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Intercambio de Cuerpos - Capítulo 01
Las tardes en la universidad eran más llevaderas al salir de clase, cuando todavía el sol brillaba en el cielo y no estaba presente esa oscuridad con el leve resplandor de unas pocas estrellas. Más que otra cosa, era algo psicológico, no obstante, para Julen, salir con las farolas brillando igual que hogueras, le daba un bajón tremendo.
Por suerte, el invierno ya había pasado y los exámenes estaban solventados, con poco éxito, pero, al fin y al cabo, solventados. Transcurría esa bonita época en la que el calor empezaba a poblar las aceras y los futuros exámenes todavía se veían lejanos. Una maravilla para cualquier estudiante.
Llegó a casa con una sonrisa de oreja a oreja, esperando disfrutar de unas vacaciones de Semana Santa que se antojaban muy prometedoras, sobre todo, si podía dormir algún día en casa de su novia. Aquello sí que sería una delicia. Sin embargo, cuando pasó el umbral de la puerta, escuchó los primeros gritos.
—¡Dime que no es verdad!
Era la voz de Ainara, que berreaba desde el interior de su habitación. Antes de que Julen comprobara lo que ocurría, supo que el destinatario de las palabras de su madre, no era otro que su padre.
—¡Justo en las vacaciones! No podías ser más inoportuno. Mira que tenemos pocos días libres para coincidir juntos y te vas ahora.
Julen se acercó temeroso, su madre era bajita y parecía poca cosa, pero cuando se enfadaba, se volvía un basilisco. Metió la cabeza con cuidado por el marco de la puerta, observando a su padre con una maleta, a la par que su madre, casi se le montaba en la espalda.
—Ainara, salió así. Ya te avisé que quería ir a ver un partido. —desde la puerta, podía sentir el pánico de su padre, que ni siquiera se daba la vuelta para mirar el rostro de su mujer.
—¡Pero no en la puta Semana Santa! Mira que hay partidos en un año y te vas en estas fechas. De verdad, eres de lo que no hay. —hizo un sonido de rabia que Julen no pudo entender y añadió— ¡No puedo contigo!
La cabeza de Ainara se giró, provocando que su pelo moreno bailara de un lado a otro. La mujer sintió la presencia de alguien más en la casa, ni más ni menos, que la de su hijo, el cual asomaba la cabeza por la puerta para curiosear.
—¿¡Tú, qué!? —Julen pudo sentir que, de los ojos que recubrían aquellas gafas, brotaban chispas al igual que de un cable pelado— ¿¡También te vas a ir por ahí para abandonar a tu madre!?
—No, no… Yo solo pasaba a saludar y a comentar que he llegado. —se arrepintió de sus movimientos, la idea de ir a ver que sucedía no fue la mejor.
—Pues ya lo has dicho. ¡Ale, puerta!
Aquello era una sentencia, cuando su madre se enfadaba no había nada más que decir, por lo que, con su mochila a cuestas, Julen se metió en su cuarto. Cerró la puerta, tumbándose en la cama y hablando con su novia para no tener que escuchar las quejas de su madre.
De la boca de su padre no debía salir ni una palabra, porque en su cuarto, que se encontraba pared con pared, el único tono de voz que se escuchaba era el de Ainara. Cuando eso sucedía, era un síntoma claro de que no quería liarla más, estaría con las orejas agachadas y aguantando el rapapolvo hasta poder marchar.
Al de un rato, el silencio se hizo en la habitación de al lado y después de dos golpes en la puerta, Gorka apareció en el cuarto de su hijo. Pese a la bronca de su mujer, tenía una sonrisa de oreja a oreja que no se le podía borrar. Julen era muy consciente de que cuando volviera, no sonreiría en mucho tiempo por el enfado que todavía conservaría su madre. Ainara se guardaba las cosas para expulsarlas cuando fuera necesario. Era una experta en ese arte.
—¿Te vas? —preguntó el joven contemplando la maleta que tenía a su lado.
—Sí, voy con los amigos a Barcelona a ver al Athletic. —introdujo un poco la cabeza después de mirar alrededor— Alláname un poco el camino para cuando vuelva, por favor. Tu madre está de un humor de perros… o quizá peor.
