-
La Guarrilla de Marisa – Capítulo 001
Llevaba seis meses viviendo en Bruselas. Estaba hasta arriba de trabajo, reuniones e informes uno detrás de otro. Desayunos, comidas y cenas de empresa día tras día. Y un tiempo libre escaso y muy mal aprovechado. Los compañero de trabajo eran aburridos y sosos. El ambiente y el clima del país no ayudaban a paliar la depresión que me acosaba constantemente. Mi único consuelo eran los sábados por la noche en los que solía gastarme todo lo que había podido sustraer de las dietas de la empresa en contratar a una escort para echar un buen polvo. La verdad es que era lo único que me gustaba de aquel sitio. Había encontrado, gracias a la información que me proporcionó un taxista, una agencia que, con toda discreción me proporcionaba las chicas que podía necesitar en función de la fantasía que deseaba recrear en cada ocasión. Y lo cierto es que tenían de todo. Un material de una calidad excelente, complaciente y muy profesional. Se notaba bastante que eran putas vocacionales, bien pagadas y satisfechas con su empleo. Vamos, algo difícil de encontrar en mi país.
Esta tediosa situación laboral iba camino de prolongarse seis meses más, que era cuando terminaba mi comisión de servicios en la delegación de mi empresa en la capital europea. Sí, iba a aprender mucho, iba a ganar una auténtica fortuna y profesionalmente era una oportunidad de oro. El único precio a pagar era el tedio que me invadía cada vez más. A lo mejor me estaba convirtiendo en un aburrido belga corriente y moliente… Pero hubo algo que cambió las cosas.
Estaba a media reunión una mañana gris y plomiza, tratando de entender el mediocre inglés del ponente, cuando noté la vibración del móvil. Me acababa de entrar un mensaje. Disimuladamente eché un vistazo a la pantalla y pude ver que se tratada de mi compinche Álex. Al margen de ser mi mejor amigo era mi cuñado. Estaba casado con mi hermana menor. Me mantenía al cabo de la calle con las novedades del barrio y, de paso, me ponía los dientes largos con su intensa y febril actividad erótico festiva.
Aunque estaba felizmente casado, el tipo era un ligón compulsivo y no le hacía ascos a nada, sobre todo con el embarazo de mi hermana que andaba ya por los siete meses. Si ya antes el sexo era la última de sus preocupaciones, ahora había pasado a ser una cosa residual totalmente. Álex, que era el que me lo había contado, no se lo tenía en cuenta. Lo que esperaba de la madre de sus hijos era otra cosa y, en eso, mi hermana era perfecta, una excelente persona. En su matrimonio, por lo tanto, la cuestión sexual era secundaria. Así que, sin el más mínimo remordimiento, buscaba fuera lo que no tenía en casa (lo habría hecho igual si mi hermana hubiera sido más activa, difícilmente le podría seguir el ritmo).
De modo que Álex solía mandarme mensajes con fotos y vídeos de todas las guarrillas que se iba follando. Así que, cuando vibró teléfono, la curiosidad pudo más que la atención que debería haber prestado a la reunión y eché un ojo rápido a los mensajes:
«¡Hola, pringao! ¡Tengo una noticia bomba! ¿A que no te imaginas quién es la guarrilla que acabo de empezar a follarme? ¡Vas a flipar! Mira los videos de abajo y alucina, colega!!!!!»
Bajo el mensaje había cuatro videos que no se habían descargado todavía y que, obviamente, no podía mirar mientras la reunión continuaba. No fue hasta el receso del café, cuando pude escaparme al lavabo y, metido en uno de los cubículos (bastante limpitos: eso sí que lo tienen los europeos), me acomodé sobre la taza y con los auriculares puestos me dispuse a echar un vistazo a la nueva putilla que se estaba follando mi colega. Me había picado la curiosidad.
Me quedé de pasta de boniato, como suele decirse. No hubo mucha intriga, en cuanto abrí el primero de los vídeos la cara de la puerca en cuestión contemplaba el rabo enhiesto de Álex con mirada de vicio y, tras sonreír a la cámara, empezaba una mamada de escándalo. Nada distinto a los vídeos que solía mandarme mi amiguete, salvo que, en esta ocasión, la cerda que se disponía a follarse era su suegra, es decir, mi propia madre.
Fue un recital. En el primero de los vídeos, mientras mi amiguete se dedicaba a insultar a la guarrilla, en plan «¡dale, cerda, dale, no pares! ¡mete la lengua hasta el fondo, putón!», ésta permanecía con la cabeza embutida entre las piernas del tipo que la enfocaba desde arriba. Tan solo se veía el movimiento pendular de la melena de la puerca mientras daba lametones a los huevos y el tieso rabo de Álex. Luego se centró en la parte inferior. Con toda seguridad le estaba realizando una comida de ojete de antología. Cuando mi amigo se cansó de insultarla le levantó la cara, cogiéndola por el pelo, y la congestionada, baboseada y sudorosa guarra sonrió patética a la cámara, mientras recibía un sonoro y espeso salivazo que fue a impactar entre la nariz y el ojo, resbalando después por su jeta.
Aquello fue definitivo. Ver a mi recatada madre, convertida en una comeculos de primera y como la buena mujer, tras aquel humillante escupitajo, procedía a engullir de nuevo, con hambre canina, la tensa polla de mi colega, me llevó ipso facto a bajar mis pantalones hasta los tobillos, sacarme la polla y pajearme revisando el resto del material que tenía en el móvil.
Fue un repertorio completo. Además, al bueno de Álex le dio por ponerse creativo y en alguno de los vídeos colocó el móvil en un trípode sobre una mesita alta y pudo recrearse en encular a la cerda de mi madre sin inhibiciones, sujetando con fuerza sus cabellos e incluso agarrándole el cuello o abofeteándola. Acciones, todas ellas, que no parecían venir de nuevo a la jamona que aceptaba gustosa e incluso jaleaba la rudeza de su macho con gritos de «¡más fuerte, cabrón, más fuerte!». Gemidos, rugidos e incluso gritos de placer, resonaban en los auriculares, combinados con los fuertes pollazos de Álex que se sentía espoleado por el entusiasmo de aquella guarra cincuentona.
Entre las varias sorpresas que supuso aquel recital pornográfico, estaba el descubrimiento de que el bueno de Álex ni tan siquiera había tenido la delicadeza de llevar a mi madre a un hotel o buscarse un picadero discreto. Se la estaba tirando en el dormitorio de mis padres que pude reconocer perfectamente, con sus cuadros horteras en las paredes, aquella cama con dosel y las fotos familiares, incluida las fotos de la boda y algunas más recientes en las que aparecía el pobre cornudo de papá con su decrépito y obeso aspecto actual. Un contraste bastante acusado con la jamona con la que estaba casado, que, en lugar de aparentar diez años más, como en el pobre cabroncete, aparentaba diez menos.
