La Tragedia Incestuosa

heranlu

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Ago 31, 2007
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Llegué al colegio mayor tan despistado como asustado. A fin de cuentas al iniciar los estudios universitarios no dejas de ser un chavalín. Pero tuve suerte. Me tocó un compañero de habitación que resultó ser un fenómeno. Se llamaba Luis y tenía algo especial; tenía "duende", como dicen los flamencos. El tío era realmente divertido, muy abierto, jovial y guapo, porque sin ser gay creo que aprecio la belleza masculina. Aunque tenía la misma edad que yo estaba más "toreao". Caía fenomenal en toda la facultad, especialmente entre las chicas. El pasaba de todo, nunca se liaba con ninguna. Se metía mucha mierda: porros, farlopa, alcohol...Quizá por imitarle acabé probando estas porquerías, aunque me colocaba bastante menos que él.

No había fiesta de la que no se llevara la llave. La gente alucinaba de los pedos que pillaba; pero más aún cuando salían las notas de los parciales y todo era matrícula de honor en su expediente. No daba ni chapa; como compañero de cuarto me atrevo a certificarlo; pero remató el curso con las mejores notas de la facultad. Todo un genio.

Varias veces, beodos, de vuelta a la habitación del colegio mayor, insomnes y desquiciados, le preguntaba cosas como por qué se pasaba tanto; por qué no se tiraba a ninguna de sus muchas admiradoras; por qué –en fin- estaba dando por saco a su futuro.

¡Soy un romántico!, amigo –me decía con cierto aire de superioridad-. La vida no es tan larga como para pararse a pensar. El futuro no existe; este segundo acaba de pasar a la historia. En cuanto a mi vida sexual te diré que estoy más que servido, con un rollo que no puedes imaginar, quizá ni comprender.

Como no le tenía por un bolas, ciertamente me dejó intrigado su último comentario. Nunca podré olvidar lo que al fin descubrí.

Al terminar el curso me propuso pasar unos días con su familia en su pueblo natal, que estaba en la costa asturiana. Por supuesto, acepté. Nunca me habló de nada familiar; yo suponía que tendría –como todos- padre, madre, hermanos...vamos: lo que puede considerarse normal.

Empecé a salir de mis estereotipados conceptos mientras íbamos en el tren, porque Luis, por primera vez, me contó que no tenía padre, murió al poco de nacer él, porque era prácticamente un anciano; que su madre, mucho más joven, había dado el pichazo con el viejo, que estaba forrado; que solo tenía una hermana mayor que él. Me resultaba extraño, como todo en Luis, pero no dudé de su palabra.

Llegamos a la estación de Oviedo y cogimos un autobús hasta su pueblo. Luego nos tocó caminar un trecho hasta encontrar su casa. Era una auténtica mansión, al borde de un acantilado. La verja del jardín la encontramos cerrada, por lo que Luis llamó al timbre. Acto seguido, a lo lejos, vi que salía una mujer de la casa para abrirnos. Cuando se iba acercando me di cuenta de su juventud. Vestía una camiseta de tirantes muy corta y la braguita de un bikini. Calzaba chancletas. Ya a esa distancia me pareció una belleza y antes de que llegara a la verja le comenté a Luis:

-¡Jooooooder!, que buena que está tu hermana.

El, descojonado, contestó:

- Es mi madre, pringao.

- Perdona, Luis, lo siento...no podía...imaginar...no quería ofenderte.

- Tranquilo, tío. Además es verdad.

Cuando la joven madre llegó a la reja no pude disimular mi sonrojo. Luis, socarronamente, me presentó:

- Hola madre; este es mi colega Manuel, alias "el Tomate", jajajaja. Tomate, mi madre se llama Marta.

Su madre, abriendo la verja, me saludó jocosamente:

- Encantada Tomate, jajajajja.

