La Puta Ramona, su jefe Don Matías y su Hijo Julio – Capítulos 01 al 02

heranlu

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La Puta Ramona, su jefe Don Matías y su Hijo Julio – Capítulos 01 al 02

La Puta Ramona, su jefe Don Matías y su Hijo Julio – Capítulo 01

Anselmo contempló estupefacto como la mano del Don Matías Jr., su jefe, bajaba y, tras pegar una sonora palmada en el blandito y tembloroso culo de Ramona, exclamaba:

—Venga, putilla, espabila, que sólo tenemos media hora antes de la reunión.

Después, vio como ambos entraban en el despacho del director y le daban con la puerta en las narices. Los cuatro oficinistas que permanecían en las mesas de la antesala del despacho de Don Matías, con la vista en sus respectivos ordenadores, apartaron la vista por un momento de las pantallas y se miraron entre ellos, con un amago de sonrisa cómplice en sus rostros. Todos, menos Anselmo, que, rojo como un tomate y completamente avergonzado, permanecía con la vista baja y pegada a la pantalla, mirando pero sin ver. Maldiciendo su suerte y la maldita hora en que se le ocurrió sugerir a Don Matías Jr. que contratase a su mujer como recepcionista. Pero, ¿a quién se le iba a ocurrir que las cosas llevarían ese camino tan retorcido?

Pero así había sido. Tras una reestructuración de la empresa, Anselmo se había encontrado con una bajada de sueldo y un puesto del montón en la empresa y encima dando las gracias por no estar entre los despedidos. Y todo, ahora precisamente que le quedaba tan poco para jubilarse… El caso es que, tras hablarlo con su esposa, aceptó, al fin, la propuesta eternamente postergada de la mujer para incorporarse de nuevo al mercado laboral. Además, necesitaban el dinero, su hijo Julio todavía estaba estudiando una ingeniería. En el último año de carrera, sí, pero sin trabajo y siendo una fuente de gasto constante. En resumen, el caso es que, cuando Don Matías Jr., el hijo del jefe de toda la vida, el Señor Matías, asumió la dirección de la empresa después de la reestructuración, entre los muchos cambios de personal que sacudieron la plantilla, seguía pendiente la oferta para contratar una nueva recepcionista, tras la jubilación en el ERE de la anterior.

En principio, todo parecía indicar que el puesto se lo quedaría una chica joven. Se trataba de un empleo inicial con poca remuneración. Pero, en la oferta no ponía nada acerca de una edad límite, de modo que Anselmo, después de hablar con Don Matías, le convenció para que su mujer, Ramona, que ya frisaba la cincuentena, se pudiera presentar a las pruebas.

Para sorpresa de propios y extraños, Ramona consiguió el empleo. Claro que, el pobre Anselmo, no tenía ni puta idea de lo que implicaba ese hecho. Las primeras veces que Don Matías llamaba a Ramona a su despacho para dictarle alguna carta o darle instrucciones sobre algún tema, nadie parecía sorprendido. Entraba dentro de lo lógico de sus funciones. La cosa se fue desbaratando cuando, después de cada visita al despacho, siempre con la puerta cerrada, la pobre Ramona salía con un aspecto algo calamitoso. Al principio eran detalles sutiles, algún ligero detalle de vestuario mal colocado, el pelo despeinado, el rímel algo corrido… Cosas como sin importancia, pero al poco tiempo, las atenciones de Don Matías se fueron haciendo más obvias y evidente. Y la cosa pasó a ser la comidilla de la oficina, ante la frustración y la rabia de Anselmo que, por su parte, optó por el camino más fácil y más absurdo: hacerse el tonto, hacer cómo que no veía, ni oía nada… Ni tan siquiera se atrevió a preguntarle nada a Ramona, mucho menos, insinuar cualquier tipo de sospecha. Ella, por su lado, sorprendida inicialmente por las atenciones del jefe, acabó sucumbiendo a sus encantos y, poco a poco, entró en el juego, aceptando los regalos, económicos y de otro tipo (joyas, lencería…) que le hacía el joven Don Matías, tan sólo unos años mayor que su hijo, que estaba encantado con aquella situación en la que estaba creando una puta prácticamente de la nada. Una puta obediente, sumisa y que tenía una dosis de morbo añadida en el hecho tener a su esposo a escasos pasos de distancia cuando se la beneficiaba.

