La tetona y la moneda

roman74

Pajillero
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Mi casa es una casa con mucha historia, varias veces rehabilitada con todos los lujos de la vida moderna pero tiene un defecto, o una cualidad extraña y es que se oye perfectamente lo que se habla en el salón desde el desagüe del fregadero. Alguna extraña combinación de tuberÃ*as, conductos de aire y defectos de construcción.
Afortunadamente para mi nadie más conoce este su secreto, pues cuando el tapón está puesto no se oye nada, pero si por un casual me encuentro en la cocina no tengo sino que destaparlo para oÃ*r con bastante claridad lo que allÃ* se dice.
Como ni mi marido ni mi hija sienten mucha afición por las labores del limpieza, soy la única que se sirve de esta cualidad. A veces lo usaba para oÃ*r las conversaciones telefónicas de mi marido, aunque sólo lo que él hablaba. Ahora me sirve para tener controlada a mi hija Teresa que tiene 15 años y está en una edad verdaderamente complicada.

Como aquel dÃ*a en que la dejé hablando con una amiga mientras yo me iba a la cocina, bastante alejada del cuarto como para que ella pensara que podÃ*a oÃ*rlas. Las chicas hablaban de sus cosas pero su amiga MarÃ*a pronto empezó a sacar el tema de los chicos:
- ¿Sabes que Carlos va por ti, no?
- Alguna idea tengo. - respondió mi hija Teresa.
- Eso dicen que va diciendo.
- Pero yo paso de él. - dijo Teresa.
- SÃ*, Teresa, pero también sabes cómo es Carlos y la fama que tiene.
- SÃ* que lo sé, pero no es verdad todo lo que dicen de él, ¿No?

Desde la cocina oÃ*a con cuidado lo que allÃ* se hablaba. Las chicas siguieron.

- Bueno, por lo que yo te puedo contar, es totalmente cierto. - dijo su amiga Maria.
- Tú estuviste con él...
- Y es verdad aquello de que conquista a quien quiere. No sé cómo lo hace pero siempre se sale con la suya. A mi no me gustaba ni nada y fÃ*jate. - dijo MarÃ*a.

Los chicos jóvenes, siempre tan volubles. - pensé mientras me quitaba los guantes para oÃ*r tranquilamente. - Seguro que han estado saliendo unos dÃ*as con unos cuantos besos inexpertos. - pensaba en mi ingenuidad. Pero pronto la conversación me demostró mi error.

- Es un animal de presa. Tiene una habilidad extraña, en como te mira, en la seguridad con que te habla...acabas cediendo. Yo acabé cediendo. Y luego en la cama...
- Ya me constaste. - respondió mi hija Teresa.
- En la cama te doblega por completo. No te respeta, te hace suya y acabas queriéndolo. Y luego sientes vergüenza, porque sabes que lo cuenta todo. Y porque sabes que te acabará dejando. Conmigo no estuvo ni dos semanas. - dijo MarÃ*a.
- A mi no me gusta y paso de él. - dijo Teresa. - Conmigo no podrá.
- Eso pensamos todas hasta que va a por nosotras. Es mucho mayor, tiene 18 años, sabe mucho de mujeres. Acabarás cayendo. Lo hará todo en clase, se sentará a tu lado, te hablará como él sabe. - dijo MarÃ*a a mi pobre hija. - Te acompañará a casa. Un dÃ*a te entregarás a él.
- Eso no va a pasar.
- Pasará. - dijo MarÃ*a con cierta maldad - Y te poseerá como hizo con todas. Por la cuenta que te trae ve tomando la pastilla porque él nunca usa preservativos.

Todo lo que oÃ*a me escandalizaba hasta el punto de pensar en ir al salón a poner orden. No podÃ*a imaginar que mi hija tuviera esas amigas y esas conversaciones a tan tierna edad. Ni que la pretendieran degenerados como el tal Carlos. Siempre me habÃ*a preocupado mucho de la educación de mi hija. No querÃ*a que siguiera mis pasos en el sexo. Me habÃ*a estrenado muy joven, con 16 años, y la primera vez que tuve relaciones ya me quedé embarazada. Fue un infierno y sólo el continuo esfuerzo y una gran voluntad me permitieron llegar hasta donde estaba. Ahora con mis 32 años estaba en la flor de la vida. Me iba bien profesionalmente y me sentÃ*a por fin una mujer plena. TenÃ*a una gran familia por la que pelear y desde luego lo último que querÃ*a era que mi hija tuviera unos comienzos con el sexo tan poco planificados. No lo iba a permitirlo bajo ningún concepto. Y mientras, las chicas seguÃ*an a lo suyo.

