La Madre de un Amigo

heranlu

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En esta vida hay cosas que no podemos elegir. Una de ellas es de quién nos enamoramos, pues cuando el amor llega, nos sorprende, nos supera, nos eleva, nos aplasta, nos zarandea como el viento al junco y en esos momentos sólo hay dos opciones: o nos plegamos como el junco y nos entregamos a él, o nos resistimos y la locura hace mella en nuestra alma.

Tal vez digo esto como justificación, pues yo terminé enamorándome de la madre de mi mejor amigo.

Cierro los ojos y veo su pelo lacio, rubio, recogido en una cola para estar cómoda en casa. La veo vestida con vestidos pasados de moda, tal vez una falda azul marino, con lunares blancos, un top de tirantes rosa, que deja ver un generoso escote cuando se abre su rebeca roja de punto y deja verlo. Pero no puedo evitar fijarme en ella, me pone mucho pensar que la veo desnuda y que se entrega a mí.

La veo sin maquillaje, en casa con ropa cómoda para pasar el caluroso verano. Aspirando el suelo o los sofás de polvo, siempre limpiando como si fuese su obsesión. Ya sé que no parece especialmente guapa, pero una de las características del amor es que idealizamos a la otra persona, tal vez este sea un síntoma más de mi enamoramiento.

La veo saludarnos y ofrecerme un refresco y unos aperitivos mientras jugamos a videojuegos en el salón de su casa. La veo tomárselo con nosotros, criticándonos por no estar buscando novia, encerrados en casa simplemente jugando a nuestro viejo ordenador de gráficos simples y saltones.

Especialmente veo su sonrisa cuando le decimos alguna tontería su hijo y yo. Él es mi mejor amigo, de modo que pasamos el largo verano juntos, a veces en mi casa, a veces en la suya. Nuestras madres también son amigas de toda la vida, ella es viuda, la mía es divorciada, de forma que de vez en cuando cenamos juntos o vamos a la playa juntos. Me encanta verlas juntas en la playa, me imagino que somos algo así como una familia.

Ella no es delgada, no muy alta, de pechos menudos pero muy bien puestos, culito respingón y barriguita disimulada. Aunque me gustan las mujeres con curvas y maduras, ella también me gusta. Tal vez porque soy joven e inexperto y busco alguien que me enseñe, con experiencia para que goce conmigo y me haga gozar con ella.

Definitivamente creo que estoy enamorado de la madre de mi mejor amigo. Ana Belén se llama, me encanta cuando me echa piropos sobre lo bueno que soy, sobre lo mucho que le gusta que sea amigo de su hijo o cuando me pone por encima de él y éste coge celos de mí.

Su hijo se llama Carlos, es de mi edad y creo que desde la guardería hemos estado juntos, así que podríamos decir que nos conocemos de toda la vida. Somos vecinos, vivimos él en el tercero y yo en el cuarto.

A veces nos encerramos en su cuarto y vemos revistas porno, él las guarda entre sus libros y yo lo mismo. A veces nos las intercambiamos y hablamos de qué buena está esta o la otra tía de tal revista. Hablamos de las tetas gordas, de cómo será hacer el amor con una de ellas, de qué se sentirá al follar. Hablamos mucho de sexo y en estos meses de verano nos masturbamos como monos.

Cuando le insinúo lo buena que está su madre se enfada conmigo, mientras que si él me insinúa lo mismo de la mía me hace gracia, tal vez incluso me excita.

A veces me propone que nos masturbemos juntos pero yo me niego, me da vergüenza hacerlo. Sólo una vez nos enseñamos los pitos. Él está circuncidado y a mí me llamó mucho la atención verle el glande salido. Yo no lo estoy y me cuesta mucho tirar del prepucio para que el glande salga, así que no lo hago, pues es muy doloroso.

Últimamente también hemos pillado alguna película porno del videoclub, nos subimos a su casa o a la mía y la vemos en penumbra mientras, de soslayo, nos la meneamos por encima de los pantalones cortos que llevamos.

