La Vida de Kevin y de su Familia - Capítulos 01 al 03

heranlu

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La Vida de Kevin y de su Familia - Capitulo 01




Al fin mis manos iban a alcanzar los perfectos pechos de la reina de los mares del este. Su pálida piel brillaba a la luz de la luna y la cabellera rubia trenzada hasta casi sus muslos nos envolvía en la gélida noche. Era el momento idóneo, alcé mis manos mientras la hoguera crepitaba y su calor guardaba el secreto de nuestro idilio prohibido. Me mordí el labio sabedor de que por primera vez en mi vida, unos senos grandes iban a estar entre mis dedos, estaba tan cerca de cumplir mi deseo… “Tic, Tic, Tic…”.

—¡Kevin, la alarma! Levanta que no llegas a clase. —era mi madre la que aullaba desde el otro lado de la casa para que su pequeño vástago no siguiera durmiendo.

Con suma pereza y una resignación inigualable, bostecé a la par que maldije en voz baja para que nadie me escuchase. Para una vez que uno de mis sueños iba a terminar de la mejor forma posible… ¡Van y me despiertan!

En calzoncillos y en invierno, me acerqué como un muerto viviente a la cocina. Allí se encontraba mi progenitora, la cual siempre profería esos gritos de buena mañana, como si la alarma no hiciera ya su función. Estaba manejando el cuchillo como una experta asesina, untando la mermelada en las tostadas mientras mi padre leía algo en el móvil con el café en la otra mano.

Me costó mover el cuello, pero mi cabeza hizo un simple movimiento para que ambos se dieran por satisfechos con ese saludo, aunque al final, traté de añadir un hola. Mala decisión, porque aquello sonó a un graznido de pájaro agonizante que ninguno de los dos me devolvió.

—Pilar, este viernes parece que hay buenas películas en cartelera —comentó mi padre sin dejar de mirar el móvil, al tiempo que tomaba asiento en mi silla.

—No sé, Juanma, creo que tenía que hacer algo… —me pasó el desayuno, un cola-cao calentito, unas galletas y la tostada con mermelada— ¡Come, que estás adelgazando! No dejes nada que me cuesta mucho hacerlo todas las mañanas. —¿Cómo podía tener semejante facilidad para cambiar de conversación?— El viernes mismo lo miramos, cariño.

—¡Oye, papá! —dijo mi hermana entrando por la puerta como una exhalación y haciendo que todos girásemos la cabeza. Estaba vestida y preparada para marchar a la universidad, aunque parecía que algo la inquietaba— En dos días tengo el último examen, ¿me podrías llevar en coche?

—¿Es a la tarde? —Belén asintió— Entonces sin problema. —Juanma ni siquiera levantó la vista del móvil.

—¡Tira que ya es tarde! Vas a perder el metro. —Pilar caminó hasta donde ella, al punto de que casi la empujaba para que marchase. Qué mala leche gasta por la mañana esta mujer.

—¡Ya voy…! ¡Ya voy!

Mi hermana se largó tan rápido como vino y yo terminé las galletas en silencio mientras mis progenitores contaban algo sobre la casa, a lo cual, no puse atención. No me interesaba, prefería perderme en mi dulce sueño, en esas perfectas tetas, aunque la imagen ya se iba evaporando. ¿Por qué costará tanto recordar lo que uno sueña?

—Kevin, —me saltó mi madre sacándome de mi mundo interior— ¿tus exámenes cuando son? En un mes si no me equivoco. —no se equivocaba, ella nunca lo hacía en ese aspecto. Tenía controlado mis exámenes mejor que yo, así lo hizo con Belén y así lo hacía conmigo. La asentí con mi cara de dormido, esperando lo inevitable— Pues, chaval, no te he visto tocar un libro.

—Mamá… —la voz no se me había desperezado y pese a oírse mejor que el graznido anterior, aún le costaba arrancar— lo tengo controlado. Aunque no me vayas a creer, estudio.

—No, no me lo creo. —incluso se rio un poco, que poco confiaba en mi parte responsable. Aunque también era normal, no le había dado motivos para ello— ¡Llevas un año que estás en la luna!

—¡Déjale, mujer! —contestó mi padre con una sonrisa mientras depositaba su mano en mi hombro. Como siempre, me defendía, tal vez por ser los chicos de casa, no sé, pero le debo muchas rebajas en castigos impuestos por ella— Los chicos a estas edades, piensan en lo que piensan. Bueno… como todos, ¿no lo ves así, Pilar? —me apretó de forma afectuosa, teniendo que regalarle esa sonrisa que no podía esconder. Cumplido su cometido se levantó de mi lado para dejar la taza en el fregadero— Esta es una edad muy rara, de cambios. Pero sí, chaval, tienes que estudiar. Confió en ti, ¿vale?

Cada vez que me decía eso y, opino que él lo sabía, me metía una presión que hacía que espabilase. Aunque tengo que añadir, que en esta ocasión, no era muy necesario, porque era cierto que lo tenía controlado. Era mi último año en el instituto y quería sacar buenas notas, por lo que llevaba la materia al día, con estudiar un poco me valdría.

No obstante, mi madre también tenía razón, llevaba más de un año raro… o bueno, eso diría ella, porque no sabía muy bien que era lo que me pasaba. Era muy simple y si lo hubiera meditado por más de diez minutos habría caído en la cuenta. Lo que me pasaba era que, como buen adolescente, las chicas ocupaban el cien por cien de mis pensamientos.

Había comenzado a salir de fiesta y cada vez me era más complicado no fijarme en el sexo opuesto. Creo que la siguiente cuestión es por la cual estoy tan “obsesionado”, todavía era virgen y cada vez menos de mis amigos lo eran, sinceramente, no quería ser el último. No me apetecía nada.

Me vestí y marché al instituto con paso lento, me cuesta demasiado despertar a las mañanas y ni con una manzana para el camino suelo lograrlo. Dando pasos marcados y desganados, de pronto, tuve que levantar mi cabeza y fijé la vista en otro lugar que no era el suelo. Algo había llamado mi atención, una cosa que se me había colado por el rabillo del ojo y que me resultó que no debía estar allí.

Era el mismo camino al colegio de siempre, el que hacía desde los tres años, bueno… en esa época me llevaban mis padres, pero había recorrido esas mismas calles durante toda mi vida. Reconocía cada tienda, cada bar, cada esquina, incluso una pintada que ponía “Noelia x ¿?” y siempre me picó la curiosidad por saber quién sería esa persona. Aunque seguro que a Noelia no le importaría mucho, porque ya tendría su edad…

El caso es que me paré en seco, porque donde antes no había nada más que una persiana vieja y cerrada, ahora había una tienda nueva. Nunca hubo otra cosa que eso… una cortina metálica gris y bajada hasta el tope. No la recordaba con exactitud, sin embargo, podría asegurar sin temor a equivocarme que incluso estaba carcomida por los bordes inferiores.

No obstante, allí estaba, de pie, con mi mochila bien sujeta a los hombros y observando una tienda que era completamente novedosa. Eché una ojeada rápida, estaba algo descolocado y era como si estuviera explorando una zona desconocida de uno de los tantos juegos a los que me viciaba por horas.

El escaparate era de madera, dando una sensación de antigüedad que hacía parecer que únicamente hubieran levantado la persiana para mostrar lo que había detrás. Pero para nada era viejo, si no que la madera parecía brillar después de que la pulieran con esmero. Por un momento dudé, meditando sobre si llevaría más tiempo esa tienda abierta, aunque no podía ser, el camino me lo conocía como la palma de mi mano y lo hacía todos los días.

Di un paso hacia el cristal, que me permitía observar los productos expuestos. No dudé en hacerlo, es más, sentí como si mi curiosidad se avivase como un fuego al que le echan un bidón de gasolina. Me había olvidado de las clases, solo prestaba atención a todo lo que se me ofrecía detrás del vidrio.

Tuve la sensación de que había de todo, en su mayoría aparatos antiguos, no obstante, bien cuidados, como una máquina de coser que brillaba en un tono plateado increíble. Giré mi cuello tomando una instantánea mental de cada uno de los productos, sacándome una sonrisa al ver un teléfono de un color rojo muy vivo que tenía un dial giratorio para marcar los números.

De pronto, algo pasó por mi visión, porque no sé de donde pudo venir. Fue como si una bombilla o algún tipo de luz se encendieran a la derecha del mostrador, pero cuando giré mis ojos hacia allí, no había nada. Me quedé embobado, pensando si me imaginé semejante fogonazo, ya que tampoco había nadie en la calle a quien pudiera preguntar.

Sin embargo, rápido se me olvido, porque allí, hacia donde había movido mi cabeza por culpa de esa luz, vi algo que me llamó muchísimo la atención. Era una pequeña caja gris, con remates en negro, de la cual reconocí el dibujo que tenía al instante, era una Súper Nintendo.

La recordaba a la perfección, mi padre tuvo una cuando era joven y la conservó con tanto amor y cariño que llegó a los días en los que jugábamos juntos. Tengo recuerdos grabados a fuego echando partidas al Mario Kart y riéndonos sin parar, momentos de la infancia que siempre estarán en mí. No obstante, pese a que, como dice mi madre, “los productos de antes duraban más”, todo tiene un final y la consola dejó de funcionar dos años atrás.

No sé en qué momento tomé la decisión, pero para cuando fui consciente de lo que hacía, estaba atravesando el umbral de la puerta, con la mirada fija en la consola y mi padre en la cabeza. Sería por curiosidad, o solamente para informarme del precio…, el caso es que me adentraba en aquella tienda tan novedosa como desconocida.

Tras de mí se cerró la puerta, dejando un sonido de campanillas por todo el lugar que me hizo mirar hacia atrás.

—¿Eso ha sonado al entrar…? —murmuré con asombro, porque no había oído nada al abrir la puerta, tal vez estuviera demasiado dormido, nada raro.

Me giré olvidando las campanitas y di mis primeros pasos en aquel sitio tan inexplorado para mí. Me fijé en todos los rincones que pude, contemplando como a los lados de la tienda, las paredes rebosaban con estanterías llenas de objetos pulcramente colocados.

Muchos eran antiguos, pero ninguno daba la sensación de ser viejo o estar mal cuidado, al contrario, parecía que pese a poder tener mil años, no lo hubieran usado nunca.

La tienda era más grande de lo que parecía desde fuera y no es que estuviera muy bien iluminada, quizá aún les faltaba retocar ciertas cosas, o esa fue la sensación que me dio. Mi vista irremediablemente se fue al fondo, dejando a un lado las estanterías y una bici que brillaba en medio del pasillo.

Donde ahora dirigía mi mirada era al mostrador, donde un hombre mayor me saludó con una sonrisa afable, bonachona y con unos pequeños ojos que se escondían detrás de unas gafas todavía más pequeñas. Parecía estar leyendo algo, una revista o un periódico, pero tampoco le di más importancia, porque lo que me interesaba estaba detrás de mí.

Giré sobre mis talones, mirando por encima de los pocos tablones de madera que separaban el escaparate de la tienda y observé con más nitidez la consola. No es que la caja estuviera nueva, es que parecía recién sacada de la fábrica, como si Nintendo la hubiera hecho y traído en envío especial para esa tienda.

—Seguro que está más nueva que la de papá…

Al tiempo que la contemplaba, me imaginé llevándola a casa, como mi padre se emocionaría al verla y jugaríamos los dos como años atrás, llenos de felicidad y rebosando de nostalgia. Aunque seguro que Pilar hacía lo mismo de siempre, estar detrás de nosotros con los brazos cruzados y diciéndonos que terminásemos. ¿Cómo era…? ¡Ah, sí! “¡Estáis viciados a la maquinita!”. Mi madre cuando quería era autoritaria como ella sola.

