La puta que me parió.

menduco21

Virgen
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LA PUTA QUE ME PARIÓ.

SÃ*mplemente no podÃ*a creerlo. La visión de la cabeza de mi madre mientras me succionaba desesperadamente el pene, completamente desnuda e hincada en la alfombra de nuestro ******, con sus brazos se apoyados en mis muslos y sus manos apretando crispadamente mis caderas, era demencial. Yo me encontraba sentado en un sillón, el mismo en el que me habÃ*a sentado cuando llegué de la fiesta de despedida de soltero de Javier, mi amigo de la infancia. Y el mismo en el que me habÃ*a quedado profundamente dormido como consecuencia del excesivo alcohol que ingerÃ* en forma de cerveza, vino y champagne. Luego que me senté y me dormÃ*, no supe más nada hasta que, de repente, sentÃ* una sensación maravillosa en mi entrepierna, acompañada de una erección casi dolorosa y que adivinaba brutal. SentÃ*a que mi pija iba a estallar. Eso obligó a que, totalmente adormecido y con un cierto malestar en mi cabeza, abriera los ojos que vieron la única escena que alguna vez creÃ* que jamás iba a presenciar. Mi madre proporcionándome una felación increÃ*ble. Su hermosa cabeza, adornada por una cabellera castaño clara, subÃ*a y bajaba de mi entrepierna, mientras sentÃ*a mi glande sencillamente deglutido golosamente por esa boca que adivinaba muy húmeda, salivando salvajemente todo el trayecto de la poronga, desde el glande a los huevos. Literalmente, la muy puta se la estaba tragando entera.
No supe qué hacer. Mi primera reacción, a medida (segundos, tan solo) que iba despabilándome y tomaba conciencia de la situación, fue retirar su boca de mi miembro erectado, incorporarme del sillón y huir. Pero no pude. El placer que me producÃ*a mi propia madre era mayúsculo, como nunca habÃ*a experimentado en mi vida. Es más, apreté su cabeza contra mi ingle, introduciéndole la totalidad de los veinticinco centÃ*metros de pija en su garganta. Su cabeza reculó, sentÃ* que mi madre hacÃ*a profusas arcadas por la imprevista irrupción de la dura masa de carne en su laringe. Dios, esto es hermoso, pensé, mientras aflojaba la presión de mis manos sobre su cabeza, dándole la posibilidad de respirar y tragar saliva. En ese instante levantó sus ojos azules, que mostraban algunas lágrimas producto de la arcada que le habÃ*a provocado semejante masa en su garganta. Me miró obsenamente, con impudicia, mientras su lengua baboseaba la cúspide del mástil orgánico que saboreaba con fruición. Sos delicioso, me dijo con un hilo de baba que unÃ*a del glande a su boca. A renglón seguido, bajó su mirada y se concentró en la labor de ávida chupadora del miembro de su hijo.
Por mi parte, decidÃ* que lo mejor era relajarme y dejarla culminar la tarea que ejercÃ*a tan meticulosamente. Cerré los ojos y, acariciando sus cabellos delicadamente, apoyé mi cabeza en el espaldar del sillón. AsÃ* transcurrieron varios minutos durante los cuales, mientras gozaba, hice un racconto de los acontecimientos de mi vida que habÃ*an desembocado en la situación de frenesÃ* en la que me encontraba en este momento.
Mi madre, Cintia, era una mujer viuda de cincuenta y cinco años. HabÃ*a enviudado hacÃ*a ocho y estaba muy bien fÃ*sicamente. No era gorda pero tampoco flaca. TenÃ*a hermosas piernas, algo macetudas, que culminaban en unas buenas caderas y en un hermoso culo. En bikini habÃ*a observado que tenÃ*a un poco de celulitis en sus muslos y glúteos. Adornaban su pecho dos enormes senos de los que se enorgullecÃ*a. Tetas muy grandes y turgentes, con dos pezones excelentes que más deberÃ*a describirlos como inmensos medallones de piel, marrones claritos, culminados por unas pipetas enormes que le daban aspecto de grandiosos biberones. Su rostro, sin ser hermoso, era el de una mujer grande, muy interesante y con dos increÃ*bles ojos azules.
