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La Madre de mi Esposa, Mi Suegra – Capítulo 01
mi suegra me ha llamado la atención, realmente me he sentido atraído por ella. Su nombre es Magdalena, en ese tiempo ella tenía apenas cuarenta años, pero lucía estupenda, una mujer madura en toda su belleza y con unas enormes tetas, un culo amplio y con ese aire arrogante que tienen las mujeres con experiencia y que les gusta mostrar lo que tienen.
Por su exuberancia y personalidad, me sentía un poco cohibido ante ella en esos tiempos cuando recién la estaba conociendo. La espiaba cada vez que podía, no podía dejar de admirar sus sinuosidades y voluptuosidad, ese cuerpo pleno y ese pecho majestuoso, sus piernas parecían columnas de mármol, me provocaba y estremecía tanto bien de Dios. Muchas veces mientras follaba a su hija, imaginaba que la tenía a ella bajo mi vientre con sus caderas anchas y esos muslos marmóreos ampliamente abiertos para mí, soñaba con poseerla y someterla y descargar hectolitros de esperma en su coño estrecho y caliente.
Después de casarme con su hija, mis visitas a su casa se hicieron más frecuentes, la visitábamos con mi esposa prácticamente todas las semanas. Poco a poco fui ganando más confianza con ella, lo que me permitió expresarle mi admiración en más de una oportunidad y me di cuenta de que se sentía muy halagada de que un hombre joven la mirara y admirara, pero cada vez que intenté avanzar en la conquista a su mórbido castillo de piel, ella se encargaba de ponerme decentemente en mi lugar, dejándome en un estado de frustración y humillación de macho. Un día mientras la miraba caminar hacia mí, inconscientemente me agarré la pija para acomodar una incipiente erección, ella se percató de ello e inmediatamente me interpeló diciendo:
—¡Alberto! … ¿Te parece eso un gesto elegante? … ¿A tu edad? …
Por supuesto que con fingida vergüenza le pedí las disculpas del caso. Pero todo esto me hizo desarrollar una especie de rencor por mi orgullo herido. Mi pasión no era correspondida y más de una vez quise vengarme de ella. Me parecía que ella disfrutaba al verme enamoradizo y subyugado por su desbordada y opulenta belleza.
No había forma de penetrar esa especie de coraza que la protegía y la hacía cada vez más fuerte ante mis ojos. Hasta la navidad del año pasado, nos habíamos reunido a cenar como siempre, mi esposa y mi hijo recién nacido en casa de ella. Durante la cena bebimos vino blanco, excepto mi esposa que debía dar de mamar a nuestro hijo, cenamos pescados y mariscos, luego brindamos con espumante y nos colocamos delante de la Tv a esperar la medianoche y abrir los regalos conversando de cosas fútiles y recuerdos de fiestas pasadas. Magdalena tiene ahora cuarenta y dos años, pero su belleza no decae ni siquiera un poco, cada año que pasa yo la encuentro más linda que el anterior. Ciertamente su cuerpo se hace más llenito y pesado, sus sinuosidades aumentan, es como la Diosa Juno, reina de los Dioses y de la fertilidad con ese cuerpo maternal, insinuante e invitante.
Cuantas veces me he imaginado acariciando sus pechos voluptuosos, hundiéndome en su carne cálida y abundante, gozando de sus glúteos generosos, empujando mi pija en su coño haciéndola gritar de placer, y por qué no, también de dolor mientras follo su culo engurruñado y apretado.