Volví mi cabeza con la intención de preguntar al anciano del mostrador cuanto valía aquella máquina, porque me la quería llevar. Aunque cuando miré al fondo de la tienda, el señor parecía haber desaparecido, como si se hubiera esfumado por una puerta trasera, pero no estaba solo en la tienda, porque por el pasillo, venía una mujer.

Me quedé mirándola, más por lo raro de la situación, yo me esperaba al afable anciano, sin embargo, ahora se acercaba a mí, una mujer adulta. La analicé rápidamente, con esos ojos de adolescente que muchas veces se centran en un único objetivo.

Era mayor, más o menos de la edad de mis padres, con un pelo salteado de canas recogido en un curioso moño. Portaba unas gafas pequeñas, similares a las del hombre, atadas al cuello gracias a un fino cordel y, lo que más llamó mi atención, unos preciosos y grandes ojos dorados que resplandecían dentro de la tienda.

—Chico, ¿te puedo ayudar? —su voz salió tras una sonrisa y el tono me recordó a cualquiera de mis profesoras.

—Eh…, ¡Sí, claro! —seguía descolocado, sobre todo al observarla de cerca y comprobar que la mujer, pese a su edad, conservaba algo de… ¿Guapura? ¿Belleza? No sé lo que era, pero era atrayente. Incluso me resultó conocida, como si se me pareciera a alguien o su apariencia resultara familiar. Daba lo mismo, lo que me interesaba estaba en el escaparate, no en la mujer— He visto esa consola y quería saber cuánto cuesta.

—¡Vaya! La Súper Nintendo, gran elección. —me miró entrecerrando los ojos, analizándome de arriba y abajo con las manos en las caderas, no moví ni un músculo— ¿Tú no eres muy joven para conocerla?

—Sí. —soné tan seco… debía añadir algo más— Es que mi padre tenía una y me gustaría regalársela. Solíamos jugar juntos y estaría bien hacerlo de nuevo. Me trae muy buenos recuerdos.

—¡Qué bien! No es muy habitual que los hijos compren cosas para disfrutar con sus padres. Si os puedo hacer felices a los dos, me sentiré satisfecha. —reflexionó por un momento, llevándose un dedo largo coronado por una uña roja a la mejilla y miró al techo— Puedo notar en tu cara que la quieres mucho, podría bajarla hasta… cincuenta euros.

—¡Joder…! —me salió del alma.

—Con esa reacción me imagino que es mucho para ti. —asentí sin dejar de mirar la consola, tal vez intentando causar una ligera pena— No te desanimes, quizá haya otra cosa que te interese, ¿vamos a ver?

Con total confianza, puso su mano en mi espalda, justo por encima de la mochila y debajo de mi nuca. Anduve por inercia, como si esa mano me moviera al igual que hace un marionetista, o incluso, como si fuéramos dos viejos amigos dando un paseo. Antes de darme cuenta, estábamos recorriendo la tienda.

Se paraba cada poco en una de las estanterías, miraba unos cuantos objetos y después, negaba con la cabeza añadiendo “esto no”. Poco a poco nos fuimos acercando al mostrador donde al entrar se encontraba el hombre mayor que se habría esfumado a algún almacén trasero. Cuando estuvimos allí, la mujer rodeó la mesa y yo me quedé al otro lado, mirando cómo se inclinaba con la intención de buscar algo.

—¡Aja! —sonó finalmente mientras se incorporaba— Creo que tengo algo que puede ayudarte, lástima que en este caso no vaya a hacer feliz a tu padre.

—¿¡Qué!?

Apenas me dio tiempo a decirlo, porque antes de que terminase, la mujer dejó encima del mostrador un frasquito de cristal que relucía con la bombilla fluorescente del techo. Estaba de pie encima de la mesa, con la luz dándole de pleno y a su alrededor, parecía que… por muy poco… pero que las sombras que proyectaba se movieran en una danza extraña.

Quise mirar a la mujer, para comprobar si era el único que estaba viendo algo tan raro, pero no pude. El líquido que estaba en el interior y nadada de un lado a otro debido al movimiento que surgió al sacarlo de debajo del mostrador, me hipnotizaba. Era de un color morado, bastante claro y, sinceramente, debido a la poca luz, la primera impresión que me llevé fue que sería veneno. ¿Algo absurdo? Por supuesto. Por muchas cosas que tuviera en la tienda, ¿para qué me iba a dar veneno?

—Es un afrodisiaco. —la miré a los ojos para cerciorarme de que no me estaba vacilando— Sabes lo que es. Es un brebaje especial… —el misterioso tono de la mujer me hizo quitar la vista de sus ojos dorados, preferí contemplar el extraño líquido— Digamos que hace el efecto de un afrodisiaco, pero no es para ti, sino para la persona que quieras que caiga rendida a tus pies. No encontrarás nada más infalible, te lo aseguro.

Volví a mirarla, rodeados de un completo silencio, como si la calle hubiera desaparecido y solamente quedáramos nosotros dos en el universo. Un intercambio de miradas, primero al bote, luego a ella, después al bote. Sus palabras manaban con tanta verdad y seguridad que no podía ser que me estuviera mintiendo, aunque me salió del alma contestarla.

—¿Te estás quedando conmigo? —no fui capaz de contenerme, me estaba enseñando un afrodisiaco, esas cosas no funcionan— Gracias, pero no voy a comprarle eso… Esas cosas son un timo. Todas esas bebidas me parecen… —me callé porque con toda seguridad estaba siendo demasiado descortés. La mujer lo había sacado con su buena fe y yo lo estaba desdeñando de una manera muy infantil.

—¿Cómo sabes que no funciona si no lo has probado? —me lanzó una enigmática sonrisa, algo que no sabía de donde salía, pero que me atrapó.

—Prefiero que no y… gracias por su tiempo, tengo que irme a clase.

Giré mis pies y comencé a marchar en dirección a la puerta. Notaba su mirada sobre mi espalda, como si una fuerza ejerciera un poder para que no saliera. Con desconfianza, miré hacia atrás. La mujer, con unos pocos mechones canosos, pero bonitas facciones, seguía en su mostrador, apoyada sobre sus codos y justo entre ambos brazos el frasco de cristal con el líquido morado.

Fue como una atracción, como si el propio recipiente me estuviera mirando, rogándome que me diera la vuelta para cogerlo y llevarlo a casa. Mi cabeza soltó una carcajada, porque todo era tan absurdo que mi raciocinio me gritó, “¡Es un bote de cristal, no un perro abandonado! ¡Vámonos!”.

—Cuando salgas del instituto —comentó la mujer alzando el tono y haciéndose escuchar para todos los cacharros de la tienda—, seguiré aquí. Si recapacitas, entra. Te estaré esperando, Kevin.

Salí por la puerta y me sentí algo mejor, menos agobiado, como si hubiera salido de una densa niebla que no me dejase respirar. Seguramente, habría sido la propia tienda, llena de artilugios y con tan poca luz, que llegó al punto de ser claustrofóbica. Solo había sido un mal trago, nada más, una señora que trataba de timarme al verme joven, quería sacarme el dinero y ya.

Caminé por esas aceras que tantos años había recorrido, dando los mismos pasos de siempre, pero con la mente en blanco. Aunque cuando vi mi instituto de fondo, la curiosidad que me generaba la tienda y… la mujer… empezaron a acrecentarse dentro de mí.

Era como tener un pequeño ratón dentro de mi vientre, que a medida que pasaban los minutos, más me devoraba por dentro. Después de la primera hora de clase, miré por la ventana, con una duda que me golpeó como si fuera un bate de béisbol. Con la peculiar visita a la tienda no me había dado cuenta de algo muy importante y, ahora, mientras no atendía en clase, me pregunté casi de sobre salto, “¿¡En qué momento la he dicho mi nombre!?”.

****​

El timbre sonó con mucha fuerza, haciéndome saber que la última clase había terminado y que por fin era libre de los estudios. Antes de que terminara el estridente sonido, que a más de uno levantaba de un susto de su asiento, me despedí de la “señorita Claudia” como todo el mundo la llamaba y atravesé la puerta a la carrera.

¡Era demencial!, aquella mañana no había pensado en otra cosa que en la dichosa tienda. ¡Todo el rato! Ese picor que había estado dentro de mi tripa me acabó por consumir.

La tienda en sí, era un enigma, un rompecabezas que hacía eso mismo… romperme la cabeza. No podía darle vueltas a otra cosa y toda mi atención se diría al interior del local. Incluso había dejado a un lado la Súper Nintendo, ya que la propietaria y sus ojos dorados estaban fijos en mi mente.

Bajé a la calle saltando de tres en tres los escalones, percatándome de que iba por mi ciudad a un paso que limitaba con el trote de cuando hacía deporte. No tardé en recorrer mi camino habitual y divisar la tienda a lo lejos, seguía abierta y, por algún motivo, supuse que me estaba esperando.

Paré un poco antes para serenarme y que no viera que había llegado sofocado, como si me estuviera haciendo el interesante, llegando despreocupado a la cita con una chica. La puerta se abrió y de ella, salió un hombre de mediana edad ensimismado con un libro entre sus manos.

Le brillaban los ojos, de la misma forma que a un pirata al encontrar un buen botín o un tesoro escondido. Y tal vez, para el hombre, era eso, una quimera buscada durante años que no hubiera encontrado en ningún otro lugar. Casi estaba seguro de que esa suposición era la acertada.

Me adentré cuando el hombre ya bajaba la calle sin dejar de mirar su libro y, en el momento que la puerta se cerró tras de mí, de nuevo el sonido de las campanillas volvió a llamarme la atención. Aunque algo hizo que me girara como una exhalación.

—¿Te gustan las campanillas, Kevin?

La mujer estaba a la derecha de mi campo visual, subida a un pequeño taburete y ordenando unos cuantos artilugios que parecían ser más viejos que el tiempo. No pude evitar fijarme en ella, en cómo era, mi ardor adolescente siempre prevalecía y con aquella mujer no iba a ser menos.

Se sostenía en unas piernas esbeltas, pero fuertes, que coronaban lo que para mí fue una sorpresa, puesto que su trasero no iba acorde con ese cuerpo. Lo primero que me vino, fue reflexionar sobre si ese culo era de una mujer más joven y no de alguien tan mayor, tal vez… se hubiera quitado unos años de encima en mi ausencia.

Sin embargo, debía comenzar una conversación y lo primero que me salió preguntarla fue algo muy obvio a lo que le estuve dando vueltas toda la mañana.

—¿Cómo sabes mi nombre? —se lo dije con seriedad, sin que pareciera que no podía creérmelo, con toda seguridad era una amiga de mi madre que no conocía o algo por el estilo. Tal vez ese era el motivo por el que su apariencia me resultara tan familiar.

—Bueno… —bajó del taburete y se limpió las manos con calma, igual que lo haría si yo no estuviera— Es fácil, tengo poderes y te leí la mente. —me lo creí… ¡Joder si me lo creí! De la misma forma que lo haría si tuviera cinco años. Me quedé mirándola con los ojos abiertos por qué no podía contestarla— O también puede ser que lo haya leído en la etiqueta blanca que tienes a un lado de tu mochila.

