Intercambio de Cuerpos - Capítulos 01 al 04

heranlu

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Intercambio de Cuerpos - Capítulo 01


Las tardes en la universidad eran más llevaderas al salir de clase, cuando todavía el sol brillaba en el cielo y no estaba presente esa oscuridad con el leve resplandor de unas pocas estrellas. Más que otra cosa, era algo psicológico, no obstante, para Julen, salir con las farolas brillando igual que hogueras, le daba un bajón tremendo.

Por suerte, el invierno ya había pasado y los exámenes estaban solventados, con poco éxito, pero, al fin y al cabo, solventados. Transcurría esa bonita época en la que el calor empezaba a poblar las aceras y los futuros exámenes todavía se veían lejanos. Una maravilla para cualquier estudiante.

Llegó a casa con una sonrisa de oreja a oreja, esperando disfrutar de unas vacaciones de Semana Santa que se antojaban muy prometedoras, sobre todo, si podía dormir algún día en casa de su novia. Aquello sí que sería una delicia. Sin embargo, cuando pasó el umbral de la puerta, escuchó los primeros gritos.

—¡Dime que no es verdad!

Era la voz de Ainara, que berreaba desde el interior de su habitación. Antes de que Julen comprobara lo que ocurría, supo que el destinatario de las palabras de su madre, no era otro que su padre.

—¡Justo en las vacaciones! No podías ser más inoportuno. Mira que tenemos pocos días libres para coincidir juntos y te vas ahora.

Julen se acercó temeroso, su madre era bajita y parecía poca cosa, pero cuando se enfadaba, se volvía un basilisco. Metió la cabeza con cuidado por el marco de la puerta, observando a su padre con una maleta, a la par que su madre, casi se le montaba en la espalda.

—Ainara, salió así. Ya te avisé que quería ir a ver un partido. —desde la puerta, podía sentir el pánico de su padre, que ni siquiera se daba la vuelta para mirar el rostro de su mujer.

—¡Pero no en la puta Semana Santa! Mira que hay partidos en un año y te vas en estas fechas. De verdad, eres de lo que no hay. —hizo un sonido de rabia que Julen no pudo entender y añadió— ¡No puedo contigo!

La cabeza de Ainara se giró, provocando que su pelo moreno bailara de un lado a otro. La mujer sintió la presencia de alguien más en la casa, ni más ni menos, que la de su hijo, el cual asomaba la cabeza por la puerta para curiosear.

—¿¡Tú, qué!? —Julen pudo sentir que, de los ojos que recubrían aquellas gafas, brotaban chispas al igual que de un cable pelado— ¿¡También te vas a ir por ahí para abandonar a tu madre!?

—No, no… Yo solo pasaba a saludar y a comentar que he llegado. —se arrepintió de sus movimientos, la idea de ir a ver que sucedía no fue la mejor.

—Pues ya lo has dicho. ¡Ale, puerta!

Aquello era una sentencia, cuando su madre se enfadaba no había nada más que decir, por lo que, con su mochila a cuestas, Julen se metió en su cuarto. Cerró la puerta, tumbándose en la cama y hablando con su novia para no tener que escuchar las quejas de su madre.

De la boca de su padre no debía salir ni una palabra, porque en su cuarto, que se encontraba pared con pared, el único tono de voz que se escuchaba era el de Ainara. Cuando eso sucedía, era un síntoma claro de que no quería liarla más, estaría con las orejas agachadas y aguantando el rapapolvo hasta poder marchar.

Al de un rato, el silencio se hizo en la habitación de al lado y después de dos golpes en la puerta, Gorka apareció en el cuarto de su hijo. Pese a la bronca de su mujer, tenía una sonrisa de oreja a oreja que no se le podía borrar. Julen era muy consciente de que cuando volviera, no sonreiría en mucho tiempo por el enfado que todavía conservaría su madre. Ainara se guardaba las cosas para expulsarlas cuando fuera necesario. Era una experta en ese arte.

—¿Te vas? —preguntó el joven contemplando la maleta que tenía a su lado.

—Sí, voy con los amigos a Barcelona a ver al Athletic. —introdujo un poco la cabeza después de mirar alrededor— Alláname un poco el camino para cuando vuelva, por favor. Tu madre está de un humor de perros… o quizá peor.

—Haré lo que pueda. —no confiaba en lograr nada. Es más, lo que más le apetecía en ese momento era ir con él y no sufrir la ira de Ainara durante los días que estuvieran solos— Eso sí… No te aseguro nada. ¿Cuándo vuelves?

—El partido es mañana a la tarde, luego saldremos por allí y para el domingo espero estar aquí… Ojalá fuera el lunes, pero como haga eso… tu madre me los corta. —Julen no pudo evitar reírse. Una exageración o… tal vez no.

—¡Suerte…! —escuchó un paso y ambos se callaron, pero no era en su casa, sino en el piso de arriba. Estaban a salvo— A ver si le das un poco de suerte al equipo y traes los tres puntos. Si convenzo a mamá, igual lo veamos en la sala. Dime dónde vas a estar, sácame una foto de la zona o así.

—Sí, sí, ya te mandaré cuando esté en el campo. —miró otra vez por si venía su mujer, pero estaría en la sala, sentada en el sofá y echando humo por las orejas— Bueno, hijo. Voy a marchar que me esperan… —movió la cabeza sabiendo que con su chaval no eran necesarias las excusas— ¡Bah…! Todavía no me están esperando, aunque prefiero estar abajo que aquí con tu madre en modo ogro.

—Vale, vale… —aguantó la risa— Cuando llegues avisa a mamá que si no se va a enfadar más.

—¿¡Más!?

—Sabes que sí. —una mirada cómplice que lo decía todo, eran iguales y conocían muy bien a la única mujer de la casa.

—Pásalo bien, Julen. Si puedo te traigo una camiseta o una bufanda del Espanyol, no sé… algo, ya veré. —acabó despidiéndose con una mano.

—Gracias, papá. —antes de que se fuera, añadió en tono bajo— Trae algo también para mamá, por si mis palabras no valen para calmarla.

Alzó el dedo pulgar y Julen escuchó una fría despedida en la sala. Ainara muchas veces se pasaba con sus enfados, más dignos de una niña pequeña y caprichosa que de una madre con un hijo en la universidad. Pero así era y también lo fue en el pasado, los dos hombres sabían que, por mucho que pasase el tiempo, no iba a cambiar.

El silencio se hizo uno con la casa, Ainara estaba encolerizada en la sala, oteando la televisión sin llegar a estar viendo nada. Le daba vueltas a lo bobo que era su marido, a los pocos días de vacaciones que tenían juntos y que, justo, se fuera a ver el dichoso futbol cuando los dos coincidían.

—¡Qué tío más tonto…! —susurró con rabia a la par que buscaba una película en una de las aplicaciones que tenía en la televisión.

—Mamá. —Ainara se dio la vuelta sobresaltada.

—¡Joder! —se llevó una mano encima de los pechos para calmarlos y puso su cara de enojo— ¿¡No sabes avisar!? ¿Qué quieres tú ahora?

—Se ve que estás de buen humor… —no era el momento para la acidez, mejor continuar rápido para que la ira no cayera sobre él— Me gustaría cenar.

—Pues tienes una edad para hacerte solito la cena, que no soy la sirvienta de nadie. —lo que sí que sabía el chico era gastar clínex sin parar. Ainara lo pensó, no osaría decir algo como aquello, aunque estuvo cerca de que las palabras llegaran a sus labios.

—Pediré algo. —su madre no dijo nada, pero Julen la conocía muy bien, por el estómago se la podía conquistar. Esperó el tiempo exacto y preguntó— ¿Quieres algo?

Torció el rostro, quedando con sus ojos oliváceos directos a la televisión, donde únicamente había una pantalla con varias opciones de diferentes películas. Quería seguir enfadada, pero la idea de cenar algo de comida basura la alegraba demasiado.

—No quieres entonces. —Julen conocía exactamente cuáles eran los puntos débiles de su madre y dio un paso hacia atrás con la intención de fingir la retirada.

—Sí… —fue apenas un susurro y el joven meditó sobre si, en verdad, su madre no tenía doble personalidad. Madre responsable y niña caprichosa. Seguramente que sí— Pídeme una pizza…, por favor… —acabó diciendo con la boca pequeña.

—¿Invitas tú?

—Pues seguro que tú no lo vas a hacer porque la tarjeta que está metida es la… —levantó una ceja, poniendo un rostro algo más maligno y Julen, intuyó lo que proseguía— Tranquilo, paga tu padre.

****

La cena llegó rápido y los dos se juntaron para devorar la comida en la cocina. No es que hubiera mucha conversación, Ainara tenía la cabeza centrada en el enfado y Julen, degustando su hamburguesa con extra de queso, oteando su móvil cada dos por tres.

—Dichosa juventud —saltó Ainara mirando las noticias, aunque se refería a su hijo—, da igual lo que comas que sigues igual de delgado.

—Tampoco es que tú te prives… —la pizza mediana estaba por terminarse, Ainara no pareció reaccionar.

—A mí todo se me acumula. Primero en la tripa, luego en el culo y, por último, en las tetas. Maldita edad, todo para abajo. —Julen apenas se inmutó y supuso que sería así.

La mujer se levantó de su silla para coger una servilleta, la pizza estaba demasiado grasienta y dejaba en mal lugar aquellas uñas recién cortadas y arregladas. Julen no pudo evitarlo, por mera curiosidad o afán informativo, miró el trasero de su madre para corroborar aquellas palabras. No tenía mucho mejor que hacer…

Era cierto, tenía el culo algo más grande de lo que recordaba. Aunque tampoco es que se lo mirase mucho, por no decir, nada, sin embargo, sí que podía apreciar una variación. En una rápida meditación, no lo vio mal para su edad. Era grueso, aunque no desproporcionado para su cuerpo y menos, para las fuertes piernas que lo sostenían. Tal vez, los adultos lo vieran apetecible, aunque… poco le importaba eso.

—¿Quieres ver eso?

Julen echó la cabeza hacia atrás, temiendo por le hubiera pillado su indiscreta mirada y el corazón le dio un vuelco. Menos mal…, no era así, el dedo de la mujer señalaba la televisión donde un señor estaba hablando.

El joven echó un vistazo a la pantalla, más que nada por seguir el dedo de su madre, aunque prefería lo que le ofrecía el móvil. Lo que estaba puesto era el informativo nocturno, avisando de que, esa misma noche, sería visible una lluvia de estrellas en el norte del país. Jamás había visto una y quizá, si perdía esa oportunidad, nunca más la vería, por lo que sería un buen plan, mucho mejor que quedarse en casa y no hacer nada.

—Bien. —alzó los hombros a la par que miraba a su madre.

—¿¡Cómo!? —Ainara se dio la vuelta y su pelo saltó de un lado a otro— ¿Sí que la quieres ver? ¡Vaya…! Lo había dicho por decir. No me esperaba que me dijeras que sí. —se limpió las manos con la servilleta y miró el pijama que llevaba— Qué pereza me está dando ahora… No sé para qué digo nada.

—¡Mamá, no me jodas…! ¡Lo has dicho tú! Ahora no te puede dar pereza.

La mujer levantó una ceja por el lenguaje malsonante de su hijo. Pero no dijo nada, porque en muchas ocasiones, ella misma no era un buen ejemplo.

Reflexionó apoyada en la encimera de la cocina, sintiendo el frío del mármol pasando la tela de su pijama y no lo vio como una mala idea. Simplemente, lo dijo por comentar, por seguir conversando con su hijo con el que tanto le costaba interactuar, aun así… el plan no era malo… por lo que, ¡adelante!

Además, lo mejor de todo sería olvidarse por un rato del bobo de su marido y lo sola que estaría durante las vacaciones. “¡Dios, cuanto le odio!”, le decía esa cabeza suya que anhelaba volver a gritarle.

—¡Qué cojones! —“¡Esa lengua!”, recriminó su propia mente— ¡Venga, vístete y vamos!

Animados por un plan novedoso, se prepararon y bajaron al coche. Ainara se puso al volante del nuevo KIA que adquirieron el año anterior y que todavía conservaba ese olor a nuevo que tanto la gustaba. Para ella era demasiado alto y la verdad que, como decía su propio hijo, parecía un hobbit sentada dentro de un vehículo tan espacioso.