Ramona había descubierto un mundo nuevo en el aspecto sexual, nunca había chupado una polla y, del sexo anal, vamos, de eso, ni hablar del peluquín. Su ojete había sido de sentido único, hasta que don Matías apareció en su anodina vida. Todo eso se lo ocultó a su familia, aunque, claro, a los pocas semanas de empezar a follar con el jefe, fue consciente de que Matías era el cachondeo de la oficina y sus cuernos la mofa constante de sus compañeros. A Ramona, inicialmente, le molestaban las bromas sobre su marido, que algunos compañeros, y sobre todo compañeras, le insinuaban a la hora del desayuno o en algún local de la empresa, pero, poco a poco, acabó aceptándolas como algo natural y, en ocasiones, entró al trapo, cebándose en la escasa hombría del pobre Anselmo. Además, el aspecto físico del pobre cornudo tampoco era como para tirar cohetes y se prestaba bastante al cachondeo: bajo, enclenque, calvo y bastante timorato. A fin de cuentas, Ramona, ahora que se la estaban follando a base de bien, empezó a ser consciente de lo mediocre que había sido su vida sexual hasta aquel momento.

Pero, volviendo al día en el que comienza nuestra historia, nada más entrar en el despacho, Ramona primero y Don Matías tras ella, mirándole codicioso el culo, la mujer se giró en cuanto el joven jefe cerró la puerta y mirándole fijamente a los ojos mientras se desabrochaba la blusa le dijo:

—Bueno, Matías, ¿qué nos toca hoy?

Matías con una sonrisa de oreja a oreja, se acercó al mueble bar y se sirvió una copa, mientras la mujer seguía desnudándose. Tras colocar la blusa en el perchero, empezó a quitarse la falda. El despacho tenía un enorme ventanal sin cortinas ni persianas con unas vistas espléndidas a la ciudad. No en vano estaban en una piso 20. En cualquier caso, podían hacer de todo sin ser vistos, salvo que algún vecino lejano tuviera un telescopio, claro.

—¿Te apetece follarme el culo? Hace días que no… y ya tengo ganitas—insistía Ramona, que se había girado sobre la mesa del despacho, una mesa impoluta y limpia de trastos, y estaba semirreclinada con ambas manos abriendo los cachetes del culo, con la tira del tanga apartada y mostrando una preciosa panorámica de su sonrosado y apetecible ojete. Un ojete que el joven Matías había tenido el honor de desvirgar no mucho tiempo atrás y que ahora se había vuelto un ávido receptor de esperma del jefe.

—No, no, Ramona, me encantaría, pero no—respondió Matías, apurando la copa y sentándose en el sillón especial para mamadas que estaba en una esquina frente al ventanal—. La verdad es que no tenemos tanto tiempo y prefiero hacerlo mañana que tengo la agenda más despejada. Lo mejor será que me hagas una buena mamada de esas que tú saber, ¿eh, guarrilla?

—¡A sus órdenes, jefe!—respondió solícita la mujer.

Se acercó al sillón y tras colocar un cojín en el suelo, se arrodilló frente a él y con precisión, se nota que tenía práctica, le desabrochó el pantalón y sacó el miembro semierecto de Don Matías. Antes de empezar a chupar, le dio un par de besitos al capullo y preguntó:

—¿Quieres que te haga una cubana, de paso?

—No, no, no hace falta. Déjate puesto el sujetador. Me gusta, es un buen modelo. ¿Dónde lo has comprado?

—Por internet, en una página muy chula de ropa interior femenina.

—No pierdas esa dirección. Y no te olvides de pasar la factura como gastos. Hala, al ataque, zorrita…

Ramona, hizo un trabajo de fantasía. Estupendo, tal y como estaba acostumbrada. La práctica en la oficina (y en otros sitios) la estaba convirtiendo en una mamadora de categoría. Y, como buena aficionada, con pretensiones de ser profesional, no dejaba de mirar vídeos en internet de las mejores para perfeccionar su técnica. Le encantaba salivar bien y babosear la polla para que se deslizase a fondo por la garganta, apretar los labios para estrujar hasta la última gota de leche y disfrutaba comiendo los huevos de su macho. El ojete tampoco lo descuidaba, pero era una técnica que dejaba para las ocasiones con más tiempo y este no era el caso. De modo que se esmeró y aplicó un ritmo intenso para conseguir la dosis de esperma de Matías en un tiempo razonable.

