La Felación de Mama

heranlu

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Me encontraba desnudo y sentado a los pies de la cama de mis padres. Allí estaba esperando por una situación que me hacía sentir un ansia y nerviosismo inmensos a partes iguales. Apenas podía dejar de mover mi pierna derecha que, de manera inquieta, se movía arriba y abajo tratando de calmarse. Todavía estábamos en pleno verano y algunas gotas de sudor ya perlaban mi frente, pese a eso, mi cuerpo sentía unos escalofríos heladores que no paraban de recorrer mi espalda.

Mis nervios estaban bien infundados. Desde hacía unos meses tenía una relación sexual, la primera de mi vida y… pensando que ya tenía 18 años, ya iba siendo hora. Habíamos tenido sexo, unos maravillosos coitos que me habían llevado al cielo y ahora, sentado en la cama con los pies aferrados a la mullida alfombra, esperaba a mi amante.

Tenía ganas de verla, lo deseaba. Hacía más o menos dos semanas que no teníamos contacto físico, únicamente algún que otro beso furtivo en la cocina o en la sala, acciones que me erizaban la piel.

Me estaba volviendo loco dentro de mi hogar, la presencia de mi padre me ponía de los nervios y cada vez tenía más ganas de que estuviéramos solos, sin embargo, eso muy pocas veces ocurría. Hoy era una de esas ocasiones.

Escuché los primeros pasos, la puerta del baño se cerraba y mi amante venía al cuarto, dispuesta a hacer lo prometido. Sus ligeros pies apenas hacían crujir la madera, sus firmes piernas sostenían un cuerpo que me había vuelto loco desde que tenía memoria y, que por fin, cumplía mis deseos. Al fin entró, con una bata anudada a su cintura y su habitual belleza lista para cumplir con su palabra.

Con una luz tenue los dos quedamos iluminados en el cuarto de mis padres dispuestos a hacer lo que tanto deseábamos. Sin embargo, esta vez no sería recíproco, hoy únicamente me tocaba a mí terminar satisfecho. Me había prometido hacer lo que tanto anhelaba y lo que, obviamente, nadie antes me había hecho, mi reina así lo quería. Mi amante y mi… madre, me iba a hacer mi primera mamada.

Caminó despacio hasta donde me encontraba, no parecía que sus pies se movieran, avanzaba con tal gracilidad que levitaba por encima del suelo. Con la bata de satén estaba espectacular, apenas le cubría los muslos y el color rojo le daba una sensación de erotismo incalculable. La solía usar para estar en casa, como un complemento añadido con el pijama por debajo, no obstante, delante de mí, la veía como un objeto hecho para la seducción.

Se colocó delante de mí, tan despacio que sentí que el tiempo se había detenido y que solo nosotros habitábamos una dimensión paralela en la que nos habíamos perdido. Pasó con lentitud su mano por mi cabello moreno, al igual que el de ella. Enredó los dedos masajeándome el cuero cabelludo con todo el cariño de una madre, haciendo que sus uñas bien cuidadas y de un color negro intenso me provocaran un escalofrío.

El recorrido de sus dedos viró por detrás de mi oreja, provocando que la anterior sensación se quedara en nada, surgiendo muy dentro de mi alma un temblor que se asemejó al de un terremoto. Mi madre sonrió, era su pequeño cachorro, un animalito asustado ante semejante leona, o bien me adiestraría, o bien… me comería.

Las yemas de sus dedos siguieron su curso, rozando mi mejilla y notando su calor. Contrastaba con el mío, que era una hoguera enorme nacida desde esa misma mañana cuando me enteré del regalo que iba a recibir.

Una de sus uñas siguió su camino, alcanzando mis labios y pasando por encima de ellos con suavidad. Puso un rostro diabólico, de la que sabe que la situación es suya y todo está bajo su control. Con la voz más erótica y ardiente que tenía susurró en el silencio de la habitación.

—Abre la boca.

Metió dos de sus dedos en mi boca, el motivo no lo supe, pero los introdujo bien hondo sin mutar su rostro. Los sacó rauda, habiendo tocado mi garganta y quedando esas dos extremidades recubiertas de mis fluidos.