Podríamos decir que vivo en constante estado de excitación sexual, tanto mental como física, pues soy capaz de masturbarme incontables veces a lo largo del día, a veces dos, a veces tres y a veces no sé cuántas, sólo sé que se me irrita y lo tengo que dejar pues deja de gustarme hacerlo.
Aderita es mi madre, ella es más o menos de la edad de Ana Belén, tiene el pelo también largo, ondulado y moreno. Normalmente lo lleva suelto o cogido con una pinza atrás. Tiene abundantes curvas, sus pechos son enormes y su culo también, al contrario que la madre de Carlos, aunque no está muy gorda. Es muy buena conmigo, especialmente desde su divorcio de mi padre. Reconozco que lo pasamos muy mal todos y yo lo pagué con ella, pero hoy ya lo he superado, nos queremos y charlamos mucho, considero que puedo confiar en ella, pero de lo único que no hablamos es de sexo.

Hoy me estoy masturbando en mi habitación cuando siento que la puerta se abre: ¡Mierda! —digo maldiciendo—. Justo en ese momento aparece mi madre, con su canasto de ropa, sin duda viene a recoger la mía para poner una lavadora.

¡Rápidamente tapo mi verga con las sábanas, pero creo que me ha visto!

— ¡Oh Beltrán, no sabía que estabas aquí! —dice para excusarse.

— ¡Ah mamá! ¡Qué pasa pues sí aquí estaba yo! —digo con cara de estúpido.

— ¡Oye hijo, perdóname por haberte interrumpido en tu intimidad, créeme lo siento mucho! Sólo iba a poner la lavadora y pensaba que estabas ya Beltrán. No te preocupes, cuando termines llévame la ropa que tengas sucia y la metes en la lavadora, ¿vale? —dice y tras esto cierra la puerta.

No puedo creer lo que ha pasado, ¡me ha pillado haciéndome una paja! Y lo único que ha hecho es pedirme disculpas, ¿y encima me ha dicho que siga? No puedo entenderlo, sinceramente.

Pero ya que estaba a lo mío sigo masturbándome y recuperando mi excitación no tardo en correrme. Me limpio con unos kleenex y lo tiro a la papelera. Luego hago lo que ella me ha pedido y le llevo la ropa que tengo sucia.

— ¡Ah ya estás aquí y veo que traes la ropa sucia, qué bien!

— Bueno sí mamá, ya que me lo has pedido tan amablemente.

— Está bien hijo métela que estoy haciendo la comida y ahora pongo el programa.

La meto en la lavadora y cuando me incorporo, algo cortado no sé qué decir.

— ¡Bueno mamá, ya está! —digo como un gilipollas.

— ¡Perfecto Beltrán! Anda, quieres picar algo antes de comer, el arroz aún va a tardar.

— ¡Ah pues bueno! —digo abriendo la nevera y sacando un refresco.

Veo cómo me mira y me sonríe, no sé por qué pero siento que necesito darle una explicación de lo de antes.

— Verás mamá, antes yo estaba… —digo sin ser capaz de continuar.

— No te preocupes Beltrán, sé lo que hacías —me dice mientras pica pimiento rojo—. Todos los chicos lo hacen, sólo lamento haberte interrumpido en un momento tan íntimo.

— ¡Oh bueno mamá, no pasa nada! —río nervioso.

— En fin, en el fondo me gusta verte así, porque indica que te estás haciendo un hombre, pero echo de menos al niño que fuiste —me confiesa con cierta melancolía.

— No te preocupes mamá, siempre seré tu niño —digo yo acercándome, abrazándola y dándole un beso.

— ¡Anda no seas tonto! —dice ella poniéndose colorada.

— ¿Por cierto mamá, tú también te haces algo no?

— ¡Cómo yo! —dice ella sonrojándose—. Bueno Beltrán, creo que eso mejor me lo guardo para mí, ¿vale?

— ¡Vamos mamá, también eres humana no! —insisto.

— Está bien hijo, no pasa nada. Pues claro que me hago “algo” como dices —confiesa al final.

— ¿Y no sientes deseos de estar con un hombre?

Le pregunto forzando la situación.

