Rosalía vivía en Londres. Era una joven, alta, morena, de ojos azules, y fotógrafa de profesión. Estaba en la cama de matrimonio esperando por su marido. Quería darle una sorpresa, y como había quedado en llegar la siete de la tarde, lo esperaba desnuda.
Sintió la llave en la cerradura de la puerta de la casa y se puso en la misma pose de la Maja desnuda de Goya. Sintió unos pasos venir hacia la habitación y en sus labios se dibujó una pícara sonrisa. Al abrirse la puerta de la habitación le dio un vuelco el corazón, porque en la puerta estaba un treintañero fornido de más de un metro ochenta de estatura. No le dio tiempo a taparse ni a chillar. El fortachón, de dos zancadas, llegó a la cama, se sentó en el borde y le tapó la boca con una de las manoplas, luego sacó una navaja jamonera y se la puso en el cuello.
-Te voy a sacar la mano de la boca, si chillas atente a las consecuencias.
Le sacó la manopla, le miró para las tetas, unas tetas medianas y firmes, vio sus pequeñas areolas rosadas y sus pequeños pezones, luego vio su fina cintura, sus caderas anchas, sus piernas largas y torneadas y su coño, un coño que tenía una tremenda mata de pelo negro, y se olvidó de lo que venía a hacer. Rosalía le dijo:
-Mi marido va a llegar de un momento a otro y lleva pistola.
-Tu marido está en un motel con su secretaria usando esa pistola y tú deberías estar en la peluquería.
-Mi marido...
Le calló la boca con un beso con lengua, y luego le dijo:
-Tu marido está follando. Magrea las tetas.
Con la punta de la navaja en el cuello, no le quedó más remedio que magrear las tetas.
El ladrón, que era moreno, de ojos verdes y muy atractivo, se puso en pie, sacó su polla morcillona, comenzó a menearla, y le dijo:
-Baja una mano al coño, mira para mi polla y mastúrbate.
Rosalía, mirando para la polla, que era como la de su marido, dándose dedo y magreando las tetas, comenzó a ponerse cachonda. Poco después, el ladrón le puso los huevos en la boca.
-Lámelos y chúpalos.
Lamió y chupó.
-Ahora mama mi polla.
La mamó y su coño comenzó a chapotear cuando los dedos llegaban al fondo.
Al tenerla a punto de caramelo, se desnudó, subió a la cama, se metió entre sus piernas y le lamió el clítoris con la punta de la lengua, se lo lamió de abajo a arriba y despacito. Rosalía no pudo evitar comenzar a gemir. El ladrón quiso hacerla sufrir, y lo hizo parando de lamer cada vez que Rosalía se iba a correr. Tanto la desesperó, que Rosalía acabó cogiéndole la cabeza, apretándola contra su coño y frotando el clítoris contra su lengua.
Al acabar de correrse, le dijo el ladrón:
-Ahora ponte a cuatro patas,
Rosalía se puso a cuatro patas. El ladrón se arrodilló detrás de ella y se la frotó en el coño antes de metérsela. Tenía el coño lubricado y la polla entró en él como entraría un cuchillo caliente en la mantequilla. Con toda la polla dentro, le dijo ella al ladrón:
-Si llega mi marido y me ve así, te mata a ti y me mata a mí.
-No vendrá, ya te he dicho que está follando con su secretaria en un motel. Os he estado siguiendo.
-Ya me estoy dejando, no hace falta que me mientas.
-No te miento.
Le echó las manos a las tetas y le dio despacio... En nada se corrió como una perra, luego le volvió a dar, pero ya le dio caña. Tiempo después, al sentir de nuevo sus gemidos pre orgasmo, paró de darle y le dijo:
-Acaba tú.
Rosalía movió el culo a toda mecha, de delante hacia atrás y de atrás hacia delante, hasta que se corrió de nuevo. Corriéndose, sintió cómo el ladrón le llenaba el coño de leche.
-¡Eres bueno, follando ladrón!
Al acabar de correrse, echado boca arriba sobre la cama, le preguntó:
-¿Y tú no sabes hacer más que lo que me has hecho?
-Si no fueras un ladrón y un violador, ibas a saber quién soy yo.