—Haré lo que pueda. —no confiaba en lograr nada. Es más, lo que más le apetecía en ese momento era ir con él y no sufrir la ira de Ainara durante los días que estuvieran solos— Eso sí… No te aseguro nada. ¿Cuándo vuelves?
—El partido es mañana a la tarde, luego saldremos por allí y para el domingo espero estar aquí… Ojalá fuera el lunes, pero como haga eso… tu madre me los corta. —Julen no pudo evitar reírse. Una exageración o… tal vez no.
—¡Suerte…! —escuchó un paso y ambos se callaron, pero no era en su casa, sino en el piso de arriba. Estaban a salvo— A ver si le das un poco de suerte al equipo y traes los tres puntos. Si convenzo a mamá, igual lo veamos en la sala. Dime dónde vas a estar, sácame una foto de la zona o así.
—Sí, sí, ya te mandaré cuando esté en el campo. —miró otra vez por si venía su mujer, pero estaría en la sala, sentada en el sofá y echando humo por las orejas— Bueno, hijo. Voy a marchar que me esperan… —movió la cabeza sabiendo que con su chaval no eran necesarias las excusas— ¡Bah…! Todavía no me están esperando, aunque prefiero estar abajo que aquí con tu madre en modo ogro.
—Vale, vale… —aguantó la risa— Cuando llegues avisa a mamá que si no se va a enfadar más.
—¿¡Más!?
—Sabes que sí. —una mirada cómplice que lo decía todo, eran iguales y conocían muy bien a la única mujer de la casa.
—Pásalo bien, Julen. Si puedo te traigo una camiseta o una bufanda del Espanyol, no sé… algo, ya veré. —acabó despidiéndose con una mano.
—Gracias, papá. —antes de que se fuera, añadió en tono bajo— Trae algo también para mamá, por si mis palabras no valen para calmarla.
Alzó el dedo pulgar y Julen escuchó una fría despedida en la sala. Ainara muchas veces se pasaba con sus enfados, más dignos de una niña pequeña y caprichosa que de una madre con un hijo en la universidad. Pero así era y también lo fue en el pasado, los dos hombres sabían que, por mucho que pasase el tiempo, no iba a cambiar.
El silencio se hizo uno con la casa, Ainara estaba encolerizada en la sala, oteando la televisión sin llegar a estar viendo nada. Le daba vueltas a lo bobo que era su marido, a los pocos días de vacaciones que tenían juntos y que, justo, se fuera a ver el dichoso futbol cuando los dos coincidían.
—¡Qué tío más tonto…! —susurró con rabia a la par que buscaba una película en una de las aplicaciones que tenía en la televisión.
—Mamá. —Ainara se dio la vuelta sobresaltada.
—¡Joder! —se llevó una mano encima de los pechos para calmarlos y puso su cara de enojo— ¿¡No sabes avisar!? ¿Qué quieres tú ahora?
—Se ve que estás de buen humor… —no era el momento para la acidez, mejor continuar rápido para que la ira no cayera sobre él— Me gustaría cenar.
—Pues tienes una edad para hacerte solito la cena, que no soy la sirvienta de nadie. —lo que sí que sabía el chico era gastar clínex sin parar. Ainara lo pensó, no osaría decir algo como aquello, aunque estuvo cerca de que las palabras llegaran a sus labios.
—Pediré algo. —su madre no dijo nada, pero Julen la conocía muy bien, por el estómago se la podía conquistar. Esperó el tiempo exacto y preguntó— ¿Quieres algo?
Torció el rostro, quedando con sus ojos oliváceos directos a la televisión, donde únicamente había una pantalla con varias opciones de diferentes películas. Quería seguir enfadada, pero la idea de cenar algo de comida basura la alegraba demasiado.
—No quieres entonces. —Julen conocía exactamente cuáles eran los puntos débiles de su madre y dio un paso hacia atrás con la intención de fingir la retirada.
—Sí… —fue apenas un susurro y el joven meditó sobre si, en verdad, su madre no tenía doble personalidad. Madre responsable y niña caprichosa. Seguramente que sí— Pídeme una pizza…, por favor… —acabó diciendo con la boca pequeña.
