Mi casa era un infierno. Vivía con mis padres y mi hermana pequeña, pero de lunes a viernes mi padre trabajaba fuera y estábamos en casa los tres. Lo que convertía aquel hogar en una pesadilla entre semana era mi madre, un putón insaciable que ponía los cuernos a mi padre todas las noches con muchachos que como mucho tenían mi edad.
Cuando mi madre tenía dieciocho años conoció a mi padre. Él tenía cuarenta y la cuenta bancaria hasta arriba de millones, algo que ella no podía dejar escapar. A la tercera o cuarta cita ya se había quedado embarazada y a los cinco meses de conocerse ya se habían casado. Cuatro años después nació mi hermana y se acabó el sexo, al menos entre ellos. Ella vivía demasiado bien como para plantarse el divorcio y apenas lo tenía que soportar. A él lo ataban las apariencias y el desconocimiento de lo que sucedía en su ausencia.
Como he dicho, la vida sexual de mi madre era frenética. Cada noche veíamos entrar a algún chaval nuevo, a veces incluso dos. Altos, cachas y de todo tipo de razas, cualquiera le valía mientras cumpliera con lo dicho anteriormente: tenían que ser peligrosamente jóvenes. Incluso una mañana vi salir de su habitación a un compañero mío de clase.
La situación era insostenible. Era exageradamente escandalosa en la cama y a mi hermana y a mí nos tocaba escuchar cosas que nunca se deberíamos oír de boca de una madre. Con solo catorce años, Valeria ya había escuchado decenas de veces a su madre pedir que se le corrieran en todas partes del cuerpo, que le dieran por el culo o que le comieran el coño. Muchas noches venía a mi habitación y nos poníamos unos cascos para que la música nos impidiera oír a nuestra madre gimiendo. Me preocupaba el ejemplo que le estaba dando.
De entre todos los jóvenes amantes de mi madre había uno que venía más a menudo, al menos un par de veces por semana. Decidí espantar a ese chaval con la esperanza de poder descansar alguna noche, pero mi estrategia no fue demasiado acertada.
Esperé a que estuvieran en plena acción con la idea de irrumpir en la habitación y amenazar al chico con partirle las piernas, pero lo que vi me dejó paralizado. Irremediablemente me lo había imaginado mil veces, pero ver a mi madre cabalgando como una loca sobre esa juvenil polla fue demasiado para mí. Me disculpé y volví a mi cuarto. Por el ruido que hacían estaba claro que no les había cortado el rollo.
Una vez superado el shock inicial, en mi cabeza solo daba vueltas la imagen de mi madre desnuda. Sabía que seguía siendo una mujer joven y que tenía un cuerpazo trabajado en el gimnasio, pero nunca hubiera imaginado la firmeza con la que esas tetazas rebotaban ni la turgencia de su culo, por mucho que en mallas ya tuviera buena pinta. Era una diosa del sexo, eso lo tenía claro por la frecuencia de sus prácticas y por los gritos de satisfacción que proferían sus conquistas, pero verlo con mis propios ojos lo cambió todo. Me esperaba una mañana dura.
- ¡Buenos días, enana! ¿Has dormido bien?
- Más o menos, cuando dejaron de hacer ruido.
- Yo igual, espero no dormirme en clase.
- Tienes que hacer algo, Mateo, habla con ella.
- Sabes que no nos hace caso, pasa de nosotros.
- Inténtalo, por favor.
- Haré lo que pueda.
Pero no tuve que hacer nada porque fue ella la que vino a por mí hecha una furia.
- Lo que hiciste anoche es intolerable.
- Estamos hartos, esto tiene que acabar.
- No tienes derecho a meterte en mi vida.
- Estás engañando a papá.
- Eso tampoco es asunto tuyo.
- Soy el único que se preocupa por Valeria. ¿Quieres que sea una puta como tú?
El bofetón resonó por toda la casa. Sé que no debería hablar así a mi madre, pero la situación era límite. Me mandó a clase y me dijo que esa noche me iba a enterar de lo que era una madre enfadada. Pasé un día horrible intentando averiguar a qué se refería. Yo ya no tenía edad para que me castigara, ni creía que se atreviera a pegarme otra vez. Si intentaba echarme de casa me haría un favor, porque le contaría todo a mi padre y él se pondría de nuestro lado, se acabarían los chantajes para que tuviéramos la boca cerrada.
