Hay días aburridos, todos los conocemos, pero para mí, uno se destaca por encima de todos, es el de Año Nuevo. Es algo que me puede, desde que llegó a casa después de salir, es algo insoportable. Sinceramente, creo que si pasase el total de las horas durmiendo, perdería menos el tiempo que despierta o… al menos, sería más feliz.
Me parece que perdí el gusto por tan peculiar día desde mi niñez, en esos años en los que empiezas a ser un poco consciente de la situación y ves que, aparte de estar con la familia, no aporta nada más. Te comes las uvas, unos juegos y a cama, algo que de pequeña no estaba mal, pero después…, claro… mi temido día uno, el día nacional de la resaca.
Porque es eso, ni más ni menos, un día del todo gris en el que las caras de la gente parecen rociadas por ibuprofeno. ¿Será el día que más se consuma ese fármaco o alguno similar? Si tuviera que apostar me la jugaría al sí.
Aunque bueno, este primer día del año no estuvo del todo mal, la verdad, que se podría decir que fue el mejor de mi vida, tampoco había mucho donde elegir. Estoy totalmente segura que vuestra opinión, será igual que la mía, pero para eso… todavía queda un poquito. Aguantad un poco, llegamos rápido.
Me levanté de la cama para las doce, en pleno mediodía. Había dormido la friolera de cuatro horas y, sinceramente, aún seguía borracha. Recorrí el monstruoso pasillo, una recta que se movía de un lado a otro donde lo único que me salvaban de caerme eran las paredes bien afincadas al suelo. ¿Mi objetivo? El santo grial que se encontraba al final, en el interior de la cocina, ni más ni menos que una botella de agua bien fría.
—¿Buena noche la de ayer? —me saltó mi madre sentada a la mesa sin dejar de mirar el móvil.
Esa sonrisa la delataba, siempre que llegaba tan tarde, solía reírse un poco de mí, más que nada por la resaca que se pintaba en mi cara a la mañana siguiente. No os penséis que es una mala madre o que le gusta que me emborrache, solo que admite que con veinte años es el momento en el que haga ese tipo de cosas. Como dice ella, ya tendré tiempo de ser más formal.
—Sí… —mi voz carraspeó, simulando ser el graznido de un cuervo y no la dulce voz de una jovencita. Volví a ser golpeada por la carcajada de mi madre, que se me clavó con fuerza en el cerebro.
—¿Quieres algo de comer? —negué con la cabeza.
Ya había logrado obtener mi botella de agua, la tenía bien aferrada a mis dedos, igual que si fuera un tesoro y me puse a revolver en el cajón de las medicinas. Cuando encontré lo que buscaba, se lo mostré.
—Esto es lo único que necesito comer.
Le enseñé esa pastilla de ibuprofeno que adoraba cuando me pillaba semejantes borracheras, ya os lo dije, ¿no? El día nacional de la resaca. Sabía que al de unas cuantas horas, se me borraría el clavo que tenía incrustado en la cabeza y ¡dios…! ¡Cómo lo necesitaba!
—Empieza a prepararte con calma, que la familia empezará a venir dentro de una hora. —resoplé con ganas, sintiendo que el aire abandonaba mi cuerpo y aspiré de nuevo, necesitaba todo el oxígeno que pudiera para no desfallecer.
—¡Qué pereza! —torné los ojos y me acerqué a mi progenitora para darle un beso de buenos días— Voy a la ducha… Tardaré…
—Me imagino… Espero que no te duermas… —una broma de la que no pude reírme, me dolía todo. Mientras me encaminaba al baño, esperando que mi padre no estuviera sentado en la taza por innumerables horas, me tomé la pastilla. Cuando pasaba por mi garganta, mi madre, añadió— Julia, límpiate la boca… que atufas a ron.
Asentí, porque era cierto, incluso me podía notar la lengua pastosa, como si la hubiera llenado de miles de golosinas azucaradas. Lo bueno fue, que mi padre no estaba en el baño o en el trono, que era la forma que solía denominarlo. La verdad, siempre me hizo gracia ese nombre, al final eso es lo que era para él, puesto que solía sentarse más tiempo allí que en el sofá. Era el rey del váter.
Di el agua, esperando que se calentase y notando que mi cuerpo se destemplaba. Había dormido con un pijama corto, lo primero que pillé al llegar dando tumbos a mi habitación. No solía coger frío a las noches, iba bien caliente con la bebida, aunque en esta ocasión, el invierno se hizo uno conmigo.
Aproveché la espera para lanzar una mirada a mira cara en el espejo y de pronto, sentí la saliva aflorando como si fuera una fuente. Di dos pasos rápidos para arrodillarme desnuda delante del retrete y abriendo la boca, eché tanto la cena como la comida del día anterior. Había profanado el santo trono de papá… una vez más.
—¡Estoy hecha una mierda…! —le dije al pozo de agua que ahora estaba mezclado con mi vómito y no reprimí la siguiente arcada, que sacó todo lo que quedaba en mi interior— ¡No vuelvo a beber…! —mentira y de las gordas.
Me limpié la boca dos veces, después de que la primera no me dejara satisfecha, todavía podía sentir en los dientes el último cubata, por lo que con mucha pasta, me froté con insistencia.
Al final, metí un pie en la ducha, después la pierna y para terminar la cabeza, dejando que el chorro caliente golpease mi nuca y me relajara por completo. Pasé un largo rato dejando que el agua hiciera lo suyo, sacarme la resaca del cuerpo para darme una vida extra.
Pareció funcionar, aunque no del todo, pero me imaginaba que estaba lista para el siguiente asalto, la comida familiar…
****
La comida fue larga, aburrida e insoportable. No por la gente de la que estaba rodeada, que era mi familia y menos, por sus temas de conversación, sino por la resaca que no me abandonó ni por un momento.
En verdad estuvo más entretenida de lo que me esperaba, la verdad que mis esperanzas estaban bajo cero, al igual que el clima. Mis padres suelen animar un poco el ambiente, aunque no a mis abuelos, ellos siempre se mantienen serios y conversando lo justo, les quiero mucho, pero hablan poco en estas reuniones. No sé… ¿La edad?
Mi tía más mayor es la más seria, quizá por haber sido la mayor de los tres hermanos e… igual le dio un carácter más reservado, a saber… no estaba yo para filosofar mucho. Dicho esto, obviamente, los quiero muchísimo a todos, pero, la verdad, que con el que más filin tengo es con mi tío Javier y su mujer, Sandra.
Creo que eso se debe a que son los más jóvenes. Es el hermano pequeño de mi madre, y me saca algo más de quince años, obviamente el más cercano a mí. Me parece que Sandra tiene alguno menos, eso ya… me asalta la duda y con la cabeza burbujeante de alcohol, no estoy para recordar los detalles.
El caso es que suelen estar a la moda, son mayores, pero se mantienen en la “onda” como dice mi madre, bueno, claro… mayores para una veinteañera. Pero… vamos al grano… que tengo que llevaros a lo que es el meollo de la cuestión, ya lo siento, me pongo a hablar y no paro, si me dan cuerda sigo y sigo y sigo…
Lo importante de todo este día o, mejor dicho, donde realmente empieza esta historia es cuando toda mi familia se fue y pude reposar la cabeza en mi cama. Aunque esto duró poco, porque al de unos minutos, cerca de las seis de la tarde, mi madre tocó a mi puerta.
—Julia, —la cabeza de mi progenitora asomó por la puerta y yo, que me disponía a dormir una siesta épica, viré el cuello con pereza para atenderla— levántate. Tienes que hacer una cosa.
—Mamá… Me muero… ¿En serio no puedo hacerla después de la siesta? —sabía que mis ruegos no servirían de nada, pero por intentarlo…
—Vamos, no seas vaga… —alzó algo de su mano, un objeto metálico que reflejo la luz que emitía la lámpara del pasillo y me llegó a la cara. Cuando tintinearon, supe lo que era— Vete en un salto a la casa de tu tío, que se ha dejado las llaves del coche.
—¡No me jodas…! —el gran día del año, lleno de aburrimiento y dolor de cabeza, iba a mejorar con un paseo por la ciudad en la que había cuatro grados— ¿¡Ahora!? ¿¡De verdad!?
—Vamos, cariño —lo soltó con su tono habitual de amor, escondiendo el verdadero significado, hazlo y mejor que sea a la primera, si no…
O sea que chisté, para que supiera que no estaba de acuerdo con aquel paseo, lo único, que a ella poco le importaba, solo quería que le devolviera las llaves a su hermano. Me vestí con pereza, fuera hacía frío, mucho frío… y lo último que me apetecía era que el clima entrase dentro de mí para helarme, sin embargo…, allí que tuve que ir.
Del camino ni me enteré, todavía con el cansancio haciendo estragos por mi cuerpo, me enfundé una sudadera, una chaqueta y escuchando música me puse a andar. Me esperaba que fuera un castigo divino, sin embargo, para cuando me di cuenta tres canciones después, estaba en el portal de mis tíos.
No me hizo falta llamar al portero, ya que un vecino salió en el momento oportuno y avisándole tres pasos más atrás, me sujetó la puerta para que pudiera pasar. Empecé a subir las escaleras para entrar en calor, no veía la hora de poder meterme entre sus cuatro paredes y deshacerme del frío que recopilé en la calle.
Esperaba no molestarles, mi madre me había dicho que les mandaría un mensaje, pero muchas veces… se le iba la cabeza, no por la edad, ni mucho menos, simplemente, mi madre es así. Por lo que cuando llegué hasta el tercer piso, toqué el timbre a sabiendas de que estarían avisados de mi llegada. Sin embargo, tuve que volver a pulsar el botón, puesto que nadie se presentaba en la puerta, al final, mi tío fue el que me abrió.
—¿Julia? —había sorpresa en su rostro, lo deduje al momento. “Bien, mamá, bravo…”, me dije a mí misma, la buena de mi madre y su memoria a corto plazo salían de nuevo a la luz— ¿Qué haces aquí?
Fui a hablar, pero mis dientes castañetearon igual que unas castañuelas. El ascenso por las escaleras no hizo su función de calentar mi cuerpo y el gélido clima había entrado a mis huesos. Alcé mi mano, mostrándole las llaves que sonaron entre mis dedos, al igual que un sonajero.
—¡Vaya!
Lo dijo sin mucha convicción, como si no supiera que las había perdido y supongo, que esa era la realidad. Por un momento, nos quedamos allí, ambos de pie, uno dentro de casa y yo, pisando todavía el rellano, igual que una vecina molesta.
Mi tío me miró de arriba abajo, tratando de averiguar qué era lo que quería, y después volvió a observar sus llaves. Opino, que le pillé descolocado, fuera de lo que su mente tenía programado para ese momento. Por lo que, como de costumbre, sin sostener mi lengua… le solté.
—¿Me dejas pasar a calentarme un rato, Javi? Tengo hasta los mocos congelados.
Otro segundo de impás que me sentó incluso extraño, mi tío era un hombre jovial y dicharachero, había salido más a él que a mi madre, por lo que aquella pasividad se me hizo poco usual. Al final, después de que lo meditara durante eones en su atolondrada cabeza, abrió más la puerta y se hizo a un lado.
—Sí, claro. Pasa, cielo.
Anduvo por el recibidor, esperando en el giro que daba el pasillo mientras que yo cerraba la puerta. ¡Dios…! ¡Qué bien se estaba allí dentro! Parecía que estuvieran en plena primavera. El pequeño piso de mis tíos tenía la calefacción puesta y al ser tan compacto, el calor no se disipaba por ninguna estancia.
Seguí a Javi, que me llevaba por el pasillo en dirección a la cocina, donde vi que la luz estaba dada. No obstante, me percaté de otra cosa, concretamente, de mi tío. No iba con la ropa de antes, ni tampoco se había puesto un pijama para estar más cómodo, sino que se había cambiado.
Iba peinado con el flequillo hacia un lado, con esas canas encima de las orejas que le dan un toque interesante. Hasta ahí, podía ser normal, sin embargo, cuando bajé la mirada, nada me cuadraba. Llevaba un vaquero ceñido junto con un cinturón negro, cosa que nunca utilizaba y arriba, una camisa a cuadros, de colores verdes y rojos que jamás había visto.
Siendo sincera… le quedaba bien, muy bien, marcándole el torso definido de los días que iba al gimnasio y su figura delgada. Según mi madre, tanto mi tío como mi tía, seguían teniendo un buen cuerpo porque no tenían hijos que les hicieran la vida un infierno. Seguramente…, tenía razón.
—Estábamos aquí, charlando —soltó Javi señalándome la cocina, aunque dejó el aire pasar por sus labios demasiado tiempo, dándome la impresión de que algo había detrás de todo.
Atravesé la puerta hacia un lugar donde tantas veces me había sentado a merendar o a comer. Desde hacía diez años que tenían el piso e incluso estuve el día en el que entraron por primera vez a vivir. Sin embargo, la situación era diferente, el inusual calor de la calefacción y la peculiar vestimenta de mi tío, hacían mi visita distinta a las demás. No obstante, lo que más me llamó la atención… fue cuando vi a Sandra.
Estaba sentada en una de las sillas, justo en la que dejaba su espalda contra la pared. Portaba un rostro serio y… maquillado de una forma en la que pareciera una modelo. En medio de la triangular forma de su cara, estaban sus ojos enormes, con unas pestañas que parecían infinitas y unos pómulos que brillaban con la luz del techo.
Me chocó al verla, nunca se preparaba tanto y tampoco había ido así a la comida de unas horas atrás. Aunque su rostro, perfectamente maquillado hasta el punto de estar radiante, no era lo más raro.
Por arriba tenía un suéter con unos cuatro botones en el que el escote tan pronunciado permitía casi ver por completo sus magnas tetas. Cierto que las tenía grandes y más o menos desde que la conozco me he percatado de ello, sin embargo, cuando las vi allí metidas, incluso medité por un segundo si se las había operado, estaban perfectas.
Podréis pensar que, de momento, no hay nada raro en mi modo de verla, puesto que… entraría dentro de lo probable. No obstante, el punto de quiebre se encontraba cuando la miré por debajo de la cintura, puesto que sí que era peculiar que, únicamente…, portara las bragas.
Me puse en medio de la estancia, con la encimera casi raspando mi trasero embutido en las mallas y miré a Sandra con los ojos bien abiertos, parecía una muñeca de porcelana, sobre todo, con el moño tan perfecto del cual no escapaba ni un mísero pelo.