—¿Invitas tú?
—Pues seguro que tú no lo vas a hacer porque la tarjeta que está metida es la… —levantó una ceja, poniendo un rostro algo más maligno y Julen, intuyó lo que proseguía— Tranquilo, paga tu padre.
****
La cena llegó rápido y los dos se juntaron para devorar la comida en la cocina. No es que hubiera mucha conversación, Ainara tenía la cabeza centrada en el enfado y Julen, degustando su hamburguesa con extra de queso, oteando su móvil cada dos por tres.
—Dichosa juventud —saltó Ainara mirando las noticias, aunque se refería a su hijo—, da igual lo que comas que sigues igual de delgado.
—Tampoco es que tú te prives… —la pizza mediana estaba por terminarse, Ainara no pareció reaccionar.
—A mí todo se me acumula. Primero en la tripa, luego en el culo y, por último, en las tetas. Maldita edad, todo para abajo. —Julen apenas se inmutó y supuso que sería así.
La mujer se levantó de su silla para coger una servilleta, la pizza estaba demasiado grasienta y dejaba en mal lugar aquellas uñas recién cortadas y arregladas. Julen no pudo evitarlo, por mera curiosidad o afán informativo, miró el trasero de su madre para corroborar aquellas palabras. No tenía mucho mejor que hacer…
Era cierto, tenía el culo algo más grande de lo que recordaba. Aunque tampoco es que se lo mirase mucho, por no decir, nada, sin embargo, sí que podía apreciar una variación. En una rápida meditación, no lo vio mal para su edad. Era grueso, aunque no desproporcionado para su cuerpo y menos, para las fuertes piernas que lo sostenían. Tal vez, los adultos lo vieran apetecible, aunque… poco le importaba eso.
—¿Quieres ver eso?
Julen echó la cabeza hacia atrás, temiendo por le hubiera pillado su indiscreta mirada y el corazón le dio un vuelco. Menos mal…, no era así, el dedo de la mujer señalaba la televisión donde un señor estaba hablando.
El joven echó un vistazo a la pantalla, más que nada por seguir el dedo de su madre, aunque prefería lo que le ofrecía el móvil. Lo que estaba puesto era el informativo nocturno, avisando de que, esa misma noche, sería visible una lluvia de estrellas en el norte del país. Jamás había visto una y quizá, si perdía esa oportunidad, nunca más la vería, por lo que sería un buen plan, mucho mejor que quedarse en casa y no hacer nada.
—Bien. —alzó los hombros a la par que miraba a su madre.
—¿¡Cómo!? —Ainara se dio la vuelta y su pelo saltó de un lado a otro— ¿Sí que la quieres ver? ¡Vaya…! Lo había dicho por decir. No me esperaba que me dijeras que sí. —se limpió las manos con la servilleta y miró el pijama que llevaba— Qué pereza me está dando ahora… No sé para qué digo nada.
—¡Mamá, no me jodas…! ¡Lo has dicho tú! Ahora no te puede dar pereza.
La mujer levantó una ceja por el lenguaje malsonante de su hijo. Pero no dijo nada, porque en muchas ocasiones, ella misma no era un buen ejemplo.
Reflexionó apoyada en la encimera de la cocina, sintiendo el frío del mármol pasando la tela de su pijama y no lo vio como una mala idea. Simplemente, lo dijo por comentar, por seguir conversando con su hijo con el que tanto le costaba interactuar, aun así… el plan no era malo… por lo que, ¡adelante!
Además, lo mejor de todo sería olvidarse por un rato del bobo de su marido y lo sola que estaría durante las vacaciones. “¡Dios, cuanto le odio!”, le decía esa cabeza suya que anhelaba volver a gritarle.
—¡Qué cojones! —“¡Esa lengua!”, recriminó su propia mente— ¡Venga, vístete y vamos!
Animados por un plan novedoso, se prepararon y bajaron al coche. Ainara se puso al volante del nuevo KIA que adquirieron el año anterior y que todavía conservaba ese olor a nuevo que tanto la gustaba. Para ella era demasiado alto y la verdad que, como decía su propio hijo, parecía un hobbit sentada dentro de un vehículo tan espacioso.
