La relojería

lalilulelo003

Pajillero
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Ago 6, 2019
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En el pequeño barrio del extrarradio donde me crié allá por los años 80, un niño no necesitaba mucho para ser feliz. Una pandilla de amigos, una bicicleta y un balón de fútbol eran cosas que te proporcionaban horas y horas del más sano entretenimiento.


Éramos cuatro en casa. Mis padres, mi hermano gemelo Javi y yo. El hogar era bastante humilde, pero todo estaba siempre ordenadísimo y reluciente. Javi y yo compartíamos habitación y éramos uña y carne. Podría decirse que no sólo éramos hermanos, sino también amigos. Formábamos parte de la misma pandilla de la clase y nos queríamos y protegíamos mutuamente.


A pesar de que mis padres eran españolitos fieles a los estereotipos de la época (morenos y bajitos), los caprichos de la genética habían decidido que nos pareciésemos a una bisabuela paterna de la que nos hablaban a veces. Los dos éramos extremadamente rubios, casi albinos, con la piel clara, ojos azules y pequitas en la nariz. Gozábamos de cierta fama, puesto que nuestro aspecto era bastante exótico en aquella deprimida barriada de familias trabajadoras y feos edificios de ladrillo visto. Parecíamos niños nórdicos o alemanes, y de hecho, para nuestros amigos éramos los “Schuster”, en referencia al jugador de fútbol alemán que entonces jugaba en el Barcelona y que lucía un peinado y un color de pelo idéntico al nuestro. Además éramos dos gotas de agua (y muy guapos, olvidemos la falsa modestia), así que llamábamos bastante la atención, y desde muy pequeñitos hacíamos las delicias de las amigas de mi madre y las madres de nuestros amigos.


La historia que voy a contar tiene que ver con nuestro despertar sexual. Todo sucedió cuando teníamos diez años. Alguna vez habíamos jugado a los médicos con nuestras primas del pueblo pero no había pasado de besitos castos y enseñarnos las cositas íntimas. Pero algo estaba cambiando en mi interior, y puedo suponer que Javi estaba sufriendo un despertar similar al mío. Desde hacía unos meses venía notando que mi reacción a ciertos estímulos había cambiado. Me estaba empezando a interesar mucho por los anuncios de lencería de las revistas de mamá y mi pene reaccionaba incontrolable a estos estímulos y otros similares. Las compañeras de clase despertaron un renovado interés por mi parte, y empezaba a preocuparme por si el tamaño de mi pene era suficientemente grande, o por si pronto empezaría a salirme vello, ya que mis piernas estaban empezando a cubrirse cada vez más por una suave pelusilla blanca.


Recuerdo que un amigo que sabía mucho de estas cosas (en todas las pandillas siempre hay uno que sabe más de todo), nos había explicado a todos lo que era masturbarse, y todas las noches, en lo alto de mi litera, empecé a hacer las primeras prácticas de mi vida, sin ningún resultado, claro. Aún recuerdo las imágenes de las primeras revistas porno que tuve la oportunidad de ojear en el mercado negro de pornografía que había montado en la clase. Empecé a obsesionarme con aquello de la eyaculación y el orgasmo, y ardía en deseos de alcanzar por fin el primero de mi corta vida. Supongo que Javi, en la cama de abajo de la litera, sufría preocupaciones similares a las mías.


Pero vamos a lo que interesa. Allí donde los últimos edificios del barrio empezaban a desparramarse dejando paso a bancales, y huertas, había una relojería llamada “Kiki Relojeros” regentada por un señor que a nuestros ojos infantiles era un viejo, pero que, si mi memoria no me falla debía rondar la cuarentena (en los años 80, con 40 años ya eras un señor de mediana edad). El hombre era moreno y disimulaba su calva peinándose con cortinilla. Sus ojos se escondían tras unas gafas ahumadas y su cuerpo era pequeño, ancho y compacto, siempre vestido con pantalones de campana y jerseys de punto ceñidos.


No recuerdo cuándo oí por primera vez los rumores sobre aquel lugar, pero era algo que todos los niños del barrio sabíamos. Según comentaban las malas lenguas, “El Kiki” (que así llamábamos al hombre), regalaba relojes a los niños que se bajaban los pantalones delante de él. Según el rumor, él no te tocaba, sólo miraba, y si te atrevías a bajarte los pantalones en la trastienda, y retirar la piel de tu prepucio para enseñarle tu glande infanti, “El Kiki” te regalaba un Casio. Una tarde nos encontrábamos toda la pandilla charlando en las pistas del colegio, después de haber estado toda la tarde jugando al fútbol sala y volvió a salir el tema del Kiki.



