La Historia De Hugo

roman74

Pajillero
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No soy muy agraciado, pero si muy caliente, por fin en España se me arreglo mi vida, cumpli el deseo de sexo y pasion
Hola a todos, me llamo Hugo, soy ecuatoriano, y un auténtico depravado sexual. Se sorprenderán ustedes de esta extraña declaración inicial, pero viene a cuento precisamente porque lo que pienso narrarles es precisamente eso, una autopsia, un análisis interior de mi depravación. Escribo este relato porque me encantarÃ*a compartir con ustedes una experiencia que tuve en un paÃ*s tan alejado del mÃ*o, tanto en el estricto sentido geográfico, como en el social y cultural: España.
FÃ*sicamente no soy muy agraciado, apenas alcanzo el 1,70 de altura, tengo la barriguilla tÃ*pica de los excesos cometidos con la cerveza y la piel muy morena, casi cobriza, porque mi madre es de ascendencia india. También debo reconocer que mis escasas experiencias reales en mi paÃ*s no cubrÃ*an para nada todas mis expectativas y mis deseos: se reducÃ*an a besar y tocar algo de teta a alguna india inocente de mi pueblo, pues provengo de un pueblo pequeño en el que, como en todos los de mi paÃ*s, estaba tan arraigada la religión católica y las costumbres que conlleva que, hasta el matrimonio, es muy complicado consumar el acto sexual, y ya casado, muy difÃ*cil poder llevar a cabo todos los juegos que imaginaba un depravado como yo con una de nuestras virtuosas mujeres.
En uno de estos juegos con una chica del pueblo tuve la desgracia de dejarla embarazada, por lo que no me quedó más remedio que casarme. Si no lo hacÃ*a, sus hermanos y su padre me buscarÃ*an para gatillearme seguro. AsÃ* que me casé, pero mi esposa demostró ser un témpano. La frialdad de mi esposa hizo por lo tanto que siguiera buscando aprovecharme de las indias jovencitas.
En uno de los muchos intentos por despertar un poco la libido de mi frÃ*gida esposa tuve la desgracia de dejarla embarazada de nuevo. La situación era ya bastante penosa para alimentar a una mujer y a un hijo, porque sólo encontraba trabajo de jornalero de forma ocasional, asÃ* que la llegada de otro hijo convirtió dicha situación en insostenible, por lo que no me lo pensé mucho y aproveché la oportunidad que me surgió a través de la misión salesiana para viajar con los curitas a España, sólo tuve que fingir algo de fervor religioso, la miseria en la que vivÃ*amos hizo el resto. Una vez allá, ya me las apañarÃ*a para zafarme de ellos. Desde mi llegada a España creÃ*a que mi vida sexual iba a ser más complicada todavÃ*a: veÃ*a a todas aquellas mujeres blancas y hermosas, siempre muy arregladas, elegantes y sensuales como algo inalcanzable para mi (como se iban a fijar en un ecuatoriano feucho como yo, que apenas tenÃ*a para vivir). Me encontraba a mis 30 años con una ansias tremendas y ante una perspectiva nada halagüeña para satisfacerlas, pero tuve mucha suerte: Al poco tiempo de llegar me surgió la oportunidad de trabajar como repartidor para una floristerÃ*a en Málaga, y allÃ* conocÃ* a Carmen, que regentaba la floristerÃ*a y vivÃ*a con otras dos chicas y el novio de una de ellas en una casa grande.
No es el propósito de esta historia relatarles mis experiencias sexuales con Carmen, asÃ* que no me extenderé, sólo les diré que se convirtió en una sumisa compañera sexual, a la altura de las expectativas de mi depravación.
El detalle que verdaderamente interesa es que me ofreció la posibilidad de ir a vivir con ella, lo cual, además de venirle muy bien a mi menguada economÃ*a, me permitió conocer y disfrutar de la verdadera protagonista de este relato. Se llamaba Alba, y desde que la conocÃ* se convirtió en mi obsesión y en la causa y estrella principal de mis más perversas fantasÃ*as. Intentaré describirla, aunque mucho me temo que, por más que me esfuerce, no lograré hacerle justicia. Su tez era blanca, muy ligeramente dorada por los rayos del sol, tendrÃ*a más o menos mi estatura, sobre 1’69, una cara a la que un sólo calificativo no le harÃ*a justicia, con labios gruesos que podrÃ*an volver loco a cualquiera cuando dibujaban una sonrisa, ojos azules, pequeños, achinados, brillantes e inocentes; un rostro en definitiva que podrÃ*a ser resumen y compendio de la dulzura, pero puesto en un cuerpo de escándalo: cintura estrecha, un pedazo de trasero firme y respingón, y sobr
e todo, la locura: unos pechos…, ¡que digo pechos! ¡¡melones!! Enormes, redondos y firmes, coronados por unos oscuros pezones que parecÃ*an pretender romper constantemente toda prenda que los cubriera, más bien los aprisionara.
Tal maravilla, aquella diosa, tenÃ*a una cualidad mejor para mis perversos planes: era increÃ*blemente tÃ*mida e inocente, y además, su novio casi nunca estaba en casa.