—¿Quieres tomar algo? —me preguntó Javi colocándose a mi lado, aunque no estaba muy atenta y le tuve que mirar para saber que quería— ¿Te apetece tomar algo, cielo?
—Eh… no. Gracias, tío.
Seguía admirando a Sandra, que no movía ni un músculo y tenía la mirada perdida en el infinito, ni siquiera me había saludado y, por un instante, me imaginé que allí se estaba cociendo algo terrible. Veo demasiadas películas de terror…
—¿Qué…? —me costaba encontrar una lógica a todo aquello, por lo que hice lo de siempre, sacar mi lengua a pasear. No la puedo controlar, algunas veces si me callo por mucho tiempo, exploto— ¿Qué pasa? ¿Sandra está bien?
—Muy bien… —miró a su mujer con una sonrisa perfecta, una de galán que nunca había visto, esa faceta de mi tío era desconocida y me impactó, aunque también me agrado. Se le veía muy sensual— Estamos jugando.
—¿A qué? —no soy una niña inocente de doce años y debería haber mantenido mi boca quieta para darle una pensada y averiguarlo por mí misma, era algo obvio.
—Un juego divertido de… adultos.
Javi lo dijo con una voz seria, aunque no desdibujó el gesto pícaro que impregnaba sus labios. Estaba intrigada y si dijera que mucho, me quedaría corta. El día más aburrido del año se estaba volviendo muy interesante con la visita a la casa de mis tíos.
Ante mi estupefacta mirada, sacó de su bolsillo una cosa, algo que no pude llegar a distinguir. Era de un color rosa intenso y con una forma redondeada, parecido a un huevo. Me lo mostró sin miramientos, de la misma manera que lo haría si fueran las llaves del coche que yo misma le di nada más entrar.
Vi que era una cosa muy simple, con rebordes plateados que reflejaban de una forma grotesca la figura de ambos. Sin embargo, lo que más me llamó la atención, fueron los tres pequeños botones del centro. Uno poseía el símbolo del más y el otro, un menos, con el último entre estos dos. Ese, estaba segura de que era el de encendido.
—¿Un mando? —no me dio tiempo a más, porque estiró el brazo y lo dirigió hacia su mujer.
Pulsó el del centro en una ocasión y después de un sonido zumbante, clicó varias veces al que tenía el símbolo del más. Pasé mis ojos del mando rosa a la mujer que estaba sentada a la mesa y que no parecía mi tía.
Sus manos se abrieron y trató de arañar la mesa, a la par que su cuerpo vibraba y las tetas se le empezaban a subir y a bajar tratando de escapar del suéter. Su rostro se desdibujó, queriendo portar una mueca de placer absoluto. Lo estaba soportando, reteniendo el gozo para que no se notase, sin embargo, sus labios se apretaron y cerró los ojos, manteniendo cautivo el animal que tenía en el interior. Entonces, Javi… apagó el mando.
—Un juego con el que solemos entretenernos Sandra y yo. Lo hacemos una vez al mes y hoy, le tocaba a ella. —me lanzó un vistazo con esa sonrisa erótica que solo veía en los chicos de mi edad y abrió los ojos para querer mirarme por dentro— Espero tu discreción, sobrinita.
Asentí tontamente, de la misma forma que lo haría si me hubiera confiado un secreto a los cinco años. Me sentí realmente boba, aunque no paraba de mirar ese pequeño mando que me tenía intrigado. Mi tío, que me conocía muy bien, lo notó.
—¿Lo quieres?
Javi me lo tendió con lentitud, haciendo que viajase en el aire, al igual que lo haría una bolsa de plástico atrapado en un viento caliente. Lo detuvo a escasos milímetros de mi cuerpo inerte, justo antes de rozarme la chaqueta.
—¿¡Yo!? —pregunta tonta donde las haya.
El hombre no movió su mano, por lo que casi a modo de cordialidad, alcé la mía y cogí el mando rosa que me tendía. Lo escruté más de cerca, comprobado que poseía un tacto agradable y relieve en los botones, se apreciaba a simple vista que era de buena calidad.
Haber nacido en un entorno en el que el sexo no es un tabú como en otras familias, me sirvió para permanecer en la cocina y no huir ante semejante imagen. Sabía de sobra que aquello era un mando para algún aparato que Sandra… debería tener escondido dentro de su cuerpo y con el que… disfrutaba.
—¿Qué pasa, Julia…?
De nuevo soltó un poco de aire al acabar la frase, un suspiro caliente que golpeó mi nariz que aún permanecía roja del frío. Javi tenía algo… un toque de mando, de superioridad… no sabía con certeza lo que podía ser, pero era atrayente. Estaban jugando a eso y a mí… me gustaba.
—¿Quieres usarlo? —preguntó después de otra pausa eterna que me hacía pensar que en esa casa, Javi era el que mandaba.
No esperó respuesta y Sandra, que más era un maniquí de una tienda de ropa que persona, ni siquiera movió los labios para dar su opinión, seguía tan quieta como antes y no tenía pinta de que se fuera a mover.
Mi tío me cogió la muñeca sin pedir permiso, elevándome la mano que sujetaba el mando entre mis dedos y lo puso en dirección a su mujer. Mis ojos se pusieron en mi muñeca, recorriendo sus falanges uniéndose a las mías y después, el mando apuntando a Sandra, Javi me estaba enseñando a disparar.
Se movió un poco de su lugar, dejando de estar a mi lado, pero sin soltar mi muñeca donde permanecía apuntando a mi tía. Javi se colocó a mi espalda, con su torso pegado a mí y la otra mano en mi cintura izquierda.
Todo él era embriagador, tanto como el perfume que manaba de su piel y que nunca olí antes… es muy poco descriptivo lo que voy a decir, pero lo primero me vino a la mente cuando su aroma entró en mi cuerpo, fue decidir que así olerían los hombres de verdad.
—Este es… —con lentitud me llevó el dedo pulgar al símbolo del más mientras su cálido aliento me golpeaba en mi oreja— para subir la intensidad. —de nuevo, dirigió mi extremidad por el mando hasta llegar al de menos— Este para bajarla. El que queda es para encenderlo. Ya lo dominas, ahora solo queda una cosa… Dale. —no fue una orden, sino algo que tenía que hacer y punto. Por supuesto, lo hice.
Pulsé con fuerza el botón, como si unas ganas recónditas salieran a la luz y me impulsaron a ello. Fue entonces que mi tía se contrajo en su silla, haciendo que las patas de esta chirriaran con el suelo de baldosas de la cocina.
Abrió los ojos con ganas de puro asombro, incluso con la idea de soltar el mando y dejarlo caer contra el suelo. No lo hice y me mantuve pétrea, asumiendo mis actos con una normalidad que me fascinaba, puesto que… le había dado placer a Sandra delante de mi tío y lo peor de todo era que… me encantó.
Una sensación ardiente entró dentro de mí, borrando de un plumazo tanto el frío, como la resaca, y rebosando de tanto placer que no me pude contener. Mis pupilas se dilataron al contemplar que, la muñeca de porcelana que era mi tía, ahora me miraba con los ojos medio llorosos de absoluto éxtasis. Nadie me lo pidió, pero por decisión propia… aumenté otro nivel.
—Sube más. Sandra lo aguanta todo —me susurró Javi en mi oído haciendo que mi alma repiquetease en un profundo escalofrío.
Obedecí, e incluso, me excedí, porque no subí un nivel, sino dos de golpe.
—¡Ah! —gimió Sandra poseída de placer, bajando la cabeza sin poder soportar lo que le había provocado.
Respiré de manera profunda, manteniendo mi brazo en alto, como si no funcionara el mando de otra forma. Mi corazón galopaba igual que un caballo salvaje y la chaqueta me sobraba, aunque… me parece que todo me sobraba, porque no había estado más cachonda en toda mi vida.
—Puedo… —fue una súplica, girándome para ver a mi tío que estaba a menos de dos centímetros de mi cara. Su mano me apretó la cintura igual que un chico en la discoteca y sin poder aguantarme, se lo pedí— ¿Otro nivel?
—Eres mi sobrina favorita. Puedes hacer lo que quieras con mi mando y… —su mano ya no estaba con la mía en el mando, sino que fue a mi barbilla, sujetándomela con dos dedos a modo de pinza y me la giró para ver mi objetivo— con mi mujer.
Noté un pinchazo en la vagina, muy en el fondo, provocando que las piernas me temblasen y un escalofrío poblara mi espalda. Me moví como una anguila y mi tío, lo notó, sujetándome con fuerza de la cintura con ambas manos para mantenerme en pie. En cambio, Sandra permanecía en su lugar, quieta y mirándome, con unos ojos felinos y maquillados que… pedían más. Pulsé de nuevo.
—¡Aahh…! —otro gemido más alto, a la par que se le movían las manos. Sus piernas se estremecieron con fuerza, apretándose la una contra la otra debajo de la mesa, no podía soportarlo más.
Retiró una mano de encima de la mesa, pasándosela rápido por una teta que apretó a la par que atrapaba su labio con los dientes. Por supuesto, nunca había visto a Sandra de esa manera, era una mujer muy amable, cariñosa y que siempre me trató a las mil maravillas. Ahora, solamente era pura lujuria y… otro dato a resaltar, era que… ¡Estaba buenísima!
Los cinco dedos de la mano que estaba en la teta empezaron a descender con premura a la par que yo subía otro nivel de intensidad. Contuvo esta vez el sollozo, inclinándose encima de la mesa y dejando que sus dos senos se abultaran con la tabla de madera. Una voz en mi interior gritó con euforia… “¡Quiero verle las tetas!”.
—No te toques. —soltó autoritario a mi espalda Javi. En un principio pensé que me lo decía a mí, sin embargo, era para su mujer— Las manos encima de la mesa.
Así lo hizo, la mano rebelde, que pretendía bajar a darse más placer, subió tan rauda que sus dedos chocaron contra la mesa al posarse. Volvió la vista hacia mí, con una mirada penetrante tan verde que parecía ser un campo de hierba virgen, por un momento, me intimidó. Pese a eso, sus ojos no me decían que parase, todo lo contraía, su ansia parecía devorarla y me exigía más.
Giré mi rostro, sintiendo la barba de par de días de mi tío que chocó contra mi cara. No le quise hablar, por cierta vergüenza a que pudiera notar lo caliente que estaba, pero de no estarlo… ¿Por qué permanecería todavía allí?
—Ya te lo dije, puedes hacerla lo que quieras.
Me había leído la mente y su respuesta fue un mandato que activó en mi cuerpo las ganas de que aquella mujer tan preciosa que tenía sentada a la mesa, sucumbiera al poder de mi mando. Quise pulsar una vez el botón, pero de golpe… lo hice en dos ocasiones. Los dientes de Sandra se apretaron y sentí en mi vientre que todo me daba vueltas como la lavadora centrifugando.
Siseó de forma pronunciada, aferrándose con todos los dedos al borde de la mesa y mirando al techo con la cabeza totalmente echada para atrás. Podía ver las venas, toda la sangre que viajaba por ellas e incluso dos carriles de glóbulos rojos tan enormes que se marcaban de camino a su cabeza. Desde la distancia, era capaz de sentir el atribulado ritmo de su corazón.
—¡Joder! —lo gritó con ganas, sin poder mantener su rictus serio. Aunque cuando Javi la chistó, se calló.
No podía soportar semejante vibración que llegaba a mis oídos y dando un paso hacia la mesa, el cuerpo no me pedía otra cosa que seguir pulsado el botón. Lo hice otras dos veces.
—¡Ah…! ¡Ah…! —fue lo único que empezó a decir.
Sabía lo que estaba ocurriendo y sin dejar de apuntar a mi tía con el mando, supe a ciencia cierta que estaba provocando que estuviera a punto de correrse. A mi espalda, aún permanecía Javi, a un paso de distancia y con las manos ahora posadas en mis hombros. De nuevo rompió la distancia que nos separaba y su boca, casi rozando en mi oído, expelió un aire caliente que me erizó la piel.
—¿Le permitimos que se corra o no?
Los jadeos de Sandra se sucedían uno tras otro y la idea de joderle todo aquello era tan malvada que me puso a mil por hora. No era necesario que introdujera la mano por mis mallas hasta llegar a lo que ocultaban mis bragas, tenía claro que, con todo aquel juego…, el coño se me estaba empapando.
—Pues…
Tartamudeé por un instante, disfrutando de los gemidos de puro placer de mi tía que inundaban la casa sin vergüenza. Entonces sentí esa punzada de puro erotismo en el vientre, mientras me bajaba hasta la vagina y me hacía palpitar por completo. Me sentí eufórica y girando mi rostro para mirar a Javi, le dije con autoridad para seguir el juego.
—¡NO!
Apagué el vibrador, a la par que retiraba mi brazo y Sandra se quedaba jadeando como si hubiera corrido una maratón. Mi pulso iba al borde del infarto y no me replanteaba ni lo que hacía allí, ni siquiera si aquello era moralmente reprobable, estaba bajo la tutela de mi tío y él… era de fiar.
—Tú… —la señaló casi con un aire de desdén, pero me miraba a mí, con una fijeza que me podía. Al final, añadió a su mujer— Vete a la cama. Espéranos allí.
Sandra se levantó con una servidumbre que jamás había visto en ella y con las manos cruzadas bajo su vientre, caminó en pasos cortos, alejándose de nuestra presencia. No dijo ni una palabra, se perdió al igual que lo haría una esclava en épocas pasadas, en silencio y como si no existiera.
Javi soltó mi cintura, la cual no sabía en qué momento había sujetado, y por un momento, pensé que al no sostenerme, podría caerme en cualquier instante. Mis piernas aguantaron y cuando parpadeé para volver a este mundo, mi tío me estaba llenando un vaso de agua que me sirvió rápidamente.
—A veces, entre el juego y la calefacción, la garganta se seca.
Tomé un buen trago, sin apenas percatarme de que le devolvía ese juguete tan divertido al hermano de mi madre. Después le di el vaso, a la par que sacaba una leve carcajada. Había ido a devolverle las llaves y de un momento a otro, por poco no le saqué un orgasmo a su mujer. Bueno… debería mejorar esa frase, porque en verdad… se lo negué.
—¿Dónde va Sandra? —la curiosidad me mataba.
—Espera en el cuarto hasta que decida ir… —vio mi rostro y también las dudas de mis ojos, me conocía demasiado para saber que estaba intrigada— Te ha gustado nuestro juego, ¿no? —asentí tontamente, me sentía tan joven a su lado, una niña pequeña. Me mantuve en silencio, quería oír más— Como te he dicho, lo hacemos una vez al mes y nos turnamos en los juegos que deseamos. En enero le toca a Sandra y como no tenemos muchos días libres por el trabajo, esta tarde era la más adecuada.