-La navaja está en el piso, ya no te estoy violando, y tampoco te voy a robar.
-¿Y?
-Y no tienes coño a subir encima de mí y a darlo todo.
-¿Me estás retando?
-Sí.
Rosalía se olvidó de su marido.
-Yo no rechazo un reto.
Subió encima del ladrón y le puso el coño en la boca. Casi toda la leche había salido de su coño, pero le dijo:
-Lame tu corrida.
El ladrón, con las manos en su cintura, primero le lamió el coño y el ojete, y después se los folló con la lengua, ambos se le abrían y se le cerraban.
-Me estoy poniendo malita otra vez.
-¿Quieres correrte así?
-Sí.
El ladrón le enterró la lengua en el coño y Rosalía se encargó de frotarse a su aire hasta que descargó en su boca. Convulsionándose exclamó:
-¡Qué pedazo de corrida!
Luego de correrse, lo besó y acto seguido le metió la polla entre las tetas y lo masturbó con ella un rato. Después se puso el coño a tiro, el ladrón la cogió por la cintura, se la metió de un zurriagazo y después le dio a mazo. Pasado un tiempo, le decía Rosalía:
-¡voy a correrme otra vez!
El ladrón, sin parar de machacarle el coño, le dijo:
-Córrete.
A Rosalía se le quebró la voz al correrse.
-Me co, co, co, co, coorroooo.
Se corrió con la cabeza en su cuello, y allí se quedó hasta que volvió a la carga.
-Acabemos la historia.
Rosalía llevaba un tiempo casada, pero nunca se había atrevido a decirle a su marido que se la metiera en el culo. Al ladrón tampoco se lo iba a decir, pero le cogió la polla, la frotó en el ojete y la puso en la entrada. El ladrón le metió el glande. Rosalía, empujando con el culo, la siguió metiendo.
-¡Qué rico!
La metió toda en el culo y con ella en el fondo, le dio las tetas a mamar, tetas que el ladrón devoró. Luego lo folló despacito, frotando su clítoris contra su pelvis y comiéndole la boca. Follándolo, le preguntó:
-¿Tenía coño a subir encima de ti y a darlo todo, o no?
-Tenías.
Lo folló como quiso y cuanto quiso, bueno, cuanto quiso, no, porque llegó un momento en que el ladrón no pudo más y se corrió dentro de su culo. Al sentir la leche dentro de su culo, frotó más aprisa el clítoris contra la pelvis.
¡Qué rico, qué rico, qué rico! ¡¡Me corro!!
Se corrió y lo hizo a lo grande.
Acabaron, por ese día, pues el ladrón volvió, y cuando lo hizo ya Rosalía había confirmado que su marido le era infiel.
Rosalía estaba en un restaurante de lujo, sentada a una mesa con su cuñada Renata, que era oficinista. Tomaban dos martinis secos. Estaban vestidas con trajes de noche negros y esperaban por Bruno, su suegro, que las había citado allí para hablar con ellas.
Le preguntaba Rosalía a su cuñada.
-¿Qué perfume llevas?
-Sauvage de Dior. ¿Te gusta?
-Me encanta, yo llevo un L´art & La Matiere, pero tu perfume lo eclipsa.
-A mí me gusta tu perfume tanto como el mío.
Rosalía cambió de tema.
-¿Tienes idea de por qué Bruno me ha hecho venir desde Londres para cenar contigo y con él?
Renata, que era una morocha, alta, de cabello negro y largo, ojos color avellana y con todo tan bien puesto como su cuñada, le respondió:
-No tengo ni idea.
Bruno, que era un cuarentón que se dedicaba a negocios poco limpios, llegó al restaurante vestido con un traje marrón de Armani y calzando unos zapatos marrones que brillaban más que el sol, y se sentó a la mesa.
-Me alegra que hayáis acudido a la cita.
Llegó el camarero, pidieron, y mientras esperaba, le preguntó Rosalía:
-¿Por qué nos has citado?
-Después de cenar, lo digo.
Renata le dijo:
-No me bajaría la cena con el suspense.
Rosalía coincidía con su cuñada.
-Ni a mí.
Bruno, de la sonrisa que les había dedicado al llegar, pasó a poner cara de Nerón.