Comprenderán que, desde la primera vez que la vi, se convirtió en el centro de todas mis fantasÃ*as, y mis desvelos venÃ*an dados por buscar la forma de llevarla a mi terreno, poder usarla, disfrutarla. Mi mente elaboraba planes continuamente, algunos rondando lo absurdo, con un denominador común: ella.
Me acuerdo de la primera vez que la vi tomando el sol con Carmen y Raquel, la otra chica que vivÃ*a con nosotros, en la terraza de la casa: llevaba un bañador bastante antiguo, nada que ver con los bikinis de Raquel y Carmen, aún asÃ*, esa visión hizo que tuviera que ir al baño a masturbarme antes de ir a la terraza a hacerles compañÃ*a, a estar más cerca de mi diosa.
Llevaba ya un buen rato revoloteando por la terraza sin saber muy bien qué hacer para permanecer allÃ* sin quedar en evidencia como mirón y además sin atisbar como realizar algún avance significativo en mi objetivo, cuando vino en mi auxilio Carmen, mi novia. Alba le habÃ*a pedido que le pusiera un poco de crema bronceadora en los hombros y la espalda, pero Carmen ya se encontraba cómodamente tumbada, asÃ* que dijo: “que lo haga Hugo, asÃ* hace algoâ€�. Noté que, al mismo tiempo que mi polla reaccionaba inmediatamente a la invitación, sucedÃ*a lo mismo con el rostro de Alba, que empezó a adquirir un fascinante tono sonrosado. Evidentemente se avergonzaba, seguro que no le resultaba cómodo que lo hiciera yo, pero era algo tan inocente que no podÃ*a encontrar ninguna excusa para negarse.
Me acerqué intentando adoptar una pose de normalidad, me apoderé del protector solar y me arrodillé en la tumbona a su lado. Comencé a untar por el centro de la espalda con las yemas de mis dedos, no querÃ*a precipitar mis movimientos para echarlo todo a perder. Poco a poco fui posando la palma de mi mano sobre su espalda y comencé a abarcar cada vez más superficie de su piel. SubÃ* a los hombros y comencé a apartar de forma muy sutil los tirantes del bañador hacia los laterales hasta descolgarlos de sus hombros. En este momento di un paso crucial: le sugerÃ* que era mejor que retirara los brazos sino le iban a dejar marcas de los tirantes. Dudó un instante pero lo hizo, y en la maniobra pude vislumbrar por primera vez uno de sus oscuros pezones, sólo fue un instante, como un chispazo, pero casi provoca que mi polla reviente el pantalón. SeguÃ* amasando, ahora con familiaridad su espalda, pero la blanca piel de sus melones, que se insinuaba por los laterales de su cuerpo era una gran tentación. La prudencia me aconsejaba que no lo hiciera, pero no pude resistirme, me senté sobre su magnÃ*fico trasero y comencé a untar también los laterales de sus melones, mientras mi polla descansaba acomodada entre sus nalgitas. Su cara estaba como un tomate, pero no dijo nada, simplemente miraba de vez en cuando a Carmen con temor. Sólo al principio movió un poco sus caderas, incómoda, pero cuando se dio cuenta de que lo único que conseguÃ*a era aumentar la fricción de su trasero con mi polla, permaneció quieta. Cuando por fin abandoné mi posición, lo hice para volver al baño con urgencia a masturbarme, pues no era cuestión de que Carmen y Raquel notaran la mancha de semen sobre mi pantalón, mancha que ya habÃ*a dejado por cierto huella sobre su bañador. Esa noche poseÃ* a Carmen con violencia pensando en Alba.
En los dÃ*as siguientes aprovechaba cada oportunidad que tenÃ*a para rozarme con ella: una noche estábamos Raquel, Carmen y yo viendo la tele a oscuras cuando llegó Alba de trabajar. Sólo quedaba sitio a mi lado en el sofá, asÃ* que tras comprobar este dato, puso una ligera mueca de contrariedad y se sentó, pero pegada al otro extremo. En vista de que dejaba la plaza del centro libre, me despojé de las chanclas y coloqué allÃ* mis pies. La primera vez que, de forma involuntaria, mi pie desnudo rozó su pierna sentÃ* una corriente de placer que subÃ*a desde el afortunado dedo que hizo el contacto hasta la polla, comencé a sentirme tremendamente excitado, asÃ* que decidÃ* hacerme el dormido
y aumentar los roces de mi pie con su pierna desnuda. Cada vez que la tocaba era como si sintiera un calambrazo, se estremecÃ*a, pero no decÃ*a nada, lo cual era perfecto para mis planes: demostraba que preferÃ*a soportar ese tipo de situaciones antes que montar un escándalo, supongo que por Toni, su novio y su amiga Carmen.
Poco a poco fui subiendo su falda holgada, pero no me bastaba, asÃ* que , aprovechando que estaba sentada de lado, presioné con fuerza entre sus piernas hasta conseguir situar mi pié, sin importarme ya que se diera cuenta de que no estaba dormido. Ella al principio, se molestó en intentó retirarlo, pero en vista de que no lo conseguÃ*a, y para evitar que Carmen y Raquel se percataran de nada, dejó de moverse y se cubrió con la mantita. Pude depositar con total confianza la planta sobre su intimidad, la cual comencé a frotar sobre las braguitas. Necesitaba sentir la humedad de su coño directamente sobre mi piel, por lo que, con muchas dificultades, conseguÃ* apartar lo suficiente la braguita para, con el dedo pulgar, frotar directamente sobre su desprotegido coño. No detuve el contacto hasta que noté sobre mi piel la tibieza húmeda de su orgasmo, lo que provocó que me mojara en los calzoncillos de inmenso placer.