  • Os juro que es verdad - aseguraba Alberto, un buen amigo de clase.- Yo nunca he ido pero la otra tarde vi al hermano pequeño de Iván con un pedazo de Casio con cronómetro. Me dijo que se lo había dado el Kiki por enseñarle el nabo.
  • Joder, pues si sólo hay que enseñarle la polla y te llevas un reloj a cambio, creo que voy a ir -comentó Antonio, otro amigo.
  • Si tú le enseñas tu gusanito no te da ni la correa -dijo otro, y estallamos en risas.
  • ¡Serás cabrón!- respondió Antonio.


Mi hermano y yo guardábamos silencio, pues éramos bastante reservados para esos temas. Por la noche, tumbados en nuestra litera, Javier habló:



  • Luís, ¿vamos mañana a por un reloj?
  • ¿Al Kiki?
  • Pues claro.
  • No sé, ¿tú te atreves?
  • Si te vienes tú, sí.
  • Es que me da un poco de palo -dije sin mentir, pero deseando en el fondo dejarme convencer por mi hermano.
  • A mí me da igual que el viejo me la vea si a cambio me llevo un Casio. Vamos tío, si van a ser cinco minutos.
  • Y cuando mamá nos vea el reloj, ¿qué le decimos?
  • No seas gilipollas, nos lo ponemos sólo en la calle.
  • Venga vale, mañana vamos - dije, y quedamos en silencio.


No fuimos al día siguiente, pero el tema salió un par de veces más en las semanas siguientes, y un día al fin nos atrevimos. Por la tarde, después de jugar al fútbol, dimos alguna excusa a la pandilla y nos escabullimos. Con nuestra indumentaria deportiva de camiseta y pantalón corto, con las rodillas llenas de arañazos y golpes nos encaminamos a la relojería del Kiki. Recuerdo que iba bastante nervioso, pero también motivado ante la idea de llevarme un reloj por la cara. Entre discusiones sobre quién de los dos hablaría nos fuimos acercando al lugar.


Giramos la esquina de la calle y al fondo vi el viejo letrero luminoso en la hora crepuscular: “Kiki relojeros”. El corto trayecto hasta el negocio lo hice con sensación de irrealidad, como si todo fuera un sueño. Allí nos miramos brevemente a los ojos, compartiendo la complicidad de estar a punto de perder la inocencia, y mi hermano Javi, algo más resuelto que yo, abrió la puerta de la tienda y entró el primero.


Seguí sus pasos y de repente nos encontramos en la semi penumbra de aquel local decrépito de ambiente cargado. La puerta chirriaba mientras volvía lentamente a su posición inicial, hasta que con un sonoro golpe quedó cerrada a nuestras espaldas. Había allí dos mostradores de cristal, con gran cantidad de relojes expuestos en su interior. Tras el mostrador de enfrente estaba el Kiki. Con las gafas en la punta de la nariz, levantó la vista del crucigrama que estaba haciendo cuando oyó el ruido de la puerta y nos repasó con la vista por encima de las gafas de arriba a abajo. Javi tragó saliva, y como queriendo pasar el mal trago lo antes posible dijo rápido:



  • Venimos a por un reloj.


El hombre se nos quedó mirando un rato que me pareció eterno y de repente, por una puerta que tenía a su espalda, apareció una mujer. Debía tener más o menos la edad del Kiki. Llevaba el pelo teñido de rubio y recogido en un moño. El amplio vestido estampado que llevaba se veía incapaz de contener un escote más que generoso. No estaba gorda, pero sí era corpulenta. Tenía toda la pinta de ser la esposa del Kiki. La inesperada aparición de la mujer parecía dar al traste con todo el plan pues pensábamos que los extraños gustos del Kiki serían su gran secreto. Por un momento pensé en dar media vuelta y salir de allí corriendo, pero no sabía si Javi me acompañaría, y por nada del mundo lo habría abandonado allí. Entonces habló la mujer:



  • Claro cielo, ¿qué tipo de reloj quieres?


No sabíamos qué contestar, estábamos totalmente fuera de juego. Aquellas dos personas nos miraban fijamente. La mujer sonreía afable, pero el hombre, que aún no había dicho nada, nos miraba muy serio desde el borde superior de sus lentes. Como nos habíamos quedado helados y no decíamos nada, la mujer volvió a hablar.



  • ¿Tal vez uno con cronómetro y resistente al agua?