Después de las clases y del entrenamiento volví a casa. Cuando llegué parecía no haber nadie, llamé a mi hermana a gritos pero no contestó. Al cabo de un rato apareció mi madre con una bata corta, me dijo que Valeria se quedaba a dormir en casa de una amiga y que ya estaba la cena. Nos sentamos a la mesa y cenamos en silencio mientras veíamos la tele, un famoso programa con marionetas de peluche. Ni rastro de la bronca o la paliza que se suponía que me iba a dar.
Una vez terminamos me dio las buenas noches, fui al cuarto de baño a lavarme los dientes y me tumbé en la cama a ver una serie en el portátil. A punto ya de dormirme pensé en lo extraño que era que todavía no hubiera llegado ningún tío. Puede que mi irrupción de anoche y la breve charla de la mañana hubieran surtido efecto. Entonces escuché como se cerraba la puerta de su habitación y cuando creí que se dirigía a recibir a alguien, se abrió mi propia puerta.
- ¿Qué haces aquí a esta hora?
- Tú y yo tenemos algo pendiente.
- No es verdad, solo queremos que nos dejes descansar.
- Eres igual que tu padre, te escandaliza el sexo, el placer, disfrutar.
- Mientes. Disfruta lo que te dé la gana, pero no mientras estés casada.
- Nunca te han echado un buen polvo, ¿verdad?
- ¿A qué viene eso?
- No me digas que sigues siendo virgen...
- No te voy a contestar.
- Claro que lo eres. Pero eso tiene solución, mi niño.
Se abrió la bata y dejó todos sus encantos al descubierto. Unos pechos enormes que desafiaban a la gravedad y unas partes bajas cubiertas con un diminuto triángulo de pelo cortito. Tenía razón, seguía siendo virgen, pero no por falta de ganas u oportunidades, sino porque intentaba alejarme de la imagen que tenía de mi madre, pero ella estaba dispuesta a acabar con eso aquella misma noche.
Me hubiera encantado poder rechazarla, mostrarme íntegro y dejarla sin sexo esa noche, para que aprendiera la lección y comenzara a respetarme, pero me resultó imposible. Los pechos que me amamantaron años atrás me estaban llamando, el orificio del que salí me pedía volver a entrar. Me aferraba a la imagen de mi padre y sobre todo a la de mi hermana para resistir. Lo siento, Valeria.
Mi madre, tal y como vino al mundo, se tumbó sobre mí, manejando mis manos a su antojo y colocándolas en sus partes más deseables. Sus pechos blanditos contrastaban con sus pezones duros y su trasero compacto desprendía calor conforme me acercaba a su vagina. Me besaba como una adolescente que acaba de cazar a su presa más deseada, con la lengua bien adentro y tirando de mis labios con pequeños mordiscos. Frotaba su raja chorreante contra mi pantalón de pijama haciendo que se me pusiera cada vez más y más dura, asegurándose de que no pudiera pensar en nada más que en follármela hasta quedarme seco. La odiaba aun más que esta mañana, pero eso no me impedía querer tirármela durante toda la noche.
Decidió que era el momento de averiguar qué escondía entre mis piernas y bajó a descubrirlo mientras cubría todo mi cuerpo de besos de lo más sensuales. No paraba de repetir que deseaba aquello desde hacía tiempo, que todos sus jóvenes amantes no conseguían llenar su vacío y que yo estaba destinado a ser el que la saciara. Algo fallaba en esa cabeza, en otras circunstancias hubiese salido corriendo, pero en ese momento mandaba mi polla. Se tomó su tiempo, pero llegó a su destino y mirándome a los ojos me bajó el pantalón.
- Vamos a ver qué tienes aquí, hace mucho que no la veo.
- Mamá, todavía estamos a tiempo de parar.
- ¿Es lo que quieres?
- No, pero es lo correcto.
- Lo correcto es que te chupe esta pedazo de salchicha.
Y ahí terminó mi intento por convencerla. Se la metió enterita en la boca y la saboreó durante el tiempo que fui capaz de retener el semen. No fue demasiado, pero los dos disfrutamos de cada segundo de aquella mamada, de cada lametazo, de cada beso, del jugueteo con mis testículos o mi frenillo para incrementar el placer. Me la chupaba colocada a cuatro patas, con un primer plano de su coño sobre mi cara. No me atrevía a tocárselo sin su permiso, pero mientras sujetaba sus nalgas veía como los fluidos le resbalaban por los muslos y aquello fue lo que acabó haciendo que me corriera en la boca de mi madre. Una buena cantidad de leche caliente que guardó en su boca lo justo para darse la vuelta y enseñarme como se la tragaba.
