La Visita a su Abuela

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,204
Likes Recibidos
2,514
Puntos
113
 
 
 
Sí, lo sé, no es una frase que suene muy bien, pero durante mis dieciocho años de vida, la he escuchado en varias ocasiones y todas, salidas de la boca de mi madre. Cuando era pequeño, no sabía muy bien a lo que se podía referir, porque ni siquiera entendía el significado de la palabra golfa, pero ahora… me hago una idea.

—Jokin, venga, sal ya y llévale el táper a la abuela —me gritó mi madre desde la sala.

—Vale… —repliqué con visible cansancio, todavía estaba renqueante de la fiesta del día anterior, aunque era sábado y no fallaría a la que me esperaba.

Lo hice y con el táper de albóndigas en la mano, salí a la calle para darme un gélido paseo. Mi sudadera y pantalón de chándal, apenas me daban una tregua del frío y aceleré el paso para que, los cinco minutos de viaje hasta casa de mi abuela, se pasaran lo más rápido posible y no se convirtieran en un infierno.

Toqué el timbre, mirando las albóndigas que tan bien le salían a mi madre y esperando por una rápida contestación. Me entró cierta hambre, pero de la misma, mi vientre me echó la bronca. La fiesta del viernes había sido dura y pagaba el peaje del dolor de tripa, sin embargo, en unas horas estaría operativo, lo sabía bien. “Tema de la edad”, eso es lo que siempre decía mi madre.

—¿Sí? —la inconfundible voz de mi abuela resonó en mis oídos.

—Soy Jokin. Ábreme, Feli.

El estridente ruido metálico del pestillo, tronó a mi espalda y empujé con fuerza la puerta para escapar del frío y adentrarme en el calor que se mantenía dentro del portal. Aproveché y subí las escaleras, apenas eran par de pisos y eso me daría una calentura extra que me templaría antes de entrar a la casa de mi abuela.

—Hola —anuncié nada más entrar, la puerta me esperaba abierta y la cerré a mi paso.

—Hola, enano. —escuché su voz a lo lejos, seguramente, desde su cuarto.

Me metí en el salón, sentándome en el sofá y notando la buena temperatura que se guardaba en casa. Resoplé aliviado y contemplé que sobre la mesa, entre el sofá y la televisión, la abuela había dejado unos viejos álbumes familiares.

Deposité el táper en la misma mesa y a modo de cambio, cogí uno de los libros, con toda seguridad, habría estado limpiando las estanterías del mueble y se había quedado a media tarea.

Agarré el de color rojo, que conocía de maravilla pese a que era bastante viejo. Un poco de polvo recubría la solapa, pasé la mano y las motas dibujaron un baile delante de mi rostro.

Le eché una ojeada, sabiendo que mi abuela todavía estaba en su cuarto, no escuchaba sus pasos y tampoco me decía nada, por lo que, busqué una foto en concreto que… no era la primera vez que la contemplaba.

—Aquí estás —solté en un suspiro cuando la encontré.

Era una imagen del pasado, de una época en la que mi abuela era una jovencita. No tendría más de veinte años, porque al lado, estaba el carrito de coche de mi madre y Feli, la tuvo con diecisiete años. Dato a resaltar, todo fue por un mal polvo en las fiestas del pueblo, cosa que no digo yo, ni mi madre, lo dice la propia abuela.

Examiné con calma la instantánea, rememorándome tiempos pasados, donde me sentaba en su cama a deleitarme con esa imagen y… mientras mi madre y mi abuela charlaban en otro lado de la casa, me masturbaba contemplándola.

Estaba en la playa, un día de buen sol de verano, no había duda. Feli conservaba su melena de color dorado y lucía unas gafas de sol del todo negras de cara al sol. Estaba en bikini, seguro que uno rompedor para la época, aunque la parte de arriba… no la llevaba.

Fueron las primeras tetas que vi en mi vida, cierto que en foto, pese al matiz, lo importante era eso… que fueron las primeras. Tenía un rostro valiente, con una sonrisa altiva, sabedora de que más de uno en la playa, la devoraría con los ojos. Feli siempre fue guapa, al igual que mi madre, sin embargo, el tiempo pasa y cargando con cincuenta seis años a sus espaldas, ya no es esa jovencita.

—¡Quién te pillaría a esa edad…! ¡Madre mía…! —susurré sin percatarme de los pasos que salían del cuarto.

—Jokin.

Feli apareció por el pequeño pasillo, haciendo ruido con unos tacones que le endurecían las piernas. Se notaba que no era una abuela al uso, puesto que… nunca lo fue. Incluso en el colegio, cuando me recogía siendo un mocoso de tres años, algunos la confundían con mi madre. Normal, para entonces solo tenía cuarenta años.

—Felicidades por segunda vez. —su impecable sonrisa atravesó el umbral de la puerta.

—Primera vez en persona.

—Bueno, no me seas tiquismiquis que solo han pasado tres días. De lo que sí te puedes quejar, es de tu regalo. No me dio tiempo, pero no dudes de que te daré algo. —la sonrisa no la borraba— Siempre lo hago.

No dije nada, simplemente, me quedé mirándola desde mi posición en el sofá y saqué una leve carcajada que ni siquiera sonó. Feli siempre se olvidaba de los regalos, para otras cosas era una gran abuela, pero para esos temas… ¡Horrible!

—¿Qué ves?

Me indicó el álbum con un fino dedo que coronaba una uña granate perfectamente pintada. No reparé en el dedo, sino en la camiseta de tirantes color gris que acompañaba una pequeña rebeca del mismo color. El escote que tenía era bastante suculento y siempre me pareció curioso, porque comparado con la foto, esa parte de su cuerpo era muy diferente.

—Nada… —dejé el álbum en mis piernas y la miré a los tremendos ojos de un color gris brillante que poseía. “¡Porque no habré heredado esos ojos…!”, me maldije igual que de costumbre— Esperándote y matando un poco el rato viendo el pasado.

—¡Y tanto qué pasado…! —posó el dedo índice en una instantánea de la derecha, donde salía sentada en un bar de playa junto a sus padres y con mi madre en brazos— Ese día estuvimos en una playa de Cantabria, apenas tenía dieciocho años.

—Justo mi edad.