-Cómo queráis... A ti, Rosalía, te invité a esta cena, porque los cuernos que le metes a mi hijo ya llegaban desde Londres hasta Galicia.
Rosalía se hizo la ofendida.
-¡Yo no engaño a tu hijo!
Bruno no estaba para escuchar mentiras.
-¡¿No lo engañas?!
-¡No!
Bruno sacó un papel y leyó:
-Follaste con un ladrón que entró en tu casa, follaste con un desconocido, follaste en la playa, en el mar, en el río, bajo la ducha y en la bañera, follaste en todas las habitaciones de la casa y no con mi hijo. ¿Sigo?
-Sigue, a ver cuántas mentiras más dices.
-Follaste en el cine, follaste en una cabina de teléfonos, follaste en un ascensor, follaste en la oficina de mi hijo, y no con él, follaste con un culturista tatuado hasta las orejas, follaste atada, con los ojos vendados y con la boca amordazada, follaste con otra mujer. Follaste con el marido de tu mejor amiga en la cocina de tu casa mientras su mujer y mi hijo, estaban en la sala de estar.
-¿Sigo?
-Sigue, sigue.
-Follaste en un baño público, follaste con un boby y con tu profesor de inglés, follaste con un hombre mayor, has hecho un trío con dos hombres, otro con dos mujeres, has hecho una orgía, has hecho BDSM y has tenido sexo teledirigido en público, y eso en el último mes.
Rosalía seguía negándolo todo.
-Es todo mentira podrida. ¿Quién te dijo esas barbaridades?
-El ladrón que entró en tu casa era un detective privado.
Rosalía, viéndose pillada, ya no se molestó en negarlo.
-¡Me has estado espiando!
-Es mi hijo.
Rosalía sacó las uñas y contraatacó.
-¡¿No era tu hijo hace tres meses cuando nos visitaste con las anchoas, las aceitunas, el queso, el jamón y el vino?! Tú me iniciaste en la infidelidad y para eso me tuviste que emborrachar. Yo no era así.
Renata escuchaba y callaba, pero ya sabía por qué las había citado allí.
Interrumpieron la conversación tres camareros poniendo los primeros platos. Al irse los camareros, le dijo Renata a su cuñada:
-¡¿Ha follado con toda esa tropa?!
-Por su culpa, porque me emborrachó...
-Yo no me emborracho si no quiero, Rosalía, y aunque esté borracha, que ya lo he estado, no me he dejado más que con mi marido, pero eso no quita para que lo de Bruno sea de silla eléctrica.
Rosalía hizo una pequeña aclaración.
-Cuando me folló ya estaba cuerda. Me había emborrachado para que se me soltara la lengua y le contara todo lo que deseaba hacer en la cama y que no me hacía su hijo, es un cabrón.
Bruno había ido a por lana e iba a salir trasquilado, pues Renata le dijo:
-¿Es así como querías pescarme cuando me invitabas a ir a tu casa?
Rosalía le preguntó a su cuñada:
-¡¿Quiso follarte?!
-Desde el primer día que salió de la cárcel no piensa en otra cosa, y mira que le sobran mujeres...
-De eso hace quince días.
-Pues ni un día dejó de intentarlo.
Bruno le dijo a Renata:
-Tú también tienes lo tuyo, a punto has estado de caer con el vecino.
Rosalía le dijo:
-Déjate de estupideces. En caso de que haya estado a punto de caer con su vecino, que lo dudo, sería porque hace tres años que su marido está en la cárcel, porque tu polla no la quiere y porque los dedos no le llegan. ¿Qué es lo que buscas con toda esa información que tienes?
-De ti que dejes de ser tan puta y de ella que no caiga en los brazos de ese hombre.
-Yo dejaré de ser puta cuando tu hijo deje de follar con otras mujeres.
Viendo que no hacía nada bueno de ella, le dijo a la otra:
-¿Y tú, Renata?
-Yo ya no iba a caer... ¿El apretón con el vecino lo supiste por su mujer?
-Sí, me dijo que os pilló bien arrimados.
-¿Y tú de qué conoces a esa mujer?
-De que tiene dos rosas tatuadas en el culo, una en cada nalga.
-Ya veo cómo lo has sabido.