En las idas y venidas de la cocina para traer bocadillos, me la había encontrado de espalda y casualmente le hice sentir mi dura erección en sus pompis, ante ese contacto fortuito, ella no había dado señales de incomodidad o intolerancia. Pensé que era como una señal, una buena señal. Después de abrir los regalos mi mujer dijo que iría a dar de mamar a nuestro hijo y luego iría a la cama porque se sentía un poco cansada
Nos sentamos mi suegra y yo en la sala, ella admiraba un chal de fina alpaca que yo le había regalado, lo tenía sobre su regazo y acariciaba la sedosa tela, mi mujer ya se había ido y yo apagué la luz central y nos quedamos en penumbras, solo con las luces del árbol que titilaban con diferentes colores, me acerqué a donde estaba sentada ella y casualmente apoyé mi mano en su rodilla. No mostró ninguna reacción adversa, así que metí mi mano bajo el chal en contacto directo con sus piernas envueltas en medias negras, supuse que era otra buena señal alentadora, entonces con su voz de terciopelo me pregunto:
—¿Desde cuándo que estás en ayunas? …
—¿Qué? … ¿Cómo? …
—Mira que yo soy mujer … el bebé tiene tres semanas, pienso que mi hija no te deja hacerle nada por la cuarentena … así que andas con esa cosa dura por todas partes … no creas que no me he dado cuenta …
—¡Ah! … bueno … sí … Luisa no puede y entonces yo me ayudo solito para no molestarla …
—¿Entonces, te pajeas? …
—Sí … no lo puedo negar …
—¿Y ahora qué haces? …
—Cómo … ¿Qué, que hago? …
—Bueno … me estás tocando las piernas …
—Sí … perdona, pero es más fuerte que yo … y tus piernas son hermosísimas …
Me sonríe enigmáticamente, pero en tanto empuja mi mano con su mano alejándola de sus muslos. Yo también sonrío, pero no me amilano y suavemente vuelvo a poner mis manos entres sus muslos y empiezo un lento movimiento hacia el centro de su feminidad. Ahora suspira, vuelve a mirarme con cierta impaciencia y una ligera molestia y me dice:
—Quieres detenerte, por favor … mi hija está en la otra habitación …
No sé de dónde, pero encuentro el valor de responderle.
—Sí … lo sé que estoy siendo un poco imprudente … pero ¿Cuándo tendré una oportunidad mejor que esta? …
Desaparece el ceño fruncido de su frente y me sonríe divertida, lanzando una furtiva mirada hacía el pasillo y al cuarto donde se encuentra mi esposa.
—¡Que cosas que se te ocurren! … ¿Olvidas que soy tu suegra? …
A estas alturas ya me había lanzado y le respondo confiado:
—¡No! … para nada … pero me he estado reteniendo durante todos estos años … y ahora en la necesidad … que mejor que recurrir a la familia …
A todo esto, las yemas de mis dedos habían alcanzado la delgada tela de encajes y bordados de su pequeña tanga. Lo estaba arriesgando el todo por el todo, me acompañaban las penumbras del cuarto y la atmosfera cargada de vino y espumante, se veía que ella no podía reaccionar en modo visible ni coherente. Me lanza una lasciva mirada mordiéndose su labio inferior, cuando mis dedos apartan los bordes de su calzoncito tocando su coño desnudo, sintiendo la tersura de su tez mojada, caliente y lampiña.
—¡Vamos! … ¡Por favor! … ¡Detente! …
Me acerco a su lóbulo, lo muerdo delicadamente y le susurro.
—¡Ya! … ¡Déjame! … ¡Solo por un momento! …
Ella respira en forma afanosa y gime en silencio, inconscientemente abre sus muslos, yo aparto sus labios mayores encontrándome su chocho como una laguna. Tiro un poco de sus bragas y muevo mis dedos hacia su clítoris, lanza una especie de bramido y cierra sus muslos defensivamente, pero no puede evitar que mis dedos continúen a moverse sobre su botoncito al extremo de su conchita brindándole un placer irresistible. Ya no tiene voluntad ni siquiera para protestar, se vuelve hacia mí con una mirada suplicante:
—Por favor detente … me da vergüenza … no podemos …
No pienso ni respondo nada, solo continúo a estimularla y viéndola a punto de gozar, cínicamente le digo a baja voz:
—Ya no puedes negarlo … te gusta … tu coño te delata … estás toda mojada … di que quieres mi pija …
Me mira con ojos brillosos y llenos de lujuria:
—Sí … la quiero … pero no aquí …
Aferro uno de sus pechos por sobre su vestido y entierro dos mis dedos en su encharcado coño, mientras con el pulgar no dejo de masajear su clítoris.