Sin pensar lo que estábamos haciendo, los dos asentimos con la cabeza. Yo ya estaba maquinando una pantomima en plan “sólo queríamos verlos, ya volveremos otro día con el dinero”, pero entonces la señora le dijo al Kiki:



  • Voy con estos gemelitos tan guapos a la trastienda a ver si han llegado los nuevos Casio. Ve cerrando la puerta que ya es tarde- y luego nos dijo sonriendo tranquilizadora- acompañadme chicos.


Sin saber muy bien por qué, obedecimos sin rechistar. Yo empezaba a tener algo de miedo pero mi mente racional se esforzaba por comprender lo que estaba pasando: ¿de verdad nos iba a enseñar unos relojes nuevos en la trastienda? ¿O la señora Kiki estaba metida en el ajo? Calibré la corpulencia del hombre cuando pasó a nuestro lado con un manojo de llaves en la mano, tratando de averiguar si, llegado el caso, mi hermano y yo podríamos con él en un forcejeo para huir de allí.


Seguimos a la señora por la angosta puerta hasta la trastienda. Nunca olvidaré el olor a cerrado que allí había. Cajas apiladas por todas partes, un escritorio lleno de papeles, una fregona y un cubo en un rincón. Había otra puerta que debía llevar a un cuarto de aseo. Pero lo más inquietante de todo era un pequeño sofá marrón, sucio y deshilachado y una antigua cámara de vídeo Súper 8 en un trípode que apuntaba hacia el sofá. Junto a este, una lámpara que la mujer encendió nada más entrar, iluminó el cuartucho.



  • Esperad ahí- dijo, y quedamos de pie en silencio junto al sofá.


La señora se agachó y rebuscó en unas cajas, de espaldas a nosotros, haciendo temblar las generosas curvas de su trasero. Se alzó nuevamente cuando el Kiki entró en la estancia, y al pasar éste a su lado ella le susurró al oído algo parecido a “estos son para mí”. Entonces dejó dos cajitas blancas sobre el escritorio en las que se podía leer claramente “Casio F-14”. Siempre en tono maternal y amable nos preguntó:



  • ¿Queréis que estos relojes os salgan gratis, verdad?


Vale, eso acababa con nuestras dudas. La señora era compañera de fechorías del Kiki; a ella también le divertía verle las cosas a niños pequeños. Aquello lo cambiaba todo; por alguna razón, me daba mucha más vergüenza enseñarle mi pene a la señora que al hombre. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Sentía un renovado pudor sólo de pensar que aquella mujer, grande pero atractiva, me pudiera ver mis partes. Pero a la vez, el hecho de que una mujer mayor quisiera verlas me excitaba. Yo, que todavía no había dicho ni media, me sorprendí a mí mismo cuando dije:



  • Sí. ¿Qué hay que hacer?


Javi me miró algo sorprendido. Ya no había vuelta atrás. Los adultos se miraron con complicidad y ella dijo con su eterna y reconfortante sonrisa:



  • Poneos delante del sofá y bajaos los pantalones.


Nos colocamos donde nos había dicho. Javi y yo nos miramos a los ojos durante un segundo y cogiendo los shorts por el elástico, tiramos hacia abajo a la vez, dejando nuestras partes a la vista. Nuestras pollas, como todos los centímetros de nuestra piel, también eran idénticas. El Kiki y su mujer se nos quedaron mirando contemplando extasiados los dos querubines que tenían delante. Casi parecían relamerse.



  • ¿Ya?- preguntó Javi tras unos segundos, sacándolos de su estupor.
  • No- respondió la señora.- Sacaos la camiseta también.


Obedecimos sin rechistar, y de repente estábamos totalmente desnudos salvo por nuestros calzado deportivo. Sin mediar palabra, el Kiki se acercó a la mesa, y de uno de los cajones sacó una Polaroid. Aquello no nos lo esperábamos, pero estábamos algo intimidados, y sinceramente, yo no me lo estaba pasando mal exhibiendo mis encantos a aquellos señores que parecían saber admirarlos. Nos apuntó con la cámara instantánea y nos hizo un par de fotos. “Daos la vuelta” exclamó el hombre con una voz que no parecía ajustarse a su imagen, y volvimos a obedecer. Escuchamos el ruido del obturador de la cámara otro par de veces, inmortalizando nuestros tersos y blancos traseros.



  • ¿Ya?- volvió a inquirir Javi. Yo no tenía ninguna prisa.
  • No- dijo el hombre, y una parte de mí se alegró.


Cuando nos dimos la vuelta, el Kiki estaba metiendo un cartucho de vídeo en la cámara súper 8. Al empezar a grabar, el ruido de la película inundó aquel pequeño cuartucho. Entonces la mujer volvió a hablar:



  • Tocaosla el uno al otro.