Llegaron rápido al pequeño monte que estaba en el pueblo de al lado. No eran los únicos y aparcaron el coche al lado de otros cuatro que pertenecían a las parejas que se hallaban esperando. Antes de salir, Ainara dejó un pequeño reproche al ver cómo las personas estaban sentadas sobre toallas y mantas, ese día no estaba para nadie, todo le parecía mal.
—Te dije que trajéramos la manta. —Julen torció el rostro al oírla, porque no recordaba esas palabras.
—¡Ah…! Pues, espera…
Salió del coche a la par que su progenitora, dando la vuelta a este y abriendo el maletero. Dentro había una manta que el joven conocía bien y… también su novia.
—¿Y eso? —se arrepintió de preguntarlo, no había muchos motivos para tener una manta en el maletero del coche. Estaba claro quién la usaría y para qué.
—Nada.
Una buena respuesta para no indagar más en algo que ninguno de los dos quería hablar. El coche también lo utilizaba Julen y Ainara, pudo evadir el pensamiento sobre todas las cosas que haría su hijo con Nerea bajo la manta. “¡Qué asco!”.
Sentados sobre la… amorosa manta… Pasaron un rato mirando al cielo, y esperaron con paciencia (por parte de Ainara… no mucha), a que aparecieran las primeras estrellas fugaces.
—Esto… tarda… — Ainara se quejó en un susurro, masajeándose el cuello de tanto otear el firmamento.
—En algún momento aparecerán. —Julen vio un momento propicio para hablar sobre lo que le comentó su padre. Allí, con las otras parejas cerca, no le gritaría— Mamá, antes, en casa. Igual te has pasado un poco con papá, ¿no crees?
—¿¡Cómo!? —su boca dibujó un círculo de sorpresa y las demás personas se giraron. Julen hizo un gesto rápido para que rebajase el tono— ¿¡Me estás diciendo que me he pasado!? ¡Lo que faltaba! —negó con la cabeza de manera rotunda— Para una vez que estamos los dos libres y se larga con sus amigotes al otro lado del país. ¿¡Y yo soy la que me he pasado!? ¡Anda, Julen!
—Mamá, por favor, no grites, que nos va a oír todo el mundo. —la poca vergüenza de la madre contrastaba con la del hijo.
—Todo el mundo no, que aquí solo estamos cuatro gatos pasando frío. —la idea que brotó de su propia cabeza, cada vez le parecía más pésima— De verdad, los hombres os apoyáis siempre, aunque no tengáis la razón. O sea que, además de dejarme sola en vacaciones, en los pocos días que podemos coincidir, la que se pasa diciéndole las cosas soy yo, ¿no?
—Yo solo digo… —no sabía por dónde tirar, Gorka le había metido en un buen embolado— que igual, también él se merece de vez en cuando estar con los amigos.
—¿¡Y quién dice que no!? —Julen se dio cuenta de que, por detrás, alguien les miraba y le hizo otro gesto a su madre. Esta vez, Ainara bajó el volumen— Que se vaya si quiere, pero otro fin de semana, ¡cualquiera! No este. Sabía de sobra que librábamos los dos y… —negó con la cabeza— déjalo, chico. Es que es imposible… no lo entendéis.
—No lo sé… —no sabía que tenía que comprender.
—Son muy pocas las veces que yo puedo salir y… al final, con tu padre me lo paso de cine. Sin más, hijo, cosas de pareja. De adultos. —suspiró con ganas, colocándose mejor las gafas y terminó por añadir— No sé si será porque soy la única mujer o qué, pero me da la sensación de estar bastante incomprendida en la casa. Cambié mi pueblo por este, dejé todo atrás y… ¡Bah! Da lo mismo.
Julen se mantuvo en silencio, por primera vez, tratando de ver el interior de su madre y saber lo que pensaba. Pero tras sus gafas de pasta gorda, no veía más que los mismos ojos oliváceos de siempre.
—¡Mira! —saltó de pronto Ainara sacándole de su meditación.