—Entiendo. —no entendía ni una mierda, pero sabía que aquel juego me había puesto como una olla hirviendo— ¿Os gusta este… rollo? —rio entre dientes, supongo que por mi modo de decirlo.
—Cuando le toca a tu tía, sí. Es el juego que ella prefiere y el que más… la gusta. —ambos sonreímos de una manera muy poco usual para nuestro parentesco familiar— Ella me lo exige.
Me mordí la lengua por primera vez para no indagar más en los apetitos sexuales de mis tíos, sin embargo, me había quedado a medias, no tanto como Sandra, pero yo, necesitaba más. Miré algo avergonzada al suelo, sintiendo que igual debía marcharme y dejarles solos, me había adentrado un poco en sus secretos y tal vez… no me querían por más tiempo en su cueva sexual.
—¿Vamos al cuarto? —mis ojos brillaron, de igual forma que la primera vez que me llevó al cine cuando tenía cinco años— Mientras sepas guardar un secreto, no creo que a Sandra le importe. —lo meditó por un segundo— Lo de ahora la ha gustado y lo que viene… la gustará más.
No esperó que le contestase, sino que se dio la vuelta y mis pies se movieron solos para seguir la espalda que tan bien vestía aquella camisa. La caminata se me hizo eterna, igual que hacer el Camino de Santiago, sin embargo, estaba a menos de diez pasos de mi destino.
Cuando Javi abrió la puerta, me dejó pasar la primera como un verdadero galán de película antigua y observé que en el interior, esperaba Sandra. Estaba sentada en la cama, con las manos en su regazo y un rostro totalmente serio, casi al borde del enfado, o eso me pareció. Tal vez no le pareciera tan buena idea que compartiera su tarde de Año Nuevo.
—Ponte bien en la cama.
Miré a mi tío, porque no sabía si me lo decía a mí o a su mujer, pero mi tía se conocía muy bien ese tono tan seco y serio, y comenzó a gatear en la cama hasta sentarse sobre la almohada. Abrió un poco las piernas, mostrando unas bragas del todo húmedas y… una lucecita roja dentro de ellas. No soy muy dada a juguetes sexuales, pero podría haber apostado mi cabeza que, en ese punto rojo, iba la señal que lanzaba desde el mando rosa.
—Abre más las piernas. —Javi tomó asiento en el sillón que casi estaba a los pies de la cama, teniendo una visión privilegiada de su mujer. Con un tono muy diferente, se dirigió a mí— Julia, cariño. Ponte cómoda y siéntate donde quieras.
No había muchos sitios donde sentarme, únicamente en la cama o en el reposabrazos del sillón donde estaba mi tío. Me quité con calma la chaqueta, que ya me estaba dando un calor de morirme y la dejé en la cómoda con cuidado.
Mientras me desha
cía de la sudadera, Sandra abría las piernas del todo como si fuera un robot y con un gesto de mi tío, se empezó a quitar esas bragas que tan bonitas me parecían. Si las veía en alguna tienda, me las iba a comprar.
—Tíralas, no las necesitas. —del todo obediente, Sandra las lanzó a mis pies y volvió a separar sus piernas todo lo que pudo. En el momento que Javi conectó el juguete, mi tía apretó los dientes— Lo mejor será que te sientes en la cama, Julia.
Lo hice, no porque fuera una orden, ni mucho menos, creo que sabía que me apetecía estar cerca de mi tía.
Había dejado la sudadera junto a la chaqueta y mi cara había tornado algo roja debido a lo erótico del momento. Posé mi trasero nervioso encima del edredón, muy cerca de Sandra, donde un sonido zumbante me alarmó. Era mi tío, el muy cabrón, había subido varios niveles de golpe.
—¡Dios santo! —aulló la mujer a la que las piernas no le paraban quietas.
Estaba con las uñas pintadas de rojo, eso lo había visto en la comida, aunque ahora no cogían con gracilidad los cubiertos, sino que se aferraban a la cama como si fuera a salir volando. Entonces, mientras yo perdía los ojos entre el perfecto sexo rasurado de mi tía, una voz me llamó.
—Cielo, —cuando usaba el tono amable era por mí, el autoritario, únicamente para su mujer— abre el primer cajón y saca una cosita de dentro. —un guiño cómplice que me llegó bien hondo.
Lo abrí rápidamente, sin querer fastidiar ni un segundo ese juego tan perfecto del que disfrutaban. Allí dentro había varias cosas, aunque en el centro, casi puesto adrede para que lo encontrara a la primera, se hallaba un succionador de clítoris que aferré con mis dedos.
Al mostrárselo, Javi asintió con una media sonrisa, a la vez que me enseñaba su mando rosa que hacía que el coño de mi tía zumbara a toda potencia.
—Yo tengo un juguete y a ti… —tenía que mirar su mano donde se encontraba la cosa a la que se refería, pero mi instinto animal me llevó a otro lado. Sus piernas estaban abiertas y en medio de ellas, bajo la tela dura del vaquero, se alzaba un bulto prominente. ¡El muy cabrón estaba durísimo!— te dejo usar el otro. ¿Te parece bien?
Asentí con ganas, sumida en aquella perversión que ya había hecho que mi vagina soltara más líquidos que en un año con mi novio. Estaba desatada, poseída por lo que me encontré en el día más aburrido del año y… que pretendía disfrutar hasta donde me dejasen.
Me puse al lado de Sandra, muy cerca de ella, tanto que noté su corazón salírsele por entre ese par de generosas tetas. Me relamí del gusto, puesto que he besado a otras chicas y, alguna que otra vez, he fantaseado con probar el sexo con otra mujer, sin embargo, al ver a Sandra tan bella y tan lista para follar… quería devorarla.
—¡Dale caña, Julia! No te cortes.
Javi dio más intensidad y el culo de mi tía serpenteó por encima del edredón. Apenas alzaba la cabeza, únicamente gozaba de todo lo que su marido estaba dándole, aunque… faltaba yo.
Con cuidado fui estirando el brazo, accionando con un dedo travieso aquel aparato y buscando los ojos de Sandra para recibir su aceptación. No lo conseguí, mi tía me volvió a parecer un autómata sin alma, programado solamente para gozar del placer.
—¡¡AAAHHH!! —aulló a la luna cuando el succionador tocó su clítoris.
Por un segundo, se me pasó por la cabeza quitarlo de allí, pero sabía que aquel grito era de puro placer y no de dolor, por lo que, sin pedir permiso a ninguno de los dos, subí otro nivel.
Mi tía se empezó a contraer, moviéndose como si tuviera dentro un demonio a la par que trataba de mantener sus piernas separadas. Su vagina derramaba líquidos sin parar y me imaginaba que no tardaría en correrse. ¿Se lo permitiríamos?
—Tío, —le miré a los ojos y seguía allí sentado como si la cosa no fuera con él— ¿puedo tocarla?
Un asentimiento lento sumado a una leve sonrisa que hizo que la mano que tenía libre rozara el suéter de Sandra hasta alcanzar su pecho. Apenas quería tocarlo, como si se fuera a romper. Pero, al final, por la zona del escote, palpé su piel dorada que estaba ardiendo.
Con un único dedo, bajé el elástico que bordeaba por la parte alta de sus senos, relamiéndome por dentro y soltando sonoras respiraciones hasta que… le saqué una de sus grandes tetas.
—¡Tía…! —me salió del alma cuando vi aquel pezón duro y gordo con ganas de que se lo comieran.
Por primera vez en mi estancia en su casa, me miró, contemplando la manera frenética en la que se abrían y cerraban sus fosas nasales. Sus ojos verdosos estaban a punto de llorar de tanto placer y sin poder contenerme… incliné mi cabeza.
Estaba tan sumida en el juego, con un ardor inigualable que subí otro nivel al succionador que se unió al sonido pronunciado que sacaba el juguete que tenía en su interior. Entonces fue que lo hice, envuelta por semejante banda musical orgásmica, por primera vez en mi vida, empecé a mamar una teta.
—¡Jesús…! ¡Jesús…! —repitió frenética al borde de un ataque cardiaco. Chupé y chupé ese pezón tan jugoso y, por un segundo, creí que el camino más placentero era la bisexualidad— Me voy a correr, ¡la puta hostia! —parecía salir de su papel. Aunque para volverla a meter ya estaba Javi.
—¡Julia, para!
Acaté sus palabras, haciéndome para atrás junto con el succionador de clítoris que apagué en el acto. Alejada por un metro, no perdí de vista esa teta que subía y bajaba, con el pezón más suculento del mundo, erecto y mojado en mi saliva caliente.
—Todavía no te he dado permiso para que te corras… —soltó mi tío que se había alzado del sillón y miraba a su mujer con rostro serio— De rodillas sobre la cama. Rápido.
Sandra se movió renqueante, las piernas parecían gelatina y me dieron ganas de ayudarla. No obstante, no la toqué, sufrir ese dolor tan suculento parecía que era su calvario y le encantaba disfrutar de ello.
Llegó a gatas al final de la cama, aprovechando ese impás de tiempo para quitarme las zapatillas y estar más cómoda. Eso sí, no perdí de vista como mi tía se giraba sobre su eje y daba la espalda a mi tío con ese semblante de maniquí. Dejó caer su perfecto culo en sus tobillos y esperó.
—Te veo muy cachonda. —Javi tenía su voz dictatorial y yo, esperé acontecimientos— ¿Quieres que te haga gritar? —se agachó hasta que pudo colocar su frente en el moño de la mujer y pasando su barbilla hasta el hombro semidesnudo de Sandra, siguió— Te has portado muy bien. Ahora te has ganado mi polla. ¿Era eso lo que querías?
—Sí, amo.
Las primeras palabras de mi tía me impactaron, hasta el punto de sentir de nuevo ese ardor frenético, al igual que cuando tenía el mando en mi poder. Lo que en verdad quería mi cuerpo, era modificar esas palabras y que lo que manara de esos gordos labios fuera… ¡Sí, ama!
—Tío, —era el que mandaba y al que me debería remitir, me miró intrigado al escucharme— ¿puedo seguir jugando?
—Claro, cielo. —me dedicó una dulce sonrisa, a la vez que se alzaba por completo y colocaba una mano en el hombro de su mujer para que se empezase a inclinar.
—Espera… —lo dije con algo de timidez, sin querer fastidiar nada. Me estaba imaginando cuál sería la siguiente posición, a cuatro patas sobre la cama y tuve una idea.
Me coloqué rápido al lado de ellos, justo delante de mi tía que seguía inmersa en su papel, no la sacaría una sonrisa ni haciéndola cosquillas en los pies. Tumbada frente a ella, separé mis piernas para que tuviera un amplio sitio para disfrutar y entonces, Javi la empezó a bajar de nuevo.
Puso cada mano por encima de mis hombros, casi pillándome la coleta con una de estas. Sandra estaba bien afincada en la cama, con las piernas abiertas y sus muslos pegados a los míos, ambas manos a los lados de mi cara y su rostro… tan cerca.
Miré hacia abajo, donde sus dos montes no me dejaban ver lo que pretendía, aunque nunca me hubiera quejado de semejante imagen. Después de un sonido acuoso, Sandra se movió. Me imaginaba, que la habían quitado algo de su interior, pese a que eso la disgustó, pronto estaría más feliz.
Escuché primero el sonido metálico de la bragueta al bajarse y luego, el cinto de cuero que desataba el pantalón. Les dejé hacer, al tiempo que esa mujer que me había comprado tantas chuches en el pasado, me fijaba la vista con sus ojos verdosos. Sinceramente, en ese instante, me hubiera casado con ella. Tenía a una diosa sobre mí.
—Ahora… Esto es lo que querías, ¿no?
Era la voz de mi tío, que llegaba hasta mis oídos, a la par que los labios de mi tía dibujaban un círculo de puro éxtasis. En ese momento, ambos labios de su cuerpo estaban abiertos.
Había comenzado el movimiento de adelante hacia atrás, aunque no lo veía, era consciente de lo que le estaba haciendo Javi a la vagina de Sandra, por lo que llegaba mi turno. Bajé la vista, viendo esa teta solitaria que estaba fuera y en el viaje de mis manos entre el cuerpo de ambas, saqué la otra para que le diera el aire.
No dijo nada, suficiente tenía soportando la polla de mi tío que no paraba de follársela, aunque dentro de poco, sentiría algo aún mejor. Accioné el succionador en mi mano, que había logrado llegar hasta el clítoris de la mujer y cuando hizo su trabajo, Sandra aulló.
—¡Sí! ¡Sí! —por poco no se me cae su saliva en la cara, pero logró mantenerla dentro de su boca. No sé cuál de las dos opciones me hubiera gustado más…— ¡Dejad que me corra! ¡Dejad que me corra! ¡Por favor, permitídmelo!
Sus gritos se alargaron por medio minuto, implorándonos… ¡A los dos!, que pudiera soltar su orgasmo en plenitud. Por mi parte no había problema, porque yo también quería correrme, no sabía de qué modo, pero me apetecía más que nada en el mundo sentir el mismo placer que mi querida tía.
Nunca en mi vida había estado tan cachonda, con semejante mujer encima de mí mientras su marido la daba por detrás. Era una imagen que nunca surcó mi mente cuando lo sexual llamaba a la puerta y menos, hacerme ese trío tan peculiar con mis tíos. Sin embargo, allí estaba, mirando a esa mujer que parecía una divinidad, mientras su marido se la follaba y yo, la masturbaba el clítoris.
Me sentí eufórica, frenética, con un volcán en mi interior que estaba haciendo erupción a máxima potencia. Las tetas de Sandra por poco me golpeaban la cara y mi vagina echaba humo de igual manera que una chimenea industrial. Sus gritos de placer golpeaban directamente en mi cara, con el aire caliente pegándose a mis labios una y otra vez. No me pude contener.
La agarré con fuerza de la nuca, sin soltar la otra mano del juguete, no iba a dejar de masturbarla. La primera impresión de Sandra fue de asombro, porque mi rostro estaba realmente roto de lujuria. Abrió sus perfectos ojos verdes, con ese maquillaje en todo el rostro que la hacía estar inigualable. Con un poco de impulso, no hizo falta mucho, la atraje hacia mis labios y… comenzamos a besarnos.
No fue algo tierno, sino apasionado. Hasta el punto de que me mordió el labio con intensidad a la par que una de sus manos se aferraba con fuerza a mi mejilla. Sentí que me movía con ella y que, pese a que era a la única que la estaban penetrando, su bamboleo nos mecía a ambas.
