La madre de Carlos

CondeMiko

Virgen
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Tenía pensadas otras historias, incluso algo especial que quiero abrir cuando lleguen próximos mese sobre mi vida y las cosas que me han ocurrido, pero antes os dejo esta historia de la que sólo pensaba dejar algunos bosquejos para escribirla otro día pero que me ha llevado hasta el final.

Como leeréis hay muchas "y". No es que esté mal escrito (espero que no) o poco cuidado, simplemente me gusta ese estilo. Lo he escrito ahora mismo, del tirón, casi dos horas y espero que os guste y que comentéis. Es casi una prueba.





Carlos era el amigo del verano. Mientras el resto de los críos que nos juntábamos, cinco o seis, llegábamos al pueblo de otros lugares para pasar lo peor del calor junto a nuestras familias, Carlos era el que vivía en ese pueblo cada día del año. El que se pasaba según él mismo decía contando las semanas para que llegasen julio, agosto y comienzos de septiembre. De entre todos conmigo era con quien tenía más confianza. Supongo que en todos los grupos ocurre igual. Yo era el que escuchaba los secretos que ni siquiera a los otros, buenos amigos, se atrevía. Al que invitaba a pasar la noche en su cuarto con doble cama, una cama que había estado esperando la llegada de un segundo hijo pero que los padres de Carlos no pudieron tener.

Lo que os contaré ocurrió durante aquel tercer verano en que mi familia iba al pueblo. Teníamos alquilada una casa para esos meses.

Con nuestra edad, con nuestras conversaciones que empezaban a girar siempre sobre chicas, las novias que habíamos tenido o no durante el resto del año, o al menos las que nos inventábamos. Al final siempre era lo mismo, todos hablábamos de esa chica especial que no nos quitábamos de la cabeza y que era o nuestra vecina o del cursillo de natación o era la hija de un amigo de nuestro padre. Contábamos si le habíamos podido tocar las tetas por encima o debajo de la blusa, meter la mano por debajo de la falda. Y también de historias morbosas que habíamos oído de nuestro lugar de procedencia o que habíamos leído en las "vivencias" de alguna revista de sexo hurtada del quiosco o de nuestro hermano mayor. La hermana de un conocido del instituto que se había quedado embarazada, las aventuras de la señora X con varios del pueblo y que eran de conocimiento público excepto del pobre de su marido.

Recuerdo que Carlos un día estuvo más callado de lo normal, cuando nos despedimos todos él me dijo que me quedase allí junto al Árbol de Reunión, una especie de Mesa Redonda. Al principio pensé que le había ocurrido algo, sabía que sus padres no se llevaban bien del todo. Nada alarmante, simplemente distanciados, pero con esa edad y uno que escucha la palabra divorcio aquí y allá y lo que eso significa para un hijo. Cuando vio que los demás estaban lo suficientemente lejos me contó algo, nunca supe si por compartirlo, para pedirme consejo o para que le dijese que no se preocupase. Me contó que había escuchado a su madre una conversación con una amiga que había tenido de juventud y que estuvo de visita en el pueblo el invierno pasado. La amiga tenía la edad de la madre, unos 35, era muy guapa y parecía muy divertida, una de esas personas. Carlos se sentó en la escalera a escondidas para escuchar sobre todo, como me quiso resaltar, la voz de esa mujer. La mujer después de unos minutos poniéndose al día le preguntó a la madre de Carlos si aún tenía esa "manía", esa costumbre tan rara suya. La madre de Carlos soltó una carcajada seguramente porque volvía a sentirse como esa cría de hace ya casi dos décadas. Y le dijo que sí, que aún seguía excitándose cuando recibía azotes fuertes en el culo. Al parecer había empezado a recibir azotes de su padre, un hombre seco, osco, que apenas si hablaba con sus hijas o con su mujer excepto en la mesa para corregir algún comportamiento de alguna de ellas, incluída su mujer. Así que casi la única relación que tenía con su padre era cuando éste la azotaba, y que ella a veces provocaba haciendo algo malo o tirando algún cubierto al suelo. Algún listillo dirá que le gustaba ser azotada porque aquella era la única muestra de acercamiento que había tenido su padre hacia ella y que de algún modo intentaba revivir lo que había sentido de cría, no excitación pero sí amor, de un modo retorcido.