Llegaron rápido al pequeño monte que estaba en el pueblo de al lado. No eran los únicos y aparcaron el coche al lado de otros cuatro que pertenecían a las parejas que se hallaban esperando. Antes de salir, Ainara dejó un pequeño reproche al ver cómo las personas estaban sentadas sobre toallas y mantas, ese día no estaba para nadie, todo le parecía mal.

—Te dije que trajéramos la manta. —Julen torció el rostro al oírla, porque no recordaba esas palabras.

—¡Ah…! Pues, espera…

Salió del coche a la par que su progenitora, dando la vuelta a este y abriendo el maletero. Dentro había una manta que el joven conocía bien y… también su novia.

—¿Y eso? —se arrepintió de preguntarlo, no había muchos motivos para tener una manta en el maletero del coche. Estaba claro quién la usaría y para qué.

—Nada.

Una buena respuesta para no indagar más en algo que ninguno de los dos quería hablar. El coche también lo utilizaba Julen y Ainara, pudo evadir el pensamiento sobre todas las cosas que haría su hijo con Nerea bajo la manta. “¡Qué asco!”.

Sentados sobre la… amorosa manta… Pasaron un rato mirando al cielo, y esperaron con paciencia (por parte de Ainara… no mucha), a que aparecieran las primeras estrellas fugaces.

—Esto… tarda… — Ainara se quejó en un susurro, masajeándose el cuello de tanto otear el firmamento.

—En algún momento aparecerán. —Julen vio un momento propicio para hablar sobre lo que le comentó su padre. Allí, con las otras parejas cerca, no le gritaría— Mamá, antes, en casa. Igual te has pasado un poco con papá, ¿no crees?

—¿¡Cómo!? —su boca dibujó un círculo de sorpresa y las demás personas se giraron. Julen hizo un gesto rápido para que rebajase el tono— ¿¡Me estás diciendo que me he pasado!? ¡Lo que faltaba! —negó con la cabeza de manera rotunda— Para una vez que estamos los dos libres y se larga con sus amigotes al otro lado del país. ¿¡Y yo soy la que me he pasado!? ¡Anda, Julen!

—Mamá, por favor, no grites, que nos va a oír todo el mundo. —la poca vergüenza de la madre contrastaba con la del hijo.

—Todo el mundo no, que aquí solo estamos cuatro gatos pasando frío. —la idea que brotó de su propia cabeza, cada vez le parecía más pésima— De verdad, los hombres os apoyáis siempre, aunque no tengáis la razón. O sea que, además de dejarme sola en vacaciones, en los pocos días que podemos coincidir, la que se pasa diciéndole las cosas soy yo, ¿no?

—Yo solo digo… —no sabía por dónde tirar, Gorka le había metido en un buen embolado— que igual, también él se merece de vez en cuando estar con los amigos.

—¿¡Y quién dice que no!? —Julen se dio cuenta de que, por detrás, alguien les miraba y le hizo otro gesto a su madre. Esta vez, Ainara bajó el volumen— Que se vaya si quiere, pero otro fin de semana, ¡cualquiera! No este. Sabía de sobra que librábamos los dos y… —negó con la cabeza— déjalo, chico. Es que es imposible… no lo entendéis.

—No lo sé… —no sabía que tenía que comprender.

—Son muy pocas las veces que yo puedo salir y… al final, con tu padre me lo paso de cine. Sin más, hijo, cosas de pareja. De adultos. —suspiró con ganas, colocándose mejor las gafas y terminó por añadir— No sé si será porque soy la única mujer o qué, pero me da la sensación de estar bastante incomprendida en la casa. Cambié mi pueblo por este, dejé todo atrás y… ¡Bah! Da lo mismo.

Julen se mantuvo en silencio, por primera vez, tratando de ver el interior de su madre y saber lo que pensaba. Pero tras sus gafas de pasta gorda, no veía más que los mismos ojos oliváceos de siempre.

—¡Mira! —saltó de pronto Ainara sacándole de su meditación.

El joven recorrió la corta longitud del brazo de su progenitora, que apuntaba con el dedo al cielo, donde las primeras estrellas fugaces se podían contemplar con nitidez. Estas empezaron a caer rápidas y con fuerza, dibujando luces intensas en el cielo.

Pocas veces había visto algo tan bonito y, por mero instinto, sintiendo que era un instante muy adecuado, rodeó a su madre por el hombro, proporcionándole un calor que, sin saber por qué, sabía que necesitaba.

Ella se dio cuenta, aunque no giró la cabeza para contemplar a su pequeño, sino que siguió con la vista fija en tal precioso momento que iluminaba el cielo a cada estrella que caía del firmamento.

Trató de mover el trasero y arrimarse un poco a su hijo, querer sentirle cerca cómo pocas veces lo hacía. No era igual a cuando era pequeño, que siempre estaba pegado a su trasero, literalmente. Durante la adolescencia se habían alejado, algo que parecía ser lo habitual, aunque Gorka y Julen, mantuvieron la química. “¿Tal vez por qué son chicos?”, no lo sabía.

Sin dejar de mirar al cielo, recordó a su difunta madre y tuvo que sonreír. Siempre fue muy supersticiosa y Ainara, llegó a odiar los rezos nocturnos, pero ahora la imaginaba nítidamente como si la tuviera al lado. En semejante ocasión, sabía que la hubiera apremiado diciéndola: “¡Corre, pide un deseo!”.

Ni se le pasó por la cabeza despreciar un recuerdo tan bello. Sonrió tontamente, de pura felicidad, simplemente estando allí sentada junto a su hijo y rememorando tiempos pasados, más sencillos, más tiernos… Necesitaba poco para ser feliz.

Su mente le dijo que lo hiciera, que pidiera el deseo en un momento tan mágico como el que estaba viviendo. Arropada por su hijo mientras las estrellas teñían el cielo con leves resplandores blancos. No se le borraba la sonrisa y, pese a que movió los labios, no emitió ningún sonido. Las palabras se quedaron en su alma, repiqueteando con fuerza para dirigirse a donde tuvieran marcado su destino.

“Desearía que te pusieras en mi lugar, hijo. Y que, al menos, tú me comprendieras”.


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Intercambio de Cuerpos - Capítulo 02
Aquella noche, Ainara durmió muy bien… demasiado bien. Abrió los ojos todavía adormilados y trató de buscar en la mesilla de noche sus gafas para levantarse e ir al baño. No las encontró, aunque tampoco eran un requisito indispensable, conocía cada esquina de la casa y cuando su vista amaneciera, podría ubicarse a la perfección.

Se sentó en la cama con muchísimo sueño, hacía muchos años que no se sentía tan descansada y vigorosa, era algo increíble, como si hubiera dormido dos días seguidos. La ventana no estaba cerrada del todo y algunos rayos de sol entraban en el cuarto iluminando la estancia.

Todavía tenía los ojos cerrados, igual que si se hubiera metido dos sedantes de caballo. Desde de que se hizo… “Mayor”, como ella misma decía, ya no la costaba tanto despertarse, más se parecía a lo que hacía su hijo todas las mañanas, tratando de espabilarse durante una hora.

Salió al pasillo, sin escuchar ni un solo ruido, seguramente, Julen dormiría a pierna suelta como siempre y no se despertaría hasta el mediodía. “¡Qué bien he dormido, por favor!”, exclamó de nuevo para sí misma cuando cruzaba la puerta del baño para vaciar la vejiga.

El retrete estaba delante y abrió la tapa junto con un bostezo, para, después, sentarse del mismo modo que todas las mañanas. Sin embargo, no todo iba como debería. Notó algo… una sensación fría en una parte de su cuerpo que no lograba ubicar.

Hizo fuerza para que saliera el chorro y este emergió de su cuerpo de idéntica manera que en anteriores ocasiones. No obstante, algo iba mal… o mejor dicho, no iba de la manera que debería. Podía sentir que una cosa era… diferente.

—¿¡Qué coño…!? —murmuró sentada en la taza de váter y empezó a mirar hacia abajo.

Fue entonces que lo vio. El mundo se paró, sus ojos despertaron de la misma y todo su cuerpo se activó como si hubiera un peligro inminente. Tenía la mirada fija entre sus piernas, del lugar donde provenía esa sensación fría que no sabía definir, entonces… observó algo, en un sitio donde no debía haber nada.

Su corazón se aceleró al igual que un coche de carreras, dejando su piel completamente helada y unos ojos donde millares de venas rojizas empezaban a colorearlo. Lo que tenía entre las piernas estaba tocando el propio retrete y pese a no reconocerlo, sabía de lo que se trataba.

—¡¡AAAAHHHH!! —dio un grito de puro pavor que resonó en las paredes retumbando la casa.

No había dudas, lo que le colgaba de entre sus piernas… ¡Era una polla! Una gorda, grande y dura como el hierro, donde poderosas venas se marcaban bajo la aterciopelada piel.

Saltó de la taza, con aquel miembro botando a la par que no cesaba de mear. Cayó al suelo debido al pantalón que ataba sus tobillos y de la propia impresión. El chorro de pis no cesaba y tampoco pensó en eso, aunque la orina manchó tanto el lavabo como parte de la mampara de la ducha.

No podía estar más aterrorizada, se trastabilló al tratar de ponerse en pie y por poco se topa de nuevo con la alfombrilla del baño. Lo que tenía entre las piernas no era su vagina, sino un pene erecto como ningún otro que hubiera visto antes, del que salía un chorro amarillento de orín.

Su acto más primario provocó que se volviera a sentar en la taza al igual que estaba antes, como si ese hecho hiciera desaparecer ese pene tan grande que bordeaba una ligera mata de pelos, igualita a la cabellera de un león.

—¡¡JODER!! ¡¡JODER!! ¡¡JODER!! —repitió de forma acelerada y con restos de temor.

Se llevó las manos a la cara, tapándose los ojos, pero justo con aquella acción, pudo ver los dedos más de cerca. La poca somnolencia que podía quedarla se le disipó de golpe y Ainara ya era más consciente de todo lo que le rodeaba, aunque más que su entorno, lo que llamó su atención, fue ella misma.

Alejó las manos de su rostro, colocándolas a una altura donde sus ojos pudieran contemplarlas bien. Las veía de maravilla, con mucha más nitidez que cuando tenía dieciocho años y eso que no tenía puestas las gafas.

Aquellas no eran sus manos, ni la izquierda, ni la derecha, pero sí que las reconoció, porque las había visto durante más o menos veinte años. ¡Eran las de Julen!

Se levantó con el miembro decreciendo entre sus piernas, subiéndose un pijama que nunca se había puesto y manchando el calzoncillo con las últimas gotas que colgaban del prepucio.

Estaba al borde del infarto, sin poder creerse que tuviera eso entre las piernas. Solo quedaba una cosa por hacer, colocarse en medio del baño y poner sus ojos en el espejo del lavabo.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —las palabras se le atropellaban, la lengua iba tan rápida como su corazón— ¿¡Qué pasa!? ¿¡Qué mierda pasa!?

Entonces contempló en el espejo su reflejo o, al menos, la visión que le ofrecían sus ojos. No era ella, bueno… sí que lo era. Ainara era la que llevaba esa piel de un lado a otro, la que era consciente de todo dentro de su interior, pero, por fuera, lo vio claro. La imagen que proyectaba no dejaba lugar a dudas, era Julen.

—¡¡¡AAAAHHHH!!! —dio un alarido lleno de pánico y la boca del espejo se movió al igual que si fuera la suya.

Se escucharon unos pasos rápidos retumbando por la casa, Ainara los oyó nítidamente y se imaginó, con un desmesurado temor, lo que vería cuando la persona que estaba en casa llegara hasta el baño.

—¡Mamá! —el otro habitante de la casa, había llegado— ¿¡Estás bien!?

En la voz se podía sentir la preocupación, pero eso daba lo mismo. Ainara clavó sus ojos en el que, seguramente, era su hijo, porque la había llamado mamá, al tiempo que Julen, abrió las cuencas oliváceas de par en par.