— Pues la verdad es que en este momento no hijo, me recreo un poco, me alivio y no tengo las complicaciones que acarrea una relación. Supongo que tú aún no lo entiendes.

— ¡Pues creo que no mamá! Yo me muero por estar con una mujer —le confieso para mi asombro.

— Me lo imagino —dice ella sonriendo—. ¿Y hay alguna especial en quien pienses? —me dice con picardía.

— Bueno sí, hay una pero no te puedo decir quién es —le digo haciéndome, dándole intriga al asunto.

En el fondo cómo voy a decirle que es la madre de mi mejor amigo, se escandalizaría tanto como lo imagino en mi mente.

— ¿Y es guapa? —se interesa.

— Bueno, yo diría que está buena, si —digo mientras suelta una risotada.

— Está bien hijo, si te gusta a ti es lo que importa —me dice dando por finalizada nuestra conversación.
Veo a mi madre y a Ana sentadas en el sofá de casa, una junto a la otra, ésta última tiene cara de enfadada, ¡no es para menos! —pienso para mis adentros.

— ¡Beltrán, tenemos que hablar! —me dice mi madre con severidad, pero manteniendo la compostura.

Busco un sillón un poco apartado y me refugio en él como si fuese mi castillo y en él hallase morada a salvo de las fieras que me acechan.

— ¡Beltrán, lo que me ha contado Ana Belén es muy grave! ¿Tienes algo que decir?

— No sé mamá, no sé lo que he hecho —matizo.

— ¡Lo que has hecho es muy grave Beltrán, atacarme así en mi propia casa!

Estalla Ana Belén, que hasta ese momento había permanecido callada.

Oigo sus palabras y no soy capaz de levantar la vista del suelo, efectivamente no sé qué decir y no digo nada.

— Beltrán, Ana Belén es mi amiga, su hijo es tu mejor amigo, no sabes lo mal que me he sentido cuando ha venido a contármelo —confiesa mi madre apesadumbrada.

La oigo y comprendo sus sentimientos, pero qué voy a hacer.

— Ha sido una locura, lo sé y estoy tratando de asumirlo.

— ¿Y eso es todo? —pregunta Ana Belén mostrando aún su enfado.

Encima estoy cabreado, porque no para de atacarme con sus palabras y me siento herido por quien más quiero en este momento.

— Bueno Ana, parece que lo ha entendido mujer —dice mi madre apiadándose de mí.

— Sí, lo sé Aderita, ¡pero es que me siento ultrajada por lo que ha pasado! —dice ella molesta—. Es que tu hijo, ¡me ha metido los dedos en el coño! ¿Entiendes? Y luego ha hecho… ¡ha hecho algo peor! —añade frustrada.

Jo, desde luego que la situación no podía ser peor, me siento fatal y comienzo a llorar desconsoladamente.

— ¿Por qué no le dices también lo que te he dicho en el baño? —le pregunto sin levantar la cara.

— ¿Cómo? —pregunta contrariada.

— ¡Sí, que por qué no le dices lo que te he dicho! ¡Te he dicho que te quiero! —grito con rabia mirándolas a ambas a los ojos.

Ellas me escuchan y me miran, entonces veo el gesto de miedo en la cara de mi madre y el de odio en la cara de Ana Belén.

— Mira Beltrán, tú eres muy joven para saber lo que es el amor —contesta Ana bajando el tono de voz.

Yo vuelvo a mirar al suelo y sigo llorando, creo que no hago más que empeorar las cosas con lo que digo.

— Bueno Ana, parece que lo ha entendido, ¡no ves cómo está llorando mujer! —protesta mi madre que ha empezado a defenderme.

— Si Aderita, lo veo, tal vez se ha dejado llevar por una loca idea cuando ha hecho lo que ha hecho.

— ¡Claro! Ya sabes que estos jóvenes son muy extremos con sus sentimientos —añade mi madre poniendo la mano en el hombro de su amiga para consolarla.

— Lo sé Aderita —dice ella dejándose consolar.

Mi madre deja unos segundos de silencio y continúa consolándola.

— Yo creo que una amistad tan bonita como la que tienen nuestros hijos merece la pena que siga adelante, ¿no te parece?