Dejé su boca, centrándome en morderle el cuello como un vampiro y me decidí por soltar el juguete para que zumbase solito encima de la cama. Mi mano tenía cosas más importantes que hacer, como sujetar con fuerza una de esas tetas a la par que Sandra gritaba sin pudor.
—¡Córrete! —le ordenó mi tío y Sandra… obedeció.
—¡Madre mía! ¡Madre mía…! —su voz se empezaba a alzar por encima de todo, iba a explotar. Mi mano la agarraba la teta con fuerza, pero no daba abasto— ¡Me corro! ¡Me corro par de cabrones! ¡AAHH! ¡SÍÍÍ, JODER!
Cedi en mi empeño de morderla y apretarla el seno cuando cayó sobre mi cuerpo. Pude sentir dentro de su enorme pecho, de que forma el corazón pretendía explotar del ritmo que había adquirido. Su respiración me golpeaba con poderío, igual que hacía el lobo tratando de tirar la casa de los tres cerditos.
—Me… Me… Me…
Trató de hablar, pero no podía, únicamente dejó caer la cabeza encima de mi hombro y sentí como un fino hilo de saliva brotaba de su boca para recorrerme la piel. La hubiera seguido besando durante todo el día, pero se merecía un descanso, se lo había ganado.
Mi tío seguía de pie, seguramente con su miembro lleno de fluidos y una erección de caballo, aun así, no se la había visto y no es que me interesase mucho, más importancia le daba a la mujer que gozaba encima de mí y temblaba entre mis brazos.
Parecía estar muerta, al menos, así se mantuvo por medio minuto en el que el cuerpo la vibraba en lapsos muy cortos. Sin embargo, una vez pasó ese tiempo, se levantó sobre unos maltrechos brazos y me dio un casto beso en los labios. Aunque no solo eso…
—Te toca… —fue un leve susurró que provocó que la sangre me hirviera.
No entiendo como se pudo mover tan rápido, pasó de estar muerta a coger mi cuerpo y mecerlo a su gusto. Primero puso los pies en el suelo, metiendo sus manos por el elástico de mis mallas y sacándome todo de golpe. Di un leve gritito de sorpresa y sensualidad, al tiempo que veía como Javi tenía la camisa abierta y no llevaba nada que tapara sus partes nobles… ¡MENUDA POLLA!
Sandra no se detuvo en su afán, sino que me sentó en la cama y me quitó la camiseta, sacando mis menudos pechos al aire. En otro momento, incluso hubiera sentido cierta vergüenza, ya que al lado de los senos de mi tía, los míos no parecían más que dos avellanas. Sin embargo, no me importó, como bien atestiguaba mi sexo, estaba muy cachonda.
—Ven. Encima de mí.
Sus ojos verdes brillaban y la seguí hasta que se sentó con la espalda en el cabecero de la cama. Me cogió de las caderas, todo con una rapidez e intensidad que seguro sacaba de su lujurioso ardor. De un momento a otro, estaba con mi espalda o, más bien, mi nuca, recostada entre sus pechos y con cada una de sus manos en mis tobillos, levantándome las piernas.
Quedé totalmente inmovilizada, con los pies a cada lado y en el aire, expuesta a quien quisiera entrar. No podía encontrarme mejor, sobre todo, cuando me arrullé entre los dos cojines que eran las tetas de mi tía, un poco más y me hubiera dormido.
—Métesela. Fóllala. —fue esta vez Sandra la que ordenó y mi tío, con su gran polla, empezó a acercarse a mí.
Desde ese instante, mi percepción del tiempo comenzó a fallar. Creo que, en realidad, estuvimos un minuto todos en esa posición, sin embargo, para mí fue una eternidad en el Edén.
No pensé en quién era el que puso su prepucio rojo en mi pelado coño, sino que, únicamente, podía observar esa polla que me iba a dar un placer sin fin. Cuando entró con fuerza, sentí que todo se me agrandaba, que se estiraba hasta el punto máximo y que mi útero le daba una calurosa bienvenida.
—¡Sandra…! —la dije con la voz cortada por la primera y profunda entrada.
La única respuesta fue soltarme ambos tobillos, para llevar una mano a mi clítoris y la otra a uno de mis duros pezones. Empezó a estimularme con pasión, a la vez que giraba mi cabeza y lamía como podía el poderoso seno que tenía en mi cara. Estaba en un limbo cósmico, en otro mundo de puro placer, sin duda ese corto coito era el mejor de mi vida… pasada y futura…
—¡No aguanto más…! —sentí la humedad en mis ojos y millones de chispas quemándome cada vez que mi tío me la metía hasta que notaba chocar sus pelotas.
Cerré los ojos, exclusivamente para sentir todo lo que me estaba tocando, las manos de Sandra, sus tetas y la tremenda polla que me penetraba como un animal salvaje. Sabía que al día siguiente me dolerían las piernas, pero era un precio muy bajo por el orgasmo que… ya estaba saliendo.
—Sale todo… Me voy a correr… —buscar un símil era complicado, por lo que tiré por lo más sucio que se me ocurrió— ¡Tíos, me voy a correr como una perra!
Sandra apretó mucho más el masaje en mi clítoris, haciendo que su mano, se transformase en un borrón ante mis ojos y sentí un leve dolor en el pezón debido a la presión. No sé si mi tía había estado con más mujeres antes, pero debía de ser así, porque tenía los puntos clave muy bien pillados.
—¡Sácalo, sobrinita!
Soltó eufórico Javi, del cual casi me había olvidado y eso que estaba delante de mí, follándome bien duro con una polla bestial. Me penetraba con extrema pasión y era él quien me sujetaba las piernas para no bajarlas mientras me hundía su espada en lo más profundo.
Mi mente se atoró, explotando en puro éxtasis cuando la dejó por completo dentro de mí. Me movió los intestinos, a la par que sentía que mi tía me dominaba cada vez que sus yemas me palpaban. Con unos jadeos bien sonoros, al final, le hice caso.
—¡¡AAHH!! ¡¡¡SÍ!!! ¡¡¡QUÉ RICO POR DIOS!!!
Lo grité tan alto como me dejaron mis pulmones, a la vez que la mano de mi pecho se soltaba y me sujetaba la cabeza con fuerza. Era Sandra la que me giraba el rostro para volver a besarme con la misma pasión que antes. En esta ocasión, fui yo la que le mordí el labio al mismo tiempo que me corría sin que Javi dejara de metérmela con rudeza.
Me quedé rendida y mi tía me entendió al momento, cesando el masaje duro sobre mi clítoris. El que no paró fue el hermano de mi madre, que seguía metiéndola en mi húmeda vagina, que estaba del todo relajada y estirada. En ese instante, estaba tan ida que no podía saber ni mi nombre, como para saber que el hombre estaba a punto de correrse.
—Venga, que ya llego yo también.
Noté como mi sexo se vaciaba y delante de cara, con mi visión aún emborronada por el orgasmo, apareció la gran polla de mi tío con sus largas venas llenas de sangre. Ese ídolo fálico, brillante por los fluidos de las dos hembras que esperaban en la cama, resplandeció con la luz del cuarto.
—¡Hoy llueve leche! —acabó por exclamar.
Era la primera vez que se iban a correr sobre mi cuerpo y, por puro instinto, abrí la boca separándola unos milímetros de la de mi tía. Vi cómo sacaba la lengua mientras su marido se pajeaba de manera furiosa, por lo que la copié.
¡Dios! El primer chorro fue un verdadero disparo. Dio entre la boca de ambas, en el lugar indicado para que nos salpicara y toda su esencia entrase hasta nuestros paladares. Pero el cabrón no se detuvo ahí, no contento con tener una mejilla llena de su semen, soltó otro disparo a discreción y atravesó mi cara por completo.
Me dejó una tira de semen desde la frente hasta el labio superior. No me importó, sino que lo sentí agradable, tanto el gusto en mi boca, como el calor que le daba a mi piel. No me contuve y saqué una sonrisa adormilada.
Aunque el siguiente lo dirigió con más tino, metiendo la punta en su amada esposa y dejándole allí una carga. Sabía lo que venía después, por lo que abrí mi boca y sí… me metió la mitad de su polla, hasta que sentí que un chorro potente chocaba contra mi garganta luego de una contracción de su anaconda. Efectivamente, me lo tragué todo.
Fue la última que sacó entre jadeos roncos que finalizaban una tarde entretenida. Allí nos quedamos, con mi tío de pie, el pene todavía duro y nosotras, llenas de semen. Sandra me empezó a besar, compartiendo la esencia de Javi, para después…, mamarle la polla y dejársela limpia a su querido marido.
¿Qué hice yo? No iba a ser menos, cuando me tocó, se la chupé con ganas tragándome toda su suciedad. ¡Qué rico! No sabéis todo lo que me pudo gustar, en especial, cuando me guiaba Sandra moviéndome la cabeza.
El resto fue una sucesión de comentarios graciosos y conversación normal, como si lo que hubiera pasado en esa cama, fuera lo más habitual entre nosotros. Me limpié el semen que Sandra no me llegó a quitar de mi rostro, la verdad que quedó muy poco y nos vestimos entre risas.
—¿Te lo pasaste bien?
Me preguntó mi tía mientras me acompañaba a la salida. Mi tío estaba en el sofá agotado y únicamente me despidió con dos besos. Quedaban un poco… raros… ¿No creéis? Hacía menos de media hora me la había metido hasta el fondo, tanto en mi vagina, como en mi boca.
—De fábula. Sin duda ha sido el mejor día de Año Nuevo de mi vida. —Sandra se rio y abrió la puerta mientras se ataba la bata de algodón gordo que tenía para tapar su cuerpo desnudo.
—Me alegro, cariño. —hizo una pausa, porque era momento de hablar con seriedad— Sé que no vas a contar nada. —no era necesario que dijera más, la añadí un guiño y sellamos el secreto— Eres mi sobrina favorita, ¿lo sabes?
—Lo sé, Sandra… No tienes otra sobrina. —ella volvió a soltar una coqueta carcajada y me gustó ver esa cara ya desmaquillada y rebosante de alegría.
—Pero si la tuviera, seguirías siendo mi preferida. —podría ser, me lo tenía que creer después de notar con que frenesí me besaba.
Antes de salir, se acercó a mí, dándome un abrazo que agradecí en exceso, cada vez me gustaba más que mi tía estuviera cerca de mi cuerpo. Con descaro, cuando su cara pasó cerca de la mía, la di un rápido beso que logró impactar en sus labios. No se sorprendió, sino que me sonrió de manera muy pícara y juguetona, acercándose de nuevo para darnos otro más apasionado.
Nuestras lenguas danzaron con lujuria en la puerta de su casa, mientras mi tío moría en el sofá y en el rellano, cualquier vecino podría pasar y contemplar semejante escena. Fue ella la que se alejó, cortando mi placer y teniendo que contentarme con lamerme los labios y mantener su sabor en mi interior.
—No seas mala… —ya no parecía un maniquí perfecto, era mi tía, la de siempre, tan dulce, guapa y amable— Soy una mujer casada, Julia. —fue una broma a la que no pude más que alzar las cejas y reírme.
Era la primera mujer que me provocaba semejante sensación de desenfreno, incluso más que ningún chico. Pero era cierto, estaba casada… y además, estaba ese pequeño añadido de que era mi tía…
Salí de la casa, despidiéndome con la mano y contemplando a la mujer con la que había compartido el semen del hermano de mi madre, es que… era perfecta. Me giré del todo, admirándola con la bata de algodón y la mano en la puerta antes de cerrarla. No paraba de sonreírme e… iba a decirme algo.
—El mes que viene le toca a Javi elegir, aunque puede que hagamos alguna excepción. —menuda cara puso de querer practicar miles de pecados carnales… no os lo podéis imaginar— ¿Te apetece que te avise y vienes?
—Por favor… —lo rogué con un suspiro prolongado y algo de excitación— ¡Avísame…!
Me quedé petrificada, no era capaz de ponerme a andar para volver a mi casa. Lo único que deseaba era que Sandra me encadenase a la cama y ser su muñeca sexual para toda la vida mientras mi tío me follaba como un poseso. Pero eso era imposible, por lo que le pedí algo que entraba dentro de lo “posible”.
—Sandra, —me miró con el verdor de sus ojos en su máximo esplendor— ¿podría verte antes de irme? Para esta noche…
—¡Pillina…! —rio a carcajada y su sonido reverberó en las escaleras del edificio. Entonces fue que se desató el nudo de la bata con calma y en un visto y no visto, separó ambos lados para mostrarme lo que deseaba— ¿Te vale así?
Su perfecto cuerpo quedó visible, con aquel par de ubres tan bonitas en el medio de su torso, la una pegada a la otra, esperando a que las devorase. Abajo no tenía nada, solamente un sexo que rápido me pregunté si me lo comería mientras mi tío me follaba por detrás… la duda ofendía… ¡Por supuesto!
—Luego te mando una cosa para que duermas bien.
Rio por última vez, tapándose su cuerpo de diosa y empezando a cerrar la puerta mientras me despedía con una mano. Bajé las escaleras, aunque en verdad, no lo hacía con mis piernas, ya que iba montada en una nube y levitaba.
Llegué a casa sin enterarme y respondí con automatismos a mi madre. No era capaz de pensar en otra cosa que no fuera en mis tíos y en el placer que me habían proporcionado. Por lo que pasé todo el día tirada en la cama, meditando sobre lo poco aburrido que había sido ese día de Año Nuevo. Aunque todavía quedaba la guinda del pastel.
Mi móvil vibró a las once de la noche, justo antes de meterme en cama. Lo cogí con ansia porque sabía quién era. En la conversación lo único que se veía era una foto, ya que no habíamos hablado antes. Allí estaba Sandra, con el mismo suéter de la tarde, apoyada en el lavabo de su baño. En el reflejo se la podía ver hasta la nariz, mordiéndose el labio a la par que sus dos senos estaban por encima de la prenda. Se apretaba un pecho que no daba abasto con la mano libre y de verdad… era la perfección.
No apagué el móvil hasta quedarme satisfecha, con una masturbación en la que mis dos tíos estuvieron presentes. Aunque Sandra tuvo especial protagonismo, imaginándome como sería tenerla todos los días en casa. Cuando me dormí, llegó un mensaje que no leí hasta el día siguiente, de haberlo visto esa noche, hubiera corrido a su casa.