- Yo tuve suerte. - decÃ*a MarÃ*a. - porque de todas las veces no me quedé nunca embarazada. Eso sÃ*, me dejaba destrozada. Y hasta me rompió mi culito.
- ¿También te la metió por detrás? - preguntó mi inocente hija.
- Desde luego, ya me avisó al principio y yo tuve que aceptar. Acabas aceptándolo todo. Y la tiene tan grande. Es muy doloroso.

Las chicas acabaron hasta apostando por la capacidad de resistencia de Teresa. Teresa apostó que Carlos no serÃ*a capaz de seducirla y su amiga no dudó en apostar en su contra, a pesar de haberla avisado. Poco después se marchó.

A mi esa apuesta no me gustó nada. Su propia amiga no harÃ*a por proteger su integridad. Hablé con mi hija sin mencionar el tema directamente y noté que a ella no le preocupaba. Pero no podÃ*a fiarme demasiado tras lo oÃ*do. DecidÃ* ir al dÃ*a siguiente a ver al director del colegio para ver si podÃ*a hacer algo.

Por la mañana me arreglé especialmente para ver al profesor. Me puse un pantalón ajustado pero no demasiado llamativo. Una blusa blanca que me quedaba estupendamente. Quizás un poco provocadora pero qué quieren que les diga, con mis enormes pechos cualquier cosa que no trate de ocultarlos ya es de por sÃ* provocadora. Mis pechos siempre han sido causa de problemas y de satisfacciones. Los hombres se vuelven locos por esa parte del cuerpo y en mi resaltan por encima de lo demás. Como encima estoy bastante delgada, ni les cuento. Mi hija también ha heredado esa cualidad y la verdad es que tiene más problemas que yo, porque con su juventud y la ropa que hoy en dÃ*a visten las chicas, es todo un espectáculo para los chicos. En eso no puedo hacer nada más que educar a mi hija para que aprenda a ser respetada.

Me sentÃ* sexy y quise arreglarme un poco más. Me maquillé con elegancia y tomé rumbo a la escuela. AllÃ* me recibió el director que en cuanto me vio se mostró muy solÃ*cito en ayudarme. Me llevó a su despacho y ahÃ* le estuve contando un poco mi problema. Él estaba sentado en su sillón y yo paseaba por la sala mientras hablaba. Era una forma de que me escuchara y obedeciera, el ruido de los tacones sobre el suelo ejerce un poder hipnótico en los hombres.

Caminaba pausadamente y al tiempo iba exhibiéndome con discreción. El director se mostraba muy dispuesto a todo lo que le indicaba, que si mi hija tenÃ*a que tener cuidado, que si era una edad compleja. Que si él estaba ahÃ* para cuidar de los alumnos. Que por supuesto examinarÃ*a el expediente de ese chico tan dÃ*scolo.

Cuanto más me concedÃ*a más dispuesta estaba yo a cederle pequeños regalos. Me paseaba de espaldas a él para que pudiera observar sin recato alguno mi firme trasero que se movÃ*a bajo el ritmo de los pronunciados tacones. Lo hacÃ*a lentamente para que pudiera deleitarse la vista y no tuviera que mirar de soslayo.

-¿Sabe cómo se llama ese alumno?
- me preguntó.
- Carlos López, está en la clase de tercero con mi hija Teresa.

El director hizo un gesto de sorpresa que me extrañó. Se quedó pensando unos segundos y dijo:
- ¿Sabe usted que Carlos López, el alumno del que me habla, es mi hijo?

De repente me sentÃ* mareada. Llevaba unos minutos hablándole fatal sobre un chico y resulta que era su propio hijo. Me senté en la silla enfrente de la suya. Él se levantó ahora. Comenzó a pasear. HabÃ*a metido la pata hasta el fondo y ahora tendrÃ*a problemas.

Comenzó a hablarme sobre lo preocupado que habÃ*a estado con la educación de su hijo, tanto como profesor como padre. Yo apenas podÃ*a decir nada. A todo le daba la razón, tan grande habÃ*a sido mi error de no comprobar si conocÃ*a al tal Carlos.

- Carlos tiene 18 años para 19 y le cuesta pasar los cursos, pero es un chico inteligente. Él no tiene la culpa de que le guste a las chicas.
- No, claro. -dije yo. - Pero entiéndalo...
- No, entiéndalo usted. ¿Ha visto cómo viene a clase su hija y sus compañeras? Van demasiado sueltas para mi gusto. Muy ligeras de ropa, provocando.
- Bueno...
- SÃ*, su hija por ejemplo. ¿Controla usted la ropa que ella trae a clase?
- Mi hija siempre viene vestida muy decentemente a clase. - dije un poco enfadada

El director seguÃ*a paseando y hablándome, mirándome directamente a los ojos y forzándome a retirarle la mirada.

