LA FÓRMULA DE KRANTZ VI (LA SEGUNDA ESPOSA)

RichardVelard

Virgen
Registrado
Ene 9, 2022
Mensajes
25
Likes Recibidos
41
Puntos
13
LA FÓRMULA DE KRANTZ PARTE VI

LA SEGUNDA ESPOSA

La zona centro de cualquier ciudad, sin importar si esta es grande o pequeña, suele ser siempre un lugar sumamente concurrido. Pletórico de gente transitando por sus calles, o detenida curioseando frente a los aparadores de los más diversos locales comerciales, y dicha ebullición suele mantenerse desde entrada la mañana y hasta el anochecer. Al grado que muchas veces, uno puede pasar cerca de algún conocido y no percatarse de su presencia; al no notarlo en medio de un mar de gentes.

A Diana Abrego, esposa, madre de familia y con veintiséis años, aquella tarde le sucedió lo contrario. Acudió allí sin haberlo planeado con mucha antelación, para hacer algunas compras de cosas, que a eso de las dos de la tarde se había dado cuenta que necesitaba. Bajó del bus a las cuatro menos cinco minutos, y luego con un rápido y ágil andar, se dirigió a los lugares exactos donde conseguiría lo que necesita. Cuando terminó sus compras, que en realidad no eran muchas y no ocupaban mucho espacio. Llevaba todo en una sola bolsa de tamaño mediano tirando a pequeño. Y su andar era ya más lento; la verdad es que aquella tarde no tenía pensado detenerse mucho para ver zapatos o vestidos, o cualquier otra cosa que a una mujer como ella pudiera interesarle. De manera que emprendió el camino de vuelta a su casa y se dirigió a la parada del bus que la devolvería a su domicilio.

Pero, justo cuando pasaba cerca del lugar donde laboraba su marido, en la entrada de un café ubicó a éste en animada plática y tomando por la cintura a una mujer desconocida para ella; pero que su esposo parecía conocer muy bien y desde hace mucho. Esto a juzgar por la forma en como él le hablaba y la sostenía. De inmediato se acercó a ellos, y dio por abierta la discusión insultándolos a ambos, y luego asestando una sonora bofetada a su marido.

Los esposos intercambiaron palabras en un tono muy alto, lo que llamó la atención de todos alrededor. Y después de unos instantes la primera en salir huyendo del lugar fue la mujer desconocida, quien se retiró lo más rápido que pudo del lugar, aprovechando que la discusión parecía no incluirla a ella.

El esposo de Diana intentó calmarla, pero no pudo lograrlo; ella estaba furiosa y seguía vociferando, y amagaba con lanzarle una segunda bofetada, o incluso un puñetazo. Lo cierto es que no era para menos, aquella no sería la primera infidelidad, ni muy seguramente la última de parte de su esposo, quien era además un borracho empedernido de casi todos los fines de semana. Pero el cinismo de Octavio era cada vez mayor. Y aunque ya contaban algunos años de matrimonio, Diana había decidido que no tenía por que seguirlo soportando. Sobre todo ahora que él se comportaba tan descaradamente, aprovechando hasta las ocasionales salidas de su trabajo, para tener citas de avance con sus nuevas conquistas.

La discusión no llegó a un buen término y se interrumpió abruptamente, con Diana alejándose del lugar, y con Octavio tratando de detenerla pero sin lograrlo; y después de ello al esposo no le quedó más remedio que volver a su lugar de trabajo, como fuera todavía tenía un horario que cumplir allí.

Diana por su parte no hizo por tomar el bus de regreso a casa, en cambio comenzó a caminar por las calles del centro sin rumbo fijo y sin detenerse o ingresar a ningún lugar. Estaba demasiado furiosa, demasiado enardecida; y sentía ganas tremendas de devolverle a su marido aquellas faltas de respeto, aquellas burlas a su persona, de una manera mucho más dura y más severa que con bofetadas o insultos. Hubo un momento en el colmo de su furia, en que llegó incluso a pensar en pagarle a su marido con la misma moneda: infidelidad por infidelidad.

La verdad es que no era la primera vez que aquella idea le pasaba por la cabeza, pero a final de cuentas ella misma la sacaba de allí al poco de tenerla. Pero esta vez fue diferente, fue la primera vez en que se le ocurrió llevarla a cabo, planearla metódicamente y luego hacerla efectiva. Después de todo ella era una mujer joven, atractiva. Y si quería podía ser abiertamente sensual y sexual para otro hombre, algo que solamente había sido para su marido desde que se casaron. Había sido madre ya en dos ocasiones, y era una mujer que no enseñaba mucho, pero ella era así, incluso desde antes de casarse. En cambio ahora su marido le había dado la pauta para ser abiertamente provocadora; para abrirse y recibir el pene de otro hombre entre sus piernas.

Lo cierto es que no se sorprendió de pensar así. Había llegado a ese punto no por culpa de nadie más que por Octavio. Sí, el la había llevado a ese punto, y ahora él pagaría las consecuencias. Después de que pensó aquello, se dio cuenta de que había comenzado a alejarse, de lo que propiamente era el centro de la ciudad; de hecho, si cruzaba la avenida que tenía enfrente; saldría del límite para internarse en una colonia aledaña, cuyo nombre desconocía o bien había olvidado, si bien la zona no le era totalmente desconocida.