—Exacto, tu madre todavía era una bebe y algunas veces… —se sentó a mi lado y usó un tono confidente— lo sigue siendo. —lanzó una leve carcajada que seguí pese a no entenderla— ¡Ay, mi enano! Pues dieciocho ya. —me miró con media sonrisa y percibí que se había hecho las pestañas antes de que llegara— Eso sí, aún te queda para ser mayor. No vayas ya de hombre, ¡eh!

—¡Solo un poco, abu…! —hice un alto, parecía preparada a medias y tuve que preguntárselo— ¿Vas a salir hoy?

—Sí, he quedado —lo dijo con altivez, haciéndose de rogar, como la gustaba que la preguntase—. Ya sabes que no perdono un fin de semana.

—¿Te tengo que preguntar con quién has quedado o me lo vas a contar sin que te lo ruegue? —sonrió de una manera que solo veía en ciertas chicas de mi edad que, son sabedoras, de lo guapas que son.

—No, tranquilo. No te voy a dejar con la miel en los labios. He quedado, ahora en un ratito, con un chico. —se miró el reloj junto a las pulseras de su muñeca y continuó— A las nueve.

—Bien. —nada raro, mi abuela solía tener citas cada mes— ¿A este le llamo abuelo o espero un poco?

—¡Imbécil…! —me dio un golpe en el brazo y mascó su chicle detrás de una sonrisa— Con Arturo, ya acabamos la época de los abuelos… abuelastros, ¿no? Siempre lo decías de pequeño y me sonaba fatal. —aquel fue su último novio, el que murió cuatro años atrás y dejó un buen dinero a la abuela. Continuó hablando— Pero en el caso de este chico, mejor llamarlo papá.

—¿¡Qué dices!?

—Tiene treinta y cinco años. —su cara era de lo más arrogante.

—¿¡Qué!? Si tiene tres años menos que mamá. —para mí, también era mayor, aun así, comprendía la diferencia de edad que había entre ellos— ¿Cómo puedes ligar tanto?

—Porque soy una belleza, mi niño. Deberías estar orgullosa de tu abuela.

—Sí, sí, claro… —“¡casi liga más que yo!”, pensé tontamente.

La verdad que Feli se cuidaba bien, no es que se machacara en el gimnasio, pero tenía el cutis liso y su rostro no perdió la hermosura de la juventud. Además, que con aquellos ojos… podría encandilar a cualquiera, era una evidencia.

—Ahí tienes las albóndigas, mételas a la nevera antes de que se calienten —comenté para cambiar de tema.

—¡Qué ricas! —las cogió y se volvió a poner de pie— Mira que tu madre sabe hacer pocas cosas, pero las albóndigas, ¡las hace de puta madre…!

—¡Abu…! —le solté a modo de crítica, aunque poco la importaba y acabé sonriendo.

Dio media vuelta, dejándome ver el trasero que le hacía el vaquero y pese a ser algo grande para mi gusto, no estaba nada mal. Me sorprendió tal afirmación, quizá porque la trataba de analizar del mismo modo que haría un chico de treinta y pico años.

Se conservaba bien, no estaba gorda, ni rellena, y su rostro era bello, además, por lo que me parecía, disponía de ciertas dotes para el ligoteo, seguramente, pulidas tras tantos años de vida.

Me percaté de que estaba embobado, mirando el trasero de mi abuela, bambolearse de un lado a otro por el pasillo. Cuando se esfumó al girar por la cocina, volví a la realidad. Con toda probabilidad, el alcohol hizo estragos en mí, porque una cosa era mirar la foto de la abuela cuando era joven y otra muy distinta, contemplarle las nalgas de esa forma tan directa.

—¿Quieres algo? —preguntó desde el otro lado de la casa.

—Nada, abu.

Volví a escuchar sus tacones, alzando la vista cuando salió de la cocina y, por segunda vez esa misma tarde, la analicé del mismo modo que cuando se fue de la sala.

Su cabellera plateada con tonos blancos, danzaba en el aire, únicamente, sostenida por una pinza más arriba de la nuca. Pero lo que en verdad me llamaba la atención, era ese bailoteo que hacían sus senos arriba y abajo.

Era capaz de compararla con mis profesoras del instituto y eso que, muchas, eran de su edad, incluso algunas más jóvenes, no obstante, ninguna me parecía tan atractiva como lo podía ser Feli. Tenía algo que… que no sabía ubicar y me sorprendí de mí mismo, al reflexionar que era normal que ligase, la abuela todavía se conservaba muy bien.

—¿Qué fotos veías? —preguntó nada más se sentó.

—Ninguna en particular. —la mentira fue creíble— Como he visto los álbumes aquí, pues me apetecía mirar fotos antiguas, nada más. —lo de ver sus tetas desnudas con aquellos pezones puntiagudos, mejor me lo quedaba para mí.

Aunque un vistazo me delató, puesto que no había comparación con la Feli de la playa y con la que estaba sentada a mi lado. En la foto, los pechos eran preciosos, pero es que, en la realidad, eran mucho más grandes…

—Disfruta de tu edad, que estás en los mejores años —comentó para sacarme de la mente sus senos—. Esa época me la perdí por culpa de un imbécil… —puso los ojos en blanco, porque siempre lo matizaba— Adoro a tu madre, pero menuda juventud me dio… Ya lo sabes.

—Sí, abu… Bueno…, supongo que a ella, le pasaría lo mismo conmigo. —mi bisabuelo que en paz descanse, siempre les decía que de tal palo tal astilla, puesto que Nuria, me tuvo a los veinte— ¿Nunca quisiste comentarle nada de mamá al… “abuelo”?

—Ni se te ocurra llamarlo así, —torció el rostro de puro asco— ya conoces la historia, era un chico del pueblo de al lado, mayor y a saber cómo se llamaba. Ni siquiera se me pasó decirle nada. Mejor así.

—Siempre he pensado que mi madre sí ha querido conocerle.

—Lo dudo —respondió con rapidez—. Mira tú, a tu padre no le has querido ni ver, ni conocer.

—Ya, pero eso se debe a que es un imbécil.

—En eso tienes razón. —acabó por reírse con una fila de dientes blancos y perfectos.

