Isela, el mejor amigo del hombre?

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Feb 5, 2025
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Memo, un niño de tan solo 5 años, se encontraba jugando tranquilamente en su cuarto, sumido en un mar de bloques multicolores. Había construido una torre impresionante y anhelaba compartir su logro con su mamá, Isela. Con la inocencia propia de su edad, se acercó a la puerta del dormitorio de sus padres. La abrió de par en par, emocionado por la sonrisa que seguramente le dedicaría.

Pero la escena que se le presentó no fue la que el inocente Memo se imaginaba. Isela, desnuda, yacía en la cama, sus piernas abiertas al cielo, su culo al aire. Sobre ella se movía Roko, el gran perro de la raza mastín que la familia adoptó hacía ya algún tiempo. Roko, ajeno al asombro del niño, se movía con frenesí, penetrando el caliente agujero que la mamá del chico le ofrecía.

Memo, aun con la boca abierta y los ojos desorbitados, no pudo apartar la mirada. Su mamá gemía y jadeaba, empapando la cama con sus fluidos, disfrutando al límite de la locura que cada embestida del animal le daba. Sus manos aferradas al lomo del perro, que a su vez mordía la almohada para contener sus propios gruñidos de placer, era un cuadro que Memo no podía entender, ni siquiera imaginarse.

Isela, con la cara roja y la boca abierta de par en par, se movía al ritmo de la bestia, sin percatarse de la presencia del testigo inesperado. Memo, con la torre de bloques olvidada en su habitacion, observaba el enorme miembro del perro entrar y salir de su mamá, empapando su ano y su coño en cada embestida, sin que ella se quejara siquiera un poquito.

Memo no entendía lo qué hacía el perro con su mamá, ni por qué ella gritaba y se movía de esa forma, a veces apretando sus ojos y a veces abriéndolos de par en par.

Isela, con la respiración entrecortada, se acercó al clímax, y en el apogeo del placer, levantó la cara y abrazó al perro con tanta pasión que Memo se asustó. Roko, respondió a su abrazo con un gruñido, apretó sus colmillos en la almohada y le metió la verga con tanta furia que la cama crujía.

Memo, aterrorizado e intrigado a la vez, no podía creer lo que veía. Su dulce y bella madre, actuaba de una forma que el nunca había visto, y que sabía muy dentro de el, que no era correcto. Memo no podía entender lo que pasaba ni por qué su mamá lo hacía, pero Memo sentía el temor de que su papá la descubriera y discutieran por eso.

Pero la realidad era que el marido de Isela, Guillermo, se encontraba a miles de kilómetros de allí, en un viaje de negocios, sin la más mínima idea de lo que su esposa hacía en la soledad de la noche. Mientras el chico observaba, la escena se volvía cada vez más intensa, y Memo sentía que su corazón latía al ritmo de las caderas del perro.

Isela, sin saber que su secreto más oscuro y pervertido era descubierto por su propio retoño, se abandonaba por completo a la bestial pasión que la poseía. Cada embestida de Roko la hacía sentir más viva, cada gota de semen que le llenaba la hacía sentir más hembra. Era un ciclo sin fin de placer que no quería que se detuviera, que la hacía olvidar todos sus miedos y preocupaciones.

Memo, inmóvil en el umbral de la puerta, la miraba con ojos que se llenaban de terror y curiosidad. Su mamá era la persona que más amaba en el mundo, y ahora la veía en una posición que no podía entender. El perro, que para el era un amigo y protector, se convertía en un ser que le causaba un rechazo visceral. Sin saber que hacer, el niño se limitó a ver, a aprender sin querer una lección que no debería a su edad.

Pero la vida continuaba, la bestial escena se consumía en la intimidad de la habitación, y Memo, aun sin entender, empezó a sentir que no era su lugar. Cerrando la puerta suavemente, se fue a su cuarto, intentando olvidar lo que vio, sin saber que esa noche marcaría un giro en su vida que jamás podría borrar.

Y la vida en la casa continuó, con la fachada de la normalidad, sin que la mamá sospechara que su secreto se escapó de la cama y que su propio hijo lo presenció. Isela, cada noche que Guillermo no estuviera, se daba a la bestia, al perro que llenaba su vacío y la hacía sentir amada de una forma que su marido no podía.

Y Memo, el inocente testigo, se convertía lentamente en un niño que ya no veía a su mamá de la misma forma, que ya no podía acercarse a Roko sin sentir asco, y que cada noche, en la soledad de su cuarto, recordaba la escena que por descuido le mostraron.

Y el ciclo se repetía, cada noche que Guillermo se encontraba ausente, Memo se hacía a la idea de lo que sucedía en la habitación de al lado, y cada noche que su mamá se acostaba con el perro, el niño se acostaba con la duda e incomodidad, sin saber que su infancia ya no sería la de un niño común y corriente.
 
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