La mano delatora

roman74

Pajillero
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Siempre me lo decÃ*an y yo no lo querÃ*a creer. Cuántas veces me repitieron aquello de: "no te toques ahÃ*", "no te andes jalando tu cosita", "te van a salir pelos en la mano".

Pero yo no hacÃ*a caso, pues estas advertencias se me olvidaban cada vez que me acariciaba, desde que era virgen, o sea, cuando el prepucio todavÃ*a cubrÃ*a al glande, hasta que poco a poco iba descubriendo lo agradable que era sentir la caricia de mi mano sobre la piel de mi platanito.

Primero era el roce suave de mi mano, después era el ansia de terminar aquello que habÃ*a comenzado, de apresurar mis movimientos hasta obtener aquella sensación de placidez y relajamiento que me hacÃ*a dormir tan a gusto.

Pero la gratificación más grande que me produjo mi mano, fue cuando tuve mi primer orgasmo lÃ*quido, después de unos momentos de masturbación, de respiración</SPAN> entrecortada, de sentir "la muerte chiquita", de detener el sube y baja de mi mano, para seguir sintiendo aquellas sensaciones encontradas que se desprenden de este ejercicio, que son, el hecho de querer terminar y el de seguir adelante, y volver a detenerse, para después seguir, porque quiere uno que el placer continúe por toda la eternidad, pero no puede ser asÃ*, aunque uno quiera seguir envuelto en el aura divina del placer, llega un momento en que no nos podemos controlar más y, abandonándonos, buscamos el deleite supremo que llega cuando sale a borbotones nuestra leche, arrastrando con ella toda nuestra fuerza, con lo que quedamos exhaustos, listos para el descanso, que repondrá nuestras energÃ*as para un nuevo goce.

Ante este panorama, ¿quién podrÃ*a hacer caso a las recomendaciones que se le hacÃ*an? Yo, no. Y asÃ* seguÃ* dándome placer, disfrutando el acariciar, el sobar, el apretar, el deslizarse de mi mano, de arriba abajo, sobre la piel de mi cilindro sexual, despertando cada vez más intensas sensaciones, prolongando cada vez más el momento del orgasmo, hasta que explotaba con el disfrute que acompañaba al fluir de mi semen por mi conducto eyaculatorio.

SeguÃ* y seguÃ*, sin importarme las advertencias que desde muy pequeño habÃ*a recibido, sobre todo, aquella que rezaba, "te van a salir pelos en la mano".

Hasta que sucedió. En el centro de la palma de mi mano derecha, habÃ*a brotado un vello, no muy grueso, tampoco era muy llamativo, más bien era descolorido y bastante delgado, pero ahÃ* estaba, y eso, eso era la denuncia de que yo me masturbaba, la muestra de que yo, en solitario, hacÃ*a "cositas malas", que me encerraba en mi alcoba a usar mi mano para acariciarme, en una palabra, para puñetearme, o como se dice en España, para hacerme una paja.

No lo podÃ*a creer, mi propia mano, mi compañera de tantos dÃ*as de placer, ella, mi amiga de la infancia, de mis años mozos y de momentos tan hermosos, me estaba denunciando, gritando, aunque silenciosamente, a todo mundo, que yo era un puñetero más en este puñetero mundo. Y s i ella se habÃ*a atrevido a exhibirme, yo tenÃ*a que acabar con ello, no podÃ*a dejar que todo el mundo se enterara de mi adicción, todos me señalarÃ*an como algo innoble, como algo del que todos debÃ*an apartarse, so pena de adquirir los mismos vicios y eso, eso no podÃ*a yo permitirlo, asÃ* que, queriendo acabar con esta maldición de una vez por todas, con mi mano izquierda tomé unas afiladas tijeras y dirigiéndolas amenazadoramente hacia mi mano traidora, con un certero clic, que me pareció la música del himno a la libertad, corté aquel vello, aquella amenaza, que rodó sin vida por el suelo.
 
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