Siguió su recorrido con las yemas llenas de mi propia saliva. Llegó con la misma calma hasta mi barbilla, donde allí colocó sus dedos de forma flexionada y con una leve fuerza, alzo mi cara para que la mirase. No quería que mirase sus pechos, sus piernas o cualquier otra parte de su cuerpo, quería que contemplase sus preciosos ojos verdes.

Ella se agachó ligeramente, muy despacio, como si el tiempo no importase, quedando su boca muy cerca de mi oreja. Notaba su aliento arder sobre mi oído… era igual que cuando sus jadeos golpeaban mi rostro mientras lo hacíamos de manera salvaje.

Escuché como se humedecía los labios para decir algo, sentí como su lengua salía y entraba de nuevo en su boca, soñaba con aquel músculo húmedo en otra parte de mi cuerpo desde… no recuerdo desde cuándo.

Mantenía mis ojos quietos con la vista al frente, al tiempo que notaba como llenaba sus pulmones calientes, dispuesta a hablar. Observaba colgar de su cuello la fina cadena de plata que coronaba una pequeña cruz hecha del mismo material. Se movía tambaleante en su sedosa piel, pero eso no fue lo que captaba mi atención, sino lo que se encontraba más atrás.

Su mano derecha trataba de tapar lo que tanto me gustaba, sin embargo, tampoco le ponía mucho empeño. Aunque tuviera unidos ambos lados de la tela de la bata, sus pechos juntos, grandes y esponjosos, podían admirarse dentro de la prenda, de la cual sentí rabia por su existencia. Noté que el aire ya salía de su boca con calma… casi quemándome. ¿Qué querría?

—Tranquilo. Mamá te cuida.

Su voz melosa me embriagó. Rozó con sus labios la piel de mi oreja y toda la parte derecha de mi cuerpo se cortocircuitó. Era el tono más sexy y erótica que había escuchado en mi vida, ni siquiera en los momentos más salvajes se ponía de esa forma. Tanto yo como mi madre, estábamos cachondos.

Dio dos pasos hacia la cama, agachándose para coger un cojín que estaba junto al cabecero. Me miró dedicándome una sonrisa de lo más normal, sin embargo, el fuego de sus ojos hacía que la expresión de su rostro cambiase por completo.

Una vez lo agarró con esos dedos coronados con uñas negras, lo arrojó entre mis piernas al mismo tiempo que se colocaba de nuevo delante de mí. La contemplé de arriba abajo, me di el gusto, pudiendo admirar una diosa ante un pobre infiel que iba a comenzar a creer.

Sus manos recorrieron lentas la tela de la bata, llegando al pequeño nudo que estaba a medio deshacer. Cumplió los deseos que solo me podía imaginar, ya que mi boca no era capaz de articular palabra. En un grácil gesto se deshizo de la atadura. Aunque lanzándome una sonrisa maliciosa, me hizo esperar unos segundos para ver su espléndido cuerpo.

Al final, separó la ropa y delante de mis ojos contemplé de nuevo mi más oculto deseo, el cuerpo de mi madre. Era como ver la luz en un día oscuro, una caliente hoguera en la fría noche, aquellas curvas estaban hechas para descarrilar y yo, estaba dispuesto a todo.

La bata roja que usaba siempre, se deslizó por sus finos brazos cayendo hasta el suelo, donde formó un semicírculo detrás de sus pies descalzos. La miré de nuevo de arriba abajo, dándome el placer de contemplarla durante varios segundos, mientras ella colocaba sus brazos en la cintura, esperando a que analizase cada centímetro de su piel.

La única tela que recubría algo de su cuerpo era un fino tanga de color amarillo. Una elección bastante cantosa para mi gusto, pero ¿de qué me podía quejar? De absolutamente nada.

Las manos las tenía posadas en una cadera que se había ensanchado un poco debido al embarazo, o eso era lo que siempre me decía, a mí me encantaba. Con una ligereza apabullante, comenzó a bajar sus manos, haciendo que mis ojos no pudieran dejar de mirarla. Las uñas negras contrastaban en su piel del color de la luna, aunque rápido desaparecieron cuando se adentraron entre la goma del tanga y su carne.