Ambos nos quedamos un momento en silencio y Feli, permaneció sentada, mirando a la negrura de la televisión, tal vez, pensando en ese pasado que tan lejano quedaba…, no lo sé. Lo que meditaba yo, sí que lo sabía, puesto que esa imagen del antes y después en sus senos, horadaba en mi mente igual que un gusano hambriento.

—Oye, una cosa…

Durante todos mis años de vida, adquirimos la suficiente confianza para preguntarla por eso y mucho más, ya que me crio mucho tiempo y al estar solo los tres en la familia, era como una segunda madre. Me atreví a lanzarle la cuestión, puesto que, también… un poco de alcohol que se mantenía en mi cuerpo, me envalentonó.

—En esta foto. —le señalé la de la playa con un leve temblor en mi voz— O sea… no eres como ahora. Me refiero a que… has cambiado.

—¡Pues claro que he cambiado! Jokin, han pasado unos pocos años… —tenía ambos ojos abiertos por semejante bobada.

—No, no me refiero a eso. —debía matizar— Quería decir a una parte en especial… —bajé mis ojos a su escote, donde sus dos poderosos senos se apiñaban el uno contra el otro. A la par, puse mi dedo encima de los pechos de la foto— Ahí.

—¡Ah, vale! —sonrió al comprender y me guiñó el ojo— Es que son nuevas, bueno… ya tienen unos añitos. —fruncí el entrecejo, aunque me imaginaba por donde iría— Me las regaló Arturo, fue uno de sus últimos obsequios antes de irse. Era un buen hombre. Las disfrutó de lo lindo, no te creas que se fue sin catarlas.

—¿Te las operaste? —no necesitaba respuesta— Pues mamá, nunca me dijo nada.

—Nuria lo sabía. Tampoco es que sea una cosa de real importancia en nuestras vidas. Y… ya sabes que tampoco le gusta hablar mucho de mí.

Acabó por reírse y me quedé con esa sensación que siempre tenía, no entendía cómo se podían querer tanto y a la vez, odiarse de una manera tan latente.

—¡Guau! —estaba alucinando por dicho descubrimiento y mis pensamientos, fluyeron en voz alta— Mira que siempre quise conocer a una mujer con las tetas operadas y resulta que mi abuela, se las ha puesto.

Era cierto, más por curiosidad que otra cosa, pero siempre fue una duda que me rondaba la cabeza. Seguramente, vendría de tantas horas delante de una pantalla, viendo videos y videos… todos ellos porno.

—¿Y eso?

—No sé… —me encogí de hombros, lo del porno no se lo iba a decir y solté lo más evidente— Durante estos años, he tocado las normales… las no operadas. Pero así, —señalarlas con los ojos me dio cierta vergüenza, al final, eran las tetas de mi abuela— como las tuyas, nada.

Levantó una ceja y me quedé esperando que dijera algo más. Tardó un poco y con esa mirada tan profunda que poseía, me sentí un poco incómodo. Sus manos subieron con lentitud a la parte baja de los senos y de pronto, sosteniéndolos entre sus palmas… los meció de arriba a abajo.

—¿Unas de estas?

Fue inevitable no contemplar el movimiento hipnótico que hicieron y, acompañados por el sonido de sus pulseras, las tetas subían y bajaban. Eran enormes, se veían voluptuosas y por raro que me pareciera, no daba la sensación de que los años hubieran pasado por ellas.

Asentí en silencio, porque la garganta se me atoró y para soltar un gallo en medio de su sala, lo mejor era callar. Dos tetas turgentes y bien puestas, de un gran tamaño y… a menos de medio metro de distancia. Sentí un calor muy profundo entre mis piernas, no podía ser cierto, pero… al parecer, me puse cachondo al ver las tetas de la abuela.

—Pues no son nada del otro mundo. —echó un vistazo hacia abajo, comprobando lo que se habían alzado por culpa de sus manos— Las tengo más duras que antes y eso me gusta, pero no sé… Normales, ¿no?

Que hablara con tanta tranquilidad de sus tetas, me ponía mucho más. Trataba de mirarla a los ojos, sin embargo, prefería bajar la vista a sus senos, puesto que con aquel gris con todos azules, parecía leerme la mente.

—O sea que… ¿Nunca has tocado unas tetas operadas? —negué con la cabeza, y soltó sus pechos, que cayeron a plomo— Pero aparte de estas, las normales dices que sí, ¿no?

—¡Sí, joe! ¡No soy virgen! —casi respondí ofendido.

—Vale, vale… me imaginaba, ya tienes una edad.

Hizo un alto, haciendo que la mirase y en sus gruesos labios pintados de rosa, estaba una sonrisa un tanto enigmática. Esperé atento por lo que tuviera que decirme, pero antes de hablar, me dedicó un pícaro gesto que solo vi antes, en chicas guapísimas de fiesta.

—Pues… —se pasó la lengua muy disimuladamente por los carnosos labios y después de un leve pausa que se me hizo eterna, preguntó con total franqueza— ¿Te gustaría tocarlas?

—¿¡Cómo!? —estuve al borde de asustarme, sobre todo, cuando alzó ambos dedos índices y se señaló los dos pechos— ¡No, no, Feli…! ¡Yo…, eso no…!

—Jokin, —sacó el índice de su pecho derecho y lo colocó encima del álbum, indicándome la foto de la playa con los senos al aire— tranquilo. Ya me has visto desnuda. Incluso cuando eras pequeño, te bañabas conmigo. Si quieres quitarte ese antojo, te dejo tocarlas.

—No creo que eso sea… sea… —estaba ridículo con ese temblor en mi voz, parecía un niño asustadizo— Adecuado…

Escudriñé en sus ojos si mentía o si estaba jugando conmigo, no sería la primera vez, de pequeño me la jugaba constantemente. Sin embargo, solo atisbé la verdad en su arrebatadora mirada. Inspiré con calma, para no parecer ansioso y traté de preguntarla con el máximo sosiego.

—¿Me lo estás diciendo de verdad?

—Claro. —alzó sus rodillas para colocarlas en el sofá y se sentó de lado, con sus pezones apuntándome y sin borrar su blanquecina sonrisa— Calma, no se lo voy a decir a tu madre. Será un secreto.

—Ya, abu… Pero…

—¡Calla ya, anda!

