La Morbosa y Madura Silvia

heranlu

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La Morbosa y Madura Silvia




Silvia, una mujer amiga de mi madre, casada, sin hijos, con 44 años y más ganas de sexo que todas mis amigas juntas, se había encoñado de mi, y me estaba haciendo partícipe de todas sus fantasías y deseos sexuales.

Pero mi relación con ella dio un giro inesperado un buen día.

- Hola, cielo, ¿cómo estás? –me dijo la voz de Silvia cuando descolgué el teléfono.

- Bien, Silvia. Llegué a casa hace un rato. He comido un poco y ahora iba a ver un rato la tele antes de ponerme a estudiar, -la respondí, intuyendo que Silvia tenía algún plan distinto para aquella tarde.

- Vaya, no parece que tengas nada interesante qué hacer –respondió.

- No, la verdad es que no. Además, estoy solo en casa. Mi madre y mi hermana ya se habían marchado cuando llegué. Creo que iban a ver a mi abuela –le dije.

- ¿Y si te propongo algo? –me preguntó.

- Ya sabes que siempre estoy dispuesto a escucharte y seguirte en lo que me pidas –le respondí.

- Pues ponte algo para salir. Paso a buscarte en 20 minutos. Y no te preocupes por nada más, de todo me encargo yo, pero tienes que confiar en mi –añadió, un poco misteriosa.

- Siempre he confiado en ti, Silvia ¿por qué hoy no iba a hacerlo? –pregunté intrigado.

- Por que, quizá, hoy todo sea distinto. Pero bueno, no se hable más. Ponte algo para salir y espérame en el portal.

Sin darme tiempo para despedirme, Silvia dio por terminada la llamada. La forma misteriosa en que me había hablado hizo que sintiera un ligero nerviosismo: era evidente que Silvia preparaba alguna sorpresa. No tenía ningún miedo, confiaba en ella, pero tenía muy claro que me iba a sorprender de algún modo.

Puntual, justo a los 20 minutos que me había indicado, bajé al portal del edificio. Frente a él se encontraba Silvia, junto a su coche. Llevaba una camiseta de colores negro y blanco, con algunos adornos plateados y brillantes. Era una camiseta corta, que dejaba su precioso ombligo al aire, y tan ajustada que resaltaban perfectamente las sugerentes formas de sus tetas. Debajo vestía unos leggins de cuero negro, ajustadísimos a su cuerpo, no dejando ningún lugar a dudas en cuanto a las sinuosas formas de sus caderas, su culo y sus muslos. Para completar el atuendo, calzaba unos botines negros, de tacón alto. Me pareció la viva imagen de la más perversa y sexy madame.

Yo, por mi parte, llevaba los pantalones vaqueros que mejor me sentaban, con un polo en distintos tonos de azul y deportivas.

- Me gusta tu puntualidad, -dijo Silvia, a la vez que abría las puertas de su coche.

- ¿Sólo eso te gusta de mi? –pregunté, un poco más lanzado de lo que yo mismo esperaba.

- Vaya, hoy estás juguetón… te va a venir bien para lo que he preparado para ti –me respondió, a la vez que deslizaba su mano derecha por mi muslo, rozando mi sexo sobre el pantalón.

Inmediatamente puso el motor del coche en marcha y nos marchamos de allí. Me moría de ganas de haberla metido la lengua hasta la garganta, pero estábamos en nuestro barrio. Nos conocía todo el mundo, y una cosa era que una amiga de mi madre me recogiera para llevarme a algún sitio y otra, muy distinta, era que la madura y el jovencito se enrollaran delante de todos.

Pronto comprendí que nos dirigíamos de nuevo al mismo hotel discreto de las afueras de la ciudad al que habíamos ido la última vez.

Una vez que llegamos al edificio, Silvia repitió lo que ya hizo la última vez: acercó el vehículo a la puerta de acceso y, a través de la ventanilla, en una especie de cajero, hizo el pago de la habitación que nos correspondiese.

Iniciamos el descenso de la rampa hacia el parking privado, pero justo al final de la rampa, Silvia detuvo el coche:

- Alcánzame el bolso otra vez, cariño –me pidió, lo que obedecí de inmediato-. Toma, póntelo –me dijo, alargándome un antifaz negro.

- ¿Esto es necesario? –le pregunté.

- Sí, te aseguro que va a ser necesario –respondió.

- Silvia, ¿de verdad tengo que ponerme un antifaz? Cómo si no supiera con quién estoy… -dije.

- Confía en mi, Daniel. Póntelo, por favor –insistió.

No le di más vueltas, y me coloqué el antifaz. Con el puesto no era capaz, ni tan siquiera, de percibir los cambios de intensidad de la iluminación: sólo veía el negro más absoluto.

