La Guarrilla de Marisa – Capítulos 001 al 002

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,944
Likes Recibidos
2,388
Puntos
113
 
 
 
-
La Guarrilla de Marisa – Capítulo 001



Llevaba seis meses viviendo en Bruselas. Estaba hasta arriba de trabajo, reuniones e informes uno detrás de otro. Desayunos, comidas y cenas de empresa día tras día. Y un tiempo libre escaso y muy mal aprovechado. Los compañero de trabajo eran aburridos y sosos. El ambiente y el clima del país no ayudaban a paliar la depresión que me acosaba constantemente. Mi único consuelo eran los sábados por la noche en los que solía gastarme todo lo que había podido sustraer de las dietas de la empresa en contratar a una escort para echar un buen polvo. La verdad es que era lo único que me gustaba de aquel sitio. Había encontrado, gracias a la información que me proporcionó un taxista, una agencia que, con toda discreción me proporcionaba las chicas que podía necesitar en función de la fantasía que deseaba recrear en cada ocasión. Y lo cierto es que tenían de todo. Un material de una calidad excelente, complaciente y muy profesional. Se notaba bastante que eran putas vocacionales, bien pagadas y satisfechas con su empleo. Vamos, algo difícil de encontrar en mi país.

Esta tediosa situación laboral iba camino de prolongarse seis meses más, que era cuando terminaba mi comisión de servicios en la delegación de mi empresa en la capital europea. Sí, iba a aprender mucho, iba a ganar una auténtica fortuna y profesionalmente era una oportunidad de oro. El único precio a pagar era el tedio que me invadía cada vez más. A lo mejor me estaba convirtiendo en un aburrido belga corriente y moliente… Pero hubo algo que cambió las cosas.

Estaba a media reunión una mañana gris y plomiza, tratando de entender el mediocre inglés del ponente, cuando noté la vibración del móvil. Me acababa de entrar un mensaje. Disimuladamente eché un vistazo a la pantalla y pude ver que se tratada de mi compinche Álex. Al margen de ser mi mejor amigo era mi cuñado. Estaba casado con mi hermana menor. Me mantenía al cabo de la calle con las novedades del barrio y, de paso, me ponía los dientes largos con su intensa y febril actividad erótico festiva.

Aunque estaba felizmente casado, el tipo era un ligón compulsivo y no le hacía ascos a nada, sobre todo con el embarazo de mi hermana que andaba ya por los siete meses. Si ya antes el sexo era la última de sus preocupaciones, ahora había pasado a ser una cosa residual totalmente. Álex, que era el que me lo había contado, no se lo tenía en cuenta. Lo que esperaba de la madre de sus hijos era otra cosa y, en eso, mi hermana era perfecta, una excelente persona. En su matrimonio, por lo tanto, la cuestión sexual era secundaria. Así que, sin el más mínimo remordimiento, buscaba fuera lo que no tenía en casa (lo habría hecho igual si mi hermana hubiera sido más activa, difícilmente le podría seguir el ritmo).

De modo que Álex solía mandarme mensajes con fotos y vídeos de todas las guarrillas que se iba follando. Así que, cuando vibró teléfono, la curiosidad pudo más que la atención que debería haber prestado a la reunión y eché un ojo rápido a los mensajes:

«¡Hola, pringao! ¡Tengo una noticia bomba! ¿A que no te imaginas quién es la guarrilla que acabo de empezar a follarme? ¡Vas a flipar! Mira los videos de abajo y alucina, colega!!!!!»

Bajo el mensaje había cuatro videos que no se habían descargado todavía y que, obviamente, no podía mirar mientras la reunión continuaba. No fue hasta el receso del café, cuando pude escaparme al lavabo y, metido en uno de los cubículos (bastante limpitos: eso sí que lo tienen los europeos), me acomodé sobre la taza y con los auriculares puestos me dispuse a echar un vistazo a la nueva putilla que se estaba follando mi colega. Me había picado la curiosidad.

Me quedé de pasta de boniato, como suele decirse. No hubo mucha intriga, en cuanto abrí el primero de los vídeos la cara de la puerca en cuestión contemplaba el rabo enhiesto de Álex con mirada de vicio y, tras sonreír a la cámara, empezaba una mamada de escándalo. Nada distinto a los vídeos que solía mandarme mi amiguete, salvo que, en esta ocasión, la cerda que se disponía a follarse era su suegra, es decir, mi propia madre.

Fue un recital. En el primero de los vídeos, mientras mi amiguete se dedicaba a insultar a la guarrilla, en plan «¡dale, cerda, dale, no pares! ¡mete la lengua hasta el fondo, putón!», ésta permanecía con la cabeza embutida entre las piernas del tipo que la enfocaba desde arriba. Tan solo se veía el movimiento pendular de la melena de la puerca mientras daba lametones a los huevos y el tieso rabo de Álex. Luego se centró en la parte inferior. Con toda seguridad le estaba realizando una comida de ojete de antología. Cuando mi amigo se cansó de insultarla le levantó la cara, cogiéndola por el pelo, y la congestionada, baboseada y sudorosa guarra sonrió patética a la cámara, mientras recibía un sonoro y espeso salivazo que fue a impactar entre la nariz y el ojo, resbalando después por su jeta.

Aquello fue definitivo. Ver a mi recatada madre, convertida en una comeculos de primera y como la buena mujer, tras aquel humillante escupitajo, procedía a engullir de nuevo, con hambre canina, la tensa polla de mi colega, me llevó ipso facto a bajar mis pantalones hasta los tobillos, sacarme la polla y pajearme revisando el resto del material que tenía en el móvil.