La mujer se vio al lado de la puerta, por lo menos, su cuerpo, apoyado en el umbral desde una posición elevada que le proporcionaba su nueva altura. Julen parpadeó con sus nuevos ojos, viendo con menos claridad de la habitual, que, delante de él…, estaba él mismo.

—¿¡Qué…!? ¿Estoy soñando? —no parecía tan alterado como Ainara, porque lo más obvio era eso, aún seguían dormidos— ¿Qué tipo de pesadilla es…?

—¡No lo es!

A Ainara la cabeza le daba vueltas al límite del mareo por verse frente a frente con ella misma. Era muy capaz de diferenciar un sueño de la realidad y aquello, no era un loco viaje onírico, era la vida real. Por lo que dijo lo más lógico y sencillo para aquella ocasión.

—¡Hijo, tienes mi cuerpo!

Les tomó media hora calmar los descontrolados nervios iniciales. Julen se llegó a tomar una tila, que fue la primera que probó en su vida, y Ainara, recurrió al botiquín donde guardaban todas las pastillas. Allí estaba el Diazepam que le recetaron a Gorka un año atrás, después de unos meses duros en el trabajo, y… se tomó una que le templó el cuerpo… no el suyo, sino el de su hijo.

Ahora estaban en la sala, con el joven sentado en el sofá con su pequeño cuerpo y las gafas puestas. Miraba a su madre, a su… “Antiguo” cuerpo, donde habitaba Ainara desde esa misma mañana.

La mujer iba de un lado a otro, caminando con presteza y murmurando inconexas palabras que pretendían hacerla comprender todo aquello. No las encontraba, porque no las había.

—¿¡Qué cojones ha pasado!? —dio una voz al aire, menos mal que no era pronto, si no las diez de la mañana y los vecinos estarían despiertos— ¡Qué cojones!

—¿De verdad que no estamos soñando? —Julen se resignaba a suponer otra cosa que no fuera esa.

—No, hijo… ¡Claro que no! —se llevó una mano a la cara para taparse y desde su posición, su hijo lo vio tan antinatural. Era un gesto de su madre y estaba haciéndolo con su mano— No podemos estar soñando los dos lo mismo. Eso es imposible.

—¿Algo mágico o…? No sé… ¿¡Por qué mierdas estoy en tu cuerpo!? Tengo cosas que hacer, iba a salir, ir con Nerea…

—¿¡Piensas en salir y ver a tu novia!? —Ainara se puso delante de su rostro, tendiendo que arrodillarse en la alfombra— ¿Eso es lo importante? ¡Julen, que hemos intercambiado los putos cuerpos! Lo de Nerea es lo de menos, la puta fiesta es lo de menos. ¿Mi trabajo? ¿Tu universidad? ¿Gorka…? ¡Me cago en…!

Ambos se miraron, reflexionando al unísono sobre cómo podrían encarar aquello con el tercer miembro de la familia. Ese sí que era un problema mayúsculo. Tratar de hablarlo con él sería una locura, porque la situación en sí… era una demencia.

—Mierda… Gorka… —se sentó en la alfombra y meditó tanto como le permitió su mente, pero ya no daba para más— Esto es grave.

—A ver, mamá, pensemos. —eso era casi imposible, aunque lo intentaron— Esto ha venido de la nada, ayer no comimos, ni bebimos nada raro…

—Hijo, estas cosas no pasan por comer, ni por un brebaje raro que te da una mujer extraña en una tienda. —cada vez que le daba una vuelta más al asunto, su cuerpo se volvía a alterar.

—Pero igual, tan sencillo como vino, se vuelve a ir a la noche o al dormir. ¿No sería lo lógico? —cuando anhelas una solución, cualquier cosa puede ser coherente— La noche pasada, nos dormimos y amanecimos así, puede que mañana…

—Ni idea, pero es posible que…

Algo la cortó, un sonido que reconoció al instante, era su móvil. Lo tenía olvidado, porque, para empezar, ni tan siquiera despertó a su lado como cada mañana. Corrió al cuarto dejando a su hijo en la sala y vio lo que se temía. Gorka la estaba llamando.

Era una videollamada y desbloqueó el móvil rápidamente para contestar a su marido. En la parte superior de la pantalla podían verse los mensajes que le había enviado, pero que, al estar dormida y en otro cuerpo, no pudo contestar.

—Hola, ¿qué tal? —Ainara estaba visiblemente nerviosa y claro, no se dio cuenta de lo más evidente de todo.

—¿Julen? ¿Por qué me has cogido tú? ¿Está bien tu madre?

—Eh… —llevaba menos de una hora levantaba y su mente no procesaba bien lo de no tener su propia piel— Sí, claro, está en la sala. Ahora te la paso. ¿Qué tal por Barcelona?

—Bien, muy bien. Esta mañana iré por la ciudad, a ver si puedo cogerte algo y bueno, para tu madre… aunque eso es más difícil. Es demasiado exigente con los regalos, siempre que la llevo algo, me dice que quería otra cosa. Nunca acierto.

—¡Oye! —le salió del alma, aunque con la voz de Julen. Al momento, se percató de que debía guardar las apariencias— ¡Oye, pues qué bien! Me alegro, Gorka. —el hombre torció el rostro al otro lado de la línea, su hijo nunca le llamaba por su nombre— Que… eso…, te paso a mamá.

Recorrió el pasillo de vuelta a la sala, llegando allí y contemplando su cuerpo donde ahora habitaba su hijo. Este la miró, viendo lo que traía en la mano y oliéndose lo que podía avecinarse, negó con la cabeza expresando su temor.

—¡Ponte…! —movió los labios sin emitir casi ningún sonido. El joven siguió negando— Julen… dos palabras y cuelgas. —dio la vuelta al teléfono para enfocarse a ella misma— Ahora te la paso, cie… papá. —por los pelos.

Puso el móvil en el sofá, contra el cojín para que no se viera nada y con dos manos rápidas le atusó los cabellos que todavía estaban alborotados de la cama.

—¿Qué haces? —Julen se quitó las perseverantes manos de la cabeza.

—Que te vea presentable. —volvió a coger el móvil y se lo puso en la mano— Toma.

—¿Qué digo? —el joven estaba atacado sin asimilar la situación. Su madre no le respondió, únicamente, giró la pantalla para que le viera. Al ver el rostro de su padre, soltó con la mayor jovialidad— Buenos días, pa… Gorka. ¿Qué tal todo por Barcelona?

—Muy bien, cariño. —hubo una pausa porque el cabeza de familia estaba un poco extrañado— ¿Estás sonriendo? ¿Por qué tan feliz? ¿Se te ha pasado el enfado?

—¿Enfado? —miró a su madre que se mantenía de pie detrás del móvil. Gorka fue a contestarle, pero Julen se adelantó— Sí, sí, el enfado… sigo enfadado, digo enfadada. Lo que pasa que… hoy me levanté con dolor de cabeza y estoy un poco mal. Tú pásalo bien por allí y ya nos contarás. Voy a descansar.

—Vale, vale, espero que te mejores. Te quiero, cariño.

—Sí, sí, ale, ale. —tocó el botón rojo y suspiró con ganas cuando su padre desapareció de la pantalla.

—Breve, muy breve, Julen. Va a pensar que pasa algo.

—¿¡Qué va a pensar!? —el joven estuvo a punto de reírse— Si estamos los dos en casa, está claro que ni por asomo se creerá que ha hablado conmigo dentro de tu cuerpo. —cuando salía por sus labios parecía más increíble de lo que lo era.

—Bueno… serenémonos un momento y hablémoslo.

Ainara se sentó junto a su hijo, estar al lado de sí misma, le producía cierto rechazo y un cosquilleo similar a levantarse en medio de la noche y suponer que ves un fantasma.

—¿Hablar? —Julen se cruzó de brazos, sintiendo cómo aprisionaba sus “nuevas” tetas y le impedían colocarse de manera cómoda— Recemos a Dios o a cualquier otra deidad, eso es lo que tenemos que hacer. Esto como vino… se va a ir, por mucho que hablemos no va a servir de nada. Tenemos dos días para… para… no sé para qué, porque cuando papá vuelva no tengo la menor idea de cómo se tomará esto.

—¡Dios…! —se estrujó los ojos con par de dedos y apretó los dientes— Vale. Aceptémoslo, es como en las películas. Ha pasado algo y… esperemos que vuelva. Si no… ya pensaremos. No podemos hacer nada para remediarlo.

—Si no vuelve, tendrás que ir a la universidad, estar con Nerea y salir con mis amigos o yo qué sé, ¿no? —hubo un silencio— Digo yo que tendremos que seguir con nuestras… con las vidas del otro.

—O mudarnos de ciudad, no es sostenible que yo tenga tu vida y menos, tú la mía. El martes deberás ir a trabajar. —lo pensó mejor— El lunes llamo al médico a primera hora para que me dé la baja, ni de broma vas a ir a mi trabajo.

—No es mala idea… —se colocó de mejor manera las gafas, pese a que no había llevado nunca, se acostumbró rápido a ellas— ¿Y si se lo contamos a un médico? Puede que sea una de esas enfermedades raras que tienen dos o tres personas en todo el mundo. —la posibilidad se le abrió en la mente igual que un rayo de sol en un día nublado.

—Si vamos al hospital contando esto, primero, no nos van a creer, segundo, nos van a poner una camisa de fuerza y directos al loquero. —Julen no lo rebatió porque lo veía viable— Esto… Deberemos esperar o… —la madre abrió los ojos cuando le llegó una nueva idea— ¿Y si dormimos?

—¿Dormir? —Ainara se giró para mirar los ojos de su hijo… los de ella misma.

—¡Sí! Lo que has dicho antes. Ha pasado mientras estábamos dormidos, tal vez si nos volvemos a dormir… vuelva todo a la normalidad. —dicho en voz alta sonaba una estupidez, pero lo ocurrido esa mañana tampoco tenía mucho sentido.

—La verdad que no tengo mucho sueño.

—¡Pues lo fuerzas, Julen, joder! —estaba demasiado crispada y no quería pagarlo con su hijo. Trató de serenarse, respirando profundamente como la enseñaron en sus clases de yoga y siguió— Lo intentamos, ¿vale? No vamos a perder nada por probar.

—Sí… Por probar…

****

Ainara se durmió muy rápido, aquel cuerpo tenía la ventaja de que el sueño la atrapaba con una celeridad pasmosa. Ahora era capaz de entender, por qué el joven se despertaba tan tarde a las mañanas, ¡es que se dormía de maravilla!

La mujer despertó una hora más tarde. Lo primero que hizo fue sentarse en la cama y mirarse las manos. Se dejó caer en la cama un poco derrotada, porque nada había cambiado, sus extremidades seguían tan grandes y peludas como horas atrás. Bueno… algo sí que era diferente. En su pantalón…, se escondía una cosa que se alzaba y formaba un bulto prominente.

La había visto a la mañana, justo en el momento en que se asustó al percatarse de que ya no estaba dentro de su cuerpo. Sin embargo, aquello fue una auténtica locura y a lo que menos importancia le dio fue a esa parte de su nuevo ser.

Retiró levemente las sabanas, para dejar sus piernas al descubierto y contemplar que aquella masa de carne era realmente enorme. El pene de Julen formaba una tienda de campaña notable en su pantalón de pijama corto. Tenía un calzoncillo por dentro, no obstante, Ainara era capaz de ver cómo la prenda se separaba de la piel y en el interior, rugía un aparato listo para romper lo que fuera.

Pasó una mano muy lentamente, dudando sobre si la curiosidad que le estaba ocasionando era buena o mala. Aun así, metió el dedo por la abertura que creó el mismo miembro viril y separó el pijama todavía más de su lugar.

De su interior emergió una polla grande y dura que, rápidamente, chocó contra su propio vientre.

—¡AH! —alzó la voz cuando tocó la piel de su tripa.

Fue por mera impresión, las otras partes del cuerpo se asemejaban a las suyas. Tal vez la comodidad de no tener unos senos que pesaran era una ventaja, pero aquello… contrastaba del todo.

—¿¡Qué hago yo con esto…!? —murmuró, casi avergonzaba mirando el durísimo paquete.

Se movió hacia atrás, como si quisiera evadir el roce de su nuevo compañero. Por supuesto, no era posible y su pene, el de Julen, la acompañaría mientras su extraña situación no se modificase.