Una vez que Silvia paró el coche, me ayudó a salir de él y me condujo hasta el apartamento que habíamos alquilado. Una vez dentro creí percibir un perfume conocido, que no era el de ella.

- A partir de ahora comienza el juego, Dani. Tú serás nuestro juguete –me dijo Silvia.

- ¿Vuestro juguete? ¿Hay más personas con nosotros? –pregunté.

- Sí. No estamos solos. Han venido dos amigas. No hablarán ni podrás verlas, salvo que, cuando hayamos terminado, desees conocerlas –respondió Silvia.

- Está bien –respondí, sin saber muy bien dónde me estaba metiendo.

A partir de ese momento, varias manos femeninas, y no sólo las de Silvia, me condujeron hasta lo que intuí que sería el centro de la habitación. Una mano, suave y delicada acarició mi cara, mientras dos pares de manos se apresuraron en quitarme el polo, descalzarme y quitarme los pantalones. Una boca comenzó a besarme en los labios, mientras que otra boca mordía mi polla por encima del bóxer. Me sentía realmente como una especie de dios al que un grupo de mujeres, se entregaban en cuerpo y alma para dar y sentir placer. No necesité ni siquiera un minuto para tener la polla grande y dura, como el mango de un pico.

Empezaba a comprender el tremendo morbo que iba a suponerme la idea de Silvia: tener a 3 mujeres conmigo, de las cuales sólo conocía a una, haciendo conmigo lo que las diera la gana, era algo que nunca podría ni siquiera haber imaginado.

- Voy a sentarme, quiero ver cómo mis amigas disfrutan de ti –dijo Silvia, a la vez que pude escuchar el sonido de tus tacones en el suelo, alejándose unos metros de nosotros.

Mientras tanto, las otras dos mujeres continuaban dedicándose a recorrer mi cuerpo con sus manos y sus bocas. La que me comenzó besándome en la boca lo hacía de una forma endiablada. Metía y sacaba su lengua de mi boca, envolviendo la mía para llevarla hasta la suya, lamiendo y mordisqueando también mis labios y mi propia lengua.

A la vez, sentí como la otra mujer se arrodilló delante de mi y, tras tirar con fuerza del bóxer para bajarlo, mi enorme polla saltó como un resorte junto a su cara, a lo que ella reaccionó emitiendo un sonido de admiración.

- Cuidado, cielo. No vayas a decir nada que te haga reconocible –le indicó Silvia desde su posición.

No volví a oír nada más. Sólo sentí como unos labios húmedos y cálidos, junto con una lengua tan cálida y húmeda como la que tenía en la boca, recorrieron varias veces mi verga, desde los huevos hasta la punta. Afortunadamente, el día anterior me había depilado el sexo, incluidos los huevos, por lo que la sensación del roce de aquellos labios y la lengua sobre la piel suave de mis huevos, me transportó de inmediato al cielo.

Tan sólo se escuchaba el chapoteo de la boca de una de aquellas mujeres en mi boca, y algunos leves gemidos que tanto ellas como yo emitíamos. Sólo Silvia se permitía hablar.

- Podéis poneros cómodos en la cama –indicó.

De inmediato, las dos mujeres, cada una por un lado, me condujeron hasta el borde de la cama, ayudándome a subirme en ella. Entonces caí en la cuenta de que yo no había ni siquiera intentado tocar el cuerpo de ninguna de las dos. Me eché boca arriba en la cama, que recordaba enorme. Cada una de las mujeres se puso a uno de mis lados, y ambas comenzaron a mamar mi polla, repartiéndose esta entre las dos. Aproveché la situación para alargar mis manos hasta dónde calculaba que se encontrarían sus cuerpos. Logré tocar la parte baja de la espalda de ambas mujeres. Las dos tenían la piel suave y cálida, aunque una de ellas me pareció un poco más delgada que la otra, ambas parecían tener cuerpos atractivos. Deslicé mis manos por ambas espaldas, bajando por los dos culos, siempre con ellas mamando y lamiendo mi polla y huevos.

Como ya me había parecido antes, la que tenía a mi izquierda era un poco más delgada, su culo era más delgado que el de su compañera de la derecha, pero ambos culos me parecieron sublimes y deliciosos. No pude reprimirme y azoté ambos culos a la vez. Las dos mujeres gimieron, en parte por la sorpresa y en parte por el placer.

- Cuidado con hablar –repitió Silvia.

Mi polla parecía que había crecido aún más, y el morbo, desde luego, también lo había hecho. No sabía si yo podía pedir cosas, si yo podía hablar o no. Me moría de ganas por probar esos dos coños desconocidos. Dos coños que, por lo que mis dedos pudieron tantear por debajo de sus culos, estaban calientes y mojados, seguramente que deseando probar nuevas zonas de mi cuerpo. Antes de que me atreviera a hablar, Silvia se adelantó:

- Chicas, dejad que os coma el coño, nunca olvidaréis cómo lo hace, le he enseñado yo misma a hacerlo –dijo, presumiendo.