Nos dimos los típicos besos en las mejillas y desde ese momento no pude evitar una terrible atracción por esa mujer. Tenía el pelo moreno, cortito; le quedaba muy bien porque era guapísima; los ojos azules; nariz respingona; los labios carnosos y una sonrisa de anuncio. Era esbelta; sus pechos no demasiado grandes, pero muy bien formados. Sus pezones se marcaban en su camiseta. La braguita del bikini ocultaba un culito más que juvenil; por delante un trocito de tela delataba que llevaba las ingles depiladas. Sus piernas eran largas y contorneadas. Se notaba que era blanquita de piel, pero estaba bronceada lo justo.

Luis me miraba pícaramente. Se había dado cuenta de la radiografía que le había hecho a su madre.

Nos dirigimos a la casa. Marta nos condujo directamente a la piscina para presentarme a su hija. Se llamaba Isabel y estaba que rompía. Tomaba el sol en una tumbona con un bikini minúsculo. Era castaña clara; media melena; unos ojos enormes, también azules; los labios tenían forma de beso, dejando paso a unos dientes blanquísimos, preciosos, no demasiado pequeños, lo que la daba un aspecto muy vicioso, pues parecía morderse el labio inferior como si estuviera excitada. Era mucho más morena de piel que la madre. También tenía más pecho, mucho mas. No era tan alta, ni tan esbelta. Era mas voluptuosa; pero yo no la quitaría ni un gramo. Me resultó tan simpática y atractiva como la madre.

Hacía calor. Luis me dijo que fuéramos a nuestro cuarto a ponernos los bañadores y darnos un chapuzón. Ya en la habitación me preguntó que cuál de las dos me gustaba más. Contesté que las dos. El dijo que opinaba igual que yo. Me quedé pasmado. ¿Me estaba insinuando mi amigo que se sentía atraído por su madre y su hermana?.

La realidad era más morbosa que la sospecha, porque me aseguró que se lo hacía con las dos desde que tenía memoria. Nunca dudé de la palabra de Luis hasta ese momento. Pero que equivocado estaba.

Volvimos a la piscina y ellas fumaban un canuto. Me impresionó bastante, pero ya nada me extrañaba. Todos fumamos. Marta fue a por unas copas. Todos bebimos. Bastante, por cierto. El ambiente era de confianza; prometía.

De repente Isabel preguntó a su hermano si no habíamos traído algo más fuerte. La verdad es que veníamos bien provistos de farlopa. Luis se reía. Su madre y su hermana mostraban impaciencia y a mi ya no me importaba nada.

Luis preparó unos tiros de coca. Los esnifamos. En cinco minutos Marta puso otros. Fueron consumidos. Al rato era Isabel la que delineaba. ¡Qué bárbaro!, ¡eran aspiradoras humanas!.

Con el colocón no estaba seguro de lo que pasaba, pero me daba la impresión de que los cuatro comenzábamos a ponernos cachondos.

De repente, Luis, notoriamente colgado dice:

- ¿Has visto Manuel qué buenas están mis niñas?. ¿No habréis sido malas eh?. ¿No me habréis puesto los cuernos?.

Ellas se reían lascivamente. Yo tenía una empalmada de escándalo y el cabrón de Luis me delató provocando que Marta e Isabel miraran descaradamente mi erección.

Me estaba volviendo loco. Luis también estaba empalmado. Su madre y su hermana no se recataban; reían viciosas; abrían las piernas; nos miraban lujuriosamente.

Luis forzó el calentón. Se sacó la polla toda empapada. Incitándolas; gimiendo; meneándosela; invitándolas al placer prohibido. La reacción fue explosiva. El vicio se desbordó. Me pedían que me la sacara y, aunque sentí un poco de palo, me entregué a esta deliciosa locura.

Así que ahí estábamos los dos amigos, cascándonos un pajote delante de ellas, sin cortarnos un pelo. Las pedimos que enseñaran. Dejaron sus senos al descubierto. Marta tenía los pezones rositas y pequeñitos; en cambio Isabel mostraba un color más marrón y unas puntas bien grandes.

Nosotros queríamos más. Luis las pidió que nos enseñaran el coño. Así lo hicieron. Ambas lo tenían bien arreglado, rasurado por las ingles, tan solo con un poco de vello encima de la raja.

Se abrían las piernas; luego los labios, estimulándose y poniéndonos a mil por hora.