— Si, admito que son muy buenos amigos y me gusta que sea amigo de Carlos —admite finalmente Ana Belén más tranquila.

— ¡Exacto Ana! Anda, yo sé que te ha impresionado mucho lo que ha pasado, ve a casa y serénate que tu hijo estará al llegar ya, ¿vale?

Mi madre se levanta con ella y la acompaña a la salida. Cuando pasan por mi lado Ana se detiene, yo sigo llorando y no aparto la mirada del suelo, entonces siento su mano acariciar mi pelo en la nuca, lo que me produce un escalofrío y finalmente continúa su camino sin decir nada más.

Oigo la puerta cerrarse y siento como mi madre vuelve al salón sin apenas hacer ruido, como si temiese que alguna vecina estuviese escuchando por las paredes. ¡Entonces se acerca a mí y me abraza!

Su abrazo me reconforta y me libera en cierta medida de la opresión que sentía en el pecho hasta ese momento.

— ¡Hijo, sé que lo que has hecho es muy grave, pero es fruto de una locura! ¿Lo entiendes?

Asiento con la cabeza con mis ojos llenos de lágrimas.

— Anda, cálmate, que ya pasó todo y trata de olvidarlo. Ahora debes concentrarte en olvidar, yo creo que Ana hará lo mismo y por nada del mundo le digas a su hijo lo que ha pasado, ¿vale? —me advierte.

De nuevo asiento con la cabeza.

Pone la mesa y soy incapaz de comer anda con ella. Por lo que la retira y me saca a dar un paseo por el parque. Allí me coge de la mano como si fuese un niño pequeño y yo se la retiro, pues me da vergüenza que alguien que me conozca nos vea.

Me cuenta cosas de cuando era pequeño y al final de la tarde consigue hacerme olvidar lo ocurrido durante la mañana.

En la cena recupero el apetito y hablo con ella.
— ¿Recuerdas cuando me preguntaste en quién pensaba cuando me masturbaba? —le pregunto.

— Si Beltrán, lo recuerdo, tal vez no sea buena idea hablar de ello ahora —me advierte viéndome venir.

— Lo sé mamá, pero quiero hacerlo. Pensaba en ella, no puedo evitarlo mamá, me siento atraído por ella.

Mi madre guarda silencio, tal vez piensa lo que decirme.

— Eso ha sido una sorpresa para mí, ¡créeme, Beltrán! Pero eres muy joven y lo que crees que es amor es un simple encaprichamiento, fija tus pensamientos en una chica joven de tu edad y verás cómo desaparecen.

— ¡No mamá, es que me gustan maduras! ¿No lo entiendes?

Contrariada tuerce el gesto.

— ¡Está bien Beltrán! lo que te pido es que te fijes entonces en otra mujer y tengas tus fantasías sexuales con ella, ¿vale?

Asiento por respuesta y ella me acaricia el pelo conciliadoramente.

— La he visto subiéndose las bragas después de hacer un pis en el baño —le digo para su sorpresa.

— ¡Oh Beltrán, sí que eres cabezón! —protesta mi madre ante mi nueva confesión.

— ¡Lo sé madre, pero es que no puedo quitarme esa imagen de la cabeza! —le digo con cierto cabreo.

— Bueno, no pasa nada —dice de nuevo conciliadora—. Esas imágenes tardarán en irse pero se irán si pones empeño en ello, ¿vale?

— Vale, lo intentaré.

— ¿Oye, siento curiosidad por saber qué es eso que le has hecho y que no se ha atrevido a contar Ana Belén?

— Pues, bueno. Es que me he arrodillado delante de ella y le he… le he lamido las bragas —le confieso avergonzado.

Mi madre se queda callada, pienso que eso la ha terminado de escandalizar.

— ¡Oh bueno, pensaba que había sido algo más grave hijo! Eso es todo, no sé, tal vez que le hubieses hecho algo más inconfesable, pero bueno, supongo que lamer las bragas tampoco es tan malo —me dice para mi sorpresa.

Ambos reímos por el tono irónico en que lo menciona.