Mi madre, que se llama Marisa, había cumplido los cincuenta y cinco hacía unas semanas y, como ociosa ama de casa dedicada a sus labores, tenía bastante tiempo libre, sobre todo desde que había contratado una asistenta para ayudarle en las tareas de la casa. De modo que, ahora que mis hermanas y yo mismo ya nos habíamos emancipado, disponía de todo el tiempo del mundo para cuidarse. Salía a hacer nordic walking con las amigas, iba al cine, estaba apuntada a un club de lectura, iba a hacer pilates y un sinfín de actividades más entre, por lo que acababa de descubrir, estaba lo de follar a diestro y siniestro.
Otra sorpresa fue el aspecto de la guarra de mi madre en pelotas. Luego supe que pudo permitirse ese tuneo de su cuerpo porque hacía ya unos cuantos años que el pobre cornudo de papá no la tocaba ni con un palo. Su patética pilila había pasado a mejor vida, por decirlo finamente, y vivía en su mágico mundo de color, ignorando las actividades y el comportamiento de su sacrosanta esposa.
La guarrilla ya andaba haciendo de las suyas previamente, cuando todavía languidecía la triste vida sexual con su esposo. Fue en cuanto los hijos empezamos a volar solos, cuando inició sus actividades lúbrico-pornográficas, pero no empezaría sus mejoras físicas, por así decirlo, hasta el momento en que el pobre infeliz de su marido le dijo que iba a tener que suspender su ridículo polvo mensual porque el médico le había desaconsejado el uso de viagra por sus problemillas cardiacos. Era el único modo de mantener rígida su pilila para poder follarse a la jamona, la putilla tampoco estaba por la labor de estimular al infeliz con una mamadita o algo similar, de modo es que el tipo tenía que recurrir a la química.
Así que la zorrita, en un ejercicio de hipocresía muy a su nivel, le quitó hierro al asunto y le dijo a su compungido esposo que dejase de preocuparse por eso del sexo, que era un tema que estaba sobrevalorado y que, a fin de cuentas, ya eran mayores los dos y sus preocupaciones deberían estar más centradas en las carreras de sus hijos y sus futuros nietos. El hombre se conformó con la explicación y, feliz y contento, se dedicó a su vida laboral y a sus hobbies: la televisión, sus torneos de dardos en el bar (donde más de uno de sus presuntos amigos ya le llamaba el venado a sus espaldas: se iban difundiendo las andanzas de la putilla de su esposa) y los puzles, de los que era un apasionado. Había montado un taller en el garaje donde pasaba horas montando enormes rompecabezas de miles de piezas, mientras su mujer estimulaba el crecimiento de su cornamenta a base de mamadas o polvos con alguno de sus múltiples amantes.
La otra derivada de la renuncia al sexo por parte del cornudo fue la posibilidad de la cerda de hacerse algunos arreglos corporales, sobre todo ahora que las posibilidades de que su marido la viese en bolas se habían reducido prácticamente a cero.
De modo, que siguiendo consejos de los amantes que iban poblando su cama, se depiló definitivamente su chochito y el ojete dejándolos perfectos para el lameteo o la penetración; se colocó un bonito piercing en el ombligo, una crucecita dorada colgando de una cadena que se movía sugerente cuando la tenían a cuatro patas y le taladraban el coño o el ojete por la retaguardia, además de un diamantito de quita y pon en el lóbulo de la nariz con forma de as de picas; y, como no podía faltar, toda una serie de tatuajes no demasiado grandes, pero muy significativos que adornaban su bronceada piel. Al margen de dos rosas rojas que decoraban sus nalgas y una corona de espinas que rodeaba su muslo, destacaba sobremanera un texto en el lomo, sobre una flecha que se introducía entre las nalgas camino del ojete. En letra gótica decía: «Reservado el derecho de admisión: sólo para machos».
El conjunto era de una vulgaridad apabullante. Además había tenido el detalle de arreglarse los pechos para aumentar algo su tamaño (ya tenía un buen par de domingas, pero ya sabemos que para los tíos nunca es suficiente) y, de paso, mejorar su firmeza y solidez. Tuvo la suerte de que al venado lo mandaron un mes a supervisar las obras de ampliación de una sucursal de la empresa en las islas, por lo que vio el cielo abierto para hacerse ese retoque, a cuenta de la Visa de su marido que, por supuesto, no prestaba la menor atención a las cuentas de la casa que, desde siempre, había llevado mi madre.
Y había un detalle tremendamente morboso y que contribuyó a ponerme la polla más dura si cabe. A la putilla le había dado por cambiar su frondosa melena que tradicionalmente había llevado teñida de caoba por una mezcla de mechas negras y cabello gris, algo al estilo Morticia Adams. La cabellera semicanosa de abuelita moderna, contrastaba sobremanera con aquel cuerpazo de jamona madura y apetecible, con moreno de rayos uva y lleno de detallitos cochinos. Para tipos tan retorcidos como Álex, su yerno que es el que le sugirió el cambio, o yo mismo, esa combinación nos ponía la tranca como una piedra.
No aguanté mucho, claro. Viendo el segundo vídeo, con aquella nítida imagen en alta definición de mi colega enculando con fuerza a aquella puta mientras le estiraba de los pelos y la insultaba con vehemencia, mi polla empezó a escupir a presión densos perdigonazos de leche acompañados por un intenso gruñido (que espero que no hubiera escuchado ninguno de los estreñidos asentados en los cubículos próximos). Los disparos acabaron estampándose con un ruido sordo en la impoluta puerta beige del lavabo.
Me quedé paralizado contemplando como la tranca de mi colega salía y entraba a ritmo de taladradora del ojete materno, con mi rabo igual de tieso. Podría haber continuado dándole a la zambomba, pero el deber me obligaba a volver a la reunión. Ya examinaría más tarde con detenimiento el resto del material.