—¿¡Qué!? ¿Qué etiqueta? —giré mi cuerpo como un contorsionista, levantando el brazo y comprobando que la tarjeta estaba allí, de color blanco y metida dentro de un plástico. La caligrafía de mi madre era perfecta y sí… allí estaba mi nombre— Qué observadora…

—Suele ser así cuando tienes los ojos abiertos, nada más te tienes que fijar. —pasó a mi lado y con un movimiento de muñeca, me añadió con total seguridad— Sígueme.

Lo hice sin que me lo tuviera que pedir dos veces, de la misma forma que si me lo estuviera pidiendo mi madre, en ningún instante me planteé no hacerlo.

Con un paso más lento que rápido llegamos hasta el mostrador, donde esa misma mañana habíamos tenido una conversación, que sin ser extraña en palabras, sí que lo fue en sensaciones.

Se volvió a agachar, idéntico movimiento al de unas horas atrás, sabiendo de sobra lo que depositaría de nuevo encima de la mesa. En esta ocasión, algo cambio, porque no me sacó únicamente el bote de cristal con el brebaje morado en su interior, sino que colocó delante de mí una cajita de madera. Antes de que pudiera preguntarla qué era, dudé sobre si en realidad me leía la mente, porque se volvió a adelantar.

—Esto es lo mismo que hemos hablado esta mañana. —abrió la pequeña caja con cautela y pude ver el frasco de cristal con el líquido morado, acomodado sobre un pañuelo de seda de color blanco. Aunque no estaba solo, y a su lado, había un tubo que me recordó a la pasta de dientes que dejan en los hoteles— Hijo, tú ahora mismo no necesitas una consola, necesitas ayuda para otra cosa.

—Pero, ¿¡qué…!? —estaba descolocado por completo— Yo no necesito ayuda de nada, ni para nada, necesitaba la consola para regalársela a mi padre. —negué con la cabeza, todo era muy extraño y algo me gritaba que lo mejor era irme de allí, pero no podía, porque otra parte me suplicaba que la escuchase— No sé para qué he venido…

—Cierto —me cortó ella con su voz tenue—, muy rápido has venido para salir a la una de clase, apenas son y diez. ¿Te has ido de la última hora? O dime, —su rostro cambio a uno felino, uno de quien se sabe ganadora— ¿has venido corriendo?

Eché la cabeza hacia atrás, no sabía qué creer acerca de esa mujer. Solo podía mirarla a los ojos, tratar de ver a través de aquel dorado resplandeciente, pero me era imposible, aunque… quería quedarme.

—Kevin, tú necesitas algo. —siguió hablando sin dejar de mirarme— Quitarte ese peso que tienes encima. —torcí el gesto, sin saber de lo que hablaba, aunque algo me venía a la mente— Todo jovencito quiere… “Utilizar” su pajarito, ¿no es así?

—¡¿Usted, señora?! —me sorprendió demasiado y traté de decir algo— No… a ver… —trataba de negar la mayor, pero el pensamiento sexual volvía a estar en mi cabeza. “¿De verdad podría ayudarme?”.

—Puedo ayudarte, hijo. —su voz era como un bálsamo, algo que navegaba en el aire y se adentraba en mi cuerpo para creer sus palabras— Esto te va a ayudar a conseguir lo que te propones. —se inclinó todavía más sobre el mostrador haciendo que sus gafas colgaran en el aire y dispuso sus labios sin dejar de mirarme para murmurarme algo, en total confidencia— Tú quieres una mujer.

—Vale… a ver… esto ya es demasiado… —las palabras no salían, pero en mi mente la idea de que aquella mujer no mentía estaba tan clara como el agua. Era una sensación que se había adentrado en mí, un parásito infestando mi cerebro, sin dejar que tomara mis propias decisiones. Lo vi claro, si me podía ayudar o no, era una cosa, pero lo mejor sería seguirla el juego y largarme— Mire, normal que acierte, quiero una mujer… una chica, como todos los demás en mi clase. Eso lo acepto, pero… —el frasco seguía allí, tan apetecible. Ella asintió, parecía entenderme mejor que mi padre, mi madre o mi hermana— ¿Cómo puedo saber que no me estás timando o riéndote de mí?

—¿Qué conseguiría con eso? —se volvió a erguir detrás de la mesa de madera, dando la sensación que lo hacía como un ídolo gigantesco, levantado para adorar a una diosa— Como mínimo, mala fama y que nadie venga a la tienda. Algo que para nada me gusta, no es muy agradable no tener clientela.

Con una mano sobre la mesa comenzó a andar alrededor de esta, sin dejar de mirarme a los ojos con ese dorado tan peculiar que tenía. No me moví y aunque lo hubiera querido, no podría haberlo hecho. Tuve la intención de salir corriendo, no por miedo, sino porque el cuerpo me pedía que me alejara de aquella mujer que ahora se acercaba a mí con un contoneo increíble.

Los tacones de la dependienta dejaron de sonar justo cuando se colocó en frente de mí, que seguía tan pétreo como una estatua, solo se me movían las fosas nasales para respirar. Me fijé bien, era casi de mi misma estatura con los tacones, sus ojos felinos y los míos estaban a la par, parecían dos pozos de ámbar donde perderse.

No habló durante un instante que me pareció un siglo, aunque al menos me di cuenta de que desde más cerca, su rostro parecía más joven que antes. Apenas tenía unas pocas arrugas y mi suposición de que era más mayor que mi madre ahora estaba en duda. Casi serían de la misma edad.

—Funciona —sonó tan cierto como si me dijera que el agua moja. La creí, aunque la dejé continuar—. Te lo prometo. ¿Quieres una muestra de buena voluntad? Aquí la tienes. —señaló la cajita abierta con los dos productos dentro— Lo he preparado para ti.

Aguanté la mirada sin saber de qué forma, era tan penetrante que me imponía como nunca nadie lo había hecho antes. Cuando me di por satisfecho, recorrí el brazo que mostraba la caja, hasta llegar a la uña roja que me señalaba el frasco morado.

En un visto y no visto, la mujer cerró la caja delante de ambos con un movimiento tan rápido como inesperado. No quedaba más que hacer, solo me aventuré a preguntar lo obvio.

—¿Cuánto?

—¿¡Cuánto!? —se sorprendió y una sonrisa apareció en su rostro, dejando a la vista unos dientes perfectos que, de estar al sol, hubieran reflejado la luz— No, hijo. Esto no cuesta nada, te lo estoy regalando. —mi cara tuvo que ser un poema de perplejidad porque no dejó de hablar— Pero en este mundo nada es gratis, eso está claro. Solo te voy a pedir una cosa a cambio. Cuando termines con el líquido morado, ven y devuélveme el mismo frasco que te doy, nada más. En ese momento, cuando vuelvas, tal vez hablemos de algo y… quizá, esa consola esté más rebajada.

—¿De qué vamos a hablar? —pese a querer la Súper Nintendo, casi la tenía olvidada.

—No es dinero, puedes estar tranquilo. Únicamente será un favor. —mi rostro debía reflejar todas y cada una de las dudas que me surgían dentro de aquella tienda y la mujer no perdió el tiempo en querer borrarlas— Voy a demostrarte mi buena fe. Acompáñame.

Llegamos hasta el escaparate, donde estirando el brazo, la mujer cogió la Súper Nintendo y, de nuevo, volvimos a paso rápido al mostrador. Allí la metió, debajo de la mesa y dedicándome una dulce sonrisa, me comentó.

—Te la reservo para cuando termines el frasco. ¿Trato hecho? —su rostro me decía que estaba… feliz.

—¿Por qué…? —miré hacia los lados buscando una cámara que estuviera filmando, todo era demasiado raro— ¿Por qué haces esto?

—¿Por qué no lo iba a hacer? Me has caído bien, Kevin. Estoy comenzando en el barrio y, bueno, tengo que labrarme una buena fama. Muchos negocios dan cosas gratis a sus clientes los primeros días.

—Si tú lo dices… —acerqué la caja y dejándola a escasos centímetros quise aclarar una duda abriendo el contenido— ¿Qué hago con esto o cómo funciona?

—¡Me gusta que empieces a implicarte! —su dedo índice, con una piel tersa, en primer lugar, señaló el frasco con el líquido en su interior. Al tiempo que con la otra mano se ponía sus gafas— Como ya te expliqué, esto es un afrodisiaco, fácil. Y esto otro, —señaló el tubo blanco, que al prestarle atención, percibí que tenía una pequeña etiqueta en la que ponía “purificador de piel”— es una crema “reafirmante”.

—¿Para qué quiero yo una crema reafirmante? —eso era para viejas y viejos, no para mí.

—No es para ti, ninguna de las dos cosas es para ti. Es para la mujer a la que quieras… —buscó una palabra mientras sus ojos miraban al techo tras las lentes y, al final, la encontró— cortejar. Si ves que los atributos físicos no son satisfactorios para tu gusto, puedes echarle un poco de crema para que mejoren.

—¿¡Cómo!? No entiendo… Esto es como esas cremas de las farmacias que te quitan las ojeras. No lo comprendo, señora… —la duda nacía en mí de nuevo, pero rápido habló la mujer.

—Más o menos…, —sonrió picaronamente— pero solo un poco, ¿me oyes? Tanto del frasco como de la crema. De la crema, vierte un poco sobre la yema de tus dedos y esparce donde lo creas conveniente. Cuidado con la crema, si no los efectos se verán menos reales…, de hacerlo, que sea poco a poco, unas pasadas cada día.
 

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La Vida de Kevin y de su Familia - Capitulo 02

La miré algo desconcertado, no sabía de lo que me estaba hablando, las palabras en sí, las entendía, pero el contenido de estas era todo un enigma. Solamente me venía a la mente esos anuncios de médicos zulús que te “curan” el ordenador a distancia con unos cantos rituales. Aunque… en este caso… si la mujer me hubiera dicho eso mismo, hubiera ido corriendo a casa esperando tener el ordenador arreglado.

—Entendido, —para nada, no obstante, dije lo poco que comprendí— un poco de cada.

—Es importante eso, Kevin. No te excedas. —cogió la caja dejándola en la mesa y abrió el frasco. Una fragancia a rosas mezclada con canela atravesó mi nariz, un olor tan dulce y placentero que me embelesó por completo. Por primera vez creí que lo que me daba era real y que… funcionaria— Con una gotita ya está, también la puedes echar en el agua, café u otra bebida. No provoca efectos secundarios y es inofensivo. Atento.

Alargó su dedo índice y lo colocó con suma rapidez en la salida del frasco. Le dio la vuelta a este, dejando que su yema se impregnara del líquido y después, volvió a girar el bote para taparlo con calma.

De un momento a otro, se puso delante de mí y, en un gesto tan rápido que apenas lo vi, pasó su dedo por mi nariz rozándome la punta con una de sus uñas. Lo primero que sentí fueron unas cosquillas debido al roce de su uña, pero acto seguido, el olor me golpeó con extrema fuerza.

Aspiré profundo, sintiéndome embriagado por el aroma que tan lentamente atravesaba mis fosas nasales. Me llenó el cuerpo, notando una paz tremenda que, al momento, se transformó en algo más. Mis ojos se abrieron de par en par, dilatándose mis pupilas hasta el punto de ver el mundo de otra forma. Todo mi ser tembló y mi corazón se detuvo por un instante como si se estuviera reiniciando.

Nada cambió y, a la vez, todo lo hizo. Cuando las pupilas regresaron a su forma habitual, delante de mí se encontraba la misma mujer, pero con un ligero cambio, no en ella, sino en mí, me parecía la más bella del mundo.

En un acto incontrolable me acerqué a ella como nunca había hecho a ninguna mujer, con decisión y pasión. Ella abrió los brazos y me rodeó por el cuello dejándose llevar hasta que su trasero, debido a mi frenesí amatorio, tocó el mostrador y se subió en este.

