La Poción

roman74

Pajillero
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Ese dÃ*a habÃ*a sido el más increÃ*ble de mi vida, acabábamos de ganar el partido de americano, y no cualquier partido, sino la final, y precisamente contra nuestros más acérrimos rivales. Por fin, después de tres años de perder contra ellos, hoy nos coronábamos campeones. El ambiente en las regaderas era de festejo y alegrÃ*a. Yo, como capitán del equipo, me quedé dando entrevistas para el periódico de la universidad, por lo que no me extrañó que al terminar de bañarme me hubiera quedado solo en los vestidores. Al llegar a mi casillero ahÃ* estaba mi jugo, el que siempre me esperaba después del baño. Lo tomé, sediento, de un jalón. No transcurrieron ni dos minutos cuando sentÃ* un gran calor dentro de mi cuerpo. Mi miembro se puso erecto y sentÃ* una enorme necesidad de tener sexo con lo que fuera.
SalÃ* a la puerta del vestidor y vi a una compañera subiendo la escalera. Antes de que pudiera hacer o decir nada, la jalé dentro del vestidor, la empujé contra la pared y le abrÃ* la blusa, no delicadamente, sino arrancándole los botones, después le subÃ* el sujetador y me abalancé hacia sus pechos, los cuales mordÃ* fascinado. Ella trataba de protegerse, aventando mi cabeza para atrás, pero yo era mucho más fuerte que ella y poco podÃ*a hacer. Mi mano buscó bajo su falda, y pronto alcanzó su entrepierna, que yo estrujé. Le querÃ*a meter el dedo, aunque llevara ropa interior.
-Espera – dijo jadeante y sollozando- vamos a hacerlo tranquilos
Yo estaba desesperado, pero accedÃ*, después de todo quizás podrÃ*a calmar mis ansias más rápido si ella cooperaba. Mi boca soltó su pecho, que llevaba la marca de mis dientes y yo me separé un poco de ella, dejándole espacio para que se desnudara, espacio que ella aprovechó para lanzarme una patada que dio en mis testÃ*culos. Yo grité de dolor y caÃ* al suelo, y ante esta oportunidad, ella echó a correr, huyendo de mi.
TodavÃ*a no me recuperaba del todo cuando llegó a mi lado Tomás, el mariconcete del grupo.
-Lamento que esto haya sucedido, pero es que me atrasé en el baño – dijo con su atlipada voz.
Yo no entendÃ*a bien a bien a qué se referÃ*a, pero como el dolor ya estaba pasando, y mi calentura volvió con mayor Ã*mpetu, no me importó su explicación. Me quité la toalla, dejando al descubierto mi gran erección y agarré a Tomás por la cabeza, lo hinqué y le puse mi verga en su boca. El empezó a mamar encantado. Su boca rodeó todo mi pedazo de carne y se lo tragó de un bocado. Yo movÃ*a mis caderas hacia el frente y hacia atrás mientras Tomás apretaba sus labios en torno a mi miembro. Me lo estaba cogiendo por la boca. El ardor que sentÃ*a se estaba calmando un poco con la humedad bucal de Tomás. El agarró con una mano mis huevos y los acarició lentamente. Mi verga entraba y salÃ*a de su boca, siendo rozada por aquellos labios, que por momentos, me parecÃ*an vaginales. Empecé a gemir de placer cada vez más fuerte, fui sintiendo cómo mi orgasmo se acercaba, y cuando mi pene se engrosó, un chorro caliente, espeso y abundante fue a parar a la garganta de Tomás, quien, de momento, se ahogó un poco, pero yo creo que su experiencia lo salvó y pudo tragarse casi toda mi leche. Cuando me cansé de eyacular sentÃ* que mi ardor cedÃ*a, pero no me duró el gusto ni veinte segundos, ya que otra vez sentÃ*a unas imperiosas ganas de coger.
Tomás se paró, y antes de que se diera cuenta, le bajé los pantalones. El se quitó los tenis y se sacó la ropa. Lo subÃ* a una de las bancas, poniéndolo a cuatro, lo más cerca de la orilla. Yo me puse detrás de él, le separé las piernas e introduje mi miembro en su ano. SentÃ* cómo iba resbalando por su agujero sin ninguna barrera, seguramente porque no era la primera vez que lo penetraban, además de que parecÃ*a que se habÃ*a puesto un lubricante. Se lo metÃ* todo, hasta adentro, hasta que mis huevos chocaron contra sus nalgas. Después lo retiré despacio, para volverlo a meter nuevamente. El calor que mi verga sentÃ*a se aplacó un poco, a pesar de que el ano de Tomás estaba caliente. Lo metÃ* y lo saqué repetidas veces, todo lo más despacio que mi excitación me permitÃ*a, querÃ*a gozar de este instante. Tomás también parecÃ*a disfrutarlo, y dejaba escapar unos gemidos muy tenues. Mi excitación crecÃ*a, por lo que empecé a acelerar mis movimientos. Yo agarré a Tomás por las caderas y aumenté mis embestidas en contra de su culo, tanto en velocidad como en fuerza. Tomás también se unió a este éxtasis y sus gemidos se hicieron más fuertes y también comenzó a mover las nalgas, trazando, de vez en cuando, pequeños cÃ*rculos sobre mi miembro.