—Un día de estos, me gustaría que lo pasarais juntos tu tío y tú, siempre es bueno estar con la familia. Pero otro… lo vamos a pasar tú y yo solitas, que tenemos que afianzar la buena relación que tenemos de tía y sobrina
Me parece que perdí el gusto por tan peculiar día desde mi niñez, en esos años en los que empiezas a ser un poco consciente de la situación y ves que, aparte de estar con la familia, no aporta nada más. Te comes las uvas, unos juegos y a cama, algo que de pequeña no estaba mal, pero después…, claro… mi temido día uno, el día nacional de la resaca.
Porque es eso, ni más ni menos, un día del todo gris en el que las caras de la gente parecen rociadas por ibuprofeno. ¿Será el día que más se consuma ese fármaco o alguno similar? Si tuviera que apostar me la jugaría al sí.
Aunque bueno, este primer día del año no estuvo del todo mal, la verdad, que se podría decir que fue el mejor de mi vida, tampoco había mucho donde elegir. Estoy totalmente segura que vuestra opinión, será igual que la mía, pero para eso… todavía queda un poquito. Aguantad un poco, llegamos rápido.
Me levanté de la cama para las doce, en pleno mediodía. Había dormido la friolera de cuatro horas y, sinceramente, aún seguía borracha. Recorrí el monstruoso pasillo, una recta que se movía de un lado a otro donde lo único que me salvaban de caerme eran las paredes bien afincadas al suelo. ¿Mi objetivo? El santo grial que se encontraba al final, en el interior de la cocina, ni más ni menos que una botella de agua bien fría.
—¿Buena noche la de ayer? —me saltó mi madre sentada a la mesa sin dejar de mirar el móvil.
Esa sonrisa la delataba, siempre que llegaba tan tarde, solía reírse un poco de mí, más que nada por la resaca que se pintaba en mi cara a la mañana siguiente. No os penséis que es una mala madre o que le gusta que me emborrache, solo que admite que con veinte años es el momento en el que haga ese tipo de cosas. Como dice ella, ya tendré tiempo de ser más formal.
—Sí… —mi voz carraspeó, simulando ser el graznido de un cuervo y no la dulce voz de una jovencita. Volví a ser golpeada por la carcajada de mi madre, que se me clavó con fuerza en el cerebro.
—¿Quieres algo de comer? —negué con la cabeza.
Ya había logrado obtener mi botella de agua, la tenía bien aferrada a mis dedos, igual que si fuera un tesoro y me puse a revolver en el cajón de las medicinas. Cuando encontré lo que buscaba, se lo mostré.
—Esto es lo único que necesito comer.
Le enseñé esa pastilla de ibuprofeno que adoraba cuando me pillaba semejantes borracheras, ya os lo dije, ¿no? El día nacional de la resaca. Sabía que al de unas cuantas horas, se me borraría el clavo que tenía incrustado en la cabeza y ¡dios…! ¡Cómo lo necesitaba!
—Empieza a prepararte con calma, que la familia empezará a venir dentro de una hora. —resoplé con ganas, sintiendo que el aire abandonaba mi cuerpo y aspiré de nuevo, necesitaba todo el oxígeno que pudiera para no desfallecer.
—¡Qué pereza! —torné los ojos y me acerqué a mi progenitora para darle un beso de buenos días— Voy a la ducha… Tardaré…
—Me imagino… Espero que no te duermas… —una broma de la que no pude reírme, me dolía todo. Mientras me encaminaba al baño, esperando que mi padre no estuviera sentado en la taza por innumerables horas, me tomé la pastilla. Cuando pasaba por mi garganta, mi madre, añadió— Julia, límpiate la boca… que atufas a ron.
Asentí, porque era cierto, incluso me podía notar la lengua pastosa, como si la hubiera llenado de miles de golosinas azucaradas. Lo bueno fue, que mi padre no estaba en el baño o en el trono, que era la forma que solía denominarlo. La verdad, siempre me hizo gracia ese nombre, al final eso es lo que era para él, puesto que solía sentarse más tiempo allí que en el sofá. Era el rey del váter.
Di el agua, esperando que se calentase y notando que mi cuerpo se destemplaba. Había dormido con un pijama corto, lo primero que pillé al llegar dando tumbos a mi habitación. No solía coger frío a las noches, iba bien caliente con la bebida, aunque en esta ocasión, el invierno se hizo uno conmigo.
Aproveché la espera para lanzar una mirada a mira cara en el espejo y de pronto, sentí la saliva aflorando como si fuera una fuente. Di dos pasos rápidos para arrodillarme desnuda delante del retrete y abriendo la boca, eché tanto la cena como la comida del día anterior. Había profanado el santo trono de papá… una vez más.
—¡Estoy hecha una mierda…! —le dije al pozo de agua que ahora estaba mezclado con mi vómito y no reprimí la siguiente arcada, que sacó todo lo que quedaba en mi interior— ¡No vuelvo a beber…! —mentira y de las gordas.
Me limpié la boca dos veces, después de que la primera no me dejara satisfecha, todavía podía sentir en los dientes el último cubata, por lo que con mucha pasta, me froté con insistencia.
Al final, metí un pie en la ducha, después la pierna y para terminar la cabeza, dejando que el chorro caliente golpease mi nuca y me relajara por completo. Pasé un largo rato dejando que el agua hiciera lo suyo, sacarme la resaca del cuerpo para darme una vida extra.
Pareció funcionar, aunque no del todo, pero me imaginaba que estaba lista para el siguiente asalto, la comida familiar…
****
La comida fue larga, aburrida e insoportable. No por la gente de la que estaba rodeada, que era mi familia y menos, por sus temas de conversación, sino por la resaca que no me abandonó ni por un momento.
En verdad estuvo más entretenida de lo que me esperaba, la verdad que mis esperanzas estaban bajo cero, al igual que el clima. Mis padres suelen animar un poco el ambiente, aunque no a mis abuelos, ellos siempre se mantienen serios y conversando lo justo, les quiero mucho, pero hablan poco en estas reuniones. No sé… ¿La edad?
Mi tía más mayor es la más seria, quizá por haber sido la mayor de los tres hermanos e… igual le dio un carácter más reservado, a saber… no estaba yo para filosofar mucho. Dicho esto, obviamente, los quiero muchísimo a todos, pero, la verdad, que con el que más filin tengo es con mi tío Javier y su mujer, Sandra.
Creo que eso se debe a que son los más jóvenes. Es el hermano pequeño de mi madre, y me saca algo más de quince años, obviamente el más cercano a mí. Me parece que Sandra tiene alguno menos, eso ya… me asalta la duda y con la cabeza burbujeante de alcohol, no estoy para recordar los detalles.
El caso es que suelen estar a la moda, son mayores, pero se mantienen en la “onda” como dice mi madre, bueno, claro… mayores para una veinteañera. Pero… vamos al grano… que tengo que llevaros a lo que es el meollo de la cuestión, ya lo siento, me pongo a hablar y no paro, si me dan cuerda sigo y sigo y sigo…
Lo importante de todo este día o, mejor dicho, donde realmente empieza esta historia es cuando toda mi familia se fue y pude reposar la cabeza en mi cama. Aunque esto duró poco, porque al de unos minutos, cerca de las seis de la tarde, mi madre tocó a mi puerta.
—Julia, —la cabeza de mi progenitora asomó por la puerta y yo, que me disponía a dormir una siesta épica, viré el cuello con pereza para atenderla— levántate. Tienes que hacer una cosa.
—Mamá… Me muero… ¿En serio no puedo hacerla después de la siesta? —sabía que mis ruegos no servirían de nada, pero por intentarlo…
—Vamos, no seas vaga… —alzó algo de su mano, un objeto metálico que reflejo la luz que emitía la lámpara del pasillo y me llegó a la cara. Cuando tintinearon, supe lo que era— Vete en un salto a la casa de tu tío, que se ha dejado las llaves del coche.
—¡No me jodas…! —el gran día del año, lleno de aburrimiento y dolor de cabeza, iba a mejorar con un paseo por la ciudad en la que había cuatro grados— ¿¡Ahora!? ¿¡De verdad!?
—Vamos, cariño —lo soltó con su tono habitual de amor, escondiendo el verdadero significado, hazlo y mejor que sea a la primera, si no…
O sea que chisté, para que supiera que no estaba de acuerdo con aquel paseo, lo único, que a ella poco le importaba, solo quería que le devolviera las llaves a su hermano. Me vestí con pereza, fuera hacía frío, mucho frío… y lo último que me apetecía era que el clima entrase dentro de mí para helarme, sin embargo…, allí que tuve que ir.
Del camino ni me enteré, todavía con el cansancio haciendo estragos por mi cuerpo, me enfundé una sudadera, una chaqueta y escuchando música me puse a andar. Me esperaba que fuera un castigo divino, sin embargo, para cuando me di cuenta tres canciones después, estaba en el portal de mis tíos.
No me hizo falta llamar al portero, ya que un vecino salió en el momento oportuno y avisándole tres pasos más atrás, me sujetó la puerta para que pudiera pasar. Empecé a subir las escaleras para entrar en calor, no veía la hora de poder meterme entre sus cuatro paredes y deshacerme del frío que recopilé en la calle.
Esperaba no molestarles, mi madre me había dicho que les mandaría un mensaje, pero muchas veces… se le iba la cabeza, no por la edad, ni mucho menos, simplemente, mi madre es así. Por lo que cuando llegué hasta el tercer piso, toqué el timbre a sabiendas de que estarían avisados de mi llegada. Sin embargo, tuve que volver a pulsar el botón, puesto que nadie se presentaba en la puerta, al final, mi tío fue el que me abrió.
—¿Julia? —había sorpresa en su rostro, lo deduje al momento. “Bien, mamá, bravo…”, me dije a mí misma, la buena de mi madre y su memoria a corto plazo salían de nuevo a la luz— ¿Qué haces aquí?
Fui a hablar, pero mis dientes castañetearon igual que unas castañuelas. El ascenso por las escaleras no hizo su función de calentar mi cuerpo y el gélido clima había entrado a mis huesos. Alcé mi mano, mostrándole las llaves que sonaron entre mis dedos, al igual que un sonajero.
—¡Vaya!
Lo dijo sin mucha convicción, como si no supiera que las había perdido y supongo, que esa era la realidad. Por un momento, nos quedamos allí, ambos de pie, uno dentro de casa y yo, pisando todavía el rellano, igual que una vecina molesta.
Mi tío me miró de arriba abajo, tratando de averiguar qué era lo que quería, y después volvió a observar sus llaves. Opino, que le pillé descolocado, fuera de lo que su mente tenía programado para ese momento. Por lo que, como de costumbre, sin sostener mi lengua… le solté.
—¿Me dejas pasar a calentarme un rato, Javi? Tengo hasta los mocos congelados.
Otro segundo de impás que me sentó incluso extraño, mi tío era un hombre jovial y dicharachero, había salido más a él que a mi madre, por lo que aquella pasividad se me hizo poco usual. Al final, después de que lo meditara durante eones en su atolondrada cabeza, abrió más la puerta y se hizo a un lado.
—Sí, claro. Pasa, cielo.
Anduvo por el recibidor, esperando en el giro que daba el pasillo mientras que yo cerraba la puerta. ¡Dios…! ¡Qué bien se estaba allí dentro! Parecía que estuvieran en plena primavera. El pequeño piso de mis tíos tenía la calefacción puesta y al ser tan compacto, el calor no se disipaba por ninguna estancia.
Seguí a Javi, que me llevaba por el pasillo en dirección a la cocina, donde vi que la luz estaba dada. No obstante, me percaté de otra cosa, concretamente, de mi tío. No iba con la ropa de antes, ni tampoco se había puesto un pijama para estar más cómodo, sino que se había cambiado.
Iba peinado con el flequillo hacia un lado, con esas canas encima de las orejas que le dan un toque interesante. Hasta ahí, podía ser normal, sin embargo, cuando bajé la mirada, nada me cuadraba. Llevaba un vaquero ceñido junto con un cinturón negro, cosa que nunca utilizaba y arriba, una camisa a cuadros, de colores verdes y rojos que jamás había visto.
Siendo sincera… le quedaba bien, muy bien, marcándole el torso definido de los días que iba al gimnasio y su figura delgada. Según mi madre, tanto mi tío como mi tía, seguían teniendo un buen cuerpo porque no tenían hijos que les hicieran la vida un infierno. Seguramente…, tenía razón.
—Estábamos aquí, charlando —soltó Javi señalándome la cocina, aunque dejó el aire pasar por sus labios demasiado tiempo, dándome la impresión de que algo había detrás de todo.
Atravesé la puerta hacia un lugar donde tantas veces me había sentado a merendar o a comer. Desde hacía diez años que tenían el piso e incluso estuve el día en el que entraron por primera vez a vivir. Sin embargo, la situación era diferente, el inusual calor de la calefacción y la peculiar vestimenta de mi tío, hacían mi visita distinta a las demás. No obstante, lo que más me llamó la atención… fue cuando vi a Sandra.
Estaba sentada en una de las sillas, justo en la que dejaba su espalda contra la pared. Portaba un rostro serio y… maquillado de una forma en la que pareciera una modelo. En medio de la triangular forma de su cara, estaban sus ojos enormes, con unas pestañas que parecían infinitas y unos pómulos que brillaban con la luz del techo.
Me chocó al verla, nunca se preparaba tanto y tampoco había ido así a la comida de unas horas atrás. Aunque su rostro, perfectamente maquillado hasta el punto de estar radiante, no era lo más raro.
Por arriba tenía un suéter con unos cuatro botones en el que el escote tan pronunciado permitía casi ver por completo sus magnas tetas. Cierto que las tenía grandes y más o menos desde que la conozco me he percatado de ello, sin embargo, cuando las vi allí metidas, incluso medité por un segundo si se las había operado, estaban perfectas.
Podréis pensar que, de momento, no hay nada raro en mi modo de verla, puesto que… entraría dentro de lo probable. No obstante, el punto de quiebre se encontraba cuando la miré por debajo de la cintura, puesto que sí que era peculiar que, únicamente…, portara las bragas.
Me puse en medio de la estancia, con la encimera casi raspando mi trasero embutido en las mallas y miré a Sandra con los ojos bien abiertos, parecía una muñeca de porcelana, sobre todo, con el moño tan perfecto del cual no escapaba ni un mísero pelo.
—¿Quieres tomar algo? —me preguntó Javi colocándose a mi lado, aunque no estaba muy atenta y le tuve que mirar para saber que quería— ¿Te apetece tomar algo, cielo?
—Eh… no. Gracias, tío.
