Historias el macho
Virgen
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-¿Por qué todos te miran así, si eres un ser humano al fin y al cabo?- Isela murmuró a media mañana, parada delante de la ventana, observando al vagabundo que dormía en la acera de enfrente.
El vagabundo, un gigante de piel oscura y ojos hundidos, se revolvía en el sucio colchón que hacía de cama. Isela, la dueña de la tienda de la esquina, lo veía todos los días. Su corazón se quebraba al verlo, despreciado por la gente que pasaba deprisa, con la nariz tapada, evitando su olor a basura y algo mas.
Con una sonrisa cautelosa, Isela se acercó a la caja. -¿No te importa cuidar la tienda media hora, mi vida?- le dijo a su esposo Guillermo que acomodaba algunos estantes de productos.
-Tengo que... ayudar a alguien- agrego ella.
El hombre ladeó la mirada, confundido por la extraña solicitud de su esposa.
-¿A quién, mi amor?- pregunta el hombre desconcertado.
Isela sonrió con ternura, sus dientes reluciendo a la luz del sol que se colaba por la ventana sucia.
-Al vagabundo de afuera, mi amor, siempre lo he querido ayudar, creo que hoy es el día en que le demostrare que alguien se preocupa.-
Su esposo la miró fijamente, intentando descifrar el propósito detrás de su sonrisa.
-¿Pero por qué?-
Isela suspiró, sus pechos levantando la blusa. -Porque la vida es dura, Guillermo. Y a veces, la gente solo quiere que alguien les haga un gesto de bondad.-
Con un nudo en la garganta, el hombre asintió, y la tienda se sumió en un silencio incómodo. Isela sabía que su esposo no lo entendería.
Afuera, la calle bulle con la vida de la mañana. Gente que se apresura a su rutina, autos que tocan el claxon, gritos de vendedores ambulantes que se pierden en el aire. Isela, una mujer de 40, con curvas pronunciadas y tetas que caen desafiando a la gravedad, se abrochó el abrigo, cargando algunos víveres que tomo de la tienda, cruzó la calle y se acercó al vagabundo. Su corazón latía con un ritmo acelerado, y la idea de ser la diferencia para alguien que la necesitaba era alentadora.
El vagabundo abrió un ojo, vagamente consciente de la presencia que lo despertaba.
-¿Qué... quieres?- balbuceó, su boca seca y su aliento a alcohol.
-Solo quiero mostrarte un poquito de amistad,- dijo Isela, entregando la despensa y bajando la vista a la verga colgando del pantalón sucio del vagabundo. -¿Vienes conmigo a un sitio más privado?- hay algo más que te quiero dar.
El vagabundo se sentó, sorprendido, y la siguió, aun sin entender qué le pasaba. Isela lo condujo a un callejón desconocido para la gente decente, a la sombra de la tienda en la que su esposo esta. Allí, la vida se detenía por un instante, y el olor a basura y orina se hacía aún más intenso.
Ella se arrodilló ante el, sus rodillas tocando la fría y húmeda tierra, y sus manos, que solían acariciar la cabecita de su pequeño hijo Memito, se deslizaron ahora por la verga del desconocido. "Tranquilo" susurró,
-te voy a dar el amor que la sociedad te ha negado.-
El vagabundo la miraba con ojos desconcertados, y a la vez, llenos de deseo. Su verga, negra y gigante, se erguía ante Isela, que sentía una extraña combinación de asco y emoción. Acariciando la piel rugosa del extraño, notó que la sangre empezaba a fluir de forma descontrolada.
"Mi mamá se la come" podía leer en la pared detrás del vagabundo, el texto le pareció apropiado para la oración y le desató una sonrisa.
Con cuidado, abrió la boca y acercó su cara al olor nauseabundo que emanaba de la verga. Su garganta se contrajo, y por un instante, la idea de vomitar le pasó por la mente, pero ella logro tratarlo de vuelta. Su boca se abrió, y su lengua saludo al enorme miembro, lamiendo suavemente el preseminal que se asomaba al meato.