Después de unos minutos de estar detenida en un mismo lugar, el enojo había bajado casi al mínimo, pero aún estaba allí. Diana sabía que tenía pensar con calma todo aquello, y llevarlo a su consumación con inteligencia. Sin perder el decoro ni dañar su reputación públicamente, eso era algo que como mujer sabía que no podía permitirse. Y es que después de todo, si un hombre es un infiel a su mujer es casi un héroe en cualquier lado, pero si lo es una mujer…

Se dio perfecta cuenta que aquello podía llevarle semanas, incluso meses, pero valía la pena si era bien realizado. Fue entonces que vio de lejos venir al bus sobre aquella avenida, sabía que no era el bus que la llevaría a su casa. Alguien a unos seis metros de ella le hizo la parada y el bus comenzó a aminorar el paso y finalmente se detuvo.

De pronto y de improviso, la misma Diana comenzó a avanzar rápidamente hacia el bus, haciéndole señas para que esperara. Y tras acelerar el paso, también subió en el mismo.

***​

Fue y vino sin rumbo por la ciudad durante prácticamente unos cuarenta minutos, bajando y subiendo a los buses; hasta que se dio cuenta que estaba como buscando algo que no podía hallar. Seguía totalmente convencida de la jugada que quería hacer en contra su marido; pero sabía que de momento ya no era necesario seguir repensando el asunto. Sino que debía volver a casa. Y sin embargo…

Sin embargo algo desconocido de algún modo se lo impedía, era como si estuviese atada de algún modo a ir y venir en los buses, como si una fuerza amiga y compañera hubiese surgido en algún momento y estuviese cuidándola. Dándole fuerza y seguridad, y a la vez sujetándola. Sí, la sensación que tenía en esos momentos, era como la de estar siendo sujetada con cierta firmeza por la cintura; por algún tipo de lazo invisible que le impedía regresar a casa y la tenía a su merced. Y no obstante la sensación en sí misma no era nada desagradable. Todo lo contrario, era algo misterioso pero muy disfrutable.

Finalmente una voz interior pareció ordenarle volver al centro de la ciudad, para luego de allí retornar a su domicilio. Y de inmediato y sin sorprenderse por aquello, Diana se dispuso a hacerlo.

En realidad y conociendo las rutas como de hecho las conocía, desde el punto en el que se encontraba, Diana sabía perfectamente que podía evitar el centro para regresar a casa, pero en cambio volvió por su propio pie, al mismo punto donde se había bajado del bus para llegar al centro.

***​

Justamente aquella parada era donde más se arremolinaba la gente; y es que era precisamente la última; la última antes de que el bus regresara rehaciendo su ruta, y comenzara a alejarse del centro. De manera que en este punto el bus se vaciaba por completo, y de inmediato se llenaba de nuevo o tendía a llenarse.

Diana se acomodó y arregló un poco su rizada y esponjada cabellera con la mano que tenía libre. Mientras veía a la gente amontonarse, para subir al bus que ella misma tomaría. Parecía no importarle mucho dejar que otros ganasen los mejores asientos, o incluso que la dejasen de pie. No pasó mucho tiempo para que la mayor parte de la gente ya estuviese en el interior del bus; sólo quedaban algunos rezagados y gente que iba llegando al punto de último momento, y al ver que era su ruta apretaban el paso para subir. Diana se acercó también rápidamente en cuanto vio que aquel hombre de gafas, quien también había estado haciendo tiempo cerca de la entrada del bus pero sin subir, finalmente se dispuso a hacerlo, y una vez que lo hizo Diana subió también detrás de él.

Según Diana no era la primera vez que lo había visto aquella tarde, vagamente recordaba haberlo captado con su mirada en alguno de los buses que había tomado; quizá en más de uno. Pero no estaba segura de ello, no podía estarlo puesto que el ir concentrada en sus propios pensamientos, y en cómo consumar su venganza le había distraído demasiado. De manera que solamente tuvo esa sensación, curiosa, de haberlo estado topando en varias ocasiones aquella tarde.

Ya en el bus y mientras estaba de pie pues no quedaban asientos libres; tuvo la oportunidad de mirar con más detenimiento, aunque de la manera más disimulada posible a aquel hombre. Aprovechando que no estaban a mucha distancia, y que salvo por lo de los asientos ocupados, el bus no estaba tan repleto. Diana se había colocado muy cerca de la puerta de descenso, mientras el hombre estaba a la mitad del bus, del mismo lado de ella.

Aquel parecía ser un tipo de unos sesenta años más o menos, era calvo a medias, con gafas y con el vientre un tanto abultado, pero sin ser corporalmente obeso. Se veía todavía recio de estructura para su edad, y su aspecto en general era de un tipo inofensivo. Se le veía con talante distraído; o como ese tipo de personas un tanto reservadas, que sólo se ocupan de sus asuntos sin molestar a nadie.

Por un momento Diana estuvo segura de haberlo visto, en por lo menos una ocasión antes de aquel día, y esto le resultó muy intrigante, sin embargo no logró ubicar en dónde exactamente. De manera que, y llevada por su propia curiosidad femenina; forzó su memoria tratando de ubicar el lugar exacto en que lo había visto anteriormente.

El bus en esos momento había comenzado a avanzar por una amplia avenida de un solo sentido, había pasado entre un amplio parque y el palacio de gobierno. Y luego de detenerse frente a un semáforo, finalmente había comenzado a girar hacia la izquierda, todo para tomar un túnel, el cual pasaba justo por debajo del parque. Aquel era precisamente el retorno con el cual el bus comenzaba la ruta de vuelta.