Seguía admirando a Sandra, que no movía ni un músculo y tenía la mirada perdida en el infinito, ni siquiera me había saludado y, por un instante, me imaginé que allí se estaba cociendo algo terrible. Veo demasiadas películas de terror…
—¿Qué…? —me costaba encontrar una lógica a todo aquello, por lo que hice lo de siempre, sacar mi lengua a pasear. No la puedo controlar, algunas veces si me callo por mucho tiempo, exploto— ¿Qué pasa? ¿Sandra está bien?
—Muy bien… —miró a su mujer con una sonrisa perfecta, una de galán que nunca había visto, esa faceta de mi tío era desconocida y me impactó, aunque también me agrado. Se le veía muy sensual— Estamos jugando.
—¿A qué? —no soy una niña inocente de doce años y debería haber mantenido mi boca quieta para darle una pensada y averiguarlo por mí misma, era algo obvio.
—Un juego divertido de… adultos.
Javi lo dijo con una voz seria, aunque no desdibujó el gesto pícaro que impregnaba sus labios. Estaba intrigada y si dijera que mucho, me quedaría corta. El día más aburrido del año se estaba volviendo muy interesante con la visita a la casa de mis tíos.
Ante mi estupefacta mirada, sacó de su bolsillo una cosa, algo que no pude llegar a distinguir. Era de un color rosa intenso y con una forma redondeada, parecido a un huevo. Me lo mostró sin miramientos, de la misma manera que lo haría si fueran las llaves del coche que yo misma le di nada más entrar.
Vi que era una cosa muy simple, con rebordes plateados que reflejaban de una forma grotesca la figura de ambos. Sin embargo, lo que más me llamó la atención, fueron los tres pequeños botones del centro. Uno poseía el símbolo del más y el otro, un menos, con el último entre estos dos. Ese, estaba segura de que era el de encendido.
—¿Un mando? —no me dio tiempo a más, porque estiró el brazo y lo dirigió hacia su mujer.
Pulsó el del centro en una ocasión y después de un sonido zumbante, clicó varias veces al que tenía el símbolo del más. Pasé mis ojos del mando rosa a la mujer que estaba sentada a la mesa y que no parecía mi tía.
Sus manos se abrieron y trató de arañar la mesa, a la par que su cuerpo vibraba y las tetas se le empezaban a subir y a bajar tratando de escapar del suéter. Su rostro se desdibujó, queriendo portar una mueca de placer absoluto. Lo estaba soportando, reteniendo el gozo para que no se notase, sin embargo, sus labios se apretaron y cerró los ojos, manteniendo cautivo el animal que tenía en el interior. Entonces, Javi… apagó el mando.
—Un juego con el que solemos entretenernos Sandra y yo. Lo hacemos una vez al mes y hoy, le tocaba a ella. —me lanzó un vistazo con esa sonrisa erótica que solo veía en los chicos de mi edad y abrió los ojos para querer mirarme por dentro— Espero tu discreción, sobrinita.
Asentí tontamente, de la misma forma que lo haría si me hubiera confiado un secreto a los cinco años. Me sentí realmente boba, aunque no paraba de mirar ese pequeño mando que me tenía intrigado. Mi tío, que me conocía muy bien, lo notó.
—¿Lo quieres?
Javi me lo tendió con lentitud, haciendo que viajase en el aire, al igual que lo haría una bolsa de plástico atrapado en un viento caliente. Lo detuvo a escasos milímetros de mi cuerpo inerte, justo antes de rozarme la chaqueta.
—¿¡Yo!? —pregunta tonta donde las haya.
El hombre no movió su mano, por lo que casi a modo de cordialidad, alcé la mía y cogí el mando rosa que me tendía. Lo escruté más de cerca, comprobado que poseía un tacto agradable y relieve en los botones, se apreciaba a simple vista que era de buena calidad.
Haber nacido en un entorno en el que el sexo no es un tabú como en otras familias, me sirvió para permanecer en la cocina y no huir ante semejante imagen. Sabía de sobra que aquello era un mando para algún aparato que Sandra… debería tener escondido dentro de su cuerpo y con el que… disfrutaba.
—¿Qué pasa, Julia…?
De nuevo soltó un poco de aire al acabar la frase, un suspiro caliente que golpeó mi nariz que aún permanecía roja del frío. Javi tenía algo… un toque de mando, de superioridad… no sabía con certeza lo que podía ser, pero era atrayente. Estaban jugando a eso y a mí… me gustaba.
—¿Quieres usarlo? —preguntó después de otra pausa eterna que me hacía pensar que en esa casa, Javi era el que mandaba.
No esperó respuesta y Sandra, que más era un maniquí de una tienda de ropa que persona, ni siquiera movió los labios para dar su opinión, seguía tan quieta como antes y no tenía pinta de que se fuera a mover.
Mi tío me cogió la muñeca sin pedir permiso, elevándome la mano que sujetaba el mando entre mis dedos y lo puso en dirección a su mujer. Mis ojos se pusieron en mi muñeca, recorriendo sus falanges uniéndose a las mías y después, el mando apuntando a Sandra, Javi me estaba enseñando a disparar.
Se movió un poco de su lugar, dejando de estar a mi lado, pero sin soltar mi muñeca donde permanecía apuntando a mi tía. Javi se colocó a mi espalda, con su torso pegado a mí y la otra mano en mi cintura izquierda.
Todo él era embriagador, tanto como el perfume que manaba de su piel y que nunca olí antes… es muy poco descriptivo lo que voy a decir, pero lo primero me vino a la mente cuando su aroma entró en mi cuerpo, fue decidir que así olerían los hombres de verdad.
—Este es… —con lentitud me llevó el dedo pulgar al símbolo del más mientras su cálido aliento me golpeaba en mi oreja— para subir la intensidad. —de nuevo, dirigió mi extremidad por el mando hasta llegar al de menos— Este para bajarla. El que queda es para encenderlo. Ya lo dominas, ahora solo queda una cosa… Dale. —no fue una orden, sino algo que tenía que hacer y punto. Por supuesto, lo hice.
Pulsé con fuerza el botón, como si unas ganas recónditas salieran a la luz y me impulsaron a ello. Fue entonces que mi tía se contrajo en su silla, haciendo que las patas de esta chirriaran con el suelo de baldosas de la cocina.
Abrió los ojos con ganas de puro asombro, incluso con la idea de soltar el mando y dejarlo caer contra el suelo. No lo hice y me mantuve pétrea, asumiendo mis actos con una normalidad que me fascinaba, puesto que… le había dado placer a Sandra delante de mi tío y lo peor de todo era que… me encantó.
Una sensación ardiente entró dentro de mí, borrando de un plumazo tanto el frío, como la resaca, y rebosando de tanto placer que no me pude contener. Mis pupilas se dilataron al contemplar que, la muñeca de porcelana que era mi tía, ahora me miraba con los ojos medio llorosos de absoluto éxtasis. Nadie me lo pidió, pero por decisión propia… aumenté otro nivel.
—Sube más. Sandra lo aguanta todo —me susurró Javi en mi oído haciendo que mi alma repiquetease en un profundo escalofrío.
Obedecí, e incluso, me excedí, porque no subí un nivel, sino dos de golpe.
—¡Ah! —gimió Sandra poseída de placer, bajando la cabeza sin poder soportar lo que le había provocado.
Respiré de manera profunda, manteniendo mi brazo en alto, como si no funcionara el mando de otra forma. Mi corazón galopaba igual que un caballo salvaje y la chaqueta me sobraba, aunque… me parece que todo me sobraba, porque no había estado más cachonda en toda mi vida.
—Puedo… —fue una súplica, girándome para ver a mi tío que estaba a menos de dos centímetros de mi cara. Su mano me apretó la cintura igual que un chico en la discoteca y sin poder aguantarme, se lo pedí— ¿Otro nivel?
—Eres mi sobrina favorita. Puedes hacer lo que quieras con mi mando y… —su mano ya no estaba con la mía en el mando, sino que fue a mi barbilla, sujetándomela con dos dedos a modo de pinza y me la giró para ver mi objetivo— con mi mujer.
Noté un pinchazo en la vagina, muy en el fondo, provocando que las piernas me temblasen y un escalofrío poblara mi espalda. Me moví como una anguila y mi tío, lo notó, sujetándome con fuerza de la cintura con ambas manos para mantenerme en pie. En cambio, Sandra permanecía en su lugar, quieta y mirándome, con unos ojos felinos y maquillados que… pedían más. Pulsé de nuevo.
—¡Aahh…! —otro gemido más alto, a la par que se le movían las manos. Sus piernas se estremecieron con fuerza, apretándose la una contra la otra debajo de la mesa, no podía soportarlo más.
Retiró una mano de encima de la mesa, pasándosela rápido por una teta que apretó a la par que atrapaba su labio con los dientes. Por supuesto, nunca había visto a Sandra de esa manera, era una mujer muy amable, cariñosa y que siempre me trató a las mil maravillas. Ahora, solamente era pura lujuria y… otro dato a resaltar, era que… ¡Estaba buenísima!
Los cinco dedos de la mano que estaba en la teta empezaron a descender con premura a la par que yo subía otro nivel de intensidad. Contuvo esta vez el sollozo, inclinándose encima de la mesa y dejando que sus dos senos se abultaran con la tabla de madera. Una voz en mi interior gritó con euforia… “¡Quiero verle las tetas!”.
—No te toques. —soltó autoritario a mi espalda Javi. En un principio pensé que me lo decía a mí, sin embargo, era para su mujer— Las manos encima de la mesa.
Así lo hizo, la mano rebelde, que pretendía bajar a darse más placer, subió tan rauda que sus dedos chocaron contra la mesa al posarse. Volvió la vista hacia mí, con una mirada penetrante tan verde que parecía ser un campo de hierba virgen, por un momento, me intimidó. Pese a eso, sus ojos no me decían que parase, todo lo contraía, su ansia parecía devorarla y me exigía más.
Giré mi rostro, sintiendo la barba de par de días de mi tío que chocó contra mi cara. No le quise hablar, por cierta vergüenza a que pudiera notar lo caliente que estaba, pero de no estarlo… ¿Por qué permanecería todavía allí?
—Ya te lo dije, puedes hacerla lo que quieras.
Me había leído la mente y su respuesta fue un mandato que activó en mi cuerpo las ganas de que aquella mujer tan preciosa que tenía sentada a la mesa, sucumbiera al poder de mi mando. Quise pulsar una vez el botón, pero de golpe… lo hice en dos ocasiones. Los dientes de Sandra se apretaron y sentí en mi vientre que todo me daba vueltas como la lavadora centrifugando.
Siseó de forma pronunciada, aferrándose con todos los dedos al borde de la mesa y mirando al techo con la cabeza totalmente echada para atrás. Podía ver las venas, toda la sangre que viajaba por ellas e incluso dos carriles de glóbulos rojos tan enormes que se marcaban de camino a su cabeza. Desde la distancia, era capaz de sentir el atribulado ritmo de su corazón.
—¡Joder! —lo gritó con ganas, sin poder mantener su rictus serio. Aunque cuando Javi la chistó, se calló.
No podía soportar semejante vibración que llegaba a mis oídos y dando un paso hacia la mesa, el cuerpo no me pedía otra cosa que seguir pulsado el botón. Lo hice otras dos veces.
—¡Ah…! ¡Ah…! —fue lo único que empezó a decir.
Sabía lo que estaba ocurriendo y sin dejar de apuntar a mi tía con el mando, supe a ciencia cierta que estaba provocando que estuviera a punto de correrse. A mi espalda, aún permanecía Javi, a un paso de distancia y con las manos ahora posadas en mis hombros. De nuevo rompió la distancia que nos separaba y su boca, casi rozando en mi oído, expelió un aire caliente que me erizó la piel.
—¿Le permitimos que se corra o no?
Los jadeos de Sandra se sucedían uno tras otro y la idea de joderle todo aquello era tan malvada que me puso a mil por hora. No era necesario que introdujera la mano por mis mallas hasta llegar a lo que ocultaban mis bragas, tenía claro que, con todo aquel juego…, el coño se me estaba empapando.
—Pues…
Tartamudeé por un instante, disfrutando de los gemidos de puro placer de mi tía que inundaban la casa sin vergüenza. Entonces sentí esa punzada de puro erotismo en el vientre, mientras me bajaba hasta la vagina y me hacía palpitar por completo. Me sentí eufórica y girando mi rostro para mirar a Javi, le dije con autoridad para seguir el juego.
—¡NO!
Apagué el vibrador, a la par que retiraba mi brazo y Sandra se quedaba jadeando como si hubiera corrido una maratón. Mi pulso iba al borde del infarto y no me replanteaba ni lo que hacía allí, ni siquiera si aquello era moralmente reprobable, estaba bajo la tutela de mi tío y él… era de fiar.
—Tú… —la señaló casi con un aire de desdén, pero me miraba a mí, con una fijeza que me podía. Al final, añadió a su mujer— Vete a la cama. Espéranos allí.
Sandra se levantó con una servidumbre que jamás había visto en ella y con las manos cruzadas bajo su vientre, caminó en pasos cortos, alejándose de nuestra presencia. No dijo ni una palabra, se perdió al igual que lo haría una esclava en épocas pasadas, en silencio y como si no existiera.
Javi soltó mi cintura, la cual no sabía en qué momento había sujetado, y por un momento, pensé que al no sostenerme, podría caerme en cualquier instante. Mis piernas aguantaron y cuando parpadeé para volver a este mundo, mi tío me estaba llenando un vaso de agua que me sirvió rápidamente.
—A veces, entre el juego y la calefacción, la garganta se seca.
Tomé un buen trago, sin apenas percatarme de que le devolvía ese juguete tan divertido al hermano de mi madre. Después le di el vaso, a la par que sacaba una leve carcajada. Había ido a devolverle las llaves y de un momento a otro, por poco no le saqué un orgasmo a su mujer. Bueno… debería mejorar esa frase, porque en verdad… se lo negué.
—¿Dónde va Sandra? —la curiosidad me mataba.
—Espera en el cuarto hasta que decida ir… —vio mi rostro y también las dudas de mis ojos, me conocía demasiado para saber que estaba intrigada— Te ha gustado nuestro juego, ¿no? —asentí tontamente, me sentía tan joven a su lado, una niña pequeña. Me mantuve en silencio, quería oír más— Como te he dicho, lo hacemos una vez al mes y nos turnamos en los juegos que deseamos. En enero le toca a Sandra y como no tenemos muchos días libres por el trabajo, esta tarde era la más adecuada.