Sin andarse con rodeos me pidió que le comiera el coño mientras recuperaba la erección que necesitaba para la follada que me iba a pegar. Así era su vocabulario nocturno, odioso en una madre, excitante en una conquista sexual. Coloqué la cabeza entre sus piernas y puse en práctica todo lo que había aprendido en Internet. De poco sirvió porque ella se hizo enseguida dueña de la situación. Guiaba mi cabeza a tirones de pelo, me decía lo que debía chupar, la intensidad y los dedos que debía meter. Finalmente me guió hasta el clítoris y siguiendo sus pasos logré que se corriera y derramara aun más líquido sobre mi cara.
Me dijo que en mi primera vez ya lo había hecho mejor que mi padre en todos esos años y que tenía pinta de que llegaría a ser un gran empotrador, sobre todo con sus consejos, pero que de momento hiciese todo lo que ella me pedía. Podía haberme conformado, estaba a tiempo de no consumar el incesto, la aberración, pero su cuerpo caliente era demasiado placentero para despegarme y la humedad de su entrepierna demasiado dulce para no traspasarla con mi lanza.
Se tumbó boca arriba con las piernas bien abiertas, invitándome a penetrarla, a desprenderme de lo que me quedara de niño dentro del sexo de mi madre. Me tuvo que ayudar a meterla, pero a partir de ahí me sentí bien, poderoso, con fuerza y con ganas de hincar mi miembro en su cavidad vaginal hasta hacerla gritar de placer como todos aquellos desconocidos. Con las uñas clavadas en mi espalda y en mi glúteo, me gimió al oído durante un largo rato, estaba gozando con mis embestidas, cada vez se aferraba a mí con más fuerza, esperando a que terminara para dejarse ir ella también. Cuando descargué todo lo que me quedaba en sus adentros, ella movió su pelvis con intensidad para llegar al orgasmo a la misma vez.
A lo largo de la noche repetimos tres veces más. Ella sobre mí, a cuatro patas y un último contra la pared de camino a su habitación. El mal ya estaba hecho solo quedaba disfrutar.
- Mamá, yo he mantenido tu secreto durante años, esto no puede salir de aquí.
- Pero habrá que repetirlo.
- No mientras esté Valeria en casa.
- Puede que ella quiera unirse a la fiesta.
Cuando mi madre tenía dieciocho años conoció a mi padre. Él tenía cuarenta y la cuenta bancaria hasta arriba de millones, algo que ella no podía dejar escapar. A la tercera o cuarta cita ya se había quedado embarazada y a los cinco meses de conocerse ya se habían casado. Cuatro años después nació mi hermana y se acabó el sexo, al menos entre ellos. Ella vivía demasiado bien como para plantarse el divorcio y apenas lo tenía que soportar. A él lo ataban las apariencias y el desconocimiento de lo que sucedía en su ausencia.
Como he dicho, la vida sexual de mi madre era frenética. Cada noche veíamos entrar a algún chaval nuevo, a veces incluso dos. Altos, cachas y de todo tipo de razas, cualquiera le valía mientras cumpliera con lo dicho anteriormente: tenían que ser peligrosamente jóvenes. Incluso una mañana vi salir de su habitación a un compañero mío de clase.
La situación era insostenible. Era exageradamente escandalosa en la cama y a mi hermana y a mí nos tocaba escuchar cosas que nunca se deberíamos oír de boca de una madre. Con solo catorce años, Valeria ya había escuchado decenas de veces a su madre pedir que se le corrieran en todas partes del cuerpo, que le dieran por el culo o que le comieran el coño. Muchas noches venía a mi habitación y nos poníamos unos cascos para que la música nos impidiera oír a nuestra madre gimiendo. Me preocupaba el ejemplo que le estaba dando.
De entre todos los jóvenes amantes de mi madre había uno que venía más a menudo, al menos un par de veces por semana. Decidí espantar a ese chaval con la esperanza de poder descansar alguna noche, pero mi estrategia no fue demasiado acertada.
Esperé a que estuvieran en plena acción con la idea de irrumpir en la habitación y amenazar al chico con partirle las piernas, pero lo que vi me dejó paralizado. Irremediablemente me lo había imaginado mil veces, pero ver a mi madre cabalgando como una loca sobre esa juvenil polla fue demasiado para mí. Me disculpé y volví a mi cuarto. Por el ruido que hacían estaba claro que no les había cortado el rollo.
