La Perra de Roció y su Hijo Bruno – Capítulos 001 al 002

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,828
Likes Recibidos
2,414
Puntos
113
 
 
 
-
La Perra de Roció y su Hijo Bruno – Capítulo 001


Hacía unos años que ya no vivía en casa de mis padres. Lógicamente, es fácil desconectar de la vida cotidiana de una pareja cuando no estás cerca y estaba convencido de que las cosas les iban razonablemente bien. Vamos, como siempre. Como cuando yo todavía estaba viviendo con ellos.

Resumiendo, mi padre, Salva, a sus 63 años, centrado en su trabajo de contable en una empresa de inversiones y pensando cada vez más en la jubilación, para así poder dedicarse a lo que más le gustaba, ver la televisión y hacer maquetas de barcos. Dos de las ocupaciones clásicas de los cornudos, como era su caso. Aunque yo, en aquellos momentos no tenía ni puta idea de eso. En cuanto a la pelandusca de Rocío, mi madre, yo seguía con la misma idea que tenía de ella cuando compartíamos vivienda. Era un cincuentona, 57 años, en concreto, que se conservaba relativamente bien para su edad: bajita, 1,56 m., con grandes tetas y una hermoso culazo. Una tía jamona, algo redondita por la edad, pero a la que, desde mi punto de vista, no le sobraba ni un gramo. Claro que, en aquellos tiempos no la veía en absoluto de ese modo. Se vestía con la ropa típica de las amas de casa del barrio lo que no incitaba precisamente a la lujuria, ni a nada parecido. De hecho, a mí nunca me había llamado la atención como mujer. ¡Joder, era mi madre…! Nunca habría sospechado que, por una serie de circunstancias se había convertido en un putón de cuidado. O quizá ya lo era antes de irme yo de casa, no lo sé. Bueno, a efectos de lo que voy a contar, tampoco es demasiado relevante saberlo.

Los cuatro años de ausencia del hogar donde había crecido, habían trastocado completamente la relación entre mis padres, aunque yo, evidentemente, en las breves visitas que les hacía, en Semana Santa, Navidad y un par de semanas en verano, cuando tenía vacaciones en el trabajo, no me daba cuenta de nada. Y, si he de ser sincero, creo que el pobre cornudo de papá tampoco. En fin, pobre diablillo…

Veo que no he mencionado mi nombre, me llamo Bruno, tengo 28 años y trabajo de ingeniero en una empresa de instalaciones desde hace cuatro años. Es un muy buen trabajo, bien pagado y bastante prestigioso. Lo conseguí nada más terminar la carrera en un auténtico golpe de suerte. El único hándicap fue que tuve que trasladarme a otra ciudad, a unos 600 km., de mi hogar y que es un empleo que me obliga a viajar mucho, por lo que, perdí bastante el contacto con mis antiguos amigos y con gran parte de mi familia. Sólo conservé la comunicación fluida con mis padres y con mi hermana mayor, Rosa de 30 años, que sigue viviendo en el barrio, aunque está casada y tiene dos niños, por lo que tampoco vive en el antiguo piso de mis padres. Aunque no está muy lejos de allí. Su casa está a unas dos manzanas y los ve con relativa frecuencia. Sobre todo para dejarle los críos a los abuelos para que hagan de canguro cuando quiere salir con su marido…

Creo que, tras el inevitable preámbulo, ha llegado el momento de entrar en harina y cómo fue que descubrí lo que estaba ocurriendo en casa de mis padres.

Todo comenzó con la boda de mi prima hace un par de semanas. Mi madre, hermana de la madre de Clara, mi prima, insistió lo que no está escrito para que acudiese a la ceremonia. Era un compromiso muy importante, patatín, patatán, etc. etc. Me dio tanto la chapa que, al final, no pude negarme y me quedé sin excusas para no acudir, ya que obligó a su sobrina a cambiar la fecha de la boda para que no pudiese escaquearme de ningún modo. ¡Mi gozo en un pozo!