La mujer que tenía a mi derecha, la que aparentaba tener el culo más grande, se apartó de mi polla, colocándose a horcajadas sobre mi boca. Enseguida me llegó el olor de su coño. Era un poco más fuerte que el de Silvia, pero igual de agradable. Inmediatamente saqué la lengua y lamí sus labios. Estaban calientes y húmedos. Y su sabor, aunque indescriptible, me pareció mágico, sublime, irresistible. Apreté su culo con mis manos, haciéndola restregar su coño contra mi boca, a la vez que uno de mis dedos comenzó a jugar en su ano.

A la vez, la otra mujer se acomodó sobre mi polla, la cual lamía, acariciaba y mamaba con ritmos cambiantes, a veces muy suavemente, y a veces con tremenda intensidad.

Cuando el coño que tenía en la boca me lo permitía, lanzaba gemidos y suspiros de placer. La mujer también comenzó a gemir. Sus gemidos parecían los de una mujer madura, de edad similar a Silvia. Pero preferí no pensar en ello, y seguir disfrutando de su coño, de su clítoris, completamente duro e hinchado y de la fabulosa mamada que su amiga me estaba regalando, sin dejar de acariciar mis huevos y mi ano, haciendo que las sensaciones de placer se multiplicasen por momentos.

A medida que la intensidad de la mamada aumentaba, y mi placer también lo hacía, el ritmo e intensidad con que yo comía el coño y el clítoris de aquella mujer también se incrementaron, hasta el punto de que acabó corriéndose, apretando con tanta fuerza su coño contra mi boca, que pensé que me ahogaría. Sus gemidos se hicieron un solo grito. Fue un grito extraño, ahogado y fugaz. Me resultó incluso conocido. Pensé que podría tratarse de alguna de las mujeres del grupo de amigas que conocía.

La corrida de Silvia dejó un fino reguero de fluidos sobre mi cara y mis labios. Poco a poco se fue retirando. Sentí como se echó sobre la cama, a mi lado. La otra mujer dejó de mamarme la polla, si no lo hubiera hecho me habría corrido casi de inmediato, y sentí como comenzó a besar a su compañera.

Yo, caliente como pocas veces, me volví en la cama para rozar mi cuerpo con los suyos y poder sobar y acariciar sus tetas y pezones. En las tetas es dónde más noté la diferencia de tamaño de una mujer y otra. Mientras la que había acabado de correrse en mi boca tenía unas tetas grandes, blandas y algo caídas, con unos pezones enormes, la otra tenía las tetas más pequeñas, más duras y con pezones más pequeños y duros.

A mi, en aquel momento, los dos pares de tetas me parecieron perfectos, y me dediqué como pude a sobar, lamer, besar, chupar y morder todo cuanto pude, sobre todo sus ricos pezones, unos más gruesos, otros más duros, pero los 4 igual de deliciosos.

Entre ellas, aunque no podía verlo, también estaban sucediendo cosas. En más de una ocasión, mis manos tropezaron, mientras acariciaba y estimulaba el cuerpo de alguna de ellas, con las manos de la otra, señal inequívoca de que las dos mujeres estaban también dedicadas a darse placer mutuamente.

En un momento dado, una de ellas me empujó de nuevo sobre la cama y tomó mi verga con una de sus manos. Por la forma de hacerlo era la más delgada. Masturbó mi mástil durante un breve minuto, tiempo suficiente para ponerlo de nuevo apuntando al techo, momento en el que se subió sobre mi y lo llevó hasta la entrada de su húmeda cueva. Se rozó con él sus labios y su clítoris, llevándolo con sus manos una y otra vez de un extremo a otro de su sexo, el cual no dejaba de mojarse cada vez más.

Mientras tanto, la otra mujer colocó una de sus grandes tetazas en mi boca, a lo que mis labios respondieron de inmediato, besando y mordisqueando su tremendo pezón.

A continuación, la mujer que jugaba con mi tranca decidió que ya había jugado lo suficiente, y se la introdujo en su cuerpo caliente, descendiendo su coño sobre mi polla, haciendo que la penetrase poco a poco. Mi capullo es bastante grueso y costó un poco meterme dentro de ella, pero lo acabó logrando, deslizando su cuerpo sinuosamente sobre el mío. Su coño era estrecho, muy cálido y húmedo.

Las tetas de la otra mujer ahogaron los gemidos que mi boca quería lanzar al ambiente cargado de sexo de aquella habitación.