Fue un repertorio completo. Además, al bueno de Álex le dio por ponerse creativo y en alguno de los vídeos colocó el móvil en un trípode sobre una mesita alta y pudo recrearse en encular a la cerda de mi madre sin inhibiciones, sujetando con fuerza sus cabellos e incluso agarrándole el cuello o abofeteándola. Acciones, todas ellas, que no parecían venir de nuevo a la jamona que aceptaba gustosa e incluso jaleaba la rudeza de su macho con gritos de «¡más fuerte, cabrón, más fuerte!». Gemidos, rugidos e incluso gritos de placer, resonaban en los auriculares, combinados con los fuertes pollazos de Álex que se sentía espoleado por el entusiasmo de aquella guarra cincuentona.

Entre las varias sorpresas que supuso aquel recital pornográfico, estaba el descubrimiento de que el bueno de Álex ni tan siquiera había tenido la delicadeza de llevar a mi madre a un hotel o buscarse un picadero discreto. Se la estaba tirando en el dormitorio de mis padres que pude reconocer perfectamente, con sus cuadros horteras en las paredes, aquella cama con dosel y las fotos familiares, incluida las fotos de la boda y algunas más recientes en las que aparecía el pobre cornudo de papá con su decrépito y obeso aspecto actual. Un contraste bastante acusado con la jamona con la que estaba casado, que, en lugar de aparentar diez años más, como en el pobre cabroncete, aparentaba diez menos.

Mi madre, que se llama Marisa, había cumplido los cincuenta y cinco hacía unas semanas y, como ociosa ama de casa dedicada a sus labores, tenía bastante tiempo libre, sobre todo desde que había contratado una asistenta para ayudarle en las tareas de la casa. De modo que, ahora que mis hermanas y yo mismo ya nos habíamos emancipado, disponía de todo el tiempo del mundo para cuidarse. Salía a hacer nordic walking con las amigas, iba al cine, estaba apuntada a un club de lectura, iba a hacer pilates y un sinfín de actividades más entre, por lo que acababa de descubrir, estaba lo de follar a diestro y siniestro.

Otra sorpresa fue el aspecto de la guarra de mi madre en pelotas. Luego supe que pudo permitirse ese tuneo de su cuerpo porque hacía ya unos cuantos años que el pobre cornudo de papá no la tocaba ni con un palo. Su patética pilila había pasado a mejor vida, por decirlo finamente, y vivía en su mágico mundo de color, ignorando las actividades y el comportamiento de su sacrosanta esposa.

La guarrilla ya andaba haciendo de las suyas previamente, cuando todavía languidecía la triste vida sexual con su esposo. Fue en cuanto los hijos empezamos a volar solos, cuando inició sus actividades lúbrico-pornográficas, pero no empezaría sus mejoras físicas, por así decirlo, hasta el momento en que el pobre infeliz de su marido le dijo que iba a tener que suspender su ridículo polvo mensual porque el médico le había desaconsejado el uso de viagra por sus problemillas cardiacos. Era el único modo de mantener rígida su pilila para poder follarse a la jamona, la putilla tampoco estaba por la labor de estimular al infeliz con una mamadita o algo similar, de modo es que el tipo tenía que recurrir a la química.

Así que la zorrita, en un ejercicio de hipocresía muy a su nivel, le quitó hierro al asunto y le dijo a su compungido esposo que dejase de preocuparse por eso del sexo, que era un tema que estaba sobrevalorado y que, a fin de cuentas, ya eran mayores los dos y sus preocupaciones deberían estar más centradas en las carreras de sus hijos y sus futuros nietos. El hombre se conformó con la explicación y, feliz y contento, se dedicó a su vida laboral y a sus hobbies: la televisión, sus torneos de dardos en el bar (donde más de uno de sus presuntos amigos ya le llamaba el venado a sus espaldas: se iban difundiendo las andanzas de la putilla de su esposa) y los puzles, de los que era un apasionado. Había montado un taller en el garaje donde pasaba horas montando enormes rompecabezas de miles de piezas, mientras su mujer estimulaba el crecimiento de su cornamenta a base de mamadas o polvos con alguno de sus múltiples amantes.

La otra derivada de la renuncia al sexo por parte del cornudo fue la posibilidad de la cerda de hacerse algunos arreglos corporales, sobre todo ahora que las posibilidades de que su marido la viese en bolas se habían reducido prácticamente a cero.

De modo, que siguiendo consejos de los amantes que iban poblando su cama, se depiló definitivamente su chochito y el ojete dejándolos perfectos para el lameteo o la penetración; se colocó un bonito piercing en el ombligo, una crucecita dorada colgando de una cadena que se movía sugerente cuando la tenían a cuatro patas y le taladraban el coño o el ojete por la retaguardia, además de un diamantito de quita y pon en el lóbulo de la nariz con forma de as de picas; y, como no podía faltar, toda una serie de tatuajes no demasiado grandes, pero muy significativos que adornaban su bronceada piel. Al margen de dos rosas rojas que decoraban sus nalgas y una corona de espinas que rodeaba su muslo, destacaba sobremanera un texto en el lomo, sobre una flecha que se introducía entre las nalgas camino del ojete. En letra gótica decía: «Reservado el derecho de admisión: sólo para machos».

El conjunto era de una vulgaridad apabullante. Además había tenido el detalle de arreglarse los pechos para aumentar algo su tamaño (ya tenía un buen par de domingas, pero ya sabemos que para los tíos nunca es suficiente) y, de paso, mejorar su firmeza y solidez. Tuvo la suerte de que al venado lo mandaron un mes a supervisar las obras de ampliación de una sucursal de la empresa en las islas, por lo que vio el cielo abierto para hacerse ese retoque, a cuenta de la Visa de su marido que, por supuesto, no prestaba la menor atención a las cuentas de la casa que, desde siempre, había llevado mi madre.