Justamente en el interior del túnel, el cual siempre se encontraba iluminado pero de manera un tanto tenue por series de lámparas a ambos lados del mismo, se estaban realizando ciertas reparaciones, y se había cerrado uno de los carriles; con lo cual el tránsito se ralentizaba por momentos y a veces incluso se detenía por completo. Mientras el bus estaba en el túnel, y a escasos metros de haber entrado en él. Algo sacó a Diana de sus propios pensamientos.

Cuando aquella joven madre de familia se dio cuenta, el tipo de las gafas estaba justo detrás de ella, sujetándose al pasamanos que había en lo alto, y mientras el vehículo avanzaba con toda lentitud. Diana totalmente sorprendida abrió los ojos como platos, y sintió como aquel hombre de la manera más discreta posible, empujaba todo su cuerpo contra el de ella. De la manera más discreta para que los demás pasajeros no se dieran cuenta cabe aclarar; puesto que ella no tuvo duda de que aquel individuo se restregaba contra ella firme y descaradamente, y no por un movimiento involuntario producido por la inercia del avanzar del bus. De hecho el bus estaba totalmente detenido en ese momento.

Diana volteó el rostro tanto como pudo para encarar al hombre, pero justo cuando lo hizo, éste acercó su rostro al de ella y estuvo a punto de darle un beso en los labios; de manera que ella lo esquivó volviendo de nuevo la mirada al frente de manera rápida.

Lo que no pudo evitar es que el hombre volviese a frotarse contra ella, y esta vez pudo sentir su erección aún a través de las ropas de ambos. Su culo estaba siendo asediado por un pene erecto, uno que no era de su marido. Y ella estaba totalmente desconcertada y sin saber que hacer. La gente cerca de ellos no parecía percatarse de la situación; y cuando el vehículo comenzó a avanzar de prisa para tratar de salir o por lo menos de avanzar por el túnel lo más lejos posible. Los frotamientos se hicieron más fuertes, aprovechando el mismo vaivén del bus en movimiento.

Diana sólo trató de parecer lo más natural posible, mientras el hombre bombeaba contra su culo con tanto ahínco como la situación lo permitía; curiosamente en esos momentos, le preocupaba más que alguno de los pasajeros se diera cuenta, que el hecho mismo de que un desconocido la estuviera follando vestida. Y la situación siguió así hasta que finalmente salieron de aquel túnel.

Cuando finalmente volvieron a estar a la luz del día. El hombre dejó de frotarse contra su culo, pero no por ello dejó de estar con la pelvis pegada lo más posible, al hermoso trasero de aquella madre de familia. Diana seguía muy sorprendida por aquel hecho y sólo atinaba a mirar por las ventanillas del bus. La mujer no acababa de entender el atrevimiento de aquel tipo; pero todavía más desconcertante era el hecho de que ella, Diana Abrego mujer casada y con hijos, no había hecho ni el más mínimo intento de moverse de aquel lugar, para evitar así los frotamientos de aquel hombre sobre su culo. Ni siquiera lo había confrontado o amenazado con abofetearlo. Cosa que en ella hubiera sido una reacción bastante normal.

Como para colmo de su propia sorpresa, Diana no tardó en darse cuenta que aquel frotamiento lascivo y lujurioso sobre su trasero, había tenido sus efectos sobre ella. Sus panties estaban mojadas.

Aprovechando cada movimiento violento que el bus daba, el hombre siguió frotándose o dando empellones contra su culo. Y ella por su parte se dejó hacer, manteniendo la misma actitud de disimulo, pero cooperando también, al poner duras las nalgas y echar el trasero un poquito hacia atrás. Lo cierto es que, inusual y todo Diana Abrego realmente había comenzado a disfrutar aquello.

El viaje del bus siguió, con gente subiendo y bajando de su ruta; y Diana comenzó a preguntarse si aquella no era la oportunidad que ella estaba buscando para poner los cuernos a su marido. Lo cierto es que no conocía a aquel hombre, el tipo no era precisamente un galán de telenovela ni por porte ni por edad; pero sin embargo se había atrevido a frotarse contra su culo y lo seguía haciendo, en un vehículo publico atestado de gente en pleno día. E incluso había intentado besarla cuando ella trató de encararlo dentro del túnel. Todo aquello era sorprendente, inesperado y… delicioso.

***​

De repente el bombeo subrepticio y oportunista sobre su culo cesó de golpe, y unos pocos segundos después, Diana se dio cuenta de que el hombre se disponía a tocar el timbre del bus. Así lo hizo y se dispuso a bajar del vehículo, acercándose a las escalinatas posteriores. Diana vio al hombre directamente para ver si éste le hacía algún tipo de indicación de que lo siguiera; pero en cambio, aquel desconocido se mantuvo inexpresivo, y no hizo por voltear a verla en ningún momento. Sólo esperó a que el bus se detuviera, con la misma cara de distraído, y comenzó a bajar el par de escalones en cuanto se abrieron las puertas.

Diana sabía que aún faltaban algunas cuadras para llegar hasta su domicilio, de hecho estaban sobre la calle principal que conducía a su hogar. Pero en cuanto ella vio al hombre descender del bus, ni tarda ni perezosa bajo ella también sin importarle nada más. Realmente necesitaba ser follada por aquel desconocido. Diana Abrego quería ser cogida por alguien más además de su marido. La idea de recibir semen ajeno en su vagina, estaba fija en su interior. Y algo le decía que aquel viejo de gafas era el hombre idóneo.