—Entiendo. —no entendía ni una mierda, pero sabía que aquel juego me había puesto como una olla hirviendo— ¿Os gusta este… rollo? —rio entre dientes, supongo que por mi modo de decirlo.
—Cuando le toca a tu tía, sí. Es el juego que ella prefiere y el que más… la gusta. —ambos sonreímos de una manera muy poco usual para nuestro parentesco familiar— Ella me lo exige.
Me mordí la lengua por primera vez para no indagar más en los apetitos sexuales de mis tíos, sin embargo, me había quedado a medias, no tanto como Sandra, pero yo, necesitaba más. Miré algo avergonzada al suelo, sintiendo que igual debía marcharme y dejarles solos, me había adentrado un poco en sus secretos y tal vez… no me querían por más tiempo en su cueva sexual.
—¿Vamos al cuarto? —mis ojos brillaron, de igual forma que la primera vez que me llevó al cine cuando tenía cinco años— Mientras sepas guardar un secreto, no creo que a Sandra le importe. —lo meditó por un segundo— Lo de ahora la ha gustado y lo que viene… la gustará más.
No esperó que le contestase, sino que se dio la vuelta y mis pies se movieron solos para seguir la espalda que tan bien vestía aquella camisa. La caminata se me hizo eterna, igual que hacer el Camino de Santiago, sin embargo, estaba a menos de diez pasos de mi destino.
Cuando Javi abrió la puerta, me dejó pasar la primera como un verdadero galán de película antigua y observé que en el interior, esperaba Sandra. Estaba sentada en la cama, con las manos en su regazo y un rostro totalmente serio, casi al borde del enfado, o eso me pareció. Tal vez no le pareciera tan buena idea que compartiera su tarde de Año Nuevo.
—Ponte bien en la cama.
Miré a mi tío, porque no sabía si me lo decía a mí o a su mujer, pero mi tía se conocía muy bien ese tono tan seco y serio, y comenzó a gatear en la cama hasta sentarse sobre la almohada. Abrió un poco las piernas, mostrando unas bragas del todo húmedas y… una lucecita roja dentro de ellas. No soy muy dada a juguetes sexuales, pero podría haber apostado mi cabeza que, en ese punto rojo, iba la señal que lanzaba desde el mando rosa.
—Abre más las piernas. —Javi tomó asiento en el sillón que casi estaba a los pies de la cama, teniendo una visión privilegiada de su mujer. Con un tono muy diferente, se dirigió a mí— Julia, cariño. Ponte cómoda y siéntate donde quieras.
No había muchos sitios donde sentarme, únicamente en la cama o en el reposabrazos del sillón donde estaba mi tío. Me quité con calma la chaqueta, que ya me estaba dando un calor de morirme y la dejé en la cómoda con cuidado.
Mientras me desha
cía de la sudadera, Sandra abría las piernas del todo como si fuera un robot y con un gesto de mi tío, se empezó a quitar esas bragas que tan bonitas me parecían. Si las veía en alguna tienda, me las iba a comprar.
—Tíralas, no las necesitas. —del todo obediente, Sandra las lanzó a mis pies y volvió a separar sus piernas todo lo que pudo. En el momento que Javi conectó el juguete, mi tía apretó los dientes— Lo mejor será que te sientes en la cama, Julia.
Lo hice, no porque fuera una orden, ni mucho menos, creo que sabía que me apetecía estar cerca de mi tía.
Había dejado la sudadera junto a la chaqueta y mi cara había tornado algo roja debido a lo erótico del momento. Posé mi trasero nervioso encima del edredón, muy cerca de Sandra, donde un sonido zumbante me alarmó. Era mi tío, el muy cabrón, había subido varios niveles de golpe.
—¡Dios santo! —aulló la mujer a la que las piernas no le paraban quietas.
Estaba con las uñas pintadas de rojo, eso lo había visto en la comida, aunque ahora no cogían con gracilidad los cubiertos, sino que se aferraban a la cama como si fuera a salir volando. Entonces, mientras yo perdía los ojos entre el perfecto sexo rasurado de mi tía, una voz me llamó.
—Cielo, —cuando usaba el tono amable era por mí, el autoritario, únicamente para su mujer— abre el primer cajón y saca una cosita de dentro. —un guiño cómplice que me llegó bien hondo.
Lo abrí rápidamente, sin querer fastidiar ni un segundo ese juego tan perfecto del que disfrutaban. Allí dentro había varias cosas, aunque en el centro, casi puesto adrede para que lo encontrara a la primera, se hallaba un succionador de clítoris que aferré con mis dedos.
Al mostrárselo, Javi asintió con una media sonrisa, a la vez que me enseñaba su mando rosa que hacía que el coño de mi tía zumbara a toda potencia.
—Yo tengo un juguete y a ti… —tenía que mirar su mano donde se encontraba la cosa a la que se refería, pero mi instinto animal me llevó a otro lado. Sus piernas estaban abiertas y en medio de ellas, bajo la tela dura del vaquero, se alzaba un bulto prominente. ¡El muy cabrón estaba durísimo!— te dejo usar el otro. ¿Te parece bien?
Asentí con ganas, sumida en aquella perversión que ya había hecho que mi vagina soltara más líquidos que en un año con mi novio. Estaba desatada, poseída por lo que me encontré en el día más aburrido del año y… que pretendía disfrutar hasta donde me dejasen.
Me puse al lado de Sandra, muy cerca de ella, tanto que noté su corazón salírsele por entre ese par de generosas tetas. Me relamí del gusto, puesto que he besado a otras chicas y, alguna que otra vez, he fantaseado con probar el sexo con otra mujer, sin embargo, al ver a Sandra tan bella y tan lista para follar… quería devorarla.
—¡Dale caña, Julia! No te cortes.
Javi dio más intensidad y el culo de mi tía serpenteó por encima del edredón. Apenas alzaba la cabeza, únicamente gozaba de todo lo que su marido estaba dándole, aunque… faltaba yo.
Con cuidado fui estirando el brazo, accionando con un dedo travieso aquel aparato y buscando los ojos de Sandra para recibir su aceptación. No lo conseguí, mi tía me volvió a parecer un autómata sin alma, programado solamente para gozar del placer.
—¡¡AAAHHH!! —aulló a la luna cuando el succionador tocó su clítoris.
Por un segundo, se me pasó por la cabeza quitarlo de allí, pero sabía que aquel grito era de puro placer y no de dolor, por lo que, sin pedir permiso a ninguno de los dos, subí otro nivel.
Mi tía se empezó a contraer, moviéndose como si tuviera dentro un demonio a la par que trataba de mantener sus piernas separadas. Su vagina derramaba líquidos sin parar y me imaginaba que no tardaría en correrse. ¿Se lo permitiríamos?
—Tío, —le miré a los ojos y seguía allí sentado como si la cosa no fuera con él— ¿puedo tocarla?
Un asentimiento lento sumado a una leve sonrisa que hizo que la mano que tenía libre rozara el suéter de Sandra hasta alcanzar su pecho. Apenas quería tocarlo, como si se fuera a romper. Pero, al final, por la zona del escote, palpé su piel dorada que estaba ardiendo.
Con un único dedo, bajé el elástico que bordeaba por la parte alta de sus senos, relamiéndome por dentro y soltando sonoras respiraciones hasta que… le saqué una de sus grandes tetas.
—¡Tía…! —me salió del alma cuando vi aquel pezón duro y gordo con ganas de que se lo comieran.
Por primera vez en mi estancia en su casa, me miró, contemplando la manera frenética en la que se abrían y cerraban sus fosas nasales. Sus ojos verdosos estaban a punto de llorar de tanto placer y sin poder contenerme… incliné mi cabeza.
Estaba tan sumida en el juego, con un ardor inigualable que subí otro nivel al succionador que se unió al sonido pronunciado que sacaba el juguete que tenía en su interior. Entonces fue que lo hice, envuelta por semejante banda musical orgásmica, por primera vez en mi vida, empecé a mamar una teta.
—¡Jesús…! ¡Jesús…! —repitió frenética al borde de un ataque cardiaco. Chupé y chupé ese pezón tan jugoso y, por un segundo, creí que el camino más placentero era la bisexualidad— Me voy a correr, ¡la puta hostia! —parecía salir de su papel. Aunque para volverla a meter ya estaba Javi.
—¡Julia, para!
Acaté sus palabras, haciéndome para atrás junto con el succionador de clítoris que apagué en el acto. Alejada por un metro, no perdí de vista esa teta que subía y bajaba, con el pezón más suculento del mundo, erecto y mojado en mi saliva caliente.
—Todavía no te he dado permiso para que te corras… —soltó mi tío que se había alzado del sillón y miraba a su mujer con rostro serio— De rodillas sobre la cama. Rápido.
Sandra se movió renqueante, las piernas parecían gelatina y me dieron ganas de ayudarla. No obstante, no la toqué, sufrir ese dolor tan suculento parecía que era su calvario y le encantaba disfrutar de ello.
Llegó a gatas al final de la cama, aprovechando ese impás de tiempo para quitarme las zapatillas y estar más cómoda. Eso sí, no perdí de vista como mi tía se giraba sobre su eje y daba la espalda a mi tío con ese semblante de maniquí. Dejó caer su perfecto culo en sus tobillos y esperó.
—Te veo muy cachonda. —Javi tenía su voz dictatorial y yo, esperé acontecimientos— ¿Quieres que te haga gritar? —se agachó hasta que pudo colocar su frente en el moño de la mujer y pasando su barbilla hasta el hombro semidesnudo de Sandra, siguió— Te has portado muy bien. Ahora te has ganado mi polla. ¿Era eso lo que querías?
—Sí, amo.
Las primeras palabras de mi tía me impactaron, hasta el punto de sentir de nuevo ese ardor frenético, al igual que cuando tenía el mando en mi poder. Lo que en verdad quería mi cuerpo, era modificar esas palabras y que lo que manara de esos gordos labios fuera… ¡Sí, ama!
—Tío, —era el que mandaba y al que me debería remitir, me miró intrigado al escucharme— ¿puedo seguir jugando?
—Claro, cielo. —me dedicó una dulce sonrisa, a la vez que se alzaba por completo y colocaba una mano en el hombro de su mujer para que se empezase a inclinar.
—Espera… —lo dije con algo de timidez, sin querer fastidiar nada. Me estaba imaginando cuál sería la siguiente posición, a cuatro patas sobre la cama y tuve una idea.
Me coloqué rápido al lado de ellos, justo delante de mi tía que seguía inmersa en su papel, no la sacaría una sonrisa ni haciéndola cosquillas en los pies. Tumbada frente a ella, separé mis piernas para que tuviera un amplio sitio para disfrutar y entonces, Javi la empezó a bajar de nuevo.
Puso cada mano por encima de mis hombros, casi pillándome la coleta con una de estas. Sandra estaba bien afincada en la cama, con las piernas abiertas y sus muslos pegados a los míos, ambas manos a los lados de mi cara y su rostro… tan cerca.
Miré hacia abajo, donde sus dos montes no me dejaban ver lo que pretendía, aunque nunca me hubiera quejado de semejante imagen. Después de un sonido acuoso, Sandra se movió. Me imaginaba, que la habían quitado algo de su interior, pese a que eso la disgustó, pronto estaría más feliz.
Escuché primero el sonido metálico de la bragueta al bajarse y luego, el cinto de cuero que desataba el pantalón. Les dejé hacer, al tiempo que esa mujer que me había comprado tantas chuches en el pasado, me fijaba la vista con sus ojos verdosos. Sinceramente, en ese instante, me hubiera casado con ella. Tenía a una diosa sobre mí.
—Ahora… Esto es lo que querías, ¿no?
Era la voz de mi tío, que llegaba hasta mis oídos, a la par que los labios de mi tía dibujaban un círculo de puro éxtasis. En ese momento, ambos labios de su cuerpo estaban abiertos.
Había comenzado el movimiento de adelante hacia atrás, aunque no lo veía, era consciente de lo que le estaba haciendo Javi a la vagina de Sandra, por lo que llegaba mi turno. Bajé la vista, viendo esa teta solitaria que estaba fuera y en el viaje de mis manos entre el cuerpo de ambas, saqué la otra para que le diera el aire.
No dijo nada, suficiente tenía soportando la polla de mi tío que no paraba de follársela, aunque dentro de poco, sentiría algo aún mejor. Accioné el succionador en mi mano, que había logrado llegar hasta el clítoris de la mujer y cuando hizo su trabajo, Sandra aulló.
—¡Sí! ¡Sí! —por poco no se me cae su saliva en la cara, pero logró mantenerla dentro de su boca. No sé cuál de las dos opciones me hubiera gustado más…— ¡Dejad que me corra! ¡Dejad que me corra! ¡Por favor, permitídmelo!
Sus gritos se alargaron por medio minuto, implorándonos… ¡A los dos!, que pudiera soltar su orgasmo en plenitud. Por mi parte no había problema, porque yo también quería correrme, no sabía de qué modo, pero me apetecía más que nada en el mundo sentir el mismo placer que mi querida tía.
Nunca en mi vida había estado tan cachonda, con semejante mujer encima de mí mientras su marido la daba por detrás. Era una imagen que nunca surcó mi mente cuando lo sexual llamaba a la puerta y menos, hacerme ese trío tan peculiar con mis tíos. Sin embargo, allí estaba, mirando a esa mujer que parecía una divinidad, mientras su marido se la follaba y yo, la masturbaba el clítoris.
Me sentí eufórica, frenética, con un volcán en mi interior que estaba haciendo erupción a máxima potencia. Las tetas de Sandra por poco me golpeaban la cara y mi vagina echaba humo de igual manera que una chimenea industrial. Sus gritos de placer golpeaban directamente en mi cara, con el aire caliente pegándose a mis labios una y otra vez. No me pude contener.
La agarré con fuerza de la nuca, sin soltar la otra mano del juguete, no iba a dejar de masturbarla. La primera impresión de Sandra fue de asombro, porque mi rostro estaba realmente roto de lujuria. Abrió sus perfectos ojos verdes, con ese maquillaje en todo el rostro que la hacía estar inigualable. Con un poco de impulso, no hizo falta mucho, la atraje hacia mis labios y… comenzamos a besarnos.
No fue algo tierno, sino apasionado. Hasta el punto de que me mordió el labio con intensidad a la par que una de sus manos se aferraba con fuerza a mi mejilla. Sentí que me movía con ella y que, pese a que era a la única que la estaban penetrando, su bamboleo nos mecía a ambas.