Subió el elástico hasta el límite de la rotura, donde pude percibir como debajo de la tela dos labios bien marcados me saludaban con una graciosa humedad. Era perfecta… Mi pene llevaba tieso desde el amanecer, pero viendo el beso que me mandaban sus labios vaginales, dio un respingo para, educadamente, devolver el saludo.

Mi madre no soportó observar ese curioso movimiento de afecto que le dedicaba mi parte más noble. Sonrió al tiempo que soltaba las gomas y el chasquido recorrió el cuarto como si alguien estuviera azotándonos con un látigo.

No cesó allí su movimiento ardiente, sino que tenía un objetivo muy superior. Desde pequeño me han encantado los pechos, siempre es lo que más me ponía de las mujeres, y ahora, que por fin pude obtener a mi madre, lo entendí. ¿Cómo no me iban a gustar? Los senos de mi progenitora eran excelentes, grandes y gordos, duros y esponjosos en un equilibrio perfecto, ni un artista podría haberlos moldeado mejor.

Sentí envidia de sus manos cuando llegaron a semejantes tetas y trataron de taparlos con toda la extensión de sus dedos. No podían, era imposible. Los pezones se filtraron por la abertura que quedaban entre las falanges, deseaba comérmelos, devorarlos y que mi saliva los envolviera.

Apretó… mucho… hasta tal punto que mostró de forma ardiente unos dientes oprimidos que siseaban como una serpiente dentro de su boca. No podía mantener la cordura, no pensaba en su felación, quería penetrarla, aunque por cómo estaba, duraría un minuto… ¡Menudo minuto sería!

Dejó de contonearse para mí. Demasiado espectáculo, no me merecía tanto y si lo merecía, no era recomendable, ya me salía humo por las orejas, debía empezar antes de que explotase. Estaba comenzando a impacientarme, no por su culpa, sino porque mis ganas de adolescente rebosante de hormonas, rogaban porque se metiera mi pene en algún lado… ¡En cualquiera!

Sin embargo, empecé a ver la luz. Primero una pierna se flexionó, y después la otra hizo lo mismo sobre el cojín que amortiguaba el roce con la alfombra. Aunque el pensamiento de que no le sería muy necesario pasó por mi mente, pronto acabaría.

Ambos índices me los clavó en las rodillas, sin prestar atención a su fuerza, parecía que si me hacía daño… más la gustaría. Empujó con ganas, alejando una pierna de la otra y dejándome totalmente expuesto para lo que pretendía. Apretó con todos los dedos por encima de mi rodilla y sentí que las dos manos hacían una tenaza de la que no podría soltarme… ni se me hubiera ocurrido.

Ella acercó aún más su cuerpo, solamente fueron unos milímetros en el que su torso se acercó a mi posición. Fue entonces que lo vi, como uno de sus pechos se movía debido a la gravedad y golpeaba mi capullo con mucha delicadeza. Sentí el cielo y el infierno en el mismo lugar, el placer era indescriptible, solo un roce había sido maravilloso, pero el calor que mi cuerpo producía no era sano.

Sus manos recorrieron mis muslos mientras sus ojos verdes se fijaban en los míos sin parar. Su movimiento era lento, no obstante, muy sentido, similar a una masajista haciendo bien su trabajo. Sus pulgares se metían entre mis músculos dejando una marca blanca que en unos segundos se convertiría en roja, el mismo color que el fuego que ardía en mi alma.

Estaba muy cerca de mi zona pélvica cuando se acercó aún más a mi cuerpo, sus pechos quedaron pegados a mi miembro viril, metiéndolos entre ellos para protegerlo. Alzó su rostro, acercándolo mucho al mío y contemplé como se mordía el labio a la par que me lanzaba una sonrisa cómplice, estábamos tan calientes…

—¿Quieres tu primera chupada de polla? —asentí frenético, apretándome los labios con unas ganas insuperables.