Y había un detalle tremendamente morboso y que contribuyó a ponerme la polla más dura si cabe. A la putilla le había dado por cambiar su frondosa melena que tradicionalmente había llevado teñida de caoba por una mezcla de mechas negras y cabello gris, algo al estilo Morticia Adams. La cabellera semicanosa de abuelita moderna, contrastaba sobremanera con aquel cuerpazo de jamona madura y apetecible, con moreno de rayos uva y lleno de detallitos cochinos. Para tipos tan retorcidos como Álex, su yerno que es el que le sugirió el cambio, o yo mismo, esa combinación nos ponía la tranca como una piedra.

No aguanté mucho, claro. Viendo el segundo vídeo, con aquella nítida imagen en alta definición de mi colega enculando con fuerza a aquella puta mientras le estiraba de los pelos y la insultaba con vehemencia, mi polla empezó a escupir a presión densos perdigonazos de leche acompañados por un intenso gruñido (que espero que no hubiera escuchado ninguno de los estreñidos asentados en los cubículos próximos). Los disparos acabaron estampándose con un ruido sordo en la impoluta puerta beige del lavabo.

Me quedé paralizado contemplando como la tranca de mi colega salía y entraba a ritmo de taladradora del ojete materno, con mi rabo igual de tieso. Podría haber continuado dándole a la zambomba, pero el deber me obligaba a volver a la reunión. Ya examinaría más tarde con detenimiento el resto del material.

Eso sí, le mandé un mensaje de felicitación a Álex, con aplausos y todo tipo de emoticonos festivos. Le dije que aprovechase lo que pudiese, pero que dejase algo para mí. Ya se sabe que una polla dura no cree en parentescos. En cuanto volviera a casa (ahora sí que tenía un buen motivo para dejarme caer por allí, incluso pensaba solicitar los días que me debía la empresa y hacer una visita sorpresa a mis queridos ancestros) pensaba ocupar su lugar a poco que tuviera una oportunidad. No tenía claro si la vieja se iba a poner remilgada o pejiguera con la cosa de cometer adulterio con su propio hijo, pero viendo el modo en que se tragaba la tranca de mi amigo, con que ansía y felicidad la devoraba, y sabiendo que la mía era más gruesa y familiar, estaba seguro de que dejaría de lado sus prejuicios para catarla. Eso esperaba al menos. Por lo menos tenía que intentarlo.

Aquella misma noche, ya de vuelta a mi pequeño apartamento, tras consultar la web hice una llamada a la agencia que me proporcionaba las escorts. Pedí una chica lo más parecida en altura y opulencia a mi señora madre. No me quejo, me mandaron la chica perfecta: una marroquí muy guapa (más que mi madre, la verdad, pero ni la mitad de morbosa) de un metro cincuenta y cinco, medidas de escándalo y que aceptaba todo tipo de servicios (previo pago, claro). La principal diferencia era la edad. La joven tenía unos veinticinco años. Por lo demás era perfecta.

Así que, a través del Cromecast, pude ver los vídeos en bucle en la pantalla de 75 pulgadas de mi salón, mientras la furcia se sometía a una sesión imitando lo que iba saliendo en pantalla. Mi imaginación hizo el resto. La pobre chica me preguntó varias veces quién era aquella actriz tan guarra que salía en pantalla. Tuve que mentirle, claro. Le dije que era una veterana del porno en España. «Vaya, es de lo mejor que he visto», me respondió en francés mientras encajaba los barrenazos que le arreaba en su dilatado ojete.

Tras correrme tres veces, coloqué a la chica junto a la pantalla mientras miraba el último de los vídeos. Empecé a menearme la polla frente a su cara que, la chica mantenía con la boca bien abierta y los ojos cerrados y me concentré en las imágenes. Allí, mi madre con la jeta cubierta de gruesos goterones de esperma ensayaba una grotesca y ridícula sonrisa.

—Venga, putilla, sonríe a tu público —le decía Álex sin soltar la cámara y centrando el primer plano.

Mi madre trataba de sonreír con los ojos entrecerrados por la leche. La lefa le goteaba por las mejillas y se iba acumulando en la barbilla, cayendo en espesas gotas unidas por un hilo a la barbilla.

—Pero, Álex, me has dicho que esto es privado, ¿no?

—¡Claro, joder! ¿A ti que te parece? Es un video para consumo propio, bonita.

Mi pobre madre al escuchar lo de bonita, aquella palabra amable tan escasa en el vocabulario de su amante, trató de esbozar una sonrisa mayor, momento que aprovechó Álex para darle un par de cachetes cariñosos en las mejillas y esparcir bien la leche por toda la jeta, mezclándola con un par de fuertes escupitajos que le lanzó al mismo tiempo.

La pobre mujer, sumisa, se dejó hacer y, justo antes de que se cortase el vídeo, respondió a la pregunta que le hizo mi amigo, «qué, ¿te lo has pasado bien?»

—De maravilla —dijo mi adorable madre, mientras rebañaba la leche de la barbilla para, sin desaprovechar ni una gota, llevársela a la boca.

En ese momento, acabó el vídeo y volvió a empezar el ciclo de nuevo. Y yo me corrí en la cara de la joven putita llenando su tersa faz con una gruesa capa de leche. Lo que no estaba nada mal, teniendo en cuenta que era mi tercera eyaculación aquella noche y la cuarta aquel día si contábamos la paja en el trabajo.

2.

Pensaba que me iba a costar más, pero la cosa fue rodada. Todas las preocupaciones que me inquietaron durante el viaje de regreso se diluyeron como un azucarillo en el café.