Así fue, a los doce minutos de comenzar la sesión, la leche del jefe corría por la garganta de la guarra en gruesos borbotones que hicieron a la mujer sentirse de lo más satisfecha. Fue una lástima que notase cómo se le humedecía el coño y se ponía cachonda sin tener la opción de pajearse. Ya lo arreglaría más tarde.

Menos de quince minutos después de que Don Matías se encerrase en el despacho, con la fortuna de que el hilo musical apagaba los sonidos que provenían del interior, salió Ramona del interior, por delante de Don Matías. Éste lucía una sonrisa espléndida e iba ajustándose la corbata. Ella, un paso por delante, se movía contoneándose. Llevaba el primer botón de la blusa desabrochado, mostrando un espléndido canalillo. Una blusa blanca que se transparentaba bastante y permitía apreciar el bonito sujetador negro, muy sexi, que sostenía sus enormes ubres. Los labios, pintados antes de entrar en el despacho, estaban ahora al natural y algo hinchados. Se nota que la mujer se había limpiado el carmín hacía poco. Sus rodillas enrojecidas daban la pista definitiva de lo que acababa de hacerle al jefe. Y, por si los datos fueran escasos, una espesa gota de esperma, que había escapado al rápido escrutinio de la pareja, permanecía suspendida en precario equilibrio del cabello de la guarra, colgando de la media melena, justo cerca de la oreja izquierda, como si de un nuevo pendiente se tratase. El detalle no pasó desapercibido a ninguno de los oficinistas de la antesala, que, con los ojos como platos, contemplaron a la pareja camino de la salida. Ramona a su mesa en recepción, previo paso por el WC, donde se pajearía rápidamente para culminar el orgasmo que no pudo obtener en el despacho, y Don Matías a la reunión de accionistas donde le debían de estar esperando.

Todas las miradas siguieron a la pareja, con especial atención al pandero, hermoso y vibrante, de Ramona, que Don Matías no pudo evitar acariciar suavemente provocando una risita nerviosa de la mujer y un «¡Ay, para ya, Matías!» que tenía más de cariñoso que de imperativo y que hizo sudar a Anselmo y, de paso, crecer un poco más su cornamenta, amén de provocar nuevas miradas burlonas de sus compañeros.

Más tarde, en el coche camino de casa, mientras Ramona miraba distraída el paisaje, sin demasiadas ganas de hablar, Anselmo intentaba reconducir la situación entre ambos, tratando de recuperar una cierta complicidad con su mujer, aunque fuera esperando mentiras piadosas.

—¿Có… cómo te ha ido el día, Ramona?—preguntó tímidamente, casi sin esperar una respuesta.

Ella le miró con desgana y respondió con un tono de burla que acabó de hundir su moral.

—Pues qué quieres que te diga, Anselmo, hijo. Un día más en la oficina. Con el jefe cada día más pesado y más exigente. Ya lo has visto, ¿no?

—Sí, sí… Ya, ya. Es que no hace más que llamarte al despacho…

—¿Qué quieres? ¿Qué te cuente los trabajos que me manda?

Ahora ya Anselmo no querría que su mujer siguiera contando. El miedo a una verdad incómoda era mayor a la necesidad de entablar una conversación con ella, aunque fuera falsa y ridícula. Pero no tuvo que ser ella la que zanjase la conversación. Ramona había pensado, por un momento, en ser cruel con el pobre Anselmo, a fin de cuentas la idea de ponerla a currar allí había sido suya, pero, al final, se lo pensó mejor y no tenía ganas de que se le pusiera a lloriquear o tenerlo toda la noche con cara de amargado. A fin de cuentas qué más daba. La fiesta todavía no había terminado para ella.

—No, no es igual… No hace falta que me cuentes… Ya llegamos—zanjó Anselmo aparcando el coche.

