Hola, soy África. Me divorcié hace 10 años, todavía mi hijo Jaime era muy pequeño cuando esto pasó. Mi ex era bastante mujeriego y no pude perdonarle más infidelidades.
Yo soy una mujer normal, sí es cierto que soy femenina, y tengo mucho pecho, pero tengo mi celulitis, mi tripita y mis cartucheras...vamos, que no creo que sea la imagen sexual de nadie.
Mi hijo Jaime era un muy buen chico hasta hace muy poco, o al menos hasta que hace un par de meses recibiera la llamada del director del centro donde estudia:
- Buenos días, ¿es usted África Ibáñez, la madre de Jaime Pérez?
- Sí, soy yo, ¿de parte de quién?
- Soy Luis, el Director del Centro "Pablo de Olavide", me gustaría que pudiéramos hablar con más calma y por eso querría pedirle que se acercara hoy al centro.
- Encantada Luis, pero hoy estoy algo liada en el trabajo, ¿no podríamos concertar una cita si no es urgente? ¿Le ha pasado algo a Jaime? - pregunté extrañada. Dudaba que así fuera por el tono calmado del Director, pero no entendía la urgencia de verme.
- Es importante Doña África, no quiero sobrealarmarla, su hijo está bien, pero creo que este asunto debe tratarse mejor en persona. - Me dijo en un tono que no lograba encasillar como serio.
- ¡Vaya! Entonces tardaré en llegar 45 minutos, ¿puede ser?
- Muchas gracias, Señora Ibáñez, le estaré esperando.
Le comenté a mi responsable el asunto y salí del trabajo lo más rápido que pude. Durante el camino, conduciendo, no podía hacer otra cosa que pensar y pensar, darle vueltas a qué había sucedido.
Aparqué en la misma calle del colegio, bastante poco habitual en horas puntas, lo que me permitió reducir el tiempo hasta llegar al despacho del Director. Al llegar, me senté en la sale de espera contigua al despacho, la secretaria entró en este y salieron de ahí ella y Luis, el Director.
- Doña África, le agradezco enórmemente que haya podido venir tan rápido.- Dijo mientras sonreía y me saludaba dándome la mano.
- Gracias, aunque creo que no tenía otra psoibilidad, de hecho estoy muy nerviosa, espero que Jaime esté bien y...
- Sí, sí, disculpe si mi mensaje le alarmó en exceso, en cuanto le explique, entenderá la necesidad de tratar este tema personalmente. - Y al abrir la puerta e invitarme a entrar vi sentado a Jaime.
- Jaime hijo, ¿estás bien? Le pregunté asustada
- Sí mami - Respondió sonrojado, a lo que el director le respondió
- Jaime, por favor, ¿podrías esperar fuera mientras hablo un momentín con tu madre? - Y Jaime se levantó y mirando, como abochornado, al suelo, salió de la habitación. - Verá Doña África, ¿puedo llamarle África?
- Sí por favor, lo de Doña me recuerda a mi madre
- Jajaja (carcajeo levemente), sí, auqnue es importante mantener el respeto, sobre todo delante de los niños. Verás África, Jaime ha entrado en una etapa que generalmente es compleja para los chicos de su edad. Algunos lo llevan mejor que otros, pero él se ha excedido algo más de lo normal y ha generado un pequeño percance...
- Luis - le corté - perdón pero no le entiendo, ¿se ha pegado con alguien?
- ¡No, no! A ver, igual estoy intentando tener demasiado tacto. Su hijo se ha...tocado delante de unas chicas de su clase.
- No le entiendo.- Volví a decir con cara de desconocimiento.
- África, su hijo se estaba masturbando, mostrando su pene, delante de sus compañeras...en la clase.
Solté un grito ahogado y me tapé la boca.
- Siento haber sido ahora tan directo, pero necesitaba que entendiera la gravedad. Entiendo en la edad que se encuentra y, en alguna otra ocasión, aunque realmente muy pocas, hemos tenido otros alumnos con esas...tendencias. Por lo general se suelen pasar, pero es necesario que tenga ayuda de terceros. ¿Entiende lo que quiero decir?
- ¿¡Que vaya a un psiquiatra!? - Espeté, abrumada y molesta con Jaime
- Por de pronto con un psicólogo creo que sría suficiente. Yo no soy un experto, ni mucho menos, pero creo que este...cambio, tiene mucho que ver con la adolescencia y, si se ayuda a encaminar, no será ningún problema en el futuro. Pero, es algo que debe empezar cuanto antes. Para que tenga algo más de tiempo en agenda algo de asistencia al respecto y nadie se se sienta mal, Jaime no vendrá al centro durante un par de semanas, si bien los exámenes y la asistencia de tutores los pondrá tener online, ¿le parece bien?
Salí del despacho con la cara desencajada. No podía mirar a Jaime, porque él me rehuía la mirada, y porque tampoco me apetecía mirarle. Estaba muy avergonzada.
Volvimos a casa en completo silencio. Silencio que aproveché para poner orden mental en lo que había pasado y lo que me había dicho el director. Al llegar a casa el enfado se me había pasado, pero se había convertido en estrés, el estrés de intentar coordinar esa ayuda que Jaime necesitaba. Cuando entramos mandé a Jaime a ducharse y a prepararse para cenar.