Tras el impacto inicial de los vídeos que mostraban la verdadera naturaleza de mi madre, mi relación y, sobre todo, mis intenciones con mi familia cambiaron. Al margen de mantenerme informado por parte de Álex, que me siguió mandando algunos vídeos más y fotografías que mostraban a las claras que mi madre seguía en el mismo plan, empecé a llamar más a casa y a hacerme el interesado por mis padres. Quería que no les tomara por sorpresa lo de organizar un viaje de cuatro o cinco días en un periodo que no coincidiera con las fiestas de Navidad u otras vacaciones.

Sí, les extrañó un poco ese súbito interés por los lazos familiares. Más a mi madre, creo, porque mi padre mostró su alegría desde el principio y organizó una comida o una cena familiar con mis hermanas y los cuñados para celebrar mil llegada. La falta de entusiasmo de mi madre me la explicó después Álex. A la guarrilla no le hacía mucha gracia tener que suspender su intensa actividad sexual durante cuatro o cinco días, ni aunque fuese por la visita de su amado hijo. Ya contaba con hacerlo en Navidad, pero este anticipo le sentó como un tiro.

—A lo mejor no la interrumpes del todo —le dijo, mi amiguete en un plan bastante críptico.

El caso es que cuando llegué al aeropuerto me encontré a la pareja esperándome. Mi padre, con su pinta de amable bonachón de siempre y que, por la cosa del frío llevaba un sombrero. Yo pensé malignamente y en plan retorcido que si lo que pretendía era ocultar la cornamenta lo llevaba claro. Los cuernos son internos, valga el pareado…

En cuanto a mamá, ya la miraba con nuevos ojos. Me fijaba en ella de otro modo. A pesar de llevar una vestimenta discreta, un traje chaqueta que no podía disimular sus curvas, no podía eliminar de mi mente las imágenes de aquellos vídeos. Cuando me besó traté de notar, en sus labios de mamadora al impactar en mi mejilla, algo que pudiera indicarme si seguían todavía algo tumefactos después de la comida de tranca que aquella misma tarde había proporcionado a su yerno y de la que tenía una fotografía en el Whatsapp, enviada por Álex, que había visto nada más aterrizar. ¡Menuda cerda estaba hecha! ¡Dando besitos a su querido hijo con el sabor de la leche de su macho todavía caliente en su estómago!

Procuré arrimarme bien a ella, abrazarla de un modo que me permitiera apreciar la dureza de sus tetas. Disimuladamente, le palpe el culazo. ¡Buen material, sí señor! No sé si se dio cuenta de mis intenciones, pero me llamó la atención que, en lugar de sentarse en el asiento del copiloto, colocase allí una de las maletas y se sentase detrás conmigo. «Es porque a veces me mareo si voy delante», le contó a mi crédulo padre. Éste aceptó la excusa sin sospechar nada y procedió a deleitarnos todo el camino con la cháchara insustancial de sus peripecias laborales. Un monólogo que solo interrumpí de vez en cuando con un «sí, claro por supuesto» o un «¿y qué paso después?», para que el hombre no perdiese el hilo.

¿Y qué pasaba detrás, fuera del campo de visión del cornudo? En realidad, todavía nada que no pudiera justificarse como la alegría de una madre por ver a su hijo después de varios meses ausente y viceversa por parte del hijo. La jamona se arrimó a mí, colocando su cabeza sobre los hombros y tocándome los muslos como sin querer. De vez en cuando me daba algún besito en el cuello o en la mejilla, acercándose peligrosamente a mi boca pero sin pasar de allí. Estaba medio girada y sus tetazas se apoyaban con firmeza contra mi costado. La verdad es que, sabiendo lo que sabía de ella, mi polla se había puesto ya como un garrote y me costaba disimularlo. Creo que la muy puta se dio cuenta, porque mientras tocaba mis muslos tuvo que notar, por cojones, que había algo duro moviéndose por la pernera del pantalón. Pero la muy calientapollas no hizo nada. Se limitó a toquetearme, los muslos, el pecho, como quien no quiere la cosa, y a dejar que el dorso de su manita rozase ocasionalmente mi polla de vez en cuando, así cómo sin querer, claro.

Por mi parte, me limité a levantar el brazo para facilitar su postura y, delicadamente, sin que se notase demasiado, fui acercando mi mano a la base de su tetaza, sin atreverme a ir mucho más allá, por si al cornudo le daba por girar la cabeza.

La casa de mis padres está próxima al aeropuerto por lo que, en apenas quince minutos, llegamos al parking del chalet. Justo cuando estaba estacionando el viejo, antes de salir, la guarra me dio un inesperado regalo en forma de sorprendente lengüetazo en el cuello, que me hizo pegar un respingo y que mi polla recibió con una especie de calambrazo. La miré sorprendido y ella, bajó su vista a mi tranca, que formaba ya una tienda de campaña. Después, me miró a mí guiñándome un ojo, al tiempo que decía:

—Ya hemos llegado, bienvenido a casa, hijo.

Me demoré unos instantes mientras trataba de disimular la erección. Mis hermanas y mis cuñados estaban todos esperando, Álex incluido. El cabroncete disimulaba en su papel de esposo perfecto con una sonrisa de oreja a oreja cogido de la mano de su embarazada esposa. Cualquiera diría que, pocas horas antes, había regalado una buena ración de rabo a su querida suegra.

Al salir del coche, como es lógico, me resultó incómodo no poder controlar mi rabo. Tampoco se trataba de dar un espectáculo. La única que parecía risueña y divertida con mi azorado aspecto era la cerda de mi madre, que miraba guasona mi cara enrojecida y cómo sujetaba el abrigo, sin ponérmelo, delante de mí entrepierna para que no se notase el trancazo.

3.