Al llegar, cada uno fue a lo suyo. Eran las cinco de la tarde y, como quién dice, ambos tenían tiempo libre hasta la hora de la cena. Anselmo se duchó en el lavabo de la planta baja del chalet y Ramona se encerró en el del primer piso, que estaba en suite en la habitación de matrimonio. Allí tras hacer un poco de ejercicios de yoga y repasar la depilación del coñito y el ojete, se tomo un largo baño relajante y se perfumó a base de bien, además de ponerse una ropa interior adecuada para el segundo asalto del día: un tanguita muy fino, casi transparente, blanco y un sujetador a juego, además de medias y liguero. Completó el conjunto con unos zapatos de tacón y una bata fina, estilo japonés casi traslúcida. A fin de cuentas había decidido que no iba a hacer nada en la casa esa tarde. Para algo tenían a la mujer de la limpieza y para cenar pensaba pedir algo, pizza, japonés… Lo que decidiera Julio, su hijo, que solía llegar sobre las ocho.

Luego, mientras Anselmo bebía una cerveza tras otra viendo la televisión, Ramona salió al balcón del primer piso a tomar el sol de la tarde en ropa interior, escuchando algo de música y mirando revistas del corazón y algo de porno, para coger ideas, con la Tablet. Tenía ganas de sorprender a Julio aquella noche con alguna novedad, aunque claro, con el tiempo y la intensidad que llevaban follando había pocas cosas que no hubieran probado ya.



La cena, al final unas pizzas, fue como de costumbre Julio y Ramona en perfecta comunión, riendo y haciéndose carantoñas visibles y con un magreo más que evidente por debajo de la mesa. Y el pobre Anselmo en completo fuera de juego, sin entender muy bien qué estaba pasando. De todas formas, lo que en el caso de Don Matías era una evidencia, en este caso Anselmo se negaba a sí mismo toda posible prueba. Es decir, el hecho de que cada puta noche desde hacía más de una año, Ramona abandonase la cama nada más acostarse para ir a tomar un vaso de leche (eso era lo que le decía) y no volviera hasta dos, tres o cuatro horas después, apestando a sexo y a leche (pero no de vaca, no, de la otra), no le valía para confirmar que, aparte de Don Matías, Ramona también le ponía los cuernos con su propio hijo.

Julio se fue pronto a su habitación, sobre las diez. Tenía examen al día siguiente y quería estudiar un rato. Sabía que su puta madre no aparecería antes de las doce y tenía tiempo de hincar los codos un par de horas antes de follársela. Dejó a sus padres viendo un concurso tonto de la tele. El viejo embobado mirando la pantalla, mientras tomaba una copa, como siempre hacía antes de ir a la cama. Desde hacía un tiempo necesitaba beber bastante para poder conciliar el sueño. Se estaba embruteciendo, seguramente por la poco agradable situación laboral y familiar en la que estaba inmerso. Ni, Ramona, más preocupada por pintarse las uñas de los pies, mostrando una perfecta panorámica de su depilado coñito a través de aquel tanguita tan estrecho y casi transparente; ni Julio, que después de cenar tan solo permanecía unos minutos en el salón, mirando el móvil antes de dar las buenas noches educadamente e irse a su habitación; ninguno de ellos, digo, le hacía el mínimo caso al pobre Anselmo. Tan solo la bebida se había convertido en su fiel compañera.

Más tarde, como de costumbre, Ramona, en cuanto ambos de acostaron, dio las buenas noches a Anselmo, que respondió con una voz tímida y temblorosa. Sabía que no habrían pasado ni diez minutos antes de que empezase el paripé habitual.

—¡Ay, Anselmo, no sé qué me pasa! No cojo el sueño… Voy a bajar a tomar un vaso de leche calentita. Duérmete, ahora mismo vengo.

—Nnno… no tardes…—se atrevió a murmurar el pobre hombre.

Ramona estuvo a punto de soltarle una grosería seca y cortante, pero no pudo evitar sentir algo de compasión por el pobrecillo y se limitó a decirle, riéndose por dentro:

—Claro que no, Anselmo, me tomo la leche y vuelvo en un momento. Duérmete, anda, que tienes que descansar. Mañana será un día duro en la oficina—. «Sobre todo para mí», pensó Ramona sin pronunciarlo «que el cabrón de Matías hace días que no me encula y mañana fijo que viene con ganas, ja, ja, ja»

Continuará
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La Puta Ramona , su jefe Don Matías y su Hijo Julio – Capítulo 02

Mientras Julio esperaba a su madre, ya tumbado en pelotas en la cama, mirando vídeos de Youtube con el móvil, recordó como habían llegado a esta situación. Aquel día, no tan lejano, en que su madre volvió más tarde del trabajo. Según le había contado su padre, con una cara algo extraña, el jefe le había dicho que se quedase a hacer un par de horas extras para cuadrar un balance de contabilidad.

