La Tía Laura

heranlu

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-Tendrás que irte a pasar unos días a casa de la tía Laura, porque conmigo no puedes venir al congreso -me dijo mamá tres días antes de salir hacia Oslo a un congreso sobre medicina. Yo me resigné y estuve de acuerdo en lo de irme a la casa de campo de mi tía Laura, la hermana menor de mi madre.

Estábamos en el mes de enero y hacía mucho frío en Madrid. Yo tenía dos semanas casi sin nada que hacer en la universidad por delante, así que aprovecharía para estudiar en casa de la tía Laura, que vivía en una zona apartada y silenciosa de la sierra norte de Madrid. A mí me hubiera gustado más quedarme en la ciudad y montar alguna fiesta con los amigos en casa, pero de esa forma no hubiera estudiado y yéndome a la sierra al menos sabía que eso sí lo haría, aunque no me divirtiera.

Un día antes de la partida de mi madre cogí un tren de cercanías y me dirigí a Cercedilla, donde mi tía me estaría esperando en el coche para llevarme a su casa. En efecto, cuando me bajé del tren en aquella mañana gélida de enero, la tía Laura me estaba esperando. Hacía casi dos años que no la veía, ya que ella era muy bohemia y siempre estaba aislada en su casa, casi sin salir de la zona. Estaba tal y como la recordaba, algo rolliza, con un pecho enorme, unas caderas anchas, un culo amplio y unas piernas rellenas, pero bien formadas. Me dio un beso y me preguntó qué tal me iban las cosas. Le dije que bien.

Durante el trayecto, que duró algo más de media hora y se vio dificultado por la nieve que había caído recientemente, charlamos sobre mi carrera y también sobre lo que ella hacía. Me dijo que últimamente se había estado dedicando casi por entero a su trabajo, la traducción. Al parecer, como se desprendía del hecho de que había publicado dos libros últimamente, le iban bastante bien las cosas y, además, no se tenía que mover de su casa para entregar o recibir sus trabajos, ya que el correo electrónico le facilitaba todo enormemente. Al fin y al cabo, estábamos en el 2005, y eso se tenía que notar en algo. Me enorgullecía en cierto modo tener una tía que sabía tanto de sueco y noruego, que eran los idiomas extraños que traducía.

Transcurrida la media hora que nos llevó llegar a su casita de campo, la tía aparcó el coche frente a ésta y los dos salimos. Hacía un frío cortante, varios grados por debajo de cero, y todo estaba cubierto por un manto de nieve blanca, que en algunas zonas era bastante espeso. La casita no tenía mal aspecto, aunque sólo tenía una planta y no parecía ser muy grande. Tenía dos ventanales en la parte frontal y por la parte de atrás se extendía un denso bosque cuyos árboles estaban también cubiertos por la nieve caída recientemente.

La tía y yo entramos en su casa y, nada más hacerlo, descubrí que ésta constaba de un salón muy grande, que ocupaba dos tercios de la superficie total de la casa, una cocina pequeña, un cuarto de baño pequeño también y un único dormitorio en el que había una cama de matrimonio sin hacer. Aquello me hizo sospechar que la tía Laura no era muy ordenada para ser una mujer que vivía sola, y mis sospechas se vieron confirmadas cuando miré con atención el resto de la casa, en la que había libros, vasos, ropa y topo tipo de objetos fuera de su lugar. Me pareció curioso, sobre todo siendo mi madre la mujer obsesionada con el orden que era.

-Perdona el desorden, Julio, pero es que cuando vives sola se te olvida el orden. Como no tienes que recibir a nadie... -me dijo sin el más mínimo indicio de vergüenza por tener incluso bragas tiradas en algunos rincones-. Brrr...debería haber dejado encendida la chimenea. La volveré a encender.

-Mmm, nunca había estado en una casa con chimenea...Tiene que dar mucho calor... -dije.

-Vaya que si lo da... Pero hay cosas que dan más.

Me quedé un poco confuso con aquella frase, pero hice caso omiso de ella y me dispuse a ordenar mi ropa. Mientras lo hacía, la tía vino hacia mí y me ayudó a sacar mis cosas. Cuando acabamos de guardar la ropa en un armario, me dijo:

-Ahora deberíamos ponernos más cómodos, que empieza a hacer calor con la chimenea...¿Has visto el calorcito que da?

-Ya veo, ya... -respondí.

-Yo normalmente suelo estar sólo con las braguitas puestas por casa, espero que eso no te incomode... -me dijo la tía dejándome de pierdra ( en sentido figurado y literal )-. Si tú quieres puedes quedarte en calzoncillos también. Te será más cómodo y no pasarás frío, eso te lo puedo asegurar. Pero bueno, me imagino que te dará vergüenza.

-No, no me da...La verdad es que suelo dormir en cueros. Además, tampoco tengo nada que esconder.

-Venga ya...seguro que tienes a más de una chica loca por que te pongas en cueros delante de ellas.

Yo sonreí, pero fue una sonrisa algo nerviosa, ya que no podía creerme que estuviera teniendo una conversación así con mi tía, con la que ahora empezaba a sospechar que iba a tener contacto no sólo de tipo verbal.

-A ver, ¿cuántas chicas han visto ya tu material...? -me preguntó la tía riéndose.

-Eh...dos -contesté sonriendo.

-¿Y cuántas lo han probado?

-Dos también.

-Fantasma...

-No, en serio.

-Ya, ya... Era broma, hombre. Bueno, a lo mejor son tres después de estos días aquí...

Ya no había lugar a dudas. Sin pensármelo dos veces, me desnudé y le enseñé a la tía mi erección de 21 cm, que la dejó boquiabierta. Ella se quitó todo también y me enseñó sus enormes tetas de gordos pezones y su espesa vulva negra y triangular.