Eso sí, le mandé un mensaje de felicitación a Álex, con aplausos y todo tipo de emoticonos festivos. Le dije que aprovechase lo que pudiese, pero que dejase algo para mí. Ya se sabe que una polla dura no cree en parentescos. En cuanto volviera a casa (ahora sí que tenía un buen motivo para dejarme caer por allí, incluso pensaba solicitar los días que me debía la empresa y hacer una visita sorpresa a mis queridos ancestros) pensaba ocupar su lugar a poco que tuviera una oportunidad. No tenía claro si la vieja se iba a poner remilgada o pejiguera con la cosa de cometer adulterio con su propio hijo, pero viendo el modo en que se tragaba la tranca de mi amigo, con que ansía y felicidad la devoraba, y sabiendo que la mía era más gruesa y familiar, estaba seguro de que dejaría de lado sus prejuicios para catarla. Eso esperaba al menos. Por lo menos tenía que intentarlo.
Aquella misma noche, ya de vuelta a mi pequeño apartamento, tras consultar la web hice una llamada a la agencia que me proporcionaba las escorts. Pedí una chica lo más parecida en altura y opulencia a mi señora madre. No me quejo, me mandaron la chica perfecta: una marroquí muy guapa (más que mi madre, la verdad, pero ni la mitad de morbosa) de un metro cincuenta y cinco, medidas de escándalo y que aceptaba todo tipo de servicios (previo pago, claro). La principal diferencia era la edad. La joven tenía unos veinticinco años. Por lo demás era perfecta.
Así que, a través del Cromecast, pude ver los vídeos en bucle en la pantalla de 75 pulgadas de mi salón, mientras la furcia se sometía a una sesión imitando lo que iba saliendo en pantalla. Mi imaginación hizo el resto. La pobre chica me preguntó varias veces quién era aquella actriz tan guarra que salía en pantalla. Tuve que mentirle, claro. Le dije que era una veterana del porno en España. «Vaya, es de lo mejor que he visto», me respondió en francés mientras encajaba los barrenazos que le arreaba en su dilatado ojete.
Tras correrme tres veces, coloqué a la chica junto a la pantalla mientras miraba el último de los vídeos. Empecé a menearme la polla frente a su cara que, la chica mantenía con la boca bien abierta y los ojos cerrados y me concentré en las imágenes. Allí, mi madre con la jeta cubierta de gruesos goterones de esperma ensayaba una grotesca y ridícula sonrisa.
—Venga, putilla, sonríe a tu público —le decía Álex sin soltar la cámara y centrando el primer plano.
Mi madre trataba de sonreír con los ojos entrecerrados por la leche. La lefa le goteaba por las mejillas y se iba acumulando en la barbilla, cayendo en espesas gotas unidas por un hilo a la barbilla.
—Pero, Álex, me has dicho que esto es privado, ¿no?
—¡Claro, joder! ¿A ti que te parece? Es un video para consumo propio, bonita.
Mi pobre madre al escuchar lo de bonita, aquella palabra amable tan escasa en el vocabulario de su amante, trató de esbozar una sonrisa mayor, momento que aprovechó Álex para darle un par de cachetes cariñosos en las mejillas y esparcir bien la leche por toda la jeta, mezclándola con un par de fuertes escupitajos que le lanzó al mismo tiempo.
La pobre mujer, sumisa, se dejó hacer y, justo antes de que se cortase el vídeo, respondió a la pregunta que le hizo mi amigo, «qué, ¿te lo has pasado bien?»
—De maravilla —dijo mi adorable madre, mientras rebañaba la leche de la barbilla para, sin desaprovechar ni una gota, llevársela a la boca.
En ese momento, acabó el vídeo y volvió a empezar el ciclo de nuevo. Y yo me corrí en la cara de la joven putita llenando su tersa faz con una gruesa capa de leche. Lo que no estaba nada mal, teniendo en cuenta que era mi tercera eyaculación aquella noche y la cuarta aquel día si contábamos la paja en el trabajo.
2.
Pensaba que me iba a costar más, pero la cosa fue rodada. Todas las preocupaciones que me inquietaron durante el viaje de regreso se diluyeron como un azucarillo en el café.
Tras el impacto inicial de los vídeos que mostraban la verdadera naturaleza de mi madre, mi relación y, sobre todo, mis intenciones con mi familia cambiaron. Al margen de mantenerme informado por parte de Álex, que me siguió mandando algunos vídeos más y fotografías que mostraban a las claras que mi madre seguía en el mismo plan, empecé a llamar más a casa y a hacerme el interesado por mis padres. Quería que no les tomara por sorpresa lo de organizar un viaje de cuatro o cinco días en un periodo que no coincidiera con las fiestas de Navidad u otras vacaciones.
Sí, les extrañó un poco ese súbito interés por los lazos familiares. Más a mi madre, creo, porque mi padre mostró su alegría desde el principio y organizó una comida o una cena familiar con mis hermanas y los cuñados para celebrar mil llegada. La falta de entusiasmo de mi madre me la explicó después Álex. A la guarrilla no le hacía mucha gracia tener que suspender su intensa actividad sexual durante cuatro o cinco días, ni aunque fuese por la visita de su amado hijo. Ya contaba con hacerlo en Navidad, pero este anticipo le sentó como un tiro.
—A lo mejor no la interrumpes del todo —le dijo, mi amiguete en un plan bastante críptico.
El caso es que cuando llegué al aeropuerto me encontré a la pareja esperándome. Mi padre, con su pinta de amable bonachón de siempre y que, por la cosa del frío llevaba un sombrero. Yo pensé malignamente y en plan retorcido que si lo que pretendía era ocultar la cornamenta lo llevaba claro. Los cuernos son internos, valga el pareado…
En cuanto a mamá, ya la miraba con nuevos ojos. Me fijaba en ella de otro modo. A pesar de llevar una vestimenta discreta, un traje chaqueta que no podía disimular sus curvas, no podía eliminar de mi mente las imágenes de aquellos vídeos. Cuando me besó traté de notar, en sus labios de mamadora al impactar en mi mejilla, algo que pudiera indicarme si seguían todavía algo tumefactos después de la comida de tranca que aquella misma tarde había proporcionado a su yerno y de la que tenía una fotografía en el Whatsapp, enviada por Álex, que había visto nada más aterrizar. ¡Menuda cerda estaba hecha! ¡Dando besitos a su querido hijo con el sabor de la leche de su macho todavía caliente en su estómago!
Procuré arrimarme bien a ella, abrazarla de un modo que me permitiera apreciar la dureza de sus tetas. Disimuladamente, le palpe el culazo. ¡Buen material, sí señor! No sé si se dio cuenta de mis intenciones, pero me llamó la atención que, en lugar de sentarse en el asiento del copiloto, colocase allí una de las maletas y se sentase detrás conmigo. «Es porque a veces me mareo si voy delante», le contó a mi crédulo padre. Éste aceptó la excusa sin sospechar nada y procedió a deleitarnos todo el camino con la cháchara insustancial de sus peripecias laborales. Un monólogo que solo interrumpí de vez en cuando con un «sí, claro por supuesto» o un «¿y qué paso después?», para que el hombre no perdiese el hilo.