Yo en ese momento, tenÃ*a treinta años y habÃ*a vuelto a vivir con mi madre luego de la abrupta separación de la que habÃ*a sido mi mujer y con la que me habÃ*a casado once meses antes. Recuerdo que, de adolescente, adoraba fÃ*sicamente a mi madre. Realmente estaba enamorado de ella. De su cuerpo y de su alma. Mi inicio sexual, me refiero a las masturbaciones de esa época de mi vida, las habÃ*a dedicado a ella casi con exclusividad. Me pajeaba fervorosamente mientras fantaseaba con tremendas cojidas a mi madre. Soñaba con introducirle la pija en su maravilloso orto. En eso no me diferenciaba del noventa y nueve por ciento de los machos de esta tierra. Pasada esa etapa, y habiendo conocido y salido con otras mujeres, fui dejando de lado mis deseos por Cintia. No obstante debo reconocer que nunca me fue totalmente indiferente. El solo verla en mi casa en bombacha y corpiño, o a veces solo provista de una bombacha, o en la playa en bikini, si bien no me erectaba automáticamente, me calentaba enormemente por lo que trataba púdicamente de desviar mi mirada, cosa que no siempre lograba con éxito. HacÃ*a ocho años ella enviudó de mi padre, un abogado que siempre estuvo más dedicado a su profesión que a su mujer. Ella desde el momento de la muerte de su marido, llevó una vida recatada en demasÃ*a. No salÃ*a de su casa excepto para ir a trabajar (era docente, profesora de historia) o ir a hacer sus sesiones diarias de gimnasia. Algunas veces me daba realmente lástima por lo que la instaba a que saliera con amigas. Al cine, a comer a restaurantes, de compras, pero no me hacÃ*a caso. Realmente querÃ*a que se divirtiera, no que se la cojiera un tipo, pero si que se divirtiera. Con el tiempo me casé con una chica del barrio donde vivÃ*amos con la que me fui a vivir a un departamento que alquilamos. Nuestra convivencia duró poco tiempo. Once meses. El tiempo que tardó en extinguirse mi calentura por ella y entender que no aguantaba su carácter de mierda. Tan distinto al carácter dulce, apacible y amable de Cintia. Cuando volvÃ* con mamá todo volvió a ser como antes de mi casamiento pero, por mi desencanto matrimonial no superado, yo permanecÃ*a más tiempo en casa y le hacÃ*a más compañÃ*a. Todos los dÃ*as volvÃ*amos de nuestros trabajos a eso de las siete de la tarde y, desde ese momento hasta que nos acostábamos, conversábamos, jugábamos a las cartas o veÃ*amos televisión juntos. Los fines de semana la llevaba a cenar afuera o al cine. HacÃ*amos la vida de una pareja de amantes pero sin sexo. Nuestra relación era perfecta y, seguramente, muchas personas que nos veÃ*an caminar por la calle, ella tomada de mi brazo, debÃ*an de haber pensado que, efectivamente, lo éramos. A veces me sorprendÃ*a pensando en esta situación, es decir que serÃ*a hermoso que Cintia no fuera mi madre y, en cambio, fuera mi mujer por la forma perfecta que tenÃ*amos de tratarnos. Por supuesto, seguÃ*a poniéndome nervioso su visión con poca ropa y, más de una vez, también me sorprendÃ* masturbándome nuevamente con mamá en el centro de mis ensoñaciones sexuales. Lejos estaba de imaginar que, algún dÃ*a, todos mis sueños, aún los más irrealizables, se harÃ*an realidad.
Los hechos a los que me referÃ* en el comienzo de este relato, sucedieron a los tres meses de haber vuelto a vivir a mi casa materna. A esa altura el fÃ*sico de mamá habÃ*a horadado mi cerebro profusamente y estaba más que enloquecido por ella. Era el mes de noviembre y se casaba mi amigo Javier, por lo que con otros amigos decidimos hacerle una despedida de soltero en la casa de uno de ellos. Bebimos y comimos como endemoniados y alguien me llevó en auto hasta casa. No sé aún como entré y me derrumbé en un sillón del ******.