Así que, aquí estaba, un viernes por la tarde, llegando a mi ciudad con ganas de que el fin de semana pasase volando y que la boda fuese lo más llevadera posible. Sinceramente, estas cosas me ponen de mala leche. Pero, bueno, pensé que, ya que estaba allí, no podía por menos que poner, al mal tiempo, buena cara y aceptar el suplicio con deportividad.

Lo dicho, llegué el viernes y la boda era el sábado por la tarde. Después banquete, baile, etc. etc.

Los dos estaban bastante entonados, tanto mi padre, como la zorrita de mi madre. Aunque el que se llevó la peor parte fue mi padre, que, además de no estar para conducir, se quedó medio frito en el coche. Fue extraño porque tampoco había bebido tanto, seguramente fue una reacción del alcohol combinado con la medicación que tomaba para la tensión.

Mi vieja por su parte, aunque había bebido bastante más que su adorado esposo, estaba en mejores condiciones. Borracha, claro, pero moderadamente lúcida. En cualquier caso no podría conducir, si hubiera tenido carnet, lo que no era el caso.

Así fue como con ayuda de mi madre, que era la menos perjudicada de los dos, metí al viejo medio grogi en la parte trasera de mi 4x4, medio tumbado, mientras mamá se acomodaba en el asiento del copiloto. Al final, había decidido acompañarlos a casa, dejando su coche allí, me sentía más cómodo llevando el mío y, además, al día siguiente por la tarde me tenía que largar a casa.

El trayecto, de una media hora, fue bastante tranquilo. A aquellas horas no había tráfico. En la parte de atrás del vehículo, mi padre roncaba plácidamente mientras yo rezaba porque no le diera por vomitar. A mi derecha, mi madre, bastante bolinga también, había abierto la ventanilla para ver si se despejaba un poco. No parecía con muchas ganas de hablar. Los dos se habían pasado tres pueblos comiendo y bebiendo, con la salvedad de que mi madre, además, se había dedicado a bailar y tontear con todo aquel que le tirase la caña. La guarrilla, incluso, había tenido una sospechosa desaparición en mitad de la fiesta, de la que volvió a la media hora, atusándose los cabellos. Con tanta gente, era difícil saber quien había sido el afortunado a la que le había chupado la polla o que había disfrutado de algún otro de sus encantos. Aunque, si he de ser sincero, esta sospecha es algo que tuve a posteriori. En aquel momento pensé que habría tenido un apretón o algo similar. Todavía ignoraba el nivel de puterío de mi progenitora.

El caso es que, bien mirado, no era de extrañar que a los tíos se les pusiera el rabo como el palo de la bandera viendo a mi vieja. Sobre todo con el vestidito que se había puesto para la boda y la fiesta. En la Iglesia todavía disimuló un poco, porque llevaba una chaquetita ligera que le tapaba algo las curvas, pero en la fiesta, cuando se la quitó, lució en todo su esplendor un ajustadísimo vestido de licra color burdeos que no dejaba nada a la imaginación. Parecía una Kardashian, algo más mayor, algo más bajita y algo más rolliza, pero tan empotrable como ellas. El puñetero vestido, que terminaba como una minifalda, no hacía más que levantarse y mostrar la mitad de las nalgas mientras bailaba o se agachaba junto a las mesas para coger alguna copa. Y, claro, como para no desentonar se había puesto un tanguita de hilo dental, mostraba su culazo en todo su esplendor. La buena mujer fue la comidilla de la fiesta. Para todo el mundo, menos para el pobre cornudo que andaba más preocupado llenando el buche, fumando puros, bebiendo y hablando de política con los compañeros de mesa que con las andanzas de su fiel y maravillosa esposa. Por mi parte, la actitud de mi madre que no me esperaba, me dejó bastante descolocado y me resultó muy incómoda. El tener que aguantar los comentarios maliciosos de amigos y familiares en plan «vaya, tú madre sí que se lo está pasando en grande, ¿eh?», dichos con toda la mala intención del mundo, me minaron bastante la moral y me hicieron desear desaparecer cuanto antes de la fiesta y volver a mi rutina habitual a cientos de kilómetros de allí.