Mis dudas se habían aclarado de golpe en aquel breve trayecto. Estaba claro que a mi madre le importaba un pimiento de quién era una polla si le resultaba de utilidad para satisfacerla y que la de su hijo podía ser tan buena como la de cualquier otro. Ver que había provocado esa reacción en mí, que no me había separado de ella en el interior del coche, extrañado ante tan afectuosas caricias, no hacía más que facilitar su plan de no pasar a palo seco los días en los que no pudiera follar a Álex. Ahora sólo faltaba ver si yo había interpretado bien sus intenciones y hasta dónde estaba ella dispuesta a llegar.

Yo, desde luego, lo quería todo.

La cena fue un tostón, copiosa, aburrida y con mucho vino y licores. Algo que procuré evitar para estar en forma por si acaso. Mi madre bebió un poquito, pero estuvo mucho más atenta a mantener siempre llena la copa del cornudo. «¡Venga, con alegría, que no falte el vino!», decía como si fuera un anticipo de la Navidad. Mis cuñados se cortaron un poco porque tenían que conducir, pero estuvieron muy en su papel, más pelmas que de costumbre. Incluso Álex, del que todos desconocían el trasfondo de nuestra amistad.

Al final, tan solo quería que se fuera todo el mundo. Y más aún cuando, en un pequeño receso, me acerqué al lavabo del piso de abajo, que era en el que solía ducharse mi madre y estuve hurgando en el cubo de la ropa sucia hasta que encontré, al fondo, medio abandonado, un tanguita mínimo de color negro que todavía olía a coño de hembra. Pensé en pajearme al instante, pero, por si acaso, conservé la carga de mis cojones intacta. Quizá surgiera una oportunidad mejor. Aunque viendo la cara de agotamiento de todo el mundo, me dio la sensación de que la cosa iba a ir de pipi y a la cama. Y mañana será otro día.

Sobre las doce se largaron mis hermanas y sus parejas y mi madre dejó la mesa sin recoger. «Tranquilo, hijo, déjalo todo, mañana lo recogerá la asistenta que para eso está». Me pareció un trabajo excesivo para la chica, pero bueno, aquí mandaba ella.

Mi madre me acompañó a mi antigua habitación que ya estaba preparada. Estaba en el piso de abajo. Me sorprendió ver que había cambiado la cama individual por una doble. Luego supe que era para cuando follaba con algún amante con el cornudo durmiendo en el piso de arriba. La camita individual era muy pequeña y convenció al viejo de cambiarla por una de matrimonio por si algún día se quedaba alguna de las hijas a dormir con su marido. Un absurdo, claro, porque vivían a un par de manzanas de allí. El viejo aceptó, por supuesto. No le dio importancia al tema y le pareció, como todas las opiniones de su esposa, una idea sensata y práctica.

Antes de salir, mi madre me dijo:

—Bueno, voy a acompañar a tu padre a la cama, que va bastante cargado —era cierto. Para no poder beber, por prescripción médica, hoy se había pasado tres pueblos y se le notaba, estaba esperando sentado en el comedor a que su adorable esposa le ayudase a subir las escaleras.

—Vale, buenas noches, mamá —ligeramente decepcionado, me acerqué para darle un besito de buenas noches.

—Buenas noches, cariño —me dijo ella que, esta vez sí, en lugar de ofrecerme la mejilla me dio un piquito. Un piquito húmedo e intenso que, al instante, se convirtió en un baboso morreo al que no pude contenerme.

Pero la muy cabrona se hizo la ofendida por un instante y se separó, dejándome sin saber cómo reaccionar. Viendo mi gesto de estupefacción, lanzó una risita malévola y me dijo:

—¡Tranquilo, tranquilo…! Voy a subir al gordo, me pongo algo más cómodo y ahora bajo, ¿vale?

-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,944
Likes Recibidos
2,388
Puntos
113
 
 
 
-
La Guarrilla de Marisa – Capítulo 002


Y allí me quedé en mi antigua habitación, esperando durante un largo cuarto de hora, en pelotas, con la polla mirando al techo, hasta que se abrió la puerta y apareció, como una diosa pagana, mi puta madre.

La guarra se había vestido para la ocasión o usaba por defecto esa ropa interior de actriz porno, a saber. Quizá ya la llevaba al mediodía cuando le contó al viejo el cuento chino de que había quedado para comer con las compañeras de pilates y se había citado con su adorado yerno Álex en un hotelito del centro para echar un polvazo «hasta de aquí a cuatro días». A fin de cuentas me daba lo mismo, lo importante era que allí estaba.

Las medias negras, los ligueros a juego, el tanguita que no dejaba lugar a la imaginación y aquel sujetador que a duras penas podía sujetar sus ubres, todo se combinaba a la perfección.

Sin decir una palabra se acercó y entró gateando en la cama, se colocó entre mis piernas y, tras levantarlas, me puso en posición para comerme el ojete mientras me pajeaba. Estuvo unos cinco minutos así, hasta que notó como se tensaban mis cojones, preludio de la eyaculación. Se detuvo. Me sujetó la polla por la base con fuerza, para detener la corrida y levantó la cara sudorosa.

—Hoy me enterado de una cosita, hijo —dijo.

Alucinando, jadeando todavía, sin poder contestar por el orgasmo interrumpido, la mire con curiosidad.

—Tu amiguito Álex me ha contado todo. Me ha dicho lo de los vídeos, las fotos, vuestras conversaciones. Todo, vamos.

Me quedé helado. Ahora sí que mi plan se iba a la mierda. Seguro que todo el asunto no era más que una venganza planificada para humillarme y demostrar lo retorcido que era su hijo o algo así…

—Quiero que sepas que me encanta que se te ponga el rabo como una piedra con una vieja como yo —«vaya, no tan vieja, pensé, ya querrían algunas actrices porno más jóvenes tener tu cuerpazo», pero estaba tan paralizado por la sorpresa que no pude articular palabra—. Me has hecho sentir, muy hembra, muy puta y muy orgullosa de ti. Te voy a dar lo mejor que puede dar una madre.