- Usted viste muy provocativamente y su hija toma ejemplo de lo que ve.
- No estoy de acuerdo. - le dije. - Yo visto muy correctamente, ¿O quiere que lo haga como una monja?
- No como una monja, pero. ¿Me negará usted que esa blusa está a punto de estallarle de lo justa que le queda? - dijo el director con descaro.
- ¿De qué está hablando? - dije airada. - La blusa me queda perfectamente y es usted un desvergonzado.
- ¿Ve de lo que le hablo? Luego si mi hijo no puede controlarse ante tanta compañera con las hormonas disparadas y vistiendo tan... ¡Qué quiere que le diga! ¡Le apuesto a que su camisa no soportarÃ*a ni un milÃ*metro más de tensión!

Las formas del director habÃ*an sido intolerables asÃ* que hice por levantarme. Con suavidad me apoyó una mano en el hombro para que me volviera a sentar.
- Verá lo que haremos. - dijo con calma. - Si usted me demuestra que su blusa no está a punto de estallar yo me encargaré personalmente de cambiar a mi hijo de clase. Tiene mi palabra. Si no, me confirmará que es culpa suya porque le da mal ejemplo a su hija y dejaremos las cosas estar. ¿Le parece?

Me pareció una desfachatez lo que ese tipo decÃ*a pero la verdad es que me ofrecÃ*a una fácil forma de liberar a mi hija de los instintos de Carlos, aún cuando tuviera que ser a costa de demostrar la consistencia de mi vestuario. Me irritaba pero le dÃ* una opción al director.
- ¿Y cómo serÃ*a esa prueba? - le dije.
- Muy fácil, yo afirmo que en su escote no cabe ni una moneda de a euro.
- Ja, ja, ja. - me reÃ*. - Eso es absurdo, por supuesto que sÃ*.
- Esa serÃ*a la prueba. Si yo le pongo la moneda y el botón de la blusa no cede, usted gana.

Eso era, querÃ*a aprovechar la coyuntura para abusar de mÃ* y tocarme los pechos. Antes de que pudiera irme se corrigió.
- Yo no le tocarÃ*a, simplemente le lanzaré la moneda.

Eso me tranquilizó y acepté. Acordamos las condiciones, yo no podrÃ*a moverme para esquivar la moneda, la moneda tendrÃ*a que entrar en mi escote, si el botón saltaba, el ganaba, si se mantenÃ*a, lo harÃ*a yo.

Todo esto habÃ*a provocado que me excitara un poco. La inocencia del juego habÃ*a apartado mis molestias iniciales. Estaba claro que el director sólo querÃ*a un juego erótico y eso me gustaba. Llevábamos unos minutos hablando de mis pechos, de lo firmes que se veÃ*an en la blusa. No podÃ*a controlar que mis pezones se pusieran firmes y que esa dureza se trasparentara a través de la fina tela del sostén y la blusa.

Me preparé. El director lanzó una moneda. No pude evitar moverme un poco ante la inminencia del choque del metal con mi pecho. La moneda rebotó y cayó al suelo justo al lado de mis piernas. No me atrevÃ* a agacharme a cogerla. Tanto hablar de mi blusa y mis pechos y tenÃ*a miedo de que si me agachaba estos se salieran de su sitio. Tampoco querÃ*a que el profesor se agachara en un lugar tan comprometido para mi asÃ* que deslicé mi pierna derecha y la tapé con el tacón.

- ¿Me da la moneda para que la lance de nuevo?
- No la veo en el suelo, lo siento. Tome otra. - mentÃ*.
- Convendrá en que ha sido culpa suya. No debe moverse o habrá que suspender la prueba. - dijo con seriedad.
- Perdone, tendré más cuidado.
- Mire, lanzo otra pero ponga las manos detrás.

AsÃ* lo hice. Me quedé sentada en la silla, con un pie sobre la anterior moneda de un euro y con las manos atrás, entrelazadas. La postura me resultaba enormemente sensual. Era una exposición total de mis pechos, a los ojos de ese hombre. El juego era tan inocente como sus intenciones y eso me provocaba una mayor excitación. Me gustaba pensar cómo tenÃ*a que apuntar la moneda mirando fijamente mis enormes tetas e imaginándoselas a través de la tenue tela de la blusa.