Mientras estaba haciendo la cena, en los intermedios que me daban las frituras, estuve buscando en internet gabinetes psicológicos por la zona, con su puntuación de clientes, pero me di cuenta de que mi hijo llevaba duchándose más de 40 minutos. Saqué las cosas del fuego, subí a ver qué pasaba y cuando entré en el cuarto de baño me lo encontré de pie, en la tinaja de la ducha, con el agua cayendo y masturbándose sin parar. Tardé unos segundos en reaccionar y salir de la ducha sin decir nada. Lo bueno es que Jaime no me vio entrar, así no le produciría ningún trauma. Detrás de la puerta del cuerto de baño, ya cerrada, me quedé rememorando la imagen y me percaté de que el pene de mi hijo, duro y erecto, era enorme, tanto como su antebrazo.
El asunto estaba peor de lo que yo pensaba, si en una situación así, que venía algo avergonzado, volvió a masturbarse es que sus ansias eran demasiado fuertes.
Cenando le comenté que no estaba molesta, pero que tendríamos que ir a un médico para que nos ayudará a gestionar sus cambios, porque tenía que reducir esas ansias que le nacían. Traté el tema sin solemnidad, para que no pareciera muy grave y eso le hizo abrirse algo más en la cena y hablar, al final, como si nada hubiera pasado.
Pedí cita en un gabinete el mismo día siguiente por la mañana. Fuimos a este, entré primero yo donde me recibió la psicóloga, Rosa. Esta me preguntó qué pasaba a grandes rasgos y procuré comentar la información recibida por Luis, el director, sin que me faltara ni una coma. Al haber hecho la introducción de la situación, salí yo y entro Jaime.
Estuve en la sala de espera, leyendo una revista unos 45 minutos, hasta que salió Jaime y me dijo que Rosa quería verme.
- No es grave África, es bastante normal, pero creo que debería ir a un psiquiatra también, porque debería recetarle un antiandrógeno u otro inhibidor.
- ¿Un antiqué?
- Antiandrógeno. Psicológicamente no veo que haya ningún efecto grave, salvo un leve complejo de Edipo, muy habitual en chicos de su edad, pero el efecto físico sí que lo considero relevante.
- Complejo de Edipo, ¿qué tiene que ver eso con su físico? -Pregunté sin entender nada
- No tiene nada que ver una cosa con otra, por lo menos por ahora. Verás, has traído a Jaime aquí para que yo "rebusque" en su mente qué podría haber como disparador de su líbido. En cuanto a ese disparador, no hay nada, pero, preguntando preguntando, ha salido un suave complejo de Edipo, muy normal en su edad, que, por lo general, debería ir pasando. Sin embargo, parte de esas preguntas me han dado la pista de que la libido que le hierve proviene de efectos físicos, una producción exagerada de hormonas que debe contenerse con medicamentos y nosotros no podemos recetarlos, debe de ser un psiquiatra.
- Entiendo, aparte de eso, ¿hay algo que deba saber? ¿Cómo decirle las cosas cuando tenga ganas o cómo explicarle lo que le pasa?
- Pues Jaime es un chico muy listo, aunque muy sensible también. Si le habla con cariño, pero sinceramente, seguro que lo entenderá.
Ahí nos despedimos. La verdad es que sabiendo qué le pasaba me quedé más tranquila, eran efectos físicos los que llevaban a mi hijo a ir enseñando el miembro a las niñas, no estaba loco. Esas pastillas le calmarían y volvería a ser el mismo chico de siempre.
Cuando llegué a casa me puse a leer información de los antiandrógenos y de inhibidores de la libido. La mayoría eran antidepresivos, pero luego había otros en los que hablaban de que reducirían sus características masculinas. Inmediatamente me vino a la cabeza la imagen del mástil de mi hijo, cuando le pillé masturbándose en la ducha. No podía privarle a mi Jaime de aquella vara de la felicidad, sin contar con que su voz dejara de agravarse al tiempo que la de sus compañeros y fuera el hazmerreír del curso.
Decididamente no podía empastillar a mi hijo en una fase tan delicada de su crecimiento y pasar de que estuviera fuera de sí sexualmente a que se feminizara. Sin embargo, algo tenía que hacer para encauzar esa efervescencia abrupta y continua.
Seguí leyendo y leyendo en varios foros, psiquiátricos, psicológicos, endocrinólogos y femeninos, hasta que en varios de estos últimos leí que las madres eran las que aportaban la solución, sacrificando su cuerpo a las necesidades de su hijo. Lo primero que me vino a la cabeza fue una sensación de repulsión y de rechazo a esos comportamientos, hasta que seguí leyendo y entendiendo que, esas madres lo que hacían era seguir dando amor, cariño y ayuda a sus hijos procurando refrenar o eliminar las necesidades de estos. Que, al igual que cuando se les da de mamar cuando son bebés, a horas intempestivas y casi sin haber dormido en días, también ofrecen sus pechos cuando ellos necesitan tocarlos y así apaciguar su llama sexual.
Terminé mi lectura más confundida y perdida que cuando empecé a leer.
La siguiente mañana, ya sábado, me desperté algo tarde, pero con ganas de salir a dar un paseo. Me preparé para ir a hacer el desayuno y, pensando en hacer algo especial para comer, entré en la habitación de Jaime para despertarle y darle la noticia, cuando vuelvo a verle, esta vez tumbado en su cama, con su mano jalando arriba y abajo su pene y jadeando sin parar. Volví a salir suavemente, para no hacer ruido. Debo llamar antes de entrar (pensé para mí), ya no es un niño y está claro que necesita privacidad.