No podía aguantarlo, mis ganas eran superiores a todo, la quería besar, lo necesitaba y si me dieran a elegir entre eso y respirar, elegiría tocar sus labios. Moví mi cabeza para alcanzar su rostro, pero dos dedos de la mano que no estaba untada en fragancia me lo impidieron. Sentí que mis ganas por tenerla eran infinitas, casi demenciales y que aquellos dedos casi me hicieran rabiar, no obstante, como eran de la mujer más preciosa de la creación, no dije nada.

—¡Apenas nos conocemos, Kevin! No seas atrevido… —rio de forma muy coqueta y añadió— Soy irresistible, ¿verdad? —estaba complacida y yo le asentí como un perrito sumiso dispuesto a cumplir los deseos de su ama— Se te pasará rápido, apenas lo has olido. En unos segundos estarás como siempre…

—¡Eres preciosa…! —me salió decirla cortando su frase con un tono de voz que se me derretía en la garganta debido a la pasión.

—Kevin… —se rio a mandíbula abierta y yo no le encontraba la gracia— Eres un adulador, pero muy a mi pesar debo rehusar, aunque antes un regalito… Me caes muy bien…

Su mano pasó por mi pecho mientras yo seguía su recorrido con mis ojos. Esta llegó hasta mi ombligo y, con una fuerza imparable, rogué por qué siguiera hacia abajo. Así fue, su mano llegó hasta la frontera de mi pantalón de chándal, parando un momento para que la mujer de la tienda me mirase a los ojos. La seguí el juego y posé mi visión en sus ojos dorados que, ahora, eran perfectos, dos soles que resplandecían únicamente para mí.

En un movimiento tan rápido que no me enteré, ya que suficiente tenía con contemplar los ojos más bonitos de la existencia, su mano se adentró por mi chándal y encontró lo que buscaba.

Su palma tocó mi pene erecto, estaba caliente, casi ardía y con sus dedos la agarró con tanta fuerza que me encorvé del dolor. Sin embargo, después de un sonido seco e involuntario que manó de mi garganta, el daño casi se convirtió en placer.

—Esto es un regalo extra, —se inclinó para decírmelo al odio y que pudiera escucharlo a la perfección— para que también disfruten ellas.

Sentí un calor en mi sexo que no era normal, mucho más que antes, alguien había metido una estufa en mis pantalones y, de un momento a otro, me la iban a quemar. Fueron dos segundos con su mano aferrando mi paquete, para después soltarlo y con suavidad quitarme de encima.

Di dos pasos atrás, estaba completamente mareado y el mundo pareció de nuevo oscurecerse, todo parecía volver a su sitio y la vendedora, aunque conservaba cierta belleza, volvía a ser una persona normal y no un ser de belleza suprema.

—¿¡Qué cojones…!? —conseguí decir cuando estuve más centrado.

—Coge tus cosas y aprovecha el tiempo, hijo. —caminó hacia la parte de atrás del mostrador y prosiguió— Eres joven y estás en la mejor edad. No te preguntes que ha pasado, solo ve.

Alcanzó una silla para sentarse, se recostó hacia atrás y mientras yo cerraba la caja y la cogía con ambas manos como si llevara una bomba, ella me añadió.

—Estaré aquí siempre que lo necesites. Si tienes dudas, ven. Si tienes problemas, ven. —había terminado, no obstante, algo más le vino a la mente— ¡Ah! Tu pene. Hoy te va a doler, no le des importancia, mañana estará mejor.

—Señora… —miré mi pene que lo notaba a la perfección y después a la mujer, parecía cansada en la silla y algo más mayor que unos segundos atrás— ¿¡Quién es usted!?

—Tengo que cerrar ahora, Kevin. Otro día, si quieres… ven con más tiempo y nos presentamos mejor. Mi nombre es Bárbara.

No recuerdo muy bien el camino a casa, estaba descolocado por lo que había sucedido y un poco mareado. Mi madre me miró con el gesto torcido cuando entré por la puerta, pero menos mal que no preguntó nada, porque no sabría qué decirla. Lo más seguro es que pensase que estaba borracho.

Guardé mi nueva caja en mi cuarto, en uno de los cajones vacíos donde sabía que nadie miraba, ni siquiera Pilar cuando limpiaba. Pasé aquella tarde tranquilo, hasta que cerca de la hora de la cena, aparecieron los dolores de en la entrepierna como ella había dicho y apenas se pasaron hasta que a la noche, entre leves quejidos contenidos, me dormí pensando en Bárbara.

Amanecí con un picor tolerable en mi entrepierna, nada del otro mundo, era similar a tener una picadura de un mosquito, nada destacable. Aun así, lo que si me picaba más eran las ganas de orinar que se acumularon a la noche, por lo que fui corriendo como loco al baño y al bajarme el pantalón me quedé de piedra o, mejor dicho, me asusté.

Lo que tenía entre las manos no era lo que habitualmente calzaba. Mi pene había crecido, era innegable, entre mis manos una carne flácida y gorda soltaba un chorro de orina cuál manguera de piscina.

No tenía ni un ápice de dudas de lo que había ocurrido, Bárbara había hecho aquello, la mujer no era alguien “normal”. Con posar su mano en mi pene y diciéndome que me hacía ese regalo para que ellas disfrutasen… ¡Me había agrandado la polla!

Quedé por un rato con mi nuevo “amigo” en la mano, increíblemente sorprendido y pese a terminar de orinar, no me la guardé hasta que me di cuenta de que llevaba un minuto observándola. Por un momento me tuve que mirar al espejo, concienciándome de que estaba despierto y no era un extraño sueño demasiado real como para confundirme. No, era todo cierto, la polla me había crecido, era un hecho.

Me dirigí a la cocina, desconcertado como nunca, no era posible lo que veían mis ojos, no es que la tuviera dura o que siguiera medio dormido, no. La realidad era que con algo que ella tenía… la palabra poderes, no quería mencionarla, pero… si no era eso, no sabía que podía ser. La situación estaba clara, algo había hecho para agrandármelo.

Fui a clase después de evadir alguna que otra pregunta de mi madre sobre los exámenes. No me encontraba en disposición de contestar a ninguna de sus fastidiosas cuestiones y, menos aún, en el recorrido al instituto, de pararme delante de la tienda.

Al pasar la esquina que desembocaba en la calle del local que regentaba Bárbara, lo primero que pensé fue en darme la vuelta y correr a casa, no por temor, pero si por un respeto a lo desconocido. Sin embargo, tenía que ir al instituto, por lo que hice lo más cuerdo, cruzar a la otra acera y pasar a la carrera para que nadie pudiera verme por el cristal del escaparate. No obstante, algo me decía que Bárbara… sabía qué había pasado.

Las clases trascurrieron sin pena ni gloria, solo presté atención en la clase de inglés. No me interesa para nada esa asignatura, pero la “Teacher Míriam”, como nos hace llamarla, está de buen ver y es la profesora que más me alegra la vista.

Esa es la única razón por la que apruebo a duras penas la asignatura, porque la maestra me interesa. Y eso que es mayor, cerca de la cincuentena, sin rebasarla, pero creo que el punto de ser profesora le da un plus que me encanta. Aunque bueno, soy de los pocos de clase que opina así, no es la que mejor está, pero tiene algo que… me pone.

La tarde la pasé metido en mi habitación con los libros delante de las narices, por un lado, para contentar a Pilar y, por otro lado, para dejar de pensar en Bárbara y su tienda. Aun así, me era imposible, no lograba sacarme de la cabeza ni la conversación, ni el sentimiento de pasión al oler la gota y mucho menos, el “apretón” que propinó a mi pene.

—¿Dónde me he metido? —dije muy bajito al tiempo que cogía del cajón el regalo de la dependienta.

Saqué el frasco de cristal y lo miré sin parar, destapándolo por un momento para oler su fragancia, era deliciosa, pero no tanto como la otra vez, supuse que si lo hacía uno mismo no tendría el mismo efecto o… eso esperaba.

A la mente me vino la vuelta a casa de ese mismo día y como había corrido por delante de la tienda, por si acaso a Bárbara se le ocurría salir para reclamarme. El respeto que me imponía esa mujer y su local, era bastante evidente.

Me picó la curiosidad al contemplar el frasco. Quería ver hasta qué punto eran ciertas las palabras de mi nueva amiga, de las cuales, no dudaba ni un ápice. Fui con rapidez a la cocina, cogiendo un vaso y rellenándolo con el agua fría que tenía en la nevera.

Volví a mi lugar en el cuarto, cogiendo el frasco y con cuidado traté de verterlo poco a poco. Sin embargo, estaba nervioso, no por nada en especial, únicamente por la idea de manejar algo que estaba fuera de mi entendimiento. Lo giré demasiado y gracias a mi horrible pulso, no cayó en el agua una gota, sino un leve chorro.

—¡Mierda! —solté en un momento al ver como había quedado el frasco.

Lo tapé y lo dejé con cuidado en la mesa, centrándome en el agua casi helada que tenía. El líquido morado había caído en su interior, pero… no se notaba nada, ni el color había cambiado y, al acercar la nariz para olerle, pude comprobar que no tenía ningún olor.

Llegué a coger el vaso en la mano para darle un sorbo, pero en el último instante, preferí dejarlo donde estaba. No me apetecía tentar a la suerte y que aquel brebaje me hiciera algo… suficientes pruebas había hecho ya.

Traté de seguir con los estudios, pero era complicado. Más que nada por las hormonas juveniles que aparecían, ya que a cada página que leía, de mi cuerpo, manaban ganas de darme una alegría.

—¿¡Cómo es posible que siempre que estudie me tenga que pajear!? —me callé al momento, reflexionando si mis palabras habían sido demasiado elevadas, lo último que me apetecía era una bronca de mi madre o risas de mi hermana.

Encendí el ordenador y me puse alguno de los videos porno que solía visitar, uno de mis favoritos, para hacer aquello lo más rápido posible. Mi pene se encendió muy rápido, al contemplar como una mujer madura era penetrada por un chico joven. A poco de estar viéndolo, la sangre comenzó a fluir a chorros hacia mi entrepierna.

Me sentía desubicado, porque mientras más crecía mi pene, más me daba cuenta de que aquello era más que grande. La saqué para verla, dentro del pantalón abultaba muchísimo, pero cuando salía a tomar el aire, se notaba su poder.

En un acto reflejo, apagué la pantalla del ordenador y dejando todo tal cual estaba, fui a la cocina para coger el metro. Mis intenciones eran claras y me encerré en el baño a toda prisa, ya que mi pene colgaba erecto fuera de los pantalones. Cuando la vi en perfecto estado sentí algo de temor, porque aquello no era mío, era un nuevo compañero de cuarto que yo no había pedido.

Mi pene mide más o menos en erección unos 17 centímetros, sí que es bastante ancha, pero hasta ahí. Me ha parecido toda la vida que tengo una buena herramienta, sin embargo, cuando vi aquello… no podía ni articular palabra.

Las venas dibujaban un entramado de raíces llenas de sangre que bombeaban sin parar, mi tronco lo sentía duro como el acero, y el capullo florecía en un tono morado que nunca había visto. Poniéndome el metro en la base, comencé a estirar y llegando a la punta, puse el dedo donde los centímetros acababan. Miré el número con sorpresa y volví a ponerlo en la base para repetir el proceso. La segunda prueba dio el mismo dato, no me lo podía creer, ahora… ¡Mi polla medía 22 centímetros!