Cenaron, hablaron de otras cosas y tiempo después. Bruno pagó la cuenta, se fue y las dejó tomando un par de vinos.
Sintió la llave en la cerradura de la puerta de la casa y se puso en la misma pose de la Maja desnuda de Goya. Sintió unos pasos venir hacia la habitación y en sus labios se dibujó una pícara sonrisa. Al abrirse la puerta de la habitación le dio un vuelco el corazón, porque en la puerta estaba un treintañero fornido de más de un metro ochenta de estatura. No le dio tiempo a taparse ni a chillar. El fortachón, de dos zancadas, llegó a la cama, se sentó en el borde y le tapó la boca con una de las manoplas, luego sacó una navaja jamonera y se la puso en el cuello.
-Te voy a sacar la mano de la boca, si chillas atente a las consecuencias.
Le sacó la manopla, le miró para las tetas, unas tetas medianas y firmes, vio sus pequeñas areolas rosadas y sus pequeños pezones, luego vio su fina cintura, sus caderas anchas, sus piernas largas y torneadas y su coño, un coño que tenía una tremenda mata de pelo negro, y se olvidó de lo que venía a hacer. Rosalía le dijo:
-Mi marido va a llegar de un momento a otro y lleva pistola.
-Tu marido está en un motel con su secretaria usando esa pistola y tú deberías estar en la peluquería.
-Mi marido...
Le calló la boca con un beso con lengua, y luego le dijo:
-Tu marido está follando. Magrea las tetas.
Con la punta de la navaja en el cuello, no le quedó más remedio que magrear las tetas.
El ladrón, que era moreno, de ojos verdes y muy atractivo, se puso en pie, sacó su polla morcillona, comenzó a menearla, y le dijo:
-Baja una mano al coño, mira para mi polla y mastúrbate.
Rosalía, mirando para la polla, que era como la de su marido, dándose dedo y magreando las tetas, comenzó a ponerse cachonda. Poco después, el ladrón le puso los huevos en la boca.
-Lámelos y chúpalos.
Lamió y chupó.
-Ahora mama mi polla.
La mamó y su coño comenzó a chapotear cuando los dedos llegaban al fondo.
Al tenerla a punto de caramelo, se desnudó, subió a la cama, se metió entre sus piernas y le lamió el clítoris con la punta de la lengua, se lo lamió de abajo a arriba y despacito. Rosalía no pudo evitar comenzar a gemir. El ladrón quiso hacerla sufrir, y lo hizo parando de lamer cada vez que Rosalía se iba a correr. Tanto la desesperó, que Rosalía acabó cogiéndole la cabeza, apretándola contra su coño y frotando el clítoris contra su lengua.
Al acabar de correrse, le dijo el ladrón:
-Ahora ponte a cuatro patas,
Rosalía se puso a cuatro patas. El ladrón se arrodilló detrás de ella y se la frotó en el coño antes de metérsela. Tenía el coño lubricado y la polla entró en él como entraría un cuchillo caliente en la mantequilla. Con toda la polla dentro, le dijo ella al ladrón:
-Si llega mi marido y me ve así, te mata a ti y me mata a mí.
-No vendrá, ya te he dicho que está follando con su secretaria en un motel. Os he estado siguiendo.
-Ya me estoy dejando, no hace falta que me mientas.
-No te miento.
Le echó las manos a las tetas y le dio despacio... En nada se corrió como una perra, luego le volvió a dar, pero ya le dio caña. Tiempo después, al sentir de nuevo sus gemidos pre orgasmo, paró de darle y le dijo:
-Acaba tú.
Rosalía movió el culo a toda mecha, de delante hacia atrás y de atrás hacia delante, hasta que se corrió de nuevo. Corriéndose, sintió cómo el ladrón le llenaba el coño de leche.
-¡Eres bueno, follando ladrón!
Al acabar de correrse, echado boca arriba sobre la cama, le preguntó:
-¿Y tú no sabes hacer más que lo que me has hecho?
-Si no fueras un ladrón y un violador, ibas a saber quién soy yo.
-La navaja está en el piso, ya no te estoy violando, y tampoco te voy a robar.
-¿Y?
-Y no tienes coño a subir encima de mí y a darlo todo.