También me puedo acordar ahora de la vez que nos acompañó a Carmen y a mi al cine. Rápidamente Carmen se dirigió a una de las filas de la parte de atrás: le gustaba ver la pelÃ*cula desde esas filas y para que no se planteara el debate y tuviera que ceder y sentarse hacia delante, ya se dirigÃ*a hacia esos sitios y se acabó la historia. Yo aproveché para seguirla y sentarme a su lado, por lo que Alba, muy a su pesar ya que pensaba situar a Carmen entre los dos, tuvo que sentarse a mi otro lado. El problema de los cines modernos es que tienen las filas de butacas muy juntas, por lo que, si quieres sentarte adoptando una postura cómoda, no te queda más remedio que inclinar tus rodillas hacia uno de los lados. Al lado de Alba se sentó un chico bastante alto que las inclinó hacia ella, asÃ* que a mi diosa no le quedó más remedio que hacer lo propio hacia mi lado, dejándolas a mi disposición. Llevaba puesta una falda de verano de esas con vuelo que le tapaba la rodilla, sin embargo, tener esa rodilla allÃ*, asomando hacia el espacio de mi butaca y la oscuridad de la sala de cine excitó mi libido. Dejé mi mano como si nada sobre su pierna y con la yema de mis dedos acariciaba en pequeños cÃ*rculos su rodilla, ella como sin querer movÃ*a cada vez mas sus piernas intentando alejarse y mis inocentes caricias cada vez eran más evidentes, en ese momento, en uno de sus movimientos, liberó la falda aprisionada contra la butaca y pude alzarla un poco más, dejando al aire buena parte de su pierna, teniendo asÃ* acceso a ella. Un escalofrió recorrió mi cuerpo, pero automáticamente sin poder -ni querer- evitarlo subÃ* mis dedos hasta su muslo, mi estado era indescriptible, estaba totalmente excitado, me derretÃ*a pensado en aquel cuerpo joven que incitaba al pecado y me imaginaba mi verga dura entrando y saliendo de ella, absorto en ese mar de sensaciones mi mano subió por su muslo hasta muy cerca de su entre pierna, me quedé inmóvil esperando su reacción. Al cabo de unos segundos que me parecieron horas, su rostro miraba hacia mi con gesto de evidente reproche, pero vi que no pensaba tomar ningún tipo de medidas, aceptaba con resignación mi claramente intencionado ataque, una vez más le preocupaba muchÃ*simo más cualquier tipo de escándalo que sentirse atropellada por mi. Mi mano continuó moviéndose por la finÃ*sima piel de sus aductores ya debajo de su falda, Mis dedos, sedientos, siguieron avanzando, lenta pero implacablemente hasta conseguir rozar e borde de su braga. En ese momento pareció que no aguantaba más he hizo amago de levantarse, pero mi actitud firme sujetando su muslo y, sobre todo, una mirada inquisitoria de su vecino de butaca al ver su movimiento le hicieron desistir y lo que hizo fue depositar la chaqueta sobre las piernas. Tras darme un momento de pausa, mis dedos comenzaron a jugar con el elástico de su braga, colándose cada vez más en su interior, acariciando ya los rizos de su vello púbico. Cuando noté el contacto de sus labios vaginales en la yema de mis dedos, otra vez un escalofrÃ*o volvió a recorrer todo mi cuerpo, tuve que hacer un enorme esfuerzo de auto contención para no correrme en los pantalones. Acaricié durante un rato aquella fruta prohi
bida, retrasando su profanación, disfrutando con deleite cada mÃ*nimo movimiento hasta que comencé a notar su humedad.
En ese momento comencé a introducir dos dedos suavemente en su acogedora cueva. Ella no pudo reprimir un leve gemido, yo tampoco pude evitar depositar algunas gotas de semen en los calzoncillos. Retiré mi mano disfrutando mi triunfo, le mostré los dos dedos profanadores y procedÃ* a metérmelos en la boca degustando el sabor de sus lÃ*quidos para, acto seguido, empapados en saliva, conducirlos por debajo de su blusa hasta sus durÃ*simos y erectos pezones. Al notar el tacto de mi mano en sus pechos no pudo evitar otro gemido e intentó soltarse de mi mano, pero volvió a desistir al percatarse de que no estaba dispuesto a abandonar mi presa y lo único que conseguirÃ*a serÃ*a llamar la atención de su vecino de butaca o de Carmen. Yo, completamente entregado al goce del momento, dejé caer mi cabeza hacia atrás mientras mi mano jugaba con su pecho. Cuando apreté casi pellizcando un pezón, Alba no pudo evitar un gemido de placer que tuvo que disimular rápidamente con un repentino ataque de tos mientras comprobaba que nadie se habÃ*a percatado. Mi excitación era brutal, dirigÃ* mi otra mano de forma decidida, sin medir las consecuencias, sin timidez alguna, hacia su entrepierna. Con ella jugaba, exprimÃ*a, su coñito y volvÃ*a a colarme con dos dedos a la vez en su vagina produciéndole un orgasmo. En esos momentos me tuve que levantar yo al baño a hacerme una urgente paja, pues mi polla se encontraba a punto de estallar. Pero la vez que más disfruté de este tipo de acosos, tal vez porque estaba su novio Toni presente, fue aquella en la que nos acercamos a bailar todos a un conocido local de Málaga para celebrar el cumpleaños de Raquel. He de decir que Toni era como un elefante en una cacharrerÃ*a y a Alba le encantaba bailar, yo, modestamente tengo que reconocer que es algo que se me dá bien, desde joven comprendÃ* las enormes posibilidades que me brindaba con las mujeres desarrollar esta habilidad.