Lo anterior no fue óbice para que mi instinto masculino prevaleciera sobre la moral y la polla se me pusiese en alerta un par de veces al contemplar el cuerpo rotundo y desinhibido de la jamona. Objetivamente, había unas cuantas tías que estaban bastante más buenas y eran más guapas que ella en la fiesta, pero ninguna era tan cachonda, estaba tan suelta y, por qué no decirlo, parecía tan fácil e iba buscando guerra como la puta de mi madre. Aunque en mi caso, al margen de las mencionadas punzadas de mi tranca, casi un acto reflejo, ni se me pasó por la cabeza hacer nada en absoluto. Todavía…

El caso es que el trayecto hacía casa, como ya he dicho, fue lo más plácido del mundo. Sin tráfico, con algo de música de fondo (la conversación, dado el estado de los viejos estaba descartada) y con el fresquito de la noche entrando por la ventanilla que había abierto mi madre, fue todo un placer.

Además, hubo algún aliciente añadido. Mi madre, como he dicho, se arrellanó en el asiento y el vestido ajustadísimo que llevaba, se le había quedado casi como un cinturón, cubriéndole justitas sus tetazas y, por debajo, subido por encima de los muslos, mostrándolos plenamente, hasta el inicio del tanga, un pequeño triángulo transparente que mostraba un coñito perfectamente depilado y muy, muy apetecible. Una mala distracción para un conductor. Menos mal que la iluminación de su cuerpo era intermitente por la escasez de farolas en el arcén. Mamá, con los ojos cerrados y la cabeza recostada sobre el asiento, dormitaba con la boquita abierta y de sus gruesos labios salía un pequeño hilito de saliva. El frío de la noche había erizado sus pezones que se marcaban perfectamente en el fino vestido. Además, mi santa madre, no había tenido a bien ponerse sujetador. Hacía medio año que se había operado las tetas. Las volvía a tener bastante firmes (a pesar de su tamaño) y tenía muchas ganas de lucirlas ante amigos y familiares.

Ahora sí que la polla se me puso en DEFCON 2, pero, imitando a Travolta/Vincent Vega, decidí planificar un buen pajote al llegar a casa tras acostar a la pareja feliz en lugar de complicarme la vida con la jamona que, a fin de cuentas, no dejaba de ser mi madre. Luego, como suele suceder, los planes se torcieron. Aunque esta vez fue para bien.

Al llegar a casa, desperté de un codazo a la guarrilla. Ésta, tras preguntar con la voz pastosa si habíamos llegado, salió del coche volviendo a colocarse el indómito y ajustado vestido que parecía tener vida propia.

Nos costó un huevo y parte del otro desalojar al gordinflón de su retiro en los asientos de atrás. Por un momento me planteé dejarlo allí para que durmiese la mona, pero descarté la opción por si acaso. No parecía que fuera a suceder, pero si vomitaba…

Estaba durmiendo plácidamente como un tronco y le costó alcanzar y mantener la verticalidad camino de casa. Con mi madre a un lado y yo al otro lo fuimos arrastrando al interior del chalet. Mi madre fue una ayuda bastante escasa, de hecho estaba casi como para que la arrastrasen a ella.

Al final, a rastras, llegamos al dormitorio matrimonial. Mi madre me dijo que lo tumbásemos y la quitásemos los zapatos, que no hacía falta desvestirlo. No me hice de rogar, así que lo dejé con mi madre, colocado en la cama mirando al techo, con la barriga moviéndose acompasadamente, en camisa y pantalones, con el cinturón desabrochado y en calcetines. Roncaba como un cerdo.

Mi madre me dio las gracias por la ayuda y se acercó a darme un besito antes de que abandonara la habitación. Fue un besito algo húmedo en la comisura de la boca. Olía a alcohol y tabaco. Aproveché la situación para arrimarme un poco y notar sus tetas, aún empitonadas contra mi cuerpo. No negaré que me resultó excitante. Excelente material para la paja que me iba a hacer en un ratito.