Continué como pude lamiendo y mordiendo los pezones que la mujer me ofrecía, mientras la otra se dedicó a cabalgarme, cada vez con más intensidad, subiendo y bajando completamente por el mástil de mi polla, lo que empezó a provocar en ella algunos tímidos gemidos, que pronto se convirtieron en gritos mucho más sonoros e intensos. Ahora me percaté de que esta mujer era más joven que la otra, el sonido de su garganta era más juvenil, y de nuevo detecté algo en aquella forma de gemir que me resultaba familiar, aunque no lograba ponerle cara.

La cabalgada se hizo tan intensa, que mis huevos se llenaron de leche. Sentí como la presión en ellos aumentó de forma brutal, y mi pelvis comenzó a acompañar a aquella mujer en su cabalgada, moviéndome de forma coordinada con ella, mientras mis labios mordían con fuerza los pezones de la otra mujer, casi ahogándome al privarme de todo el espacio que necesitaba para respirar. Apenas un minuto después, aquella voz más juvenil se derramó por completo, al alcanzar su cuerpo un intenso orgasmo, contrayendo su vagina contra mi polla, rodeándola y envolviéndola con sus fluidos y su calor.

También mi cuerpo estaba a punto de estallar.

Otra vez fue la voz de Silvia la que me hizo recordar que estaba allí:

- Cariño, sácate la polla y compartid su leche, le conozco y está a punto de correrse –dijo la caliente de Silvia.

Como si obedecieran órdenes de un ser superior, la mujer que había acabado de correrse descabalgó de mi polla, a la vez que la otra se dirigió hacia mi sexo. De nuevo ambas bocas comenzaron a lamer y chuparme la verga.

- Dales tu leche, cabrón –ordenó Silvia.

Apenas oí aquella orden, mi cuerpo estalló: mis huevos se contrajeron hasta dolerme, enviando una enorme cantidad de semen a mi polla, la cual se encargó de escupir sobre las caras y las bocas de las dos mujeres. Mis gemidos fueron brutales, mi cuerpo se tensionó y estalló de placer. Una especie de corriente eléctrica recorrió cada parte de mi cuerpo, a la vez que cuatro potentes chorros de leche salieron despedidos con fuerza de mi polla.

Las dos mujeres continuaron aplicando sus lenguas a mi verga. Acariciaron tanto mis huevos como mi polla, con manos y lengua, y pude intuir que entre ellas se besaban, para compartir mi semen, caliente y viscoso.

- Te has portado como un campeón –me dijo Silvia un par de minutos después, cuando nosotros tres estábamos echados en la cama, acariciándonos mutuamente.

- Gracias. Tus amigas lo han hecho todo –dije yo, modestamente.

- Sí… mis amigas…, creo que te has ganado el derecho a saber quiénes son –dijo Silvia-, si ellas están de acuerdo.

No oí nada. Por un momento no supe qué hacer o qué decir. Deseaba ver las caras de aquellas dos mujeres que tanto morbo y placer me habían regalado. De pronto, Silvia se acercó hasta la cama y cogió mis manos, pidiéndome que fuera con ella. Me alejó un par de metros de la cama, hizo que me diera la vuelta, de espaldas a sus dos amigas. Silvia, frente a mi, me retiró despacio el antifaz.

- Abre los ojos despacio, para que la luz no te haga daño –me dijo.

- ¿Puedo girarme ya? –pregunté, lleno de curiosidad cuando al fin abrí los ojos y vi la pared del otro lado.

- Sí, hazlo –me ordenó Silvia.

Me giré despacio, deseando conocer a aquellas dos maravillosas mujeres con las que había acabado de tener una de las experiencias sexuales más morbosas de mi vida, sin saber que, el morbo no había hecho más que comenzar.

Las dos mujeres estaban completamente desnudas, aún con restos de mi semen en algunas zonas de su pecho y pelo. Sonrientes, con una pierna de una entre las piernas de la otra, y acariciándose mutuamente los pezones.

- ¡Mamá, Blanca! –atiné a decir cuando descubrí que eran mi madre y mi hermana.

- ¿Te ha gustado la sorpresa? –preguntó Silvia.

- Hostias, no esperaba nada parecido. Joder…. –dije yo, un poco asustado, a la vez que excitado.

- Cariño. Sabíamos lo que ocurría entre Silvia y tú, lo planeamos entre las tres –dijo mi madre.

- ¿Tan mal hemos estado, que te quedas así? –preguntó Blanca, mi hermana.

- No, no, no. Es que es una sorpresa, jamás imaginé que… bueno que …. Que follarais y la mamaseis tan bien, y menos que lo hicierais conmigo –terminé diciendo.

- Nos alegra oírte decir eso, cariño –dijo mi madre.

- Y ahora, si no estás muy cansado, hay una mujer a la que todavía no has satisfecho –dijo mi hermana, y en esta ocasión, fue Silvia la que, completamente desnuda, con su imponente culazo, con sus deliciosas tetas y su depilado coño, se metió en la cama, entre mi madre y mi hermana, haciendo un gesto con su mano para que las acompañase
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