El joven recorrió la corta longitud del brazo de su progenitora, que apuntaba con el dedo al cielo, donde las primeras estrellas fugaces se podían contemplar con nitidez. Estas empezaron a caer rápidas y con fuerza, dibujando luces intensas en el cielo.
Pocas veces había visto algo tan bonito y, por mero instinto, sintiendo que era un instante muy adecuado, rodeó a su madre por el hombro, proporcionándole un calor que, sin saber por qué, sabía que necesitaba.
Ella se dio cuenta, aunque no giró la cabeza para contemplar a su pequeño, sino que siguió con la vista fija en tal precioso momento que iluminaba el cielo a cada estrella que caía del firmamento.
Trató de mover el trasero y arrimarse un poco a su hijo, querer sentirle cerca cómo pocas veces lo hacía. No era igual a cuando era pequeño, que siempre estaba pegado a su trasero, literalmente. Durante la adolescencia se habían alejado, algo que parecía ser lo habitual, aunque Gorka y Julen, mantuvieron la química. “¿Tal vez por qué son chicos?”, no lo sabía.
Sin dejar de mirar al cielo, recordó a su difunta madre y tuvo que sonreír. Siempre fue muy supersticiosa y Ainara, llegó a odiar los rezos nocturnos, pero ahora la imaginaba nítidamente como si la tuviera al lado. En semejante ocasión, sabía que la hubiera apremiado diciéndola: “¡Corre, pide un deseo!”.
Ni se le pasó por la cabeza despreciar un recuerdo tan bello. Sonrió tontamente, de pura felicidad, simplemente estando allí sentada junto a su hijo y rememorando tiempos pasados, más sencillos, más tiernos… Necesitaba poco para ser feliz.
Su mente le dijo que lo hiciera, que pidiera el deseo en un momento tan mágico como el que estaba viviendo. Arropada por su hijo mientras las estrellas teñían el cielo con leves resplandores blancos. No se le borraba la sonrisa y, pese a que movió los labios, no emitió ningún sonido. Las palabras se quedaron en su alma, repiqueteando con fuerza para dirigirse a donde tuvieran marcado su destino.
“Desearía que te pusieras en mi lugar, hijo. Y que, al menos, tú me comprendieras”.
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Intercambio de Cuerpos - Capítulo 01
Las tardes en la universidad eran más llevaderas al salir de clase, cuando todavía el sol brillaba en el cielo y no estaba presente esa oscuridad con el leve resplandor de unas pocas estrellas. Más que otra cosa, era algo psicológico, no obstante, para Julen, salir con las farolas brillando igual que hogueras, le daba un bajón tremendo.
Por suerte, el invierno ya había pasado y los exámenes estaban solventados, con poco éxito, pero, al fin y al cabo, solventados. Transcurría esa bonita época en la que el calor empezaba a poblar las aceras y los futuros exámenes todavía se veían lejanos. Una maravilla para cualquier estudiante.
Llegó a casa con una sonrisa de oreja a oreja, esperando disfrutar de unas vacaciones de Semana Santa que se antojaban muy prometedoras, sobre todo, si podía dormir algún día en casa de su novia. Aquello sí que sería una delicia. Sin embargo, cuando pasó el umbral de la puerta, escuchó los primeros gritos.
—¡Dime que no es verdad!
Era la voz de Ainara, que berreaba desde el interior de su habitación. Antes de que Julen comprobara lo que ocurría, supo que el destinatario de las palabras de su madre, no era otro que su padre.
—¡Justo en las vacaciones! No podías ser más inoportuno. Mira que tenemos pocos días libres para coincidir juntos y te vas ahora.
Julen se acercó temeroso, su madre era bajita y parecía poca cosa, pero cuando se enfadaba, se volvía un basilisco. Metió la cabeza con cuidado por el marco de la puerta, observando a su padre con una maleta, a la par que su madre, casi se le montaba en la espalda.
—Ainara, salió así. Ya te avisé que quería ir a ver un partido. —desde la puerta, podía sentir el pánico de su padre, que ni siquiera se daba la vuelta para mirar el rostro de su mujer.