Fijó la vista en el miembro erecto, en la manera que estaba tumbado contra su propio vientre y sus genitales más abajo, hinchados e incluso, podía notarlos pesados. La visión del pene la atrajo, con unas venas palpitantes llevando sangre, una dureza sin igual y un prepucio en el que brillaba una punta rojiza.

Ainara se vio movida por un instinto que no era el suyo, sino el remanente de lo que quedaba de su hijo. Una mano traviesa quiso dirigirse hacia el pene y, en su fuero más interno, la mujer conocía el objetivo. Una masturbación para aligerar esa cachondez que se le estaba empezando a arremolinar en el vientre.

Hacía mucho que no notaba tanto ardor, supuso que era culpa del cuerpo adolescente, las hormonas y todo eso, cosas que tenía muy olvidadas en su vida de cuarentona. Gorka y ella dejaron a un lado la pasión sexual, únicamente, quedando los despojos de esas ocasiones en el que un coito rápido llamaba a la puerta.

—No… No… ¡Qué asco…! —se dijo evitando que su mano atrapara el grosor del potente músculo.

Lo tapó de nuevo con el pijama, guardándolo de una forma que no lo tuviera que tocar. Lo consiguió, aunque el bulto se notaba a la perfección y podía llegar a oler el perfume que salía de la punta del prepucio.

—¡La leche…! —confirmó moviendo su nariz lo más cerca que pudo de su entrepierna— Huelo a semen… ¿¡Así pasa los días Julen!?

Se levantó y salió de la habitación, andando por la casa hasta encontrar a su hijo tirado en su cama y claro… llevando su cuerpo. La hinchazón de la zona baja decreció ligeramente durante el breve paseo, por lo que entró sin problemas en el cuarto de su pequeño para despertarle. ¡Qué raro se le hacía verse a sí misma!

—Julen, despierta. —cuando abrió un ojo, añadió rápido para que no se hiciera ilusiones— No funcionó. Nuestro plan no dio sus frutos y sin que llevemos ni medio día, ya me estoy empezando a resignar.

—No… —dijo con la voz ronca, había dormido bien, pero se sentía cansado— No tiremos la toalla tan pronto, quizá esta noche o la siguiente.

—Sí. Eso espero. —se puso de pie delante de la cama— Tengo que ir a comprar, no tenemos nada en la nevera y claro… por el pasillo me ha venido a la cabeza que no me van a aceptar la tarjeta.

—Puedes sacar en el cajero. —la idea era válida.

—Sería una opción. Pero la cosa está en que tampoco quiero ir sola. No sé si lo entiendes… —añadió en un toque de broma mientras se señalaba el cuerpo. Al final, el humor era una vía de escape ante semejante locura.

—Sí, lo entiendo. —Julen se sentó en la cama porque la espalda le dolía horrores y eso que no había hecho nada, solo dormir— Pues vamos ahora y nos lo quitamos de encima. Algún momento tiene que ser el primero en el que salgamos de casa.

—Sí y… ¡Dios! Solo de pensarlo me da vergüenza… No sé por qué… —hizo un aspaviento rápido delante de su cara y siguió— Bueno, voy a la ducha que huelo un poco mal. Vístete mientras, ¿vale?

—Sí que hueles un poco fuerte y… me parece normal. —a Julen le salió una sonrisa en el rostro que perteneció a su madre— Te has manchado.

El dedo acusador del joven señaló el pequeño pantalón que tapaba las partes nobles de Ainara. Ella agachó la mirada rápidamente, oteando desde su nueva altura, una mancha que había humedecido primero su calzoncillo y después, traspasó la tela del pantalón.

Tendría las dimensiones del tapón de una botella de agua, pero con el color azul marino de la prenda, a nada que bajasen los ojos para echar un vistazo, se notaba.

—¿¡Y eso!? —se sorprendió de golpe, pensando en si se hubiera meado encima mientras dormía. Aunque no era posible, se había despertado sin mancha… ¿No?

—Seguramente es un poco de… —trató de que su madre lo descifrara sin decirlo. Por vergüenza o desconocimiento, Ainara no lo dijo y se quedó esperando la explicación— Será un poco de líquido preseminal, para lubricar la zona…

—¿¡Qué dices!? —abrió los ojos tanto como pudo y observó que su hijo se ponía las gafas— Pero si… no… no… no la he tocado, no supongas que me he hecho algo, ¡eh! ¡No me he masturbado! —su rostro se enrojecía con rapidez e incluso parecía indignada.

—No, mamá. Me pasa casi todas las noches. Es que si no me… —meditó bien la palabra— desahogo antes de dormir, al día siguiente mancho un poquito. Como ayer llegamos tarde del monte y estaba cansado, no hice nada. Ahora, al dormir…, pues se te habrá… levantado… y claro, mojaste un poco.

—Bueno… Vale, vale. —demasiados datos para una madre, aunque una duda le surgió— O sea que… las haces… a menudo, ¿casi a diario? Me refiero a… —era la conversación más rara de su vida, no obstante, debía plantear ciertas preguntas, ahora el cuerpo de Julen, era el suyo— ¿Cuántas veces?

—Pues ayer solo me pude hacer la de la mañana. —Ainara al escucharlo no supo si reír o petrificarse del susto, su hijo tenía un nombre para la masturbación matutina, increíble— O sea que llevo un día entero sin nada. Llevas —corrigió—. Lo normal es que me haga tres o cuatro.

—¿¿¡¡QUÉ!!?? —su cabeza se echó para atrás de golpe y no pudo parpadear— ¿¡Cómo que tres o cuatro!? ¿¡Qué te pajeas tres o cuatro veces al día!?

Julen asintió, sabiendo que no era nada extraño, ya que eso ocurría los fines de semana que no estaba con Nerea. Entre semana dos o tres, pero esas cifras entraban dentro de lo normal para un adolescente, al menos, es lo que tenía contrastado con sus amigos.

—Antes de que digas nada, es lo normal.

—¿¡Te estás riendo de mí o lo dices en serio!?

Ainara se negaba a creerlo. En toda su vida, ella jamás se había masturbado tanto y, pese a que los últimos años la frecuencia aumentó, para nada pasaban de dos o tres al mes. Julen no reaccionó y Ainara se dio por respondida.

—¡Búa! Sitúame, por favor —pidió la mujer—. Entonces, todos los días… eso. Y si… ¿Y si no lo haces?

—Pues me duelen los huevos —lo dijo con tanta normalidad y franqueza que Ainara no fue capaz de añadir más.

El joven se levantó de la cama, colocándose al lado de su madre y olió dos veces el tufo que manaba. Habría sudado a la noche y sumado al aroma que producía desde su entrepierna, estaba para meterse de cabeza en la lavadora.

—Sí que hueles fuerte. —eso lo recordaría si volvía a su cuerpo, la higiene debería depurarla— No conoces mi cuerpo, mamá, y tienes que empezar. Me imagino que a mí me pasarán cosas raras y… ¡La hostia! —su cara se rompió de temor— ¡Espero que una de ellas no sea que me baje la regla! —Ainara hizo cuentas mentales y negó con la cabeza.

—Tranquilo, la tuve hace semana y media.

—¡Menos mal…! No me gusta la sangre como para ver que sale de mí. —volvió al tema para no desviarse— El caso, estamos jodidos, muy jodidos en todos los ámbitos de la vida. Si necesitas algo me preguntas, porque, seguramente, yo tenga que comentarte miles de cosas. No me pienso cortar.

—Hijo…

—Mamá, vamos a ayudarnos. Estoy cagado de miedo, te lo digo muy en serio…

Oír aquellas palabras, le dieron un plus de afecto hacia su pobre vástago. Llevaban unas horas en aquella situación y todavía no se habían consolado, por lo que, actuó como madre. Abrió los brazos y atrapó con su amplio cuerpo el que portaba ahora su hijo. Lo hizo con fuerza, espachurrando a Julen de la misma manera que hacía cuando era pequeño y, en parte, durante esa rara mañana era lo mismo, puesto que le sacaba más de una cabeza.

—Me ahogas… —murmuró el joven tratando de evitar una sonrisa, aquel amor repentino le había gustado.

—Perdón. —rio de una manera pícara y se miró su torso— ¡Oye, esto de abrazar sin dos tetas en medio está mucho mejor!




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heranlu

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Intercambio de Cuerpos - Capítulo 03


Su viaje al supermercado fue mejor de lo esperado. Alguna vez se llamaron mamá o hijo, y desentonaba un poco, aunque lo bueno es que nadie se fijaba en ellos. Solamente eran otras dos personas haciendo la compra, de la misma forma que todos los demás.

Lo más gracioso fue antes de salir de casa, ya que intercambiaron risas, primero cuando Julen vio a su madre con un vaquero y no con su habitual chándal. Lo sintió extraño, como si se preparase para una comida familiar, pero Ainara, no iría como una pordiosera ni loca, esas fueron sus palabras exactas.

Julen tuvo algún que otro problema y, al final, le eligió la ropa su madre. Por supuesto, él se hubiera puesto una sudadera cualquiera, pero acabó vestido con una camisa, chaqueta y pantalón vaquero. Por lo menos, no llevó nada con tacón, sino unas zapatillas planas para que no se matase desde las alturas.

Lo que más le costó fue el sujetador, no estaba muy acostumbrado a quitarlos y mucho menos a ponérselos. Nerea hacía ese trabajo cuando estaban en medio de un coito, y claro, Ainara fue la que tuvo que desempeñar esa tarea.

—¡Casita! ¡Por fin…! —soltó Julen al atravesar la puerta, tirando las zapatillas por los aires— ¡Qué incómodo estoy!

—No te quejes… que llevar aquí… la cosa colgando es un horror, se va para todos los lados. No entiendo, si va metida en el calzoncillo, ¿cómo se puede mover? —habían normalizado con rapidez su situación o, mejor dicho, la supervivencia que requería.

—Ponla para un lado, será lo mejor, yo cargo para la izquierda. —su madre se quedó con la misma cara— Mira, mejor ponte el calzoncillo azul y blanco que tengo, es el más pegado y así, se queda quieta. —Ainara asintió, estaba segura de que lo haría, tener pene era bastante… no sabía denominarlo… se quedó con la palabra: fatigoso.

—Voy a recoger las cosas en la cocina y hago la comida. Te llamo cuando este todo, ¿quieres algo especial?

—No, gracias. Lo que sea. —Julen ni siquiera tenía apetito— Voy a ponerme el pijama, ahora voy a la cocina y si puedo, te ayudo en algo. Estoy molido.

Ainara llevó el carro de la compra hasta el final de la casa, entrando en la cocina y dándose cuenta de lo bien que se encontraba. Estaba más en forma que en toda su vida y aquellos centímetros de más, la ayudaban de sobra para llegar a todos los lugares de la casa.

Mientras la madre guardaba cada producto en su sitio de manera atlética, Julen se sentó en la cama notando una pesadez muy incómoda. Le dolía la espalda y también los pies, estaba hecho polvo y solo le apetecía tirarse en el sofá y descansar.

Se quitó toda la ropa, dejándola bien apilada en una silla para que su madre no se quejara y se quedó en ropa interior al lado del armario. Allí estaba el espejo, en cada una de las tres puertas del mueble, un reflejo que no pasó desapercibido para el chico. Se dio la vuelta, poniéndose de cara con la ropa interior rosada que su madre le pasó.

—¡Vaya…!

Fue algo que le salió del alma, una exclamación de sorpresa tan natural como la vida misma. Nunca se había fijado en Ainara, ni siquiera la recordaba en bikini, porque hacía bastantes años que no iban juntos a la playa.

Sin embargo, cuando los ojos oliváceos se posaron en el reflejo semidesnudo que tenía delante, no quitó la vista. No estaba nada mal lo que veía, se apartó el pelo que le cruzaba la cara y giró un poco sus caderas para verse con descaro el trasero.

Ainara tenía un cuerpo pequeño, con un trasero amplio, aunque nadie en el mundo lo denominaría como gordo. Julen hubiera jurado que su madre estaba pasada de kilos, pero para nada era de esa manera. No se creía lo que veían sus ojos.