La amiga le preguntó si también le había pedido que la azotasen algunos novios que tuvo, en el instituto y después. Esta sabía que uno, con el que más estuvo, lo hacía. Y soltó una gran carcajada cuando la madre de Carlos le dijo que casi todos la habían azotado. Que incluso su marido se lo hacía hasta no hace mucho. Pero que desde unos años acá no la tocaba casi de ninguna manera y mucho menos para atender a sus gustos peculiares. Pero que había encontrado a algunos que podían ofrecerle eso que ella buscaba. La reacción de la amiga no fue de reprobación ni mucho menos, más bien todo lo contrario. Y así la madre de Carlos entre risas le contó que se traía a casa al chico de la gasolinera, que tenía pocos años más que Carlos y yo, y a un vecino que estaba casado, 20 años mayor que ella pero muy discreto y que tenía manos enormes, callosas y que según ella eran como el azote de un padre. Además estaba otro hombre de unos cuarenta que era abogado y que era el que llevaba los temas legales del ayuntamiento, un forastero.

Le contó que el chico de la gasolinera, Santi se llamaba, (y que entre otras cosas se divertía dando golpes pequeños pero humillantes al pobre de Carlos en el instituto hasta que lo dejó para ir a trabajar), dijo que era muy dulce al principio cuando entraba por la puerta. Callado, con la mirada baja, aunque eso fue cambiando con el tiempo. Pero que después cuando se excitaba y ya había dado varios azotes suaves se convertía en un pequeño sádico. Más de una vez le había preguntado si quería que le diese con la correa y ella le decía entre risas que no, que lo hiciese con la mano todo lo fuerte que quisiese, hasta dejarla bien marcada. A veces le daba un poco de miedo porque no sabía si él podría controlarse pero que eso la ponía muy caliente, saber que ese crío podía hacerle daño de verdad. Cuando estaba exhausto de tanto azotarla, jadeando y con una erección enorme, ella sin moverse de donde estaba, tumbada bocabajo en la cama, vestida pero con la falda subida hasta la espalda, le decía que podía follarla. Él ni se quitaba la ropa entonces ni la descubría a ella más de lo que estaba. Se abría la cremallera, se la sacaba toda enorme y así la montaba algunos minutos hasta que se corría dentro. Entonces sin decir nada más se incorporaba, se la metía de nuevo dentro de los pantalones, y se volvía a subir la cremallera. Antes de marcharse y sin que ambos cruzasen una sola palabra él la azotaba de nuevo varias veces más por desprecio que por otra cosa (según le contaba ella a su amiga) y se marchaba. Ella con los últimos azotes, toda llena del semen de ese chico saliéndole del coño y sabiendo que esos últimos azotes habían sido para humillarla por lo guarra que era, le servían para masturbarse cuando ya estaba sola. Sin moverse de esa posicón se metía la mano por debajo y llegando a su coño empezaba a frotarse con los dedos hasta que se corría y del cansancio soltaba algo de saliba escupida en la almohada. Y allí se quedaba varios minutos.

También le contó que lo del hombre casado que vivía en la misma calle, y que tenía caballos y algo de ganado, había empezado una noche de feria Ambos se conocían solo de vista e iban con sus parejas. Que cuando fue a montarse en una de las atracciones mientras subía la escalera casi se cae pero que él detrás le puso toda su enorme mano en el trasero y que ella casi se sintió flotar. Fue tan seguro que ella creyó durante mucho tiempo que de algún modo había escuchado hablar al chico de la gasolinera en alguna bravuconada y que el agarrarle el culo y que ella le sonriese había sido la confirmación. Un día sin más se presentó en su casa y ni hablaron. Ella sonrió y se fue a su cuarto. Él la siguió, ella se tumbó en la cama hacia abajo y se subió la falda. Él quiso montarla a pelo, sin besos ni nada, pero ella le dijo que la azotase muy fuerte. Él al principio, esa primera vez, no supo cómo reaccionar, pero ella le cogió esa mano con la que se había masturbado pensando en lo grande que era los días atrás, y se la sacudió contra el culo, una y otra vez hasta que él empezó a azotarla más y más fuerte. Aquel hombre conseguía lo que no hacía el crío, que gimiese de placer con cada nueva palmada. Se mordía los labios, agarraba la almohada para mantenerse viva, giraba la cabeza para mirarle cómo era el hombre que la azotaba y mirarse cómo le iba quedando el culo, hasta que él sin que ella le dijese nada la follaba. Cuando más fuerte la estaba montando volvía a azotarla con el anverso y el reverso de la mano, como se fustiga una yegua y ella se corría una y otra vez. Desde luego aquel hombre de cincuenta y tantos años tenía más aguante que el crío de la gasolinera, y ella podía disfrutar más minutos de esa gran jodienda que le estaban dando. Él no desaprovechaba la ocasión y se corría dentro. Cuando había acabado de ponerse los pantalones la agarraba del pelo, le levantaba la cabeza hacia atrás y le decía "buena chica, buena chica" y le propinaba un último golpe en el trasero antes de marcharse. Le contó a su amiga que ese hombre fumaba mucho, curiosamente igual que su padre, y que lo que para cualquier otra hubiese sido una olor horrible a tabaco que dejaba en la habitación, en su dormitorio de matrimonio, para ella era como poder volver a sentirse mucho más joven. El vecino se marchaba y ella se quedaba en la misma posición oliendo. Y que debido a ese fuerte olor a tabaco había tenido más de un problema con su marido cuando a la noche entraba en su dormitorio. Ella le mintió, le insultó e incluso le acusó de que era él el del tabaco, cualquier cosa menos la verdad. Pero nunca se planteó dejar de verlo. En alguna ocasión se habían encontrado en la calle, o en el colegio de sus hijos, y ella le sonreía. Si se quedaban un momento a solas, o se cruzaban en un pasillo él le daba un buen azote sin cambiar el gesto de su cara.

