La Hora Del Lobo

roman74

Pajillero
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Siempre habÃ*a sido asÃ*, eso era un hecho… algo tan arraigado como la ley de no ser infiel a sus esposos, eso no lo podia creer
Patricia Olmos abrió de repente los ojos y no vio nada. En el dormitorio aún se podÃ*a percibir el aroma a suave incienso que habÃ*a prendido a media tarde, aquella costumbre ancestral que ella habÃ*a adquirido por inescrutables medios atávicos para alejar a los malos espÃ*ritus. Algo que no era cuestionable, dado que las mujeres de su familia habÃ*an practicado el “rito del inciensoâ€� desde hacÃ*a décadas, pasando de madres a hijas desde hacÃ*a tantos años… No recordaba.
Siempre habÃ*a sido asÃ*, eso era un hecho… algo tan arraigado como la ley de no ser infiel a sus esposos: Las mujeres de la familia Olmos jamás, bajo ningún concepto, habrÃ*an de ponerle los cuernos a sus maridos. PodrÃ*an, eso sÃ*, padecer todas las penas del desamor, pero jamás demostrarlo. Nunca. Ni aún cuando los maridos les fueran infieles a ellas, en cuyo caso, tendrÃ*an que soportar con su mejor sonrisa esa cruz, tan pesada para los frágiles hombros de Patricia.
Poco a poco se fue acostumbrando a la penumbra de la habitación. Últimamente tenÃ*a el sueño ligero, le costaba dormirse por las noches y, si lo conseguÃ*a, despertaba repentinamente, asÃ*, en mitad de la noche o ya rayando el alba, siendo ya imposible conciliar el sueño. Entonces permanecÃ*a quieta, en silencio, con los ojos fijos en el techo, procurando no despertar a Miguel, que yacÃ*a a su lado. Y Patricia esperaba. Esperaba para poder escapar a la habitación de invitados en cuanto se aseguraba del sueño de su marido.
La habitación de invitados, donde dormÃ*a Sebastián desde hacÃ*a varios dÃ*as.
Setián, como le llamaban todos, era el mejor amigo de Miguel, se conocÃ*an desde que estaban en la guarderÃ*a. HacÃ*a ya tres dÃ*as que estaba con ellos, bajo su mismo techo, por supuesto… Miguel no hubiera permitido que teniendo él una casa Sebastián durmiera en un hotel a su paso por Madrid. Craso error, pensó Patricia. Miguel tenÃ*a una confianza tan ciega en ella, o en su familia (la de ella), que estaba ciego. O quizás, simplemente le daba lo mismo que ella pudiera fijarse en su amigo. Hasta quizá lo deseaba, para librase de culpa.
Patri giró la cabeza para observar a su marido. Apenas llevaban dos años de casados, pero ella sentÃ*a que habÃ*an pasado siglos: no habÃ*a sido fácil. En absoluto. Le habÃ*an casi obligado a casarse con él porque era un buen muchacho, de buena familia (vamos, con pedigree… y bien cubiertas las espaldas), guapo, atlético… y encima, ella no le amaba. El matrimonio perfecto. Una condena en vida. Pero lo cierto es que cuando se casó con él, Patricia no estaba enamorada de nadie, asÃ* que tampoco le supuso una tragedia. Ella solo amaba la pintura, su sueño era llegar lejos y estudiaba Bellas Artes, pero…el matrimonio arrasó con todo. Tuvo que quedarse en su casa, con la pata quebrada, como quien dice, jugando a las casitas con un hombre al que apenas veÃ*a. Casi que mejor, porque juntos solo sabÃ*an discutir.
Se colocó de costado y apoyó la mejilla en la palma de su mano izquierda, extendida, para mirarle mejor. Él dormÃ*a tranquilamente, como si no hubiera absolutamente nada en el mundo que pudiera alterar su descanso, y ajeno al insomnio y a las excursiones nocturnas de su mujer. Quizás el incienso no cumpliera su cometido, o quizás simplemente que los milagros ya no tenÃ*an cabida en la derrota de sus vidas; después de tantos y tantos naufragios y abdicaciones, la Nada. ¿Dónde subyacÃ*a el error, en qué momento todo se habÃ*a quebrado?