Según me contó luego Cintia, ella escuchó los ruidos que produje al llegar y quedó esperando que fuera a mi dormitorio. Como no lo hice, ella se preocupó y, como a la hora, se acercó al ****** a ver que habÃ*a sido de mi humanidad. Me encontró tirado en el sillón durmiendo profundamente, oliendo a fuertemente a alcohol por lo que dedujo que estaba muy borracho. Trajo una manta para colocar sobre mis piernas pero decidió, primero, quitarme los pantalones para que estuviera más cómodo. Al sacármelos se me bajó también el calzoncillo, dejando al descubierto el espectáculo de mi enorme pija, parada por el sueño, junto a mis desmesurados testÃ*culos. Mamá nunca habÃ*a imaginado que mi pene hubiera alcanzado con los años semejante tamaño. En ese tramo de su relato, Cintia me confesó que, desde mi adolescencia, habÃ*a sentido un insano deseo por mi como hombre. Tal vez por el hecho que su marido prácticamente no la satisfacÃ*a sexualmente, cojiéndola esporádicamente una vez cada tres o cuatro meses, con suerte, y sin alcanzar ella nunca el orgasmo. Cintia soñaba con mi cuerpo desnudo que ella habÃ*a apreciado también cuando me paseaba en calzoncillo o shorts dentro de la casa. Las sesiones masturbatorias de mi madre soñando conmigo, según ella, eran memorables. Más aún por el hecho que su deseo morboso e incestuoso, estaba prohibido por dios y por los hombres. Según me contó, en ocasiones se masturbaba y acababa tres o cuatro veces por dÃ*a, cosa que no lograba jamás cuando mi padre se dignaba a poseerla.
Cuando regresé de mi matrimonio frustrado, Cintia prácticamente enloqueció de calentura con mi presencia nuevamente en nuestra casa. Era obsesión. Sus masturbaciones se hicieron más frecuentes utilizando todo tipo de adminÃ*culos vegetales para su placer, como ser berenjenas o zanahorias que envaselinaba e introducÃ*a profundamente en su vagina y en su ano logrando acabadas memorables. Sin yo saberlo, ni siquiera imaginarlo, mi madre era una pajera viciosa y consumada por mi culpa. Por esa razón, cuando sacó mis pantalones y quedaron al descubierto mis increÃ*bles órganos genitales ella consideró que, estando borracho como estaba, no iba a despertar si ella daba rienda suelta al deseo irrefrenable de someter mis atributos a su voracidad. TenÃ*a que introducir semejante barra de carne en su boca y saborearla. SentÃ*a desesperación por meterse también mis bolas en su cavidad bucal para poder morderlas con delicadeza y sentir el gusto de la piel que las envolvÃ*a y que ella adivinaba exquisito. En fin, se morÃ*a por que mi pija acabara en su garganta para poder asÃ* tragar toda la leche que pudiera extraer de semejantes huevos. Cuando sintió que yo despertaba, dudó un instante si seguir con su trabajo sobre esa hermosa poronga que estaba engullendo. Al cabo de ese instante decidió que la pija de su hijo era el artÃ*culo más maravilloso y apetecible que alguna vez habÃ*a introducido en su boca por lo que redobló el esfuerzo por hacerme gozar.
Mientras estaba imbuÃ*do en mis pensamientos y en el goce que me producÃ*a mamá, sentÃ* en mi ingle el inequÃ*voco cosquilleo que preanunciaba que estaba a punto de acabar. Sostuve con ambas manos su cabeza, para clavar aún más el miembro en su garganta y me dispuse a vaciar mis pelotas en su tráquea. Te voy a llenar de leche, puta, te va a salir por la nariz, pensé mientras me concentraba en el cosquilleo demencial. De repente sentÃ* que algo se soltaba en mi entrepierna. La leche brotaba por la punta del glande a chorros. Conté seis latigazos del semen que salÃ*a a raudales de mi poronga enardecida. Como sostenÃ*a su cabeza fuertemente, mi puta madre no pudo retirar ni un milÃ*metro su boca, totalmente llena de la carne de su hijo. La esperma ingresó directamente a su garganta. SentÃ*a como mi madre tragaba leche en medio de arcadas, con un ojos humedecidos por el esfuerzo de no asfixiarse y, a la vez, no desperdiciar ni una sola gota del elixir que le brindaba generosamente su amado hijo. Mamá, mamita, amorcito, tragátela toda!!-gritaba yo mientras tenÃ*an lugar esos sucesos desquiciantes. Cintia, mientras tanto, seguÃ*a mirándome fija y atentamente, como rogándome que siguiera acabando. Que ella, como una sumisa gatita, iba a recoger hasta la última gota de esa lechita deliciosa. En ese instante vÃ*, con la alegrÃ*a del macho que cumple su deber que, efectivamente, mi esperma brotaba de sus fosas nasales.