¿Y qué pasaba detrás, fuera del campo de visión del cornudo? En realidad, todavía nada que no pudiera justificarse como la alegría de una madre por ver a su hijo después de varios meses ausente y viceversa por parte del hijo. La jamona se arrimó a mí, colocando su cabeza sobre los hombros y tocándome los muslos como sin querer. De vez en cuando me daba algún besito en el cuello o en la mejilla, acercándose peligrosamente a mi boca pero sin pasar de allí. Estaba medio girada y sus tetazas se apoyaban con firmeza contra mi costado. La verdad es que, sabiendo lo que sabía de ella, mi polla se había puesto ya como un garrote y me costaba disimularlo. Creo que la muy puta se dio cuenta, porque mientras tocaba mis muslos tuvo que notar, por cojones, que había algo duro moviéndose por la pernera del pantalón. Pero la muy calientapollas no hizo nada. Se limitó a toquetearme, los muslos, el pecho, como quien no quiere la cosa, y a dejar que el dorso de su manita rozase ocasionalmente mi polla de vez en cuando, así cómo sin querer, claro.
Por mi parte, me limité a levantar el brazo para facilitar su postura y, delicadamente, sin que se notase demasiado, fui acercando mi mano a la base de su tetaza, sin atreverme a ir mucho más allá, por si al cornudo le daba por girar la cabeza.
La casa de mis padres está próxima al aeropuerto por lo que, en apenas quince minutos, llegamos al parking del chalet. Justo cuando estaba estacionando el viejo, antes de salir, la guarra me dio un inesperado regalo en forma de sorprendente lengüetazo en el cuello, que me hizo pegar un respingo y que mi polla recibió con una especie de calambrazo. La miré sorprendido y ella, bajó su vista a mi tranca, que formaba ya una tienda de campaña. Después, me miró a mí guiñándome un ojo, al tiempo que decía:
—Ya hemos llegado, bienvenido a casa, hijo.
Me demoré unos instantes mientras trataba de disimular la erección. Mis hermanas y mis cuñados estaban todos esperando, Álex incluido. El cabroncete disimulaba en su papel de esposo perfecto con una sonrisa de oreja a oreja cogido de la mano de su embarazada esposa. Cualquiera diría que, pocas horas antes, había regalado una buena ración de rabo a su querida suegra.
Al salir del coche, como es lógico, me resultó incómodo no poder controlar mi rabo. Tampoco se trataba de dar un espectáculo. La única que parecía risueña y divertida con mi azorado aspecto era la cerda de mi madre, que miraba guasona mi cara enrojecida y cómo sujetaba el abrigo, sin ponérmelo, delante de mí entrepierna para que no se notase el trancazo.
3.
Mis dudas se habían aclarado de golpe en aquel breve trayecto. Estaba claro que a mi madre le importaba un pimiento de quién era una polla si le resultaba de utilidad para satisfacerla y que la de su hijo podía ser tan buena como la de cualquier otro. Ver que había provocado esa reacción en mí, que no me había separado de ella en el interior del coche, extrañado ante tan afectuosas caricias, no hacía más que facilitar su plan de no pasar a palo seco los días en los que no pudiera follar a Álex. Ahora sólo faltaba ver si yo había interpretado bien sus intenciones y hasta dónde estaba ella dispuesta a llegar.
Yo, desde luego, lo quería todo.
La cena fue un tostón, copiosa, aburrida y con mucho vino y licores. Algo que procuré evitar para estar en forma por si acaso. Mi madre bebió un poquito, pero estuvo mucho más atenta a mantener siempre llena la copa del cornudo. «¡Venga, con alegría, que no falte el vino!», decía como si fuera un anticipo de la Navidad. Mis cuñados se cortaron un poco porque tenían que conducir, pero estuvieron muy en su papel, más pelmas que de costumbre. Incluso Álex, del que todos desconocían el trasfondo de nuestra amistad.
Al final, tan solo quería que se fuera todo el mundo. Y más aún cuando, en un pequeño receso, me acerqué al lavabo del piso de abajo, que era en el que solía ducharse mi madre y estuve hurgando en el cubo de la ropa sucia hasta que encontré, al fondo, medio abandonado, un tanguita mínimo de color negro que todavía olía a coño de hembra. Pensé en pajearme al instante, pero, por si acaso, conservé la carga de mis cojones intacta. Quizá surgiera una oportunidad mejor. Aunque viendo la cara de agotamiento de todo el mundo, me dio la sensación de que la cosa iba a ir de pipi y a la cama. Y mañana será otro día.
Sobre las doce se largaron mis hermanas y sus parejas y mi madre dejó la mesa sin recoger. «Tranquilo, hijo, déjalo todo, mañana lo recogerá la asistenta que para eso está». Me pareció un trabajo excesivo para la chica, pero bueno, aquí mandaba ella.
Mi madre me acompañó a mi antigua habitación que ya estaba preparada. Estaba en el piso de abajo. Me sorprendió ver que había cambiado la cama individual por una doble. Luego supe que era para cuando follaba con algún amante con el cornudo durmiendo en el piso de arriba. La camita individual era muy pequeña y convenció al viejo de cambiarla por una de matrimonio por si algún día se quedaba alguna de las hijas a dormir con su marido. Un absurdo, claro, porque vivían a un par de manzanas de allí. El viejo aceptó, por supuesto. No le dio importancia al tema y le pareció, como todas las opiniones de su esposa, una idea sensata y práctica.
Antes de salir, mi madre me dijo:
—Bueno, voy a acompañar a tu padre a la cama, que va bastante cargado —era cierto. Para no poder beber, por prescripción médica, hoy se había pasado tres pueblos y se le notaba, estaba esperando sentado en el comedor a que su adorable esposa le ayudase a subir las escaleras.
—Vale, buenas noches, mamá —ligeramente decepcionado, me acerqué para darle un besito de buenas noches.
—Buenas noches, cariño —me dijo ella que, esta vez sí, en lugar de ofrecerme la mejilla me dio un piquito. Un piquito húmedo e intenso que, al instante, se convirtió en un baboso morreo al que no pude contenerme.
Pero la muy cabrona se hizo la ofendida por un instante y se separó, dejándome sin saber cómo reaccionar. Viendo mi gesto de estupefacción, lanzó una risita malévola y me dijo:
—¡Tranquilo, tranquilo…! Voy a subir al gordo, me pongo algo más cómodo y ahora bajo, ¿vale?