Una vez superado el shock inicial, en mi cabeza solo daba vueltas la imagen de mi madre desnuda. Sabía que seguía siendo una mujer joven y que tenía un cuerpazo trabajado en el gimnasio, pero nunca hubiera imaginado la firmeza con la que esas tetazas rebotaban ni la turgencia de su culo, por mucho que en mallas ya tuviera buena pinta. Era una diosa del sexo, eso lo tenía claro por la frecuencia de sus prácticas y por los gritos de satisfacción que proferían sus conquistas, pero verlo con mis propios ojos lo cambió todo. Me esperaba una mañana dura.
- ¡Buenos días, enana! ¿Has dormido bien?
- Más o menos, cuando dejaron de hacer ruido.
- Yo igual, espero no dormirme en clase.
- Tienes que hacer algo, Mateo, habla con ella.
- Sabes que no nos hace caso, pasa de nosotros.
- Inténtalo, por favor.
- Haré lo que pueda.
Pero no tuve que hacer nada porque fue ella la que vino a por mí hecha una furia.
- Lo que hiciste anoche es intolerable.
- Estamos hartos, esto tiene que acabar.
- No tienes derecho a meterte en mi vida.
- Estás engañando a papá.
- Eso tampoco es asunto tuyo.
- Soy el único que se preocupa por Valeria. ¿Quieres que sea una puta como tú?
El bofetón resonó por toda la casa. Sé que no debería hablar así a mi madre, pero la situación era límite. Me mandó a clase y me dijo que esa noche me iba a enterar de lo que era una madre enfadada. Pasé un día horrible intentando averiguar a qué se refería. Yo ya no tenía edad para que me castigara, ni creía que se atreviera a pegarme otra vez. Si intentaba echarme de casa me haría un favor, porque le contaría todo a mi padre y él se pondría de nuestro lado, se acabarían los chantajes para que tuviéramos la boca cerrada.
Después de las clases y del entrenamiento volví a casa. Cuando llegué parecía no haber nadie, llamé a mi hermana a gritos pero no contestó. Al cabo de un rato apareció mi madre con una bata corta, me dijo que Valeria se quedaba a dormir en casa de una amiga y que ya estaba la cena. Nos sentamos a la mesa y cenamos en silencio mientras veíamos la tele, un famoso programa con marionetas de peluche. Ni rastro de la bronca o la paliza que se suponía que me iba a dar.
Una vez terminamos me dio las buenas noches, fui al cuarto de baño a lavarme los dientes y me tumbé en la cama a ver una serie en el portátil. A punto ya de dormirme pensé en lo extraño que era que todavía no hubiera llegado ningún tío. Puede que mi irrupción de anoche y la breve charla de la mañana hubieran surtido efecto. Entonces escuché como se cerraba la puerta de su habitación y cuando creí que se dirigía a recibir a alguien, se abrió mi propia puerta.
- ¿Qué haces aquí a esta hora?
- Tú y yo tenemos algo pendiente.
- No es verdad, solo queremos que nos dejes descansar.
- Eres igual que tu padre, te escandaliza el sexo, el placer, disfrutar.
- Mientes. Disfruta lo que te dé la gana, pero no mientras estés casada.
- Nunca te han echado un buen polvo, ¿verdad?
- ¿A qué viene eso?
- No me digas que sigues siendo virgen...
- No te voy a contestar.
- Claro que lo eres. Pero eso tiene solución, mi niño.
Se abrió la bata y dejó todos sus encantos al descubierto. Unos pechos enormes que desafiaban a la gravedad y unas partes bajas cubiertas con un diminuto triángulo de pelo cortito. Tenía razón, seguía siendo virgen, pero no por falta de ganas u oportunidades, sino porque intentaba alejarme de la imagen que tenía de mi madre, pero ella estaba dispuesta a acabar con eso aquella misma noche.
Me hubiera encantado poder rechazarla, mostrarme íntegro y dejarla sin sexo esa noche, para que aprendiera la lección y comenzara a respetarme, pero me resultó imposible. Los pechos que me amamantaron años atrás me estaban llamando, el orificio del que salí me pedía volver a entrar. Me aferraba a la imagen de mi padre y sobre todo a la de mi hermana para resistir. Lo siento, Valeria.