—¡Ahhh! … ¡Hmmm! … ¡Ummm! … ¡Ooohhh! …
Agarra mi mano y la empuja con fuerza contra su chocho, su vientre se hunde y su pelvis se mueve en forma demencial, siento sus convulsiones y sus piernas se cierran alrededor de mi mano y con un movimiento retrae su coño y hace salir mis dedos de su conchita que se contrae y aprieta mis falanges con sus muslos. Está con la cabeza hacia atrás bufando y gruñendo su orgasmo, no hace mucho ruido, disfruta en silencio y, mi polla también está a punto de explotar.
La dejo que se recupere de sus convulsiones y espasmos, luego se levanta y enciende las luces y va al pasillo en dirección de muestro cuarto y abriendo un poco la puerta, husmea sigilosamente hacia el interior, luego regresa sin hacer ruido alguno, me levanto y mientras ella se sienta y vierte espumante en nuestros vasos, vuelvo a apagar las luces, mientras se acomoda en el sofá me dice:
—¡Eres un cerdo! … ¿Lo sabes? …
—¿Solo yo? … Mira que tú también tienes ganas … de la forma en que te corriste, parece que de mucho tiempo que no lo hacías …
—Sí … mucho más que tu … desde que mi esposo se fue no he tenido ningún hombre …
Me acerco a ella y esta vez deslizo mi mano lentamente bajo su blusa y toco su sujetador por debajo de sus grandes tetas, levanto su sostén y mis dedos atrapan uno a la vez sus endurecidos pezones que parecen dos pitorros prontos para ser chupados, acariciando sus pechos le digo.
—Tus pezones me dicen que estás caliente … están tan duros como mi pija … toma mi polla en tus manos … tómala …
—¡¡Estas loco!! …
Me arrodillo en el sofá a su lado, me bajo la cremallera de mi pantalón, tomo su mano y la pongo sobre mi verga, al principio se resiste, pero luego cierra sus dedos alrededor de mi pene y comienza a jalarlo poco a poco. La sensación es increíble y abrumadora, no me parecía posible tener la mano de mi suegra magreando mi pija, ni menos tirándome una paja en su sala de estar. Con una mano comienzo a presionar y pellizcar suavemente sus oscuros pezones, ella gime y su mano intensifica los movimientos, es demasiado para mí. Tenso mis glúteos y disparo un potente chorro que vuela en medio a la sala, ella se apresura a apuntar mi pene lejos de ella mientras en silencio continuo a disparar violentos borbotones de esperma.
—¡Argh! … ¡Ummm! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Que rriiiicooo! … ¡Lámelo! …
Le digo casi al oído y ella casi rechinando los dientes replica:
—¡No, cerdo! … ¡Eres un cerdo! …
Luego saca dos pañuelos de su bolso, con uno limpia su mano llena de semen y con el otro limpia mi polla que aún gotea esperma, después vuelve a guardar los pañuelos en su bolso, se va al interruptor y enciende la luz central diciéndome:
—¡Ya! … te has descargado … vete ahora con tu esposa …
Me acerco a ella, la beso en la mejilla y le digo:
—Gracias … eres muy buena … la próxima vez lo haremos en la cama …
Después de esa noche de navidad no hubo ninguna otra ocasión propicia, luego comenzamos a llevar una vida matrimonial más normalizada con mi esposa y follábamos de dos a cuatro veces por semana dependiendo del tiempo disponible, así que no tenía el acicate de la abstinencia como para arrimarme a mi suegra en busca de sexo. Pero las fantasías estaban siempre ahí latentes, cuando estaba junto a mi mujer, a menudo ensoñaba con su voluptuoso cuerpo e imaginaba de poseerla a ella.
Pero cuando el diablo mete la cola.