Llamé a la puerta y dije desde el otro lado: “Jaime, voy a hacer el desayuno, tortitas. Baja en 10 minutos”. Y mi cabeza, mientras batía los huevos y los mezclaba con la harina y la leche, no paraba de pensar que mi hijo se la “cascaría” a todas horas en todos los sitios de la casa. Estaba claro que tenía que tomar una decisión.
Desayunando, Jaime y yo, decidí hablar del tema:
- Jaime, Rosa, la psicóloga del otro día, ¿te acuerdas?
- Sí mamá
- Bueno, pues ella me ha dicho que eso que te pasa, que es normal por tu edad y porque además tienes un exceso de hormonas muy grande. Se te podría quitar con pastillas, pero los efectos secundarios que tienen esas pastillas no me gustan, y creo que tampoco te harían bien.
- Ah...¿y entonces?
- Verás, he estado leyendo en varios sitios y, si tú quieres, y sólo si tú quieres, te puedo ayudar.- Esto lo dijo muy ruborizada y con una voz tremendamente insegura.
- ¿A qué te refieres con ayudar? - Me preguntó sin entender a qué me refería.
- Pues - me subí la camisa del pijama que llevaba puesta mostrando mis pechos desnudos - que si quieres, puedes masturbarte mirando mis pechos. - Fue decir eso y su estaca se empalmó rápida, sus ojos no se apartaron de mi busto ni un segundo, casi ni para pestañear.
-¿¡En serio!? ¿¡Puedo ahora!? - preguntó con la mano ya metida bajo el pantalón
- Si es lo que quieres sí Jaime, pero tiene 2 condiciones: la primera es que no se lo puedes decir a nadie, los dos tendráimso un problema muy grande. La segunda es que, si te masturbas conmigo no puedes, bajo ningún concepto, tocarte o ir enseñando tu pene a nadie. Cuando tengas muchas ganas, vienes a mí y lo solucionamos, ¿trato hecho? - Yo no había terminado de decir la palabra "trato" y Jaime ya se había sacado su trozo de carne y había empezado a manosearlo.
Qué falo tiene mi hijo, mientras se masturbaba me miraba las tetas y se relamía jadeando. Supongo que por el hecho de ver las primeras tetas de una mujer no duró ni un minuto, que también es llamativo porque hace no más de 15 minutos se había hecho otra. Cuando tuvo su orgasmo sus chorros me llegaron por descontado al pecho, donde los dirigió de forma deseada, pero algunos terminaron también en mi cara.
Cuando noté el esperma de mi hijo en mi cara me excité sobremanera. Ya me gustaba ver cómo se masturbaba frente a mí, pero esa eyaculación en mi cara...
- Bueno, ya estás, ahora nos limpiamos, recogemos la cocina y vamos a dar una vuelta, que hace un día estupendo para pasear.
- Mamá...¿puedo tocarte las tetas?
- ¡Pero Jaime, si acabas de correrte! - Le dije más sorprendida que molesta
- Sí, pero, me gustan mucho - y mientras casi le caían las palabras de la boca acercó su mano izquierda a mi pecho derecho. Su mano estaba caliente, agarraba y masajeaba mi pecho, con delicadeza y ternura, incluso acarició mis pezones, que en ese momento se endurecieron y me hicieron ruborizarme, acallando un gemido que intentaba salir pero quedó finalmente ahogado. Suavemente, le quité la mano y le dije:
- Gracias Jaime, pero ahora tenemos que limpiarnos y recoger esto.
Recogí rápido una parte, encomendé a Jaime que recogiera el resto y, con la excusa de que iba a limpiarme, subí corriendo a mi baño. Me encerré en él y, aprovechando el sonido de la ducha me masturbé completamente excitada. No tardé en tener un orgasmo como hacía tiempo que no tenía.
¿Qué me estaba pasando? No podía excitarme de esa forma, era mi hijo. Si bien lo que le dejaba hacer era por piedad y cuidados maternales, no podía excitarme con todo aquello, era una mala madre.
Ya repuesta, y preparada para salir, fuimos de paseo al lago que hay cerca de casa y a comer unos helados antes de regresar, pero noté a Jaime intranquilo. Cuando le hablaba no estaba pendiente de la conversación, sólo me miraba de arriba a abajo. Era evidente que mi hijo todavía tenía la cabeza en lo que había pasado, así que, aproveché al sentarnos para disfrutar del helado que recién habíamos comprado para preguntarle:
- Jaime, ¿te encuentras bien? ¿Te sientes cómodo con lo que ha pasado antes?
- Sí mamá, es que tengo ganas de más.
- ¿De más?
- Sí, me apetece ahora.
- Hijo, estamos en medio del parque, aquí no puede ser, debes esperar a llegar a casa
- Jo mamá, me apetece mucho ahora.
Me puse a buscar rincones algo más apartados, vi unos setos bastante apartados y con poca visibilidad. Le quité su helado, tiré el suyo y el mío a una papelera cercana, le agarré de la muñeca y le dije:
- Anda, ven, vamos a ese sitio y a ver qué se puede hacer.
Fuimos a ritmo acelerado al seto. Ya cubiertos por los arbustos, me puse frente a mi hijo, vigilando toda la zona, para evitar qeu nos vieran. Jaime se bajó los pantalones y comenzó a subir y bajar la mano en su largo y duro falo, sin embargo en esta ocasión me agarró un pecho. Yo le miré como diciendo ¿quién te ha dado permiso? Pero él siguió excitado su faena. Eso sí, en esta ocasión no fue tan delicado y me apretaba más que la primera vez que me tocó.