Se incorporó en la cama y, alargando el brazo, se colocó sobre los hombros su suave bata de seda. Caminó de puntillas hacia la puerta, furtiva, huyendo de la insensible bestia dormida. Avanzó por el largo pasillo del chalet como en una ensoñación, hasta llegar a la puerta del cuarto de invitados. Accionó el pomo y abrió exaltada, expectante, como si dentro se hallara el más preciado de los tesoros. Setián, adorado Setián… allÃ* estaba él, tumbado de espaldas, el contorno de su cuerpo perfectamente delineado por la fina sábana que le cubrÃ*a hasta medio pecho. Ella se acercó a los pies de la cama y sujetando uno de los extremos de l
a misma, la deslizó pausadamente hacia abajo, destapando aquel cuerpo que tanto deseaba, aquel cuerpo que consideraba ya suyo a pesar de que aún él no lo supiera… aquel tantas veces explorado en silencio, un dÃ*a tras otro, siempre entre las penumbras del cuarto de invitados donde Setián dormÃ*a y sin que ella se atreviera ni tan siquiera a rozarle… ¿Cuántas mujeres habrÃ*an recorrido aquella divina anatomÃ*a? ¿Cuántas conocerÃ*an los recovecos de Setián, toda su orografÃ*a? Frunció el ceño, molesta por las cuestiones que siempre le asaltaban en los mejores momentos.
Fue entonces cuando Patricia dio el primer paso, apoyando por primera vez las manos sobre la cama de Setián, después de tantos dÃ*as observándole a escondidas. Y pensando en su madre, en sus tÃ*as, en su abuela, se sentó en la cama.
Se inclinó hacia el pecho de Setián, entrecerrando los ojos, sintió su olor. Eso le reconfortó. Posó su mano derecha sobre el vientre de su amante, sintiendo el vello del bajo vientre en la palma de la mano, pero Setián, con un gruñido, se movió, quedando frente a ella, completamente desnudo como estaba, completamente dormido, soñando con solo sabe Dios qué, enteramente entregado a sus fantasÃ*as. Ella descendió a la altura de su cintura y le rodeó tÃ*midamente con un brazo, conteniendo la respiración, insegura, sin dejar de mirarle a los ojos por temor a que despertara. Comenzó a acariciarle el culo prieto, desterrando sus sospechas de infidelidad ajenas, decidida a disfrutar del cuerpo dormido que tan confiadamente se mostraba ante ella.
En un principio simplemente se dedicó a masajear lentamente su retaguardia, rozando el vello que crecÃ*a justo en su profunda raja, tratando de abarcar, sin éxito, aquellas considerables nalgas con una mano. Aquel chico tenÃ*a un culo precioso, grande (pero no demasiado), redondo, prieto, con unas nalgas suaves y con miles de pelillos protectores por entre la raja, un culo capaz de sostener medio mundo. Patricia inició una prueba de reconocimiento con la punta de los dedos, tratando de alcanzar el ano… y justo lo habÃ*a conseguido cuando Setián, notando que algo andaba mal en ese noble punto inferior, se removió inquieto.
Patricia, sorprendida, retiró la mano, pero no se movió. Permaneció inmóvil hasta que, pasados unos segundos, pensó que él ya no se despertarÃ*a. Entonces descendió un poco más, más allá del bajo vientre, descubriendo la más ansiada de las riquezas de Setián… acercó su cara al laxo pene y rozó juguetona, con la nariz, la base, aspirando su aroma, sumergiéndose en el vello púbico que rodeaba la base de la ansiada verga.
No se lo podÃ*a creer. ¡¡ Ella, Patricia Olmos, con la nariz hundida en el sexo del mejor amigo de su marido!! Si su familia se enterase… ¡¡ si Miguel se enterase !!.
En ese preciso instante cerró los ojos, tratando de no pensar. Aquel era su momento de gloria, quizás el único en el que podrÃ*a disfrutar de aquel hombre que tanto deseaba. ¿Violación? No, por Dios!! Solo era… era… bueno, estaba segura de gustarle a Setián y… si, seguro que ella también le gustaba a Setián, si, a veces la miraba… como…¿libidinosamente?. Si. Seguro. Su mano sobre el fuego no se quemarÃ*a.
Mañana en la batalla piensa en mÃ*, cuando fui mortal, y caiga tu lanza.