-Bueno, ¿tienes condones? -me preguntó la tía.

Yo negué con la cabeza.

-Mierda, debía haber sabido que acabaríamos follando. Lo que pasa es que no contaba con que estuvieras tan bueno y que tuvieras esa maravilla. Creo que te haré sufrir un poco, porque voy a ir a la farmacia más cercana a comprarlos. No te vayas a pajear ni nada de eso, eh... -sonrió la tía.

Se volvió a vestir y salió rápido hacia la farmacia. Durante el tiempo que estuvo fuera, yo me quedé sentado en el sofá del salón, sobre el que había dos libros abiertos, un sujetador y dos bragas sucias. Cogí una de ellas y me la acerqué a la cara para olerlas. El olor acre de su coño me embriagó y me empinó la polla aún más. Estaba deseando follar con ella. A los 19 años yo ya había tenido mis experiencias. Me había estrenado a los 16 con una chica de 14 con la que lo había hecho seis veces y con la que me había partido el frenillo. Posteriormente, lo había hecho diecisiete veces con una chica de 25, que después se casó y ya pasó de mí. Veintitrés veces no estaban mal, pero yo quería más, sobre todo por el morbo que me daba hacérmelo con una mujer de 39 años, tan sólo cuatro años menor que mi propia madre.

Al cabo de media hora oí el coche de mi tía y, poco después, entró en casa.

-Ya tengo los condones. He comprado tres cajas y lubricante por si me quieres dar por el culo. Ya ves que tienes un tía calentorra... Imagínate: un año y medio sin echar un polvo...Para desesperarse, ¿no?

-Desde luego, desesperante del todo.

-Pues vamos a ello. Me voy a despelotar ya, que tengo el coño hecho caldo.

Vi cómo mi tía se desprendía de su ropa y luego se puso de rodillas y empezó a lamerme la polla despacio, recorriéndola a todo lo largo y saboreándola como si se tratara del más jugoso manjar. Yo estaba en la gloria sintiendo aquella lengua hambrienta y pecaminosa recorrerme por ahí abajo, pero deseaba penetrar el agujero caliente de mi tía, que debía estar deseando alojar mis 21 cm.

Mi tía se levantó y me besó en la boca durante unos segundos. Después me dijo:

-Vámonos a la cama.

Me cogió de la mano y los dos nos dirigimos a su habitación. Echó la maraña de sábanas, mantas y edredones de su cama hacia atrás y se tumbó con las piernas abiertas sobre ella. Al ver su coño peludo y mojado entre aquellos carnosos muslos blancos como la nieve y suaves como la seda, no pude contenerme y avancé sobre la cama de rodillas hacia ella, que al verme abrió sus piernas aún más dándome la bienvenida a aquel mágico y lujurioso lugar donde nos íbamos a unir. La tía me agarró con sus manos y me rogó, con voz ronca y poseída por la lujuria, que la penetrara. Yo no me hice de rogar e introduje mi miembro en su guarida secreta, en su caverna mojada y caliente.

Entre jadeos y gemidos, los dos nos entregamos a los placeres de la carne sin ni siquiera preocuparnos por los condones que teníamos. Mi polla entraba y salía de su coño haciendo obscenos ruidos acuosos. Las grandes tetas de mi tía se movían de un lado a otro como gelatina y no hacían más que calentarme hasta límites insospechados. Adoraba aquella unión incestuosa y no aceptada por la sociedad y quería cantar a los cuatro vientos que estaba copulando con mi tía, que nos estábamos apareando como dos bestias inmundas, sudorosas y que estaban llegando más allá del éxtasis primigenio al que debieron llegar Adán y Eva en el paraíso.

Nuestra cópula avanzaba irremediablemente hacia el clímax que ambos ansiábamos y que haría que nuestros fluidos del amor se mezclaran. Mi orgasmo se hacía esperar y eso propició que mi tía se corriera una y otra vez con la cara desfigurada por el placer y las piernas cerradas alrededor de mi cuerpo para no dejarme escapar. Como una bruja en presencia del mismísimo Satán, mi tía Laura se retorcía y profería gemidos y gritos sobrenaturales que me asustaban y me hacían gozar al mismo tiempo. Mi orgasmo se empezó a aproximar inexorablemente cuando mi tía ya se había corrido quince veces. Fue poco después cuando un chorro potentísimo y caliente se estrelló contra lo más hondo de su coño satisfecho y empezó a llenar su vagina de semen. Chorro tras chorro, el líquido generador que manaba de mi miembro fui depositado a las puertas de su útero fértil.

Cuando las llamas de nuestra pasión desenfrenada se apagaron, yo saqué mi verga pecaminosa de su bien follado coño y parte de mi leche salió de él goteando sobre las arrugadas sábanas. Había sido el polvo de mi vida y los dos caímos exhaustos el uno junto al otro. Así permanecimos durante una media hora, tras la cual nos pusimos cachondos otra vez y empezamos a follarnos otra vez. Aquel primer día nos juntamos cinco veces, y cinco veces llené su coño con mi semilla caliente y viscosa.

Aquellos días en casa de mi tía follé veintinueve veces. Hicimos de todo, incluso sexo anal, que lo hicimos seis veces. Cuando salimos hacia Madrid, en el dormitorio de mi tía quedaron montones de condones llenos de semen tirados por el suelo, montones de bragas de mi tía llenas de flujos vaginales provocados por mí y un perfume a polla y coño increíble. A los dos nos costó separarnos, pero nunca más nos volvimos a ver, a pesar de que mi tía se quedó embarazada de mí y dio a luz a un niño, del que no tuve noticias hasta que tuvo la edad que yo tuve cuando lo concebí.
 
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