—¡La virgen! ¡La virgen! ¡La virgen…!

Tuve que callarme al escuchar unos pasos y por poco me da un infarto imaginándome que alguno de la casa me viera midiendo semejante miembro. Hubo suerte, a nadie le dio por abrir la puerta, menos mal, porque la había cerrado, pero no puesto el pestillo.

La culpable de todo aquello era una persona, solo una… Bárbara. Con el calor de su mano o a saber cómo, había logrado agrandar mi pene cinco centímetros, nada más, ni nada menos.

—¿¡Qué hago yo con esto!? —me salió susurrarle a mi propio pene viendo su colosal tamaño. Si poco sabía del sexo, ahora tenía que empezar a conocer de nuevo mi propio sexo… ¡Una locura!

Guardé el arma dentro de mis pantalones, porque en realidad, en eso se había convertido mi miembro viril, ya no era un pene, sino una porra policial. Me senté en la taza del váter, aprovechando el frío que daba y así poder bajar semejante trompa de elefante. Aunque fue difícil, tuve que sacar la artillería pesada, recordando imágenes crudas de los libros de historia que consiguieron hacer su trabajo.

Después de par de minutos logré calmar a la bestia y salir del baño sin más que una rojez en el rostro, mejor ahí que en el pene. Volví a mi habitación con calma, de la misma forma que si hubiera sacado todo el veneno que guardaba en mi bolsa escrotal, parecía incluso feliz.

—Un poco de estudio y se acabó —dije al pasar la puerta de mi cuarto, aunque la felicidad que portaba rápido se borraría.

Mi tranquilidad se vio alterada, cuando levanté la cabeza y comprobé que mi habitación no estaba vacía, sino que dentro de ella mi hermana estaba junto a mis libros. Se encontraba justo delante de la mesa, dándome la espalda y no pude ver correctamente lo que estaba haciendo.

Una cosa dentro de mí se encendió, una alarma que me avisaba de que algo no iba bien. Lo primero que me vino a la mente fue el frasco, lo había dejado fuera y… el vaso. Di dos zancadas rápidas, queriendo empujar bien lejos a mi hermana y que ni se le ocurriera tocar nada que hubiera en esa mesa. Cuando estaba casi a su lado, observé como la cabeza de Belén se movió hacia atrás, no podía ser cierto.

Abrí los ojos de par en par, el cuello estaba tenso y en su mano, portaba un recipiente de cristal, no era el frasco, menos mal… pero no estaba tranquilo, porque era el vaso de agua. Me temí lo peor, que el mundo se me veía encima, porque lo que Belén tenía posado en sus labios era el recipiente con un buen chorro del líquido morado. No se me ocurrió otra cosa que gritarle desesperado.

—¡Belén, no!

Alcé rápido las manos, pero no me dio tiempo. Belén estaba bebiendo el agua con el brebaje misterioso que Bárbara me había dado. Se lo quité de los labios casi en el mismo momento que su garganta se movía tragando, provocando que unas cuantas gotas volaran por el aire.

Me quedé mirando, como el agua oscilaba de un lado a otro dentro del recipiente, estaba consumido por la mitad, si no es que tenía menos. Belén había dado un buen sorbo, uno que le había hecho ingerir tanto el agua como el líquido morado.

Lo primero que se me pasó por la cabeza, fue el momento en el que Bárbara me dio a oler aquella pequeña gota, la sensación de pasión, ese desenfreno… y luego, miré a mi hermana, no sabía que espérame. La voz de Bárbara resonó en mi cabeza, avisándome que no usara mucha “dosis”. Algo dentro de mí empezó a temblar.

—¿¡Pero qué cojones haces, Kevin!? ¡Solo estaba bebiendo un poco de agua, joder! ¡Que tengo sed! —se la veía más sorprendida que enfadada, aunque para nada este último sentimiento era pequeño. Mi acción había sido tan rápida como desproporcionada en malas maneras.

—¿¡Qué has hecho tú, Belén!? —comencé a aterrarme por lo que pudiera suceder, sobre todo porque mis padres también estaban en casa y no tenía ni idea cuál sería la reacción de mi hermana.

—¿Cómo que he hecho? Tío, tienes el puto agua ahí y tenía sed. ¿Desde cuándo eres tan egoísta? A la mierda, ya te traigo la botella si quieres… —quise calmarla, porque lo último que me apetecía era discutir con ella.

—No es eso… Es que, dios… no es una bebida —decirla que era agua con un chorro de afrodisiaco no entraba en mis planes, seguro que me llamaba pervertido o cosas peores. Pero de pronto se me encendió la bombilla, una bastante mala y casi peor que la verdad— Belén, estaba aquí… pasando el rato… yo solo. —encendí la pantalla del ordenador y ambos giramos la cabeza para ver el video porno detenido— Y bueno, que se me ha caído un poco de semen en ese vaso.

—¡Pero qué! —una arcada le salió de golpe. Quise decirla que había ido justo al baño para limpiarme, pero no me dejó— ¡Dios, qué asco! ¡Puto cerdo! —se obligó a toser dos veces, no obstante, no pareciera que el líquido quisiera salir. Me imaginé que el efecto no tardaría en llegar y eso… no era bueno— ¿¡Qué mierdas haces cuando te masturbas, pedazo de guarro!? —me miró con el mismo cabreo y una mano en la garganta, pensando que así no tragaría.

—Es que… —estaba desesperado y con algunos nervios, aunque siempre he tenido una mente ágil, pese a que mi excusa del semen no fue la mejor— A ver, tampoco te vas a morir, no te preocupes. Ve a por un poco de agua… agua normal. —por poco me rio y de haberlo hecho Belén me hubiera matado. Traté de cambiar de tema para no darle más importancia— ¿A qué venias?

—¡Qué puto asco…! —susurró mirando el agua con un gesto de repugnancia y también ira— Nada… a ver si me dejabas el subrayador, se me ha terminado el amarillo. —hasta que me lo enseñó ni me di cuenta de que lo llevaba en la mano.

—Toma. —en un movimiento tan rápido que apenas se dio cuenta, le di los que tenía en el estuche— Llévate los dos. Ahora déjame estudiar, por favor, que necesito aprobar.

La cogí del antebrazo y la saqué del cuarto haciendo fuerza para que anduviera. Aún miraba el vaso con gesto extraño, pero la ira parecía haber desaparecido. No sabía cuánto tiempo tardaría en hacerla efecto, no obstante, mientras antes la sacara de mi cuarto mejor.

Creo que tener una “buena” relación con ella, me valió que no dijera nada más del incidente del vaso. Tampoco éramos dos hermanos que se amasen, sin embargo, no nos peleábamos. De ser otra chica, seguro que se lo hubiera contado a mis padres… ¡La leche! Se me hubiera caído la cara de vergüenza delante de mi madre.

Cerré la puerta con el corazón acelerado. Mi cabeza dio vueltas como loca, estresada por lo que había sucedido y tratando de calmar mi cuerpo con alguna excusa. La primera que me vino, obviamente, fue la de pensar que Bárbara era una vendehúmos y que aquello no servía para nada. Ni siquiera me hizo falta bajar la cabeza para mirar mi pene y desechar aquella opción.

Dejé todo a un lado para acercarme de nuevo a la mesa, quería comprobar fríamente lo que había ocurrido. Allí seguía el vaso, con el agua y el líquido ya diluido nadando en su interior, y luego, al lado, el bote de cristal que me dio Bárbara. Menos mal que no le dio por beber a morro, de aquel recipiente… ¿Qué hubiera pasado?

El líquido morado estaba quieto en su interior y… no había sido un simple chorro como me pareció al principio. Viéndolo en ese momento, el pequeño frasco se había vaciado bastante. Si la memoria no me fallaba estaba un poco por debajo del tapón y, calculándolo con los dedos de mala manera, ese dichoso chorro, había sido un tercio del total.

En aquel instante, me llevé las manos a la cabeza, sin saber que hacer o cómo reaccionar, tal vez lo mejor era salir corriendo a donde Bárbara, pero… ni siquiera se me ocurrió. Lo único que me hacía mantener la calma era pensar que al no beberse toda el agua no le haría tanto efecto…

—No pasa nada, no pasa nada… ¡No le hará efecto!

Me lo repetí varias veces, como si fuera un rezo a algún dios, aunque no iba a servir de nada, en mi mente conocía la realidad. Estaba claro que el brebaje funcionaba, yo mismo lo probé en mis carnes y además… lo había fabricado Bárbara, la misma que había agrandado mi pene. Mis esperanzas se diluyeron al igual que las gotas del líquido morado que cayeron en el agua, solo me quedaba esperar.

Me atrincheré en el cuarto y quise centrarme en estudiar, no obstante, era absurdo, concentrarme en otra cosa que no fuera Belén, era imposible. La imagen de mi hermana con los labios al borde del vaso me estaba atormentando.

—¿Cómo he sido tan descuidado? ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda…!

Durante un tiempo esperé a que apareciera, miraba la puerta cada dos por tres, pero por suerte nadie vino. Se me paró el corazón cuando escuché dos golpes en la puerta, pero era Pilar la que llamaba para comprobar si estaba estudiando. Siempre vigilando…

—Sí, mamá, no te preocupes —logré responder con el corazón en la garganta y un jadeo nervioso. Puede que mi madre pensase que me estaba masturbando, los síntomas eran similares, aunque no podía importarme menos.

—¿Quieres que te haga algo de merienda? —era un tono afable, lejos de sus continuas quejas.

—Nada, gracias.

—¡Vaya, chico! ¡Qué seco! Tienes que querer un poco más a tu madre. Para una vez que vengo de buenas.

No la contesté, porque el único sonido que quería escuchar era el pestillo de la puerta al cerrarse. No deseaba hablar con nadie y mucho menos comer, tenía un nudo en el estómago que no se desataría hasta que Belén hiciera acto de presencia y, en ese momento…, tal vez me moriría del susto.

Al de un buen rato, quizá menos de dos horas desde que Belén bebiera el líquido, lo inevitable sucedió. Tres golpes contundentes se escucharon detrás de la puerta de mi cuarto. La madera tembló y mi cuerpo se movió como una gelatina. No podía ver quién estaba detrás, pero las posibilidades de que fuera mi hermana eran tan altas que nadie apostaría a lo contrario.

Fui a decir algo, ni siquiera recuerdo las palabras que iba a utilizar, pero eran para negar la entrada. Supe que no surtirían efecto, puesto que antes de abrir la boca, el pomo de la puerta giró y, después, esta se abrió.

Por el resquicio de la puerta, admiré la pared que daba al pasillo, no había nada, salvo una mano delicada y delgada que agarraba la manilla con fuerza. Al momento siguiente, cuando alcé los ojos, una mujer me miraba con una sonrisa tan grande como lo eran sus ojos, Belén había llegado.

—Hola, hermanito. —su tono era demasiado alegre, tan feliz que me puso alerta— ¿Qué tal estás? ¿Puedo pasar?

—¿Qué haces aquí? Estoy estudiando, Belén. —añadir que no pasase, era estúpido, porque para cuando terminé, ya estaba dentro.

Arrimó la puerta con cuidado y se acercó hasta donde mí con unos pasos que apenas hicieron ruido. Seguía con la sonrisa de felicidad máxima, que apenas se la vi una vez cuando fue a un viaje con las amigas a la costa.

Llegó hasta donde mí, que seguía con cada músculo en tensión, esperando que barbaridad me podría decir. Pero, por el momento, no habló, aunque sí que apoyó su trasero a mi lado, justo en la mesa. Sus ojos brillaban como locos, como si le hubieran trasplantado dos lámparas al interior y allí, debajo de sus nalgas… estaban mis apuntes.