Ya en la calle siguió al tipo a cierta distancia, y casi rogó para no ser vista ni toparse con ningún conocido. El tipo de manera muy astuta, se había quitado el sweter tejido que llevaba puesto, y se lo había colocado alrededor de la cintura. Amarrándolo por el frente y utilizando las mangas del mismo para hacerlo; de manera que éstas caían a la altura de la pelvis y ocultaban su erección, y muy seguramente la mancha que ya había sobre sus pantalones, producto del frotamiento contra el delicioso y firme culo de Diana.

Sobre aquella calle había muchos locales comerciales. Precisamente por el hecho de ser la principal del lugar y la que conectaba con muchas colonias de la zona. Diana finalmente recordó donde había visto a aquel hombre la primera vez; había sido precisamente en uno de aquellos locales; de hecho en uno en el que entró a curiosear una única vez y al que nunca había vuelto desde entonces. Se dio cuenta de que estaban cerca de dicho local y aflojó el paso.

El hombre que iba delante de ella, no tardó en entrar en aquel lugar, en el que en la entrada se leía: “Productos esotéricos Krantz”. Lo hizo sin voltear ni un solo momento detrás suyo; como si no supiera o no le importara ser seguido por la Diana. Y ella por su parte y faltando escasos metros se detuvo sobre la acera, e hizo como que iba a cruzar la calle; pero en realidad sólo estaba haciendo tiempo. Le seguía preocupando que algún conocido pudiera estar en las cercanías, de manera que aprovechó aquel momento para echar un último vistazo; y después con una actitud segura y aparentando ser una cliente del lugar, abrió la puerta corrediza e ingresó.

***​

El lugar era tal como ella lo recordaba, una sola habitación amplia, y con varios estantes y anaqueles, en los que se exhibían todo tipo de productos esotéricos de lo más variado. Y que por su colocación formaban varios pasillos por los cuales uno podía ir y venir mientras elegía los productos.

Al lado contrario de la puerta corrediza por la que había entrado, estaba un pequeño mostrador con una caja registradora y un ordenador portátil, y detrás del mostrador había una jovencita de pelo muy corto a lo Teddy Boy, que muy seguramente no alcanzaba aún la mayoría de edad.

Aparte de aquella jovencita, Diana se dio cuenta que no parecía haber nadie más allí en esos momentos, ningún cliente; y el hombre parecía haber desaparecido en algún punto al fondo del local.

Diana miró entre los pasillos para ver si ubicaba al desconocido de las gafas; y al hacerlo comenzó a la vez a acercarse al mostrador. La joven no tardó en saludar mientras le sonreía con gentileza, pero Diana sólo la miró fugazmente sin contestar, mientras seguía buscando entre los pasillos.

Después de no encontrar al hombre, Diana se dio cuenta que había llegado hasta el mostrador y frente a la adolescente. Y lanzó una mirada fría y un tanto dura hacía la chica, quien seguía sonriendo y se mostraba en actitud afable. Lo cierto es que no confiaba en ella. Pero no iba a irse del lugar, no hasta que…

—Tiene que seguir hasta el fondo del local —dijo la chica en un tono sumamente cortés—. Es en la puerta que está del lado derecho, de este mismo lado pero al fondo; el señor la espera allí, no tiene que tocar, está usted en su casa, y la puerta no tiene llave ni cerrojo. Sólo abra.

Diana miró al fondo de local, y luego y antes de comenzar a avanzar hacia allá, volvió a mirar de nuevo a la chica, cuyo nombre era Karla; y hasta entonces se dio cuenta que la joven tenía puesta una diadema con micrófono.

—Bien —dijo en tono neutro, y luego comenzó a caminar hacia el fondo del local sin decir nada más. No tardó en llegar hasta la puerta del lado indicado, y la abrió sin problemas. Era una puerta gruesa, se movía con bastante facilidad sobre sus goznes, pero era evidente que era una puerta pesada.

Diana entró y cerró la puerta tras de sí; el hombre había comenzado a desnudarse y no se detuvo porque ella hubiera ingresado, al contrario siguió quitándose lo poco que le faltaba de prendas, y al poco Diana pudo ver el pene de aquel viejo, completamente erecto y listo para penetrarla.

Pero aquello no fue lo que más le llamó la atención, había varias cosas interesantes en el lugar; sobre una pequeña mesita alta y circular había algunas bebidas, una botella de vino, copas y algunos vasos. También había una cama, no muy grande pero que se veía bastante cómoda, y cerca de donde estaba aquel sujeto y al pie de la cama estaba un mullido sillón, pero lo que más llamó la atención de Diana eran las cuatro pantallas que había empotradas en la pared al fondo, eran de unas cuarenta pulgadas y evidentemente de alta definición. Estaban colocadas dos arriba y dos abajo; y solamente una de ellas estaba encendida en esos momentos.

—¡WOW! ¿Eso es un culo en HD? —dijo Diana con tono de sorpresa, como si iniciara una conversación de cortesía cualquiera.

—Así es —dijo el hombre con toda tranquilidad, volteando a ver por un momento la pantalla y mientras se frotaba el pene con una mano—. Por cierto, puede usted poner sus cosas sobre esa pequeña cómoda de allá, mientras yo enciendo las otras pantallas.

Y dicho lo anterior tomó los controles remotos que estaban sobre el sillón y apuntó con cada uno de ellos hacia los restantes aparatos. Y después de eso tomó una diadema inalámbrica idéntica a la que usaba la joven detrás del mostrador y se la puso. Todas las pantallas estaban encendidas, pero solamente una de ellas daba señal.