— Oye, si lo tuyo es lamer bragas, te dejo unas mías, ¡o mejor le robo unas a Ana de la colada sin que se dé cuenta! —añade en tono sarcástico.

— Está bien mamá, realmente parece gracioso cuando lo cuentas —admito.

— Pues claro hijo, eso ha tenido su gracia, confieso que para Ana no, ya que la has asustado, pero en el fondo ha sido gracioso. Imagino que ella lo olvidará y no le dará más vueltas.
Al siguiente día Carlos vino a buscarme y no tenía ganas de volver a su casa, a pesar de su insistencia así que se trajo su consola a la mía y jugamos en mi salón.

Terminamos en mi cuarto viendo revistas porno a escondidas mientras mi madre preparaba la comida.

— ¡Jo tío qué ganas de hacerme una paja! —dijo mi amigo con una revista de las más guarras en su mano y la otra en su paquete.

Era un Private, una revista de pequeño formato en comparación con otras que teníamos y que nos intercambiábamos, de las más explícitas e impactantes. Pues por ejemplo siempre capturaban las corridas ‘al vuelo’, es decir, en el aire saliendo del pene del tío.

— ¡Venga tío no hagas eso aquí!

— ¿Por qué, estoy muy cachondo y quiero masturbarme? —preguntó él sin querer oírme.

— Porque es mi cuarto y me la vas a poner perdida con tu porquería —le dije yo molesto arrancándosela de la mano.

— ¡Vamos hombre, vete tú al baño y déjame hacerlo aquí! Prometo no manchar nada —me aseguró.

—Está bien, te confieso que yo también quiero hacerme otra, me iré al baño y te daré tiempo a terminar lo tuyo.

De modo que allí lo dejé y discretamente me retiré al baño a pajearme y admito que la cosa fue bien. Eché el pestillo, me bajé los pantalones y sobre la taza del váter lo hice, lo cual fue una ventaja pues para correrme tan sólo tuve que apuntar adentro y ver cómo mi leche caía en la blanca taza resbalando hasta el agua más abajo.

Cuando volví a mi cuarto mi amigo estaba ‘blanco’.

—¿Qué te pasa tío?

—¡Jo no te lo vas a creer! ¡Ha entrado tu madre y me ha pillado con el rabo en la mano y la revista en la otra!

No sé por qué pero me sonó familiar, mi madre de nuevo entrando sin llamar a mi cuarto y pillando a alguien masturbándose.

—¿En serio? —dije yo riendo.

—No tiene gracia tío —me dijo él alterado—. ¡Qué vergüenza joder! Me tengo que ir, ya terminaré la paja en mi casa.

—Está bien tío, nos vemos si eso a la tarde —dije yo a modo de despedida.
Con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho, mi amigo salió de casa, yo le acompañé por cortesía mientras mi madre seguía atareada en la cocina.

Al cerrar la puerta entré a verla.

—¡Hola mamá! Hoy qué vamos a comer —dije como si tal cosa.

—¡Hola hijo! ¡Jo qué corte! ¡He visto a tu amigo masturbándose encima de tu cama!

—Si, me lo ha confesado cuando he vuelto, ¿pero por qué no llamas a la puerta mamá? —le recriminé.

—No sé, pensé que estaríais jugando a la video consola y quería preguntarte si tu amigo quería quedarse a comer. Pero al entrar lo he visto con una revista guarra en la mano y su rabo en la otra, ¡qué barbaridad! —dijo ella escandalizada.

—Bueno, ya empieza a ser tradición eso de que entres al cuarto y cojas a alguien masturbándose —dije yo riendo.

—¡Quita, quita! No me lo recuerdes. Voy a tener que empezar por llamar a la puerta, oye o a lo mejor podemos poner un cartelito de no molestar como es los hoteles, ¿no? —dice riéndose finalmente.

—¡Claro, eso sería una pérdida de intimidad en sí mismo, es como anunciarte: ¡oye, que me estoy masturbando, no entres! —dije yo protestando.

Las carcajadas de mi madre retumbaron por el ojo del patio al que daba la cocina en el edificio donde vivíamos.
 
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