De pronto, su mano derecha asió mi muñeca y sin poder reaccionar, recortó el camino que separaba su seno de mis dedos. Para cuando me di cuenta, el corazón se me detuvo, puesto que mi palma, estaba encima de su gran pecho.

Únicamente, nos separaban la camiseta y el sujetador, sin embargo, pude notar la dureza de aquella teta y lo gustoso que se sintió cuando, con la garganta tensa igual que un cable de acero…, hice un poco de presión.

—¿Nada mal, verdad? —estaba orgullosa.

—Están muy bien… —contesté tontamente, como un niño con un juguete nuevo, y volví a apretar sin reparar en mis actos.

—¿Qué…? —preguntó cinco segundos después, mirándome con esa envidiable sonrisa de superioridad aplastante— ¿Satisfecho, nene?

—Sí, claro.

Las quité al instante, a la par que mi rostro se coloraba y las orejas se me incendiaban igual que si fueran par de antorchas. Podía notar la mirada de Feli clavada sobre mi piel y esa… mueca divertida tan suya… que no me dejaba ni respirar.

Fue igual que si me llegara un mensaje al cerebro, de que mi propio cuerpo me avisara de lo que estaba pasando. En mi entrepierna, mi gran miembro se había encendido, puesto que todo era muy evidente, incluso mi abuela estaba al tanto de que me había puesto cachondo.

—Siempre te gustó mucho la foto —volvió a tomar la palabra y ni siquiera miró el álbum, los dos sabíamos de cuál hablaba—. Seguro que si me hubieras visto con esa edad, te hubieras derretido. Gustaba a todos, no hubiera sido nada extraño.

—Seguro… —no era la respuesta adecuada, aun así, la susurré en medio de su salón, dejando por unos segundos, la casa en silencio y mi abuela… observándome fijamente.

—Por cierto, tengo una duda.

Hizo un alto, todo ello para que voltease la cabeza a sus ojos. Mi abuela había seducido a decenas de hombres, eso lo sabía de mi madre y de sus frases tan típicas como la de “la abuela es una golfa”. Ahora, notaba que me miraba de la misma manera que a uno de sus ligues, con los ojos entrecerrados y el colmillo atrapando su labio inferior.

—¿Me la resuelves? —preguntó otra vez debido a mi tenso silencio.

—Dime.

—¿Por qué en Instagram te pones Tripo? —alzó el brazo y lo puso en la parte de atrás del sofá, sus dedos, por poco tocaron mi enmarañado cabello.

—Mis amigos me llaman así.

—Aja.

La casa se había vuelto más silenciosa, ni siquiera se introducía en ella el eco distante de la calle, igual que una tumba. Estábamos solos y, por primera vez junto a Feli, me sentí su presa.

—Me lo imaginaba, pero no me interesa eso —retomó la palabra. Se movió en el sofá y acortó la poca distancia que nos separaba—. Lo que quiero saber es… ¿Por qué te llaman así?

—La historia es simple… —lo era y mucho, aunque no tan fácil de explicar, al menos, no para hacerlo delante de mi abuela— fue hace par de años. Estábamos en las duchas del equipo de atletismo y… —me quedé allí, por si Feli lo entendía y podía callarme.

—¿Y qué? —deseaba detalles, su cara me lo pedía.

—Pues al verme desnudo… me lo pusieron.

Trató de unir cabos, pero le estaba costando, sus preciosos ojos me estaban analizando, sintiendo lo nervioso que me estaba poniendo y también, el calor que manaba por mis poros. La sangre… estaba dirigiéndose a mi pene después de aquel toque de pecho y ella, lo sabía… estoy seguro de que lo sabía.

—¿Y qué te vieron? —su media sonrisa la delató… era totalmente consciente de lo que hablaba, no obstante, quería escucharlo de mis labios. Seguramente, lo sabía de antemano o, por lo menos, lo suponía.

—Pues… —más sencillo se me haría dar el significado— Tripo viene de Trípode, de tener tres piernas.

—Ah.

Fue un sonido seco, casi distante, que noté que se me metía dentro del oído y me calentaba el interior. Casi lo mismo que me diría mi madre, sin embargo, la abuela lo dijo de tal forma, que escondía algo muy profundo.

—¡Vaya…! —se removió en el sofá y pude mirarla por un momento. Lo siguiente, lo dijo con rotundidad— No me lo creo.

—¿No te crees que me llamen así? —negó muy despacio, ladeando su cabeza de izquierda a derecha.

—No me creo que tengas tres piernas.

—Bueno, pues no sé… a mi modo de ver, es de buen tamaño. —no lo dije herido en mi orgullo, aunque estaba cerca. Sí, era cierto… calzaba una buena polla.

—¿Pues sabes qué, Jokin? —su mirada me quería hechizar y… lo estaba consiguiendo— Nunca he visto una polla tan grande para que digan que es una tercera pierna… si es que tú tienes una así, claro… —era un claro desafío.

—La tengo.

Traté de decirlo con confianza, no sirvió de mucho. Feli me miraba, jugando con uno de los grandes aros que tenía en la oreja y mordiéndose el labio inferior. No era guapa… es que, en ese momento, estaba preciosa, divina, poderosa… una verdadera leona.

—Vale. No diré que mientes, pero igual tu apreciación y la de los niños que te la pusieron, es diferente y errónea.

Lo de “los niños”, lo marcó con ganas, siendo muy consciente de que pretendía herir mi orgullo de adolescente de dieciocho años. Apreté los labios escondiendo mis dientes, mientras que ella, se mantenía en ese silencio donde se encontraba tan cómoda.

De la nada, su mano apareció en mi campo de visión y la palma, se posó en mi muslo, más cerca de mi miembro viril, que de la rodilla. Lo oculté de maravilla, pero todo mi ser, se estremeció por su movimiento, provocando que un escalofrío muy potente asolara mi espalda.

—Podemos hacer una cosa —un murmullo confidente de lo más erótico—. Te propongo un trato muy justo. Ya que yo te he dejado tocarme la teta, para que satisficieras tu curiosidad… Enséñame si lo que dices es verdad.

—¿¡Cómo!? —era tanta la sorpresa como la duda.

Retiró el álbum de encima de mi regazo y lo dejó en el mismo lugar de donde lo cogí. No se le quitaba la sonrisa y menos, ese aire de superioridad que seguro tenía listo para el chico con el que quedaría más tarde.