Me fui a agachar, a acortar centímetros para besar sus gruesos labios pintados de un color rojo oscuro que me enloquecía. No me lo permitió, volviendo a su posición inicial y dejándome con las ganas. Sin embargo, eso no fue lo peor, más me dolió que sus pechos se alejaran de mi polla, no sentir el abrazo de sus mamas era algo doloroso.

Sin dejar de mirarme, ni quitar su malévola sonrisa descendió por mi cuerpo. Su piel estaba demasiado cerca, podía notar el calor que manaba del suyo, pero sobre todo una parte de mi entrepierna sentía más que el resto.

Tanto bajó su rostro que este se topó de frente con lo que buscaba. Estaba colocada casi a cuatro patas sobre la alfombra, como lo habíamos probado dos semanas atrás… ¡Menudo placer! Me corrí de una forma espectacular. Aunque eso era un mero recuerdo de nuestra última vez y ahora… tocaba otra cosa.

Por mi cuenta y riesgo había decidido no eyacular más en solitario, mi semen era un manjar que solo una persona debía tocar y obtener. Además, cuando se lo planteé a mi madre… aquello no es que le gustara, es que la encantó.

Dejó de lanzarme esa mirada verde tan preciosa, que me producía una intensidad abrumadora, para poner total atención a la herramienta que tenía a escasos milímetros. Estaba a nada de mi miembro viril, el cual, hacía mucho que no lo veía tan duro, quizá no entrarían tres dedos entre la distancia de su cara y mi pene. Ella respiraba con fuerza, notando como hacía vibrar mi punta con cada expiración de aire caliente, me iba a marear.

Sus manos estaban en la parte más alta de mis mulsos y también muy cerca de mi miembro. Toda ella estaba cerca, pero… nada me tocaba la polla. Allí admiró mi pene, parecía observar cada poro de mi piel, en el cual, el vello había sido recortado hasta el límite por petición suya.

Después le tocó el turno a mi saco escrotal. Lo analizó en profundidad, observando como dentro, colgaban dos genitales rellenos de un líquido blanco que iba a obtener en poco tiempo. Empezó a mirarlo todo, deteniéndose en cada detalle del poderoso obelisco que tenía delante, quería conocer cada milímetro cuadrado.

Arrastró entonces su mano, una mano caliente y suave que recorrió la distancia desde mi muslo hasta la base de mi pene. Por primera vez sentí sus dedos sobre mi miembro, aunque fuera un mínimo roce… Al fin, ¡tocaba mi polla!

Me estremecí y eché la cabeza hacia atrás soltando un pequeño sollozo que no pude mantener en mi garganta. Cuando volví la cabeza a su lugar, mi madre me miraba con la misma sonrisa pícara, ¿¡cómo podía ser tan perfecta!?

Volvió a su tarea una vez me serené. De nuevo su vista se centraba en mi pene, que tenía una erección de caballo incomparable. Sacó su mano de la base de mi aparato reproductor, todo con una delicadeza extrema.

Un único dedo se posó en la base del tronco, junto a mi vena más prominente. Notaba la uña clavarse levemente en mi suave piel, sin poder hacer nada con el durísimo músculo que había debajo. Subió poco a poco, mirando el recorrido de su uña negra y con la boca medio abierta respirando profundamente.

La yema del dedo me provocaba un placer sin igual, no me podía creer tales sensaciones, aunque estaba más que claro que mi abstinencia sexual tenía algo que ver. Consiguió recorrer la mitad sin que abriera la boca, pero al final, tuve que hacerlo para suspirar con ganas mientras se alegraba. No obstante, no movió los ojos del recorrido que tramaba su dedo con mucha pausa, así lo hizo hasta llegar al final.

Coronó el monte en el que se había convertido mi polla. Llegando a la parte donde la piel escondía un prepucio hinchado como nunca, allí, en lo más alto, posó su dedo. Lo sacó un instante después habiendo encontrado lo que buscaba.

Tenía una buena cantidad de líquido preseminal que había salido de mi interior allanando el camino a una futura corrida masiva. Ella lo miró, de la misma manera que si observase el descubrimiento de la penicilina.

