LA FÓRMULA DE KRANTZ PARTE IV (BETZY Y SU HIJO)

RichardVelard

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Ene 9, 2022
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LA FÓRMULA DE KRANTZ

PARTE IV
(BETZY Y SU HIJO)

Cuando Betzy de treinta y uno, y su único hijo Javier de doce años entraron a la habitación, ambos estaban completamente desnudos. Ingresaron allí con un andar lento, pero seguro y muy natural. En esos momentos el reloj de pared marcaba las ocho y cinco de la noche, tanto la madre como el menor estaban esposados, pero no con las manos por detrás sino por delante, de manera que sus muñecas lucían unidas unos pocos milímetros abajo del ombligo. Y en sus cuellos llevaban los dos un collar con correa. No estaba solos en la habitación, los extremos de aquellas correas eran sostenidos por dos figuras, ocultas de pies a cabeza por túnicas completas, con capucha incluida y de color morado; las cuales se abotonaban por el frente, de manera tal que la botonadura llegaba hasta la altura del cuello, y luego de allí un cierre por presión y contacto, velaba también la mayor parte del rostro. Dejando visibles solamente el área de los ojos.

Justamente aquellos encapotados les habían recibido en una especie de antesala, antes de conducirlos a aquella amplia recámara donde había una cama enrome. Fueron dichos personajes, quienes después de realizarles ciertas preguntas y de hacerles seguir ciertas rutinas, les habían abierto las puertas del lugar donde se encontraban ahora. Y en ningún momento, ni Betzy ni su hijo mostraron reticencia alguna, ni se negaron a responder los cuestionamientos, ni tampoco a realizar las rutinas que se les encargaban.

En pocas palabras obedecieron e hicieron todo lo que se les dijo y ordenó. Siempre de manera rápida, sin poner objeciones y sin escandalizarse en ningún momento; ni siquiera cuando ambos comenzaron a ser desnudados por las manos de aquellos dos que se ocultaba bajo túnica y capucha. Todo lo contrario, incluso cooperaron para ser despojados de sus ropas exteriores. Y luego, dieron todavía más facilidades para que las prendas íntimas también les fueran retiradas.

Era como si madre e hijo realmente desearan ser puestos en pelotas y cuanto antes mejor.

Otro punto a destacar era la expresión de sus rostros, en ellos no se denotaban ni preocupación ni miedo; por acabar en unas condiciones tan inusuales como las que ya se mencionaron, en cambio había tanto en Betzy como en su hijo, una actitud y unos aires de seriedad casi ceremonial, o en todo caso muy propia de aquellas personas, que se encuentran presenciando o siendo parte principal, de algún evento solemne en grado máximo. El cual requiere a toda costa, seguir ciertas reglas predeterminadas, así como apegarse irrestrictamente a un rígido y severo protocolo.

La habitación en la que ahora estaban se hallaba perfectamente iluminada, y era amplia, cómoda y agradable. Los escasos muebles que había allí habían sido movidos hacía el lado derecho de la recámara, de modo que había un espacio bastante grande en el suelo alfombrado, como para algún tipo de actividad a realizar allí. Y al fondo podía verse la enorme y mullida cama. Con exceso de almohadones y sabanas de seda, lista para ser utilizada.

Los ventanales que había en todo un lado de la habitación, estaban velados por gruesas cortinas. La intimidad era total; abajo en la primera planta de aquella casona residencial. Todas las puertas y ventanas estaban bien aseguradas y de manera electrónica, no había sirvientes ni asistentes, ni se esperaba la llegada de nadie. Y aunque sonara la línea telefónica, cosa que por circunstancias era algo muy poco probable, aún así nadie contestaría.

La casa era un bunker, hasta la mañana siguiente nadie podría entrar ni salir de allí, lo que estaba por suceder en el lugar sucedería; no iba a ser interrumpido ni impedido por nada ni por nadie. Iniciaría, tendría su desarrollo y sería consumado tal y como estaba previsto. Betzy y su hijo lo sabían muy bien, lo tenían claro, estaban perfectamente conscientes de ello y de todo lo que implicaba. Pero también querían que sucediera, mejor dicho lo deseaban fervientemente, más que nada porque sabían cuánto lo disfrutarían.

Aquella noche madre e hijo iban a ser montados juntos en la cama por primera vez y al mismo tiempo, y después de eso y para siempre serían cada uno propiedad de los encapuchados, o mejor dicho del hombre y la mujer que estaban bajo las túnicas y que los habían hecho gritar de placer por separado; nadie lo impediría, ni siquiera ellos mismos podían impedirlo, básicamente porque no querían hacerlo.