Alba debió intuir mis intenciones porque se agarró a Toni para bailar con él y tuve que conformarme con hacerlo con Raquel y Carmen, mientras veÃ*a a mi diosa en manos de aquél patoso. Pero el muy idiota acudió en mi ayuda: en un momento que nos sentamos a tomar algo, Alba finalizó con celeridad su copa y se levantó alegre, tirando de Toni para seguir bailando, pero este, por la escasa habilidad que demostraba, y por su estado de embriaguez, se negó y fue él mismo el que sugirió que bailara conmigo. Resultaba irónico tenerlo allÃ* convenciéndola para que se arrojara en mis brazos. Ella no se opuso mucho, no podÃ*a demostrar demasiada reticencia a bailar conmigo sin arriesgarse a tener que dar explicaciones, además se encontraba evidentemente algo bebida.
Durante, el baile aproveché para arrimarla todo lo posible a mi, cuando estábamos fuera del alcance de la vista de los demás mis manos pronto se depositaron en sus nalgas, pude oprimirla con impunidad contra mi endurecida polla. Tampoco pude resistir la tentación de jugar con mi lengua en el lóbulo de una de sus orejas, e incluso logré introducirla en su boca cuando la abrió al no poder contener un gemido. Al acabar la canción me atrevÃ* a asir aquellos fabulosos melones entre mis manos, alzarlos, y dedicarles una caricia de mi lengua es su nacimiento a través del escote.
Ya de vuelta a casa, Raquel tuvo que conducir debido a la borrachera de Toni. Alba por supuesto se situó en el asiento del copiloto, pero yo me senté justo detrás y, tras situar a Toni como barrera ante la vista de Carmen, aproveché para deslizar mis manos hacia Alba, de tal modo que las afortunadas permanecieron todo el viaje de vuelta jugueteando con sus magnÃ*ficos pezones. También tuve que ser yo el que le ayudara a ella a subir a su dormido novio a la habitación. Una vez depositado el seguidor de Baco sobre la cama, tampoco pude reprimirme, arranqué los botones superiores de su blusa de un tirón y volvÃ* a pasar mi lengua sobre el nacimiento de aquellos sabrosos melones, sin que ella tuviera tiempo siquiera para reaccionar.
Pero las cosas no avanzaban lo suficiente, mi enorme ansÃ*a por su cuerpo cada vez exigÃ*a más y más, y ni siquiera habÃ*a conseguido verla desnuda, tenÃ*a que idear algo. Una noche como tantas en las que no podÃ*a dormir a causa de la calentura, subÃ* a la cocina a beber algo de leche. Pero al pasar por delante d
e la puerta de su habitación, la tentación fue demasiado fuerte, sabÃ*a que Toni estaba trabajando pues tenÃ*a turno de noche, asÃ* que no pude resistirme y entré sigilosamente. Ya habÃ*a oÃ*do comentar que tenÃ*a el sueño pesado, de todas formas era mejor tomar precauciones, encendÃ* la lámpara que no se reflejaba en su rostro y retiré con mucho cuidado la sábana. ¡Dios mÃ*o! ¡estaba preciosa! Sólo llevaba puesto un conjuntito blanco de raso con pantalón corto y tirantes. Me acerqué y, sobre la prenda, toqué el melón de mis sueños, notaba claramente su pezón, me hice más audaz y comencé a introducir la mano lentamente por el escote hasta que por fin conseguÃ* apoderarme de la joya de mis fantasÃ*as. Me dejé llevar por la emoción y hubo un momento en que lo apreté con cierta fuerza entre mis dedos, pero ella sólo varió un poco su posición, colocándose completamente boca arriba. ComprendÃ* que, si no se habÃ*a despertado con aquél tremendo pellizco, se me abrÃ*a un maravilloso mundo de posibilidades, pues su sueño era más pesado de lo que imaginaba. Obviamente mi polla se alegró enormemente con las noticias.