Un domingo fuimos a visitarla, mi esposa y mi hijo de cuatro meses, Luisa dijo que iría al parque cercano para llevar a pasear a nuestro pequeño bebé
Continuará
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La Madre de mi Esposa, Mi Suegra – Capítulo 01
mi suegra me ha llamado la atención, realmente me he sentido atraído por ella. Su nombre es Magdalena, en ese tiempo ella tenía apenas cuarenta años, pero lucía estupenda, una mujer madura en toda su belleza y con unas enormes tetas, un culo amplio y con ese aire arrogante que tienen las mujeres con experiencia y que les gusta mostrar lo que tienen.
Por su exuberancia y personalidad, me sentía un poco cohibido ante ella en esos tiempos cuando recién la estaba conociendo. La espiaba cada vez que podía, no podía dejar de admirar sus sinuosidades y voluptuosidad, ese cuerpo pleno y ese pecho majestuoso, sus piernas parecían columnas de mármol, me provocaba y estremecía tanto bien de Dios. Muchas veces mientras follaba a su hija, imaginaba que la tenía a ella bajo mi vientre con sus caderas anchas y esos muslos marmóreos ampliamente abiertos para mí, soñaba con poseerla y someterla y descargar hectolitros de esperma en su coño estrecho y caliente.
Después de casarme con su hija, mis visitas a su casa se hicieron más frecuentes, la visitábamos con mi esposa prácticamente todas las semanas. Poco a poco fui ganando más confianza con ella, lo que me permitió expresarle mi admiración en más de una oportunidad y me di cuenta de que se sentía muy halagada de que un hombre joven la mirara y admirara, pero cada vez que intenté avanzar en la conquista a su mórbido castillo de piel, ella se encargaba de ponerme decentemente en mi lugar, dejándome en un estado de frustración y humillación de macho. Un día mientras la miraba caminar hacia mí, inconscientemente me agarré la pija para acomodar una incipiente erección, ella se percató de ello e inmediatamente me interpeló diciendo:
—¡Alberto! … ¿Te parece eso un gesto elegante? … ¿A tu edad? …
Por supuesto que con fingida vergüenza le pedí las disculpas del caso. Pero todo esto me hizo desarrollar una especie de rencor por mi orgullo herido. Mi pasión no era correspondida y más de una vez quise vengarme de ella. Me parecía que ella disfrutaba al verme enamoradizo y subyugado por su desbordada y opulenta belleza.
No había forma de penetrar esa especie de coraza que la protegía y la hacía cada vez más fuerte ante mis ojos. Hasta la navidad del año pasado, nos habíamos reunido a cenar como siempre, mi esposa y mi hijo recién nacido en casa de ella. Durante la cena bebimos vino blanco, excepto mi esposa que debía dar de mamar a nuestro hijo, cenamos pescados y mariscos, luego brindamos con espumante y nos colocamos delante de la Tv a esperar la medianoche y abrir los regalos conversando de cosas fútiles y recuerdos de fiestas pasadas. Magdalena tiene ahora cuarenta y dos años, pero su belleza no decae ni siquiera un poco, cada año que pasa yo la encuentro más linda que el anterior. Ciertamente su cuerpo se hace más llenito y pesado, sus sinuosidades aumentan, es como la Diosa Juno, reina de los Dioses y de la fertilidad con ese cuerpo maternal, insinuante e invitante.
Cuantas veces me he imaginado acariciando sus pechos voluptuosos, hundiéndome en su carne cálida y abundante, gozando de sus glúteos generosos, empujando mi pija en su coño haciéndola gritar de placer, y por qué no, también de dolor mientras follo su culo engurruñado y apretado.