-
La Guarrilla de Marisa – Capítulo 001
Llevaba seis meses viviendo en Bruselas. Estaba hasta arriba de trabajo, reuniones e informes uno detrás de otro. Desayunos, comidas y cenas de empresa día tras día. Y un tiempo libre escaso y muy mal aprovechado. Los compañero de trabajo eran aburridos y sosos. El ambiente y el clima del país no ayudaban a paliar la depresión que me acosaba constantemente. Mi único consuelo eran los sábados por la noche en los que solía gastarme todo lo que había podido sustraer de las dietas de la empresa en contratar a una escort para echar un buen polvo. La verdad es que era lo único que me gustaba de aquel sitio. Había encontrado, gracias a la información que me proporcionó un taxista, una agencia que, con toda discreción me proporcionaba las chicas que podía necesitar en función de la fantasía que deseaba recrear en cada ocasión. Y lo cierto es que tenían de todo. Un material de una calidad excelente, complaciente y muy profesional. Se notaba bastante que eran putas vocacionales, bien pagadas y satisfechas con su empleo. Vamos, algo difícil de encontrar en mi país.
Esta tediosa situación laboral iba camino de prolongarse seis meses más, que era cuando terminaba mi comisión de servicios en la delegación de mi empresa en la capital europea. Sí, iba a aprender mucho, iba a ganar una auténtica fortuna y profesionalmente era una oportunidad de oro. El único precio a pagar era el tedio que me invadía cada vez más. A lo mejor me estaba convirtiendo en un aburrido belga corriente y moliente… Pero hubo algo que cambió las cosas.
Estaba a media reunión una mañana gris y plomiza, tratando de entender el mediocre inglés del ponente, cuando noté la vibración del móvil. Me acababa de entrar un mensaje. Disimuladamente eché un vistazo a la pantalla y pude ver que se tratada de mi compinche Álex. Al margen de ser mi mejor amigo era mi cuñado. Estaba casado con mi hermana menor. Me mantenía al cabo de la calle con las novedades del barrio y, de paso, me ponía los dientes largos con su intensa y febril actividad erótico festiva.
Aunque estaba felizmente casado, el tipo era un ligón compulsivo y no le hacía ascos a nada, sobre todo con el embarazo de mi hermana que andaba ya por los siete meses. Si ya antes el sexo era la última de sus preocupaciones, ahora había pasado a ser una cosa residual totalmente. Álex, que era el que me lo había contado, no se lo tenía en cuenta. Lo que esperaba de la madre de sus hijos era otra cosa y, en eso, mi hermana era perfecta, una excelente persona. En su matrimonio, por lo tanto, la cuestión sexual era secundaria. Así que, sin el más mínimo remordimiento, buscaba fuera lo que no tenía en casa (lo habría hecho igual si mi hermana hubiera sido más activa, difícilmente le podría seguir el ritmo).
De modo que Álex solía mandarme mensajes con fotos y vídeos de todas las guarrillas que se iba follando. Así que, cuando vibró teléfono, la curiosidad pudo más que la atención que debería haber prestado a la reunión y eché un ojo rápido a los mensajes:
«¡Hola, pringao! ¡Tengo una noticia bomba! ¿A que no te imaginas quién es la guarrilla que acabo de empezar a follarme? ¡Vas a flipar! Mira los videos de abajo y alucina, colega!!!!!»
Bajo el mensaje había cuatro videos que no se habían descargado todavía y que, obviamente, no podía mirar mientras la reunión continuaba. No fue hasta el receso del café, cuando pude escaparme al lavabo y, metido en uno de los cubículos (bastante limpitos: eso sí que lo tienen los europeos), me acomodé sobre la taza y con los auriculares puestos me dispuse a echar un vistazo a la nueva putilla que se estaba follando mi colega. Me había picado la curiosidad.
Me quedé de pasta de boniato, como suele decirse. No hubo mucha intriga, en cuanto abrí el primero de los vídeos la cara de la puerca en cuestión contemplaba el rabo enhiesto de Álex con mirada de vicio y, tras sonreír a la cámara, empezaba una mamada de escándalo. Nada distinto a los vídeos que solía mandarme mi amiguete, salvo que, en esta ocasión, la cerda que se disponía a follarse era su suegra, es decir, mi propia madre.
Fue un recital. En el primero de los vídeos, mientras mi amiguete se dedicaba a insultar a la guarrilla, en plan «¡dale, cerda, dale, no pares! ¡mete la lengua hasta el fondo, putón!», ésta permanecía con la cabeza embutida entre las piernas del tipo que la enfocaba desde arriba. Tan solo se veía el movimiento pendular de la melena de la puerca mientras daba lametones a los huevos y el tieso rabo de Álex. Luego se centró en la parte inferior. Con toda seguridad le estaba realizando una comida de ojete de antología. Cuando mi amigo se cansó de insultarla le levantó la cara, cogiéndola por el pelo, y la congestionada, baboseada y sudorosa guarra sonrió patética a la cámara, mientras recibía un sonoro y espeso salivazo que fue a impactar entre la nariz y el ojo, resbalando después por su jeta.
Aquello fue definitivo. Ver a mi recatada madre, convertida en una comeculos de primera y como la buena mujer, tras aquel humillante escupitajo, procedía a engullir de nuevo, con hambre canina, la tensa polla de mi colega, me llevó ipso facto a bajar mis pantalones hasta los tobillos, sacarme la polla y pajearme revisando el resto del material que tenía en el móvil.
Fue un repertorio completo. Además, al bueno de Álex le dio por ponerse creativo y en alguno de los vídeos colocó el móvil en un trípode sobre una mesita alta y pudo recrearse en encular a la cerda de mi madre sin inhibiciones, sujetando con fuerza sus cabellos e incluso agarrándole el cuello o abofeteándola. Acciones, todas ellas, que no parecían venir de nuevo a la jamona que aceptaba gustosa e incluso jaleaba la rudeza de su macho con gritos de «¡más fuerte, cabrón, más fuerte!». Gemidos, rugidos e incluso gritos de placer, resonaban en los auriculares, combinados con los fuertes pollazos de Álex que se sentía espoleado por el entusiasmo de aquella guarra cincuentona.
Entre las varias sorpresas que supuso aquel recital pornográfico, estaba el descubrimiento de que el bueno de Álex ni tan siquiera había tenido la delicadeza de llevar a mi madre a un hotel o buscarse un picadero discreto. Se la estaba tirando en el dormitorio de mis padres que pude reconocer perfectamente, con sus cuadros horteras en las paredes, aquella cama con dosel y las fotos familiares, incluida las fotos de la boda y algunas más recientes en las que aparecía el pobre cornudo de papá con su decrépito y obeso aspecto actual. Un contraste bastante acusado con la jamona con la que estaba casado, que, en lugar de aparentar diez años más, como en el pobre cabroncete, aparentaba diez menos.