De pronto Isabel se lanzó a por el rabo de su hermano y lo empezó a zumbar; a chupar, menuda caña le daba.

Luis me miraba como poseso. Con las cejas me invitaba a entrar a su madre. No me dio tiempo, porque fue ella la que atacó. Qué bien comía rabo; con esos labios tan carnosos. Menuda estampa: los dos amigos gozando una felación magnífica.

Estuvimos así bastante tiempo. La doble mamada se detuvo para atusarnos nuevamente la nariz. De vuelta al trabajo hubo un ligero cambio de planes: ahora la madre se la chupaba a Luis y a mí su hermana.

No me pude contener y tumbé a Isabel en la hamaca; le abrí bien el conejo y me lo devoré. ¡Qué rico estaba!, ¡cómo la gustaba!. Se sacaba el clítoris del capuchón para que lo succionara; ella, insaciable, lo prendió con dos dedos y lo estiraba salvajemente; creí que se lo arrancaba. Ahora me imploraba penetrarla. Estaba deseando, pero primero la restregué el capullo por toda la rajota –uhmmmmmmmmm-. Llegó el momento. Tenía la vagina tan dilatada que de un buen empujón la empalé en profundidad. Quería hacerme y hacerla daño metiendo como un caballo desbocado; pero su túnel era tan complaciente que pedía más fuerza y velocidad.

De repente, en la hamaca de al lado cayó Luis con su madre encima. Llegaron perfectamente acoplados. Marta era puro espectáculo. Aún no he visto mujer alguna gritar más. Le encantaba que su hijo abriera su agujero a tope y que le metiera el nabo hasta la garganta a mil por hora. Creí que se peía, pero realmente estaba tan dilatado su chocho que le entró aire y sonaba. Se irguió sobre el mástil de Luis y con el dentro por completo movía la pelvis con tal habilidad que vi a mi amigo poner los ojos en blanco, víctima de una orgásmica convulsión que Marta recibía gimiendo por cada chorretón de esperma que bañaba sus paredes íntimas.

Mientras tanto Isabel se venía salvajemente con mi polla sepultada en su ser.

Me costaba correrme por efecto de la coca, aunque disfrutaba muchísimo. Marta me sacó de su hija, me sentó en la hamaca y, sin dejarme tumbar, se ensartó mi cipote. Nos abrazamos muy fuerte; se movía sin sacar un milímetro de rabo; me clavó las uñas en la espalda y yo la empecé a dar cachetes en su culito. Quería que me corriera en su coño, empapado por la lefa de Luis, que me encantaba sentir en mi glande.

Isabel se puso en cuclillas sobre la boca de su hermano para que le comiera el ojete. Luis lo lamió y lamió, dilatándolo al máximo. Empezó a meterla dedos; hasta cuatro. Isabel embadurnó de crema solar un casco de Coca-Cola, pasándoselo a Luis, que sin preguntar lo ensartó en el ano de su hermana, haciéndolo desaparecer poco a poco. A mi me pareció una burrada; pensé que acabaríamos en urgencias, pero Isabel era diestra manejando la botella. No sé cómo, pero la subía y la bajaba por su recto usando simplemente el esfínter.

Yo seguí empalando a Marta. Aproveché su postura para meterla mis dos dedos índices en el culo; después los dos corazones y así pude apalancar su anillo, agrandándolo todo lo que daba de sí. Esto me excitó tanto que me vine en su chochazo como nunca soñé. Era un río de lefa lo que disparaba mi polla; tuve más de veinte contracciones; sentía las venas de mi pene reventar y me encantaba.

Estuvimos follando toda la semana; prácticamente no comíamos ni dormíamos por efecto de la farla.

En un lapso lúcido caí en la cuenta de mi deplorable estado físico. Temí por mi salud. Había que parar. Me dolió despedirme de mi amigo y las dos bellezas, pero no podía más.

Mantuve contacto telefónico con ellos durante el resto de las vacaciones.

Al volver al colegio mayor me extrañó no encontrar a Luis. Llamé a su casa y su madre me dijo que Isabel murió de infarto follando con su hermano, repletos de cocaína; a él le dio un ataque de pánico y se tiró por la ventana​
 
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