A continuación se metió la polla en la boca y empezó una mamada de escándalo con la que me hizo eyacular a los cinco minutos.

Acercó su boca para mostrarme la copiosa corrida que se acumulaba en el interior y escupí en su boca abierta. Se tragó el mejunje y con una sonrisa, me dijo:

—Ya veo que Álex te ha contado mis gustos. Pues ya sabes hijo, me puedes dar caña sin miedo. El cornudo está sobado como un tronco y si oye algo le diremos que tenías pesadillas y que vine a consolarte como cuando eras niño.

Tenía la sensación de que acababa de entrar en el paraíso. Así que puse en marcha mis más perversas fantasías. Después de darle un completo repaso a sus agujeritos con la lengua, mientras ella volvía a ponerme en forma el pajarito, me jugué a pito pito gorgorito, qué le reventaba primero, si el chochete o el culo.

Ganó el coño, pero decidí hacerlo a cuatro patas, mientras con el pulgar iba preparando su culo para el remate de la jornada.

Las tetazas se movían como péndulos mientras le endiñaba viajes sobre aquella destartalada cama que seguramente tenía mucho trote, porque empezó a moverse al ritmo que le marcaban mis violentos empujones.

Me estaba costando correrme, de modo que decidí pasar al agujero trasero, algo que mi madre acogió con entusiasmo. Mi tranca es bastante gruesa, tampoco una monstruosidad pero si estaba acostumbrada a usar la de Álex, seguro que la guarrilla notaba la diferencia. Y tanto que la notó, pegó un intenso alarido que yo acompañe con un fuerte tirón de pelos para ponerla vertical y susurrarle:

—¡No grites tanto puerca, que va a despertar al viejo!

—¡Joder, que le den por culo como a mí, ostia! —dijo entre gemidos y soltando gruesos lagrimones— ¡Vaya pollón te gastas, hijo de puta! Tendrías que haber avisado que entrabas a matar, hombre…

—¿Quieres que la saque? —era un pregunta trampa, claro, porque ya sabía la respuesta.

—¡Ni de coña…! Ve suave y ya te diré cuando apretar.

La obedecí, reduciendo la intensidad, hasta que, cuando la elasticidad de su ojete se adaptó al tamaño, la puta empezó a pedirme «más, más, más… más fuerte, cabrón, dale hijo de puta… revienta a tu puta madre…» y otras lindezas por el estilo. Puro romanticismo, vamos.

Me corrí como nunca en mi vida, dejando el culo inundado de lefa que la pobre mujer, con un agujero que tardó en recuperar su estado natural, iba recuperando con los dedos para llevárselo a la boca.

—Como puedes ver, en esta casa no se desperdicia nada.

Nos quedamos adormilados, recuperando el aliento. Un par de horas más tarde. Sobre las cuatro o las cinco, me desperté al notar una mamada de despedida con la que mi madre me vació una vez más los cojones antes de dejar la habitación e irse al tálamo matrimonial, a velar el adecuado crecimiento de los cuernos de mi padre.

4.

La última imagen que pude ver en la penumbra de la habitación, fue el enorme culazo panadero de mi madre que salía de la habitación, se agachó un instante para recuperar el tanga y pude ver que su ojete todavía no se había recuperado del todo de aquella intrusión de hacía un ratito. «En fin», pensé, «habrá que ir con tiento». Claro que, cuando me desperté al día siguiente, sobre las once y me acerque a la cocina donde la jamona estaba preparando un buen desayuno con huevos, bacon, zumo de naranja, café y toda la pesca, apoyada en la encimera, vistiendo unos ajustadísimos leggins que le marcaban hasta el pensamiento, me dije: «¡con tiento, los cojones! La oportunidad de follar a una jaca así durante cuatro días, no hay que desperdiciarla. Le voy a hacer salir la leche hasta por las orejas».

Así que, tras saludar al pobre cornudo que leía absorto el periódico y parecía bastante resacoso todavía por la cogorza del día anterior, me coloqué justo detrás de la cerda, haciendo como que miraba la sartén y frotando mi polla medio morcillona le mordisqueé el cuello susurrándole: «buenos días, putilla». Ella inclinó el culo hacia atrás para notar bien mi rabo y, con una sonrisa de oreja a oreja se giró diciendo a quién quisiera oírla:

—¡Que contenta estoy de que mi niño esté en casa unos días!

—Yo también, yo también… —dijo el pobre cornudo contemplando aquel idílico abrazo entre madre e hijo, antes de sumergirse nuevamente en la lectura de la prensa.

El resto del día es fácil de imaginar. Hablar de orgía continua sería quedarse corto. Aprovechamos cada momento. Mamadas furtivas cuando el cornudo andaba por las inmediaciones y un buen polvazo en condiciones en cuanto se fue a jugar su partidita de dardos. Después le planté un plug en el culo para que no se le escapase la leche y, mientras veíamos la televisión después de la cena, ya con el viejo en casa, le hice tomarse un chupito con lo que acababa de salir de su ojete mientras mirábamos una tonta comedia de amor. Me encantó ver como relamía el vasito hasta el fondo.

—¿Qué haces? ¿Tanto te gusta? —preguntó el pobre infeliz de mi viejo mirando como la lengua de la puerca de su mujer dejaba el vasito reluciente.

—Sí, es que este licor es muy dulce —respondió la guarrilla mientras me guiñaba un ojo.