Mi madre, que se llama Marisa, había cumplido los cincuenta y cinco hacía unas semanas y, como ociosa ama de casa dedicada a sus labores, tenía bastante tiempo libre, sobre todo desde que había contratado una asistenta para ayudarle en las tareas de la casa. De modo que, ahora que mis hermanas y yo mismo ya nos habíamos emancipado, disponía de todo el tiempo del mundo para cuidarse. Salía a hacer nordic walking con las amigas, iba al cine, estaba apuntada a un club de lectura, iba a hacer pilates y un sinfín de actividades más entre, por lo que acababa de descubrir, estaba lo de follar a diestro y siniestro.
Otra sorpresa fue el aspecto de la guarra de mi madre en pelotas. Luego supe que pudo permitirse ese tuneo de su cuerpo porque hacía ya unos cuantos años que el pobre cornudo de papá no la tocaba ni con un palo. Su patética pilila había pasado a mejor vida, por decirlo finamente, y vivía en su mágico mundo de color, ignorando las actividades y el comportamiento de su sacrosanta esposa.
La guarrilla ya andaba haciendo de las suyas previamente, cuando todavía languidecía la triste vida sexual con su esposo. Fue en cuanto los hijos empezamos a volar solos, cuando inició sus actividades lúbrico-pornográficas, pero no empezaría sus mejoras físicas, por así decirlo, hasta el momento en que el pobre infeliz de su marido le dijo que iba a tener que suspender su ridículo polvo mensual porque el médico le había desaconsejado el uso de viagra por sus problemillas cardiacos. Era el único modo de mantener rígida su pilila para poder follarse a la jamona, la putilla tampoco estaba por la labor de estimular al infeliz con una mamadita o algo similar, de modo es que el tipo tenía que recurrir a la química.
Así que la zorrita, en un ejercicio de hipocresía muy a su nivel, le quitó hierro al asunto y le dijo a su compungido esposo que dejase de preocuparse por eso del sexo, que era un tema que estaba sobrevalorado y que, a fin de cuentas, ya eran mayores los dos y sus preocupaciones deberían estar más centradas en las carreras de sus hijos y sus futuros nietos. El hombre se conformó con la explicación y, feliz y contento, se dedicó a su vida laboral y a sus hobbies: la televisión, sus torneos de dardos en el bar (donde más de uno de sus presuntos amigos ya le llamaba el venado a sus espaldas: se iban difundiendo las andanzas de la putilla de su esposa) y los puzles, de los que era un apasionado. Había montado un taller en el garaje donde pasaba horas montando enormes rompecabezas de miles de piezas, mientras su mujer estimulaba el crecimiento de su cornamenta a base de mamadas o polvos con alguno de sus múltiples amantes.
La otra derivada de la renuncia al sexo por parte del cornudo fue la posibilidad de la cerda de hacerse algunos arreglos corporales, sobre todo ahora que las posibilidades de que su marido la viese en bolas se habían reducido prácticamente a cero.
De modo, que siguiendo consejos de los amantes que iban poblando su cama, se depiló definitivamente su chochito y el ojete dejándolos perfectos para el lameteo o la penetración; se colocó un bonito piercing en el ombligo, una crucecita dorada colgando de una cadena que se movía sugerente cuando la tenían a cuatro patas y le taladraban el coño o el ojete por la retaguardia, además de un diamantito de quita y pon en el lóbulo de la nariz con forma de as de picas; y, como no podía faltar, toda una serie de tatuajes no demasiado grandes, pero muy significativos que adornaban su bronceada piel. Al margen de dos rosas rojas que decoraban sus nalgas y una corona de espinas que rodeaba su muslo, destacaba sobremanera un texto en el lomo, sobre una flecha que se introducía entre las nalgas camino del ojete. En letra gótica decía: «Reservado el derecho de admisión: sólo para machos».
El conjunto era de una vulgaridad apabullante. Además había tenido el detalle de arreglarse los pechos para aumentar algo su tamaño (ya tenía un buen par de domingas, pero ya sabemos que para los tíos nunca es suficiente) y, de paso, mejorar su firmeza y solidez. Tuvo la suerte de que al venado lo mandaron un mes a supervisar las obras de ampliación de una sucursal de la empresa en las islas, por lo que vio el cielo abierto para hacerse ese retoque, a cuenta de la Visa de su marido que, por supuesto, no prestaba la menor atención a las cuentas de la casa que, desde siempre, había llevado mi madre.
Y había un detalle tremendamente morboso y que contribuyó a ponerme la polla más dura si cabe. A la putilla le había dado por cambiar su frondosa melena que tradicionalmente había llevado teñida de caoba por una mezcla de mechas negras y cabello gris, algo al estilo Morticia Adams. La cabellera semicanosa de abuelita moderna, contrastaba sobremanera con aquel cuerpazo de jamona madura y apetecible, con moreno de rayos uva y lleno de detallitos cochinos. Para tipos tan retorcidos como Álex, su yerno que es el que le sugirió el cambio, o yo mismo, esa combinación nos ponía la tranca como una piedra.
No aguanté mucho, claro. Viendo el segundo vídeo, con aquella nítida imagen en alta definición de mi colega enculando con fuerza a aquella puta mientras le estiraba de los pelos y la insultaba con vehemencia, mi polla empezó a escupir a presión densos perdigonazos de leche acompañados por un intenso gruñido (que espero que no hubiera escuchado ninguno de los estreñidos asentados en los cubículos próximos). Los disparos acabaron estampándose con un ruido sordo en la impoluta puerta beige del lavabo.
Me quedé paralizado contemplando como la tranca de mi colega salía y entraba a ritmo de taladradora del ojete materno, con mi rabo igual de tieso. Podría haber continuado dándole a la zambomba, pero el deber me obligaba a volver a la reunión. Ya examinaría más tarde con detenimiento el resto del material.