-¿Te está gustando Tomasito? – le pregunté jadeando
-Mucho, papito, atraviésame con tu espadota – contestó feliz
Yo seguÃ* martillándolo hasta el fondo. Tomás daba grititos de placer. De pronto ya no pude más y vertÃ* otra gran cantidad de leche que le llenó el ano. Yo estaba que no me lo creÃ*a. No sabÃ*a qué le habÃ*an puesto a mi jugo, pero esto era maravilloso. HabÃ*a tenido dos orgasmos continuos y abundantes, tan abundantes como nunca. Claro que habrÃ*a estado mejor con otra compañÃ*a.
Cuando se la saqué a Tomás mi leche le escurrió por su agujero, llegando hasta sus muslos. El se paró frente a mi y sonrió.
-Vaya que es efectiva la pocioncita esa – dijo con una sonrisa de satisfacción
-¿AsÃ* que fuiste tú, cabrón? – grité desesperado.
-AsÃ* es. Pobre de la chica a la que atacaste, pero es que me distraje en el baño, preparándome, tu sabes, y se te cruzó en el camino. Menos mal que supo cómo defenderse, porque si no ni caso me hubieras hecho – me explicó muy campante
-Pues ahora vas a....¡Oh, no! – No pude terminar la frase porque otra vez mi pene estaba erecto y el mismo calor me quemaba por dentro- ¿Qué esto no tiene fin?
-SÃ*, hay un antÃ*doto que puede aplacar el efecto – contestó
-¿Aplacar dices, o sea que toda mi vida voy a estar condenado a tomar un maldito antÃ*doto si no quiero morir cogiendo? – grité mientras lo zarandeaba de los hombros
-Me parece que sÃ* – afirmó con un falso remordimiento
-Eres un desgraciado- le grité- Ahora dame el antÃ*doto
-Por el momento sólo traigo un poco, lo que te aliviará por unas treinta o cuarenta horas
No lo podÃ*a creer. Estaba atado a tomar un maldito antÃ*doto de por vida que sólo me iba a aliviar un dÃ*a y medio, si es que no querÃ*a coger a lo que se me parara al frente. Ni modo, ya estaba metido en este lÃ*o y en las manos de este mariconcete.
-Está bien, Tomás, dame el antÃ*doto por favor – dije tratando de ser lo más amable para que no se fuera a enojar.
Tomás sonrió y dijo
-Tómalo
-¿Aa..qué..te refieres? – dije nervioso cuando vÃ* que Tomás se agarraba su verga.
-A que lo tengo aquÃ* untado, y si quieres que se te quite el efecto tendrás que chupármelo – dijo muy quitado de la pena, aunque por dentro se veÃ*a que estaba disfrutando de lo lindo- Ah, y se me olvidaba, el antÃ*doto sólo surte efecto si se mezcla con mi semen, asÃ* que ya sabes.
No lo podÃ*a creer. En un principio me rehusé, pero al sentir que las ansias por tener sexo aumentaban, y que si lo rechazaba él nunca me darÃ*a el antÃ*doto, no tuve otra opción que hincarme frente a él y meterme su verga en la boca.
-Y espero que lo hagas bien, placentero, porque de lo contrario no te regalo mi leche – dijo el muy cÃ*nico
Yo empecé a chupársela, tal y como él me lo habÃ*a hecho, tratando de darle el mayor placer para que terminara pronto. Se la fui acariciando con la lengua mientras que mi mano subÃ*a y bajaba por el cuerpo de su pene. Sus manos tomaron mi cabeza y, de vez en cuando, la empujaban para que me la metiera bien adentro. OÃ* sus gemidos, por lo que supuse que no lo estarÃ*a haciendo tan mal. Mis movimientos aumentaron de ritmo, deseando que todo esto acabara.
-Muy bien – dijo- lo estás haciendo muy bien. Pronto me voy a correr, y espero que no dejes escapar ni una gota de mi leche, no vaya a ser que no sea suficiente y me la tengas que mamar otra vez.
Sus gemidos se intensificaron y pronto sentÃ* algo viscoso y caliente dentro de mi boca, que me apuré a tragar en su totalidad. Cuando ya no salió más, me paré sin mirarle a los ojos. Mi erección habÃ*a cedido y el calor, que momentos antes me quemaba, habÃ*a desaparecido.
-Muy bien, ahora ya estás normal –dijo sonriendo
-AsÃ* parece – contesté hosco.
-Mañana nos vemos. Tú decide a qué hora y en dónde, llámame – dijo dándome un papel que habÃ*a sacado de su pantalón.
-¿O sea, que todos los dÃ*as tendremos que hacer esto? – pregunté con un dejo de esperanza de que me dijera que no, que lo que me habÃ*a dicho sólo hubiera sido una broma
-Esto y más – contestó- Pero no te preocupes, ya verás como poco a poco le vas agarrando gusto.
-No creo – contesté desafiante
-Pues peor para ti, porque, te guste o no, estás en mis manos, ahora me perteneces.
Dijo esto y se terminó de vestir. Después salió, no sin antes decirme
-Y no te preocupes, que de este y nuestros siguientes encuentros, nadie se enterará, claro a menos que asÃ* lo desees.
Se dio la media vuelta y ahÃ* me dejo, solo y meditabundo, pensando en mi futuro.
 

Prince sharok

Virgen
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ufff tremendo relato, pero no se que es peor, si vivir siempre deseoso de follar o ser esclavo de el...
 
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