El líquido trasparente y pegajoso, con la tenue luz, emitía un leve brillo que parecía esconder millones de diamantes microscópicos. No pensó mucho qué hacer con ello. Dedicándome la más firme de sus miradas, sacó la lengua todo lo permitido, incluso de manera poco natural, y dejó el excedente de mi central lechera en su lengua. Cerrada su boquita, lo degustó con ganas, tragándolo para dirigirlo directamente en su estómago.

No podía más, tenía que empezar, si hubiera sido necesario le hubiera implorado que comenzara. Me aferraba con fuerza al edredón, mirándola con ojos vidriosos y con una franja roja que recorría ambas mejillas, estaba desatado por la lujuria.

Se me pasaron miles de cosas por la cabeza. Sobre todo una que incluía agarrar a mi madre por las dos pequeñas trenzas que se había hecho y hacerla que no tardase más en empezar. Apenas median más que un dedo meñique, pero tenía la certeza que podría amarrarlas bien y obligarla a comenzar con lo que tanto deseábamos.

—Mamá… —rogué un poco.

No obstante, no hice nada, aunque mis ojos sí que se posaron justo detrás de sus hombros, admirando sus dos pequeñas coletas, tratando de dar rienda suelta a mi imaginación. Esperé el siguiente movimiento, que aunque me parecía que iba a cámara lenta, aquello se debía más a la ansiedad que recorría mi cuerpo por querer recibir mi primera felación.

Mi madre volvió a poner la mano derecha en la base de mi pene, agarrándola únicamente con el pulgar y el índice, haciendo una pequeña pinza que le valía de sobra para maniobrar.

Acercó sus labios a la parte trasera de mi tronco, mirándome sin parar con sus ojos felinos, no quería que me perdiera nada. Sus labios se acercaron tanto que noté el leve contacto que ocasionaron, supongo que habrían dejado una mínima marca de pintalabios en mi tronco… poco me importaba.

Subió la cabeza, dejando su ardiente boca tan cerca de mi pene que podía sentirla como si estuviera besándome. Me estaba perdiendo en la impaciencia y en la locura que mi madre me provocaba, era la mujer perfecta jugando al juego de la perdición.

Llegó hasta mi punta después de recorrer todos los centímetros, soplando ligeramente y haciendo que me estremeciese sin vergüenza. Un calor muy reconocible se concentraba en mis genitales, haciendo arder un líquido que rugía por salir. Era un volcán a punto de explotar.

Fue entonces que la vi abrir la boca, era el momento. Sus labios se separaron y unos dientes de un blanco impoluto hicieron hueco para que mi tremendo coloso se colara en su interior. Sus ojos no pestañeaban, ni siquiera se movían, seguían fijos en un mismo punto, en los míos.

Comenzó a descender, su cabeza se movió hacia abajo y por primera vez observé desaparecer mi polla dentro de una boca, qué delicia. Mis pulmones se agitaron y mi respiración se aceleró de manera desmedida. El pecho me subía y bajaba como loco sintiendo un placer sin parangón. Tocaba el paraíso.

La cabeza volvió a bajar, tanto que la mitad de mi poderoso pene estaba dentro de su boca. Pero algo no iba bien, o no iba como yo pensaba, porque mi madre, que cuando quiere es un demonio, no me la estaba tocando.

Su boca seguía abierta y mi polla en su interior, sin embargo, ningún milímetro de mi piel estaba siendo tocada, ya fuera por su lengua, por sus labios o por su paladar. Me observó y escuché un ruido similar a una risa, mi madre volvía a jugármela. De nuevo por mi mente apareció la imagen de las dichosas trenzas, de sujetarla y decirla que se dejara de juegos, yo quería mi gran mamada.

Salió antes de que hiciera nada, con una sonrisa volvió a alzar su rostro y esta vez lo puso delante de mi polla. Era malvada, un verdadero demonio nacido del infierno, estaba jugando conmigo hasta el punto de matarme de un infarto. Sin embargo, lo que yo no sabía era que ella estaba igual de caliente y no podía soportarlo más.