Ahora, al tenerla boca arriba, pude retirar la camisetita por encima de sus pechos y jugar libremente con los pezones de mi adorados melones. También tenÃ*a acceso a su rajita, apartando el pantalón corto del conjuntito hacia un lado, por lo que incluso me permitÃ* saborearla con mi lengua, aunque me asusté un poco cuando se revolvió a causa del abrazo de mis labios sobre su clÃ*toris, asÃ* que decidÃ* no tentar mi suerte y no ir más allá. Eso si, dejé que mi erecta y ansiosa polla acariciara sus excitados pezones, e incluso coloqué la punta en sus entreabiertos labios, tal gesto ya no lo pudo resistir, por lo que tuve que retirarla apresuradamente antes de que la tremenda eyaculación que sobrevino dejara huella sobre su rostro. No fui del todo rápido y las primeras gotas se depositaron al lado de la comisura de sus labios, permanecÃ* unos instantes contemplando su bello rostro adornado con mi semen antes de proceder a limpiarlo. En los dÃ*as siguientes continué mis visitas nocturnas a su habitación, llegando incluso a grabarla en vÃ*deo o a colocar la punta de mi polla en su entradita. Pero eso no me bastaba, necesitaba más, necesitaba verla gozar conscientemente ante mis ataques, no sólo sus reacciones de sorpresa ante los roces de mis rápidas manos en sus pechos o su trasero, que por cierto cada vez eran más audaces.
La oportunidad me sobrevino una noche en que le preguntó a Carmen por alguna pomada para aliviar un fuerte dolor cervical con el que habÃ*a regresado del trabajo. Mi novia volvió a estar muy oportuna porque le contestó que a ella le pasaba a veces, y que yo se los aliviaba con un masaje. Por supuesto, me mostré encantado de aliviar su dolor, y Alba, si bien en principio se mostró reticente, terminó aceptando, pensando quizás que la presencia de Carmen frenarÃ*a mis impulsos, asÃ* que se tumbó en nuestra cama, al lado de Carmen, mientras yo cogÃ*a la pomada en el baño.
Pero Carmen nos dio la espalda y se puso a leer un libro, por lo que dejó el camino allanado para mis maniobras.
Acababa de ducharse y llevaba puesta una camiseta y un pantalón largo de pijama por debajo de la bata, asÃ* que subÃ* la camiseta y comencé con el masaje. Esta vez no me anduve con muchos preámbulos y retiré un poco el pantalón y su braguita hacia abajo, hasta ver el comienzo de la rayita de su trasero, pero mis manos no se detuvieron en esa frontera, avanzaron por dentro de su prenda Ã*ntima, amasando sin consideración sus dos cachetes, llegando a rozar su agujerito posterior. En un momento dado le pedÃ* que se apoyara sobre los codos, sin ninguna intención terapéutica por supuesto, pero le expuse una excusa sobre la posición de los hombros que aceptó. Comencé masajeando muy suavemente la zona de los hombros para, rápidamente, dirigir mis manos hacia sus melones, hasta conseguir atraparlos. Apretó los brazos contra sus costados y giró la cabeza para dedicarme una mirada de protesta con la cara sonrojada, pero no dijo nada. Sus enormes melones descansaban sobre mis manos y tenÃ*a sus pezones atrapados entre los dedos Ã*ndice y corazón. Como habÃ*a dejado caer su cuerpo, no me permitÃ*a mucha movilidad, pero no era importante, lo i
mportante era que ¡tenÃ*a agarrados sus pezones, estaba consciente y no decÃ*a nada! No es que lo aceptara, desde luego, pero le preocupaba mucho más decir algo y que Carmen se diera cuenta, por lo que decidió aguantar estoicamente. Noté como aquellos deliciosos fresones se ponÃ*an duros entre mis dedos, y comencé a estimular mi polla sobre su trasero, rozándola suavemente, cuando sentÃ* que me llegaba el momento de la eyaculación, liberé la puntita del chándal y del slip para descargar sobre su espalda desnuda, después retiré por fin mis manos de su dulce cautiverio para untar mi semen sobre su espalda, era una buena forma de ocultarlo y además la dejaba impregnada de mi: sólo esta idea me bastó para volver excitarme.
Pero en esos momentos Carmen levantó la vista del libro, he inició una charla intrascendente con Alba sobre mis cualidades como masajista, por lo que tuve que seguir con mi masaje, ahora si, de forma terapéutica. Cuando di por finalizada la sesión y coloqué bien su camiseta, Alba se levantó apresuradamente y abandonó la habitación. PoseÃ* a Carmen regodeándome en la idea de que la habÃ*a dejado untada con mi semen, sabÃ*a que acudirÃ*a rápidamente a ducharse de nuevo, pero no importaba, estando ella consciente habÃ*a amasado sus pechos, la habÃ*a untado con mi semen, y, lo más importante: su resignada aceptación abrÃ*a para mi todo un mundo de posibilidades.
Semanas más tarde acompañé a Carmen y a Alba de compras. Fuimos a unos grandes almacenes muy conocidos. Ellas querÃ*an comprar algo de ropa y yo, por supuesto decidÃ* acompañarlas. Eligieron algunas prendas y nos encaminamos a los probadores. Carmen se probó primero un vestido que le quedaba demasiado pequeño y fue a ver si podÃ*a encontrar una talla más, y entró Alba en el probador. En aquél momento no pude resistir la tentación: saber que el objeto de mis sueños más húmedos estaba desnudándose y sólo me separaba una cortina activó todos mis instintos más bajos. Asomé la cabeza por la cortina cuando estaba sólo con la ropa interior puesta, sacándose el pantalón por los pies por lo que tardó un poco en percatarse de mi intromisión. Llevaba un conjunto de ropa interior de encaje de color azul cielo, al estar agachada de espaldas su maravilloso trasero apuntaba directamente hacia mi, mientras que sus enormes melones colgaban como fruta madura.