Llevábamos un tiempo en esos menesteres cuando creí que se acercaba alguien. Me asusté un poco y me agaché. Como parecía que, tanta paja iba a ralentizar que mi hijo se corriera, le dije:
- Deja, que ahora seguro que tardarás menos si te lo hago yo, que llevas ya 2 antes y seguro que aquí te vas a tardar un tiempo, y hay que irse de aquí cuanto antes.
Pues me equivoqué, porque, nada más decir eso y darle dos meneos a su herramienta, esta me escupió otro gran chorro de lefa, esta vez y debido a mi posición, directa a mi cara. Un goterón se acercó a mis labios y, sin entender porqué lo hice, acerqué mi lengua para recogerlo, saborearlo y tragarlo. ¿¡Pero qué narices me está pasando!? Me estaba convirtiendo en una degenerada.
- ¡Venga, me limpio la cara y nos vamos de aquí, que menos mal que no nso ha visto nadie Jaime! - Le decía mientras me loimpiaba con un clinex que saqué del bolso.
Al entrar a casa, me dio un abrazo y me dijo:
- Gracias mamá, tienes mucha paciencia y me perdonas todo. Te quiero mucho mamá.
- De nada precioso, yo también te quiero mucho, pero hay que ir agotando esa fuerza que te sale de ahí abajo - le dije eso porque en el abrazo noté que, de nuevo, estaba empalmado.
- Sí, sí, pero es que está así todo el día.
- ¿Cómo que todo el día? ¿Cuántas veces te masturbas al día Jaime?
- Pues depende....9, 10, 11...y si he visto algo que me excité, más
- ¡Jesús!...¡no me dirás que te vuelve a a petecer!
- Pues sí mamá, es que cuando me la has tocado, y verte las tetas mientras me la estabas tocando - decía esto al tiempo que se frotaba su bulto por encima de los pantalones.
- Vale, vale. Bueno,k hoy es el primer día, y tendré que ir descubriendo algunas cosas. Nos limpiamos las manos, nso ponemos al ropa de esatar en casa y vamos al salón anda.
Eso hicimos, pero yo, yo también estaba muy excitada y al entrar a mi habitación a cambiarme, pasé un momento al baño para masturbarme de nuevo, fuera de mi. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Y si mi hijo en realidad había sacado esa afición por el sexo por mi culpa? Me limpié la entrepierna después del orgasmo, recuperé un poco la serenidad, me mojé la cara y bajé al salón.
Ahí estaba mi hijo, de pie, mirando hacia las escaleras, con la polla en su mano. Cuando bajé y le vi así un shock recorrió mi espina dorsal y no pude dejar de mirar su miembro mientras me acercaba a él.
- Vamos a hacer una cosa distinta, y con esto creo que ya dejarás de querer nada por hoy. Bájate los pantalones y siéntate en el sofá - Jaime obedeció.
Me arrodillé delante de él, tenía lso ojos como platos.
- Hace tiempo que no hago esto y, si no te gusta o te molesta dímelo por favor - le dije en voz baja y, al tiempo que él asentía comencé a lamer su pene suavemente.
Juagaba con mi lengua rodeando su miembro, arriba y abajo, lamiendo sus huevos y manejando también mi mano para que, acompasada, masajeara ese trozo de carne duro y palpitante.
Después de un rato trabajando su verga de aquella manera decidí engullirla poco a poco, masajeando sus huevos con una mano, y jalando su tronco también con la otra mano. Sus jadeos eran inmensos, y no paraba de pedirme que no parara: "no pares mamá, es delicioso" me decía.
No tardó en anunciar su orgasmo que acepté directamente en la boca. Pobre de mi, pensaba que los chorros de antes le habrían dejado vacío, craso error. Su carga llegó directamente a mi campanilla con tal fuerza que hicieron que me atragantara.
Como pude, me recuperé y tragué todo su esperma. Delicioso, cálido, virginal. Pero, su pene no bajaba. Aún lo tenía agarrado con mi mano derecha y aquello no perdía turgencia, seguí duro, tieso, erecto. No podía creerlo, mi hijo tenía razón, estaba todo el día así...menuda maldición. Me quité la ropa, me senté a horcajadas encima suyo y le dije:
- Con esto seguro que terminamos y ya no querrás más- y al decir eso deslicé su verga dentro de mi sexo, que no costó nada por lo ensalivada de su polla y lo encharcado de mi excitado coño.
- Agarra de las tetas a mamá hijo - le ordenaba, y él obedecía, mientras tornaba la vista entre mis tetas y nuestros sexos cuando chocaban.
Yo le montaba y disfrutaba el roce de cada centímetro de polla que me penetraba, ver su cara desencajada de placer mientras le cabalgaba me regaló un orgasmo que me obligó a parar unos minutos. Y cuando dejé de temblar descontroladamente volví a montarle hasta qeu se corrió dentro mío. Notaba la ola de calor de la marea de esperma que me llenaba y, con su verga vomitando lefa me hice un dedo repitiendo el orgasmo.
Exhausta caí sobre él y, curiosamente, su pene salió húmedo y blando de mí. Por fin lo había conseguido, mi hijo estaba satisfecho...bueno, no sólo mi hijo.
Día a día nuestras sesiones de sexo eran numerosas, aunque generalmente empezábamos siempre igual, mucho sexo oral, terminábamos follando, y era entonces cuando mi hijo se relajaba más. Pasó una semana, y vimos que, si follábamos por la mañana, mi hijo podía ir a clase sin tener grandes necesidades. Eso sí, por las tardes, en casa, volvía a sus andadas y, claro...¡una madre, es una madre!