Alejando sus ojos de todos los centímetros que mi sable le ofrecían, me dedicó una fascinante mirada. Leí en sus glóbulos oculares un “¡te jodes…! Esto es lo que le gusta a tu madre”. Sin embargo, sabía que en el fondo era buena y de un momento a otro… me daría mi tan merecida recompensa.

La lengua emergió de su boca. Atravesó los labios pintados en aquel tono rojo oscuro, casi granate y la vi húmeda… muy mojada, con algún hilo de saliva queriendo resbalar por ella. Estaba muy cerca, demasiado… sabía que no había vuelta atrás, esta era la buena. ¡Por fin!

Su lengua estaba próxima a su mano en la base de mi polla. Seguía agarrándomela como si se fuera escapar… jamás lo permitiría. La acercó… estaba a milímetros, a nada… y al final, su músculo más húmedo, contactó con la base de mi tronco. Sentí el edén del placer, su baño de saliva me produjo un calor inigualable en el que tuve que soltar un audible.

—¡Aahh! ¡Mamá!

Esta vez no sonrió, no paró un momento a mofarse de los sonidos de su hijo. Siguió el recorrido de su lengua haciendo que la notara por toda la parte inferior de mi pene. Dejaba un rastro de saliva abundante, por si el camino de vuelta se le fuera olvidar, imposible… conocía muy bien mi polla.

Llegó a la mitad y miré con ansia como subía y subía. Llegó hasta el prepucio, y al fin, dio un último lametazo a mi punta haciendo que esta se moviera agitada, rogando por muchísimo más. Esta vez sí que mostró su sonrisa, pero era diferente, era de alegría, de saber que aquella polla que portaba la enamoraba y que se iba a dar un buen atracón. Además… era suya.

Ninguno de los dos podíamos volver sobre nuestros pasos, estábamos desatados. Mi madre se había contagiado debido al calor que manaba de mi pene. Volvió la cabeza hacia abajo, mirando de tú a tú el pene que tenía en su mano. Subió esta, dejando el pequeño agarre que tenía en la base y rodeó el gran grosor con todos y cada uno de sus dedos.

Hizo fuerza. Sin embargo, no podía romper nada, mi dureza era abismal, ni un martillo hidráulico habría podido hacerme un rasguño. La miró con deseo, muchísimo deseo… entonces, su mano se movió hacia abajo y después hacia arriba.

Mi piel se mecía con calma, movida de un lado a otro como si estuviera cuidando a su bebe. Volví a mirarla a la cara, esta vez, cuando vi la expresión de su rostro… comenzó a parecerme mucho más familiar. Era el mismo gesto que ponía cuando estaba encima de ella y se la introducía sin parar, estaba disfrutando.

El capullo salió con el sube baja constante, un amoratado champiñón que daba avisos de lo que venía. Trató de ocultarla con mi piel, aunque tampoco con mucho ímpetu, era imposible, mi piel no volvería a cubrirlo hasta que me corriera y aquel monstruo bajase de volumen.

Estaba preparado, listo para lo que ella quisiera, incluso me invadió tanta lujuria que me hubiera conformado con una simple masturbación. Pero mi madre es mujer de palabra y lo que dice, lo hace.

De rodillas sobre el cojín, volvió la visión a su objetivo, estaba concentrada, nadie la iba a parar. Abrió la boca, de nuevo formando un círculo grande con sus labios rojos y dejando ver sus perfectos dientes. Bajó la cabeza… esta vez sí… lo supe en el momento que gimió y… mi polla quedó atrapada por sus labios. Sentí que mis ganas por eyacular aparecían de inmediato con la misma fuerza que rompe una ola contra las rocas.

—¡MIERDA! ¡IMPRESIONANTE! —lo expresé en un grito, no era capaz de contener semejante placer.

Cuando lo hacíamos, más o menos…, podía controlar mis eyaculaciones, pero la felación era otro nivel. Era una nueva experiencia que debería dominar para no terminar rápido.

