LA FÓRMULA DE KRANTZ (V) EVELINA Y SUS NIÑAS

RichardVelard

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Ene 9, 2022
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LA FÓRMULA DE KRANTZ
PARTE V

EVELINA Y SUS NIÑAS

Pasaba de la una de la tarde y hacía calor, Ernestina y Sugey tenían siete y ocho años respectivamente e iban en el transporte escolar, las dos eran un par de hermosuras, habían heredado la piel morena del padre, y sus hermosos traseros infantiles eran tan firmes y redondos como los de su madre. Claro que a una escala mucho menor pero no sólo por la diferencia de edades; y es que la madre, cuyo nombre era Evelina, había llegado a desarrollar un culo de muy buen tamaño, además de lindísimo y atrayente. Naturalmente que sin llegar a ser uno de esos culos de tipo gigantesco, como por ejemplo el de la doctora Ana María quien era la dentista de la familia.

En todo caso, la diferencia fundamental entre los culos de la madre y sus niñas, era que desde hace meses Evelina ya había sido desvirgada analmente, en un lugar tan impropio y a la vez tan excitante, como sólo puede serlo una fiesta infantil. Mientras los traseros de ambas niñas estaban intactos. Sí, ya habían sido lamidos por fuera, y se les había puesto un poquito de lubricante, y un glande ansioso se había frotado lascivamente contra aquellas dos entradas, pero como tal ni Tina ni Sugey habían sentido aún la presencia invasora de un pene grueso, largo y duro, abriéndose paso con vigor de macho, en sus estrechos y apretados túneles traseros.

Pero no faltaba mucho tiempo, el padre se encontraba en Estados Unidos con un contrato de tres años por cumplir, y sólo los visitaría en las vacaciones de diciembre. De modo que, mucho antes de que ninguna de ellas festejara su siguiente cumpleaños, las dos hembras en edad infantil, se unirían a la madre, en el hecho de saber lo que era ser penetradas por allí, y enculadas hasta el fondo y por un buen tiempo.

En el mismo día y en la misma cama, aquellas niñas sentirían por primera vez dilatarse sus culitos, por causa de un miembro vivo y palpitante, gustoso de estar dentro de ellas, y dispuesto a llenarlas a las dos de semen abundante y caliente. Una primero; y después de un pequeño descanso seguiría la otra. Ninguna de las dos saldría de aquella prolongada y caliente sesión de sexo; ni Sugey ni Tina bajarían de aquella cama, sin haber sido antes culeadas a gusto y a satisfacción total del nuevo macho de la casa. Y la cereza de aquel pastel sexual, sería la presencia de la madre, quien también sería culeada, como parte de la misma sesión amorosa.

Las inquietas niñas bajaron del vehículo entre risas y algarabía, éste era tipo van y tan pronto como se detuvo, ambas descendieron con rapidez; con las mochilas a la espalda y el bien cuidado uniforme escolar, que consistía en una blusa blanca y unas falditas en color azul casi marino, con un diseño a cuadros en blanco y negro. Las faldas de Tina y Sugey eran del largo promedio, de manera que no llamaran la atención; pero debajo de las mismas sucedía algo peculiar, algo que nadie en la escuela a la que ambas asistían, sabía y ni siquiera sospechaba. Y es que desde hacía casi dos semanas, ninguna de las niñas llevaba calzones mientras estaba en su centro educativo.

Ellas mismas se los retiraban gustosas, y lo hacían justo unos segundos antes de abrir la puerta para salir de casa. La única persona además de las niñas, que sabía que las dos estaban en la escuela con sus coños y nalgas sin panties, era precisamente Evelina. Su madre era una mujer muy linda, de ojos ligeramente rasgados, cara redonda y expresión agradable y tranquila; quien solía llevar el cabello recogido hacia atrás en cola de caballo. Y que se caracterizaba por usar vestidos en colores claros, vestidos a los que por cierto, les faltaba muy poco para ser considerados mini vestidos. De manera que combinado lo que revelaba de piernas bien torneadas y firmes, con un culo de tamaño bastante respetable, el cuerpo de aquella hermosa mujer, era un imán para las miradas de los hombres, quienes la seguían con la vista cada que caminaba por las calles, o en cualquier lugar público.