Cuando terminé de lefar abundantemente, quedé exhausto. Casi al borde del llanto de la felicidad que habÃ*a inundado mi alma, sentÃ*a la lengua de mi madre acariciando el glande, en busca de los últimos restos de semen que aún surgÃ*a de mi verga. No contenta con esto, Cintia empezó a apretar profusamente mis testÃ*culos con sus dos manos. Debe de haber más leche en esos huevos, dámela, dame un buen trago, machito mÃ*o!-me decÃ*a mientras me estrujaba salvajemente los cojones amoratados y succionaba la punta de la poronga. No puedo más, mamita, no tengo más, no tengo más… me vas a matar, putita mia….mamita…por favor, soltame, por… favor!!- solo atinaba a rogarle. Ella, desconsiderada, no hacÃ*a caso de mis súplicas. Era algo enloquecedor. En qué momento, pensaba, mi madre, una señora tan dócil y sumisa, tan buena mujer, se habÃ*a transformado en la excelsa chupadora de pijas que me tenÃ*a en sus manos (y en su boca). Por dios, esta mujer es la cosa más sublime y maravillosa del mundo, la amo-concluÃ*.
Cuando todo terminó, ella se sentó despatarrada en otro sillón, mirándome desafiante y pasándose la lengua por los labios, satisfecha. Abierta de piernas dejó al descubierto la raja rosada de su concha totalmente rasurada. Miré fijamente sus dos enormes tetas, como biberones desmesurados. Pensé que alguna vez me alimenté de ellos. Yo la miraba obnubilado, encantado con su imagen de hembra emputecida. Nunca imaginé que te afeitaras la concha, mamá, le comenté. Se rió: y yo nunca imaginé que tenÃ*as semejante pedazo de pija y tan rica leche, tan espesita, hijito mio. Y cómo te salÃ*a esa lechita, machito, cómo te salÃ*a. Pero no dejé escapar nada, me costó y casi me ahogo, pero no se me escapó ni una sola gotita de la pija de mi macho- dijo mientras me miraba fijamente desde sus hermosos ojos azules. Agregó: y ahora… preparate… porque me toca acabar a mi… primero me vas a comer el agujero por el que viniste a este maravilloso mundo…y después lo vas a llenar de carne con esa inmensidad que te hice para que tuvieras entre las piernas…porque ese trozo de poronga que tenés te lo hice yo y para mi satisfacción personal, hijito mÃ*o. Ah, y te advierto que después de este instante me vas a tener que coger hasta el dÃ*a que me muera. Voy a ser tu puta fija hasta el último aliento, hijo mio. Es más, el dÃ*a que me muera lo voy a hacer teniendo tu poronga maravillosa de chupete. Nuestras vidas van a ser un polvo tras otro, m´hijito.
Al escuchar esas frases de sus labios, mi pedazo empezó nuevamente a erectarse producto de la calentura que me producÃ*a la visión de mi madre completamente en bolas y las palabras tÃ*picas de una puta redomada que pronunciaba. Al ver el pene erecto, Cintia se incorporó, se acercó a mi, de pie y abrió sus piernas dejando, en perfecta perpendicular su concha rosada sobre mi verga enhiesta. Miró a los ojos de su hijo tiernamente, puso sus manos sobre mis hombros, introdujo el borne del pezón de su teta izquierda en mi boca y, lanzando un bufido, bajó su cuerpo enterrándose por completo la carne filial en su vagina. Bien profundo, sintió que la pija se le habÃ*a introducido hasta la matriz. Luego puso sus ojos en blanco y lanzando un alarido de dolor y placer, comenzó a cabalgarme. No podÃ*a creer lo que me estaba pasando. No podÃ*a creer lo maravillosa que es la puta madre que me parió. FIN
 

operacion

Virgen
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ya lo habia leido, pero es excelente
LA PUTA QUE ME PARIÓ.