Me imploró ansiosamente que cerrara la cortina, pero noté que miraba hacia fuera por encima de mi cabeza, por lo que deduje que le daba pánico que la vieran desde fuera. ObedecÃ*, pero me introduje hacia adentro. Suplicó que me fuera, pero eso era algo que ni mucho menos estaba dispuesto a hacer, simplemente le alegué que para salir tendrÃ*a que descorrer la cortina de nuevo, además ya la habÃ*a visto en bañador. SeguÃ*a frente a mi, sujetando el vestido que se iba a probar para cubrirse cuando oimos la voz de Carmen al otro lado de la cortina preguntándole si aún no se habÃ*a probado el vestido. En esos momentos su ánimo se tornó en auténtico pánico y procedió a apresurarse a ponerlo: me quedó muy claro que no iba a descubrirme por lo que me aproveché de la situación.
Me acerqué por la espalda a subirle la cremallera, aprovechando para depositar mis manos sobre sus nalgas y amasarlas, mientras salÃ*a apresuradamente del probador por temor a que Carmen asomara la cabeza. El hecho de que mi novia estuviera fuera no hacÃ*a más que incrementar mi morbo y su pánico.
Como era un traje de noche y se le notaban mucho los tirantes del sujetador, Carmen le insistió que entrara a sacárselo para ver como le sentaba realmente. Se negó al principio, pero percatándose de lo absurdo de la negativa sin descubrir mi presencia en el interior, tuvo que entrar a retirarlo. Por descontado que la ayudé sin ser requerido: bajé la cremallera, solté el sujetador y, sin retirarlo, pasé mis manos por sus costados, amasando los melones y proporcionándole un delicioso pellizco sobre sus enormes pezones, mientras ella retiraba la prenda. VolvÃ* subir la cremallera y me dispuse a esperar tranquilamente a que volviera a mi sujetando la polla, que ya se mostraba encantada con el premio que le estaba aguardando.
Mientras estaban fuera, Carmen le preguntó por mi, y Alba le dijo que me habÃ*a ido a la planta de caballeros. Al rato, mi n
ovia se fue a otro probador libre, y Alba entró de nuevo, esta vez permaneció quieta, resignada a su destino. ProcedÃ* a retirarle el vestido y directamente comencé a estrujarle sus pechos, pellizcando y retorciendo sus pezones, hasta ponerlos completamente duros, mientras Alba susurraba: “no por favor, no por favorâ€�. SabÃ*a que tenÃ*a que apresurarme porque pronto Carmen la reclamarÃ*a, aún asÃ* no podÃ*a dejar de aprovechar la oportunidad de probar aquellos deliciosos fresones por lo que acaricié con mi lengua cada uno de ellos, despacio, saboreándolos lentamente, mientras mi mano se introducÃ*a por dentro de su braguita hasta acariciar su rajita. Abandoné resignadamente el paraÃ*so para permitir que se vistiera ya que tenÃ*a corroborar su coartada desapareciendo de allÃ*.
Me percaté al abandonar el probador de que, en mis manejos, la cortina se habÃ*a desplazado un poco, y fuera habÃ*a un señor de unos 55 años mirando con evidente rostro de excitación hacia nuestro probador. En ese momento mi polla volvió a sentir una tremenda sacudida, por lo que la dejé unos instantes la cortina bien abierta para que el pobre hombre pudiera disfrutar de la desnudez de mi reina de la lujuria. Mientras me alejaba precipitadamente, iba reflexionando sobre mi tremendo descubrimiento: realmente no me esperaba que me excitara tanto que otro hombre viera desnuda a Alba, esto abrÃ*a muchÃ*simo mi abanico de posibilidades de disfrute. Cuando regresamos a casa, yo tuve que detenerme a realizar algunos recados que tenÃ*a pendientes. Al entrar por fin en casa, ellas estaban probándose la ropa que habÃ*an comprado en nuestra habitación. No se percataron de mi llegada por lo que pude oÃ*rlas mientras comentaban.
En ese momento pasaron por mi mente las imágenes de Alba desnuda o en ropa interior, por lo que mi polla volvió a reaccionar automáticamente. Esperé escuchando el momento oportuno tras la puerta, para irrumpir en la habitación. Cuando entré, Alba tenÃ*a puesto un finÃ*simo y transparente body negro, con forma de tanga por la parte de abajo, y , al tener ella la piel tan blanca, destacaba muchÃ*simo más. Hipócritamente pedÃ* perdón pero no salÃ*, con la excusa de que un zapato me estaba haciendo daño, permanecÃ* en la habitación mientras Alba, colorada como un tomate, se apresuraba a ponerse un vestido.