***​

Por lo regular los conductores que transportan a los niños, suelen esperar a que ellos entren a la casa sin moverse de su asiento, o a que por lo menos toquen a la puerta y luego se marchan. Pero en este caso el tipo al volante recibía un dinero extra, por lo que bajó tan rápidamente como aquellas dos inquietas y traviesas hermanas, y las acompañó hasta el portón de la casa, el cual era alto y completamente cubierto, de manera que no se pudiera ver hacia adentro desde la calle. Una de las niñas le entregó un llavero de una sola llave, y él abrió tan velozmente como pudo, después de esto las hermanas ingresaron corriendo, y el chofer cerró y puso llave desde fuera. Hecho lo anterior lanzó a las niñas el llavero por debajo. Y luego se alejó y subió al auto, retirándose del lugar.

Si realizaba lo anterior es porque, por un problema en la cerradura y en el portón, se necesitaba cierta fuerza y destreza para abrir y cerrar. Pero de hecho y tomando en cuenta lo inquietas que eran aquellas dos nenas, el que ninguna de ellas pudiera abrir y cerrar era quizá lo mejor. Al chofer se le había indicado proceder así, porque a la hora en que las niñas llegaban, la madre de las pequeñas por cuestión de circunstancias podía estar o no en aquel domicilio. Y no había nadie más viviendo en aquella casa.

Una vez en el pequeño patio techado que mediaba entre el sólido portón y la casa, las niñas estaban completamente protegidas. Dentro de la casa había un sistema de seguridad eléctrico que funcionaba a toda hora y en todo momento. De manera que las dos pequeñas incluso solas, y sin importar cuánto tardaran así, no corrían ningún peligro.

Sugey presionó una serie de números en un pequeño dispositivo que había sobre la pared a un lado de la puerta, después se escuchó un sonido y ella y su hermana ingresaron.

Nada más abrir se toparon con las bolsas de la despensa, que estorban en el suelo justo en la entrada, parecían haber sido depositadas allí de manera abrupta por mamá, quizá porque al llegar a casa el teléfono estaba sonando y ella había corrido a contestar, antes de que el teléfono dejara de sonar. No obstante una de las bolsas aparecía volteada de lado y completamente vacía. Todas las cosas que contenía podían verse regadas por el suelo. Incluso algunas de ellas como las frutas y las latas de conserva habían rodado y llegado hasta los sillones de la sala.

—Aquí pasa algo raro —dijo Tina bastante extrañada.

Y como pudieron, ambas entraron y comenzaron a investigar la zona adyacente, ahora se encontraban en la sala propiamente dicho, inspeccionando el lugar.

—Mira —dijo Sugey, y en un movimiento rápido levantó algo del suelo, que había caído y quedado muy cerca de la mesita de centro. Y que Tina desde su posición no había visto.

—¡Es el vestido de mamá! —dijo Tina y de inmediato agregó—: ¡Y allá está un zapato!

Después estiró el cuerpo y el cuello, y sin hablar sino simplemente con un ademán, hizo ver a su hermana que había descubierto otro objeto, el cual se hallaba tirado más allá de la sala, justo en dirección hacia donde comenzaban las escaleras que subían al segundo piso. Era el segundo zapato de Evelina.

Las dos niñas antes sonrientes y escandalosas, ahora estaban totalmente silenciosas. Tina iba a comenzar a andar en dirección a las escaleras, de la manera más sigilosa posible; pero entonces Sugey le mostró el vestido de su madre, que ella había estado manipulando y revisando con todo detenimiento.

El hermoso vestido blanco con un diseño azul cielo, había sido desgarrado en buena parte, como con mucha urgencia de dejar a la madre de ambas en paños menores. Después de esto Sugey dejó el vestido de nuevo en el suelo, y entonces ambas fueron directamente a las escaleras.

Una vez que llegaron allí, y se detuvieron justo donde estas comenzaban. Tina se llevó una mano de manera abrupta a la boca, y apenas pudo atenuar la risa burlona que le vino de golpe. Su hermana en cambió no se reprimió y rio de buena gana. Sin ningún temor de que su risa subiera por las escaleras. Y pudiera ser oída allá arriba.