Yo soy una mujer normal, sí es cierto que soy femenina, y tengo mucho pecho, pero tengo mi celulitis, mi tripita y mis cartucheras...vamos, que no creo que sea la imagen sexual de nadie.
Mi hijo Jaime era un muy buen chico hasta hace muy poco, o al menos hasta que hace un par de meses recibiera la llamada del director del centro donde estudia:
- Buenos días, ¿es usted África Ibáñez, la madre de Jaime Pérez?
- Sí, soy yo, ¿de parte de quién?
- Soy Luis, el Director del Centro "Pablo de Olavide", me gustaría que pudiéramos hablar con más calma y por eso querría pedirle que se acercara hoy al centro.
- Encantada Luis, pero hoy estoy algo liada en el trabajo, ¿no podríamos concertar una cita si no es urgente? ¿Le ha pasado algo a Jaime? - pregunté extrañada. Dudaba que así fuera por el tono calmado del Director, pero no entendía la urgencia de verme.
- Es importante Doña África, no quiero sobrealarmarla, su hijo está bien, pero creo que este asunto debe tratarse mejor en persona. - Me dijo en un tono que no lograba encasillar como serio.
- ¡Vaya! Entonces tardaré en llegar 45 minutos, ¿puede ser?
- Muchas gracias, Señora Ibáñez, le estaré esperando.
Le comenté a mi responsable el asunto y salí del trabajo lo más rápido que pude. Durante el camino, conduciendo, no podía hacer otra cosa que pensar y pensar, darle vueltas a qué había sucedido.
Aparqué en la misma calle del colegio, bastante poco habitual en horas puntas, lo que me permitió reducir el tiempo hasta llegar al despacho del Director. Al llegar, me senté en la sale de espera contigua al despacho, la secretaria entró en este y salieron de ahí ella y Luis, el Director.
- Doña África, le agradezco enórmemente que haya podido venir tan rápido.- Dijo mientras sonreía y me saludaba dándome la mano.
- Gracias, aunque creo que no tenía otra psoibilidad, de hecho estoy muy nerviosa, espero que Jaime esté bien y...
- Sí, sí, disculpe si mi mensaje le alarmó en exceso, en cuanto le explique, entenderá la necesidad de tratar este tema personalmente. - Y al abrir la puerta e invitarme a entrar vi sentado a Jaime.
- Jaime hijo, ¿estás bien? Le pregunté asustada
- Sí mami - Respondió sonrojado, a lo que el director le respondió
- Jaime, por favor, ¿podrías esperar fuera mientras hablo un momentín con tu madre? - Y Jaime se levantó y mirando, como abochornado, al suelo, salió de la habitación. - Verá Doña África, ¿puedo llamarle África?
- Sí por favor, lo de Doña me recuerda a mi madre
- Jajaja (carcajeo levemente), sí, auqnue es importante mantener el respeto, sobre todo delante de los niños. Verás África, Jaime ha entrado en una etapa que generalmente es compleja para los chicos de su edad. Algunos lo llevan mejor que otros, pero él se ha excedido algo más de lo normal y ha generado un pequeño percance...
- Luis - le corté - perdón pero no le entiendo, ¿se ha pegado con alguien?
- ¡No, no! A ver, igual estoy intentando tener demasiado tacto. Su hijo se ha...tocado delante de unas chicas de su clase.
- No le entiendo.- Volví a decir con cara de desconocimiento.
- África, su hijo se estaba masturbando, mostrando su pene, delante de sus compañeras...en la clase.
Solté un grito ahogado y me tapé la boca.
- Siento haber sido ahora tan directo, pero necesitaba que entendiera la gravedad. Entiendo en la edad que se encuentra y, en alguna otra ocasión, aunque realmente muy pocas, hemos tenido otros alumnos con esas...tendencias. Por lo general se suelen pasar, pero es necesario que tenga ayuda de terceros. ¿Entiende lo que quiero decir?
- ¿¡Que vaya a un psiquiatra!? - Espeté, abrumada y molesta con Jaime
- Por de pronto con un psicólogo creo que sría suficiente. Yo no soy un experto, ni mucho menos, pero creo que este...cambio, tiene mucho que ver con la adolescencia y, si se ayuda a encaminar, no será ningún problema en el futuro. Pero, es algo que debe empezar cuanto antes. Para que tenga algo más de tiempo en agenda algo de asistencia al respecto y nadie se se sienta mal, Jaime no vendrá al centro durante un par de semanas, si bien los exámenes y la asistencia de tutores los pondrá tener online, ¿le parece bien?
Salí del despacho con la cara desencajada. No podía mirar a Jaime, porque él me rehuía la mirada, y porque tampoco me apetecía mirarle. Estaba muy avergonzada.
Volvimos a casa en completo silencio. Silencio que aproveché para poner orden mental en lo que había pasado y lo que me había dicho el director. Al llegar a casa el enfado se me había pasado, pero se había convertido en estrés, el estrés de intentar coordinar esa ayuda que Jaime necesitaba. Cuando entramos mandé a Jaime a ducharse y a prepararse para cenar.