Eso sí, le mandé un mensaje de felicitación a Álex, con aplausos y todo tipo de emoticonos festivos. Le dije que aprovechase lo que pudiese, pero que dejase algo para mí. Ya se sabe que una polla dura no cree en parentescos. En cuanto volviera a casa (ahora sí que tenía un buen motivo para dejarme caer por allí, incluso pensaba solicitar los días que me debía la empresa y hacer una visita sorpresa a mis queridos ancestros) pensaba ocupar su lugar a poco que tuviera una oportunidad. No tenía claro si la vieja se iba a poner remilgada o pejiguera con la cosa de cometer adulterio con su propio hijo, pero viendo el modo en que se tragaba la tranca de mi amigo, con que ansía y felicidad la devoraba, y sabiendo que la mía era más gruesa y familiar, estaba seguro de que dejaría de lado sus prejuicios para catarla. Eso esperaba al menos. Por lo menos tenía que intentarlo.
Aquella misma noche, ya de vuelta a mi pequeño apartamento, tras consultar la web hice una llamada a la agencia que me proporcionaba las escorts. Pedí una chica lo más parecida en altura y opulencia a mi señora madre. No me quejo, me mandaron la chica perfecta: una marroquí muy guapa (más que mi madre, la verdad, pero ni la mitad de morbosa) de un metro cincuenta y cinco, medidas de escándalo y que aceptaba todo tipo de servicios (previo pago, claro). La principal diferencia era la edad. La joven tenía unos veinticinco años. Por lo demás era perfecta.
Así que, a través del Cromecast, pude ver los vídeos en bucle en la pantalla de 75 pulgadas de mi salón, mientras la furcia se sometía a una sesión imitando lo que iba saliendo en pantalla. Mi imaginación hizo el resto. La pobre chica me preguntó varias veces quién era aquella actriz tan guarra que salía en pantalla. Tuve que mentirle, claro. Le dije que era una veterana del porno en España. «Vaya, es de lo mejor que he visto», me respondió en francés mientras encajaba los barrenazos que le arreaba en su dilatado ojete.
Tras correrme tres veces, coloqué a la chica junto a la pantalla mientras miraba el último de los vídeos. Empecé a menearme la polla frente a su cara que, la chica mantenía con la boca bien abierta y los ojos cerrados y me concentré en las imágenes. Allí, mi madre con la jeta cubierta de gruesos goterones de esperma ensayaba una grotesca y ridícula sonrisa.
—Venga, putilla, sonríe a tu público —le decía Álex sin soltar la cámara y centrando el primer plano.
Mi madre trataba de sonreír con los ojos entrecerrados por la leche. La lefa le goteaba por las mejillas y se iba acumulando en la barbilla, cayendo en espesas gotas unidas por un hilo a la barbilla.
—Pero, Álex, me has dicho que esto es privado, ¿no?
—¡Claro, joder! ¿A ti que te parece? Es un video para consumo propio, bonita.
Mi pobre madre al escuchar lo de bonita, aquella palabra amable tan escasa en el vocabulario de su amante, trató de esbozar una sonrisa mayor, momento que aprovechó Álex para darle un par de cachetes cariñosos en las mejillas y esparcir bien la leche por toda la jeta, mezclándola con un par de fuertes escupitajos que le lanzó al mismo tiempo.
La pobre mujer, sumisa, se dejó hacer y, justo antes de que se cortase el vídeo, respondió a la pregunta que le hizo mi amigo, «qué, ¿te lo has pasado bien?»
—De maravilla —dijo mi adorable madre, mientras rebañaba la leche de la barbilla para, sin desaprovechar ni una gota, llevársela a la boca.
En ese momento, acabó el vídeo y volvió a empezar el ciclo de nuevo. Y yo me corrí en la cara de la joven putita llenando su tersa faz con una gruesa capa de leche. Lo que no estaba nada mal, teniendo en cuenta que era mi tercera eyaculación aquella noche y la cuarta aquel día si contábamos la paja en el trabajo.
2.
Pensaba que me iba a costar más, pero la cosa fue rodada. Todas las preocupaciones que me inquietaron durante el viaje de regreso se diluyeron como un azucarillo en el café.
Tras el impacto inicial de los vídeos que mostraban la verdadera naturaleza de mi madre, mi relación y, sobre todo, mis intenciones con mi familia cambiaron. Al margen de mantenerme informado por parte de Álex, que me siguió mandando algunos vídeos más y fotografías que mostraban a las claras que mi madre seguía en el mismo plan, empecé a llamar más a casa y a hacerme el interesado por mis padres. Quería que no les tomara por sorpresa lo de organizar un viaje de cuatro o cinco días en un periodo que no coincidiera con las fiestas de Navidad u otras vacaciones.
Sí, les extrañó un poco ese súbito interés por los lazos familiares. Más a mi madre, creo, porque mi padre mostró su alegría desde el principio y organizó una comida o una cena familiar con mis hermanas y los cuñados para celebrar mil llegada. La falta de entusiasmo de mi madre me la explicó después Álex. A la guarrilla no le hacía mucha gracia tener que suspender su intensa actividad sexual durante cuatro o cinco días, ni aunque fuese por la visita de su amado hijo. Ya contaba con hacerlo en Navidad, pero este anticipo le sentó como un tiro.
—A lo mejor no la interrumpes del todo —le dijo, mi amiguete en un plan bastante críptico.
El caso es que cuando llegué al aeropuerto me encontré a la pareja esperándome. Mi padre, con su pinta de amable bonachón de siempre y que, por la cosa del frío llevaba un sombrero. Yo pensé malignamente y en plan retorcido que si lo que pretendía era ocultar la cornamenta lo llevaba claro. Los cuernos son internos, valga el pareado…
En cuanto a mamá, ya la miraba con nuevos ojos. Me fijaba en ella de otro modo. A pesar de llevar una vestimenta discreta, un traje chaqueta que no podía disimular sus curvas, no podía eliminar de mi mente las imágenes de aquellos vídeos. Cuando me besó traté de notar, en sus labios de mamadora al impactar en mi mejilla, algo que pudiera indicarme si seguían todavía algo tumefactos después de la comida de tranca que aquella misma tarde había proporcionado a su yerno y de la que tenía una fotografía en el Whatsapp, enviada por Álex, que había visto nada más aterrizar. ¡Menuda cerda estaba hecha! ¡Dando besitos a su querido hijo con el sabor de la leche de su macho todavía caliente en su estómago!
Procuré arrimarme bien a ella, abrazarla de un modo que me permitiera apreciar la dureza de sus tetas. Disimuladamente, le palpe el culazo. ¡Buen material, sí señor! No sé si se dio cuenta de mis intenciones, pero me llamó la atención que, en lugar de sentarse en el asiento del copiloto, colocase allí una de las maletas y se sentase detrás conmigo. «Es porque a veces me mareo si voy delante», le contó a mi crédulo padre. Éste aceptó la excusa sin sospechar nada y procedió a deleitarnos todo el camino con la cháchara insustancial de sus peripecias laborales. Un monólogo que solo interrumpí de vez en cuando con un «sí, claro por supuesto» o un «¿y qué paso después?», para que el hombre no perdiese el hilo.