Sobre las diez y media de la noche, después de cenar, Julio salió a dar una vuelta y vio un BMW bastante lujoso, que no cuadraba con los coches del barrio, aparcado cerca de casa, en una zona algo oscura porque la farola estaba rota. Era un sitio por el que no tenía más remedio que pasar, así que no pudo evitar fijarse en el tipo que estaba en el asiento del conductor. Un hombre joven, atlético y muy bien vestido, que tenía el asiento perfectamente inclinado y la cabeza levantada, los ojos cerrados y la boca abierta, jadeando. Al llegar más cerca, su sospecha se confirmó y pudo ver como con la mano derecha, movía con muy buen ritmo, la cabeza de una zorra que le estaba haciendo una mamada de escándalo. El gesto de placer del tipo no engañaba.

A pesar de la poca iluminación, Julio pudo pararse un momento a contemplar la escena. A fin de cuentas, el tipo, ajeno a todo, estaba con los ojos cerrados disfrutando de la furcia. Pero la sorpresa de Julio fue mayúscula cuando, fijándose en la mujer que estaba chupando la tranca, bien concentrada en su tarea, reconoció, sin duda, una blusa igual a la que llevaba su madre cuando había salido esa mañana, así como el bolso que estaba en el asiento trasero y, claro, los cabellos, aunque no se veían demasiado bien por la oscuridad, bien podían corresponderse con los rizos de la melena materna… Había pocas dudas, pero todas se disiparon cuando, en el momento en el que el tipo parecía que se estaba corriendo, apretó con fuerza la cabeza de Ramona y está alzó la manita por reflejo para evitarlo. En ese momento Julio pudo ver una pulsera que siempre llevaba su progenitora. Un regalo de su padre con las iniciales de ambos y la fecha de la boda. Un detalle muy romántico. Seguro que se había llevado más de un salpicón de leche cuando le hiciera alguna que otra paja a Don Matías…

Julio siguió su camino y procesó la información. De juerga con sus amigos, estuvo raro y ausente toda la noche. No pudo ver a su madre a solas hasta el día siguiente por la tarde, ya que cuando se levantó para ir a clase se había ido al trabajo con el pobre cornudo.

Aprovechando que el viejo estaba en su sesión de televisión y cerveza vespertina, Julio se acercó a la cocina para hablar con su madre. No tenía mucha idea de cómo afrontar el asunto. Pero había una cosa que lo tenía tremendamente desconcertado. En contra de lo que pudiera parecer, más que rabia, desprecio u odio hacia su madre, lo que sentía era un tremendo deseo, una profunda excitación. Había tenido tiempo de registrar a fondo el cubo de la ropa, tanto sucia, como limpia durante aquella mañana, mientras los dos estaban en el trabajo, y había descubierto un arsenal de lencería que haría palidecer la de alguna estrella del porno. Y es más, en el cajón de la mesita de su madre, encontró un plug anal que no pudo evitar oler. Debía haberlo usado hace poco y la muy puerca no lo lavó precisamente bien, porque apestaba a cerda. Con la polla como un mástil no pudo por menos que pajearse, limpiándose con uno de los tangas usados que había encontrado en el cubo de la ropa para lavar y que debía habérselo quitado su madre aquella misma mañana porque todavía estaba húmedo y calentito.

El caso es que, mientras su madre arreglaba la cocina, se sentó en una silla y la contempló de un modo nuevo. Aquel culo y aquellas tetas estaban pidiendo polla a gritos. Pero era su madre, por muy puta que fuese, no lo sería tanto como para cepillarse a su propio hijo. ¿O sí?

—Mamá.

—Dime, Julio—respondió Ramona, concentrada limpiando la encimera.

—Anoche te vi.

Ramona se detuvo al instante. Soltó el trapo y se giró. Estaba claro que sabía de qué estaba hablando su hijo.