En las idas y venidas de la cocina para traer bocadillos, me la había encontrado de espalda y casualmente le hice sentir mi dura erección en sus pompis, ante ese contacto fortuito, ella no había dado señales de incomodidad o intolerancia. Pensé que era como una señal, una buena señal. Después de abrir los regalos mi mujer dijo que iría a dar de mamar a nuestro hijo y luego iría a la cama porque se sentía un poco cansada
Nos sentamos mi suegra y yo en la sala, ella admiraba un chal de fina alpaca que yo le había regalado, lo tenía sobre su regazo y acariciaba la sedosa tela, mi mujer ya se había ido y yo apagué la luz central y nos quedamos en penumbras, solo con las luces del árbol que titilaban con diferentes colores, me acerqué a donde estaba sentada ella y casualmente apoyé mi mano en su rodilla. No mostró ninguna reacción adversa, así que metí mi mano bajo el chal en contacto directo con sus piernas envueltas en medias negras, supuse que era otra buena señal alentadora, entonces con su voz de terciopelo me pregunto:
—¿Desde cuándo que estás en ayunas? …
—¿Qué? … ¿Cómo? …
—Mira que yo soy mujer … el bebé tiene tres semanas, pienso que mi hija no te deja hacerle nada por la cuarentena … así que andas con esa cosa dura por todas partes … no creas que no me he dado cuenta …
—¡Ah! … bueno … sí … Luisa no puede y entonces yo me ayudo solito para no molestarla …
—¿Entonces, te pajeas? …
—Sí … no lo puedo negar …
—¿Y ahora qué haces? …
—Cómo … ¿Qué, que hago? …
—Bueno … me estás tocando las piernas …
—Sí … perdona, pero es más fuerte que yo … y tus piernas son hermosísimas …
Me sonríe enigmáticamente, pero en tanto empuja mi mano con su mano alejándola de sus muslos. Yo también sonrío, pero no me amilano y suavemente vuelvo a poner mis manos entres sus muslos y empiezo un lento movimiento hacia el centro de su feminidad. Ahora suspira, vuelve a mirarme con cierta impaciencia y una ligera molestia y me dice:
—Quieres detenerte, por favor … mi hija está en la otra habitación …
No sé de dónde, pero encuentro el valor de responderle.
—Sí … lo sé que estoy siendo un poco imprudente … pero ¿Cuándo tendré una oportunidad mejor que esta? …
Desaparece el ceño fruncido de su frente y me sonríe divertida, lanzando una furtiva mirada hacía el pasillo y al cuarto donde se encuentra mi esposa.
—¡Que cosas que se te ocurren! … ¿Olvidas que soy tu suegra? …
A estas alturas ya me había lanzado y le respondo confiado:
—¡No! … para nada … pero me he estado reteniendo durante todos estos años … y ahora en la necesidad … que mejor que recurrir a la familia …
A todo esto, las yemas de mis dedos habían alcanzado la delgada tela de encajes y bordados de su pequeña tanga. Lo estaba arriesgando el todo por el todo, me acompañaban las penumbras del cuarto y la atmosfera cargada de vino y espumante, se veía que ella no podía reaccionar en modo visible ni coherente. Me lanza una lasciva mirada mordiéndose su labio inferior, cuando mis dedos apartan los bordes de su calzoncito tocando su coño desnudo, sintiendo la tersura de su tez mojada, caliente y lampiña.
—¡Vamos! … ¡Por favor! … ¡Detente! …
Me acerco a su lóbulo, lo muerdo delicadamente y le susurro.
—¡Ya! … ¡Déjame! … ¡Solo por un momento! …
Ella respira en forma afanosa y gime en silencio, inconscientemente abre sus muslos, yo aparto sus labios mayores encontrándome su chocho como una laguna. Tiro un poco de sus bragas y muevo mis dedos hacia su clítoris, lanza una especie de bramido y cierra sus muslos defensivamente, pero no puede evitar que mis dedos continúen a moverse sobre su botoncito al extremo de su conchita brindándole un placer irresistible. Ya no tiene voluntad ni siquiera para protestar, se vuelve hacia mí con una mirada suplicante:
—Por favor detente … me da vergüenza … no podemos …
No pienso ni respondo nada, solo continúo a estimularla y viéndola a punto de gozar, cínicamente le digo a baja voz:
—Ya no puedes negarlo … te gusta … tu coño te delata … estás toda mojada … di que quieres mi pija …
Me mira con ojos brillosos y llenos de lujuria:
—Sí … la quiero … pero no aquí …
Aferro uno de sus pechos por sobre su vestido y entierro dos mis dedos en su encharcado coño, mientras con el pulgar no dejo de masajear su clítoris.