También le contó que el tercero, el abogado, cuando llegaba al pueblo por la mañana y entregaba el trabajo en el ayuntamiento lo primero que hacía era venir a su casa. Que a este no se lo llevaba directamente arriba sino que exigía que se la mamase allí abajo. Tenía una polla larga y delgada, de esas que parece un escalpelo. Se la sacaba por la bragueta y ella de rodillas se la empezaba a chupar en la cocina, o a los pies de la escalera o allí mismo en el salón donde ambas estaban hablando. La amiga soltaba una risa sonora. Cuanto mejor se lo hiciese, le había advertido él el primer día después de escuchar lo que ella buscaba, mejor la azotaría. Como era de manos delicadas por su oficio no acostumbrado al trabajo físico y manual, la azotaba con un trapo enrollado y mojado, a izquierda y a derecha, montado detrás de ella. Otras veces usaba algún cuadernillo que trajese en su maletín. Con los presupuestos del pueblo o la última querella contra el ayuntamiento por el fracaso escolar o el maltrato a los animales por parte del ayuntamiento. Él le leía las primeras líneas donde se detallaba el tema de la acusación y después la golpeaba una y otra vez hasta que la carpeta quedaba completamente torcida. "Ahora puta te voy a dar con esta, ¿sabes de qué trata? Es de los recortes escolares que va a haber este año porque el alcalde tiene a una zorrita en la ciudad. Los críos de este pueblucho se van a quedar sin calefacción, sin viaje fin de curso y sin material didáctico básico." Le golpeaba con la carpeta y le preguntaba "¿Qué te parece, puta?" Y ella gritaba "¡¡¡Sí!!!!" "¿Te parece bien que te azote, pedazo de puta, mientras esta mierda de lugar se va al carajo?" "¡¡¡Sí!!!!" "Y claro, te gusta que sea con los documentos con los que eso se va a hacer realidad, ¿verdad, fulana de mierda?" "¡¡¡Sí!!!!, golpéame más" Y entonces el abogado la penetraba con su polla larga y delgada y ella sentía cómo se abrían pliegues de su interior a los que ni su vecino mayor podía llegar.

Un día, hará unas semanas, mientras él la montaba y la azotaba y ella mordía las sábanas, el abogado le leyó la decisión de la empresa a petición del ayuntamiento de eliminar 30 puestos de trabajo de la fábrica donde su marido trabajaba y que había quedado desfasada para abrir una nueva con gente joven. El abogado se la estaba meneando al lado de ella mientras le golpeaba con la carpeta que contenía ese dictado. Enrolló la carpeta y se la metió poco a poco retorciéndola, en el coño, más que por darle placer por verla con la carpeta sobresaliendo de su coño como un mástil. Mientras la azotaba con la mano por primera vez. Ella se estaba corriendo cuando el abogado le dijo que gracias a eso su marido perdería el trabajo y se echó a reír. Ella estaba tan excitada que gritaba que la siguiese golpeando. "¿También te excita saber que el cornudo va a perder el trabajo?" Y ella gritaba para que la azotase y la volviese a montar. Su amiga rió hasta llegar a una carcajada.