Mi habitación estaba al final de un pasillo. Era la habitación de siempre que todavía conservaba algunos posters de mi adolescencia y tenía mi mesa de estudio, con la bola del mundo y todo. No habían tocado nada desde que me fui. Mi cama también seguía siendo la misma. Una pequeña, individual, que tenía abajo una cama nido para cuando teníamos alguna visita o se quedaba algún amigo a dormir. Obviamente, la cama nido estaba en su sitio. No se esperaba a nadie.

Antes de acostarme fui al baño del pasillo y pude ver que todavía estaba encendida la luz de la habitación de mis padres. Se oían los ronquidos de viejo a través de la puerta y el sonido de la ducha que había en el lavabo en suite de su habitación. La putilla debía estar lavándose el chichi, pensé. Había perdido bastante el respeto por mi madre. No es que la tuviera en un altar, pero aquel día mi percepción se había modificado completamente.

Diez minutos después estaba en el catre, con la ventana abierta, hacía calor, y no me hizo falta echar mucha imaginación para entonarme. Estaba bastante cachondo con todo el show que había montado mi madre. Claro que era éticamente reprobable, pero, a fin de cuentas, una paja no es más que eso. Nadie se iba a enterar de quién era la protagonista de mis fantasías onanistas de aquel día.

En eso estaba, dándole al manubrio, cuando, despacito, se abrió la puerta. Paré la maniobra al instante. La luz del pasillo estaba encendida y, titubeante, pude ver que la figura de mi madre en el umbral. Vestía un camisón muy fino, casi transparente, sin sujetador ni bragas, y, al trasluz, se podía apreciar perfectamente su figura, las tetas firmes, los muslos gruesos y el coñito mondo y lirondo.

Su voz, carraspeando, lanzó la típica pregunta retórica:

—¿Estás despierto, Bruno?

—Ahora sí —respondí en un tono algo borde.

—¿Puedo dormir aquí? Es que tu padre parece una locomotora. No te puedes imaginar cómo ronca.

Mientras calibraba la petición que acababa de hacerme mi cachonda progenitora y con la polla todavía tiesa, decidí tantear el terreno.

—Sí, bueno… ¿qué hacemos? Saco la cama de abajo…

—No, no, que va. No hace falta. Nos apretamos y ya está —¡Bingo!

—Bueno, como quieras —contesté—. Apaga la luz del pasillo, anda.

La jamona se giró para cerrar el interruptor y me proporcionó una perfecta panorámica de su pandero. Un culo gordo y rotundo, perfecto para palmear.

Después, entró en silencio, cerró la puerta y se acercó a tientas a la cama. Yo había levantado la sábana para invitarla.

Era inevitable estar en contacto, por lo que ella en seguida percibió que no llevaba los calzoncillos, aunque no hizo ningún comentario. Todavía no había notado cómo estaba mi polla de dura. Por mi parte, lo primero que noté fue el olor a gel y a su cuerpo recién duchado. Fue muy agradable.

No costó mucho encontrar la postura. Tampoco había muchas opciones. Me giré hacia la pared para darle la espalda y ella hizo lo propio hacia el otro lado. Noté, al instante el calorcillo de su culo a través del fino camisón.

Pasaron unos minutos y no acababa de oírse el ruido de respiración acompasada que suelen tener las personas cuando duermen, señal de que ninguno de los dos acababa de conciliar el sueño.

Seguía con el rabo duro, la paja se había frustrado. Estaba claro que, algo tenía que hacer, sopesé la posibilidad de ir al lavabo y cascármela para tranquilizarme. Sabía que si no me corría era imposible que me durmiera. Pero para ir al baño tenía que pasar por encima de mi madre. De modo que empecé a girarme despacio antes de salir de la cama.

-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,828
Likes Recibidos
2,414
Puntos
113
 
 
 
-
La Perra de Roció y su Hijo Bruno – Capítulo 002

Lo que ocurrió después es fácil de entender. Me encontré detrás de ella, en cucharita, con la polla como un palo entre los cachetes de su culo. Algo que ella, evidentemente, tuvo que notar, ya que, con toda seguridad, estaba despierta y bien despierta. Así que, antes de que me decidiera a pasar por encima de su cuerpo, ella tomó la extraña iniciativa de menear el culo para acomodar la polla entre sus glúteos.