S�*mplemente no pod�*a creerlo. La visión de la cabeza de mi madre mientras me succionaba desesperadamente el pene, completamente desnuda e hincada en la alfombra de nuestro ******, con sus brazos se apoyados en mis muslos y sus manos apretando crispadamente mis caderas, era demencial. Yo me encontraba sentado en un sillón, el mismo en el que me hab�*a sentado cuando llegué de la fiesta de despedida de soltero de Javier, mi amigo de la infancia. Y el mismo en el que me hab�*a quedado profundamente dormido como consecuencia del excesivo alcohol que inger�* en forma de cerveza, vino y champagne. Luego que me senté y me dorm�*, no supe más nada hasta que, de repente, sent�* una sensación maravillosa en mi entrepierna, acompañada de una erección casi dolorosa y que adivinaba brutal. Sent�*a que mi pija iba a estallar. Eso obligó a que, totalmente adormecido y con un cierto malestar en mi cabeza, abriera los ojos que vieron la única escena que alguna vez cre�* que jamás iba a presenciar. Mi madre proporcionándome una felación incre�*ble. Su hermosa cabeza, adornada por una cabellera castaño clara, sub�*a y bajaba de mi entrepierna, mientras sent�*a mi glande sencillamente deglutido golosamente por esa boca que adivinaba muy húmeda, salivando salvajemente todo el trayecto de la poronga, desde el glande a los huevos. Literalmente, la muy puta se la estaba tragando entera.
No supe qué hacer. Mi primera reacción, a medida (segundos, tan solo) que iba despabilándome y tomaba conciencia de la situación, fue retirar su boca de mi miembro erectado, incorporarme del sillón y huir. Pero no pude. El placer que me produc�*a mi propia madre era mayúsculo, como nunca hab�*a experimentado en mi vida. Es más, apreté su cabeza contra mi ingle, introduciéndole la totalidad de los veinticinco cent�*metros de pija en su garganta. Su cabeza reculó, sent�* que mi madre hac�*a profusas arcadas por la imprevista irrupción de la dura masa de carne en su laringe. Dios, esto es hermoso, pensé, mientras aflojaba la presión de mis manos sobre su cabeza, dándole la posibilidad de respirar y tragar saliva. En ese instante levantó sus ojos azules, que mostraban algunas lágrimas producto de la arcada que le hab�*a provocado semejante masa en su garganta. Me miró obsenamente, con impudicia, mientras su lengua baboseaba la cúspide del mástil orgánico que saboreaba con fruición. Sos delicioso, me dijo con un hilo de baba que un�*a del glande a su boca. A renglón seguido, bajó su mirada y se concentró en la labor de ávida chupadora del miembro de su hijo.
Por mi parte, decid�* que lo mejor era relajarme y dejarla culminar la tarea que ejerc�*a tan meticulosamente. Cerré los ojos y, acariciando sus cabellos delicadamente, apoyé mi cabeza en el espaldar del sillón. As�* transcurrieron varios minutos durante los cuales, mientras gozaba, hice un racconto de los acontecimientos de mi vida que hab�*an desembocado en la situación de frenes�* en la que me encontraba en este momento.
Mi madre, Cintia, era una mujer viuda de cincuenta y cinco años. Hab�*a enviudado hac�*a ocho y estaba muy bien f�*sicamente. No era gorda pero tampoco flaca. Ten�*a hermosas piernas, algo macetudas, que culminaban en unas buenas caderas y en un hermoso culo. En bikini hab�*a observado que ten�*a un poco de celulitis en sus muslos y glúteos. Adornaban su pecho dos enormes senos de los que se enorgullec�*a. Tetas muy grandes y turgentes, con dos pezones excelentes que más deber�*a describirlos como inmensos medallones de piel, marrones claritos, culminados por unas pipetas enormes que le daban aspecto de grandiosos biberones. Su rostro, sin ser hermoso, era el de una mujer grande, muy interesante y con dos incre�*bles ojos azules.