Diana hizo lo que se le indicaba, pero de inmediato volvió a mirar la pantalla. Era cierto, aquel era un video de altísima calidad. Y en este se captaba en primer plano, con todo detalle y a la luz del día, un hermoso culo femenino desde abajo. La mujer estaba vestida evidentemente e iba caminando por la calle, y Diana se dio cuenta de inmediato, de que el miniconjunto azul que llevaba, así como la posición desde la que estaba siendo filmada. Permitían verle por completo ese culazo entangado, turgente y maravilloso, y también sus deliciosas y bien torneadas piernas, resaltando más el muslo derecho por llevar un tatuaje. La mujer iba por una calle transitada acompañada de otra fémina, sin darse cuenta y ni siquiera sospechar que estaba siendo revelada toda su intimidad por la cámara de alguien que las seguía. Su compañera llevaba también un minivestido pero de color rojo. Pero quien filmaba parecía concentrarse en la chica del tatuaje en el muslo.

A Diana no le llevó mucho tiempo comprender que, sí el atrevido que filmaba se concentraba en la chica del minivestido azul, era porque está tenía un culo del tipo obsceno, uno de eso culos bastante grandes, por encima del promedio, y las piernas y las caderas también eran de respeto, acordes a aquel par de nalgas tremendas.

El movimiento de la mujer al caminar, hacía que el vestido mostrara en un maravilloso vaivén la intimidad de aquella hembra, era realmente algo delicioso de ver para cualquier hombre. Con el contoneo de aquellas piernas y aquellas nalgas, la belleza de aquel trasero se dejaba ver y luego desaparecía, para no tardar en mostrarse de nuevo. El mismo acto de caminar era algo sumamente erótico visto desde ese ángulo. La hembra sin saberlo estaba siendo totalmente excitante, por el solo hecho de caminar por la calle con aquel minivestido puesto.

—¡Ustedes los hombres son todos iguales! —dijo finalmente Diana, en un tono de aparente reclamo y a la vez de resignación, pero sin dejar de ver el video, ni mucho menos pedir que el hombre lo quitara, y luego añadió—: Ni siquiera mi padre se salva de querer mirar culos.

—¿Ah no? —dijo el hombre fingiendo extrañeza.

—No —contestó Diana volteando a ver al hombre—, fíjese que tengo una vecina que… bueno vive justo frente a nuestra casa, y todas las mañanas tiende su ropa en camisón en su azotea, su casa es de un solo piso y bueno, y todas las mañanas mi padre está pegado a la ventana, y todo para verle el culo. Claro que no lo tiene tan grande como el de esta chica del video, pero tiene lo suyo; y mi padre loco por verla todas las mañanas, pero en fin así son ustedes.

—Es que ustedes son maravillosas —dijo el de las gafas—, y ahora como puede ver y gracias a la tecnología, podemos no solo admirarles sus encantos, sino también filmarlos en alta calidad, aprovechando los días soleados y las prendas cortísimas que algunas de ustedes usan; y lo mejor son las tangas que ahora se ponen.

Para cuando dijo esto, el hombre ya estaba detrás de Diana, y le levantaba parte del vestido, para poder manosearla directamente, y con una de ellas no tardó en alcanzar la vulva; removiendo un poquito el pantie; y de inmediato comenzó a dedear a aquella esposa y madre de familia de hermoso cabello rizado y lindo culo; quien por su parte se dejó hacer sin poner la más mínima resistencia; Diana simplemente estaba a la expectativa y a la vez se dejaba llevar por aquel hombre. Cierto que la situación era inusual. pero algo dentro de ella misma le decía que podía estar tranquila; aquello que iba a suceder ella lo disfrutaría, el hombre aquel no quería hacerle ningún daño. Solo iba a cogerla hasta quedar satisfecho, y para su mayor disfrute y quizá para una mejor erección, pondría videos porno en las pantallas.

—¿En la cama? Preguntó ella mientras el hombre le quitaba los calzones.

—No, en el sillón, suba usted y póngase de rodillas sobre el asiento, con las piernas un poquito abiertas y su culo hacia mí —y mientras Diana hacía lo que se le había dicho, el hombre se llevó los panties al rostro y dio una larga aspirada, disfrutando el aroma impregnado que tenían de aquella madre de familia.

—Bueno —dijo ella arriba del sillón— pero ¿me dejo el vestido?

—De momento sí —dijo el hombre quien se acercó por detrás, y un instante después ya le acariciaba las tetas y le besaba lascivamente el cuello, mientras también se daba tiempo para aspirar el aroma de su cabello. Hubo un momento en que hizo girar el rostro de aquella mujer casada, y esta ves la besó de lleno y a fondo, metiendo su lengua dentro de la boca de ella, sin que Diana pusiera la más mínima resistencia.

En aquellos momentos el que filmaba a la pareja de mujeres ahora estaba bajo el vestido de la chica del conjunto rojo, revelando sus encantos traseros, que aunque modestos en comparación eran igualmente hermosos a la vista.

Diana seguía sobre el sillón, quedando con las manos y los antebrazos recargados contra el descaso del mismo.

—Karla ya encendí todas las pantallas, pero no tengo señal más que en la primera —dijo el hombre, quien ya estaba listo detrás de Diana y le había levantado el vestido por completo, mientras la sujetaba con una mano, y a la vez con la otra guiaba su pene erecto, a la mojada entrada vaginal de aquella madre de familia fiel y abnegada, por lo menos fiel y abnegada hasta ese momento.