Tenía unos senos grandes que escondía de la mejor manera que podía, no le gustaba mostrarse y, el chico, lo sabía, Ainara siempre fue muy pudorosa en ese aspecto. El joven comprendió que, dicha actitud, podía deberse a las personas de la calle, puesto que esa mañana, en el corto viaje al supermercado, le habían mirado más que en toda su vida.

La mujer no provocaba pasiones, no obstante, era una madre bella que no se había echado a perder y eso no pasaba desapercibido para nadie, ahora…, tampoco para Julen. Una mano curiosa pasó hasta el trasero, cogiéndolo con fuerza después de darle una caricia, no estaba duro del todo, pero al joven… sí que le gustó.

—Si Nerea lo tuviera así, me encantaría. —un pensamiento algo tonto que se transformó en palabras, respondiéndose una cosa que de no poseer el cuerpo de Ainara, jamás lo hubiera dicho— Es que es mucho mejor que el de mi novia. —sonrió en la soledad que le daba el cuarto de su madre.

Cogió el pijama de debajo de la almohada y una cosa le pasó por la cabeza, parándose en seco con las prendas en la mano. Era algo que, igual, no estaba bien, pero… una curiosidad insaciable le golpeó como la ola al acantilado, necesitaba hacerlo.

Se colocó delante del espejo en un acto impulsivo, maniobrando en su espalda con el cierre del sujetador hasta que consiguió quitarlo del todo. Le costó más de un minuto, pero con un suspiro de satisfacción, lo logró.

—Aquí estáis… —susurró en un silbido que llenó la habitación, dejando caer el sujetador hasta su mano y después, al suelo.

Miró a su espalda con rapidez, observando la puerta entrecerrada y escuchando a lo lejos el ruido que producía su madre guardando las cosas y preparando la comida. Lamió sus labios porque estaban secos, se sentía de la misma manera que en cuarto curso cuando espiaron a las chicas en el baño.

Cogió aire y elevó una mano por su cuerpo. Primero acariciando su propio vientre plano, con una cintura más delgada de lo que parecería con la ropa puesta, y continuó subiendo. Su mano derecha asió con calma el pecho derecho, atrapándolo entre sus menudos dedos con unas uñas pintadas de un rosa muy vívido.

—¡La virgen! —se dijo a sí mismo en un murmullo caliente, sintiendo a la vez… un placer indescriptible.

No sabía a qué se podía deber, a palpar el mejor pecho que tocó en su vida o a ese apretón que le provocó un calor muy desconocido. Los senos de su madre eran grandes, duros y perfectos. Los de Nerea ni se acercaban a ese tamaño y aquello, le hizo que su vientre se contrajera.

—¿¡Qué pasa!?

Era una sensación apabullante, casi de mareo, para nada se asemejaba al desenfreno y ansia que sentía al estar cachondo. La emoción que fluía por su cuerpo era diferente, eran ganas contenidas, como abrir un tarro del que salen disparadas millones de serpientes de juguete.

Tuvo que coger aire, hinchando los dos preciosos pechos y suspirando con fuerza para tranquilizarse. Lo logró sin mucho esfuerzo, sorprendiéndose de su propio autocontrol, aunque más bien, esa capacidad de controlarse estaba pegada al cuerpo de su madre.

—Mejor salir de aquí…

Se puso el pijama y partió para la cocina, con el picor de dentro de su cuerpo desvaneciéndose al igual que el rocío de la mañana. Podría ser que volviera en otro momento, pero si estaba junto a alguien y se entretenía, sería más complicado.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó al pasar el umbral. Ainara giró el rostro y le sonrió.

—No, pero se agradece. Oye, se hará raro verte cocinar, ¿no? Como nunca lo haces.

Sacó una enorme mueca de burla y Julen se dio cuenta de que hacía mucho que no la veía sonreír de esa forma. Aunque, en verdad…, tampoco la estaba viendo a ella… ¡Qué raro!

—Mamá, me quité el sujetador. Es que estoy más cómodo así. Bien, ¿no?

—Sí, sí, en casa quítatelo cuando quieras. Yo para dormir no lo llevo nunca. Cada una lo que quiera. —volvió a mostrar un gesto alegre, aderezado con un toque de picardía— Perdón, cada uno lo que quiera.

—¡Qué gracioso… graciosa…! —añadió en tono de burla y los dos se acabaron riendo.

Julen se colocó al lado de su madre para ayudarla con los macarrones que estaba preparando, mejor tener la mente distraída y no pensar en el cambio de cuerpos. Por lo que se puso a cocinar, o mejor dicho, a acatar las directrices de su madre y preparar la salsa para la pasta.

Pasaron un tiempo agradable y la comida quedó fabulosa. Aunque lo más raro de todo, fue que no se callaron durante toda la comida. Hablando del trabajo, de la universidad, de Nerea, incluso de las ventajas y desventajas de ser hombre o mujer. Ni siquiera cuando era pequeño hablaban tanto, en un rato tan corto, habían actualizado su relación como nunca.

—¡Ostras! —miró Julen su móvil— El partido va a empezar pronto, hemos pasado muchísimo rato hablando. —abrió uno de los mensajes del móvil haciendo caso omiso a los de su novia y amigos— Me ha mandado papá la foto de donde está, ¿quieres venir a la sala a ver si le encontramos?

—Bien… Siempre puedo ponerme una película en la tablet.

Marcharon hacia la sala, parando Ainara un momento para ponerse el pijama. Echó un vistazo al bulto de sus piernas, se encontraba dormido dentro del nuevo calzoncillo que se puso, justo el que le dijo su hijo. Tenía un tacto muy agradable y se pegaba a la piel como si fuera licra, estaba encantada.

Se colocaron cada uno en uno de los sofás y sintonizaron con rapidez el canal donde el partido iba a comenzar. Aunque antes, a Ainara le vibró el teléfono, era Gorka el que le hacía una videollamada.

—Hijo, —giró el rostro fijando la vista detrás de las gafas que portaba Julen— es tu padre. Coge el teléfono y me quedo aquí al lado.

—¡Hola! —gritó Gorka al otro lado de la línea cuando el joven deslizó su uña pintada por la pantalla— Ya estamos aquí, cariño. ¿Estáis viendo el partido?

—Sí, lo acabo de poner. —vio los ojos de su madre que le decían algo— Bueno, lo puso Julen, ya sabes que yo en estas cosas…

—Estamos arriba de la portería que queda a la derecha de los banquillos. Coméntale a este que te diga que él se aclara mucho más. —Ainara bufó a un metro y medio de distancia, ¡como si ella no supiera ubicarse!

—Creo que te encontraré fácil. A ver si ganamos hoy, que se necesitan los puntos si se quiere entrar en Europa. —su progenitora le chistó con fuerza, viendo la forma en la que su padre torcía el rostro y acercaba el teléfono a la oreja.

—¿Qué has dicho, cielo? Es que no se oye bien.

—No, nada. Me ha dicho Julen que hay que ganar para ir por Europa o algo así. Bueno, te dejo, que esto empieza, a ver si te encontramos entre tanta gente. —separó el teléfono de su cara antes de escuchar las últimas palabras de su padre.

—Espera, cielo. —Gorka miró de nuevo— Sé que no te va a gustar esto, pero lo más seguro que mañana no podamos volver. Estaremos hechos polvo, el lunes…

—¡Sí! —clamó Ainara desde la distancia, pero su marido no la escuchó. Añadió a su hijo más bajo— Dile que sí, lo que quiera.

—Claro, lo que quieras. Aquí estamos bien, tú disfruta. —Julen vio cómo Gorka hacía una mueca de extrañez.

—¿Estás segura? ¿No te molesta?

—No. ¿Por qué me iba a molestar? —al otro lado su madre le hacía gestos para que colgase— Bueno, te dejo, pásalo de maravilla y estaremos atentos al partido.

—Un beso, cariño y muchas gracias. Te devolveré el favor…

Julen colgó antes de seguir oyendo una cosa semejante. Se imaginaba por donde iban los tiros y no le interesaba nada conocer las relaciones íntimas que mantenían sus padres.

—Esto va a ser un problema cuando llegue, papá. —su madre no dijo nada, sino que siguió mirando su móvil, no había nada que añadir a eso— ¿Has pensado en lo que haremos?

—No, hijo… qué va. —alzó la cabeza y oteó con su perfecta visión cómo el partido iba a comenzar— Creo que lo más lógico es que se lo contemos a tu padre. No nos creerá o supondrá que es una broma. Con el paso de los días comprobará que es cierto.

—¿Nuestra vida?

Hubo un silencio mientras el pitido inicial resonaba en la sala. Ainara se quedó pensativa, analizando cómo podía ser todo aquello. Sobre todo, en su trabajo, donde no podría enviar a Julen sin ninguna noción de nada.

—No lo sé… —suspiró con fuerza— En “tu caso”, deberás cambiarte de empleo. Si esto sigue, por un tiempo cobraremos el paro y todo bien, luego… harás algo sencillo que no requiera unos conocimientos amplios. En “mi caso”, pues… sacaré tu carrera con relativa facilidad, supongo. El problema vendrá con tus amigos y Nerea, van a notarme raro porque no sé nada de tu vida con ellos, tus anécdotas, fiestas, viajes…

El chico resopló con fuerza, observando que la pelota rodaba por el césped, pero sin hacerle mucho caso. Miró a su madre, con ese cuerpo que empezaba a añorar, y meditó acerca de la manera en la que se divertiría ahora, sin sus amigos, sin su novia, sin nada.

—Yo tampoco podré salir con tus amigas, ni sabría de qué hablar con ellas.

—Bueno, —una leve risita nació en la boca de Ainara. Julen no la descifró— eso será más sencillo. Apenas salgo, Julen. Los días que voy a tomar algo es después del trabajo y así, tampoco sería muy rara mi ausencia. Mis amigas se quedaron en mi pueblo y aquí… pues eso…

—¿No sales de fiesta o a tomar algo como hace papá? —la mujer negó con la cabeza, sorprendida porque su hijo no lo supiera— Entonces, ¿qué haces?

—Pues voy cuando hay quedada con las del trabajo, pero más allá de eso, salgo con tu padre a tomar algo y ya está. Por eso me enfadé cuando se fue con sus amigos, quería pasar tiempo con él y hacer estos días algo que nos guste a los dos.

Julen comprendió a su madre, tal vez por estar en un cuerpo más serio y formal. Era evidente que Ainara había cambiado de aires, eso lo sabía desde pequeño, pero no era consciente de lo dificultoso que era entrar en un grupo de amigos a cierta edad.

En el rostro de la mujer vio algo de tristeza, una ya asumida por los años, pero, al fin y al cabo, tristeza. Su marido era su pilar y cuando no estaba, se sentía sola. Tal vez por estar dentro del cuerpo de su progenitora o porque, en verdad, empatizaba con ella, el caso era que… la comprendía.

—Entiendo…

Una palabra para completar el silencio, dejando entre ellos un vacío que solo llenaba el ruido de la tele.

Vieron el partido el resto de la tarde, celebrando de manera muy comedida los dos goles que les favorecían, sobre todo, el joven, ya que Ainara no es que le importase mucho. Además, que tampoco estaban para alegrías, pues, en sus cabezas, el incierto futuro pretendía hacerse presente.

Aun así, antes de acabar el partido, a Ainara se le fue disipando la tristeza porque otra cosa anidaba en su cabeza. Tenía cierto malestar en su cuerpo y, como empezaba a ser habitual, nacía en una parte muy concreta de su nueva anatomía.

Para el descanso, ya se había tapado con la manta, siempre lo hacía, lo tenía por costumbre, sin embargo, en esta ocasión, pretendía ocultar otra cosa. No entendía cuál había sido el detonante o si, simplemente, ocurría y ya. El caso era que cuando quedaban quince minutos para el final del encuentro, tenía la polla del todo empalmada.

El miembro sexual de Julen se movía dentro del pegado calzoncillo y, pese a que el sexo no había pasado por su cabeza en ningún momento, los músculos se activaron solos, reptando por su muslo igual que lo haría una serpiente.

Quería levantarse cuando terminó el partido, no obstante, prefirió quedarse sentada hasta que se le pasase. Era increíble, durante quince minutos había estado con aquel pedazo de carne tan duro e incómodo en sus pantalones, sin moverse y notando, un líquido caliente salir de ella. Al final, no se aguantó más.