—En el BMW. Haciendo una mamada a un tío—continuó detallando Julio que, sorprendentemente, estaba disfrutando con la situación más de lo que esperaba. Pero la respuesta de su madre lo dejó completamente descolocado.

—¿Y…? ¿Qué quieres? ¿Qué te haga una mamada a ti?

Julio se quedó completamente ojiplático. Sin tiempo a contestar, su madre tiró al suelo un par de trapos de cocina y, ni corta ni perezosa, se arrodilló entre las piernas de su hijo. Desabrochó el pantalón y tras relamerse los labios, sacó la polla del chico, ya medio dura y empezó a chuparla de un modo muy puerco y muy baboso. Julio, al que nunca se la habían chupado de ese modo, con esa intensidad, no tardó ni cinco minutos en correrse. Corrida que su madre se tragó sin pronunciar una palabra, antes de secarle bien la polla con papel de cocina y volver a levantarse para continuar con sus tareas. De fondo se seguía oyendo la televisión desde el salón. El viejo seguía a lo suyo, pobrecillo.

Aquella noche fue la primera en la que su madre acudió a visitarlo a su cama. No había vuelto a mencionar nada en toda la tarde noche y la visita pilló por sorpresa a Julio. Aunque eso no evitó que se follase por primera vez a Ramona con muchas ganas. Empezó de ese modo un romance, por decirlo finamente, que servía a Ramona para completar sus días y confirmar una pulsión ninfomaníaca que nunca habría creído tener.

Volviendo al presente. Julio oyó dos golpecitos en la puerta y, después, un «¡Hola, cariño!» anunció la llegada de su madre. El chico dejó la luz de la mesita encendida. Le gustaba ver a la jamona a la hora de follar. Además, seguía todas sus recomendaciones: se había puesto un piercing en el ombligo, un pequeño tatuaje en el pubis de una mariposa y vestía siempre con ropa interior de la que le levantarían la polla a un muerto.

Aquel día, hicieron un espectáculo bien completo. Lástima que no hubiera cámaras para inmortalizarlo. Ramona, subió a la cama y fue pasando la lengua por el interior de los muslos de su hijo. Éste, levantó bien las piernas para facilitar el camino. Sabía a dónde se dirigía la cerda. En segundos, el ojete del chaval estaba siendo relamido a base de bien mientras la puerca lo pajeaba.

—¡Sigue, cabrona, sigue…! ¡No pares, pedazo de puta! ¡Aaaaaah, guarra!

A cada insulto, Ramona redoblaba sus esfuerzos. Julio, que no se molestaba en bajar el tono, gritaba con fuerza insultos a su madre. Sabía que desde el piso de arriba el viejo no oiría nada, pero es que, aunque así fuera, le daba bastante igual. Estaba muy cachondo y a punto de correrse, pero no quería ir tan rápido. Quería responder con generosidad a su madre, de modo que le levantó la cabeza con fuerza y tras pegarle un buen morreo le indicó que se pusiera a cuatro patas. Ahora era él el que quería saborear el elástico ojete materno. Le encantaba hacerlo, sobre todo como preparación para una buena enculada, como era el caso.

Minutos después la polla de Julio entraba y salía del culo de su madre a un ritmo salvaje mientras la jamona se pajeaba y mantenía el culo en pompa con la cara aplastada contra la almohada.

Julio se corrió, desplomándose sobre su madre como si le hubiera dado un infarto. Ramona rio satisfecha por el placer proporcionado a su macho y siguió masturbándose, aguantando el peso muerto de su hijo y el ronroneo cariñoso junto a su cuello del muchacho que musitaba cariñosas palabras «¡Pero qué puta eres, mamá! Me pones cardiaco… como una moto».

Ella disfrutaba del placer proporcionado y se corrió satisfecha por ello. Ambos se quedaron un rato en cucharita en la cama, Julio todavía con la polla en el culo de su madre, encogiéndose muy despacio y ella, adormilada, notando como las manos de su hijo amasaban sus tetazas. ¡Qué romántica escena! Fue una lástima que de repente, vislumbrasen una sombra en la puerta que les distrajo por un instante. Por un momento, Julio hizo un amago de incorporarse para ver qué coño era eso, pero Ramona lo detuvo al instante.