Javi y yo nos miramos. Ambos estábamos visiblemente nerviosos pero yo también estaba empezando a estar muy excitado. Extendí mi brazo, se la agité un poco con mis dedos y retiré la mano. Mi hermano no movió un músculo, pero su pequeño pene reaccionó levemente a mi caricia. Yo no podía ocultar mi erección.



  • Más- volvió a ordenar la mujer con su voz amable.


Volví a obedecer, y mi hermano se decidió a acariciarme también. Comenzamos a masturbarnos ante sus atentas miradas. El pene de mi hermano alcanzó también una gran dureza mientras nos acariciábamos mutuamente con la punta de los dedos. La mujer no pudo contenerse más y dejó caer su vestido hasta el suelo, quedando en ropa interior ante nosotros. Mi corazón se desbocó. Sus caderas eran anchas, sus muslos gruesos y sus tetazas enormes, pero no estaba gorda ni mucho menos. Al contrario de lo que suele pasar con mujeres de esa edad, era mucho más atractiva sin ropa que con ella. Se acercó a nosotros por un lado, entrando así en el encuadre de la súper 8, y se sentó en el sofá, a nuestra espalda con las piernas abiertas. Sus bragas eran incapaces de contener la espesa mata de vello púbico. Yo estaba excitadisimo cuando la noté acariciar mis nalgas. “Sois unos niños preciosos” susurró, y entonces su mano se aventuró entre mis piernas para acariciar mis testículos y mi pene. Por supuesto, estaba haciendo lo mismo a mi hermano con la otra mano. Yo sentía un calor en mi interior que no puedo describir. Notaba mis mejillas ruborizadas como nunca, y las sensaciones que me provocaba aquella dulce y sabia mano, no tenían nada que ver con las que conseguía yo solo en mi cama.


Estaba disfrutando de aquello más de lo que jamás habría imaginado y a juzgar por las caras de mi hermano, él también lo estaba gozando. De repente recordé al Kiki y lo busqué tras la cámara. El muy sátiro se había sentado en la silla del despacho y disfrutaba de la escena mientras se acariciaba un cilindro de carne que había sacado de su pantalón y que a mí entonces me pareció enorme.


“Besaos” volvió a susurrar la mujer, y Javi y yo nos miramos. Aquello nos sobrepasaba. Paradójicamente, atacaba mucho más a nuestra hombría besarnos en la boca que acariciarnos la polla. La señora vio que dudábamos, así que cesó sus trabajos manuales y nos cogió por el pelo a los dos, forzando suavemente nuestras cabezas a juntarse. Nos dimos un piquito en los labios. Luego otro más largo. Un tercero algo más húmedo, con la boca entreabierta. Abrí los ojos y vi a Javi, con los ojos cerrados, disfrutando de mis labios. ¿Por qué diablos todo aquello me excitaba tanto? A mí no me gustaban los chicos, y nunca me han gustado, pero besar y masturbar a mi hermano gemelo en aquella situación me proporcionaba un morbo insospechado. Era como besar a un clon. Cómo sentir placer por besarme a mí mismo. Además nos estaban grabando haciéndolo, allí en pelotas, con aquella mujerona jugueteando con nuestras partes y el hombre masturbándose y observando la escena.


En un arranque de lascivia, la señora se acercó a nuestras caras y empezó a repartir morreos. Recuerdo su lengua mentolada mancillar mi boca en repetidas ocasiones mientras Javi y yo nos acariciábamos. Observándola besar a mi hermano pude apreciar el gran tamaño de sus tetas, y pasé a la acción. Alargué el brazo y le estrujé una. Ni siquiera con mis dos manos podía abarcar uno sólo de sus senos. La mujer recibió mi caricia con una gemido y se desabrochó el sujetador. “Chupadme los pezones” dijo, y se echó hacia atrás en el respaldo del sofá. Nosotros nos sentamos cada uno en una de sus rodillas, y obedecimos gustosos su orden. A estas alturas, los dos participábamos del juego con sumo placer y habríamos hecho casi cualquier cosa que nos pidiera aquella amable señora. Con mis testículos acomodados sobre su carnoso muslo, agarré el seno que me correspondía con dos manos, y me esmeré en chuperretear aquel gran pezón, ya endurecido de placer. Ella nos acariciaba el pelo mientras sus gemidos empezaban ya a ser bastante ruidosos.