Me quedé de piedra. ¡Joder, la puta de mi madre estaba dejando que le frotase la polla por el culo! Como es lógico y dada mi excitación, me dejé hacer y, al cabo de un minuto, entré al trapo. Pasando la mano por el costado, le empecé a acariciar la teta, centrándome en el pezón, tieso y duro como un garbanzo sin cocer.

Ella se arqueó algo más, facilitando el movimiento de la polla en mi culo. Me armé de audacia y decidí clarificar las cosas:

—¡Pero qué puta eres, mamá! ¿Te lo han dicho alguna vez? —soy consciente de que no fue una expresión muy elegante, pero había quemado las naves y si se molestaba ya sabía la guarrilla dónde estaba la puerta.

—¡Sigue cabrón! Ahora vas a saber lo puta que soy, de verdad —«buena respuesta», pensé.

A partir de ahí la cosa se desmadró a base de bien. Cualquier observador imparcial que sobrevolase el domicilio a partir de aquellos momentos, no sabría decir que hacía más ruido, si los ronquidos apoteósicos del cornudo o nuestros berridos descontrolados.

Mamá se giró y, mientras me metía la lengua hasta las amígdalas, bajó la mano hacia la polla y empezó a manejarla con una habilidad que no dejaba ninguna duda acerca de su pericia como pajillera. Me puso como una moto. La agarré del pelo para mirar su cara en la oscuridad. Ella, jadeando, me meneaba la polla como una posesa y abrió la boca sacando la lengua. No hacia falta ser un genio para saber qué pedía un buen salivazo, necesidad que tuve un gran placer en satisfacer.

Ya en plan bruto le arranqué el camisón de un par de tirones y lo lancé al suelo.

—¡Fóllame, cabrón, fóllame! —Me gritó ansiosa.

No podía más así que, tras tumbarla, le separé las piernas, que ella levantó para facilitar la penetración y entré con todo. Abrió mucho los ojos, los puso en blanco, dio un grito ahogado y, por un segundo, contuvo la respiración, antes de dibujar una sonrisa diabólica y pedir con voz ronca:

—¡Sigue, hijo de puta, sigue! ¡No pares!

Así que, viendo que le iba la marcha, empecé a bombear a lo bruto. La cama y la pared empezaron a sonar rítmicamente. Estaba claro que si el cornudo no se despertaba con esta escandalera, su estado debía bordear el como etílico, porque la liamos bien parda, la guarrilla y yo.

Estaba muy cachondo de modo que no tardé en correrme. Así y todo, seguí un rato con la polla dura bombeando hasta que la putilla, que empujaba hacia arriba con el coño y se meneaba como una lagartija alcanzó su bien merecido orgasmo.

Luego me derrumbé sobre ella notando la presión de sus tetazas y hundiendo mi cara junto a su mejilla, mientras ella recuperaba el resuello.

—Vaya, hijo, estás hecho un machote —comentó al cabo de un rato, mientras me acariciaba el cabello.

Todavía estaba en las nubes y no le contesté. No podía creer lo que había pasado. Después, abrazados en la estrecha cama, mientras mamá me lamia el pecho y me besuqueaba, acariciando mi vientre, le pregunté directamente:

—Esto no es la primera vez que lo haces, ¿no, mamá?

La carcajada que soltó me habría servido como respuesta, pero la puerca prefirió ampliar la información:

—¿A ti que te parece? Si mi salud sexual tuviera que depender del pichafloja de tu padre, me habría muerto hace años. ¡Ja, ja, ja! No es mala persona, pero, la verdad, como hombre no vale una mierda. Aunque eso ya lo sabía antes de casarme.

—¿Antes de casarte?

—Claro, Bruno, tú crees que me casé con él por sus encantos. ¡Anda ya! Lo hice por que era un buen partido. De una buena familia, con pasta y me garantizaba vivir bien, como a mí me gusta. Además, es tonto como él solo. Le llevo poniendo los cuernos desde que éramos novios y es el único que no se ha enterado. ¡Hasta tu hermana lo sabe!

Estaba atónito. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo, así que dejé que continuará con su perorata. A saber a dónde iban a llegar sus explicaciones.