Patri, más decidida, sujetó con el Ã*ndice y el pulgar la base del pene de Setián y se lo introdujo en la boca despacio, casi ritualmente, acariciándolo con los labios, a la vez que con los mismos dedos trataba de retirar la piel. Poco a poco la maravilla dormida comenzó a entrar en calor gracias a su saliva y, despertándose gratamente sorprendido, se quedó totalmente erecto, grandioso, apetitoso – ella lo miraba con gula: aquella era una polla convencida de poder acabar con el mundo de un solo mancajazo. Carne en barra de primera calidad.
Ella acarició aquel apéndice sagrado, extasiada ante las dimensiones que habÃ*a alcanzado, sorprendida por su suavidad y maldiciendo la semioscuridad que le impedÃ*a disfrutar del color de tamaño prodigio de la naturaleza. Quizás por eso no se dio cuenta de que Setián acababa de despertarse, seguramente a la par que el despertar de su miembro, y que la miraba casi sin creérselo, preguntándose si aún soñaba, viendo a Patricia arrodillada, con su rostro a pocos centÃ*metros de l
a punta de su verga y con las manos paseando libremente por su anatomÃ*a más recóndita.
Pero, pese a su sorpresa, no dijo nada. Es más, siguió haciéndose el dormido para no despistar a la chica, la mujer de su mejor amigo, quien le habÃ*a acogido en su casa, Miguel, su amigo desde la infancia, Miguel, que seguramente jamás habÃ*a deseado a su mujer tanto como la habÃ*a deseado Setián desde que, dÃ*as atrás, la vio por primera vez.
Setián sentÃ*a la respiración acelerada de Patricia sobre si pelvis y pensó en la cantidad de veces que habÃ*a imaginado la desnudez de aquella diosa cada vez que la observaba afanarse en las tareas domésticas, cuando pasaba a su lado y apenas le rozaba, cuando la veÃ*a con esos vestidos que la tapaban desde la garganta hasta más allá de las rodillas… “viene de una familia muy católicaâ€�, le habÃ*a comentado Miguel en un intento de disculpar la forma tan beatÃ*fica que tenÃ*a su mujer de vestir… Miguel, el cazador insaciable, que se estaba acostando dÃ*a si y otro también con su secretaria, Miguel, que apenas valoraba a la diosa encubierta que tenÃ*a por mujer. Y ahora, aquella diosa reverenciada, estaba allÃ*, en su cama, disfrutando como una niña del cuerpo de aquel que no era su marido, de aquel desconocido a quien creÃ*a dormido. El pensar que Patricia preferÃ*a estar con él antes que con su marido le puso malo… estaba a punto de estallar. Ojalá hubiera podido agarrarla y hacer que se montara sobre él, que engullera con su sexo su enhiesto miembro, obligarla a que cabalgara sobre él como jamás – seguramente- se habrÃ*a atrevido a hacerlo sobre su marido… pero la respetaba demasiado. QuerÃ*a a esa mujer para él, acabar sus dÃ*as con ella, de la mano hacia lo que quedara…
No pudo reprimir un suspiro cuando ella se metió su polla hasta la garganta, y lo hizo varias veces, con frenesÃ*, hasta que Setián no pudo más y, casi avergonzado, no alcanzó a evitar correrse en la boca de Patricia. Pero ella no se apartó, sino que, dirigente, tragó todo el semen, saboreó todo el semen como si de ambrosÃ*a de dioses se tratara, una delicia de gourmet, como si no hubiera comido durante siglos… y en verdad era la primera vez que lo probaba. Y le habÃ*a gustado tanto, que le lamió el pene hasta que Setián sintió que le ardÃ*a la piel.
Cuando Patricia estuvo convencida de que ni la más mÃ*sera gota de semen habÃ*a sido desperdiciada, se incorporó, cubrió cariñosamente a Setian con la sábana de raso a la altura de medio pecho, y salió sigilosamente de la habitación, tal y como habÃ*a entrado, sin dejar rastro.
Ya a solas, Setián se incorporó en la cama y palpándose su nuevamente adormecido miembro, se prometió a sÃ* mismo que aquello no podrÃ*a quedar en una simple aventura nocturna de su anfitriona.
Mientras, Patricia regresaba a tientas por el largo pasillo.
HabÃ*a comprendido que ya no existÃ*a razón alguna por la que temer a la hora del lobo, porque el lobo ya no existÃ*a. HabÃ*a desaparecido, llevándoselo todo consigo.
Pero aún quedaba vida.
Se acomodó en su lado concertado de la cama matrimonial y pronto se quedó dormida… soñando con los futuros labios que esperarÃ*an soñolientos a que ella los despertara de nuevo…
 
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