—¡Ahhh! … ¡Hmmm! … ¡Ummm! … ¡Ooohhh! …
Agarra mi mano y la empuja con fuerza contra su chocho, su vientre se hunde y su pelvis se mueve en forma demencial, siento sus convulsiones y sus piernas se cierran alrededor de mi mano y con un movimiento retrae su coño y hace salir mis dedos de su conchita que se contrae y aprieta mis falanges con sus muslos. Está con la cabeza hacia atrás bufando y gruñendo su orgasmo, no hace mucho ruido, disfruta en silencio y, mi polla también está a punto de explotar.
La dejo que se recupere de sus convulsiones y espasmos, luego se levanta y enciende las luces y va al pasillo en dirección de muestro cuarto y abriendo un poco la puerta, husmea sigilosamente hacia el interior, luego regresa sin hacer ruido alguno, me levanto y mientras ella se sienta y vierte espumante en nuestros vasos, vuelvo a apagar las luces, mientras se acomoda en el sofá me dice:
—¡Eres un cerdo! … ¿Lo sabes? …
—¿Solo yo? … Mira que tú también tienes ganas … de la forma en que te corriste, parece que de mucho tiempo que no lo hacías …
—Sí … mucho más que tu … desde que mi esposo se fue no he tenido ningún hombre …
Me acerco a ella y esta vez deslizo mi mano lentamente bajo su blusa y toco su sujetador por debajo de sus grandes tetas, levanto su sostén y mis dedos atrapan uno a la vez sus endurecidos pezones que parecen dos pitorros prontos para ser chupados, acariciando sus pechos le digo.
—Tus pezones me dicen que estás caliente … están tan duros como mi pija … toma mi polla en tus manos … tómala …
—¡¡Estas loco!! …
Me arrodillo en el sofá a su lado, me bajo la cremallera de mi pantalón, tomo su mano y la pongo sobre mi verga, al principio se resiste, pero luego cierra sus dedos alrededor de mi pene y comienza a jalarlo poco a poco. La sensación es increíble y abrumadora, no me parecía posible tener la mano de mi suegra magreando mi pija, ni menos tirándome una paja en su sala de estar. Con una mano comienzo a presionar y pellizcar suavemente sus oscuros pezones, ella gime y su mano intensifica los movimientos, es demasiado para mí. Tenso mis glúteos y disparo un potente chorro que vuela en medio a la sala, ella se apresura a apuntar mi pene lejos de ella mientras en silencio continuo a disparar violentos borbotones de esperma.
—¡Argh! … ¡Ummm! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Que rriiiicooo! … ¡Lámelo! …
Le digo casi al oído y ella casi rechinando los dientes replica:
—¡No, cerdo! … ¡Eres un cerdo! …
Luego saca dos pañuelos de su bolso, con uno limpia su mano llena de semen y con el otro limpia mi polla que aún gotea esperma, después vuelve a guardar los pañuelos en su bolso, se va al interruptor y enciende la luz central diciéndome:
—¡Ya! … te has descargado … vete ahora con tu esposa …
Me acerco a ella, la beso en la mejilla y le digo:
—Gracias … eres muy buena … la próxima vez lo haremos en la cama …
Después de esa noche de navidad no hubo ninguna otra ocasión propicia, luego comenzamos a llevar una vida matrimonial más normalizada con mi esposa y follábamos de dos a cuatro veces por semana dependiendo del tiempo disponible, así que no tenía el acicate de la abstinencia como para arrimarme a mi suegra en busca de sexo. Pero las fantasías estaban siempre ahí latentes, cuando estaba junto a mi mujer, a menudo ensoñaba con su voluptuoso cuerpo e imaginaba de poseerla a ella.
Pero cuando el diablo mete la cola.
Un domingo fuimos a visitarla, mi esposa y mi hijo de cuatro meses, Luisa dijo que iría al parque cercano para llevar a pasear a nuestro pequeño bebé
Continuará
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