Yo en ese momento, ten�*a treinta años y hab�*a vuelto a vivir con mi madre luego de la abrupta separación de la que hab�*a sido mi mujer y con la que me hab�*a casado once meses antes. Recuerdo que, de adolescente, adoraba f�*sicamente a mi madre. Realmente estaba enamorado de ella. De su cuerpo y de su alma. Mi inicio sexual, me refiero a las masturbaciones de esa época de mi vida, las hab�*a dedicado a ella casi con exclusividad. Me pajeaba fervorosamente mientras fantaseaba con tremendas cojidas a mi madre. Soñaba con introducirle la pija en su maravilloso orto. En eso no me diferenciaba del noventa y nueve por ciento de los machos de esta tierra. Pasada esa etapa, y habiendo conocido y salido con otras mujeres, fui dejando de lado mis deseos por Cintia. No obstante debo reconocer que nunca me fue totalmente indiferente. El solo verla en mi casa en bombacha y corpiño, o a veces solo provista de una bombacha, o en la playa en bikini, si bien no me erectaba automáticamente, me calentaba enormemente por lo que trataba púdicamente de desviar mi mirada, cosa que no siempre lograba con éxito. Hac�*a ocho años ella enviudó de mi padre, un abogado que siempre estuvo más dedicado a su profesión que a su mujer. Ella desde el momento de la muerte de su marido, llevó una vida recatada en demas�*a. No sal�*a de su casa excepto para ir a trabajar (era docente, profesora de historia) o ir a hacer sus sesiones diarias de gimnasia. Algunas veces me daba realmente lástima por lo que la instaba a que saliera con amigas. Al cine, a comer a restaurantes, de compras, pero no me hac�*a caso. Realmente quer�*a que se divirtiera, no que se la cojiera un tipo, pero si que se divirtiera. Con el tiempo me casé con una chica del barrio donde viv�*amos con la que me fui a vivir a un departamento que alquilamos. Nuestra convivencia duró poco tiempo. Once meses. El tiempo que tardó en extinguirse mi calentura por ella y entender que no aguantaba su carácter de mierda. Tan distinto al carácter dulce, apacible y amable de Cintia. Cuando volv�* con mamá todo volvió a ser como antes de mi casamiento pero, por mi desencanto matrimonial no superado, yo permanec�*a más tiempo en casa y le hac�*a más compañ�*a. Todos los d�*as volv�*amos de nuestros trabajos a eso de las siete de la tarde y, desde ese momento hasta que nos acostábamos, conversábamos, jugábamos a las cartas o ve�*amos televisión juntos. Los fines de semana la llevaba a cenar afuera o al cine. Hac�*amos la vida de una pareja de amantes pero sin sexo. Nuestra relación era perfecta y, seguramente, muchas personas que nos ve�*an caminar por la calle, ella tomada de mi brazo, deb�*an de haber pensado que, efectivamente, lo éramos. A veces me sorprend�*a pensando en esta situación, es decir que ser�*a hermoso que Cintia no fuera mi madre y, en cambio, fuera mi mujer por la forma perfecta que ten�*amos de tratarnos. Por supuesto, segu�*a poniéndome nervioso su visión con poca ropa y, más de una vez, también me sorprend�* masturbándome nuevamente con mamá en el centro de mis ensoñaciones sexuales. Lejos estaba de imaginar que, algún d�*a, todos mis sueños, aún los más irrealizables, se har�*an realidad.
Los hechos a los que me refer�* en el comienzo de este relato, sucedieron a los tres meses de haber vuelto a vivir a mi casa materna. A esa altura el f�*sico de mamá hab�*a horadado mi cerebro profusamente y estaba más que enloquecido por ella. Era el mes de noviembre y se casaba mi amigo Javier, por lo que con otros amigos decidimos hacerle una despedida de soltero en la casa de uno de ellos. Bebimos y comimos como endemoniados y alguien me llevó en auto hasta casa. No sé aún como entré y me derrumbé en un sillón del ******.