De nuevo lanzó la moneda y de nuevo me movÃ* un poco cuando vi que impactarÃ*a contra mi pecho. Fue instintivo. Otra vez la moneda rebotó contra mi pecho por encima del escote y cayó al suelo. De nuevo lo hizo en un lugar comprometido y tuve que taparla con el otro tacón. De nuevo le dije que no veÃ*a la moneda.

- No podemos seguir asÃ*. Usted siempre se va a apartar.
- Lo siento, tendré más cuidado. - dije.
- No, más lo siento yo. Lo vamos a tener que dejar. - Me dijo e hizo un gesto de levantarse.
- No, insisto. - dije yo porque la verdad es que me contrariaba interrumpir el juego en ese momento. QuerÃ*a ver qué ocurrirÃ*a y me gustaba la situación que estaba viviendo. El director era un hombre respetuoso y me ponÃ*a a cien exhibir mis potentes pechos ante los ojos de un hombre que tenÃ*a que estar excitado.
Además, me vendrÃ*a bien solucionar definitivamente el problema de mi hija.
- Cerraré los ojos y ya está. - le dije.
Pero al director no le convencÃ*a. ParecÃ*a que habÃ*a perdido el interés por el juego. DecÃ*a que al final los abrirÃ*a y me moverÃ*a. Yo querÃ*a continuar asÃ* que le propuse que me los vendara si no se fiaba. Estuvo de acuerdo.

El director tomó un pañuelo que habÃ*a en un cajón. Entonces me dÃ* cuenta de que quizás me habÃ*a pasado proponiéndole que me vendara. Ya no podÃ*a echarme atrás. Como tenÃ*a las monedas escondidas en mis tacones no quise cambiar de postura. Me vendó de espaldas. Lo hizo con más suavidad de la que pudiera imaginarse en un hombre. Luego se dio la vuelta y volvió a su lugar en la mesa. Debió hacer algunos gestos con los dedos y me preguntó si veÃ*a cuántos dedos tenÃ*a. Le dije la verdad, que era que no. Me extrañó sentir su voz como más cercana. Lo achaqué a que la repentina oscuridad me habrÃ*a afinado el oÃ*do, pero también pensé que podÃ*a ser que se habÃ*a recostado sobre la mesa.

Estaba arrepentida de haber aceptado. Vendada, no sabÃ*a donde estaba el director. PodÃ*a haberme mirado desde la altura de la mesa con total descaro el canalón que formaban mis pechos. Eso me gustaba, pero también me hacÃ*a sentir vulnerable. Era una situación muy morbosa.

Con estoicismo esperaba la llegada de la moneda. Mis manos seguÃ*an atrás en la silla. El director rebuscaba en su cartera y me dijo que no encontraba otra de a euro. Antes de que quisiera buscar, le propuse que lanzara cualquier otra.

- Tiene que ser de a euro, es lo que hemos hablado. - me dijo.
- Bueno, pues dos de cincuenta. - le dije en broma.

SentÃ* el impacto de la moneda que no me golpeó de canto sino de frente en medio del pecho. La moneda se deslizó lentamente por entre mis pechos evitando quedar atrapada en el sujetador a pesar del estrecho espacio. SentÃ* su calor - pues estaba inusualmente cálida - bajar por mi vientre y quedarse atrapada a la altura de la cintura.

Estaba claro que a mi blusa no le habÃ*a pasado nada. Pero el profesor explicó que era una de cincuenta, que faltaban otras. Eso de otras me extrañó pero entendÃ* que no tendrÃ*a el cambio suelto. Me habÃ*a gustado la experiencia, los instantes previos a recibir el suave golpe. Sentir un cuerpo caliente que invade tu intimidad sin poder hacer nada al respecto. El estar con los ojos vendados ante un desconocido. Me excitaba. SentÃ*a la humedad que llegaba a mi tenue tanga y los pezones me quemaban en los pechos.

Volvió a lanzar otra moneda. Esta quedó atrapada en mi sujetador, cerca del pezón derecho. DebÃ*a ser una moneda pequeña, tal vez de a cinco céntimos. No dije nada más y esperé. Llegó otra que cayó del otro lado, rozando mi pezón izquierdo. Estaba cachonda perdida. Me sentÃ*a como las strippers que se dejan meter los billetes en el escote, con la exposición del que no puede defenderse. Mis manos no se movÃ*an de mi espalda, mis ojos no veÃ*an nada pero mi cabeza imaginaba demasiado. Las monedas estaban calientes, tanto como yo. PodÃ*a sentir la primera en mi cintura, las otras dos en los pechos.