El vagabundo jadeó, su respiración pesada y agitada. Isela cerró los ojos, y se concentró en la tarea que se había propuesto. Su boca se llenó del sabor rancio del smegma alojado en el enorme glande del negro, y a medida que su boca se deslizaba por la verga, la emoción se apoderó de su ser. Ella sabía que lo que hacía podía verse como adulterio, que la gente la juzgaría si la viera, pero no le importo.
Su boca se movía lentamente, succionando la polla del vagabundo con un ritmo constante y cariñoso. Sus manos masajearon sus enormes pelotas negras y suaves, y el sonido de la carne golpeando contra su cara resonó en la soledad del callejón. Isela se sentía generosa dando placer a ese ser que la sociedad desechaba.
Cuando el vagabundo empezó a temblar, Isela sabía que el final se acercaba. Se detuvo un instante, mirando la expresión de satisfacción del apestoso hombre,
-no pares, mamita- gimoteó el vagabundo, la cara roja y el aliento jadeante,Isela regreso su mirada al pelvis peludo que tenía enfrente volviendo a envolver su boca alrededor de la punta de la verga. Con un gemido, el vagabundo se corrió, y su leche salada inundó la boca de Isela, que la tragó sin pensarlo dos veces.
Cuando terminaron, Isela se limpió la boca con la manga de su abrigo, y lo miró.
-¿Te sientes amado ahora?- le dijo, y el vagabundo asintió, agradecido.
Con un suspiro, se puso de pie y se acercó a la tienda, la vida continuó en la calle, indiferente al evento que acababa de ocurrir en el callejon. Al girar el rostro pudo ver el inocente rostro de su Hijo Memito que la miraba en el callejon, la cara pálida y la boca abierta, incapaz de creer lo que acababa de ver.
-Mami...?- empezó a balbucear,
-¿Que le hiciste al señor?-
Isela se agachó frente a el aún con semen escurriendo por la comisura de sus labios, y, con un tono suave y cariñoso, le dijo:
-le di amor hijo, todos, de una u otra forma, merecemos un poquito de amor en nuestras vidas- Con una sonrisa, volvió a abrir la tienda con su pequeño hijo en los brazos, y la vida continuó, y la gente continuó pasando por un lado del vagabundo, ignorando al que ahora recibía el amor de la tenderá de la esquina.
El vagabundo, un gigante de piel oscura y ojos hundidos, se revolvía en el sucio colchón que hacía de cama. Isela, la dueña de la tienda de la esquina, lo veía todos los días. Su corazón se quebraba al verlo, despreciado por la gente que pasaba deprisa, con la nariz tapada, evitando su olor a basura y algo mas.
Con una sonrisa cautelosa, Isela se acercó a la caja. -¿No te importa cuidar la tienda media hora, mi vida?- le dijo a su esposo Guillermo que acomodaba algunos estantes de productos.
-Tengo que... ayudar a alguien- agrego ella.
El hombre ladeó la mirada, confundido por la extraña solicitud de su esposa.
-¿A quién, mi amor?- pregunta el hombre desconcertado.
Isela sonrió con ternura, sus dientes reluciendo a la luz del sol que se colaba por la ventana sucia.
-Al vagabundo de afuera, mi amor, siempre lo he querido ayudar, creo que hoy es el día en que le demostrare que alguien se preocupa.-
Su esposo la miró fijamente, intentando descifrar el propósito detrás de su sonrisa.
-¿Pero por qué?-
Isela suspiró, sus pechos levantando la blusa. -Porque la vida es dura, Guillermo. Y a veces, la gente solo quiere que alguien les haga un gesto de bondad.-
Con un nudo en la garganta, el hombre asintió, y la tienda se sumió en un silencio incómodo. Isela sabía que su esposo no lo entendería.
Afuera, la calle bulle con la vida de la mañana. Gente que se apresura a su rutina, autos que tocan el claxon, gritos de vendedores ambulantes que se pierden en el aire. Isela, una mujer de 40, con curvas pronunciadas y tetas que caen desafiando a la gravedad, se abrochó el abrigo, cargando algunos víveres que tomo de la tienda, cruzó la calle y se acercó al vagabundo. Su corazón latía con un ritmo acelerado, y la idea de ser la diferencia para alguien que la necesitaba era alentadora.