¿Y qué pasaba detrás, fuera del campo de visión del cornudo? En realidad, todavía nada que no pudiera justificarse como la alegría de una madre por ver a su hijo después de varios meses ausente y viceversa por parte del hijo. La jamona se arrimó a mí, colocando su cabeza sobre los hombros y tocándome los muslos como sin querer. De vez en cuando me daba algún besito en el cuello o en la mejilla, acercándose peligrosamente a mi boca pero sin pasar de allí. Estaba medio girada y sus tetazas se apoyaban con firmeza contra mi costado. La verdad es que, sabiendo lo que sabía de ella, mi polla se había puesto ya como un garrote y me costaba disimularlo. Creo que la muy puta se dio cuenta, porque mientras tocaba mis muslos tuvo que notar, por cojones, que había algo duro moviéndose por la pernera del pantalón. Pero la muy calientapollas no hizo nada. Se limitó a toquetearme, los muslos, el pecho, como quien no quiere la cosa, y a dejar que el dorso de su manita rozase ocasionalmente mi polla de vez en cuando, así cómo sin querer, claro.
Por mi parte, me limité a levantar el brazo para facilitar su postura y, delicadamente, sin que se notase demasiado, fui acercando mi mano a la base de su tetaza, sin atreverme a ir mucho más allá, por si al cornudo le daba por girar la cabeza.
La casa de mis padres está próxima al aeropuerto por lo que, en apenas quince minutos, llegamos al parking del chalet. Justo cuando estaba estacionando el viejo, antes de salir, la guarra me dio un inesperado regalo en forma de sorprendente lengüetazo en el cuello, que me hizo pegar un respingo y que mi polla recibió con una especie de calambrazo. La miré sorprendido y ella, bajó su vista a mi tranca, que formaba ya una tienda de campaña. Después, me miró a mí guiñándome un ojo, al tiempo que decía:
—Ya hemos llegado, bienvenido a casa, hijo.
Me demoré unos instantes mientras trataba de disimular la erección. Mis hermanas y mis cuñados estaban todos esperando, Álex incluido. El cabroncete disimulaba en su papel de esposo perfecto con una sonrisa de oreja a oreja cogido de la mano de su embarazada esposa. Cualquiera diría que, pocas horas antes, había regalado una buena ración de rabo a su querida suegra.
Al salir del coche, como es lógico, me resultó incómodo no poder controlar mi rabo. Tampoco se trataba de dar un espectáculo. La única que parecía risueña y divertida con mi azorado aspecto era la cerda de mi madre, que miraba guasona mi cara enrojecida y cómo sujetaba el abrigo, sin ponérmelo, delante de mí entrepierna para que no se notase el trancazo.
3.
Mis dudas se habían aclarado de golpe en aquel breve trayecto. Estaba claro que a mi madre le importaba un pimiento de quién era una polla si le resultaba de utilidad para satisfacerla y que la de su hijo podía ser tan buena como la de cualquier otro. Ver que había provocado esa reacción en mí, que no me había separado de ella en el interior del coche, extrañado ante tan afectuosas caricias, no hacía más que facilitar su plan de no pasar a palo seco los días en los que no pudiera follar a Álex. Ahora sólo faltaba ver si yo había interpretado bien sus intenciones y hasta dónde estaba ella dispuesta a llegar.
Yo, desde luego, lo quería todo.
La cena fue un tostón, copiosa, aburrida y con mucho vino y licores. Algo que procuré evitar para estar en forma por si acaso. Mi madre bebió un poquito, pero estuvo mucho más atenta a mantener siempre llena la copa del cornudo. «¡Venga, con alegría, que no falte el vino!», decía como si fuera un anticipo de la Navidad. Mis cuñados se cortaron un poco porque tenían que conducir, pero estuvieron muy en su papel, más pelmas que de costumbre. Incluso Álex, del que todos desconocían el trasfondo de nuestra amistad.
Al final, tan solo quería que se fuera todo el mundo. Y más aún cuando, en un pequeño receso, me acerqué al lavabo del piso de abajo, que era en el que solía ducharse mi madre y estuve hurgando en el cubo de la ropa sucia hasta que encontré, al fondo, medio abandonado, un tanguita mínimo de color negro que todavía olía a coño de hembra. Pensé en pajearme al instante, pero, por si acaso, conservé la carga de mis cojones intacta. Quizá surgiera una oportunidad mejor. Aunque viendo la cara de agotamiento de todo el mundo, me dio la sensación de que la cosa iba a ir de pipi y a la cama. Y mañana será otro día.
Sobre las doce se largaron mis hermanas y sus parejas y mi madre dejó la mesa sin recoger. «Tranquilo, hijo, déjalo todo, mañana lo recogerá la asistenta que para eso está». Me pareció un trabajo excesivo para la chica, pero bueno, aquí mandaba ella.
Mi madre me acompañó a mi antigua habitación que ya estaba preparada. Estaba en el piso de abajo. Me sorprendió ver que había cambiado la cama individual por una doble. Luego supe que era para cuando follaba con algún amante con el cornudo durmiendo en el piso de arriba. La camita individual era muy pequeña y convenció al viejo de cambiarla por una de matrimonio por si algún día se quedaba alguna de las hijas a dormir con su marido. Un absurdo, claro, porque vivían a un par de manzanas de allí. El viejo aceptó, por supuesto. No le dio importancia al tema y le pareció, como todas las opiniones de su esposa, una idea sensata y práctica.
Antes de salir, mi madre me dijo:
—Bueno, voy a acompañar a tu padre a la cama, que va bastante cargado —era cierto. Para no poder beber, por prescripción médica, hoy se había pasado tres pueblos y se le notaba, estaba esperando sentado en el comedor a que su adorable esposa le ayudase a subir las escaleras.
—Vale, buenas noches, mamá —ligeramente decepcionado, me acerqué para darle un besito de buenas noches.
—Buenas noches, cariño —me dijo ella que, esta vez sí, en lugar de ofrecerme la mejilla me dio un piquito. Un piquito húmedo e intenso que, al instante, se convirtió en un baboso morreo al que no pude contenerme.
Pero la muy cabrona se hizo la ofendida por un instante y se separó, dejándome sin saber cómo reaccionar. Viendo mi gesto de estupefacción, lanzó una risita malévola y me dijo:
—¡Tranquilo, tranquilo…! Voy a subir al gordo, me pongo algo más cómodo y ahora bajo, ¿vale?
-