Aquellos dos les habían hecho ver y entender que su perfil sexual, era el de sumisos. Y que entre más eran dominados eran más inmensamente felices. Y esto último era tremendamente excitante, la entrega sería total y una vez consumada, ellos serían esclavos sexuales de Carlo y de Ana para siempre. Era maravilloso.

Sus vidas cotidianas al exterior seguirían tal cual sin cambios. Ella una profesionista exitosa, algo seria y sin relaciones románticas estables y duraderas, él un muchachito imberbe y en crecimiento, atractivo y en busca de novia. Pero ambos en la cama con aquellos otros dos, serían siempre felices esclavos, uno del enorme culo y el peludo coño de la doctora Ana Maria, y Betzy la bellísima y elegante madre, estaría siempre sumisa y subyugada bajo las bolas y el duro miembro de Carlo.

¡Era la locura sexual!

Por eso cuando ambos, madre e hijo fueron instados a ponerse de rodillas en el alfombrado suelo de la habitación, lo hicieron casi de golpe, a toda prisa, y durante unos momentos ambos estuvieron a punto de sonreír.

Justo frente a ellos y de pie estaban Carlo y Ana María. Y de arriba abajo, comenzando desde el cuello fueron desabotonándose las túnicas, hasta que sólo el cinto que llevaban impedía que estas se abrieran por completo. De manera que volteándose a ver se coordinaron y a la par se desamarraron los cintos, y luego abrieron las túnicas mostrando sus cuerpos.

Betzy y su hijo casi estallaron de felicidad y sus ojos se tornaron vidriosos, ni Ana ni tampoco Carlo llevaban nada encima. Ahora estaban frente a ellos completamente desnudos. Sólo faltaba retirar las capuchas y ya estaban en eso, luego de ello tales vestiduras serían lanzadas lejos en el suelo de la habitación. El pene de Carlo estaba completamente erecto y apuntando groseramente al rostro de la madre, y daba brincos involuntarios que Betzy sabía que Carlo no podía controlar; eran pulsaciones violentas, pero no sólo por haber sido liberado de la ropa que lo ocultaba; sino porque aquel pene estaba furioso y a la vez feliz de estar tan descaradamente ante Betzy y con su hijo al lado; feliz porque sabía que iba a tomarla ya, por primera vez enfrente de Javier y furioso por no haberlo hecho aún.

Del mismo modo y con la misma cercanía, el hijo de Betzy tenía frente a sí, el hermoso y peludo coño de la doctora Ana de treinta y nueve años.

Con aquel movimiento, Betzy y su hijo finalmente estaban oficialmente autorizados a volver a sonreír y a expresar sus emociones. Y entonces ambos voltearon a verse el uno al otro. No pudieron evitar unir sus labios por ser tanta la felicidad que les embargaba. Fue un beso lento, pausado; les surgió de manera natural y espontánea; sin implicaciones eróticas, no fue sexual, ni siquiera romántico. Fue un tierno beso de madre e hijo. En una ocasión importante, trascendental de sus vidas. Muy seguramente la más trascendental e importante de sus vidas.

Cuando Betzy se dio cuenta, Carlo estaba golpeando con todo lo largo de su pene una de sus mejillas, como protestando porque la madre había puesto sus labios en los de su hijo, en vez de hacerlo en la cabeza de su pene; entonces ambos se sonrieron y deshicieron el beso, volteando a ver gustosos a sus amos. Carlo y Ana también sonreían en esos momentos.

Betzy intentó engullir en parte aquel pene y comenzar a mamar, pero Carlo lo alejó como si estuviese celoso, de que ella hubiese puesto sus labios en la boca de su hijo, antes que en su miembro.

En cambio le acarició dulcemente el mentón y luego le introdujo el dedo índice en la boca. A manera de disculpa Betzy comenzó a chuparlo cariñosamente pero con avidez, mientras con la cabeza levantada, miraba con ojos de total entrega y sumisión a Carlo.

Su hijo estaba encantado de estar allí viendo a su madre hacer eso. Y entonces Ana que también estaba sonriente le tomó por la nuca, y lo acercó a su sexo para que comenzará a chuparlo.

Javier lo hizo de inmediato y sin dudar, y después de un rato y mientras lengüeteaba ese coño mojado y exquisito, pudo escuchar los chupetones y lamidas, y los besos desesperados que daba Betzy a Carlo. Finalmente su madre estaba mamando el pene de su amo.
 
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