Al final ambas acabaron riendo abiertamente, y además se voltearon a ver con complicidad, maliciosamente. Como si estuvieran recordando una travesura que sólo ellas supieran haber cometido y nadie más; y esto les resultara sumamente divertido. Pero no era esa la causa de su desfachatada risa.

Sobre el tercer peldaño había quedado el sostén de su madre, y en el último, antes de que iniciara el descanso, que por la izquierda daba acceso al segundo tramo de escaleras, podían verse los panties de mamá. Antes de ser subida muy seguramente en vilo al segundo piso de la casa, la mujer de cuyo coño ambas habían salido, había sido despojada con rudeza y ahínco. De la única prenda que aún le quedaba encima, y que protegía, aunque sólo fuese simbólicamente su intimidad de hembra. Su coño y su culo y no solamente sus tetas, estaban ahora totalmente expuestos, a merced de quien la había subido por las escaleras.

Otras niñas en su caso, en vez de reír habrían salido corriendo, huyendo de la casa. O se habrían puesto a gritar hacía la calle desde el otro lado del portón. Pero si las dos hermanas estaban tan tranquilas y animadas, era porque sabían exactamente lo que pasaba, y más concretamente lo que estaba sucediendo a la madre de ambas allá arriba, en una de las recámaras.

—¡Es el conejo, ha regresado! —Ha regresado, dijo una de ellas.

—¡Vamos arriba rápido! —dijo la otra.

Y subieron a toda prisa las escaleras, mientras iban carcajeándose y empujándose una a la otra, luchando por ser la primera en llegar.

Ya estando en la planta alta, y mucho antes de llegar corriendo casi juntas hasta la entrada al cuarto de la madre, pudieron escuchar de lejos, pero con toda claridad, los sonidos característicos de una cópula en toda regla, vigorosa, ardientemente. Con gritos y gemidos de la propia Evelina incluidos. Pero todos esos sonidos no eran extraños a sus oídos, al contrario, se habían vuelto algo habitual para esas niñas en aquella casa. Y Tina y Sugey sabían perfectamente lo que significaba copular. Su madre estaba siendo atendida como la hembra que de hecho era, alguien la estaba haciendo vibrar mientras la bombeaba, y ella gritaba y gemía, pero de pura felicidad.

La puerta estaba cerrada pero no tenía llave, las niñas entraron con todo estrépito, sin anunciarse y sin ningún temor de ser reprendidas por su madre, por ingresar de aquella manera; ella no estaba en control en aquellos momentos. Estaba siendo tomada, era una niña grande siendo castigada por su papi. Y se dejaba castigar, vaya que si lo hacía.

Evelina se hallaba sobre la cama, en cuatro patas, sólo que con las rodillas flexionadas, gimiendo sonriendo y jadeando, casi al borde del delirio erótico, quizá cerca de tener otro orgasmo. Y cuando las niñas entraron ruidosas, alegres y burlonas. La madre de inmediato hundió la cabeza en el almohadón que tenía justo frente a su rostro.

Y desde allí en tono lastimero pero con una sonrisa, dijo al hombre que estaba de pie al borde de la cama, sujetándola y bombeándola con ritmo y con potencia:

—¡Te dije que cerraras la puerta! Antes de que llegaran estas dos a dar lata.

El hombre no contestó, la presencia de las niñas en la habitación, lo excitaba más de lo que de por sí ya estaba, de manera que en vez de desperdiciar saliva, siguió bombeando enardecidamente a la madre, sin dejarse cohibir y sin ningún pudor. Y también con la tranquilidad que le daba el saber, que las niñas no revelarían lo que él le hacía a su madre en presencia de ellas, no lo comentarían en ningún momento con nadie y aunque quisieran hacerlo, ni tampoco lo harían por error o por descuido. La fórmula de Krantz era el seguro de privacidad perfecto.

—¡Otra vez tú conejo Fuck! ¿Cómo hiciste para entrar en la casa? —dijo Tina haciéndose la ofendida, la niña había llegado a recargarse al borde de la cama, justo al flanco izquierdo de donde aquel hombre disfrazado de conejo, estaba prendiendo a su madre. Mientras en el derecho, estaba cómodamente apostada Sugey, quien después añadió.