Su cara estaba a un palmo de la mía, con la mano en mi muslo y con las pupilas dilatas, bien fijas en las mías. Tragué saliva cuando fue a mover los labios, porque era consciente de que lo que emergería de allí, sería rotundo.

—Sácala.

Me quedé mudo, totalmente pétreo, aunque solo una parte de mi cuerpo reaccionaba, puesto que mi polla… se había activado con tal orden y la erección iba a mitad de camino.

—¿¡Estás de coña!? —saqué una media risa nerviosa, esperando porque dijera que sí y ambos nos carcajeáramos.

—No. Sácala.

Fue firme, dura y directa, de la misma manera que cuando era pequeño y me echaba la bronca. Aunque ahora, lo hacía con esa mueca tan superior que me desestabilizaba.

—¿En se…? —no me dejó terminar y me cortó de golpe.

—He quedado, Jokin. El tiempo vuela… Sácatela. Quiero ver si mientes.

Apreté los labios, tan atemorizado como cachondo. Puse las manos en la goma del chándal y moviendo ligeramente el trasero, empecé a bajar la prenda. Ella retiró la mano para darme mayor facilidad y mi piel comenzó a salir a la luz, con el pelo de mis piernas presente, aunque con la base de un pene totalmente pelado.

Feli no dijo nada, simplemente, se quedó mascando su chicle con la vista fija en mis manos, mientras el pantalón desdecía en el silencio de su hogar.

Llegué hasta las rodillas y dejé que la tela se deslizara por mis gemelos para quedar quieta junto a mis tobillos. Miré la imagen, porque era surrealista, allí estaba mi polla, entre mis piernas, a un paso de ponerse dura y tumbada sobre mi muslo derecho, mientras que la punta… rezumaba líquidos en mi piel.

—Nada mal… —soltó mi abuela en un aliento demasiado cachondo. Ella estaba de la misma manera que yo, no había duda— Pero… no está tan grande.

Sus uñas pintadas entraron en la parte que comenzaba mi muslo y a la par que contenía el aliento, sin pedir ningún tipo de permiso… sujetaron el tronco de mi polla.

La alzó poniéndola erguida y examinándola con esos preciosos ojos que, tristemente, yo no heredé. Podía observar sus dedos rodeándome todo el grosor y palpando las venas que no paraban de traer sangre.

—Si se te pone dura… —tuve que mirarla y, pese a mantener el rostro altivo, estaba tan caliente como yo, era evidente— ¿Cuánto te mide? —alcé los hombros, sintiendo el calor de su mano al tocármela— No me seas mentiroso, todos los chicos os la medís y más si tenéis buena polla. Dímelo.

—Veintidós.

—Habrá que verlo… —resopló en un cálido suspiro mientras se pegaba a mi cuerpo.

Después, hizo lo que tenía en mente y empezó a bajar mi piel con suma dulzura. Todavía con la carne algo gelatinosa, destapó el capullo que se enrojecía a cada milésima. De allí brotó una burbuja, formada por todo lo que había sacado en esos breves minutos de erotismo, y Feli…, se rio.

—¡Sí que estás cachondo, nene…!

No le contesté porque apenas podía, lo mejor era dejarla hacer, puesto que… estaba disfrutando.

Me bajó la piel al completo, provocando que una gota caliente se derramara por mi tronco y llegara a su mano. Las pulseras volvieron a sonar cuando tapó mi prepucio moviéndola hacia arriba y se me empezó a poner dura a la velocidad de la luz.

Subió y bajó su mano de nuevo, teniéndola durísima entre sus dedos para cuando terminó la faena. Estaba tremendamente empalmado en el salón de mi abuela, mientras me la mecía con gusto y su respiración chocaba contra mi oreja. ¡Era una locura!

—Vale, Jokin. Me lo creo… La tienes grande…

No se paró, ni siquiera se pensó lo que estaba haciendo, siguió moviendo mi pene de arriba a abajo, parando, únicamente, para pasar su palma por mi punta y donde cogió todo lo que había sacado y me lo restregó por el tronco a modo de lubricante.

—Y yo que había quedado… —suspiró de pura pena, sin detener su muñeca y dándome un placer inhumano.

Sus pulseras sonaban igual que un sonajero y era capaz de contemplar con los ojos entrecerrados, la masturbación constante que Feli me propinaba. Era increíble, un placer irrepetible, no sé si se debía al morbo de que fuera mi abuela, o todo lo que me ponía su foto, había traspasado a la realidad.

—Abuela…

Estaba poseído por la lujuria, más caliente que en toda mi vida y se me olvidó con quién estaba, que era mi familiar, una de las mujeres que me había criado, aun así, se lo pedí.

—Déjame verte las tetas.

Se levantó de la misma, quedándose de pie y abandonándome con tremendo empalme que miraba al techo. Me contemplaba con sus inigualables cuencas oculares y sus pechos, subían y bajaban con agitación.

Pensaba que la había cagado, que se largaría dejándome allí bien duro y no volvería a hablarme en la vida por semejante petición. Sin embargo, era muy diferente a lo que yo me imaginaba.

—Quieres tu regalo de chico grande, ¿a que sí? —sus dedos saltaron a su pantalón, deshaciéndose del botón y bajando con ansia unos vaqueros que no le apetecía tener— Un regalito para el chico mayor de edad.

Llegó hasta los zapatos, que le dieron guerra unos segundos hasta que se deshizo de ellos y quedó descalza encima de la alfombra. Sin embargo, eso no era lo importante, ya que, lo relevante de verdad, era que junto con el pantalón, también salieron las bragas.

—¿Qué vas a…?

Mi cabeza era muy consciente de lo que mi abuela tramaba, en especial, cuando puso cada pierna al lado de mis rodillas y su pelado sexo apareció delante de mis ojos.

No dijo nada más, puesto que se sentó de manera frenética encima de mí y antes de que me diera cuenta, estaba sujetando mis veintidós centímetros de polla en dirección a su agujero.

—¡La hostia…! —susurró entre dientes— Siempre me quise follar a uno tan joven como tú.

—¡Feli, que eres mi…! —mi capullo mojado se adentró en su inundado sexo y vi las estrellas— ¡AAHH! ¡Qué rico, joder!