—¡Pero no en la puta Semana Santa! Mira que hay partidos en un año y te vas en estas fechas. De verdad, eres de lo que no hay. —hizo un sonido de rabia que Julen no pudo entender y añadió— ¡No puedo contigo!
La cabeza de Ainara se giró, provocando que su pelo moreno bailara de un lado a otro. La mujer sintió la presencia de alguien más en la casa, ni más ni menos, que la de su hijo, el cual asomaba la cabeza por la puerta para curiosear.
—¿¡Tú, qué!? —Julen pudo sentir que, de los ojos que recubrían aquellas gafas, brotaban chispas al igual que de un cable pelado— ¿¡También te vas a ir por ahí para abandonar a tu madre!?
—No, no… Yo solo pasaba a saludar y a comentar que he llegado. —se arrepintió de sus movimientos, la idea de ir a ver que sucedía no fue la mejor.
—Pues ya lo has dicho. ¡Ale, puerta!
Aquello era una sentencia, cuando su madre se enfadaba no había nada más que decir, por lo que, con su mochila a cuestas, Julen se metió en su cuarto. Cerró la puerta, tumbándose en la cama y hablando con su novia para no tener que escuchar las quejas de su madre.
De la boca de su padre no debía salir ni una palabra, porque en su cuarto, que se encontraba pared con pared, el único tono de voz que se escuchaba era el de Ainara. Cuando eso sucedía, era un síntoma claro de que no quería liarla más, estaría con las orejas agachadas y aguantando el rapapolvo hasta poder marchar.
Al de un rato, el silencio se hizo en la habitación de al lado y después de dos golpes en la puerta, Gorka apareció en el cuarto de su hijo. Pese a la bronca de su mujer, tenía una sonrisa de oreja a oreja que no se le podía borrar. Julen era muy consciente de que cuando volviera, no sonreiría en mucho tiempo por el enfado que todavía conservaría su madre. Ainara se guardaba las cosas para expulsarlas cuando fuera necesario. Era una experta en ese arte.
—¿Te vas? —preguntó el joven contemplando la maleta que tenía a su lado.
—Sí, voy con los amigos a Barcelona a ver al Athletic. —introdujo un poco la cabeza después de mirar alrededor— Alláname un poco el camino para cuando vuelva, por favor. Tu madre está de un humor de perros… o quizá peor.
—Haré lo que pueda. —no confiaba en lograr nada. Es más, lo que más le apetecía en ese momento era ir con él y no sufrir la ira de Ainara durante los días que estuvieran solos— Eso sí… No te aseguro nada. ¿Cuándo vuelves?
—El partido es mañana a la tarde, luego saldremos por allí y para el domingo espero estar aquí… Ojalá fuera el lunes, pero como haga eso… tu madre me los corta. —Julen no pudo evitar reírse. Una exageración o… tal vez no.
—¡Suerte…! —escuchó un paso y ambos se callaron, pero no era en su casa, sino en el piso de arriba. Estaban a salvo— A ver si le das un poco de suerte al equipo y traes los tres puntos. Si convenzo a mamá, igual lo veamos en la sala. Dime dónde vas a estar, sácame una foto de la zona o así.
—Sí, sí, ya te mandaré cuando esté en el campo. —miró otra vez por si venía su mujer, pero estaría en la sala, sentada en el sofá y echando humo por las orejas— Bueno, hijo. Voy a marchar que me esperan… —movió la cabeza sabiendo que con su chaval no eran necesarias las excusas— ¡Bah…! Todavía no me están esperando, aunque prefiero estar abajo que aquí con tu madre en modo ogro.
—Vale, vale… —aguantó la risa— Cuando llegues avisa a mamá que si no se va a enfadar más.
—¿¡Más!?
—Sabes que sí. —una mirada cómplice que lo decía todo, eran iguales y conocían muy bien a la única mujer de la casa.
—Pásalo bien, Julen. Si puedo te traigo una camiseta o una bufanda del Espanyol, no sé… algo, ya veré. —acabó despidiéndose con una mano.
—Gracias, papá. —antes de que se fuera, añadió en tono bajo— Trae algo también para mamá, por si mis palabras no valen para calmarla.