—¡Sí, cómo coños lo hiciste! Además, otra vez estás cogiéndote a nuestra mamá. Espero que hayas traído suficientes dulces y regalos, o ya no te dejaremos seguir montándola ¡Conejo Cabrón!

Y después de decir lo anterior, la hermana mayor dio una sonora nalgada, en el culo del hombre, cuyo disfraz se había reducido a la mitad. Se encontraba desnudo de la cintura para abajo, y se había quitado también los guantes grises que componían el disfraz. Y al igual que en otras ocasiones, la máscara que llevaba puesta estaba modificada, dejando una abertura bastante amplia, en la zona de la boca y el mentón. Para poder besar, morder y lamer a gusto a la madre de las niñas mientras la poseía.

—¡Sal de ahí conejo cabrón! ¡Deja de coger a mí madre! ¡Tina ayúdame! —dijo Sugey después de un rato, con una mueca de furia y desagrado, al ver que el hombre no contestaba, sino que seguía bombeando y disfrutando a su madre.

Y luego entre ambas niñas intentaron empujar hacia atrás, desde los lados, para desensartar a su madre.

—¡Niñas dejen eso! Y tu Sugey no uses ese lenguaje. Dijo la madre tratando de disimular una sonrisa, y giró tanto como pudo la cabeza hacia la izquierda, para voltear a ver lo que sucedía detrás suyo. La hermana mayor había sujetado por la cadera al hombre conejo, y muy seguramente la menor hacía lo mismo del lado contrario.

Como sea ni si quiera las dos juntas lograron su objetivo. El hombre del disfraz de inmediato reaccionó, y dejó de bombear, abrazó con un candado perfecto por la cintura a la madre de las niñas, y empujo su miembro hasta el fondo de aquella deliciosa madre de 28 años. Aquella mujer era una verdadera señorona, que se había ganado el derecho a que se aplicase la fórmula del viejo Krantz en su persona. Después de aquello el hombre se dedicó a hacer oscilaciones deliciosas dentro de Evelina, quien no pudo evitar cerrar los ojos, y que por más que trató tampoco pudo seguir reprimiendo su boca. Y sus gemidos de auténtico gozo volvieron a escucharse en la habitación.

Las niñas seguían sujetando y empujando con todas sus fuerzas, por momentos el hombre fingía que ellas comenzaban a lograr su objetivo y el duro y largo miembro, bañado en jugos sexuales, comenzaba finalmente a salir de la vulva de su madre.

—¡Sigue tirando Tina ya casi lo logramos!

—De acuerdo Sugey —contestó la hermana.

¡Oh! ¡Creo que lo están logrando niñas! —dijo el hombre, con tono de sorpresa y preocupación.

—¡Es cierto! —dijo Tina— Mira Sugey, ya comienza a salir.

La hermana se asomó, y confirmó con sus propios ojos, como más de la mitad del pene ya estaba fuera de la vulva de Evelina. Pero esto era así, sólo porque el mismo hombre había echado su cadera hacia atrás.

Las niñas lanzaron juntas un grito de satisfacción, pero casi de inmediato lanzaron un aaahhh de desconsuelo, cuando de manera abrupta, la misma madre se echó hacía atrás, volviendo a atrapar en su encharcada y estrecha vagina aquel miembro, dejando fuera solamente las bolas del mismo, y quedando ensartada otra vez por propia decisión.

Entonces la madre buscó la mirada de aquel que la estaba poseyendo, y mientras ambos se sonreían con complicidad, en el rostro de aquella mujer y madre de familia, afloraba por completo una expresión de alegría y goce sexual absolutos. Ambos estaban contentos, de haber jugado esa broma a las niñas.

Y justo en ese momento las hijas casi dieron un brinco, y dejaron de tratar de impedir la cogida que recibía gustosamente Evelina, al escuchar un sonido que las puso alerta y las preocupó.

El timbre de la puerta exterior, que estaba entre ésta y el portón, había sonado un par de veces. Y no pasaron muchos segundos, para que volviera a escucharse.
 
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