Como podéis imaginar la cara de Carlos en ese momento, sentado en la escalera, y la mía unos meses después bajo el Árbol de Reunión era un poema. Una cosa era que contásemos las más o menos truculentas aventuras sexuales de alguna guarra que nos excitaban pero que eran algo lejano. Pero que la madre de Carlos fuese una de ellas, al menos a mí, fue como un bofetón a mi mentalidad de crío y a la vez una enorme sensación de ansiedad al pensar en ese culo grande y redondo que tenía esa mujer bajo sus faldas anchas y largas. Mientras Carlos se detenía en su narración yo no paraba de imaginar a su madre subiendo las escaleras y a mí levantándole la falda o mientras estaba en la cocina preparándonos la merienda cómo movía su cuerpo y su culo de un lado a otro con la agilidad y desenvoltura de una bailarina con ganas de jodienda.

Las dos semanas siguientes como os imagináis no podía dejar de pensar en otra cosa. Hacía lo que fuese para estar en la casa de Carlos casi a cada hora, incluso cuando sabía que Carlos no estaba allí porque entre otras cosas, he de reconocerlo, había quedado con él en algún sitio a las afueras y yo me iba a su casa para ver qué falda tenía ese día. La seguía desde la esquina de su calle hasta la tienda de comestibles, un local casi a oscuras siempre porque el dueño quería ahorrar luz. Y me las ingeniaba para poder verla al trasluz de la puerta cuando llevaba ropa más transparente. Una delicia. Y a la vuelta me hacía el encontradizo y la ayudaba a llevar la compra a su casa (no sé, pero creo que esto lo hemos hecho muchos) y entreba hasta la cocina y le insistía en ayudarla a meter los productos en la despensa y aprovechaba para intentar meter la cabeza debajo y ver si arañaba algo de ese culo, incluso alguna vez con sólo dos dedos y la maestría de un ladronzuelo cuando la veía más atareada con algo pesado o colocando algo bajo el fregadero, le levantaba, sin que se diese cuenta, la falda unos centímetros, lo que en la práctica no significaba casi nada pero que me ponían enfermo.

Quizás llevado por mi enorme excitación que iba creciendo más y más o por la insolencia que da la juventud un día me decidí a dar el paso. Como mal amigo quedé con Carlos en una arboleda a las afueras y yo me fui a su casa. Más que a la guarra salida tenía en mi mente a esa mujer que incluso cuando la azotan o le agarran el culo en público sonríe abiertamente. Llamé, entré y mientras me decía que Carlos se había marchado y que no sabía cuánto tardaría le solté de pronto que el chico de la gasolinera iba diciendo que le gusta que la azotasen. Se hizo el silencio. Yo tragué saliba y añadí de manera apresurada que si ella quería podía hacérselo yo. Lo dije para que sonase que le estaba prestando un servicio (cosas de la edad). Lo siguiente fue que ella sonrió y cogiéndome la mano me dijo ven, y ambos subimos las escaleras. Para que no pensase que era un crío (jaja, ¿y qué otra cosa era si no?) le agarré bien fuerte el culo y ella se echó a reír. Lo siguiente fue maravilloso. Se tumbo hacia abajo en la cama como me la había imaginado y se levantó la falda. Tenía un culo grande, pero no enorme, redondeado, blanco, y su coño se podía ver por detrás. Acerqué la cara y olí y aunque no olí a nada aquello me pareció el paraíso. Se lo magreé y lo separé por el centro para verle mejor el coño. Como en las películas que había visto me llevé dos dedos a la boca, los unté de saliva y se los repasé arriba y abajo por su coño. Le di un par de azotes no muy fuertes y la miré. Su cara no expresaba nada, como si estuviese allí sola, pensando. Así que empecé a darle más fuerte, diez, quice veces, y vi cómo ella empezaba a cerrar los ojos y a morderse los labios. "¿Más?", le pregunté y ella dijo "Sí, pórtate bien conmigo" Por fortuna la polla me respondió a pesar de los nervios, algunos azotes casi se los daba en los muslos o en la espalda de lo cansado que estaba. Seguí hasta la extenuación azotándola, hasta que ni sentía la mano, y le pregunté algo seguramente sacado también de alguna película "¿Tienes el culo bien preparado?" Su respuesta fue un "Sí, estoy preparada" tan sumiso y complacido que me sorprendió y me dio valor para lo siguiente. La empecé a montar, dos o tres envestidas y se la sacaba para frotarlo por el coño. Aquello me encantaba. Volvía a metérsela y a sacársela para frotarle el clítoris o eso creía yo. Para que no dijese nada, aunque después he comprendido por la experiencia que ella no hubiese dicho nada, empecé a follármela con un ritmo rápido metiéndosela al máximo para que (ella no podía imaginárselo) no me comparase mal con el abogado o con el vecino mayor o con el imbécil de la gasolinera. Cada vez que estaba a punto de correrme la dejaba metida, palpitando, y volvía a azotarla, para que durase más. Ella decía muy bajito, como para sí misma "¡¡Sí!!, ¡¡sí!!, eso es, así" Joder, sabía que me estaba tirando a un auténtico putón y empecé a follármela no como la tía a la que había deseado tanto sino como a una zorra con gustos raros y con la que no iba a tener ni una palabra cariñosa cuando le corriese todo el coño. Con la corrida dentro de ella me apoyé en su culo para despegarme y me vestí al lado de la cama. La miré un par de veces y sonreía, me miraba y decía "Gracias". Su culo estaba completamente rojo, en carne viva, se notaba las zonas donde había golpeado más, incluso mi mano perfectamente señalada en algún lado. Volvió a decir muy bajito "Gracias". No le dije nada y me fui.