—¡Para, para, Julio…! Déjalo. Seguro que es el tonto de tu padre.

—¿Y eso?

—Qué es tonto, te digo. Cabrón, cornudo y tonto por partida doble. No se conforma con sospechar, el muy imbécil tiene que venir a espiar para confirmarlo. ¿Y qué? ¿Qué gana con eso? ¿Qué te crees que puede hacer con la información? Lo más limpio es que haga la maleta y se pire… Por que si no, ¿qué? ¿A quién le va a contar que su mujer le pone los cuernos con su hijo? ¿Qué imagen crees que va a dar él?

Julio escuchó atónito la perorata de su madre. ¡Menudo cambio en un año! Cualquiera diría que era la misma modosita ama de casa que acompañaba a su padre a misa todos los domingos desde tiempos inmemoriales.

Todavía permanecieron unos minutos más tumbados y, después, Ramona se agachó para limpiar con la boca la polla de Julio, que había permanecido en el culo todo ese tiempo.

—Mañana me quedaré más rato. Hoy estoy un poco cansada—dijo Ramona antes de salir.

—Claro, mamá, no te preocupes—respondió Julio contemplando hipnotizado el culazo materno mientras salía de la habitación, todavía desnuda y con la bata en la mano.

Anselmo, tumbado de lado de cara a la ventana, seguía despierto cuando escuchó entrar a Ramona. Había pasado más de una hora. Por primera vez se había atrevido a seguirla. Su cabeza seguía hecha un lío, llena de una confusión tremenda que le bloqueaba completamente. En la vida, una cosa es sospechar y otra saber. En este caso, el saber no le reportaba el más mínimo alivio. Seguía inmerso en esa pesadilla cuando Ramona se tumbó a su lado. Se hizo el dormido, pero la voz de Ramona, suave y firme a la vez, denotaba que era perfectamente consciente de que estaba despierto y bien despierto:

—Escucha bien lo que voy a decir, Anselmo, porque no lo pienso repetir. Fue tuya la idea de que fuera a trabajar a tu oficina. Fuiste tú el que me echaste a los brazos del sinvergüenza de Matías. No es que me arrepienta, ni mucho menos. De hecho, casi tendría que darte las gracias. Pero lo que me fastidia de todo este asunto es que te hayas tomado las cosas así. No me das ninguna lástima. A fin de cuentas la que se está sacrificando por esta familia soy yo. ¿Cómo te crees que estamos pagando las facturas? ¡Con tu sueldo mierdoso desde que te degradaron! No, ni de coña. Con el mío. Con todos los extras que le saco al cabrón de Matías. Gracias al sudor de mi frente, gracias a mi coño, a mi boca y, sobre todo, a mi culo… ¡Joder, mira que le gusta mi culo al cabroncete! De ese modo nos podemos permitir pagar la hipoteca del chalet este, los estudios de Julio, tu mierda de pantalla gigante de 70 pulgadas y los litros de cerveza que te bebes… Así que deja de espiarme y de lloriquear por los rincones. Sé un hombre y lleva la puta cornamenta con un mínimo de dignidad. ¿De acuerdo?

Anselmo no respondió al ataque.

—¡Contesta, joder! ¿Me has oído o no?—Ramona insistió moviendo los hombros con fuerza del pobre hombre.

—Sí… sí… te he oído—respondió medio asustado.

—Perfecto, así me gusta. ¡Ah y una última cosa! Para tu información, a Matías me lo follo por que es el jefe y por la pasta; a Julio por que me gusta y me da placer. Es un macho de verdad. Desde luego, no sé a quién a salido, porque lo que es a ti… Y no se te ocurra decir ni pío de lo que has visto hoy. ¿Vale?

Esta vez, Anselmo contestó, no quería que le volviesen a zarandear:

—Va… vale.

Después de la bronca, Ramona se durmió enseguida. Estaba cansada y el día siguiente iba a ser intenso. Anselmo, por su parte no pudo conciliar el sueño en bastante rato. Un reguero de lágrimas mojaba la almohada. Se sentía un mísero cobarde y, curiosamente, no podía evitar darle la razón a Ramona en lo de que, en el fondo, todo era culpa suya. Suya fue la idea de colocar a Ramona en la oficina.
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