Tenía que aprovechar el tiempo, claro. De modo que para el último día, a sugerencia de la zorra, convencí al cornudo para que no dejase de acudir a un concurso de dardos para el que llevaba apuntado desde hacía meses. El concurso era en otra ciudad y le iba a ocupar todo el día. El pobre hombre, en vista de mi inesperada visita, se había ofrecido a cancelar su participación, que tanta ilusión le hacía, por aquello de estar todos en familia y tal y tal. Pero tanto la putilla como yo le convencimos que no tenía por qué renunciar a sus sueños. «¡Por favor, Anselmo!», insistió mi madre, «¡Tienes que ir, por ti y por tus compañeros del equipo! Ya sabes que eres el mejor!». Mi padre se resistió un poco, hasta que la guarrilla, apelando a su vanidad, lo convenció: «¡Insisto, quiero que consigas ese trofeo: lo colocaremos en el mejor lugar del salón!». El pobre pardillo, que siempre había visto como mi madre se cachondeaba y reía de sus aficiones, sintió que tenía que hacerlo para contentar a tan abnegada y generosa esposa y decidió asistir al certamen. Obviamente no ganó. Así mi madre no tuvo que inventar ninguna excusa para no tener que colocar aquel absurdo premio en el salón, desentonando con la exquisita decoración.

En resumen, que pudimos despachar al cornudo a su concurso y le pude hacer el mejor regalo de despedida que un hijo puede hacer a una madre tan cachonda. Descolgué el teléfono y llamé de inmediato a Álex. Uno de los sueños de mamá se iba a cumplir. Al fin podría convertirse en el objeto de dos hombres y disfrutar de una buena doble penetración.

Mamá estaba encantada con el asunto, y preparó la habitación de matrimonio para la ocasión, con algunas bebidas en el aparador y una cámara montada en un trípode para poder inmortalizar el evento y verlo después cuantas veces quisiéramos. Ya me vendría bien tener material en Bruselas para pajearme o follarme alguna furcia durante el frío invierno que se avecinaba. Me ayudaría a soportar la estancia hasta mi siguiente visita.

¡Ah, y no podía faltar una buena provisión de lubricante! Tanto Álex como yo teníamos intención de dar tregua al ojete de la guarra.

5.

En cuanto vimos el coche de mi padre salir camino de su torneo, la putilla le dio vidilla a la asistenta que se fue, encantada de disfrutar aquel inesperado día libre. A continuación, llamó a mi hermana para convencerla de que mandase a Álex para hacer unas reparaciones domésticas, un grifo que perdía agua o algo así, le dijo. El cabroncete de mi cuñado tenía fama de ser el manitas de la familia. La verdad es que no sé de dónde había sacado esa reputación, porque las únicas cañerías que desatascaba eran el coño y el culo de su suegra y, bastante a lo bruto, todo sea dicho.

De modo que, a media mañana apareció Álex y lo recibimos, mamá y yo. Mamá medio en pelotas con un conjunto de los que enseñan más que ocultan. Yo del todo, con la polla tiesa, gracias a las atenciones maternas. Menuda impaciente. La putilla, tenía el coño chorreando desde primera hora de la mañana y no hacía más que refregarse conmigo. Estaba de un calientapollas subido, la muy zorra. Está claro que lo trío la ponía bien cachonda.

Y, bueno, la verdad es que fuimos al grano enseguida. Primero la puerca nos hizo una buena mamada para entonarnos (no hacía mucha falta, la verdad es que estábamos perfectamente motivados). Sentados en el sofá, tomábamos un aperitivo, mientras la guarra, arrodillada sobre un cojín, chupaba alternativamente cada rabo mientras pajeaba el otro. Enseguida nos dejó las pollas en perfecto estado de revista. Bien tiesas y ensalivadas. Y eso que, Álex y yo, no estábamos prestando demasiada atención al principio. Mi colega me estaba enseñando unas fotos en el móvil de un chica nueva de su trabajo que había conocido a la que le estaba tirando los tejos y que, si sus planes iban bien, se pensaba tirar antes de las navidades. La chica estaba recién casada, pero parecía bastante receptiva a los subrepticios coqueteos e insinuaciones de mi amiguete. Para estas cosas Álex tenía un sexto sentido que no solía fallarle.

El caso es que, en un momento dado, la puerca que ya veía que los mástiles estaban prestos nos dijo:

—¡Qué pasa, capullos! ¿No pensáis follaros a vuestra puta, después de todos los cambalaches que hemos tenido que hacer para organizarlo?

No es que seamos demasiado sensibles, pero la frase nos tocó el corazón (y la polla), de modo que, tras mirarnos, Álex la levantó de los pelos y enfiló el camino al dormitorio mientras le iba dando fuertes palmadas en el culazo que temblaba como un flan. Yo, riendo, tras ellos los seguí polla en ristre.

—¡Vamos a follar, pedazo de guarra! —le gritó Álex, siendo respondido por un gritito de satisfacción por parte de la jamona.

Una vez en la habitación llegó el deseado momento del sándwich.

—¿Cómo lo quieres, mamá?

—Primero, tú por el coño y Álex por el culo. Cuando me corra la primera vez cambiáis y quiero que me remate el ojete tu pollón mientras me como la polla de Álex.

—¿Y luego?

—Os corréis en mi jeta y me hacéis una foto. La quiero como fondo de pantalla.

Ambos flipamos, claro.

Así que, dicho y hecho. Media hora más tarde, después de haber regado el coño de mi madre, pude tener el inmenso honor de tener a aquella jamona a cuatro patas, reventándole el ojete, mientras los huevos de Álex rebotaban en su barbilla con la polla completamente incrustada en su tráquea. Un chorro de babas iba cayendo sobre la cama matrimonial de mis padres. Un gruñido ahogado se podía oír de fondo a nuestros insultos y rugidos. Era la voz de mi madre que, congestionada, trataba de respirar conteniendo las arcadas por los escasos huecos que le dejaba el grosor de la polla de su yerno. Yo, por mi parte, me estaba esmerando en arrearle tremendas emboladas, notando como su culo, a pesar de la intensidad de la penetración, seguía ofreciendo algo de resistencia. Luego me enteré que la muy cabrona se entrenaba con dildos y penes de látex para ejercitar los músculos de su esfínter y apretar o aflojar a voluntad. Creía la mujer que era una buena forma de controlar la penetración anal y proporcionar más placer a sus machos. Estaba en lo cierto.