Mi madre, tal y como vino al mundo, se tumbó sobre mí, manejando mis manos a su antojo y colocándolas en sus partes más deseables. Sus pechos blanditos contrastaban con sus pezones duros y su trasero compacto desprendía calor conforme me acercaba a su vagina. Me besaba como una adolescente que acaba de cazar a su presa más deseada, con la lengua bien adentro y tirando de mis labios con pequeños mordiscos. Frotaba su raja chorreante contra mi pantalón de pijama haciendo que se me pusiera cada vez más y más dura, asegurándose de que no pudiera pensar en nada más que en follármela hasta quedarme seco. La odiaba aun más que esta mañana, pero eso no me impedía querer tirármela durante toda la noche.
Decidió que era el momento de averiguar qué escondía entre mis piernas y bajó a descubrirlo mientras cubría todo mi cuerpo de besos de lo más sensuales. No paraba de repetir que deseaba aquello desde hacía tiempo, que todos sus jóvenes amantes no conseguían llenar su vacío y que yo estaba destinado a ser el que la saciara. Algo fallaba en esa cabeza, en otras circunstancias hubiese salido corriendo, pero en ese momento mandaba mi polla. Se tomó su tiempo, pero llegó a su destino y mirándome a los ojos me bajó el pantalón.
- Vamos a ver qué tienes aquí, hace mucho que no la veo.
- Mamá, todavía estamos a tiempo de parar.
- ¿Es lo que quieres?
- No, pero es lo correcto.
- Lo correcto es que te chupe esta pedazo de salchicha.
Y ahí terminó mi intento por convencerla. Se la metió enterita en la boca y la saboreó durante el tiempo que fui capaz de retener el semen. No fue demasiado, pero los dos disfrutamos de cada segundo de aquella mamada, de cada lametazo, de cada beso, del jugueteo con mis testículos o mi frenillo para incrementar el placer. Me la chupaba colocada a cuatro patas, con un primer plano de su coño sobre mi cara. No me atrevía a tocárselo sin su permiso, pero mientras sujetaba sus nalgas veía como los fluidos le resbalaban por los muslos y aquello fue lo que acabó haciendo que me corriera en la boca de mi madre. Una buena cantidad de leche caliente que guardó en su boca lo justo para darse la vuelta y enseñarme como se la tragaba.
Sin andarse con rodeos me pidió que le comiera el coño mientras recuperaba la erección que necesitaba para la follada que me iba a pegar. Así era su vocabulario nocturno, odioso en una madre, excitante en una conquista sexual. Coloqué la cabeza entre sus piernas y puse en práctica todo lo que había aprendido en Internet. De poco sirvió porque ella se hizo enseguida dueña de la situación. Guiaba mi cabeza a tirones de pelo, me decía lo que debía chupar, la intensidad y los dedos que debía meter. Finalmente me guió hasta el clítoris y siguiendo sus pasos logré que se corriera y derramara aun más líquido sobre mi cara.
Me dijo que en mi primera vez ya lo había hecho mejor que mi padre en todos esos años y que tenía pinta de que llegaría a ser un gran empotrador, sobre todo con sus consejos, pero que de momento hiciese todo lo que ella me pedía. Podía haberme conformado, estaba a tiempo de no consumar el incesto, la aberración, pero su cuerpo caliente era demasiado placentero para despegarme y la humedad de su entrepierna demasiado dulce para no traspasarla con mi lanza.
Se tumbó boca arriba con las piernas bien abiertas, invitándome a penetrarla, a desprenderme de lo que me quedara de niño dentro del sexo de mi madre. Me tuvo que ayudar a meterla, pero a partir de ahí me sentí bien, poderoso, con fuerza y con ganas de hincar mi miembro en su cavidad vaginal hasta hacerla gritar de placer como todos aquellos desconocidos. Con las uñas clavadas en mi espalda y en mi glúteo, me gimió al oído durante un largo rato, estaba gozando con mis embestidas, cada vez se aferraba a mí con más fuerza, esperando a que terminara para dejarse ir ella también. Cuando descargué todo lo que me quedaba en sus adentros, ella movió su pelvis con intensidad para llegar al orgasmo a la misma vez.
A lo largo de la noche repetimos tres veces más. Ella sobre mí, a cuatro patas y un último contra la pared de camino a su habitación. El mal ya estaba hecho solo quedaba disfrutar.
- Mamá, yo he mantenido tu secreto durante años, esto no puede salir de aquí.
- Pero habrá que repetirlo.
- No mientras esté Valeria en casa.
- Puede que ella quiera unirse a la fiesta.