Bajó sus labios tratando de introducírsela entera en su interior. Hizo un intento, luego el segundo, al tercero… logró introducirla más de tres cuartas partes, sin embargo, noté que el límite era ese.

Sentí en la punta de mi polla, de qué manera su garganta abriéndose a mi paso a tremendo sable, sin embargo, no entraba nada. Tras un pequeño sonido gutural que pareció una arcada, la sacó entera, llena de babas que caían traviesas por mi tronco.

Respiró profundamente llenando los pulmones que se le habían vaciado después de tal esfuerzo. Aunque yo, más me fijé en el hilo de líquido que le salía por la comisura labial y que por algún motivo me puso demasiado cachondo.

Volvió a la carga, esta vez atrapando el prepucio con su boca y succionando a la vez que movía su cuello. El color de sus labios quedó marcado en mi tronco y el rojo oscuro comenzó a pintarme el pene a cada bajaba. ¡Qué poco me importaba aquello! Lo importante era la succión, el calor, el placer que sentía mi pene… y que pasaba por cada nervio de mi cuerpo.

Su mano había comenzado a masturbarme con ganas y su cuello se movía con la misma rapidez para hacer una mamada sensacional. El colgante tan fino que llevaba, hacía que con ese movimiento, la cruz golpease una y otra vez, primero por debajo del final de su cuello y después en mis ardientes huevos.

Estaba preparado para el final, más bien lo estaba desde el momento que se quitó la bata mostrándome su precioso cuerpo. Noté mi polla hinchándose, no creía que aquello fuera posible, parecía cobrar vida dentro de la boca de mi progenitora, mientras ella seguía lamiendo mi prepucio como si fuera un helado.

El líquido preseminal ya había salido por completo, quedaba el premio gordo… no tardaría. Mi madre mantenía fijos sus ojos en mí, una mirada verde que me estaba volviendo del todo majareta. Al final cedí, terminé por dejarme llevar ante tal despliegue de habilidad y solté el primer gemido.

—¡Mierda…! ¡Joder…! ¡AAAHHH!

Ella pareció entenderlo porque aceleró el movimiento y succionó con más fuerza. Sus mejillas estaban metidas para dentro, dándole a su rostro facciones de pez. Pero poco estaba yo para pensar en eso, porque al momento, un rayo recorrió mi espalda haciendo que se moviera como una serpiente.

Apreté el edredón con fuerza para después soltar un bufido que a mi madre la encantó, puesto que todavía aumentó más la velocidad. ¿Eso era posible? No me dio tiempo a buscar una respuesta, porque con la mano que tenía liberada comenzó a masajearme los genitales.

Vi el mundo a mis pies, un final apoteósico a la altura de la mejor mamada que alguien pudiera soportar. Mi madre sacó de su boca aquella extremidad que más parecía un brazo que una polla. Sus venas estaban infladas como un globo, llevando casi toda la sangre de la que disponía en mi cuerpo. Su dureza era comparable a la del hierro forjado, y aquella punta… iba a reventar.

Colocó la lengua en lo más alto de la polla, justo detrás del prepucio donde mi frenillo se encontraba. Dejó la abertura por donde todo iba a emerger liberada y directamente a milímetros de su lengua.

—¡Mamá, ya! ¡Ya saleeee! —grité a la vez que apretaba mis nalgas con fuerza.

Apenas podía expresar con palabras lo que sentía, era casi mejor estar callado, sin embargo, tenía que sacar toda esa tensión. Lo más cercado a la descripción de ese momento era la plena felicidad.

Un remolino de calor se adueñó de mi cuerpo, y sentí recorrer mi líquido blanco por todos los centímetros de largura de mi pene. El primer disparo salió, pero no como esperaba. No era una erupción volcánica, un géiser que haría que mi madre se estrellara contra la pared. Todo lo contrario.

Un espeso y borboteante líquido blanco comenzó a brotar lenta y paulatinamente de mi polla mientras mi madre pausaba la masturbación. Traté de mirar la escena, no obstante un ojo se me cerró hasta el punto de que casi me quedé inconsciente allí mismo. Tuve que sacar toda la fuerza de voluntad como si estuviera luchando contra la misma muerte.