Según me contó luego Cintia, ella escuchó los ruidos que produje al llegar y quedó esperando que fuera a mi dormitorio. Como no lo hice, ella se preocupó y, como a la hora, se acercó al ****** a ver que hab�*a sido de mi humanidad. Me encontró tirado en el sillón durmiendo profundamente, oliendo a fuertemente a alcohol por lo que dedujo que estaba muy borracho. Trajo una manta para colocar sobre mis piernas pero decidió, primero, quitarme los pantalones para que estuviera más cómodo. Al sacármelos se me bajó también el calzoncillo, dejando al descubierto el espectáculo de mi enorme pija, parada por el sueño, junto a mis desmesurados test�*culos. Mamá nunca hab�*a imaginado que mi pene hubiera alcanzado con los años semejante tamaño. En ese tramo de su relato, Cintia me confesó que, desde mi adolescencia, hab�*a sentido un insano deseo por mi como hombre. Tal vez por el hecho que su marido prácticamente no la satisfac�*a sexualmente, cojiéndola esporádicamente una vez cada tres o cuatro meses, con suerte, y sin alcanzar ella nunca el orgasmo. Cintia soñaba con mi cuerpo desnudo que ella hab�*a apreciado también cuando me paseaba en calzoncillo o shorts dentro de la casa. Las sesiones masturbatorias de mi madre soñando conmigo, según ella, eran memorables. Más aún por el hecho que su deseo morboso e incestuoso, estaba prohibido por dios y por los hombres. Según me contó, en ocasiones se masturbaba y acababa tres o cuatro veces por d�*a, cosa que no lograba jamás cuando mi padre se dignaba a poseerla.
Cuando regresé de mi matrimonio frustrado, Cintia prácticamente enloqueció de calentura con mi presencia nuevamente en nuestra casa. Era obsesión. Sus masturbaciones se hicieron más frecuentes utilizando todo tipo de admin�*culos vegetales para su placer, como ser berenjenas o zanahorias que envaselinaba e introduc�*a profundamente en su vagina y en su ano logrando acabadas memorables. Sin yo saberlo, ni siquiera imaginarlo, mi madre era una pajera viciosa y consumada por mi culpa. Por esa razón, cuando sacó mis pantalones y quedaron al descubierto mis incre�*bles órganos genitales ella consideró que, estando borracho como estaba, no iba a despertar si ella daba rienda suelta al deseo irrefrenable de someter mis atributos a su voracidad. Ten�*a que introducir semejante barra de carne en su boca y saborearla. Sent�*a desesperación por meterse también mis bolas en su cavidad bucal para poder morderlas con delicadeza y sentir el gusto de la piel que las envolv�*a y que ella adivinaba exquisito. En fin, se mor�*a por que mi pija acabara en su garganta para poder as�* tragar toda la leche que pudiera extraer de semejantes huevos. Cuando sintió que yo despertaba, dudó un instante si seguir con su trabajo sobre esa hermosa poronga que estaba engullendo. Al cabo de ese instante decidió que la pija de su hijo era el art�*culo más maravilloso y apetecible que alguna vez hab�*a introducido en su boca por lo que redobló el esfuerzo por hacerme gozar.
Mientras estaba imbu�*do en mis pensamientos y en el goce que me produc�*a mamá, sent�* en mi ingle el inequ�*voco cosquilleo que preanunciaba que estaba a punto de acabar. Sostuve con ambas manos su cabeza, para clavar aún más el miembro en su garganta y me dispuse a vaciar mis pelotas en su tráquea. Te voy a llenar de leche, puta, te va a salir por la nariz, pensé mientras me concentraba en el cosquilleo demencial. De repente sent�* que algo se soltaba en mi entrepierna. La leche brotaba por la punta del glande a chorros. Conté seis latigazos del semen que sal�*a a raudales de mi poronga enardecida. Como sosten�*a su cabeza fuertemente, mi puta madre no pudo retirar ni un mil�*metro su boca, totalmente llena de la carne de su hijo. La esperma ingresó directamente a su garganta. Sent�*a como mi madre tragaba leche en medio de arcadas, con un ojos humedecidos por el esfuerzo de no asfixiarse y, a la vez, no desperdiciar ni una sola gota del elixir que le brindaba generosamente su amado hijo. Mamá, mamita, amorcito, tragátela toda!!-gritaba yo mientras ten�*an lugar esos sucesos desquiciantes. Cintia, mientras tanto, segu�*a mirándome fija y atentamente, como rogándome que siguiera acabando. Que ella, como una sumisa gatita, iba a recoger hasta la última gota de esa lechita deliciosa. En ese instante v�*, con la alegr�*a del macho que cumple su deber que, efectivamente, mi esperma brotaba de sus fosas nasales.
