, sin levantarse, le señaló un sillón, y le dijo:
-Siéntate, Sindo.
Se sentó. Tenía una mesita delante.
-Abre el sobre que hay sobre la mesita.
Abrió el sobre y vio que tenía varios billetes de mil pesetas. La viuda, le dijo:
-¿Quieres ganarte esas quince mil pesetas para acabar tus estudios?
La iba a sorprender.
-Depende.
Se puso altiva.
-¡¿Cómo qué depende?!
-Si, depende. Estás vestida para una fiesta. ¿Soy yo el plato principal?
-A mí no me vengas con adivinanzas. Si haces todo lo que te diga te llevarás ese dinero.
-¿Estás hablando de sexo?
-Si.
-Entonces me voy.
-¿Te parece poco dinero?
-Me parece que te pasaste tres pueblos. Yo nunca me vendería.
La cara de sobrada de la Viuda, cambió. Ahora era de desilusión.
-Pensé que te gustaría...
La interrumpió.
-¿Pensaste que con ese vestido, con esas joyas y con el dinero me ibas a seducir?
-Si no lo pensara no te mandaría llamar.
-Te equivocaste, tía.
La había cabreado.
-¡¿Quién coño te crees que eres?
-Alguien que no se vende.
La viuda no se daba por vencida.
-¿No te gusto?
-Me gustas más oliendo a sudor.
La Viuda, sonrió. Sindo volvió a ver a la Carla que lo había follado porque a su tío no se le levantaba.
-Olvídate de la proposición.
-Olvidada.
-Solo a nosotros se nos pudo ocurrir hacerlo al sol. ¿verdad?
Sindo, le devolvió la sonrisa.
-Sí, fue... Sudoroso.
-¿Quieres tomar algo?
-¿Que tienes?
-Coñac, anís, whisky, ponche...
-Ponche.
La Viuda volvió del mueble bar con dos copas, le dio una y se sentó en su sillón. Le preguntó:
-¿Entones no quieres hacerlo?
-¿No habías dicho que me olvidara del tema?
La Viuda era una enredadora.
-Te lo pregunto por última vez porque tengo muchas ganas de follar contigo.
-Si tanto insistes... Va a ser que acabaremos haciéndolo.
La Viuda, se animó de nuevo.
-¿Harás todo lo que te diga?
-¿Qué tendría qué hacer?
-Eso lo irás descubriendo cuando te lo diga.
Sindo pensó que tenía la sartén cogida por el mango.
-Vale, pero cómo presiento que la cosa va de guarrerías, debes doblar el dinero.
-¿Pero tú no eras el que nunca se vendería, cabronazo?
-Para mi nunca significa hasta dentro de cinco minutos.
La sartén por el mango la tenía cogida la Viuda.
-En ese caso, si te acojona hacer alguna de las cosas, no cobras.
Sindo, se hizo el valiente.
-¡Anda ya! No hay nada en este mundo que me acojone.
-Y si te corres, no cobras. Mi dinero, mis reglas.
-¿Algo más que deba saber, Carla?
-No.
Vamos al grano.
La Viuda estaba sobre una gran cama de roble con sábanas rojas, a la que antes tapara una colcha dorada, vestida solo con sus joyas. Sindo, también estaba en pelotas. Era un joven moreno, de pelo largo, con buenos pectorales, buenos bíceps... Era un joven apuesto.
La Viuda se había vuelto una cerda de mucho cuidado desde la última vez que follaran. Se ve que el viejo cacique, antes de palmarla, cómo no se le levantaba, para despreciarla, meaba por ella, y eso acabó por excitarla, o eso pensó Sindo, cuando le dijo:
-Méame por las tetas, por el vientre, por el coño, méame toda.
-Preferiría untarte de chocolate.
-Luego, ya se lo mandé hacer a Sebastián.
-¿Y por qué no ahora?
-¡Mea por mí, carallo!
Le orinó por las tetas. La Viuda puso las manos y se lavó la cara con la orina.
Los pezones se le pusieron tiesos y las areolas le encogieron. Le meó por la barriga y por el coño, un coño rodeado de una enorme mata de pelo negro.
Al acabar de orinar por ella, la Viuda, le dijo:
-Muérdeme las tetas y los pezones... Lame y limpia tu orina de ellas.
Al morder una de sus grandes tetas y lamerla, sintió el sabor salado de su orina. Tampoco estaba tan mal. Nunca había comido unas tetas saladas. Le mordió las tetas y le lamió y mordió los pezones. Lo hizo durante un cuarto de hora, o algo más. La Viuda, mientras Sindo le trabajaba las tetas, se masturbaba el coño... Acariciaba el clítoris con dos dedos, los metía dentro de la vagina, los sacaba mojados y volvía a acariciar el clit... En una de estas sacó los dedos mojados de flujo y se los llevó a la boca a su sobrino, Sindo, se los chupó. La viuda, le preguntó:
-¿A qué te supo mi jugo?
-A vicio.
-¿Probaste muchos?
-¿Me estás examinando, Carla? Si lo estás haciendo preferiría que no lo hicieras
-Lo que prefieras me la suda. -se dio la vuelta- Cómeme el culo.
Comiéndole el culo, Le dijo:
-No basta con lamer y morder. Azótame.
Sindo le tenía ganas por la prepotencia que había cogido. Le cayeron las del pulpo.
-¡¡Plas pla, plas plas, plas plas plas plas, plas...¡¡
Cando la Viuda ya tenía el culo rojo como un tomate maduro, y a Sindo le dolían las manos, se dio la vuelta, y le dijo:
-Folla con tu polla mis sobacos.
Sindo le metió la polla debajo del sobaco. La Viuda apretó con el brazo, y al follarle el sobaco, la mujer, comenzó a reír. Le hacía cosquillas.
Le cogió la polla y le hizo una pequeña mamada, pequeña porque al rato estiró los brazos hacia la cabecera de la cama, y le dijo:
-Lámeme los sobacos.
Sindo solo le pudo lamer uno ya que aparecieron de nuevo las cosquillas. La Viuda, encogió los brazos y rompió a reír.
Después se metió un cojín debajo de sus nalgas, y le dijo:
-Vuelve a comer mi culo.
Sindo metió su cabeza entre sus piernas. La cogió por la cintura y lamió su periné y su ano. Su coño, abierto y mojado, parecía una flor... Con sus labios abierto, rojos e hinchados, la flor se abría y se cerraba con dos dedos de la Viuda acariciando el clítoris. Gimiendo, dijo:
-Me voy a correr. Mete tu lengua en mi coño y fóllame el culo.
Le metió medio dedo pulgar en el culo y la lengua en el coño. Antes de un minuto ya le vino.
-¡Me coooorro!