Lo repetimos varias veces. Yo sólamente tenía que llegar a su casa cuando sabía que Carlos estaba en algún cursillo pagado por su padre que iba a quedarse en el paro y recomendado por su madre para quedarse sola en casa y poder recibir visitas. Ella me abría la puerta y se iba para el dormitorio de arriba. Apenas si cruzábamos alguna palabra. Quizás algún "¿Quieres más, verdad?" Nunca se negaba. Para dejar mi huella personal, algo por lo que le fuese difícil negarse a mí,tras el jovencito con energía de la gasolinera, el hombre mayor que la montaba como a un potra y el hijodeputa del abogado que la trataba como a una zorra de una esquina, yo era ese que le sobaba el culo en su propia cocina con el hijo delante, el que se lo pellizcaba en la tienda, y el que le daba por el culo, o al menos eso creía yo, ya que en su charla con la amiga no dijo nada de que alguno de ellos se la metiese por allí. Tener una zorra disponible, a la que poder encontrarte en alguna tienda, ir y magrearle bien el culo en público, que le suba la falda fuera de su casa y le meta los dedos sin pararse en saludos educados o lubricaciones y que te devuelva una sonrisa no tiene precio.

Tres semanas después llegó el fin del verano. Al pueblo volvimos un par de años más. Y yo seguí haciendo uso de mi nueva puta, incluído un nuevo escenario que nos proporcionó algunos momentos increíbles, una piscina que ella se empeñó en comprar a pesar de que el marido ya por entonces estaba en el paro y no podía permitírselo. Carlos y alguno de los chicos también se bañaba allí y con los juegos y demás, no por mi parte, le metía el puño bien adentro entre los muslos. Siempre procurando ser muy discretos pero con gente presente. Aquel culo con el bikini era lo mejor que los otros chicos habían visto en su vida, y ni se imaginaban que yo lo azotaba y follaba cuando quisiese. Era parte de mi vida. Fueron momentos excitantes, jugando de un modo perverso. Recuerod que a veces me sentía mal, incómodo, por Carlos sobre todo. Pero la calentura por hacer cosas prohibidas o vedadas con la madre de Carlos vencía cualquier reticencia que pudiese tener.

El último verano fue extraño, Carlos casi siempre estaba triste, su madre distante, su padre se había ido en principio para buscar trabajo en otro lugar y mandar dinero a casa pero por lo que dejó entrever Carlos y alguna conversación que pillé se había enterado de lo de su mujer con varios del pueblo. Ese año estuvimos menos tiempo y no volvimos más. Al año siguiente veraneamos en un piso en la playa y al siguente yo ya tenía novia formal y pasaba esos meses de calor con ella alquilando algo para ambos.
 

C10Z

Virgen
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muy bueno.......................
 

CondeMiko

Virgen
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Gracias por las respuestas y por las 5 estrellas.

Algo que no he dicho y que tendrá en común con otros futuros relatos es que casi todos tienen una base real. Algunas menor, otras mayor.

Si me decido a contar las historias de mi vida, que diferenciaré de estos relatos de ficción, se verá, espero, de dónde vienen algunas ideas para escribirlos.
 

nomada2011

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Amigo, muy bueno de verdad, es muy excitante, y capaz que es la fantasía de muchos ejejej un saludo
 
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