Cuando terminé de lefar abundantemente, quedé exhausto. Casi al borde del llanto de la felicidad que hab�*a inundado mi alma, sent�*a la lengua de mi madre acariciando el glande, en busca de los últimos restos de semen que aún surg�*a de mi verga. No contenta con esto, Cintia empezó a apretar profusamente mis test�*culos con sus dos manos. Debe de haber más leche en esos huevos, dámela, dame un buen trago, machito m�*o!-me dec�*a mientras me estrujaba salvajemente los cojones amoratados y succionaba la punta de la poronga. No puedo más, mamita, no tengo más, no tengo más… me vas a matar, putita mia….mamita…por favor, soltame, por… favor!!- solo atinaba a rogarle. Ella, desconsiderada, no hac�*a caso de mis súplicas. Era algo enloquecedor. En qué momento, pensaba, mi madre, una señora tan dócil y sumisa, tan buena mujer, se hab�*a transformado en la excelsa chupadora de pijas que me ten�*a en sus manos (y en su boca). Por dios, esta mujer es la cosa más sublime y maravillosa del mundo, la amo-conclu�*.
Cuando todo terminó, ella se sentó despatarrada en otro sillón, mirándome desafiante y pasándose la lengua por los labios, satisfecha. Abierta de piernas dejó al descubierto la raja rosada de su concha totalmente rasurada. Miré fijamente sus dos enormes tetas, como biberones desmesurados. Pensé que alguna vez me alimenté de ellos. Yo la miraba obnubilado, encantado con su imagen de hembra emputecida. Nunca imaginé que te afeitaras la concha, mamá, le comenté. Se rió: y yo nunca imaginé que ten�*as semejante pedazo de pija y tan rica leche, tan espesita, hijito mio. Y cómo te sal�*a esa lechita, machito, cómo te sal�*a. Pero no dejé escapar nada, me costó y casi me ahogo, pero no se me escapó ni una sola gotita de la pija de mi macho- dijo mientras me miraba fijamente desde sus hermosos ojos azules. Agregó: y ahora… preparate… porque me toca acabar a mi… primero me vas a comer el agujero por el que viniste a este maravilloso mundo…y después lo vas a llenar de carne con esa inmensidad que te hice para que tuvieras entre las piernas…porque ese trozo de poronga que tenés te lo hice yo y para mi satisfacción personal, hijito m�*o. Ah, y te advierto que después de este instante me vas a tener que coger hasta el d�*a que me muera. Voy a ser tu puta fija hasta el último aliento, hijo mio. Es más, el d�*a que me muera lo voy a hacer teniendo tu poronga maravillosa de chupete. Nuestras vidas van a ser un polvo tras otro, m´hijito.
Al escuchar esas frases de sus labios, mi pedazo empezó nuevamente a erectarse producto de la calentura que me produc�*a la visión de mi madre completamente en bolas y las palabras t�*picas de una puta redomada que pronunciaba. Al ver el pene erecto, Cintia se incorporó, se acercó a mi, de pie y abrió sus piernas dejando, en perfecta perpendicular su concha rosada sobre mi verga enhiesta. Miró a los ojos de su hijo tiernamente, puso sus manos sobre mis hombros, introdujo el borne del pezón de su teta izquierda en mi boca y, lanzando un bufido, bajó su cuerpo enterrándose por completo la carne filial en su vagina. Bien profundo, sintió que la pija se le hab�*a introducido hasta la matriz. Luego puso sus ojos en blanco y lanzando un alarido de dolor y placer, comenzó a cabalgarme. No pod�*a creer lo que me estaba pasando. No pod�*a creer lo maravillosa que es la puta madre que me parió. FIN
 

lam666

Virgen
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offfffff buenisimo el relato te felicito:thumbsup:
 
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