Mientras estaba haciendo la cena, en los intermedios que me daban las frituras, estuve buscando en internet gabinetes psicológicos por la zona, con su puntuación de clientes, pero me di cuenta de que mi hijo llevaba duchándose más de 40 minutos. Saqué las cosas del fuego, subí a ver qué pasaba y cuando entré en el cuarto de baño me lo encontré de pie, en la tinaja de la ducha, con el agua cayendo y masturbándose sin parar. Tardé unos segundos en reaccionar y salir de la ducha sin decir nada. Lo bueno es que Jaime no me vio entrar, así no le produciría ningún trauma. Detrás de la puerta del cuerto de baño, ya cerrada, me quedé rememorando la imagen y me percaté de que el pene de mi hijo, duro y erecto, era enorme, tanto como su antebrazo.
El asunto estaba peor de lo que yo pensaba, si en una situación así, que venía algo avergonzado, volvió a masturbarse es que sus ansias eran demasiado fuertes.
Cenando le comenté que no estaba molesta, pero que tendríamos que ir a un médico para que nos ayudará a gestionar sus cambios, porque tenía que reducir esas ansias que le nacían. Traté el tema sin solemnidad, para que no pareciera muy grave y eso le hizo abrirse algo más en la cena y hablar, al final, como si nada hubiera pasado.
Pedí cita en un gabinete el mismo día siguiente por la mañana. Fuimos a este, entré primero yo donde me recibió la psicóloga, Rosa. Esta me preguntó qué pasaba a grandes rasgos y procuré comentar la información recibida por Luis, el director, sin que me faltara ni una coma. Al haber hecho la introducción de la situación, salí yo y entro Jaime.
Estuve en la sala de espera, leyendo una revista unos 45 minutos, hasta que salió Jaime y me dijo que Rosa quería verme.
- No es grave África, es bastante normal, pero creo que debería ir a un psiquiatra también, porque debería recetarle un antiandrógeno u otro inhibidor.
- ¿Un antiqué?
- Antiandrógeno. Psicológicamente no veo que haya ningún efecto grave, salvo un leve complejo de Edipo, muy habitual en chicos de su edad, pero el efecto físico sí que lo considero relevante.
- Complejo de Edipo, ¿qué tiene que ver eso con su físico? -Pregunté sin entender nada
- No tiene nada que ver una cosa con otra, por lo menos por ahora. Verás, has traído a Jaime aquí para que yo "rebusque" en su mente qué podría haber como disparador de su líbido. En cuanto a ese disparador, no hay nada, pero, preguntando preguntando, ha salido un suave complejo de Edipo, muy normal en su edad, que, por lo general, debería ir pasando. Sin embargo, parte de esas preguntas me han dado la pista de que la libido que le hierve proviene de efectos físicos, una producción exagerada de hormonas que debe contenerse con medicamentos y nosotros no podemos recetarlos, debe de ser un psiquiatra.
- Entiendo, aparte de eso, ¿hay algo que deba saber? ¿Cómo decirle las cosas cuando tenga ganas o cómo explicarle lo que le pasa?
- Pues Jaime es un chico muy listo, aunque muy sensible también. Si le habla con cariño, pero sinceramente, seguro que lo entenderá.
Ahí nos despedimos. La verdad es que sabiendo qué le pasaba me quedé más tranquila, eran efectos físicos los que llevaban a mi hijo a ir enseñando el miembro a las niñas, no estaba loco. Esas pastillas le calmarían y volvería a ser el mismo chico de siempre.
Cuando llegué a casa me puse a leer información de los antiandrógenos y de inhibidores de la libido. La mayoría eran antidepresivos, pero luego había otros en los que hablaban de que reducirían sus características masculinas. Inmediatamente me vino a la cabeza la imagen del mástil de mi hijo, cuando le pillé masturbándose en la ducha. No podía privarle a mi Jaime de aquella vara de la felicidad, sin contar con que su voz dejara de agravarse al tiempo que la de sus compañeros y fuera el hazmerreír del curso.
Decididamente no podía empastillar a mi hijo en una fase tan delicada de su crecimiento y pasar de que estuviera fuera de sí sexualmente a que se feminizara. Sin embargo, algo tenía que hacer para encauzar esa efervescencia abrupta y continua.
Seguí leyendo y leyendo en varios foros, psiquiátricos, psicológicos, endocrinólogos y femeninos, hasta que en varios de estos últimos leí que las madres eran las que aportaban la solución, sacrificando su cuerpo a las necesidades de su hijo. Lo primero que me vino a la cabeza fue una sensación de repulsión y de rechazo a esos comportamientos, hasta que seguí leyendo y entendiendo que, esas madres lo que hacían era seguir dando amor, cariño y ayuda a sus hijos procurando refrenar o eliminar las necesidades de estos. Que, al igual que cuando se les da de mamar cuando son bebés, a horas intempestivas y casi sin haber dormido en días, también ofrecen sus pechos cuando ellos necesitan tocarlos y así apaciguar su llama sexual.
Terminé mi lectura más confundida y perdida que cuando empecé a leer.
La siguiente mañana, ya sábado, me desperté algo tarde, pero con ganas de salir a dar un paseo. Me preparé para ir a hacer el desayuno y, pensando en hacer algo especial para comer, entré en la habitación de Jaime para despertarle y darle la noticia, cuando vuelvo a verle, esta vez tumbado en su cama, con su mano jalando arriba y abajo su pene y jadeando sin parar. Volví a salir suavemente, para no hacer ruido. Debo llamar antes de entrar (pensé para mí), ya no es un niño y está claro que necesita privacidad.
Llamé a la puerta y dije desde el otro lado: “Jaime, voy a hacer el desayuno, tortitas. Baja en 10 minutos”. Y mi cabeza, mientras batía los huevos y los mezclaba con la harina y la leche, no paraba de pensar que mi hijo se la “cascaría” a todas horas en todos los sitios de la casa. Estaba claro que tenía que tomar una decisión.