Alzó el dedo pulgar y Julen escuchó una fría despedida en la sala. Ainara muchas veces se pasaba con sus enfados, más dignos de una niña pequeña y caprichosa que de una madre con un hijo en la universidad. Pero así era y también lo fue en el pasado, los dos hombres sabían que, por mucho que pasase el tiempo, no iba a cambiar.
El silencio se hizo uno con la casa, Ainara estaba encolerizada en la sala, oteando la televisión sin llegar a estar viendo nada. Le daba vueltas a lo bobo que era su marido, a los pocos días de vacaciones que tenían juntos y que, justo, se fuera a ver el dichoso futbol cuando los dos coincidían.
—¡Qué tío más tonto…! —susurró con rabia a la par que buscaba una película en una de las aplicaciones que tenía en la televisión.
—Mamá. —Ainara se dio la vuelta sobresaltada.
—¡Joder! —se llevó una mano encima de los pechos para calmarlos y puso su cara de enojo— ¿¡No sabes avisar!? ¿Qué quieres tú ahora?
—Se ve que estás de buen humor… —no era el momento para la acidez, mejor continuar rápido para que la ira no cayera sobre él— Me gustaría cenar.
—Pues tienes una edad para hacerte solito la cena, que no soy la sirvienta de nadie. —lo que sí que sabía el chico era gastar clínex sin parar. Ainara lo pensó, no osaría decir algo como aquello, aunque estuvo cerca de que las palabras llegaran a sus labios.
—Pediré algo. —su madre no dijo nada, pero Julen la conocía muy bien, por el estómago se la podía conquistar. Esperó el tiempo exacto y preguntó— ¿Quieres algo?
Torció el rostro, quedando con sus ojos oliváceos directos a la televisión, donde únicamente había una pantalla con varias opciones de diferentes películas. Quería seguir enfadada, pero la idea de cenar algo de comida basura la alegraba demasiado.
—No quieres entonces. —Julen conocía exactamente cuáles eran los puntos débiles de su madre y dio un paso hacia atrás con la intención de fingir la retirada.
—Sí… —fue apenas un susurro y el joven meditó sobre si, en verdad, su madre no tenía doble personalidad. Madre responsable y niña caprichosa. Seguramente que sí— Pídeme una pizza…, por favor… —acabó diciendo con la boca pequeña.
—¿Invitas tú?
—Pues seguro que tú no lo vas a hacer porque la tarjeta que está metida es la… —levantó una ceja, poniendo un rostro algo más maligno y Julen, intuyó lo que proseguía— Tranquilo, paga tu padre.
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La cena llegó rápido y los dos se juntaron para devorar la comida en la cocina. No es que hubiera mucha conversación, Ainara tenía la cabeza centrada en el enfado y Julen, degustando su hamburguesa con extra de queso, oteando su móvil cada dos por tres.
—Dichosa juventud —saltó Ainara mirando las noticias, aunque se refería a su hijo—, da igual lo que comas que sigues igual de delgado.
—Tampoco es que tú te prives… —la pizza mediana estaba por terminarse, Ainara no pareció reaccionar.
—A mí todo se me acumula. Primero en la tripa, luego en el culo y, por último, en las tetas. Maldita edad, todo para abajo. —Julen apenas se inmutó y supuso que sería así.
La mujer se levantó de su silla para coger una servilleta, la pizza estaba demasiado grasienta y dejaba en mal lugar aquellas uñas recién cortadas y arregladas. Julen no pudo evitarlo, por mera curiosidad o afán informativo, miró el trasero de su madre para corroborar aquellas palabras. No tenía mucho mejor que hacer…
Era cierto, tenía el culo algo más grande de lo que recordaba. Aunque tampoco es que se lo mirase mucho, por no decir, nada, sin embargo, sí que podía apreciar una variación. En una rápida meditación, no lo vio mal para su edad. Era grueso, aunque no desproporcionado para su cuerpo y menos, para las fuertes piernas que lo sostenían. Tal vez, los adultos lo vieran apetecible, aunque… poco le importaba eso.
—¿Quieres ver eso?