—Estaba en mi cuarto, tranquila… relajada… —su mano se posó en mi hombro y me miró de una forma que jamás lo había hecho— y he pensado, ¿qué tal estará el hermano más guapo del mundo? —venía con indirectas, no obstante, en su rostro se podía leer la realidad.

—Belén… —la voz me empezaba a temblar, la situación podía conmigo— Podrías dejarme estudiar, por favor. Es mejor que me dejes solo.

—Claro… —con la fuerza de su mano movió mi silla giratoria hasta que quedé enfrente de ella. Su sonrisa era erótica, rozando lo salvaje— Puedes estudiar cuando quieras, ahora tienes que hacer caso a tu hermanita, por algo soy la mayor. Mira… —la mano libre me acarició el rostro, fue cálido y sensual, sin embargo, con lo tenso que estaba apenas lo noté— Estaba tan aburrida en mi cuarto que me puse a pensar en ti.

Sin que me lo esperase abrió las piernas y se lanzó de la mesa a la silla en un visto y no visto. Fue algo tan rápido que no me lo podía esperar y el golpe hizo que soltara un quejido de dolor, de haber estado empalmado, o me la hubiera roto o la hubiera penetrado rompiendo la ropa.

Me rodeó el cuello con ambas manos, quedándome atado a ella y, sin quererlo, casi por pura inercia, vi que mis manos la estaban cogiendo de la cintura.

—He estado pensando en lo guapo que eres… —empezó a mover su cadera en pequeños movimientos, era de locos, pero yo… no me movía— y en lo solito que estás. ¿Sabes de lo que me he dado cuenta?

—Para, por favor, y quítate de encima que eres mi hermana. —ya que no podía moverme por puro… ¿Temor? Al menos usé la gran baza de los lazos de sangre.

—No lo sabes, eh. Pues me he dado cuenta de que estás muy bueno. —su voz sonaba tan real, tan erótica, tan acaramelada, que por extraño que pareciera me gustaba. Una parte de mí, la más lujuriosa y obscena, no quería que se levantase, pero tenía que quitarla de ahí— Y que… estando aquí… los dos solitos… —sin parar de rozar su sexo con el mío, su garganta empezó a emitir jadeos— ¿Por qué no nos divertimos de vez en cuando, Kevin? Para que buscar fuera si tengo al chico que más quiero en casa. El más listo, el más guapo, el más amable… —parecía que fuera explotar de puro gozo. Hasta que vi en sus ojos todo el placer y con un movimiento pélvico fuerte añadió con firmeza— Kevin, ¿por qué no me follas?

Fue la primera vez que la escuché hablar así en mi vida. Estaba desatada y con lo único que mi mente se le ocurrió compararla, era con un animal salvaje en celo, como la gata de mi tía que se restregaba con todo. Belén estaba igual.

Ambas manos de mi hermana pararon en mi rostro y lo inmovilizaron. Sus ojos se posaron en los míos, era totalmente consciente de lo que hacía y su mirada felina demostraba que deseaba hacerlo.

Hizo un movimiento veloz, digno de un velocista, abalanzándose hacia mi rostro con suma voracidad. Sin embargo, por fin pude moverme, apartando el rostro en el último momento y dejando que sus húmedos labios plantaron un beso lleno de saliva en mi mejilla.

—Me lo vas a poner difícil, ¿verdad? —sus labios, decepcionados por no encontrar los míos, dieron otro beso en mi piel, empezando a formar un húmedo camino que llegó a mi oído derecho. Allí me volvió a besar mientras las manos me temblaban y mordió mi lóbulo con fuerza. Mi cuerpo no se contuvo y los lazos familiares le dieron lo mismo, toda la parte derecha de mi cuerpo se erizó— Pónmelo difí cil, sí. Que no veas lo cachonda que me pone eso.

—Belén, pa-para. —me sorprendí de mí mismo, al darme cuenta de porque todavía no la había quitado de encima y seguía con su sexo rebozándose en el mío. Era muy claro, salvo que trataba de que mi mente lo bloquease… Me estaba poniendo cachondo— Eres mi hermana mayor, por favor, quítate.

—¡Qué más da! No se lo diré a nadie. Mucho menos a papá y a mamá, si es lo que te preocupa. —su cadera se movió con tanta fuerza que un placer que no conocía se apropió de mi pene— No hagas que te lo suplique, hermanito. Ya estoy notando como de dura se te está poniendo.

De nuevo movió su cuello, buscando unos labios que besar, pero otra vez se lo negué con un gesto rápido. Aprovechando que estaba más pendiente de besarme que de otra cosa, la agarré con fuerza de sus leggins cortos, sin importarme que ambas manos estuvieran en cada una de sus nalgas. Hice un esfuerzo, tanto físico como mental, puesto que mi pene… estaba muy a gusto, no obstante, conseguí levantarme con fuerza.

—¡Kevin, sí! —casi lo gritó cuando la senté con decisión en la mesa— ¡Eres un potro salvaje! ¡Fóllame!

—Belén, no… —respondí bajito y lleno de vergüenza.

Su tono estaba hecho para el pecado, tal vez practicado o quizá a Belén le salía solo, pero, en ese momento, empecé a descubrir lo sexual que podía ser mi hermana, algo que ni siquiera me planteé anteriormente.

Siguió pegada a mí, aunque traté de zafarme, ya empezaba a moverme y mis extremidades dejaron la tensión a un lado. Intenté quitármela de encima desembarazándome de sus manos, pero me hizo una pinza con sus piernas. Al final, valiéndome de mi superioridad física, giré con brusquedad y conseguí que me soltara.

Su trasero de veinte años de edad topó con el suelo, aunque logré sujetarla levemente de la muñeca para que no se hiciera daño, al fin y al cabo, era mi hermana. La contemplé desde arriba, con su pecho encendido, mostrándome sus preciosos dientes blancos apretados como una fiera y el pelo moreno cruzándola el rostro.

Era una leona, una que estaba perdiendo a su presa, sus enormes ojos marrones me lo decían, parecían gritarme que de esta no escapaba con vida. Movió su delgado cuerpo como lo haría una serpiente, una figura envidiable, que seguro había puesto de morros a más de un chico y, ahora… yo la veía de otra forma.

—¡Uno! ¡Uno rapidito! —logró ponerse de rodillas en el suelo y yo di un paso hacia atrás, topando con la mesa llena de apuntes— No me dejes así, estoy muy cachonda, necesito… necesito tu polla. Mira, te voy a dar un regalito.

Se agarró con ambas manos la camiseta del pijama y abrí los ojos, sabedor de lo que iba a hacer. Con suma rapidez y fuerza, se la sacó por la cabeza en un gesto que me dejó de piedra. Se quedó únicamente con el leggins puesto y sujetando con la mano diestra la prenda que se acababa de sacar. Solamente la había visto así una vez y me llevé tal bronca por entrar al baño sin llamar que jamás quise repetirlo.

Sus pechos, de un tamaño mediano, los amasó con los brazos, al tiempo que me miraba y se mordía el labio inferior con un gesto lascivo. Me había pillado mirándoselos, y como para no… era mi hermana, pero ¡estaba buenísima!

En toda mi vida no había visto muchos pechos “en directo”, por no decir que unos pocos que podía contar con una mano y esos, aunque no eran grandes, me parecieron los mejores.

Estaban allí, justo delante de mis narices, los tenía al alcance de mi mano y, por un momento, la debilidad se apropió de mi ser, queriendo amasarlos entre mis dedos como no pude en mi gran sueño. Sin embargo, rápido deseché esa opción, era mi hermana y estaba… ¿Drogada?

—Puedes tocarlas, comérmelas, chuparme los pezones… lo que quieras, soy tuya, Kevin. —a cada segundo estaba más caliente— Fóllame, hazlo de una puta vez… Si quieres te dejo correrte en mis tetas, seguro que te gusta. Vamos, hermanito, ¡Fóllame!

Se abalanzó de nuevo sobre mí, quedándome acorralado en la mesa sin escapatoria mientras sus brazos pasaban por detrás de mi cuello. Sus pechos se pegaron a mí, que de no tener mi camiseta los notaría con su dureza juvenil. Aunque tratase de negarlo, mi pene estaba bastante erecto, por no decir duro como una piedra y listo para hacer lo que jamás me imaginé con Belén.

Tragué saliva mientras echaba la cabeza hacia atrás y, mi hermana, hacia delante. Buscaba de nuevo volver a besarme, pero a duras penas me rehusé. No podía ni hablar, la lujuria también estaba pudiendo conmigo, no obstante, yo no tenía la excusa del brebaje, lo mío era depravación.

Hasta que en un momento, levanté mis manos, las puse en sus hombros solo tocándola con dos dedos para rozarla lo menos posible y la aparté, por sorpresa no puso oposición.

—¡Escucha, Belén! —por una vez, pareció mirarme como si siguiera siendo solo su hermano— Ahora están papá y mamá en casa, mejor que esto lo hagamos en otro momento, ¿vale?

—Te prometo que trataré de no gritar. —mis ojos inevitablemente se iban a sus pechos desnudos. Los cerré con fuerza, pero solo servía para que aparecieran en mi mente— Cuando estemos solos lo haré, como una loca… pero ahora no, ¡te lo juro!

Mi cabeza me pesaba, era como tener una fiebre atroz. Me era muy difícil reflexionar con claridad y mi mente, en lo profundo, me decía que había sido un error lo del líquido, y más grave entrar en aquella tienda. Pero allí dentro, tan al fondo… apareció un demonio, ese que todos guardamos para que salga en nuestros peores momentos. Subió con fuerza a la parte más clara de mi cerebro, saliendo por mi oído, ese que todavía tenía algo de salvia de mi hermana y me dijo, “Ya que hemos llegado hasta aquí… ¿Por qué no lo vamos a aprovechar?”.



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heranlu

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La Vida de Kevin y de su Familia - Capitulo 03



Mi cabeza me pesaba, era como tener una fiebre atroz. Me era muy difícil reflexionar con claridad y mi mente, en lo profundo, me decía que había sido un error lo del líquido, y más grave entrar en aquella tienda. Pero allí dentro, tan al fondo… apareció un demonio, ese que todos guardamos para que salga en nuestros peores momentos. Subió con fuerza a la parte más clara de mi cerebro, saliendo por mi oído, ese que todavía tenía algo de salvia de mi hermana y me dijo, “Ya que hemos llegado hasta aquí… ¿Por qué no lo vamos a aprovechar?”.

—No, Belén. —mi palabra fue firme y pese a que ese demonio me pinchaba con su tridente, no le hice caso, aunque seguí con la farsa— Otro día lo hacemos, podemos esperar, vivimos juntos.

—No me digas esas cosas, hermanito… —parecía derretirse de placer, incluso con un gesto infantil que no casaba con su par de pechos— Me dejas toda mojada. Pero esta te la devuelvo, cuando te pille te pienso dejar seco.

—La espera valdrá la pena. —mi hermana pareció creerse mis palabras, pese a que eran del todo irreales, ni siquiera había tocado unas buenas tetas, como para darla placer en la cama.

—Aun así… —suponía que ya la tenía controlada, pero se arrimó todavía más. La fiera seguía muy inquieta— Dame algo para la noche, un beso, un susurro, lámeme, cómeme… ¡Lo que quieras!