—¿Perdón? —respondió Diana.

—No me haga caso, estoy hablando por la diadema con mi asistente, la chica que atiende el local.

—Ah ya, entonces es ella la que maneja lo que se ve en las pantallas, supongo que desde el portátil que tiene sobre el mostrador.

—Exactamente —respondió el hombre— lo hace mediante una misma aplicación, que yo mande diseñar a un experto en informática, y yo le doy las indicaciones.

Diana iba a agregar algo pero justo en ese momento el hombre la penetró de golpe, y sólo alcanzó a lanzar un “aaaahhhh” que era mezcla de sorpresa y placer, mientras en la pantalla que ya estaba dando señal, el video original había terminado y había comenzado otro, en el cual una mujer con minifalda llevaba de la mano a una niña. Y el camarógrafo iba tras ellas, buscando evidentemente captar el culo de la madre también desde abajo.

Diana había comenzado a ser bombeada y realmente lo estaba disfrutando, tenía muchas preguntas clave que hacerle a aquel hombre pero de momento sólo quería ser cogida. Su venganza contra su marido había llegado mucho más pronto de lo que esperaba; y realmente era una venganza deliciosa. Al grado que no tardó en comenzar a gemir y a tratar de levantar y mantener bien firme el culo, para ponerlo a la total disposición del hombre que la montaba. Y justo entonces apareció un video en la pantalla adjunta a la que ya estaba transmitiendo. A la misma Diana le tomó un poco de tiempo entender el contexto.

—Oiga pero, qué hace toda esa gente desnuda en ese lugar ¿Es una especie de balneario?

—Sí es un balneario, pero de un club nudista —dijo el hombre entre jadeos, mientras arreciaba los bombeos dentro de Diana—. Por cierto, mi nombre es Krantz, William Krantz.

—Pues mucho gusto señor Krantz, pero, ¡qué diablos! ¡Hay niños allí!

—Sí claro —respondió Krantz— el nudismo incluye la participación de familias enteras, aunque el camarógrafo se concentrara en este caso en filmar a las hembras sin importar la edad. Va a celebrarse un concurso de belleza nudista, y las participantes son de todas las edades, desde niñas hasta mujeres.

—¡Vaya! —dijo Diana sin ocultar su asombro— pero a diferencia de los culos en la calle, estos del club nudista saben que están siendo filmados.

—Así es —respondió Krantz, bajando un poco la intensidad de sus bombeos.

—¿Y no tienen inconveniente en que se les filme?

—No, ninguno, son nudistas.

Mientras llegaban a este punto de la plática, Diana se dio cuenta que en el video de la chica en minifalda con la niña, un viento casi providencial había aparecido y le levantaba la prenda hasta la cintura, y la chica por más que intentaba bajarla con la mano que le quedaba libre, no podía hacer mucho. De manera que no sólo le facilitaba la labor al camarógrafo, sino que también quedaba su intimidad totalmente expuesta a todos los presentes en aquella parada de bus. El espectáculo era realmente hermoso y picante. El pene del hombre parecía haber adquirido una mayor dureza por el sólo hecho de estar viendo los videos.

Entonces las dos pantallas restantes, las que estaban en la parte baja dieron señal. Y Diana no tardó en observar de qué iban aquellos dos videos. Pero se concentró de momento en uno de ellos.

—¡Wow wow wow! ¡Oiga pero esos son videos prohibidos! Ya no sólo es nudismo o mirar culazos por debajo de los vestidos —dijo Diana.

El hombre no contestó, en cambio siguió bombeando.

En uno de los videos podía verse a una niña de unos siete años, la nena estaba acostada boca abajo en una cama, y un hombre sentado al lado de ella acababa de quitarle los zapatos. Y después de eso, de inmediato y sin ningún pudor le levantaba la falda, dejando al descubierto sus calzones.

La niña no hacía ningún movimiento, permanecía en su lugar y dejaba que el hombre que la había levantado la falda se diera gusto manoseándole el trasero, después de un rato el tipo le retiraba a toda prisa sus calzones y de inmediato y con avidez se arrojaba sobre su culito expuesto, besando con pasión y lujuria aquellas nalgas paraditas e infantiles. El tipo estaba desnudo y completamente excitado, y no tardó en pasar de besar a lamer libidinosamente, y luego hasta a morder aquel culo delicioso, dándose un gusto tremendo al hacerlo; mientras la niña aguantaba a pie firme, permitiendo todo aquello. Finalmente, el tipo le separó las nalgas de manera algo ruda, y comenzó a lamer y lengüetear el ojo del culo de la niña.

—¡Qué bárbaro! —dijo Diana mientras comenzaba a sentir la llegada de su primer orgasmo en aquella sesión.

Mientras en la otra pantalla dos niños, un varón y una hembrita luchaban, estaban acostados sobre una cama y sonreían divertidos, el niño de unos ocho años estaba completamente desnudo, y luchaba por dejar a la niña, que aparentaba unos diez en las mismas condiciones. Estaba sobre ella y ya le había levantado la falda, pero la niña que era una morena preciosa se la bajaba otra vez entre risas; como sea era obvio que el ímpetu del niño acabaría dejándola en pelotas, y que su pene infantil que lucía completamente erecto acabaría dentro de ella. Aquella lucha era sólo un preámbulo a una sesión de rico sexo.