Carmen comentó entre risas:â€�Mira tu el aprovechado que ración visual se está pegandoâ€�. Este comentario distendió el ambiente y relajó a Alba, que ya tenÃ*a el vestido puesto, por lo que, aunque ya me habÃ*a sacado los zapatos, permanecÃ* en la habitación dando mi opinión sobre las adquisiciones. Ahora le tocaba a Carmen probarse un vestido que le venÃ*a muy justo en las tetas, por lo que aproveché para agarrárselas por detrás y comentar que con ese vestido no necesitaba sujetador, no se le movÃ*an nada, las dos rieron mi broma, estaba logrando el clima que querÃ*a. AsÃ* que vi una oportunidad propicia, me fui a la cocina rápidamente a preparar unas copas cargadillas con la secreta intención de caldear el ambiente. Mi verdadera intención era emborrachar a Carmen e introducirla en el juego, a esas alturas ya sabÃ*a que si Carmen aceptaba podrÃ*a aprovecharme de Alba, ya que no protestarÃ*a.
Con el alcohol y los sobeteos que le metÃ*a a Carmen conseguÃ* calentarla, por eso sólo se rió cuando, aprovechando que Alba se habÃ*a probado un falda, puse mis dos manos en sus maravillosas nalgas para ratificar que le sentaba muy bien y no le hacÃ*a demasiado culo como comentaban ellas. También Carmen tuvo una reacción parecida cuando, para ratificar que una blusa no era demasiado transparente, aproveché para agarrarle una teta con las dos manos, ajustando la prenda al cuerpo. Carmen sólo se reÃ*a y me llamaba aprovechado, mientras Alba permanecÃ*a pasiva y sonrojada, esto me animó, por le que introduje mi mano por dentro de su blusa para demostrar lo indemostrable: realmente era demasiado transparente, tanto que estaba seguro de que Alba no se atreverÃ*a a ponerla sin una camiseta y un sujetador por debajo como mÃ*nimo. Eso si, no retiré mi mano sin un pellizco prolongado de uno de sus enormes pezones, y confirmar que comenzaba a sentirse algo excitada, ya que estaba duro como una piedra.
Para poder seguir avanzando en mis intenciones, y como se encontraban las dos algo calientes además de borrachas, sugerÃ* que se probaran tambi&eacut
e;n la ropa interior que se habÃ*an comprado. Alba opuso algo de resistencia, pero acabó aceptando ante mis argumentos de que ya la habÃ*a visto en ropa interior mientras se estaba probando la otra y tras la promesa de que yo no mirarÃ*a mientras se la ponÃ*a (promesa que, por supuesto, no pensaba cumplir).
Carmen se probó primero un conjunto de braga y sujetador de encaje malva, que la verdad es que le sentaba bastante bien, ajustadito y dejando casi libres sus pezones por la parte de arriba, como para poner con un vestido muy escotado (no pude resistirme y le liberé los dos pezones con mis dedos, al mismo tiempo que le propinaba un prolongado beso).
Ahora Alba se probaba un conjunto de color esmeralda de tanga y sujetador (obviamente, aunque al principio me giré, no pude evitarlo y me di la vuelta justo cuando ella estaba de espaldas introduciendo el tanga por las piernas). Por la parte de delante era tan escueto que se le escapaban algunos ricitos del pubis. Carmen comentó entre risas que para ponérselo tenÃ*a que depilarse, yo no pude evitar agarrar de forma fugaz uno de sus rebeldes ricitos mientras lo corroboraba. Naturalmente, medio en broma, y más que nada para tantear las reacciones de ambas mujeres, me ofrecÃ* a depilarla yo mismo.
Carmen, al encontrarse ya bastante caliente y algo bebida se lo tomó muy bien, solo comentó en broma: “mira tu el pillÃ*n, ya no le llega trabajarse solamente mi lindo coñitoâ€�, pero Alba en principio se negó en rotundo: aparte de mostrarme a mi esa parte de su anatomÃ*a, no sabrÃ*a cómo explicárselo a Toni, su novio. Pero Carmen volvió de nuevo en mi ayuda, diciéndole que era más higiénico y más cómodo por la transpiración corporal con el calor, aparte de que podrÃ*a ponerse bañadores claros y bragas muy pequeñas, como el tanga que llevaba. “Obviamente, las razones higiénicas son las que tienes que esgrimirle a Toniâ€� concluyó.
“Además, mira que bien le queda a Carmenâ€�, dije mientras le bajaba a esta las bragas. Era mi modo de argumentar razones estéticas. Alba parecÃ*a turbada por la imagen, miró durante unos instantes el coño depilado de Carmen fijamente, y retrocedió titubeando hasta sentarse en la cama mientras yo comenzaba a acariciarlo con una mano para garantizar la total colaboración de mi novia por medio de una enorme calentura.
En esos momentos, con la polla ya a punto de reventar, no estaba dispuesto a parar, asÃ* que me aproximé a ella y volvÃ* a sujetar los ricitos que le sobresalÃ*an del tanga y argumenté que si querÃ*a sólo le cortarÃ*a esos, que no necesitaba depilarlo totalmente como Carmen, que podrÃ*a darle diversas formas (he de decir que aprovechaba para dibujar con mis manos las distintas formas de depilación sobre su pubis, aún cubierto con la tanguita. Alba sólo murmuraba, cada vez de forma más débil he de decir, que no podÃ*a ser, que era demasiado, pero permanecÃ*a quieta, sentada en la cama e incluso me pareció percibir que comenzó a aflojar la tensión de sus, hasta ese momento, herméticamente cerradas piernas, lo cual era señal de su inevitable entrega.