Llegaron más monedas. El golpe contra mi pecho me recordaba la sensación del embestir del miembro del hombre cuando taladra tu interior. Cada golpe de moneda era un embate en una penetración prolongada. Mis labios se abrÃ*an de placer al sentir las monedas por todo mi sujetador rozando mis pechos por todas partes.
Ya habÃ*an entrado más de media docena, debÃ*an quedar pocas. No me preocupé de contarlas ni de preguntar cuándo terminarÃ*a una experiencia tan libidinosa y sensual. SentÃ*a que las últimas monedas llegaban como con menos recorrido. Pensé que tal vez el director se habÃ*a recostado de nuevo sobre la mesa. No oÃ* nada porque todos los nervios de mi cuerpo estaban en mis pechos y en mi coño, entreabierto como mis piernas abiertas por las monedas de a euro que ocultaban mis tacones. Mis manos atrás, mis ojos cerrados aún a pesar de la venda. SabÃ*a que el director estaba muy cerca de mi y que observaba con descaro mis pechos desde un plano privilegiado, pero eso lejos de molestarme me excitaba aún más. Mis pechos estaban como una roca, las monedas seguÃ*an fluyendo.

No se cuando empecé a gemir. Lo hice suavemente, eran pequeños sonidos cuando sentÃ*a un objeto que buscaba su sitio en mi pechera. Me sentÃ*a sucia con tanto dinero encima y al mismo tiempo tan poco. Era como una fulana barata a la que se le paga con suelto.

En algún momento sentÃ* la respiración del director a escasos centÃ*metros de mi boca. Fue instintivo, acerqué mis labios. Él debió retirarlos un poco. Le busqué con mi boca y encontré otra cosa más caliente. Era su polla ahÃ* al lado. Me la introduje en la boca como pude. Estaba tan caliente que me quemaba. Se la chupé tan bien como pude. Tragaba su salado miembro con un hambre tremenda. SentÃ*a como entraba todo su polla hasta el fondo de mi garganta, no podÃ*a evitar expulsar grandes chorros de saliva que me ayudaban a lubricarla mejor. Paraba un poco y me introducÃ*a sus testÃ*culos, los masajeaba con mi lengua y mis manos. Me la volvÃ*a a introducir entera, hasta el lÃ*mite de mi garganta, tragando y tragando. Él gemÃ*a como un loco. Le daba buenos lametones desde la base hasta el mismo glande. AhÃ* me paraba y pasaba mi lengua por toda la superficie. Y de nuevo bien adentro.

Estuve un buen rato dándole a la lengua. SentÃ* que era inevitable que se corriera y asÃ* lo hizo. La abundante leche inundó mi paladar y mis dientes, todo fue para adentro y lo que no bien que me encargué de que no se perdiera. Le pasé la lengua por las comisuras de su hombrÃ*a limpiándosela en cada vericueto. HabÃ*a terminado como un loco, conteniéndose el hacer más ruido por estar en su despacho. En todo el proceso no me habÃ*a puesto la mano encima. A pesar de sentirme tremendamente sucia me sentÃ*a respetada y en cierto modo inocente.


El semen seguÃ*a dentro de mi garganta cuando me quité la venda. En ese instante el director dio un tirón del último botón de mi blusa. El dinero fluyó como en una máquina tragaperras cayendo por todo el suelo. Mis pechos habÃ*an explotado y salido con violencia de su prisión de tela. Me quité las monedas que pude de mi sujetador, ahora avergonzada de que me pudiera ver las tetas. Saqué las que habÃ*a por mi cintura. Me quise marchar precipitadamente, sin decir nada más. Traté de componer mi blusa porque no podÃ*a dejar mis pechos asÃ*. Le pedÃ* algo para reparar la blusa. Buscó en sus cajones y me ofreció un clip. ExtendÃ* mi mano para recogerlo pero entonces lo tiró al suelo. Tuve que agacharme mientras me sujetaba los pechos con una mano, pues querÃ*an salir del sostén. Compuse como pude la blusa y me marché avergonzada pero satisfecha del despacho.

Al salir del despacho pasé cerca de la clase de mi hija. Estaban en el pasillo hablando de sus cosas. No quise acercarme con la blusa como la tenÃ*a y tras haber hecho algo como lo que hice. La observé de lejos, vi a los otros alumnos. Me preguntaba quién serÃ*a el hijo del director. No me costó averiguarlo. HabÃ*a un chico más alto, más formado, mucho más hombre que los demás.

Desde la distancia los observé. El chico, no sé cómo debió darse cuenta. Nuestras miradas se cruzaron un instante. Creo que me hizo un gesto con el dedo, como para que me acercara. SentÃ* vergüenza y quise irme. El chico se acercó a mi hija. Con naturalidad la cogió de la cintura. Mi hija no le rechazó, a mi pesar tuve que marcharme.
 
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