-¿Me estás retando?
-Sí.
Rosalía se olvidó de su marido.
-Yo no rechazo un reto.
Subió encima del ladrón y le puso el coño en la boca. Casi toda la leche había salido de su coño, pero le dijo:
-Lame tu corrida.
El ladrón, con las manos en su cintura, primero le lamió el coño y el ojete, y después se los folló con la lengua, ambos se le abrían y se le cerraban.
-Me estoy poniendo malita otra vez.
-¿Quieres correrte así?
-Sí.
El ladrón le enterró la lengua en el coño y Rosalía se encargó de frotarse a su aire hasta que descargó en su boca. Convulsionándose exclamó:
-¡Qué pedazo de corrida!
Luego de correrse, lo besó y acto seguido le metió la polla entre las tetas y lo masturbó con ella un rato. Después se puso el coño a tiro, el ladrón la cogió por la cintura, se la metió de un zurriagazo y después le dio a mazo. Pasado un tiempo, le decía Rosalía:
-¡voy a correrme otra vez!
El ladrón, sin parar de machacarle el coño, le dijo:
-Córrete.
A Rosalía se le quebró la voz al correrse.
-Me co, co, co, co, coorroooo.
Se corrió con la cabeza en su cuello, y allí se quedó hasta que volvió a la carga.
-Acabemos la historia.
Rosalía llevaba un tiempo casada, pero nunca se había atrevido a decirle a su marido que se la metiera en el culo. Al ladrón tampoco se lo iba a decir, pero le cogió la polla, la frotó en el ojete y la puso en la entrada. El ladrón le metió el glande. Rosalía, empujando con el culo, la siguió metiendo.
-¡Qué rico!
La metió toda en el culo y con ella en el fondo, le dio las tetas a mamar, tetas que el ladrón devoró. Luego lo folló despacito, frotando su clítoris contra su pelvis y comiéndole la boca. Follándolo, le preguntó:
-¿Tenía coño a subir encima de ti y a darlo todo, o no?
-Tenías.
Lo folló como quiso y cuanto quiso, bueno, cuanto quiso, no, porque llegó un momento en que el ladrón no pudo más y se corrió dentro de su culo. Al sentir la leche dentro de su culo, frotó más aprisa el clítoris contra la pelvis.
¡Qué rico, qué rico, qué rico! ¡¡Me corro!!
Se corrió y lo hizo a lo grande.
Acabaron, por ese día, pues el ladrón volvió, y cuando lo hizo ya Rosalía había confirmado que su marido le era infiel.
Rosalía estaba en un restaurante de lujo, sentada a una mesa con su cuñada Renata, que era oficinista. Tomaban dos martinis secos. Estaban vestidas con trajes de noche negros y esperaban por Bruno, su suegro, que las había citado allí para hablar con ellas.
Le preguntaba Rosalía a su cuñada.
-¿Qué perfume llevas?
-Sauvage de Dior. ¿Te gusta?
-Me encanta, yo llevo un L´art & La Matiere, pero tu perfume lo eclipsa.
-A mí me gusta tu perfume tanto como el mío.
Rosalía cambió de tema.
-¿Tienes idea de por qué Bruno me ha hecho venir desde Londres para cenar contigo y con él?
Renata, que era una morocha, alta, de cabello negro y largo, ojos color avellana y con todo tan bien puesto como su cuñada, le respondió:
-No tengo ni idea.
Bruno, que era un cuarentón que se dedicaba a negocios poco limpios, llegó al restaurante vestido con un traje marrón de Armani y calzando unos zapatos marrones que brillaban más que el sol, y se sentó a la mesa.
-Me alegra que hayáis acudido a la cita.
Llegó el camarero, pidieron, y mientras esperaba, le preguntó Rosalía:
-¿Por qué nos has citado?
-Después de cenar, lo digo.
Renata le dijo:
-No me bajaría la cena con el suspense.
Rosalía coincidía con su cuñada.
-Ni a mí.
Bruno, de la sonrisa que les había dedicado al llegar, pasó a poner cara de Nerón.
-Cómo queráis... A ti, Rosalía, te invité a esta cena, porque los cuernos que le metes a mi hijo ya llegaban desde Londres hasta Galicia.