—Voy al baño. —Julen asintió sin mirarla a la par que tecleaba en su móvil.

Ainara aceleró cuando salió de la vista de su hijo, llegando hasta el cuarto de baño, donde cerró la puerta de la misma y echó el pestillo. Fue al retrete, sentándose sobre este y bajándose en el acto los pantalones del pijama.

De allí emergió la polla de su hijo, provocando que retirase la mirada por puro pudor. Obviamente, nunca se la vio en estos últimos años, aquello quedaba reservado a cuando era un niño pequeño y le tenía que ayudar en ciertos asuntos.

Pero ahora… había crecido. Aquel pene estaba contra la fría taza, con sus venas repletas de sangre y una dureza increíble. Ainara no supo cómo hacer, tampoco quería tocarla, era… algo… privado de Julen y la vergüenza la podía. Aunque en un día, la había visto más veces que en toda su vida.

Tuvo que levantarse, colocarla de la mejor forma con movimientos de cadera, como si estuviera bailando, y dejar que apuntase por sí sola al agujero del retrete. El chorro salió y sintió un ligero alivio en la dureza, qué maravilla. No es que se estuviera empequeñeciendo, pero, al menos, era apreciable que se ponía un poco más blanda.

Limpió la punta con un poco de papel, poniéndole cuidado de no palparla demasiado y antes de subirse el pantalón, algo le causó curiosidad. Fue al espejo, donde gracias a su nueva altura podía verse hasta los muslos.

Escrutó lo que le colgaba entre las piernas, se veía más grande que desde su propia visión y detrás del gran palo, estaban los genitales. Les prestó atención, puesto que sentía un picor en ellos que, el cerebro de Julen que poseía, le indicaba que no era muy normal.

Echó un vistazo todo lo cerca que le fue posible, estaban enormes, gordos y con un leve color oscuro que no supo a qué se debía. Con la conversación que tuvo con Julen aquella mañana, tenía muy claro lo que sucedía, estaba obligada a… expulsar.

—¡Nunca había visto una polla tan grande…! —murmuró con asombro en el anonimato del baño— Mejor guardarla.

Subió los pantalones y el calzoncillo, sin llegar a tocar ni el pene ni los huevos, dejándolo mal colocado e incómodo. Por lo que no le quedó más remedio, después de unos infructuosos movimientos de cadera, se decidió a hacer algo.

“Por encima de la tela no pasa nada”, se dijo confiando en no sentirse mal después de palpar la zona. Por lo que, con ambas manos, apretó como pudo la polla de su hijo, que ahora la pertenecía, y la colocó del mejor modo posible.

—¡Ah…!

Un escalofrío demasiado pronunciado le sacudió el cuerpo cuando apretó con ganas el tronco de semejante sable. No estaba lista para eso y, al parecer, su sexo estaba demasiado sensible. Cerró los ojos y emanó el aire de sus pulmones, teniendo que aspirar rápidamente para llenarse de nuevo.

—¡La leche…! —vio la realidad de su hijo y se imaginó que todos los adolescentes serían así— Estoy todo el día cachonda… ¡Y sin ningún puto motivo!

Se giró con rapidez cuando escuchó un ruido en el pasillo. Quedándose quieta y esperando, como si hubiera hecho algo malo, pero, en verdad, no era otra cosa que conocer su nuevo cuerpo. Además, que solo se la estaba acomodando…

Julen no llegó a acercarse al baño, los pasos se cortaron a medio camino y supuso que se había metido en el cuarto para descansar un poco, estaba claro que no iban a salir.

Mientras su madre admiraba el paquete que se le formaba en el pantalón de pijama. El joven se fue a su cuarto porque tenía ganas de hacer una cosa. Se sentía mal por ello, pero desde que su madre abandonase la sala, lo hizo en dos ocasiones de forma furtiva y necesitaba más.

Arrimó la puerta de su cuarto, debatiendo sobre si sus acciones estaban a un lado o a otro de los límites de la moralidad. Un diablillo le decía que adelante, total, toda esa carne era suya, sin embargo, su ángel interno, le respondía que, tal vez, cuando todo se arreglase, se arrepentiría.

De pillarle, Ainara seguro que le echaba una gran bronca, pero no podía soportar las ganas de tener todo eso delante y no disfrutarlo. Su garganta estaba atorada con esa idea en mente que le dejaba seco, dándose excusas sin parar, porque, a fin de cuentas, el cuerpo de Ainara, ahora era suyo.

Dejó de meditarlo, lo mejor era actuar y no permitir que esas conciencias le dictaminasen sus movimientos. Se quitó la parte de arriba del pijama, empezando a ver su vientre y, con un nerviosismo latente, pasó la ropa por encima de su cabeza.

—¡No me lo puedo creer…! —dijo a la par que negaba con la cabeza cuándo, delante del espejo del armario, apareció su reflejo.

Se miró a través de las lentes de su madre, admirando, por segunda vez en el día, los grandiosos senos de Ainara. No se contuvo, e igual que hizo antes de ir a comer, alzó una mano recorriendo su piel, pasando su abdomen y… llegando a la parte inferior de sus pechos.

—Son perfectas. —su voz tembló.

Sus pequeños cinco dedos subieron hasta una teta, agarrándola con la intención de medirla y después, haciendo un poco más de esfuerzo para que se sintiera la tensión. Su mano no conseguía abarcar el pecho y lanzó la prenda que aún sostenía, para que ambas manos sujetaran con ansia.

Suspiró en un sollozo muy ardiente. Estaba muy cachondo por palpar semejantes protuberancias y notar el placer que le daban. Aunque no quería quedarse en eso, sino que miró la parte baja de su cuerpo, y el pantalón que la protegía.

—Eso es… demasiado… —ya lo vería a la hora de mear o ducharse, pero espiarla de tal modo quizá… ¿No estaba bien?

Escuchó la puerta del baño abrirse y corrió a la cama para ponerse de nuevo el pijama. El corazón le saltaba dentro de aquellas preciosas tetas, un sumun de senos que ni siquiera vio en los videos porno que consumía y que tanto le gustaban.

Una cosa voló dentro de su cabeza, una reflexión fugaz que nunca se había acercado a formarse en su mente durante toda su existencia. Se contempló de nuevo en el espejo, como estaba tumbada en la cama, con la respiración acelerada y ese pijama que no la hacía justicia. Su meditación se le escapó en un silbido por los labios de Ainara.

—¡Qué buena está mi madre…!


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heranlu

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Intercambio de Cuerpos - Capítulo 04


Julen permaneció un rato de la tarde tirado en la cama, diciéndole a su madre que descansaría un poco, al mismo tiempo que tecleaba en el móvil comentando a sus amigos que no se encontraba bien y que pasaría la tarde en casa. Rara…, era muy rara la excusa, pero, al fin y al cabo, valió para su propósito, perderse un sábado de fiesta.

Nerea le insistió para que fuera a su casa, que pasarían juntos la noche y con un icono de un guiño, le dejó muy claras sus intenciones. Tuvo que rechazarla, no era conveniente ir con el cuerpo de su madre, seguro que su novia… no lo entendía.

Aunque lo que más le sorprendió, fue la serenidad con la que se lo tomó. No le picaron los genitales, reclamándole que acudiera corriendo a la casa de su chica para tener un inmenso coito, no. Simplemente, lo aceptó con una sensatez muy madura, algo que se imaginó… emanaría de la experiencia que tenía el cuerpo de su madre.

Julen alzó la cabeza cuando dos golpes sonaron en la puerta. Menos mal que estaba con el pijama puesto y no admirando el cuerpo de Ainara frente al espejo. Aunque no podía negar que, durante ese rato tirado en la cama, se había tocado los senos en más de una ocasión.

—Hijo, —la nueva cabeza de su madre, con ese rostro tan joven, apareció por la puerta— ¿hacemos algo? No me apetece estar metida en casa todo el rato. No paro de darle vueltas a asunto y…

—¡Sí! —le cortó Julen con ganas, se moría allí dentro, necesitaba tomar el aire y alejarse de esos pensamientos lascivos que le comían—. Creo que nos vendrá muy bien salir, aunque sea un ratito.

—Me cambio en cinco minutos y no sé… vamos a tomar algo a la plaza. —alzó los hombros sin saber muy bien si era una gran idea— Todavía hace un poco de sol y supongo que no veremos a nadie conocido.

—Sí, me es igual la verdad, con ver un poco la luz del día y no estar dándole vueltas a… esto. —señaló su cuerpo, aunque para nada lo decía como si le diera asco— Por cierto, ¿qué me pongo? —sonrió tontamente.

—Ponte guapa, ¿no?

Se rieron, en una situación del todo atípica. Era su forma de encarar la situación, mejor reír que llorar, además, con todo aquel extraño suceso, tanto madre como hijo, se habían reído más juntos, que en los últimos cinco años.

Ainara se le quedó mirando en silencio, su cuerpo seguía allí, tirado en la cama de su hijo. Sin embargo, pudo ver más allá, traspasar la piel que habitaba y contemplar a Julen como si nada hubiera pasado.

Lo quería a rabiar y pese a que, en muchas ocasiones, no conectaban, el vínculo de madre e hijo seguía presente. Era algo que no se iba a marchar de buenas a primeras, cómo sí que esperaba que lo hiciera ese cambio de cuerpo tan peculiar. Aunque una cosa era cierta, tampoco le desagradaba tanto…, sobre todo, cuando veía una cosa que portaba entre las piernas.

No tardaron nada en estar listos. Ainara con un jersey y vaqueros que el joven apenas se ponía, pero incluso Julen admitió que le quedaban de maravilla. Este fue más práctico, ya que no sabía que le quedaría mejor y optó por ponerse la misma ropa que a la mañana. La camisa de color blanco con la chaqueta rosada y los vaqueros. Por supuesto, en zapatillas y… se sintió orgulloso al ponerse el sujetador al segundo intento.

Se levantó un poco de viento, pero no les importó, fueron pegados a las paredes de las calles, mientras que el sol se iba escondiendo y las primeras luces de las farolas, iluminaban la ciudad.

Pronto llegaron a una pequeña plaza, después de dar un rodeo por el barrio y hablar de todo y de nada. Era curioso, pero desde que intercambiaron los cuerpos, parecían conocerse mucho mejor y la confianza entre ellos, creció de manera significativa. Ainara llegó a querer indagar en la relación con Nerea y Julen, se volvió a interesar por su trabajo y vida en general.

—Dos Fantas, por favor. Las dos de naranja —pidió Ainara al camarero que salió a atenderles. Cuando se marchó, miró a su hijo—. Ahora que tienes un cuerpo de adulto, igual te apetece una cerveza o una copa, ¿no?

—Qué va. —dirigió una sonrisa agradable a su madre— Únicamente bebo cuando estoy de fiesta, no me gusta el sabor.

—Curioso, igual que yo. En algo nos teníamos que parecer. —chistó con esa incipiente barba bordeándole la boca— No todo te lo ibas a coger de tu padre.

Intercambiaron unas tiernas miradas, que cortó el camarero a su vuelta. Les pareció muy rápido el servicio o, tal vez, era que habían estado mirándose por mucho tiempo.

—Ahora nos parecemos mucho más, mírame. —se señaló su cuerpo tratando de no reír— Soy igualita que tú.

—¡Uy, qué tonto eres!

El camarero dejó las bebidas mientras ambos reían y Ainara sacó de su bolsillo la cartera que le regaló su marido en su cumpleaños, pagando la cuenta y provocando que, de nuevo, se quedaran solos.

—Al final, me imaginaba que esto iba a ser peor, pero… —Ainara se apartó de manera instintiva el pelo, no había ningún mechón por su cara, un tic que tardaría tiempo en desaparecer— No sé, no lo estoy pasando tan mal.

Julen se fue a rascar la dispersa barba que le solía salir en la cara, pero no encontró nada, solo una piel suave que, en su defecto, se acarició.

—Estoy igual. Hemos pasado juntos el sábado y, por raro que parezca, me lo he pasado bien.

—Gracias por lo que me toca. —Ainara le hizo entender con una sonrisa que era una broma.

—En muy pocos momentos he pensado en lo que nos ha pasado y aparte del tema del sujetador y eso… —miró hacia los lados comprobando que nadie les escuchase— Estuvo bien.