—Me casé con él embarazada. De otro, claro. Menos mal que la niña salió a mí y la gente no se coscó. Si no, menudo lío. Desde aquel momento, pues nada, fui alternando los amantes. Los iba cambiando cada poco tiempo. Me gusta la sangre fresca y la gente con energía. Así que, con el tiempo, los de la edad de tu padre se me iban haciendo mayores. Fui alejándome de sus amigos, que, por cierto, me los he follado a casi todos, y buscando jóvenes. En eso estoy, en la gente de tú edad. De hecho, el que me he follado en el banquete era un chavalillo de 22 años, un primo del novio. Bastante tontorrón, pero con un buen rabo. Lástima que se haya puesto tan nervioso y se haya corrido tan rápido…

—Dices que te casaste embarazada. Entonces, Rosa no es hija de papá.

—No, por supuesto. Pero tú tampoco.

Ahí ya me quedé completamente descolocado.

—No te has fijado —prosiguió— que no te pareces en nada a tú padre. Eres alto, fuerte, tienes una buena mata de pelo y, además, rizado. Cuando yo soy rubia y tu padre, tiene, bueno, tenía, ese pelo liso castaño como de rata.

—Pues, ahora que lo dices…

—Todavía tuve suerte, porque cuando me quedé embarazada de ti, estaba follando con dos tíos a la vez. Dos albañiles inmigrantes que habían estado trabajando en casa haciendo el muro del jardín. El problema es que uno de ellos era moro y el otro negro. ¡Menos mal que el espermatozoide ganador fue el del moro! Si no, no sé yo como le vendo la moto al cornudo.

—¡Joder, menuda personaja estas hecha!

—Bueno, ya está bien de charla, que tenemos que aprovechar el tiempo ahora que se me ha pasado la cogorza.

Tras decir eso bajó la cabeza y empezó a mamarme el rabo con una técnica envidiable. Es extraño sentir que la mejor mamada que te han hecho en la vida te la está haciendo tu propia madre. Pero que sea extraño no quiere decir en absoluto que no sea cachondo y excitante. Más bien todo lo contrario. El morbo multiplica exponencialmente la excitación y, me costó horrores no correrme a los cinco minutos. Sobre todo cuando, tras colocarse perfectamente entre mis piernas, empezó a lamerme el rabo hasta llegar a los cojones mientras pajeaba mi ensalivada polla. Y, como no podía ser menos en una guarra tan habilidosa, su lengua bajó hasta lamerme el ojete, algo que nunca me habían hecho y que me dejó con el culo torcido, como suele decirse.

Supongo que ella era bien consciente de lo que andaba buscando, porque cuando notó que la polla estaba a punto. Detuvo sus maniobras y me dijo:

—¡Qué, cabroncete, no te gustaría petarle el culo a tu puta madre!

La propuesta que no me esperaba (aunque visto el percal tampoco era nada sorprendente) me dejó flipando y paralizado. Pero la parálisis no duró más de unos segundos.

Pegué un salto fuera de la cama, momento que la puerca aprovechó para ponerse en el borde con el culo en pompa, con las manos abriendo los cachetes, mostraba un ojete enrojecido y bastante apetecible, también perfectamente depilado.

—Antes chúpame un poquito el ojete, hijo, por favor.

«Mira qué educada, así se piden las cosas», pensé mientras acercaba mi cara al culazo materno y, tras olfatearlo, la muy puerca se lo debía haber perfumado en la ducha porque olía muy bien, empecé a lamerlo por fuera y luego por dentro, penetrando su agujerito con la lengua tiesa. Al final, escupí un par de veces y probé primero a meter el índice, a ver qué tal entraba. Entró como Pedro por su casa. Estaba claro que la buena mujer solía tener visitas frecuentes por su puerta trasera. Al sacar el dedo lo olfateé y ya noté un genuino olor a culo de puerca que me transmitió un buen respingo a la polla. En eso estaba cuando mi santa madre, impaciente, me rogó:

—¡Venga, hombre, que es para hoy, joder!

—¡Joder, puta cerda, ahora te vas a enterar!