No me tuve que preocupar de los aperos necesarios, pues Carmen ya habÃ*a ido al baño a buscar todo lo que nos hacÃ*a falta. La senté al borde de la cama sobre una toalla y procedÃ* a retirarle el tanga, lo hice despacio, con solemnidad, disfrutando intensamente de la visión de aquél coño tan ambicionado. Comencé a humedecerlo, paseando mi mano mojada en agua por toda su extensión, disfrutando de cada caricia, para posteriormente, empezar a recortarlo con unas tijeritas. ExtendÃ* la espuma acariciando aquella hermosa almeja y procedÃ* a afeitarla con mucha delicadeza.
Carmen se habÃ*a tumbado a su lado con las caderas a la altura de su cabeza y la acariciaba Consolándola al mismo tiempo que le indicaba lo bien que quedaba, mientras llevaba una de las manos de Alba hacia su coño desnudo. “toca, verás que suaveâ€� dijo mientras pasaba la mano de su amiga sobre sus labios vaginales, estaba tan caliente que comenzó a masturbarse, pero con el dedo de Alba.
Ver su mano acariciando el coño de mi novia incrementó mi excitación hasta tal punto que tuve que tener extremo cuidado de no cortarla en una zona tan delicada, tirando con firmeza de sus labios vaginales y de su clÃ*toris para tensar su piel al afeitar los pelos que rodeaban esas zonas. Realmente me sentÃ*a como un cocinero esmerándose en la preparaci&oac
ute;n de un plato delicioso para recibir mayor placer al degustarlo, por lo que controlé mi impaciencia para saborear aquél suculento manjar.
Cuando por fin terminé de aclararlo, me quedé unos instantes contemplándolo fascinado. Era realmente hermoso, finalmente habÃ*a decidido dejarle un poquito de vello en forma de corazón en el pubis, estaba aún algo húmedo de agua y de sus fluidos. No pude aguantar más y mi lengua, como una autómata se abalanzó sobre él con avidez, recorriendo cada pliegue de sus labios vaginales, enroscándose en su clÃ*toris.
¡Aparta glotón! ¡déjame ver como ha quedado!. Era Carmen quien me interrumpÃ*a. Aunque en un principio me molestó, poco a poco descubrÃ* que me gustaba ver como mi novia apreciaba aquél plato que acababa de cocinar, por lo que liberé mi tranca y, mientras contemplaba la escena, comencé a acariciarla.
Me situé al lado de su cabeza, acercando la punta de mi polla a sus labios. Alba los mantenÃ*a apretados, no estaba dispuesta a acoger en su boca mi ya anhelante capullo. Pero en un momento en el que la lengua de Carmen le arrancó un suspiro, empujé y logré introducirla. Su lengua parecÃ*a tener una pelea con mi polla por el espacio, y mis dedos comenzaron a liberar sus pezones y a jugar con ellos. Después de pugnar un ratito, dejó de pelear y comenzó a chupar mientras Carmen le arrancaba un tremendo orgasmo. Yo también eyaculé en su boca: el semen le quedó esparcido en su cara, rodeando la comisura de sus labios. Carmen se aproximó y comenzó a recogerlo con su lengua, alegando que le pertenecÃ*a, que era de su novio, ¡Incluso lo retiró de dentro de su boca!.
La dejamos marchar gimoteando avergonzada mientras Carmen volvÃ*a a animar mi satisfecha polla para llevarse ella también su bien ganado orgasmo. He de señalar que no le costó mucho animarme, pero la imagen que tenÃ*a en mi mente era la del coño de Alba, irresistible y, sobre todo, ya decorado a mi antojo. Lo único que me molestaba era tener que compartir ese manjar con el cornudo de su novio.
Ella se pasó toda la semana siguiente evitándome, siempre estaba acompañada por alguien en mi presencia, no comÃ*a en casa y cando regresaba lo hacÃ*a acompañada de Toni, su novio, que, para mi desgracia, esa semana tenÃ*a el turno de dÃ*a en el trabajo y dormÃ*a con ella. Atreverme a volver a entrar a hurtadillas en su cuarto con aquél maromo segurata durmiendo al lado era un riesgo que mi salud no me permitÃ*a asumir, por lo que me tuve que conformar con algún pellizco rápido y aislado a sus pezones o a sus nalgas y con poseer salvajemente a Carmen todas las noches, como un modo de paliar un poco mis irrefrenables deseos de poseer a Alba por fin.
Ya al final de la semana, el domingo, Alba, Raquel y Carmen hablaron de ir a la playa. SabÃ*a que si me apuntaba yo, Alba se excluirÃ*a con cualquier excusa, sin embargo para mi era una oportunidad perfecta pues Toni tenÃ*a que hacer horas extra en el trabajo. El dÃ*a anterior, en la cena, dejé muy claro que yo no podÃ*a ir pues tenÃ*a que visitar a unos compatriotas, por lo que Alba no tuvo ningún inconveniente en apuntarse, e incluso habló de atreverse a llevar un bikini que su novio le habÃ*a regalado.
 
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