—¡Oiga estos videos lo pueden meter en un problema! ¡Me vengoooo! —alcanzó a decir Diana antes de que el placer la dominara por completo y la hiciera cerrar los ojos.

Por la manera de suspirar de Krantz, Diana supo que también estaba disfrutando todo aquello.

Cuando abrió los ojos, vio que el niño ya había logrado quitarle los calzones a la niña, y ahora le jaloneaba de nuevo la falda buscando quitársela, hasta que finalmente lo conseguía, acto seguido se posicionaba sobre su culo y se disponía a penetrarla. La niña aún luchaba pero a la vez se dejaba hacer. Ambos volteaban a ver a la cámara y parecían escuchar indicaciones. Y después de eso se colocaban de manera que los traseros de los dos quedaran hacía la cámara y esta hacía un zoom hacía sus sexos.

Justo cuando Krantz se detuvo por completo para evitar venirse, Diana vio como en aquel acercamiento con la cámara, se observaba perfecto el momento en que el pene del infante entraba en aquella deliciosa vagina también infantil, y el muchacho comenzaba a bombear con rapidez dentro de la niña. Mientras en la pantalla de junto el hombre ya había puesto boca arriba a la niña y metía un dedo completo en el culo, y a la vez le lamía groseramente la vagina. La niña por su parte sonreía y permitía todo aquello con docilidad.

El bombeo dentro de Diana había comenzado de nuevo, ella estaba disfrutando la penetración y se encontraba un tanto shockeada por aquellos videos, pero a la vez no podía dejar de observar para ver qué sucedía. Realmente estaba receptiva y curiosa. Entonces Krantz la desensartó por completo y de inmediato se inclino detrás de ella, quedando de rodillas sobre el suelo. Y Diana no tardó en sentir como le abría las nalgas para comenzar a chuparle el culo con la misma ansia con la que aquel tipo del video se lo había chupado a la niña. Y mientras lo hacía Krantz le dedeaba la vagina para darle doble placer.

—Oiga Krantz, usted sí que sabe dar placer a una mujer. —dijo Diana totalmente complacida— pero aún así va a tener que explicarme como hizo para poder culearme en el bus sin que nadie se diera cuenta, y sin que yo misma lo impidiera, y luego cómo diablos me trajo hasta aquí para hacerme todo esto mientras puso esos videos. ¿Cómo lo logró?

—He creado una fórmula —dijo Krantz interrumpiendo el lengüeteo en el culo de Diana— que me permitirá tener relaciones consensuadas con mujeres de cualquier edad. Y justo ahora la estoy probando con usted.

—Entiendo, y esa chica Karla.

—Es la primera con la que probé la fórmula y fue quien me ayudó a aplicarla sobre usted, en la ocasión aquella en la que entró a curiosear.

—¿Cuándo vine con mi madre no es cierto?

—Eso significa que mi mamá también…

—Está bajo el poder de la fórmula, sólo que aún no lo sabe —dijo Krantz y luego en vez de seguir hablando reinició el lengüeteo dentro del delicioso culo de Diana. El cual ella disfrutaba a tope, dejándose explorar y penetrar a profundidad por aquel viejo llamado Krantz.

Después de unos segundos el hombre detuvo su hacer en el trasero de Diana, y por lo mismo ella volteó a ver qué estaba pasando; y justo cuando lo hacía se dio cuenta que Krantz, quien seguía con la diadema puesta, estaba posicionando de nuevo el micrófono de ésta a la altura de su boca, para hablar a través de ella con la joven que atendía el local. El viejo, quien hasta entonces no había emitido ninguna sonrisa, dio algunas indicaciones a Karla y luego volvió a mover el micrófono a un lado para que no estorbara, y volvió de nuevo a seguir besando y dando lengua al culo de la mujer casada.

De repente la imagen de las cuatro pantallas cambió de golpe y al mismo tiempo, mostrando exactamente el mismo video en todas ellas; y Diana pudo ver un amplio pasillo, y de inmediato lo reconoció como el de una plaza comercial que ella conocía. Aquel lugar estaba en esa misma ciudad y ella acudía allí con cierta frecuencia. Había mucha gente y quien grababa parecía dirigirse a la salida del lugar, al fondo se alcanzaban a ver la luz del día por el umbral del edificio. Y a ambos lados del pasillo y según la cámara se movía a izquierda y derecha, podían distinguirse los diversos locales comerciales.

Parecía un día cualquiera, quizá era media tarde y había gente yendo y viniendo o mirando los aparadores. Delante de quien filmaba y a escasos metros iba caminando una jovencita con uniforme de secundaria, curiosamente no llevaba mochila escolar; sino solamente una bolsa de mano de buen tamaño, como la que regalan las tiendas de ropa al comprar en ellas. La chica era bastante larguirucha, con un peinado ondulado un tanto pasado de moda que le llegaba a la altura de las orejas. A pesar de lo alta que se veía, tanto el uniforme que llevaba así como lo delgada y poco formada que estaba, revelaban que no debía tener más allá de unos doce años. Aquella colegiala de busto y culo discretos y con un rostro aún infantil en cierto grado, daba la impresión por su actuar, de ir siguiendo la pista de alguien más adelante. Ya que a veces se detenía y hacía como que miraba algún escaparate para hacer tiempo, después volteaba hacia la salida y luego reiniciaba sigilosamente su andar, como si tratara de no ser descubierta.