Dejé su boca, centrándome en morderle el cuello como un vampiro y me decidí por soltar el juguete para que zumbase solito encima de la cama. Mi mano tenía cosas más importantes que hacer, como sujetar con fuerza una de esas tetas a la par que Sandra gritaba sin pudor.
—¡Córrete! —le ordenó mi tío y Sandra… obedeció.
—¡Madre mía! ¡Madre mía…! —su voz se empezaba a alzar por encima de todo, iba a explotar. Mi mano la agarraba la teta con fuerza, pero no daba abasto— ¡Me corro! ¡Me corro par de cabrones! ¡AAHH! ¡SÍÍÍ, JODER!
Cedi en mi empeño de morderla y apretarla el seno cuando cayó sobre mi cuerpo. Pude sentir dentro de su enorme pecho, de que forma el corazón pretendía explotar del ritmo que había adquirido. Su respiración me golpeaba con poderío, igual que hacía el lobo tratando de tirar la casa de los tres cerditos.
—Me… Me… Me…
Trató de hablar, pero no podía, únicamente dejó caer la cabeza encima de mi hombro y sentí como un fino hilo de saliva brotaba de su boca para recorrerme la piel. La hubiera seguido besando durante todo el día, pero se merecía un descanso, se lo había ganado.
Mi tío seguía de pie, seguramente con su miembro lleno de fluidos y una erección de caballo, aun así, no se la había visto y no es que me interesase mucho, más importancia le daba a la mujer que gozaba encima de mí y temblaba entre mis brazos.
Parecía estar muerta, al menos, así se mantuvo por medio minuto en el que el cuerpo la vibraba en lapsos muy cortos. Sin embargo, una vez pasó ese tiempo, se levantó sobre unos maltrechos brazos y me dio un casto beso en los labios. Aunque no solo eso…
—Te toca… —fue un leve susurró que provocó que la sangre me hirviera.
No entiendo como se pudo mover tan rápido, pasó de estar muerta a coger mi cuerpo y mecerlo a su gusto. Primero puso los pies en el suelo, metiendo sus manos por el elástico de mis mallas y sacándome todo de golpe. Di un leve gritito de sorpresa y sensualidad, al tiempo que veía como Javi tenía la camisa abierta y no llevaba nada que tapara sus partes nobles… ¡MENUDA POLLA!
Sandra no se detuvo en su afán, sino que me sentó en la cama y me quitó la camiseta, sacando mis menudos pechos al aire. En otro momento, incluso hubiera sentido cierta vergüenza, ya que al lado de los senos de mi tía, los míos no parecían más que dos avellanas. Sin embargo, no me importó, como bien atestiguaba mi sexo, estaba muy cachonda.
—Ven. Encima de mí.
Sus ojos verdes brillaban y la seguí hasta que se sentó con la espalda en el cabecero de la cama. Me cogió de las caderas, todo con una rapidez e intensidad que seguro sacaba de su lujurioso ardor. De un momento a otro, estaba con mi espalda o, más bien, mi nuca, recostada entre sus pechos y con cada una de sus manos en mis tobillos, levantándome las piernas.
Quedé totalmente inmovilizada, con los pies a cada lado y en el aire, expuesta a quien quisiera entrar. No podía encontrarme mejor, sobre todo, cuando me arrullé entre los dos cojines que eran las tetas de mi tía, un poco más y me hubiera dormido.
—Métesela. Fóllala. —fue esta vez Sandra la que ordenó y mi tío, con su gran polla, empezó a acercarse a mí.
Desde ese instante, mi percepción del tiempo comenzó a fallar. Creo que, en realidad, estuvimos un minuto todos en esa posición, sin embargo, para mí fue una eternidad en el Edén.
No pensé en quién era el que puso su prepucio rojo en mi pelado coño, sino que, únicamente, podía observar esa polla que me iba a dar un placer sin fin. Cuando entró con fuerza, sentí que todo se me agrandaba, que se estiraba hasta el punto máximo y que mi útero le daba una calurosa bienvenida.
—¡Sandra…! —la dije con la voz cortada por la primera y profunda entrada.
La única respuesta fue soltarme ambos tobillos, para llevar una mano a mi clítoris y la otra a uno de mis duros pezones. Empezó a estimularme con pasión, a la vez que giraba mi cabeza y lamía como podía el poderoso seno que tenía en mi cara. Estaba en un limbo cósmico, en otro mundo de puro placer, sin duda ese corto coito era el mejor de mi vida… pasada y futura…
—¡No aguanto más…! —sentí la humedad en mis ojos y millones de chispas quemándome cada vez que mi tío me la metía hasta que notaba chocar sus pelotas.
Cerré los ojos, exclusivamente para sentir todo lo que me estaba tocando, las manos de Sandra, sus tetas y la tremenda polla que me penetraba como un animal salvaje. Sabía que al día siguiente me dolerían las piernas, pero era un precio muy bajo por el orgasmo que… ya estaba saliendo.
—Sale todo… Me voy a correr… —buscar un símil era complicado, por lo que tiré por lo más sucio que se me ocurrió— ¡Tíos, me voy a correr como una perra!
Sandra apretó mucho más el masaje en mi clítoris, haciendo que su mano, se transformase en un borrón ante mis ojos y sentí un leve dolor en el pezón debido a la presión. No sé si mi tía había estado con más mujeres antes, pero debía de ser así, porque tenía los puntos clave muy bien pillados.
—¡Sácalo, sobrinita!
Soltó eufórico Javi, del cual casi me había olvidado y eso que estaba delante de mí, follándome bien duro con una polla bestial. Me penetraba con extrema pasión y era él quien me sujetaba las piernas para no bajarlas mientras me hundía su espada en lo más profundo.
Mi mente se atoró, explotando en puro éxtasis cuando la dejó por completo dentro de mí. Me movió los intestinos, a la par que sentía que mi tía me dominaba cada vez que sus yemas me palpaban. Con unos jadeos bien sonoros, al final, le hice caso.
—¡¡AAHH!! ¡¡¡SÍ!!! ¡¡¡QUÉ RICO POR DIOS!!!
Lo grité tan alto como me dejaron mis pulmones, a la vez que la mano de mi pecho se soltaba y me sujetaba la cabeza con fuerza. Era Sandra la que me giraba el rostro para volver a besarme con la misma pasión que antes. En esta ocasión, fui yo la que le mordí el labio al mismo tiempo que me corría sin que Javi dejara de metérmela con rudeza.
Me quedé rendida y mi tía me entendió al momento, cesando el masaje duro sobre mi clítoris. El que no paró fue el hermano de mi madre, que seguía metiéndola en mi húmeda vagina, que estaba del todo relajada y estirada. En ese instante, estaba tan ida que no podía saber ni mi nombre, como para saber que el hombre estaba a punto de correrse.
—Venga, que ya llego yo también.
Noté como mi sexo se vaciaba y delante de cara, con mi visión aún emborronada por el orgasmo, apareció la gran polla de mi tío con sus largas venas llenas de sangre. Ese ídolo fálico, brillante por los fluidos de las dos hembras que esperaban en la cama, resplandeció con la luz del cuarto.
—¡Hoy llueve leche! —acabó por exclamar.
Era la primera vez que se iban a correr sobre mi cuerpo y, por puro instinto, abrí la boca separándola unos milímetros de la de mi tía. Vi cómo sacaba la lengua mientras su marido se pajeaba de manera furiosa, por lo que la copié.
¡Dios! El primer chorro fue un verdadero disparo. Dio entre la boca de ambas, en el lugar indicado para que nos salpicara y toda su esencia entrase hasta nuestros paladares. Pero el cabrón no se detuvo ahí, no contento con tener una mejilla llena de su semen, soltó otro disparo a discreción y atravesó mi cara por completo.
Me dejó una tira de semen desde la frente hasta el labio superior. No me importó, sino que lo sentí agradable, tanto el gusto en mi boca, como el calor que le daba a mi piel. No me contuve y saqué una sonrisa adormilada.
Aunque el siguiente lo dirigió con más tino, metiendo la punta en su amada esposa y dejándole allí una carga. Sabía lo que venía después, por lo que abrí mi boca y sí… me metió la mitad de su polla, hasta que sentí que un chorro potente chocaba contra mi garganta luego de una contracción de su anaconda. Efectivamente, me lo tragué todo.
Fue la última que sacó entre jadeos roncos que finalizaban una tarde entretenida. Allí nos quedamos, con mi tío de pie, el pene todavía duro y nosotras, llenas de semen. Sandra me empezó a besar, compartiendo la esencia de Javi, para después…, mamarle la polla y dejársela limpia a su querido marido.
¿Qué hice yo? No iba a ser menos, cuando me tocó, se la chupé con ganas tragándome toda su suciedad. ¡Qué rico! No sabéis todo lo que me pudo gustar, en especial, cuando me guiaba Sandra moviéndome la cabeza.
El resto fue una sucesión de comentarios graciosos y conversación normal, como si lo que hubiera pasado en esa cama, fuera lo más habitual entre nosotros. Me limpié el semen que Sandra no me llegó a quitar de mi rostro, la verdad que quedó muy poco y nos vestimos entre risas.
—¿Te lo pasaste bien?
Me preguntó mi tía mientras me acompañaba a la salida. Mi tío estaba en el sofá agotado y únicamente me despidió con dos besos. Quedaban un poco… raros… ¿No creéis? Hacía menos de media hora me la había metido hasta el fondo, tanto en mi vagina, como en mi boca.
—De fábula. Sin duda ha sido el mejor día de Año Nuevo de mi vida. —Sandra se rio y abrió la puerta mientras se ataba la bata de algodón gordo que tenía para tapar su cuerpo desnudo.
—Me alegro, cariño. —hizo una pausa, porque era momento de hablar con seriedad— Sé que no vas a contar nada. —no era necesario que dijera más, la añadí un guiño y sellamos el secreto— Eres mi sobrina favorita, ¿lo sabes?
—Lo sé, Sandra… No tienes otra sobrina. —ella volvió a soltar una coqueta carcajada y me gustó ver esa cara ya desmaquillada y rebosante de alegría.
—Pero si la tuviera, seguirías siendo mi preferida. —podría ser, me lo tenía que creer después de notar con que frenesí me besaba.
Antes de salir, se acercó a mí, dándome un abrazo que agradecí en exceso, cada vez me gustaba más que mi tía estuviera cerca de mi cuerpo. Con descaro, cuando su cara pasó cerca de la mía, la di un rápido beso que logró impactar en sus labios. No se sorprendió, sino que me sonrió de manera muy pícara y juguetona, acercándose de nuevo para darnos otro más apasionado.
Nuestras lenguas danzaron con lujuria en la puerta de su casa, mientras mi tío moría en el sofá y en el rellano, cualquier vecino podría pasar y contemplar semejante escena. Fue ella la que se alejó, cortando mi placer y teniendo que contentarme con lamerme los labios y mantener su sabor en mi interior.
—No seas mala… —ya no parecía un maniquí perfecto, era mi tía, la de siempre, tan dulce, guapa y amable— Soy una mujer casada, Julia. —fue una broma a la que no pude más que alzar las cejas y reírme.
Era la primera mujer que me provocaba semejante sensación de desenfreno, incluso más que ningún chico. Pero era cierto, estaba casada… y además, estaba ese pequeño añadido de que era mi tía…
Salí de la casa, despidiéndome con la mano y contemplando a la mujer con la que había compartido el semen del hermano de mi madre, es que… era perfecta. Me giré del todo, admirándola con la bata de algodón y la mano en la puerta antes de cerrarla. No paraba de sonreírme e… iba a decirme algo.
—El mes que viene le toca a Javi elegir, aunque puede que hagamos alguna excepción. —menuda cara puso de querer practicar miles de pecados carnales… no os lo podéis imaginar— ¿Te apetece que te avise y vienes?
—Por favor… —lo rogué con un suspiro prolongado y algo de excitación— ¡Avísame…!
Me quedé petrificada, no era capaz de ponerme a andar para volver a mi casa. Lo único que deseaba era que Sandra me encadenase a la cama y ser su muñeca sexual para toda la vida mientras mi tío me follaba como un poseso. Pero eso era imposible, por lo que le pedí algo que entraba dentro de lo “posible”.
—Sandra, —me miró con el verdor de sus ojos en su máximo esplendor— ¿podría verte antes de irme? Para esta noche…
—¡Pillina…! —rio a carcajada y su sonido reverberó en las escaleras del edificio. Entonces fue que se desató el nudo de la bata con calma y en un visto y no visto, separó ambos lados para mostrarme lo que deseaba— ¿Te vale así?
Su perfecto cuerpo quedó visible, con aquel par de ubres tan bonitas en el medio de su torso, la una pegada a la otra, esperando a que las devorase. Abajo no tenía nada, solamente un sexo que rápido me pregunté si me lo comería mientras mi tío me follaba por detrás… la duda ofendía… ¡Por supuesto!
—Luego te mando una cosa para que duermas bien.
Rio por última vez, tapándose su cuerpo de diosa y empezando a cerrar la puerta mientras me despedía con una mano. Bajé las escaleras, aunque en verdad, no lo hacía con mis piernas, ya que iba montada en una nube y levitaba.
Llegué a casa sin enterarme y respondí con automatismos a mi madre. No era capaz de pensar en otra cosa que no fuera en mis tíos y en el placer que me habían proporcionado. Por lo que pasé todo el día tirada en la cama, meditando sobre lo poco aburrido que había sido ese día de Año Nuevo. Aunque todavía quedaba la guinda del pastel.
Mi móvil vibró a las once de la noche, justo antes de meterme en cama. Lo cogí con ansia porque sabía quién era. En la conversación lo único que se veía era una foto, ya que no habíamos hablado antes. Allí estaba Sandra, con el mismo suéter de la tarde, apoyada en el lavabo de su baño. En el reflejo se la podía ver hasta la nariz, mordiéndose el labio a la par que sus dos senos estaban por encima de la prenda. Se apretaba un pecho que no daba abasto con la mano libre y de verdad… era la perfección.
No apagué el móvil hasta quedarme satisfecha, con una masturbación en la que mis dos tíos estuvieron presentes. Aunque Sandra tuvo especial protagonismo, imaginándome como sería tenerla todos los días en casa. Cuando me dormí, llegó un mensaje que no leí hasta el día siguiente, de haberlo visto esa noche, hubiera corrido a su casa.
—Un día de estos, me gustaría que lo pasarais juntos tu tío y tú, siempre es bueno estar con la familia. Pero otro… lo vamos a pasar tú y yo solitas, que tenemos que afianzar la buena relación que tenemos de tía y sobrina