—Te falta mucha práctica, pero en par de días lo tendrás pillado. —echó un vistazo al oscurecido cielo y suspiró— Mejor dicho… Espero que no te dé tiempo y volvamos pronto a nuestros cuerpos. Sobre todo, por esas dichosas manchas. No entiendo, Julen, antes de salir, volvía a tener.

—¿No te has… eso?

—¡No! —el joven vio, en la que siempre fue su cara, una expresión al borde de la indignación. Aunque entendía el motivo, quiso seguir con el tema— ¿¡Cómo iba a hacer eso!?

—¿Sabes hacerlo? —a Ainara el rostro se le empezó a ruborizar.

—¡Claro que sé! ¿Qué te crees, bobo, que nací ayer? Pero… No voy a tocar… O sea, me refiero a que esto… es tuyo…

—De momento, no.

Algo le picaba en su interior, era la curiosidad por mantener aquella conversación con su madre. Pese a ver su piel y escuchar su propia voz, detrás de todo… podía sentir a Ainara, por lo que insistió.

—Tienes que acostumbrarte, mamá. Antes, cuando me he puesto el sujetador, he tocado un pecho sin querer.

—¡Julen! —murmuró acercándose a la mesa.

Se quedó mirándole y después, permitiendo que su cerebro ordenase todo aquello en un cuerpo que no era el suyo, se echó hacia atrás. Al final, el joven tenía razón, a saber por cuanto tiempo seguía portando la piel de su hijo, lo normal, sería conocerlo del todo.

Por mucho que le diera pudor y también, cierta curiosidad que no iba a confesar, el pene del joven era parte de ella y debería saber utilizarlo.

—Quizá… Puede que tengas razón, no sé… Pero no voy a… —tenían muy poca intimidad, por lo que se alzó para cambiar a la silla más próxima a su pequeño— Masturbarme es algo muy privado. Algo tuyo y no pienso hacerlo.

—Vas a pasarlo mal, te lo digo por experiencia. —sintió que hablar con ella era más fácil que antes, casi como si fuera una amiga— Escucha, que te cuento lo que me pasó una vez. —Ainara sabía lo que se avecinaba y, en otro momento, le acallaría, sin embargo, ahora tenía la intención de escucharle con atención— Una vez, que fue hace tiempo en un viaje con el instituto, llegué a estar una semana sin eso… sin tocármela. Al final, estaba con los compañeros en el cuarto, todos juntos, y no era plan. Pues fue llegar a casa y sentirme casi enfermo, no pongas esa cara, que es verdad. Estaba igual que si tuviera gripe, no digo con fiebre y esos síntomas, pero tan cansado que no podía con mi vida.

—¡No exageres, anda! —le cortó Ainara con una sonrisa, no obstante, el chico siguió.

—Es cierto, tal cual te lo cuento. No me creas si no quieres. Cuando estuve en casa, era un volcán a punto de hacer erupción, no te puedes imaginar cómo estaba aquello.

Una imagen fugaz del miembro de su hijo, tan duro como aquella tarde, le brotó a la mente. En un parpadeo rápido, detuvo los extraños sentimientos que trataban de anidar en su cabeza.

—Al levantarme de la cama o de una silla, me mareaba un poco —continuo el joven—, como si me diera un bajón de tensión. Tenía unas ganas inmensas de tocarme y en el momento que estuve solo, fui al baño y… ¡Buf…!

Omitió lo siguiente, sin querer ofrecer detalles exactos a su madre de la manera en la que evacuó en el retrete una suma ingente de semen y que, de seguido, se tuvo que tocar de nuevo.

—Esto… —contestó Ainara con un calor que deseaba ahuyentar— Llamarlo locura sería quedarse cortos. —observó la Fanta que tenía en la mesa, cogiéndola entre sus dedos y dando un gran sorbo, lo necesitaba— Si esto se alarga… Contéstame con sinceridad. ¿Va a ser estrictamente necesario hacerlo? No digo de vida o muerte, pero ¿me voy a sentir tan mal?

Julen meditó por un segundo, quitando los ojos de la visión de su cuerpo. La necesidad era cierta, suponía que podría aguantarse, pero ¿para qué ese sufrimiento? Masturbarse no era nada malo. Sin embargo, algo más animaba su mente, un pensamiento que le revolvió por dentro, sin saber si era para bien o para mal.

Era la imagen de su madre, con su cuerpo, no obstante…, era ella. Agarrando entre sus dedos la polla dura que portaba y meciéndola de arriba abajo llena de placer. Una emoción placentera le recorrió toda la columna, llegando a su entrepierna, donde, por acto instintivo, se cruzó de piernas para encerrar un ardor que clamaba por salir.

—No te vas a morir, pero lo necesitas para no encontrarte mal. Si no lo haces, sentirás dolor. Yo… —dio un trago rápido a la Fanta porque se sentía nervioso y levemente incómodo. Cogió fuerzas de donde no las tenía y lanzó la siguiente proposición— Si requieres ayuda de algún tipo, te la daré. No te preocupes por eso. Mientras dure el cambio, nos tenemos que apoyar.

—No… —su labio inferior tembló, pero nadie en la terraza del bar lo pudo ver, ni siquiera su hijo— No sé…

La voz de Ainara se había quebrado y ambos bebieron al mismo tiempo del refresco. La mujer reflexionó sobre aquello. Le apetecía, no tenía ninguna duda, su mente quería negarse, al fin y al cabo, sería su hijo quien la ayudara con esa polla. No obstante, ¿de quién era ese miembro viril? El chico estaría haciendo lo mismo de siempre, solo que desde otro cuerpo.

Negó con la cabeza y esa ansia, ese repiqueteo dentro de su vientre volvió a estallar con fuerza. Se le estaba poniendo dura en medio de la plaza, pero con una fuerza desmedida. Cuando miró hacia abajo, el pene se notaba en un bulto que se iba a la pernera izquierda del pantalón. Obviamente, aquello no venía solo y era capaz de sentir un líquido caliente que dejaba un rastro de baba en su pierna como si de un caracol se tratase.

—Tú no has tenido ningún problema, ¿verdad? —el joven negó con la cabeza y se atusó el cabello detrás de la oreja— En ese aspecto, soy más tranquila.

Emergió una risa nerviosa que no pudo apagar el ambiente caliente que pululaba a su alrededor. No sabían muy bien el motivo, pero aquella proposición estaba coloreando sus rostros.

Julen no podía soportarlo más, el intenso fuego de su estómago estaba descendiendo a la vagina, donde las bragas rosas que lo guardaban, estaban a punto de arder. Tuvo que terminarse la Fanta de un sorbo y le dieron ganas de abanicar su rostro para serenarse.

No lo hizo porque había mucha gente a su alrededor, sin embargo, sí que miró a su madre. Ya no llevaba puesta su piel, sino que volvía a ser Ainara, la misma madre de siempre, con sus ojos oliváceos detrás de las gafas y ese cuerpo que, ahora, conocía más a fondo.

—Mamá, —las palabras eran impulsadas desde dentro. Cuando Ainara le miró, pudo sentir de qué manera sus ojos brillaban y se empezaban a humedecer— vamos a casa y te ayudo con tu problema.

Ainara se llevó un golpe en la cara, igual que si las palabras fueran puños cargados con inmensa fuerza. Sin embargo, los encajó de maravilla, únicamente soltando un suspiro largo al tiempo que mantenía la mirada en su hijo. El labio le tembló de nuevo, pero mucho más lo hizo su polla, que brincó dentro de los pantalones dándole un placer que no la calmó.

Instintivamente, dirigió la mano hacia su paquete, al amparo de la mesa que no dejaba ver a nadie lo que estaba haciendo. Únicamente lo pudo saber Julen, que siguió con sus ojos el movimiento de los cinco dedos hasta que se ocultó entre sus piernas.

Cuando Ainara se apretó con ganas la polla de su hijo, casi pudo sentir que la exprimía como un bote de mayonesa y que de allí… brotaban más jugos sobre su pierna. La voz se le quebró y tuvo que tragar saliva para contestar, aunque su decisión la tenía muy clara.

—Sí, vamos.

****

La llegada a casa fue muy extraña, apenas hablaron por el camino, solamente algún que otro comentario necesario, por ejemplo si habían pagado los refrescos o si llegaban las llaves. La tensión no les daba para más.

Entraron en su hogar, primero lo hizo Ainara, con una erección que trataba de ocultar, aunque era imposible. Después, lo hizo Julen, que en repetidas ocasiones había mirado como la polla que ahora llevaba su madre, era palpable a través del vaquero.

—¿Cómo lo quieres? —quiso romper el hielo y tomarlo con normalidad. Aunque de normal, tenía poco— Me refiero a dónde quieres hacerlo o…

—Pues… —Ainara estaba nerviosa y también, pese a que lo quería ocultar, cachonda— No sé, ¿aquí mismo?

Señaló la sala con la cabeza, en el mismo lugar donde estuvo esa tarde viendo el partido. En esos momentos, se había palpado el pene debajo de la manta, pero no podría haberse imaginado que, horas más tarde, accedería a que su hijo le ayudase a deshacerse de toda la “carga”.

—Espérame, que voy a por unas cosas y vengo.

—¿Qué cosas? —lo dijo igual que lo haría una niña pequeña que se moría de nervios.

Julen no contestó y con su bonito trasero se alejó por el pasillo hasta adentrarse en su propio cuarto. Ainara anduvo sobre sus zapatillas como si flotara, llegando hasta el sofá y cayendo a plomo, se sentía que pesaba cien kilos.

Se contempló sus propias manos, estaba temblando, con unos nervios iguales a sus primeras veces, casi de temor. Sin embargo, en su vientre el deseo empezaba a rugir, se estaba dando cuenta de que no quería soltar todo el lastre por pura comodidad, sino también por un placer insano que la había invadido.

Escuchó pasos al minuto de estar sentada, que, en verdad, le parecieron años mirando el televisor apagado. Al final, allí se personó Julen con su cuerpo, todavía con la chaqueta rosácea y esa camisa que tan bien le quedaba.

—Ya estoy. —en su mano portaba un botecito y una caja de pañuelos que, Ainara, supo de antemano para qué serían. Movió la cabeza señalando el bote— Es lubricante, creo que para la primera vez, será lo mejor.

—Hijo, —el joven se detuvo en medio de la sala— estoy muy nerviosa. ¿Es buena idea? Tengo muchas dudas.

—Siempre que tú quieras, a mí me parece bien. Eso que tienes es mío… no tengo problema en hacerlo. —deseaba ayudarla. Lo deseaba demasiado…

—Vale… —Julen se sentó a su lado, dejando todo preparado hasta que su madre, habló de nuevo— Esto… Cielo, júrame por lo más sagrado que nunca hablaremos de esto.

—No. No te lo puedo jurar. —Ainara se sorprendió— Lo vamos a hablar, mamá. Porque hasta que volvamos a nuestros cuerpos, lo vas a tener que normalizar y a mí, supongo que me pasará en algún momento lo mismo. —no mentía y su madre lo sabía— Si quieres, podemos hablar de ello lo menos posible, eso no me parece mal y si volvemos a nuestros cuerpos, entonces sí que te juro que nunca lo mencionaré. —la mujer asintió convencida, sin saber muy bien de qué— No obstante, si necesitas otro día ayuda…

—Sí… —se notaba caliente, muy caliente, semejante a un animal salvaje que no era capaz de contenerse— Te la pediré.

—Entonces, vamos a ver. —nunca mejor dicho.

Ainara se quedó quieta, como si no quisiera participar, igual que una operación en la que se deja todo en manos del cirujano. Por lo que, después de dos segundos de espera y viendo que su madre no daba ningún paso, el joven se arrimó a ella y con el mejor tono de voz, la preguntó.

—¿Quieres que haga yo todo? —asintió avergonzada, sin querer mirar a los ojos de su hijo.

Este llevó las manos al vaquero, donde desabrochó un botón. Podía sentir lo que había dentro, gritando porque le hicieran un poco de caso. Ainara escuchó que se bajaba la bragueta, un sonido que parecía aumentar en miles de decibelios, provocando en su interior, que el ansia también se elevase.