Finalmente la muchacha se detuvo en seco ya muy cerca de la salida, y giró de cuerpo entero viendo directamente a la cámara; y justo en ese momento quien filmaba también se detuvo, fue entonces que Diana pudo ver su rostro de apariencia cuasi infantil; sin embargo por la mirada que lanzó, así como por la expresión de su rostro. Diana no tuvo duda, de que aquella jovencita que ahora asentía misteriosamente a quien portara aquella cámara, estaba lista para cometer algo más que una simple travesurilla o alguna cosa por el estilo.

No, en la mirada y expresión de aquella jovencita de doce años, había decisión y seguridad, pero sobre todo había lujuria; una lujuria adolescente disimulada pero que estaba allí en ese rostro de jovencita casi niña. La chica estaba alerta y excitada, pero excitada en el sentido plenamente sexual de la palabra. Justo en ese momento Krantz le explicó a Diana que quien grababa llevaba una cámara oculta en la gorra que portaba.

Cuando finalmente salieron afuera al estacionamiento, el cual no era techado; la chica giró a la derecha y caminó por el pasillo, teniendo del lado izquierdo la zona del estacionamiento y del derecho los locales comerciales que daban al exterior. La chica caminó pausadamente por enfrente de lo que parecía ser una zapatería, y pasó a un lado de una mujer que curioseaba en sus aparadores. Quien filmaba parecía haberse detenido a prudente distancia. La adolescente se detuvo a un metro de donde estaba la mujer e hizo como que también curioseaba y no tardó en acercarse y quedar a un lado de la mujer y fue demasiado notorio que había comenzado una plática incidental con ella.

Diana no tardó mucho en reconocer a la mujer que estaba ligeramente inclinada hacia adelante, absorta en apreciar el calzado que le interesaba, y que ahora hablaba con la adolescente; era una mujer madura de piel mucho más blanca que la de la misma Diana, y con un vestido de color gris con diseño en negro que le llegaba a la altura de las rodillas. Tenía una larga y hermosa cabellera pintada de rubio. Diana conocía ese vestido y esa cabellera, ese cuerpo maduro y bien torneado; también el rostro a pesar de que la imagen era a cierta distancia y de perfil.

—¡Es mi mamá! —casi gritó Diana en su asombro y se llevó una mano a la boca.

Krantz por su parte respondió con un rápido “ajá” mientras dejaba en paz el culo de Diana para pasar a chuparle el coño con la misma avidez con la que había estado atacando su entrada trasera. La vagina de Diana era un verdadero mar de jugos en ese momento.

—¡Pero usted dijo que mi madre no sabe que está bajo el influjo de su fórmula!

—Y es cierto —respondió Krantz— aún no lo sabe, se lo garantizo, usted misma va a decírselo cuando llegue a casa.

—¡Diablos señor Krantz es usted un verdadero pervertido! —dijo Diana, pero Krantz en vez de contestar, le metió lo más adentro que pudo la lengua en la mojada vulva y la hizo suspirar.

Justo en ese momento la imagen de las dos pantallas inferiores cambiaba; Diana vio como aprovechando la plática que la casi niña había entablado con su madre, mientras ella estaba embobada y distraída con los zapatos. La primera había acercado por detrás y tanto como pudo la bolsa que llevaba en la mano y que era de asas largas. En la cual había una cámara de alta definición grabando. Y de esa manera la imagen de las pantallas inferiores mostró lo que nadie más podía ver en ese lugar a pleno día en aquel pasillo exterior.

En las dos pantallas superiores la plática y los comentarios seguían sin despertar sospechas de la gente que pasaba, pero en las inferiores Diana pudo ver el hermoso culo de su madre captado a todo detalle desde abajo, éste aparecía delicioso, redondo, aún firme y retador a pesar de los cuarenta y cuatro años ya cumplidos de su progenitora. Casi no se veían estrías, era bellísimo y se veía impresionante desde abajo, buena parte de los muslos también se mostraban morbosamente, y la cereza en el pastel era que aquella mujer madura usaba tanga, de manera que Diana casi maldijo que su madre las usara y que llevara puesta una en ese momento. La parte interior del vestido lucía también muy excitante, bañada por la luz del sol desde fuera. La jovencita seguía alargando la conversación lo más que podía, pero sin dejar de mantener la cámara abajo y en el ángulo correcto, para seguir grabando la intimidad de aquella hembra madura.

—Su madre es realmente hermosa, tanto como usted, y tiene un culo riquísimo —dijo Krantz, quien para esos momentos ya se había puesto de pie, y se disponía a volver a penetrar vaginalmente a Diana.

Diana estaba tan distraída como la madre en aquel momento, de manera que la penetración realmente la tomó por sorpresa.

—Aaaaahhhhh… en lo dicho, es usted un degenerado señor Krantz —dijo la hija sintiendo el placer de la penetración y luego el bombeo, mientras veía como la intimidad de su propia madre era revelada por completo por aquella chiquilla de escasos doce años, mientras la envolvía con una conversación cualquiera acerca de zapatos. El hermoso culo de la cuarentona se seguía mostrando y siendo grabado en pleno día, y por su parte la hija que veía el video en HD estaba cerca de llegar a su segundo orgasmo de la tarde. Aquello era tremendamente placentero, morbosamente delicioso. Diana sabía que estaba en las manos de aquel hombre, y que su madre también lo estaba, y aunque aquello era totalmente inusual y hasta perverso, tenía que admitir que lo estaba disfrutando completamente; cualquiera que fuera, o de lo que estuviera hecha, esa maldita fórmula desarrollada por Krantz realmente funcionaba.
 
Arriba Pie