No tardamos en estar a punto. Ahora que todavía teníamos los huevos bien cargados decidimos hacer la lefada de la jeta de la guarra. Queríamos una foto, densa e intensa. Y así quedó, digna de un buen bukake.

Todavía echamos un par de polvos más. Tranquilos pero intensos. Después, recogimos un poco la casa y nos duchamos. Nos despedimos calurosamente de Álex y modositamente sentados en el salón recibimos al cornudo que se presentó compungido sin haber obtenido el premio del concurso de dardos.

Tanto mamá, como yo lo consolamos y le dijimos que estuviera tranquilo, que tenía que volver a participar y seguir insistiendo, que era lo bastante bueno para ganar. Además, el próximo certamen sería el 28 de diciembre, justo durante las vacaciones de Navidad y yo también estaría en casa para apoyarle. Y de paso empotrara mamá, claro.

Mi madre, raramente afectuosa con el viejo, le dio hasta un piquito de consuelo. Claro que la boca todavía le debía saber al culo de la reciente comida de ojete que nos había hecho antes de tragarse su última dosis de esperma. El pobre cornudo, sorprendido, por inusual gesto de su esposa, se mostró sonriente y contento, ignorando a qué se debía el sabor acre y salado de los labios de su mujer. En fin, ojos que no ven…

6.

Todas las despedidas son tristes, pero esta me vino de perlas. La verdad es que no sé si habría aguantado un par de días más a aquel ritmo. Lo de mi madre rozaba la ninfomanía. Parecía fresca y lozana como una rosa y nunca se cansaba de que la ensartase como un pinchito o de comerme la polla para obtener una nutritiva ración de leche de macho. Es conocido el dicho que para tener a un hombre contento es con el estómago lleno y los huevos vacíos. Claro que, en mi caso, los cojones se me estaban empezando a quedar como pasas deshidratadas. Necesitaba recuperarme.

Mi madre, por su parte, estaba encantada con tener una alternativa extra a su amante habitual. Bueno, una más al margen de los ligues esporádicos con los que echaba algún polvete fugaz para quitarse el gusanillo de la variedad e ir catando pollas diferentes. En la variedad está el gusto, dicen. Ya se sabe, algún repartidor de Amazon o pizza a domicilio, algún monitor del gimnasio o compromisos de Álex a los que éste debía un favorcillo y saldaba la deuda con una mamada de su guarra.

Aparte de estos pequeños desahogos, tenía a su yerno, Álex, como amante oficial y ahora, ya sabía que también podía contar conmigo en cuanto pudiera escapar de Bruselas.

En primavera esperaba el traslado definitivo y ya tenía pensado que, en cuanto me instalase en mi ciudad, convertiría mi apartamento de soltero en un perfecto follódromo con mi puta madre. Por lo menos, hasta que me echase novia.

Aunque, bien mirado, tampoco tenía por qué dejar de tirarme a la putilla a pesar de estar comprometido. Es más, difícilmente iba a encontrar una chica con la que pudiera echar polvos como los que le echaba a mi madre, tías que aceptasen el trato, duro y tirando a degradante, como el que le daba a la zorra o que se dejasen hacer (e hiciesen) prácticamente de todo. Además, siendo cínico no me gustaría nada que la futura madre de mis hijos fuera una guarra de esas dimensiones. ¡Faltaría más!

Después de una última mamada matutina, aprovechando la excusa de mi madre de ayudarme a hacer la maleta, tal y cómo le dijo al viejo que esperaba pacientemente en la calle, ya montado en el coche, partimos hacia el aeropuerto igual que el día que aterricé: una maleta en el asiento del copiloto y mamá y yo acaramelados en la parte trasera, todo lejos de la mirada del cornudo que podíamos. La zorra no llevaba bragas para facilitar que pudiera pajearla, algo que hice gustoso mientras comentaba con mi padre noticias intrascendentes y absurdas y le pedía que subiera la radio para apagar los gemiditos de la puerca que, inasequible al riesgo, se corrió dos veces en los veinte minutos escasos que tardamos en llegar a la terminal, disimulando sus orgasmos con tosecitas.

—¿Estás bien cariño? —preguntó el inocentón de mi padre cuando escuchó las toses de la zorra de su mujer.

—Mejor que nunca Anselmo, ji, ji, ji… —respondió ella guiñándome el ojo y pegándome un travieso apretón a mi polla, dura otra vez. Vaya trote que me estaba dando la muy guarrilla.

En el aeropuerto, después de los abrazos y besitos de rigor, me despedí de mi padre con un breve abrazo y de mi madre con uno más intenso y un mordisquito en el cuello que ella agradeció pegando bien sus tetas y consiguiendo que se mantuviera la tensión en el rabo. Menos mal que esta vez me había traído unos pantalones oscuros y anchos que me permitían disimular mejor…

—Bueno, mamá —dije antes de entrar en la terminal—, te dejo en buenas manos.

—Claro, hijo —respondió mi padre, dándose por aludido.

—Por supuesto —dijo ella, sabiendo que me refería a Álex.

Ya en el avión, mientras me olía la mano con la que había estado pajeando a la zorrita, acabé de entonarme y tuve que ir al lavabo a calmar mi erección con un buen pajote.

-
 
Arriba Pie