Rosalía se hizo la ofendida.
-¡Yo no engaño a tu hijo!
Bruno no estaba para escuchar mentiras.
-¡¿No lo engañas?!
-¡No!
Bruno sacó un papel y leyó:
-Follaste con un ladrón que entró en tu casa, follaste con un desconocido, follaste en la playa, en el mar, en el río, bajo la ducha y en la bañera, follaste en todas las habitaciones de la casa y no con mi hijo. ¿Sigo?
-Sigue, a ver cuántas mentiras más dices.
-Follaste en el cine, follaste en una cabina de teléfonos, follaste en un ascensor, follaste en la oficina de mi hijo, y no con él, follaste con un culturista tatuado hasta las orejas, follaste atada, con los ojos vendados y con la boca amordazada, follaste con otra mujer. Follaste con el marido de tu mejor amiga en la cocina de tu casa mientras su mujer y mi hijo, estaban en la sala de estar.
-¿Sigo?
-Sigue, sigue.
-Follaste en un baño público, follaste con un boby y con tu profesor de inglés, follaste con un hombre mayor, has hecho un trío con dos hombres, otro con dos mujeres, has hecho una orgía, has hecho BDSM y has tenido sexo teledirigido en público, y eso en el último mes.
Rosalía seguía negándolo todo.
-Es todo mentira podrida. ¿Quién te dijo esas barbaridades?
-El ladrón que entró en tu casa era un detective privado.
Rosalía, viéndose pillada, ya no se molestó en negarlo.
-¡Me has estado espiando!
-Es mi hijo.
Rosalía sacó las uñas y contraatacó.
-¡¿No era tu hijo hace tres meses cuando nos visitaste con las anchoas, las aceitunas, el queso, el jamón y el vino?! Tú me iniciaste en la infidelidad y para eso me tuviste que emborrachar. Yo no era así.
Renata escuchaba y callaba, pero ya sabía por qué las había citado allí.
Interrumpieron la conversación tres camareros poniendo los primeros platos. Al irse los camareros, le dijo Renata a su cuñada:
-¡¿Ha follado con toda esa tropa?!
-Por su culpa, porque me emborrachó...
-Yo no me emborracho si no quiero, Rosalía, y aunque esté borracha, que ya lo he estado, no me he dejado más que con mi marido, pero eso no quita para que lo de Bruno sea de silla eléctrica.
Rosalía hizo una pequeña aclaración.
-Cuando me folló ya estaba cuerda. Me había emborrachado para que se me soltara la lengua y le contara todo lo que deseaba hacer en la cama y que no me hacía su hijo, es un cabrón.
Bruno había ido a por lana e iba a salir trasquilado, pues Renata le dijo:
-¿Es así como querías pescarme cuando me invitabas a ir a tu casa?
Rosalía le preguntó a su cuñada:
-¡¿Quiso follarte?!
-Desde el primer día que salió de la cárcel no piensa en otra cosa, y mira que le sobran mujeres...
-De eso hace quince días.
-Pues ni un día dejó de intentarlo.
Bruno le dijo a Renata:
-Tú también tienes lo tuyo, a punto has estado de caer con el vecino.
Rosalía le dijo:
-Déjate de estupideces. En caso de que haya estado a punto de caer con su vecino, que lo dudo, sería porque hace tres años que su marido está en la cárcel, porque tu polla no la quiere y porque los dedos no le llegan. ¿Qué es lo que buscas con toda esa información que tienes?
-De ti que dejes de ser tan puta y de ella que no caiga en los brazos de ese hombre.
-Yo dejaré de ser puta cuando tu hijo deje de follar con otras mujeres.
Viendo que no hacía nada bueno de ella, le dijo a la otra:
-¿Y tú, Renata?
-Yo ya no iba a caer... ¿El apretón con el vecino lo supiste por su mujer?
-Sí, me dijo que os pilló bien arrimados.
-¿Y tú de qué conoces a esa mujer?
-De que tiene dos rosas tatuadas en el culo, una en cada nalga.
-Ya veo cómo lo has sabido.
Cenaron, hablaron de otras cosas y tiempo después. Bruno pagó la cuenta, se fue y las dejó tomando un par de vinos.