Tras un rato comiéndole las tetas nos ordenó que nos pusiéramos en pie y juntásemos los penes. Así lo hicimos, restregando el uno contra el otro, y haciéndolos tropezar. Ella se acercó y sacando su lengua, lamió la punta de ambas pequeñas pollas, brillantes y ya rezumantes. Yo estaba fuera de mí, alucinando por ser el protagonista de una escena tan parecida a las que había visto en las revistas porno, sintiendo las uñas de la mujer clavarse en mis nalgas y su lengua lamiendo mi pene, tieso como una pequeña antena. Pronto se metió la de Javi en su boca y empezó a succionarlas alternativamente, primero a uno y luego a otro. El placer azotaba nuestros huesudos cuerpos, tan blanquitos y delgaditos en comparación con voluptuoso cuerpo de nuestra amante.


Se puso de pie, y sus pechos volvieron a quedar a la altura de nuestras cabezas. Se despojó de las bragas y volviendo a sentarse en el sofá, abrió sus muslazos ofreciendo su raja peluda y reluciente por los jugos que la empapaban. Era la primera vez en mi vida que tenía un coño ante mis ojos.



  • Venid aquí mis niños- susurró, y nos arrodillamos ante ella.


Fui yo el primero que introdujo la lengua en aquellos carnosos labios vaginales. Tan grande era su raja que al lamerla me mojaba entero desde la barbilla hasta la nariz. Su sabor me repugnó y fascinó a partes iguales. Dejé espacio a Javi y también lo hizo. Mientras se lo chupaba le acaricié la polla, y cuando me tocó de nuevo sumergirme en aquel gran coño, él hizo lo mismo. Estábamos entregados a la depravación. Menudo estreno.


Entonces la cámara cesó su ruidito, anunciando que la cinta se había acabado, lo que nos sacó de nuestro trance orgiástico. El Kiki se levantó con la polla fuera y buscó otra cinta. Mientras, la señora nos preguntó nuestros nombres y nos besó en la boca con cariño mientras nos acariciaba por todas partes. Se la notaba muy excitada. Mi hermano tenía las mejillas al rojo vivo, y a juzgar por el calor que sentía en la cara, yo debía tener un aspecto similar. Levantándose del sofá, Charo (que así dijo llamarse), ordenó a Javi que se sentara en el mismo, y girándose hacia mí exclamó:



  • ¿Podrás metérmela por detrás mientras se la chupo a tu hermano?
  • Vale- respondí yo feliz y colaborador.


El Kiki insertó una nueva cinta y cuando esta empezó a grabar, Charo se arrodilló ante mi hermano, poniendo su gran culo a mi alcance. Entre sus grandes nalgas, redondas y firmes se podía ver claramente su ano, y justo debajo, dos labios vaginales rosados y carnosos. El moño de la mujer subía y bajaba rítmicamente, y las caras que ponía mi hermano eran un poema. Yo agarré con mis manos aquella soberbia grupa y acerqué mis caderas. Mi pilila entró fácilmente en ella. Irradiaba un calor abrasador y sus jugos la hacían más que confortable. Yo no podía imaginar que aquello diera tanto gusto. Las paredes de su vagina me la abrazaban tiernamente, y el leve movimiento de mis caderas me proporcionaba una fricción viscosa y placentera.


Pronto, una sensación que no había tenido nunca empezó a extenderse por todo mi cuerpo desde mi pene. Oleadas de placer fueron extendiéndose por mi anatomía al tiempo que todo mi cuerpo temblaba y yo tensionaba involuntariamente mis nalgas. Alegre y gozoso, fui consciente de que por fin, iba a tener mi primer orgasmo y casi gritando lo derramé en el interior de aquella gran mujer entre espasmos. Ella también gemía con la boca llena de mi hermano y cuando terminé, se giró a mirarme con una sonrisa en los labios y una expresión maternal en los ojos.


Me senté en el sofá junto a Javi y pude comprobar que él también se había corrido. Ella siguió lamiéndonos y chupándonos alternativamente. Yo estaba preparado para seguir, y mi hermano también.


Gastamos varias cintas más de la cámara pues tanto ella como nosotros éramos insaciables. El Kiki fue testigo de excepción de una sesión de sexo increíble entre una mujer madura, guapa y maternal, y dos gemelos blancuchos de 10 años. Nos dieron los relojes y Charo nos pidió muchas veces que por favor volviésemos otro día.


Esto pasó hace ya casi 30 años. Me he preguntado muchas veces por aquél vídeo. Me encantaría poder verlo. Este fue sólo el inicio de una vida sexual muy intensa, que quizá pueda contaros en otros relatos.
 
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