Desayunando, Jaime y yo, decidí hablar del tema:
- Jaime, Rosa, la psicóloga del otro día, ¿te acuerdas?
- Sí mamá
- Bueno, pues ella me ha dicho que eso que te pasa, que es normal por tu edad y porque además tienes un exceso de hormonas muy grande. Se te podría quitar con pastillas, pero los efectos secundarios que tienen esas pastillas no me gustan, y creo que tampoco te harían bien.
- Ah...¿y entonces?
- Verás, he estado leyendo en varios sitios y, si tú quieres, y sólo si tú quieres, te puedo ayudar.- Esto lo dijo muy ruborizada y con una voz tremendamente insegura.
- ¿A qué te refieres con ayudar? - Me preguntó sin entender a qué me refería.
- Pues - me subí la camisa del pijama que llevaba puesta mostrando mis pechos desnudos - que si quieres, puedes masturbarte mirando mis pechos. - Fue decir eso y su estaca se empalmó rápida, sus ojos no se apartaron de mi busto ni un segundo, casi ni para pestañear.
-¿¡En serio!? ¿¡Puedo ahora!? - preguntó con la mano ya metida bajo el pantalón
- Si es lo que quieres sí Jaime, pero tiene 2 condiciones: la primera es que no se lo puedes decir a nadie, los dos tendráimso un problema muy grande. La segunda es que, si te masturbas conmigo no puedes, bajo ningún concepto, tocarte o ir enseñando tu pene a nadie. Cuando tengas muchas ganas, vienes a mí y lo solucionamos, ¿trato hecho? - Yo no había terminado de decir la palabra "trato" y Jaime ya se había sacado su trozo de carne y había empezado a manosearlo.
Qué falo tiene mi hijo, mientras se masturbaba me miraba las tetas y se relamía jadeando. Supongo que por el hecho de ver las primeras tetas de una mujer no duró ni un minuto, que también es llamativo porque hace no más de 15 minutos se había hecho otra. Cuando tuvo su orgasmo sus chorros me llegaron por descontado al pecho, donde los dirigió de forma deseada, pero algunos terminaron también en mi cara.
Cuando noté el esperma de mi hijo en mi cara me excité sobremanera. Ya me gustaba ver cómo se masturbaba frente a mí, pero esa eyaculación en mi cara...
- Bueno, ya estás, ahora nos limpiamos, recogemos la cocina y vamos a dar una vuelta, que hace un día estupendo para pasear.
- Mamá...¿puedo tocarte las tetas?
- ¡Pero Jaime, si acabas de correrte! - Le dije más sorprendida que molesta
- Sí, pero, me gustan mucho - y mientras casi le caían las palabras de la boca acercó su mano izquierda a mi pecho derecho. Su mano estaba caliente, agarraba y masajeaba mi pecho, con delicadeza y ternura, incluso acarició mis pezones, que en ese momento se endurecieron y me hicieron ruborizarme, acallando un gemido que intentaba salir pero quedó finalmente ahogado. Suavemente, le quité la mano y le dije:
- Gracias Jaime, pero ahora tenemos que limpiarnos y recoger esto.
Recogí rápido una parte, encomendé a Jaime que recogiera el resto y, con la excusa de que iba a limpiarme, subí corriendo a mi baño. Me encerré en él y, aprovechando el sonido de la ducha me masturbé completamente excitada. No tardé en tener un orgasmo como hacía tiempo que no tenía.
¿Qué me estaba pasando? No podía excitarme de esa forma, era mi hijo. Si bien lo que le dejaba hacer era por piedad y cuidados maternales, no podía excitarme con todo aquello, era una mala madre.
Ya repuesta, y preparada para salir, fuimos de paseo al lago que hay cerca de casa y a comer unos helados antes de regresar, pero noté a Jaime intranquilo. Cuando le hablaba no estaba pendiente de la conversación, sólo me miraba de arriba a abajo. Era evidente que mi hijo todavía tenía la cabeza en lo que había pasado, así que, aproveché al sentarnos para disfrutar del helado que recién habíamos comprado para preguntarle:
- Jaime, ¿te encuentras bien? ¿Te sientes cómodo con lo que ha pasado antes?
- Sí mamá, es que tengo ganas de más.
- ¿De más?
- Sí, me apetece ahora.
- Hijo, estamos en medio del parque, aquí no puede ser, debes esperar a llegar a casa
- Jo mamá, me apetece mucho ahora.
Me puse a buscar rincones algo más apartados, vi unos setos bastante apartados y con poca visibilidad. Le quité su helado, tiré el suyo y el mío a una papelera cercana, le agarré de la muñeca y le dije:
- Anda, ven, vamos a ese sitio y a ver qué se puede hacer.
Fuimos a ritmo acelerado al seto. Ya cubiertos por los arbustos, me puse frente a mi hijo, vigilando toda la zona, para evitar qeu nos vieran. Jaime se bajó los pantalones y comenzó a subir y bajar la mano en su largo y duro falo, sin embargo en esta ocasión me agarró un pecho. Yo le miré como diciendo ¿quién te ha dado permiso? Pero él siguió excitado su faena. Eso sí, en esta ocasión no fue tan delicado y me apretaba más que la primera vez que me tocó.