Las palabras eran fuego, pura lava que me quemaba la piel tratando de introducirse en mi alma. Era una tarea titánica aguantar aquello, tenía a mi hermana completamente rendida y debía rechazarla. No me ponía… o esa era mi suposición, porque a cada segundo, más temía que la idea que tenía formada en la cabeza desde hace tantos años era errónea.

—No… No sé… —la voz me tembló al estar tan cerca. Sus manos ardían sobre mi piel y me temo, que pudo notar como mis pulmones se aceleraban debido al ardor— ¿Qué quieres? —cada vez era más débil y la tentación de aprovecharme de Belén era gigantesca. Solo debía cerrar el puño, la tenía en la palma de mi mano, y… parecía haberme dado cuenta en ese momento, pero… ¡Qué buena estaba!

—Todo. Ese sería ahora mismo mi deseo más profundo y… que tú también te metieras en lo más profundo. —su mano derecha descendió parsimoniosa por mi cuerpo, llegando al vientre y sabiendo a donde se dirigía, no la detuve, no quería hacerlo— Dime una cosa. Ya que no me la vas a meter hoy, ¿me dejas ver como tienes la polla?

Fui a decir algo, sin embargo, ella no estaba para tonterías, únicamente deseaba vérmela, era su mayor inquietud y con un dedo en mis labios me acalló, por supuesto, obedecí. La mano que estaba en mi bajo vientre empezó a descender. En aquel silencio, con mis padres en casa, nosotros dos estábamos en la habitación mientras la mano de mi hermana buscaba mi polla.

Bajé la cabeza para mirar su desempeño, tenía un rostro congestionado con una mueca de felicidad extrema. Fue entonces que ella también descendió sus ojos, porque había contactado con mi poderosa carne y quería comprobar lo que sus dedos tocaban. Cuando apretó, me estremecí.

Me miró a los ojos con rapidez, mientras su mano aferraba mi polla con rudeza. Creo que vio algo, un atisbo de lo que ahora, gracias a Bárbara, portaba entre mis piernas. Abrió la boca, formando un círculo de sorpresa y quitó la mano con rapidez.

La goma del chándal dio un chasquido seco contra mi piel, recorriendo la habitación sin permiso en el completo silencio. Belén me miraba y sus ojos ardían, era el gesto más erótico que había podido ver en mi vida y me lo estaba dedicando mi hermana.

Se lamió los labios sin dejar de contemplarme en el mutismo del cuarto, no de manera sexual, aunque a mí me lo pareció, tengo la sensación de que estaba seca, totalmente superada por la lujuria y no sabía qué hacer.

Por lo que, se movió con rapidez, propinándome una suave caricia en la mejilla que noté de lo más tierna, para añadir un beso de amor, de verdadera hermana. Aquello me sorprendió más que todo lo anterior, porque… ¿Hacía cuanto que no me daba un beso de esos? ¡Años!

—Bueno… —suspiró con ganas, haciendo que su pecho se hinchase y las tetas que tenía al aire parecieran más grandes. Cuando su aire caliente me golpeó el rostro casi me quema, estaba lista para bañarse en un volcán y, seguramente, pasar frío— Me voy. Hermano querido, no sabía que eras un pequeño caballo…

Contuvo una sonrisa llena de euforia, alegría y satisfacción, como la de quien sabe que el examen que efectuó le salió bordado. Se puso la camiseta de pijama sin dejar de mirarme, al momento que me di cuenta de que no era la única caliente, ya que estaba tan cachondo que me había puesto a sudar.

—Ya me estoy imaginando que me tapas todos los agujeros… —comenzó a andar hacia atrás, sin dejar de clavarme su mirada, con unos ojos encendidos en pasión que traspasaban mi piel— Hasta que nos volvamos a ver, semental. Cuida esa polla… que, ahora, es mía. Voy a desahogarme un poco en la ducha mientras pienso en ti.

El golpe de la puerta al cerrarse, aunque fuera tenue, provocó que mi cuerpo se alterase. Di un salto en mi sitio, pasándome la mano por la frente para notar lo húmeda que estaba. Había sido el momento más duro de mi vida… y no solo por mi pene, que se notaba bajo la tela del pantalón como un monte oculto. Si no por aguantar toda la vorágine sexual que mi hermana derrochaba, no sabía si sería debido al líquido o ella era así, solo podía entender una cosa, Belén era increíble.

Nunca me había puesto mi hermana, ni una mirada furtiva mientras se cambiaba, ni un sueño erótico, nada. En cambio, ahora… solo en mi habitación, el pene no descendía ni un ápice al recordar, como sus pechos se movían mientras respiraba agitada.

Me senté de forma pesada, aunque la mejor descripción sería decir que me caí en la silla, si no llega a estar en ese lugar, hubiera topado con el suelo sin problemas. La situación se había ido de las manos, Belén estaba obsesionada conmigo de la misma forma que lo estuve con Bárbara. No obstante, lo mío fueron unos segundos y lo de mi hermana… ¿Cuánto tiempo seria? ¡En el agua había caído un tercio del frasco!

Durante toda la tarde estuve pensando en Belén y en el modo de devolverla a su estado “habitual”. Aunque también me asaltaban los recuerdos de sus senos y de cómo me apretaba el pene llena de un placer inabarcable. La idea de que alguien me arrebatase la virginidad y por fin me estrenase, hacía que me lo replanteara todo, pero claro… la chica que me ofrecía mi primera vez… era mi hermana.

Necesitaba ayuda, algún consejo y me di cuenta de ello cuando mi madre llamó a la puerta y me di un buen susto. Me esperaba que la depredadora sexual viniera a que cumpliera mi promesa y eso, me aterraba. Al final de la tarde lo tuve claro, debía buscar una solución o, al menos, hablarlo con alguien, debería volver a visitar a Bárbara.

****​

La noche fue movida, no por el resto de habitantes de la casa, exclusivamente por mi parte. Se adueñó de mí una intranquilidad extrema al pensar que Belén me asaltaría en mitad de la noche, pero no ocurrió y cuando llegó la mañana, no sabía si su no aparición nocturna, había sido buena o mala. Tal vez me esperaba algo peor.

Lo que sí que ocurrió es que a las siete de la mañana estaba desvelado. Había dormido fatal y estuve más despierto que dormido. Me dio tiempo a meditar, sobre todo cuando un esbozo de culpa apareció en mi corazón, suponiendo que había introducido en el cuerpo de mi hermana algo que la hacía actuar en contra su voluntad. Aquella idea me atormentó por un rato.

Antes de que la alarma sonase y mi madre vociferase para que me empezase a levantar, volví a comprobar algo con lo que debía familiarizarme. La “novedad” en mi cuerpo estaba casi dura, después de reflexionar y sobre todo, de recordar el cuerpo perfecto de Belén, la sangre corría en manada hacia la punta del “nuevo” prepucio.

La saqué del pantalón, haciendo que diera un brinco y después, cayera de forma pesada contra mi vientre desnudo. La observé con esmero, verificando que lo que tenía ahora entre las piernas no era una polla, sino una escopeta, en la cual su cargamento iba en todas esas venas repletas de sangre.

Me fasciné y horroricé a partes iguales, yo no sabía usar mi pene con las mujeres, pues si me tocaba usar el nuevo… sería un caos. Debía empezar a conocerlo, a familiarizarme con él. Muchos años de intimidad bajo las sabanas lograron que me conociera a la perfección, pero ahora debía empezar de nuevo.

—¡Vamos allá…! —me dije al subir y bajar la piel de mi miembro por primera vez.

Todo fluía, era más fácil de lo que me temía en un inicio, parecía que el pene se hubiera amoldado a mí más rápido de lo que creyó mi mente. La mano subía y bajaba tratando de ahogar una víbora que parecía cobrar vida en medio de la habitación.

Iba de maravilla y el placer aparecía en mi cuerpo como si me lo arrojasen en camiones. Sin embargo, algo fallaba y estaba dentro de mi cabeza. Traté de imaginarme a todo tipo de mujeres, conocidas y desconocidas, en distintas posiciones e incluso alguno de mis videos favoritos. No había manera, en mi cabeza exclusivamente aparecía una persona, la cual entraba a mi cuarto sin su camiseta de pijama y me mostraba lo sabroso de su juvenil cuerpo.

—No… Tú, no… —susurraba sin dejar de movérmela.

Mi hermana hacía acto de presencia pese a que trataba de borrarla de mi imaginación. Era una lucha encarnizada, mi subconsciente la traía desnuda mientras seguía machacándome el gran pene sin poder resolver la situación.

El placer llamaba y me vi obligado a dejarme llevar. Era la primera vez que Belén me satisfacía en una masturbación y… no iba a parar. Mi mente volaba y mi mano también, el gozo era inmenso y me sorprendí de lo rápido que fue todo. En menos de dos minutos el placer me envolvió en su manta de seda y cuando fui a explotar me tuve que llevar la mano a la boca para no gemir.

No obstante, aquello fue una idea pésima. En estos casos, cuando no soporto el placer, dejo que el semen fluya sobre mi vientre para no ensuciar nada, obviamente, prefiero que no me oigan a mancharme. En los demás casos, con un clínex basta porque el grito no pasa de mi garganta.

Esta vez no iba a ser normal, para nada además. Cuando me imaginé penetrando con fuerza a mi hermana, el primer latigazo de placer me golpeó las nalgas haciendo que estas se contrajeran. Supe que venía algo grande, pero no podía parar y mucho menos hacerme una idea de lo que pasaría.

Cuando el primer chorro salió, me asusté. Era espeso y abundante, casi cremoso, pero el segundo no era diferente… y, al final, acabaron saliendo dos más que golpearon en mi vientre con extremo calor.

Me miré con curiosidad sin soltar mi duro pene que dentro de un minuto empezaría a bajar. Tenía en la tripa un cúmulo de semen indecente, era como si me hubiera vertido un bote de mayonesa encima. Mis expulsiones no eran de esa forma y por muy cachondo que estuviera debido a Belén, aquello no era de mi cosecha. Sabía de sobra quien tendría la culpa de ello…

Con mi corazón latiendo como un caballo salvaje, me repuse como pude sentándome en la cama. Las gotas vertidas sobre mi cuerpo empezaron a deslizarse sobre mi piel y rápido dispuse de pañuelos para limpiar la zona. ¡Usé tres…! Y eso que los aproveché al máximo porque me quedaban pocos.

—¿A dónde vas? —me preguntó mi madre cuando pasé por la cocina y en mi mano llevaba ropa interior nueva. Menos mal que no se fijó en los pañuelos que llevaba en la otra.

—A la ducha. —pese a la limpieza, no estaba satisfecho de cómo de tersa había quedado mi piel.

—¿¡Que vas a la ducha!? ¿¡Por la mañana y sin que yo te lo diga!? —su sorpresa no era de extrañar, siempre me instaba a ducharme, pero parecía que cuando ella me lo decía me daba pereza y a las mañanas, lo odiaba.

—Una rápida.

—A ti… —me miró con sus grandes ojos entrecerrados mientras trataba de desaparecer de la cocina, pero logré escuché su voz por el pasillo— Te pasa algo. Estás raro. Al menos, raro, pero para bien.

Por suerte, no me crucé con mi hermana, más que nada, porque después de ducharme, desayuné rápido y abandoné la casa con más presteza todavía. Quería tener tiempo de sobra, porque mi intención era ir por mi habitual camino y parar en la novedosa tienda.

Supuse que estaría cerrada, ya que aún era pronto y con toda seguridad tendría que esperar un poco. Sin embargo, cuando crucé la calle, la única tienda que estaba abierta, era la de Bárbara. Tal vez… ¿Me estaba esperando?