—No digas nada que lo fastidie. —estaba mojada en cantidad y movió su cadera cuando soltó mi pene. De un solo gesto, lo introdujo a la mitad— Esta va a ser una buena tarde… Dime que sí. ¡Dime que sí!

Posé mis manos en sus nalgas, no eran duran, aunque sí grandes, seguramente con piel de naranja y el visible paso de la edad, sin embargo, entre mis dedos, estaban deliciosas.

—¡Sí…! —jadeé al contestar— Lo va a ser… ¡Sí…!

—¡Ay…! —su cadera empezó a moverse de manera veloz, a un ritmo que no sabía que llegaría con tal edad— Casi se me olvida. —maniobró rápidamente, sacando ambos brazos por los tirantes y bajando tanto la camiseta como el sujetador hasta que rodease su vientre— Para ti.

Sus tetas aparecieron delante de mi cara, redondeadas, gordas y con dos pezones que me miraban a los ojos. No lo dudé ni por un momento, ni siquiera pensé en nuestro parentesco, simplemente, me lancé con la boca abierta para degustar ese par de mamas operadas.

—¡Eso es! ¡Ay, mi nene, toma la merienda…! —suspiró sin dejar de moverse.

Feli lo hizo con rapidez, llena de ganas y con unos jadeos que no se silenciaron en el tiempo que estuvimos follando. Mi pene la penetró por completo, lo supe al sentir que su humedad me palpaba los genitales y también, porque aulló mi nombre contra las cuatro paredes.

No paré de mamarle los pezones, estaba muy encendido y sabía que, de un momento a otro, mi pene moriría expulsando todo su veneno. Tampoco me quería reservar, aquella locura podía tener fecha de caducidad y quizá, al terminar, me echaría de casa por semejante acto.

—¡Me quiero correr…! —le dije ahogando mi cara entre sus fabulosas tetas y con un pezón saboreado por mis labios.

—¡Y yo…! —se dejó caer con fuerza, incrustándosela por completo y agarré su culo con los diez dedos. La subí de nuevo, y la bajé con violencia contra mis veintidós centímetros— ¡AAHH! —aulló de puro placer— ¡Más, más…!

Fue un ruego que acaté y cuando lo repetí en dos ocasiones más, no tuve fuerzas para hacerlo una tercera. Mi pene ocupaba todo su interior, todo aquel cúmulo de músculos mojados que me apretaban con una fuerza abrumadora.

Eché la cabeza para atrás, permitiendo a mi abuela que se moviera a su antojo mientras trataba de ralentizar unas milésimas mi orgasmo y de esa manera, convertirlo en uno más placentero.

—¡Acabo! ¡Acabo! ¡Acabo…! —grité sin descanso, agarrándola del culo con todas mis fuerzas y metiéndole todo lo que tenía.

—¡Aaahhh! —devolvió el grito, no sé si por el dolor o por sentir mi polla contra su útero— ¡¡JOKIN!!

Cerré los ojos, tapando la visión de los pechos delante de mi cara, pero sintiendo un torrente inacabable que emergía de mi punta para bañar la vagina de mi abuela.

—¡Arde, arde…! —gimió sin descanso y después, sentada sobre mi polla, se quedó quieta a la vez que temblaba sin cesar— ¡¡SÍÍÍÍ!!

Clamó al cielo cuando su orgasmo llegó, dejándola jadeando y llena de mi viscosa leche blanquecina. Reposó su cabeza contra la mía, notando su respiración agitada golpeando mi boca y viendo de primera mano, su corazón queriendo salírsele de entre sus pechos.

Cayó con su trasero en el sofá, dándome ligeramente la espalda y pudiendo contemplar en sus nalgas, los diez dedos de mis manos bien marcados en rojo. Sonreí tontamente, levemente orgulloso por tal acto, como si algo hubiera tenido que ver en el tremendo orgasmo.

—¡Buena sorpresa…! —comentó tragando saliva. Abrió las piernas y pude observar como manaba de ella todo mi semen— ¿Te ha gustado tu regalo?

—No —contesté poniéndome de pie de un solo salto, las energías de la juventud nadaban en mí y no podía detenerme—. Este no ha sido ni el comienzo de mi regalo.

La cogí de la muñeca, levantándola en el acto mientras daba un leve grito de asombro. Feli caminó cogida de mi mano, con la mente ida por el orgasmo y unas piernas que todavía la palpitaban.

Yo estaba sumido en una vorágine de desenfreno increíble, era lo más morboso que me había pasado en la vida y todas las pajas de mi juventud, se hacían realidad. Ahora… sus tetas eran mías.

Llegamos a su cuarto y la lancé contra la cama, dejando que mi abuela cayera de espaldas y su pelo plateado danzase en el aire. Abrió las piernas en seguida, dejándome contemplar la leche que había brotado de su interior y poblaba los alrededores de su sexo. No me importaba, quería más.

—Jokin, ¿cómo es que puedes…? —le corté la respiración al echarme encima de ella y penetrarla.

—Te voy a follar durante toda la tarde.

—Me parece… —mis huevos estallaron contra su ano con suma dureza en la primera sacudida— ¡Jesús, qué polla! Te creo lo de los veintidós centímetros y… acepto tu propuesta… ¡Aahh! —otra entrada que la sintió en el alma— ¡Fóllame cuanto quieras!

Apoyé mis manos en el colchón, abriéndola del todo con mis piernas y metiéndosela tan a dentro como me fue posible. No dejaba de mirarme con sus preciosos ojos, de verdad, poseían algo especial, eran tan bellos que daba la sensación de que no provenían de este mundo.

Sus pechos se mecían arriba y abajo a cada entrada, estaban duros y se movían al mismo compas. Me encantaba esa imagen, aunque mucho más, que a Feli, la cara de altiva se le había mutado a una más pasional.

—¡Ahh! ¡Ahh! —jadeaba sin parar, apretándose con las manos los senos, para que se le quedaran quietos.

—¡Estás buenísima…! —pude decir con visible esfuerzo por tanta penetración.

—Lo sé… Lo sé…

—¿Sabes la foto de la playa…? —tuve que coger aire.