Llevábamos un tiempo en esos menesteres cuando creí que se acercaba alguien. Me asusté un poco y me agaché. Como parecía que, tanta paja iba a ralentizar que mi hijo se corriera, le dije:
- Deja, que ahora seguro que tardarás menos si te lo hago yo, que llevas ya 2 antes y seguro que aquí te vas a tardar un tiempo, y hay que irse de aquí cuanto antes.
Pues me equivoqué, porque, nada más decir eso y darle dos meneos a su herramienta, esta me escupió otro gran chorro de lefa, esta vez y debido a mi posición, directa a mi cara. Un goterón se acercó a mis labios y, sin entender porqué lo hice, acerqué mi lengua para recogerlo, saborearlo y tragarlo. ¿¡Pero qué narices me está pasando!? Me estaba convirtiendo en una degenerada.
- ¡Venga, me limpio la cara y nos vamos de aquí, que menos mal que no nso ha visto nadie Jaime! - Le decía mientras me loimpiaba con un clinex que saqué del bolso.
Al entrar a casa, me dio un abrazo y me dijo:
- Gracias mamá, tienes mucha paciencia y me perdonas todo. Te quiero mucho mamá.
- De nada precioso, yo también te quiero mucho, pero hay que ir agotando esa fuerza que te sale de ahí abajo - le dije eso porque en el abrazo noté que, de nuevo, estaba empalmado.
- Sí, sí, pero es que está así todo el día.
- ¿Cómo que todo el día? ¿Cuántas veces te masturbas al día Jaime?
- Pues depende....9, 10, 11...y si he visto algo que me excité, más
- ¡Jesús!...¡no me dirás que te vuelve a a petecer!
- Pues sí mamá, es que cuando me la has tocado, y verte las tetas mientras me la estabas tocando - decía esto al tiempo que se frotaba su bulto por encima de los pantalones.
- Vale, vale. Bueno,k hoy es el primer día, y tendré que ir descubriendo algunas cosas. Nos limpiamos las manos, nso ponemos al ropa de esatar en casa y vamos al salón anda.
Eso hicimos, pero yo, yo también estaba muy excitada y al entrar a mi habitación a cambiarme, pasé un momento al baño para masturbarme de nuevo, fuera de mi. No podía creer lo que estaba pasando. ¿Y si mi hijo en realidad había sacado esa afición por el sexo por mi culpa? Me limpié la entrepierna después del orgasmo, recuperé un poco la serenidad, me mojé la cara y bajé al salón.
Ahí estaba mi hijo, de pie, mirando hacia las escaleras, con la polla en su mano. Cuando bajé y le vi así un shock recorrió mi espina dorsal y no pude dejar de mirar su miembro mientras me acercaba a él.
- Vamos a hacer una cosa distinta, y con esto creo que ya dejarás de querer nada por hoy. Bájate los pantalones y siéntate en el sofá - Jaime obedeció.
Me arrodillé delante de él, tenía lso ojos como platos.
- Hace tiempo que no hago esto y, si no te gusta o te molesta dímelo por favor - le dije en voz baja y, al tiempo que él asentía comencé a lamer su pene suavemente.
Juagaba con mi lengua rodeando su miembro, arriba y abajo, lamiendo sus huevos y manejando también mi mano para que, acompasada, masajeara ese trozo de carne duro y palpitante.
Después de un rato trabajando su verga de aquella manera decidí engullirla poco a poco, masajeando sus huevos con una mano, y jalando su tronco también con la otra mano. Sus jadeos eran inmensos, y no paraba de pedirme que no parara: "no pares mamá, es delicioso" me decía.
No tardó en anunciar su orgasmo que acepté directamente en la boca. Pobre de mi, pensaba que los chorros de antes le habrían dejado vacío, craso error. Su carga llegó directamente a mi campanilla con tal fuerza que hicieron que me atragantara.
Como pude, me recuperé y tragué todo su esperma. Delicioso, cálido, virginal. Pero, su pene no bajaba. Aún lo tenía agarrado con mi mano derecha y aquello no perdía turgencia, seguí duro, tieso, erecto. No podía creerlo, mi hijo tenía razón, estaba todo el día así...menuda maldición. Me quité la ropa, me senté a horcajadas encima suyo y le dije:
- Con esto seguro que terminamos y ya no querrás más- y al decir eso deslicé su verga dentro de mi sexo, que no costó nada por lo ensalivada de su polla y lo encharcado de mi excitado coño.
- Agarra de las tetas a mamá hijo - le ordenaba, y él obedecía, mientras tornaba la vista entre mis tetas y nuestros sexos cuando chocaban.
Yo le montaba y disfrutaba el roce de cada centímetro de polla que me penetraba, ver su cara desencajada de placer mientras le cabalgaba me regaló un orgasmo que me obligó a parar unos minutos. Y cuando dejé de temblar descontroladamente volví a montarle hasta qeu se corrió dentro mío. Notaba la ola de calor de la marea de esperma que me llenaba y, con su verga vomitando lefa me hice un dedo repitiendo el orgasmo.
Exhausta caí sobre él y, curiosamente, su pene salió húmedo y blando de mí. Por fin lo había conseguido, mi hijo estaba satisfecho...bueno, no sólo mi hijo.
Día a día nuestras sesiones de sexo eran numerosas, aunque generalmente empezábamos siempre igual, mucho sexo oral, terminábamos follando, y era entonces cuando mi hijo se relajaba más. Pasó una semana, y vimos que, si follábamos por la mañana, mi hijo podía ir a clase sin tener grandes necesidades. Eso sí, por las tardes, en casa, volvía a sus andadas y, claro...¡una madre, es una madre!