—Me hiciste caso. —la madre giró la cabeza para saber a qué se refería. El chico, con el rostro de Ainara, hizo un gesto para que echase un vistazo a la entrepierna— Te pusiste el calzoncillo que te dije.

—¡Ah, sí…! Tenías razón, estoy mucho más cómoda. —sentía el rubor en su rostro y un calor nada normal en las orejas.

—¡Sí que la tienes dura…! —añadió al separar el vaquero. Ainara levantó un poco su culo y la prenda bajó sola hasta los tobillos— Hazme caso, debes acostumbrarte a hacer esto… Aunque te dé un poco de cosa, pero es lo mejor, te sentirás más liberada. Total, son cinco minutos al día.

—Oye… y dime la verdad… —tragó saliva, pero su garganta era un páramo seco— ¿Tú… te has hecho algo?

Julen pensó por un momento en confesarle que se había magreado los senos en muchas ocasiones, no obstante, estaba seguro de que se refería a algo más. Por lo que, por ahora, omitiría la verdad.

—No. Estoy mucho más tranquilo en tu cuerpo, no me hace falta. —tal vez era el momento de sacar ese tema— Si en algún momento lo tengo que hacer, ¿te importa?

—Qué va. —fue lo primero que le salió comentarle, porque con la polla tan dura y esperando a vaciar sus genitales, sonaría demasiado hipócrita prohibírselo— Tienes razón en lo que dices, debemos acostumbrarnos a nuestro modo de vida y esto… forma parte de ello.

En el exterior, las farolas se habían hecho dueñas de las calles y por la ventana, únicamente entraba el pequeño fulgor que llegaba al cuarto piso donde vivían. Julen se levantó sabedor de que aquel momento podía ser violento para su madre, aunque él, extrañamente, lo estaba degustando.

Se alzó para encaminarse al final de la sala, apagando la luz y permitiendo que la oscuridad se hiciera presente. Al primer segundo, no vieron más que siluetas en el interior, pero cuando ese lapso pasó, se contemplaron tan nítidamente como si la bombilla estuviera encendida.

—¿Lista? —susurró Julen sentándose a su lado con el brillo de la noche en su rostro y formando sombras sobre su nuevo cuerpo.

—Sí.

No fue muy rotunda, pero quería aquello, necesitaba sacar todo el semen acumulado y el sentimiento de su interior. Era muy consciente de que el único que lo podría lograr, era Julen.

Las manos del joven, pequeñas y con esas uñas rosadas perfectamente perfiladas, fueron hasta el calzoncillo, donde despegaron de la piel la prenda y empezó a bajarla lentamente.

Cayó al mismo lugar donde se encontraban los pantalones, pero ninguno de los dos prestó atención a eso, exclusivamente poseían ojos para fijarse en la gran polla que salió a saludar.

—Desde aquí parece mucho más grande. —sonrió Julen tontamente, provocando una risa nerviosa en Ainara— Te voy a echar un poco de líquido, ¿vale? Aunque…

Se fijó más de cerca, colocándose las gafas correctamente en el puente de su nariz y centró su atención en la punta del prepucio. Brillaba con la poca luz nocturna que entraba por la ventana, motivo por el que solo se debería a una cosa.

—Voy a hacer una cosa. Tranquila.

—Vale. —Ainara estaba muy nerviosa, tanto que incluso Julen podía notar la tensión.

Con su pequeña mano, asió el grosor de aquel buen pene y muy lentamente, como si el tiempo no corriera, bajó la piel del miembro que ahora pertenecía a su madre.

—¡Ah…! —sollozó tímidamente Ainara, quitando la vista de la mano y llevándose la suya a la boca con vergüenza.

La piel se deslizó con calma, sacando a la luz una cabeza a la cual daba la sensación de que la hubiera llenado de millones de diamantes en miniatura. Resplandecía en el interior de la sala y todo se debía al líquido que lo recubría en abundancia. Una sustancia transparente que, en el momento que Julen bajó del todo la piel, se unió para formar una gota caliente que empezó a deslizarse por el tronco.

—Mamá, no puedes estar así. —le comentó el muchacho mirándola a los ojos, al tiempo que esa gota, llegaba a sus dedos. Ella no le pudo devolver la mirada— Estás supercachonda. ¿Lo has pasado muy mal?

—Un poco. —no sabía bien hasta qué punto, pero le hubiera dicho que estaba al borde de la muerte si eso significaba que Julen continuara con la tarea.

—Te voy a echar un poco de lubricante, aunque no hace falta. Ya que lo traje… pues lo usamos. —volvió a sonreír para normalizar una cosa del todo anormal— Te sentará bien.

—Ya. —la mujer separó las piernas para colocarse más cómoda.

—Quizá esté frío. —con el bote en la mano izquierda, vertió una pequeña porción en la punta y Ainara se movió— Ahora se calienta, no te preocupes. Una cosa, quítate mejor la parte de arriba, igual te manchas.

Accedió sin decir ni una palabra, deshaciéndose de toda la ropa que le quedaba y llevándose las manos al pecho como si tuviera algo. Cuando se dio cuenta de que sus pectorales eran duros y no blandos, puso las manos en el respaldo del sofá.

—Vamos allá, si te duele o te sientes mal, me dices. —esparció toda la crema por la parte superior y Ainara apretó los labios de placer— Aunque lo dudo, tengo que decir que en esto soy un experto. Toda la vida he practicado, me parece que lo haré bien.

—¡Qué guarro…! —murmuró con una pequeña risita nerviosa que gustó a ambos y echó la cabeza hacia atrás cuando la piel volvió a bajar.

La mano subió, restregando todo el líquido lubricante y dando un masaje en toda la zona del frenillo. La mujer abrió los ojos de par en par, arqueando la espalda y sintiendo que el mundo se le venía encima. Nada más era el primer movimiento y todo su ser se había estremecido.

Julen apretó con fuerza, estrujando la cabeza y bajando muy lentamente para bañar cada milímetro de piel. Le estaba gustando, tanto como cuando se la hacía el mismo, sin embargo, pensar en algo tan loco, como estar masturbando a su madre, con la mano que la pertenecía… era tan bizarro y… tan… morboso.

—¡Disfruta…! —le salió en un suspiro caliente.

Ainara posó su mano en la espalda del joven cuando, de nuevo, otro movimiento duro de sube-baja la atizó con un látigo de seda. No recordaba un placer similar, ni siquiera cuando se daba esos placeres mensuales bajo las sabanas de su cama.

Era un goce sin igual, algo que iba a descorchar todo su cuerpo. La mujer se lamió los labios después de otra bajada que la hizo sentir el cielo. Estaba más cachonda que en toda su vida y cuando volvió a abrir los ojos, a su lado no vio su cuerpo, estaba viendo más allá, a su propio hijo.

—Sigue, estoy cerca… ¡Sigue…! —suspiró en el oído de Julen, lo que le provocó que toda la zona izquierda de su cuerpo se erizase.

—No te contengas, sácalo todo.

—¡Sí…! ¡Sí…! —se vio desbocada, su cerebro no regía y solo quería sumergirse en el abundante disfrute— ¡Qué placer…! Normal que te hagas varias al día… —le confesó con total sinceridad— ¡No lo soporto más…!

Si alguien estuviera en alguna de las habitaciones, no podría escuchar las palabras de Ainara, que, solamente, salían de su boca para que su hijo las escuchase, nadie más. El pene brincó de placer, engordando en la mano de Julen que apretó las piernas para paliar el calor que sentía.

—Casi… Casi estoy… ¡AAHH! —su alma se desgarraba— ¡No pares ahora…! —echó la cabeza hacia atrás y el culo de Ainara se apretó imaginándose lo que venía.

Julen aceleró el ritmo, sacando un sonido acuoso que envolvió la sala. Era un chof-chof continuo que hacía perder la cordura a la mujer. Ya no le daba vergüenza, sino que bajó la mirada y observó cómo su polla…, porque ahora era suya, engordaba hasta el punto de explotar con unas venas repletas sangre ardiente.

La pequeña mano de Julen subía y bajaba con fuerza, masajeando un falo que en miles de ocasiones hizo lo mismo. Ainara estaba lista, sonrió al saber que todo saldría de su cuerpo, sin embargo, giró la vista para fijarse en la piel que había abandonado.

Envolvió a su hijo con el largo brazo que tenía a su espalda, atrayéndolo más hacia sí como si fuera un acto reflejo, al tiempo que gemía de puro placer. Julen se dejó hacer, pegando su hombro izquierdo al de su madre y provocando que ambos senos se unieran para crear un escote de vértigo.

Ainara no se contuvo, porque no quería, y su locura la hizo actuar por mero impulso animal. Alzó una de sus manos, mientras el chof-chof seguía recorriendo la casa y notaba como sus huevos quemaban al preparar el disparo. Llegó a su destino, el pecho de su hijo, donde agarró la primera teta que pudo.

—¡Ma…! ¡Mamá…! —una línea roja le cruzaba el rostro a Julen, que se encontraba igual de cachondo, y… gozó cuando le atrapó el pecho.

—Es que… ¡AAHH…! —la locura la rodeaba y ya no estaba al lado de su hijo, sino de cualquiera que le diera placer— Me pone mucho sobarme las tetas cuando me masturbo.

—¡La hostia…!

El gemido que brotó de la boca de su madre, provocó en su hijo tal lujuria que, de un momento a otro, el joven notó la humedad en sus bragas. Estaba como para montarse en aquel rabo que tenía entre las manos, pero su masculinidad heterosexual, todavía le prohibía una actitud semejante. Tal vez, si llevase más tiempo siendo mujer…

Lo que sí que hizo fue subir y bajar la mano a la velocidad de la luz, sintiendo en su mejilla el aliento ardiente de su madre a la vez que soltaba sonidos de puro éxtasis.

—Córrete —le susurró en una orden—. Córrete…, córrete… ¡Córrete…!

—¡Sí…! Ya viene. Hijo, esto viene… —quiso mirar su polla, pero no pudo, los ojos se blanquearon y sintió la llegada al nirvana— ¡Ya! ¡Ya! ¡¡YA!! ¡¡ME CORRO!!

No mintió, así lo hizo. Su trasero se endureció, queriendo expulsar todo lo que su pene tenía en la punta. El primer chorro salió con una fuerza desmedida, alzándose en el aire hasta estamparse en la zona superior de los abdominales de la mujer.

Ainara se contraía mientras su hijo no soltaba la enrojecida polla. Otra vez escupió su pene, depositando otra carga masiva en su vientre, mientras su pecho, se aceleraba cada vez más. Julen no podía dejar de mirar y aunque detuvo su mano para ir más lento, no pensaba parar del todo.

Así logró sacar tres disparos más, que llenaron el vientre de su madre de gelatinosa sustancia blanca. Ainara jadeaba y se movía sin control, todavía sin soltar el pecho de Julen que no deseaba otra cosa que se mantuviera allí.

Sin embargo, al final tuvo que hacerlo y cayó rendida en el sofá con un rostro que estaba a punto de dormirse. Julen soltó su polla, empezando a limpiarle el cuerpo de tanto semen caliente.

Hacía mucho que no veía una tirada tan bestial de su esencia y lo más extraño de todo, era que le ponía mucho ver el placer que le había causado a su progenitora. Podía notar cuanto se habían humedecido las bragas y la manera en que todavía era capaz de sentir la mano de su madre bien aferrada en su teta. Si estuviera en su cuerpo, nada más llegar a cama se haría una paja igual de gloriosa.

—¿Estás mejor? —ella asintió con la cabeza porque no podía hablar— Ya estás limpia. Es algo tarde, mejor que descanses, vas a sentirte derrotada. Mañana me comentas.

Volvió a asentir en absoluto silencio, con el pene manteniéndose duro y rojo con leves manchas blancas en su punta. Julen llegó a la puerta, admirando su obra y colocando una mano entre sus piernas para apretar su sexo. Era como darle a un botón que pudiera expulsar un poco de placer y eso, le gustaba.

—Nos vemos mañana.

—Sí… —Ainara en su mente abotargada por el cansancio y el extremo placer, en un momento tan… extraño, no se le ocurrió otra cosa que dedicarle las siguientes palabras— Gracias, cariño, y… Te quiero.

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