—Sí… ¡Aahh! ¡Qué polla tan grande! Me encanta, siempre quise una de estas… —echó la cabeza hacia atrás, hundiendo la nuca contra la almohada y tensando del todo su cuello— Desde pequeño… te gustó esa foto… ¡No pares de metérmela, por Dios te lo pido!

—Cuando venía con mamá… —se la metí entera, hasta que mis huevos acariciaron su culo y Feli gritó de pasión— Me escondía en este cuarto y me pajeaba pensando en ti…

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —las manos fueron a mi trasero y me dio un cachete haciendo vibrar sus pulseras— ¡Dale, dale, dale…! ¡No pares que exploto!

Seguí metiéndola con dureza y brío, de la misma manera que hacía con mis ligues de dieciocho años. La cama empezó a sonar y el cabecero rebotaba contra la pared en una explosión constante. Era el mismo lugar donde tantas pajas me hice en mi niñez con la foto de Feli, pero ahora, me la estaba follando a ella y no a un recuerdo del pasado.

—¡YA…! ¡YA…! —fue un grito que rompió su garganta.

La metí entera, apretando los dientes y con tanta fuerza que su trasero se separó de la cama para alzarse junto a mi pelvis. Las manos de la abuela se aferraron a sus tetas, marcando cada uno de sus dedos y abriendo la boca para dibujar un gracioso círculo del que escapó su chicle.

No dijo nada, ni siquiera respiró, se quedó en pura tensión mientras mi pene seguía atravesando sus entrañas. Estaba con la cabeza muy cerca de la mía, los ojos abiertos como platos y dedicándome una mirada tan sabrosa como esclarecedora, se estaba corriendo.

—¡¡AAHH!! —sacó todo el aire contenido, igual que si fuera su último aliento— ¡Jokin, pero qué cosa tan rica que me has dado…!

—Esto es la primera parte…

Estaba muy cachondo, demasiado. Nunca había pensado en hacerlo con mi abuela, bueno… con esa foto del pasado, sí. En mis solitarios momentos en el cuarto, la imaginé millones de veces fornicando en la arena e incluso, visitándome en mi casa con sus tetas al aire.

Sinceramente, esto era mucho mejor y mi pasión estaba por las nubes pese a haberme corrido instantes atrás. Mantenía mi escopeta dura y recta, mojada de todos los fluidos y con la punta echando humo.

La saqué de su interior, anegando el colchón de innumerables líquidos y moví las piernas de Feli hacia un lado. Se quedó en posición fetal, todavía retozando debido al placer que sentía, pero yo… quería más. No la iba a dar tregua.

Agarré mi sucio pene y lo dirigí entre las piernas que tan juntas tenía. Estaba el agujero de su ano brillante debido a su flujo, sin embargo, lo metí más arriba.

—¡Mi niño…! —suspiró agarrándose el gran culo y separando sus nalgas— ¿Más?

—¡Y lo que te queda…!

Abrió la boca cuando se la introduje del todo, apretando esos dientes perfectos y blanquecinos con mucha fuerza. No me podía detener, estaba muy caliente y mi gran resistencia, provocaba que el ritmo sexual no decreciera ni por un momento.

Era un no parar de meter y sacar. Mi abuela lo soportaba como buenamente podía, pero a cada entrada, gemía de una manera estridente. Al final, no estaba acostumbrada a semejante pasión, todos sus amantes, normalmente, pasaban de los cuarenta.

—¡Me estás poniendo demasiado…! —la cogí de las caderas y con fuerza, la giré. Ya estaba apoyada en sus rodillas con su gran culo delante de mi cuerpo.

—¿Cómo una perra ahora? —la contesté penetrándola y con las manos bien aferradas a su cadera— ¡Ay, Jokin…! ¡Me vas a matar…! Espero que te guste tu regalo.

—Quiero que me regales esto todos los años —se lo dije con el ansia brotando de mis labios.

—Sí, los días que quieras… ¡Ahh! ¡Ahh! ¡Sí! ¡Joder, tienes una polla enorme, mi amor! —los sonidos acuosos solapan los golpes de mi herramienta y los jadeos de la abuela se volvieron uno que no paraba de salir por sus cuerdas bucales— ¿Y yo qué hago luego? ¡Qué he quedado…!

—No has quedado. —el frenesí me llevó a darla un azote en su gran nalga y caer sobre su espalda con mi pecho. Con ambas manos aferré sus perfectas tetas y mi aliento, golpeó en su oído— Hoy, has quedado conmigo.

—Pues venga… ¡Venga, nene…! ¡Haz que me quede aquí toda la noche…! —mi cadera explotó en miles de movimientos más rápidos que la velocidad de la luz y mi bolsa escrotal la golpeó con furia en su duro clítoris— ¡AAHH! ¡AAHH! ¡SÍÍÍ! ¡Haz que me quede, haz que me quede…! ¡¡¡JOKIIIIN!!!

Saqué mi pene al momento que se corrió con aquel grito atronador. Quedé tumbado en la cama, mientras el culo de mi abuela, bailaba poseído sobre unas piernas que trataban de claudicar.

Su cara se enterró en la almohada y no pude observar el brillo de los ojos tras el orgasmo, daba lo mismo, porque sí que me fijé, en las tres gotas de flujo que le surcaban el muslo derecho. Un trabajo impecable por mi parte.

—Ahora ven tú aquí…

La di otro azote en la temblorosa nalga y me miró entre sus cabellos plateados. Su cara era un poema, enrojecida al extremo, con los ojos brillando igual que dos astros en el firmamento.

Se colocó los mechones rebeldes detrás de las orejas, dejando su cara limpia de pelos y resoplando con ganas. Estaba ida, con un placer que la recorría cada centímetro de su piel. Sin embargo, me mantenía tan cachondo como en el momento que puse mi mano encima de su teta y además… necesitaba volver a evacuar.

—Vamos… que vas a conseguir que yo también me quede.

Abrí mis piernas, agarrándola del hombro y dirigiéndola a donde debía acudir. Feli lo entendió a la primera, puesto que cuando vio mi polla dura y recubierta de fluidos, separó sus labios y se la metió hasta la garganta.

—¡Ouu! ¡Sí! ¡Buf, abu…! ¡Qué gusto me da que te la metas en la boca…! ¡Ahh!