Enrabietado, apreté su cabeza hacia la cama y le levanté bien el gordo culazo, blando y con alguna excitante marca de celulitis. Ella seguía sujetando las nalgas para facilitar la apertura del ojete, pero cuando sujeté su cadera con fuerza las soltó. Y, así, con la cara jadeante de mi puerca madre aplastada contra la cama y sujetando con fuerza sus nalgotas, acerqué mi babeante polla a su agujerito, bien dilatado por mis dedos y la práctica de la cerda con el sexo anal, y le clavé de golpe el capullo en el ojete.

—¡Aaaaaay! —gritó.

De modo que detuve la penetración tan solo con el capullo bien encajado en el culete de la puta. Noté un agradable calorcillo y una presión muy estimulante, pero lo que me decidió a continuar hasta clavar mi polla hasta el fondo y, a renglón seguido, empezar un demoledor mete saca, fue la frase que la guarrilla soltó a continuación.

—¡Pero note pares ahora, hijo de puta! No seas tan mal hijo… ¿No te da vergüenza tratar tan mal a tu madre?

Al tiempo que hablaba, giró su cara, sonrosada por el esfuerzo, y con una sonrisa diabólica sacó la lengua y empezó a moverla incitándome. En cualquier otra circunstancia me habría parecido un gesto ridículo y poco atractivo. Nada excitante. Pero, estando como estábamos, con una jamona tan puerca y dispuesta a todo que se dejaba hacer mil y una perrerías y que, para más morbo, era mi madre, la única salida era una entrada. La entrada de mi rabo hasta el fondo del culo de la guarra.

Cuando la hinqué hasta el fondo volvió a gritar, pero esta vez ya no le hice ni puto caso y empecé a taladrarla a un ritmo potente y sostenido con intención de llenarle el culo de leche cuanto antes mejor. Estaba de pie junto al borde de la cama y sujetaba su culo con tanta fuerza que las marcas de mis dedos le debieron durar un par de días. De vez en cuando, soltaba una palma y le pegaba una fuerte nalgada, más que nada para demostrar quién estaba cortando el bacalao en aquel momento. Ella no parecía disgustarse lo más mínimo, soltaba un gemido como de gatita asustada y luego una risita cachonda.

La puerca, empezó a soltar grititos al ritmo de mis emboladas y, mientras se masturbaba furiosamente, con la cara aplastada contra la cama, aguantaba con sorprendente tolerancia los violentos movimientos a los que se sometía su cuerpo. La verdad es que yo estaba disfrutando como nunca. No solía practicar el sexo anal, con mi novia ni de coña y con algún ligue esporádico casi nunca, por lo que la ocasión, como suele decirse, la pintan calva y decidí aprovechar la oportunidad para dar rienda suelta a esa agresividad que tanto me gustaba de algunos vídeos porno.

Mientras me la follaba seguía dando cada vez más palmadas a su culazo, que cada vez estaba más rojo. Ella, sin inmutarse, seguía moviendo su cuerpo a mi ritmo, pero, eso sí, sin perder en ningún instante la mano de su coñito que seguía babeando.

La puerca no tardó en correrse, pero tras una breve pausa en la que continué taladrándola sin inmutarme, volvió a pajearse más suavemente. Fue durante esta segunda pajilla de la cerda cuando ya no pude retener más la eyaculación y me corrí como un animalucho. Ella soltó una risita de satisfacción y, tras notar como me dejaba caer a peso sobre su espalda, se limitó a pedirme (por favor) que dejará la polla dentro hasta que terminase su paja.

Tras correrse, giró su cara y me dio un besito, todavía con mi polla, ya morcillona, dentro de su ojete.

—Si con este show no hemos despertado al cornudo de tu padre…

—¡Me dijiste antes que estaba medio grogi! —le respondí asustado.

—Sí, hombre, tranquilo… Era broma. Anda, Bruno, saca la polla del culo que te la voy a limpiar.