El vagabundo abrió un ojo, vagamente consciente de la presencia que lo despertaba.
-¿Qué... quieres?- balbuceó, su boca seca y su aliento a alcohol.
-Solo quiero mostrarte un poquito de amistad,- dijo Isela, entregando la despensa y bajando la vista a la verga colgando del pantalón sucio del vagabundo. -¿Vienes conmigo a un sitio más privado?- hay algo más que te quiero dar.
El vagabundo se sentó, sorprendido, y la siguió, aun sin entender qué le pasaba. Isela lo condujo a un callejón desconocido para la gente decente, a la sombra de la tienda en la que su esposo esta. Allí, la vida se detenía por un instante, y el olor a basura y orina se hacía aún más intenso.
Ella se arrodilló ante el, sus rodillas tocando la fría y húmeda tierra, y sus manos, que solían acariciar la cabecita de su pequeño hijo Memito, se deslizaron ahora por la verga del desconocido. "Tranquilo" susurró,
-te voy a dar el amor que la sociedad te ha negado.-
El vagabundo la miraba con ojos desconcertados, y a la vez, llenos de deseo. Su verga, negra y gigante, se erguía ante Isela, que sentía una extraña combinación de asco y emoción. Acariciando la piel rugosa del extraño, notó que la sangre empezaba a fluir de forma descontrolada.
"Mi mamá se la come" podía leer en la pared detrás del vagabundo, el texto le pareció apropiado para la oración y le desató una sonrisa.
Con cuidado, abrió la boca y acercó su cara al olor nauseabundo que emanaba de la verga. Su garganta se contrajo, y por un instante, la idea de vomitar le pasó por la mente, pero ella logro tratarlo de vuelta. Su boca se abrió, y su lengua saludo al enorme miembro, lamiendo suavemente el preseminal que se asomaba al meato.
El vagabundo jadeó, su respiración pesada y agitada. Isela cerró los ojos, y se concentró en la tarea que se había propuesto. Su boca se llenó del sabor rancio del smegma alojado en el enorme glande del negro, y a medida que su boca se deslizaba por la verga, la emoción se apoderó de su ser. Ella sabía que lo que hacía podía verse como adulterio, que la gente la juzgaría si la viera, pero no le importo.
Su boca se movía lentamente, succionando la polla del vagabundo con un ritmo constante y cariñoso. Sus manos masajearon sus enormes pelotas negras y suaves, y el sonido de la carne golpeando contra su cara resonó en la soledad del callejón. Isela se sentía generosa dando placer a ese ser que la sociedad desechaba.
Cuando el vagabundo empezó a temblar, Isela sabía que el final se acercaba. Se detuvo un instante, mirando la expresión de satisfacción del apestoso hombre,
-no pares, mamita- gimoteó el vagabundo, la cara roja y el aliento jadeante,Isela regreso su mirada al pelvis peludo que tenía enfrente volviendo a envolver su boca alrededor de la punta de la verga. Con un gemido, el vagabundo se corrió, y su leche salada inundó la boca de Isela, que la tragó sin pensarlo dos veces.
Cuando terminaron, Isela se limpió la boca con la manga de su abrigo, y lo miró.
-¿Te sientes amado ahora?- le dijo, y el vagabundo asintió, agradecido.
Con un suspiro, se puso de pie y se acercó a la tienda, la vida continuó en la calle, indiferente al evento que acababa de ocurrir en el callejon. Al girar el rostro pudo ver el inocente rostro de su Hijo Memito que la miraba en el callejon, la cara pálida y la boca abierta, incapaz de creer lo que acababa de ver.
-Mami...?- empezó a balbucear,
-¿Que le hiciste al señor?-
Isela se agachó frente a el aún con semen escurriendo por la comisura de sus labios, y, con un tono suave y cariñoso, le dijo:
-le di amor hijo, todos, de una u otra forma, merecemos un poquito de amor en nuestras vidas- Con una sonrisa, volvió a abrir la tienda con su pequeño hijo en los brazos, y la vida continuó, y la gente continuó pasando por un lado del vagabundo, ignorando al que ahora recibía el amor de la tenderá de la esquina.