Mamó de manera veloz, deslizando su lengua por todo mi tronco y adentrándola hasta que topó con su garganta. Sabía que querría muchas de esas chupadas, sin embargo, tenía una cosa en mente y no era capaz de dejarla pasar.

—Espera, que te tienes que ganar bien el que me quede aquí… —le dije saliendo de la cama— Ven.

—¿Quién te ha dicho que te quedas…? —su sonrisa altiva volvió a su rostro, quitando la mueca de orgasmo total.

—Lo sé de sobra… —me senté en la cama y la señalé el lugar de entre mis piernas— Ponte ahí.

—¿Qué quieres de la abuela? —sonrió de una manera tan lasciva, que era consciente de lo poco que duraría.

—Las tetas de Arturo, me toca usarlas a mí… ahora pasan a ser mías.

—¡Qué cabronazo…!

No dejó de sonreír cuando puse el pene entre sus pechos y lo atrapó con ambos montes. Tampoco lo hizo, en el instante que se movió de arriba abajo y el placer me fue llegando en grandes oleadas, dispuesto a sacar el resto que no le dejé en su interior.

—¿Te quieres quedar a cuidar de mí esta noche? —sus ojos resplandecían sin ni siquiera parpadear una vez.

—Por supuesto. Te pienso cuidar a la noche y también a la mañana… —un retazo de placer me dio una sacudida en el escroto, se venía lo inevitable— ¡Dale…! ¡No pares…! ¡Que me toca darte tu regalo!

—¡Uy…! ¡Vamos, sácalo…! —aullaba con felicidad— ¡No te cortes!

Apreté los dientes y en par de sacudidas más, Feli sintió que lo tenía en la punta. Me dirigió la mirada más caliente de toda mi vida y moviendo únicamente los labios, me pidió en el silencio de su hogar, que me corriera.

Lo hice tras un poderoso grito y moverme sobre la cama igual que si me dieran una descarga eléctrica. Mi abuela sujetó bien mi polla con ambas tetas, sin soltarla ni por un momento y bajando de nuevo la piel para sacarme toda la esencia.

Le dejé las tetas de Arturo anegadas en un baño de semen, que se contempló con una mueca de absoluta felicidad desde arriba. Estaba alegre a rabiar y yo… no me quedaba atrás.

—Bueno… —se puso en pie y pude observar esa figura curva, con unas tetas de escándalo y que coronaba una cara preciosa— Voy a ducharme y luego, pedimos algo para cenar. Tengo que reponer muchas fuerzas y las albóndigas de tu madre, no serán suficientes.

—Recuerda… —le dije entre jadeos. Apoyando su cuerpo desnudo en la puerta, me fulminó con sus preciosos ojos— Dile a tu amigo que hoy no quedas. Ni hoy, ni mañana, claro. Dile que has encontrado a un hombre mejor.

—Eso me lo vas a tener que demostrar… —apretó los dientes y su mano diestra, hizo lo mismo tirándose del erecto pezón. Era una diosa— todos los días que te lo pida.

****

El teléfono me empezó a sonar, ya eran más de las diez de la noche y había pasado la tarde en la casa de Feli. Vi en la pantalla que era mi madre, igual quería algo importante, por lo que, no dudé en cogerla.

—Dime.

—¿Hijo, donde estás? —mi madre no estaba preocupada, pero en su tono nacía cierta curiosidad— ¿No vas a venir a cenar?

—No, mamá. —cerré los ojos y acomodé mi cabeza en la parte trasera del sofá— Me voy a quedar con la abuela un rato, para hacerla compañía.

Agaché el rostro, mientras Feli me miraba colocada entre mis rodillas, sobre la alfombra de la sala y… con mi pene metido en su boca hasta la mitad, estaba sonriendo. Se había duchado después de recibir tanto semen y luego de otro breve coito, volvía a querer vaciarme por tercera vez en el día.

Pasé mi mano libre por su cabello plateado, llegando al pañuelo que le surcaba la mitad de la cabeza y dejaba el flequillo visible. Se lo había puesto para la ducha, sin embargo, no le dio tiempo a quitárselo cuando la llevé a la sala para que se sentase de nuevo sobre mi polla.

—¿¡Dónde la abuela!? —estaba tan sorprendida que no pudo ocultarlo.

—Eso es. —tapé el auricular y gocé de buena manera cuando la intentó devorar entera. Hice fuerza contra la otra mano y un sonido gutural de su garganta, llenó la sala— Igual me quedo a dormir aquí si se alarga la cena.

Feli imprimió más ritmo, con toda seguridad, cachonda por tener mi polla en la boca a la vez que hablaba con su hija por el teléfono. Sorbió todo lo que pudo, dándome un placer que llegaba a mis genitales sabiendo lo que iba a pasar.

—Bueno… Bien… —era un mar de incredulidad— Me avisas si te quedas y así, cierro la puerta con llave.

—Vale… vale… —mi voz se iba perdiendo porque el placer me envolvía en su traje de seda— Te quiero, mamá…

Feli se la metió entera, los veintidós centímetros que le ofrecía y yo, poseído por una lujuria desmedida, apreté su nuca para que su barbilla… topara con mis genitales. Lo conseguí.

—Y yo también, Jokin.

Contestó en el mismo momento que yo apretaba los labios para no decir nada y mi cargamento explotaba en la boca de mi abuela. Sin soltar el móvil, ni separarlo de mi oreja, me contraía encima del sofá. El placer era extraordinario, pero tuve que serenarme, mi madre estaba al teléfono al mismo tiempo que no dejaba de mirar esos ojos tan bellos que me fulminaban en cada parpadeo.

—¡Ah…, hijo…! —parecía que se acordaba de algo antes de colgar y yo, observaba la manera en la que Feli, se la sacaba derramando todo mi semen por sus labios— Que no te lie mi madre, ¿vale? Ya sabes cómo es Feli. —estaba al corriente de lo que venía— La abuela es un poco golfa.

Feli sonreía pasándose mi prepucio por los labios, limpiándome el semen con la lengua y mostrando una felicidad que su chico de treinta y cinco años no le hubiera dado jamás. Me la dejó impoluta, mientras que yo, con mi madre esperándome, tragué saliva y le contesté una realidad.

—Ya, mamá. Tienes razón.
 
Arriba Pie