El semen resbalaba rebosante por su lengua, tan abundante era que en unos pocos segundos había anegado la barbilla de mi progenitora y en dos ríos independientes cruzaban su cuello dirección a los senos.

Seguí manando semen de mi interior sin cesar durante unos diez segundos. Ella paró como si supiera el momento exacto que debía hacerlo, y yo… por poco me pongo a llorar por el placer que descontrolaba mis sentimientos.

Mi madre como colofón final, mientras el néctar blanco seguía resbalando por su boca, llegando incluso a manchar su amada cruz plateada, volvió a meterse mi pene en la boca. Esta vez de una manera más calmada, simplemente limpiando los últimos vestigios de mis genitales que se estaban secando.

Aproveché para pasar mi mano por su pelo, enredar mis dedos y llevarla con un ritmo lento, para hacerla saber la forma en la que quería que mamase. No era el agarre de coletas que me había imaginado, pero por algo se empezaba.

Al final se levantó, al ver como su querido hijo yacía medio muerto. Tumbado en la cama, convulsionaba de placer, notando como el mastodóntico pene perdía su fuerza muy poco a poco, parecía que no quería que la fiesta terminase ahí, luchaba por mantenerse en pie.

Abrí el ojo con mucha somnolencia, sabiendo que alguien me estaba observando. Mi madre lo estaba haciendo, con el rostro encendido de calor y con unos ojos que destilaban fuego, se había quedado cachonda, eso… no podía ser. La admiré en todo su esplendor, con su tanga amarillo húmedo, con varios ríos llegándole hasta sus poderosos senos y unos pezones en punta de lo más golosos.

Pasó su mano por la barbilla, la tenía temblando por el placer que había soportado y con calma, sin que yo me lo perdiera, chupó dos de sus dedos lamiendo todo el semen que pudo. Lo degustó en su boca, provocando que su paladar se estremeciera para después dirigir aquel líquido caliente por su garganta.

Paso su lengua por sus labios de forma erótica mientras la admiraba con un ojo medio cerrado a punto de desfallecer. Quería dormir de la misma, morirme si era necesario, pero su voz me despertó. Con media cara llena de mis fluidos, su cruz manchada y los pechos recubiertos de leche, me sugirió.

—Vamos a la ducha, que en nada viene tu padre. —no parecía que me fuera a esperar y traté de levantarme. Antes de que lo consiguiera se dio la vuelta con una mano en la puerta y con voz muy grave y cachonda me ordenó— Tenemos que repetir esa mamada más a menudo. ¿Bien?

—¡Sí! —respondí al momento añadiendo un movimiento frenético de cuello para asentirla. Aunque no quería que se quedara ahí la cosa— Entra en la ducha, sigo cachondo.

Allí seguimos lo que su boca comenzó en la cama, de un modo más pasional debajo de los chorros de agua. Se la metí según entramos y me dio la espalda, colocando mis manos en sus hombros para empujar como un conejo alterado por las hormonas.

Esperaba que durase algo más, unos minutos al menos, sin embargo, fue igual de veloz que la chupada de polla. Cuando mi madre me gritó que estaba a punto de correrse y yo, notaba que mi suministro de semen volvía a estar repleto, me dejé llevar.

Cumplí mi fantasía de sujetarla por las dos trenzas que colgaban mojadas de su cabello, imaginando que, literalmente, cabalgaba a mi yegua, metiéndola mi polla sin parar. Me gritó en dos ocasiones que se iba a correr, a la par que me decía que era el mejor. Cierto o no, no me detuve y seguí follándomela lo más duro que pude, porque ya estaba a punto.

Dejé todo en su interior, rellenándola por completo en mi última entrada mientras nos corríamos a la par. Desfallecimos allí mismo, suspirando pesadamente mientras el agua caliente nos golpeaba y me sentí de nuevo en el útero materno. Creyendo firmemente que no hay nada mejor que hacerlo con mi madre y espero hacerlo por siempre, al menos… hasta que ella quiera o… nos pille mi padre.
 
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