Me incorporé y saque el rabo, bastante pringoso, del ojete materno. Ella, me indicó que me sentase en la cama y, tras arrodillarse entre mis piernas, procedió a hacerme una limpieza de sable eficiente y profesional. Se relamió a gusto con los restos que impregnaban mi polla, me repasó los cojones y le dio un lametón al culo, antes de dar por finalizado el tema. Lo hizo tan bien que se me estaba empezando a poner a tono la tranca de nuevo, pero mamá, con buen criterio, me indicó tras mirar el reloj:

—Son las nueve y media, creo que va siendo hora de ir dejándolo por hoy. Duerme un ratito y luego te llamo para la comida. ¿Vale?

La verdad es que estaba en las últimas, así que acepté la propuesta de mi madre y, tras dejarla partir con el camisón roto en la mano, me dejé caer en la cama derrotado.

A las dos noté que llamaban a la puerta y, a continuación, entró la putilla vestida con moderación (para ser ella) con una camiseta ajustada (sin sujetador para no perder la costumbre) y unos leggins negros más ajustados aún que la camiseta, marcacoños total.

Nada más verla me entoné enseguida, algo de lo que ella se dio cuenta ya que había dormido en pelota picada.

—¡Joder, hijo, te basta poco! —comentó, al tiempo que me agarraba los cojones con fuerza y me daba un beso con lengua.

Le sobé las tetas empitonada y habría ido a más, si no fuese porque me paró en seco:

—Quieto, quieto… Venga, Bruno, vístete y baja a comer, que está tu padre esperando, ya se ha levantado.

—¡Vaya mierda! —respondí decepcionado. El cornudo había vuelto del limbo.

—Sí, es un rollo, pero bueno. A lo mejor podemos hacer algo antes de que te vayas —añadió, guiñando un ojo al salir.

En el salón, el cornudo ya estaba sentado en la mesa con un aspecto bastante deplorable. Nos saludamos y pude ver que mamá le había hecho una sopita bastante reconfortante para comer. Supongo que para evitarle digestiones pesadas post resaca. Para mí había un buen solomillo con patatas que el viejo miraba con envidia, aunque era consciente de que era lo último que le convenía. Yo por lo menos me lo había ganado, al igual que la putilla, que también compartía el menú.

La comida fue bastante tranquila, con el televisor de fondo, el cornudo no estaba por la labor de hablar, todavía no se había recuperado de la trompa del día anterior. Mi madre, por su parte, se limitó a comentar las noticias de la tele y, subrepticiamente, sobarme el paquete bajo la mesa, algo que me puso bastante tenso, ya que temía que el viejo se diera cuenta. No fue así, el pobre hombre estaba todavía hecho una piltrafa y no tardo en sentarse en el sofá, frente a la tele, mientras nosotros recogíamos la mesa.

Al pobre cornudo le pareció lo más normal del mundo que la puta de su mujer me pidiese ayuda para fregar los platos. Platos que ella había colocado en le lavavajillas mientras, con las manos apoyadas en la mesa de la cocina, los leggins a media pierna y el culo en pompa, esperaba que mi rabo rindiera honores a su coño y su culo alternativamente.

Fue un polvete rápido que, a petición de la interesada, se culminó con un facial que la puerca se extendió por la jeta, como si se tratase de crema hidratante. La verdad es que era una guarrilla muy retorcida y me pidió que le hiciera una foto con la cara embadurnada de leche. Dijo que era para un foro de esposas que ponían los cuernos a sus maridos del que era asidua: slutwife.com o algo así.

No me costó nada hacerle caso, a fin de cuentas me encantaba ser un buen hijo con una madre tan abnegada y servicial.

Lo que más me llamó la atención, cuando me contó lo del foro, es que Rosa, mi hermana también estaba registrada. Al parecer las dos compartían algunas aficiones, como follar y poner los cuernos a sus respectivos. En fin, de tal palo, tal astilla. No perdí un segundo en plantear a la guarrilla la sugerencia de hacer algún día una reunión familiar. Seguro que a Rosa no le disgustaba probar la tranca de su hermanito.

—Tranquilo, Bruno, habrá tiempo para todo —respondió la cerdita rebañando con el dedo la leche que goteaba por su barbilla.
-
 
Arriba Pie