Entré y el sonido de las campanillas advirtió de mi llegada. Por una vez no sentí nada extraño al cruzar el umbral, en esta ocasión todo me era más familiar, como si en verdad conociera el lugar. Fijé la vista y todo estaba como en las anteriores ocasiones, salvo en el mostrador, donde no encontré a mi “amiga”, sino al hombre mayor de la otra vez.

Allí estaba, con el poco pelo que le quedaba canoso y un traje negro que parecía de funeraria. Dio par de pasos, mostrándome su afable sonrisa detrás de las gafas y noté que tenía una leve cojera. Antes de que llegara hasta donde él, le pregunté.

—Perdone, ¿está Bárbara? —me vi ridículo preguntando por ella, como si nos conociéramos de algo.

—Sí, claro que está. ¿Quieres que la diga que salga? —asentí nervioso, sin saber que decirla o cómo explicarle mi problema cuando la viera— Ahora se lo comento. Tú eres Kevin, ¿verdad? —volví a asentir bastante descolocado. No sabía por qué debía saber mi nombre aquel señor, pero rápido llegué a la conclusión que sería el marido de Bárbara y… ¿Le habría hablado de mí?— ¿Has probado el frasco?

—Ese es el tema por el que me gustaría hablar con ella, si es posible claro…

—Por supuesto que sí. —su sonrisa me calmaba, era como si ya le conociera— Voy a buscarla.

Apoyándose en un bastón caminó despacio hasta la puerta que supuse que sería el almacén y por ella desapareció. Me resultaba curioso aquel hombre, puesto que sin conocerle, me traía un aire familiar que no lograba encajar en ningún sitio.

Sin embargo, no estaba allí para hablar con él, sino con Bárbara, que al de treinta segundos de que su marido, su socio o quien fuera se adentrase por la puerta, emergió ella.

—¡Hijo mío! —parecía feliz al verme. Pero leyó en mi rostro que estaba preocupado— ¿Qué fue? —me miró examinándome y antes de que pudiera decir nada, comentó— Veo que funcionó, pero no como querías…

—Más o menos. —que adivinara mis pensamientos con solo verme, el rostro me empezaba a parecer normal.

—Cuéntame, cariño —me dijo con un tono afable, casi maternal, al tiempo que sentaba su increíble trasero en la silla de detrás del mostrador.

—Si te lo resumo con la mayor brevedad será mejor. —me sentía realmente agobiado por la situación, saber que en casa esperaba mi hermana en modo leona no era agradable. Sin embargo, estar junto a Bárbara contándole mis penas, me calmaba— Fue un error. Saqué un momento el frasco para mirarlo, nada más, le eché un poco a un vaso de agua y me fui al baño, solo fue un minuto o dos. Cuando volví a la habitación mi hermana estaba bebiéndolo. —pensé que habría un silencio incómodo, casi culpable. Nada, la mujer me preguntó con rapidez.

—¿Se lo bebió entero? —haberlo contado tan rápido, hizo que lo malinterpretara.

—No, no. Bebió un poco del vaso de agua, no del frasco. —moví los brazos, como si aquello fuera una locura, pero en verdad suficiente había tomado— Calculando lo que queda, echaría en el agua más o menos un tercio del bote. El problema no es que bebiera…, —la forma de contarlo la había practicado de camino, aun así, no me salió nada mejor— sino que ayer a la tarde, me acosó.

—Esta situación puede que se vuelva un incordio. —pasó un dedo por su barbilla y se quedó pensativa, para acabar por añadir— Si se ha bebido un poco del vaso que contenía un tercio, en unos cuantos días se le habrá pasado el efecto. No veo probable que llegue a durar más de una semana.

—¡¿Una semana?! —mi voz se alzó por la sorpresa hasta casi gritar. En mi mente apareció Belén acosándome sin cesar día tras día, aquello no iba a ser bueno.

—Son unos pocos días y pasan rápido. —ella sonrió, como si quisiera quitarle hierro al asunto— Imagina que lo hubiera bebido el bote entero, tal vez quedaría colada de ti para toda la vida. Hay que mirar el lado positivo de las cosas y… además, algo bueno tendrá, ¿no?

Me quedé blanco al pensar que eso podría pasarme por toda la vida, de no ser porque a mi hermana no le dio por probar el frasco que estaba al lado del agua fría. Sin embargo, la última parte de su discurso, fue la que consiguió torcerme el rostro.

—Espera… —levanté mis manos buscándole un sentido— ¿Qué hay de bueno en esto? Vamos… yo solo veo un castigo que mi hermana esté así conmigo.

—No comprendo. ¿Qué hay de malo? ¿Te ha hecho daño o algo por el estilo? —no me gusta que me respondan con otra pregunta, pero a Bárbara se lo podía permitir.

—¡Que es mi hermana, Bárbara! —aumenté el volumen sin querer, aunque al momento me callé esperando que el hombre mayor no me escuchase— Ayer… Belén me acosó, eso es lo que pasa. Trató de tocarme, besarme, se puso encima de mí, incluso me vio… —un recuerdo muy vivido de esa mañana con el gran pene en mi mano me azotó la cabeza— Esa es otra. ¿¡Qué coño me ha pasado ahí abajo!?

Descendí ambas manos a mi entrepierna, dejando sin vergüenza que la mujer hiciera lo mismo con sus ojos dorados y pudiera observar el bulto que ahora apenas se notaba por la tela de mis pantalones. Sin una mueca de asombro, solo siguió hablando con su perfecta sonrisa maternal.

—¡Es verdad! ¿Qué tal con eso?

—¿Cómo me lo preguntas así de tranquila? —me ponía nervioso no comprenderla, no podía tomarse las cosas tan a la ligera cuando había hecho… ¿Magia?— ¿Qué me has hecho?

—¿Cómo quieres que te lo pregunte, tan alterada cómo estás tú? —se levantó de la silla con gesto cansado y se dirigió hasta mí. Allí se colocó, a mi lado, subiendo una mano y dejándola caer con ternura sobre mi hombro— Tranquilo, todo está bien, hijo. Simplemente fue un regalo.

—No me lo vas a contar, ¿verdad? —negó con la cabeza a la par que su mano se soltaba y me acariciaba una de las mejillas. El calor de sus dedos me reconfortó, tal vez sí que necesitaba tranquilizarme.

—Exacto. —una mirada dulce de sus ojos dorados hizo que no parase de observarlos—¡Qué chico más listo! Me caes muy bien, Kevin, y no es algo que suela sentir muy a menudo de los hombres.

Me cogió de la mano después de abandonar mi rostro y dando la vuelta al mostrador, acercó un taburete. Ambos nos sentamos, parecía que íbamos a tener una conversación y sin que supiera de qué, me apetecía tenerla.

—Ahora que estamos sentados. —tomó de nuevo la palabra de forma sosegada. Miré a mi alrededor, la tienda seguía allí, pero el mundo parecía haber desapareció, incluso el hombre que vi al entrar. Mi cuerpo me decía que no había nadie más en ninguna parte, exclusivamente, nosotros dos— Cuéntame que te preocupa, cariño.

—Me parece que está bastante claro.

—A ver, recapitulemos. —sacó los dedos de su mano, largos y con esas uñas tan rojas— Ayer estabas en tu cuarto, bien. Te fuiste y apareció tu hermana, bien. Ella bebió un poco del afrodisiaco, bueno, más que un poco. —dejó de enumerar con sus dedos y se acomodó las gafas con tranquilidad— Puede que el acoso sea algo incómodo, pero aparte de eso, no veo mayor problema.

—Bárbara, creo que no me estás escuchando. —que no entendiera lo que la estaba contando me frustraba, ¿no era evidente?— Belén bebió el líquido, ¡Belén! ¿Entiendes? Mi hermana. ¡Mi hermana!

—Kevin, te escuché muy bien, no hace falta que alces la voz. —se reclinó en la silla sentándose lo más cómoda que pudo— ¿Quieres que te haga una pregunta parar aclarar todo esto?

—Dale. —suspiré al tiempo que me acomodaba, estaba agotado, la tensión podía conmigo.

—Si me mientes, olvídate de la Súper Nintendo. ¿Tú me has entendido a mí? —asentí con rapidez, porque su voz imponía respeto. Lo siguiente que salió por su boca me recordó que no estaba ante una mujer normal y corriente— Si no me dices la verdad, lo voy a saber. —me lo creí, aunque fuera mentira, me lo creí.

—Te creo y te entiendo. De verdad. —la intranquilidad que me surgía en la tienda volvió y por un instante me miré el pene, pensando en que tipo de maga o bruja tenía que ser. Después, me dispuse a escuchar lo que tenía que decir.

—¿Tendrías sexo con tu hermana?

Mi primer impulso fue gritar un contundente NO, uno de tales dimensiones que reverberara en todos los artilugios de la tienda y que le quedase muy clara mi respuesta. Sin embargo, tal vez por su sonrisa o porque simplemente me dijo que sabría mi respuesta… no contesté.

La verdad que no lo tenía claro, mi hermana estaba muy bien, de eso no tenía dudas, pero… ¿Llegar a algo con ella? Meditándolo en frío, no sabía si sería capaz. Bárbara seguía sonriendo, esperando una respuesta con paciencia, aunque esta no llegaba. No parecía importarla, daba la sensación de que la paciencia era su virtud, como si pudiera esperar por años o siglos.

Seguí en silencio, buscando en el suelo una respuesta que me dejase clara la situación. Una cosa era en caliente, podría haber dejado que Belén me hiciese lo que ella desease, sin embargo, ahora no lo tenía claro. En mi interior dispuse la balanza de las decisiones y… tampoco me sorprendió cuando, después de que dejara fluir mis verdaderos sentimientos, el “Sí” fuera mayor que el “No”.

Sus ojos dorados permanecían fijos en mí, queriendo leer, o tal vez, leyendo mi respuesta sin que tuviera que mover los labios. En dos días me había demostrado que tenía poder, no sabía ni de qué tipo, ni de donde salía, pero ella… era algo o alguien poderoso.

—Kevin, —alcé la cabeza cuando escuché mi nombre, su voz era tan calmada que todo lo que bullía en mi cabeza se detuvo— no hace falta que lo digas en voz alta. Ni tampoco estoy interesada en que me contestes. Esa pregunta es para ti mismo, nada más. Ahora, tienes que irte a clase o llegarás tarde. Tienes una oportunidad… solo tú sabes si quieres aprovecharla.

—No hay… —me sentía avergonzado, porque ella sabía que trataba de evitar mis pensamientos más lascivos. Tiré la última carta por si hubiera suerte— No hay una manera de que se quite.

—No la hay, cariño. Al final, remite solo.

—Entiendo… —lo dije con abatimiento, sin embargo, todavía no había decidido si en verdad era malo o, como decía mi “amiga”, bueno.

—Venga, pequeño, marcha a clase. Se te va a hacer tarde.

Me levanté algo cabizbajo porque no obtuve un remedio para solucionar el “problema”. Sucedió y punto, mi hermana estaría así durante un tiempo. ¿Qué debía hacer? Bárbara me lo había dejado bastante claro, ahora me tocaba a mí tomar una decisión. Aunque antes de salir por la puerta, me llamó.

—Chico. No pienses con el pito, piensa con la cabeza y el corazón. —se señaló el pecho donde su camisa algo más abierta que la otra vez me dejó ver el inicio de dos grandes senos— No le des vueltas al qué dirán o que pasará, nadie lo sabrá nunca. Además… —se levantó apoyando ambas manos en el mostrador y la visión de sus pechos fue aún mejor, como si me la dedicase— tu hermana es muy guapa.



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