Julen echó la cabeza hacia atrás, temiendo por le hubiera pillado su indiscreta mirada y el corazón le dio un vuelco. Menos mal…, no era así, el dedo de la mujer señalaba la televisión donde un señor estaba hablando.
El joven echó un vistazo a la pantalla, más que nada por seguir el dedo de su madre, aunque prefería lo que le ofrecía el móvil. Lo que estaba puesto era el informativo nocturno, avisando de que, esa misma noche, sería visible una lluvia de estrellas en el norte del país. Jamás había visto una y quizá, si perdía esa oportunidad, nunca más la vería, por lo que sería un buen plan, mucho mejor que quedarse en casa y no hacer nada.
—Bien. —alzó los hombros a la par que miraba a su madre.
—¿¡Cómo!? —Ainara se dio la vuelta y su pelo saltó de un lado a otro— ¿Sí que la quieres ver? ¡Vaya…! Lo había dicho por decir. No me esperaba que me dijeras que sí. —se limpió las manos con la servilleta y miró el pijama que llevaba— Qué pereza me está dando ahora… No sé para qué digo nada.
—¡Mamá, no me jodas…! ¡Lo has dicho tú! Ahora no te puede dar pereza.
La mujer levantó una ceja por el lenguaje malsonante de su hijo. Pero no dijo nada, porque en muchas ocasiones, ella misma no era un buen ejemplo.
Reflexionó apoyada en la encimera de la cocina, sintiendo el frío del mármol pasando la tela de su pijama y no lo vio como una mala idea. Simplemente, lo dijo por comentar, por seguir conversando con su hijo con el que tanto le costaba interactuar, aun así… el plan no era malo… por lo que, ¡adelante!
Además, lo mejor de todo sería olvidarse por un rato del bobo de su marido y lo sola que estaría durante las vacaciones. “¡Dios, cuanto le odio!”, le decía esa cabeza suya que anhelaba volver a gritarle.
—¡Qué cojones! —“¡Esa lengua!”, recriminó su propia mente— ¡Venga, vístete y vamos!
Animados por un plan novedoso, se prepararon y bajaron al coche. Ainara se puso al volante del nuevo KIA que adquirieron el año anterior y que todavía conservaba ese olor a nuevo que tanto la gustaba. Para ella era demasiado alto y la verdad que, como decía su propio hijo, parecía un hobbit sentada dentro de un vehículo tan espacioso.
Llegaron rápido al pequeño monte que estaba en el pueblo de al lado. No eran los únicos y aparcaron el coche al lado de otros cuatro que pertenecían a las parejas que se hallaban esperando. Antes de salir, Ainara dejó un pequeño reproche al ver cómo las personas estaban sentadas sobre toallas y mantas, ese día no estaba para nadie, todo le parecía mal.
—Te dije que trajéramos la manta. —Julen torció el rostro al oírla, porque no recordaba esas palabras.
—¡Ah…! Pues, espera…
Salió del coche a la par que su progenitora, dando la vuelta a este y abriendo el maletero. Dentro había una manta que el joven conocía bien y… también su novia.
—¿Y eso? —se arrepintió de preguntarlo, no había muchos motivos para tener una manta en el maletero del coche. Estaba claro quién la usaría y para qué.
—Nada.
Una buena respuesta para no indagar más en algo que ninguno de los dos quería hablar. El coche también lo utilizaba Julen y Ainara, pudo evadir el pensamiento sobre todas las cosas que haría su hijo con Nerea bajo la manta. “¡Qué asco!”.
Sentados sobre la… amorosa manta… Pasaron un rato mirando al cielo, y esperaron con paciencia (por parte de Ainara… no mucha), a que aparecieran las primeras estrellas fugaces.
—Esto… tarda… — Ainara se quejó en un susurro, masajeándose el cuello de tanto otear el firmamento.
—En algún momento aparecerán. —Julen vio un momento propicio para hablar sobre lo que le comentó su padre. Allí, con las otras parejas cerca, no le gritaría— Mamá, antes, en casa. Igual te has pasado un poco con papá, ¿no crees?
—¿¡Cómo!? —su boca dibujó un círculo de sorpresa y las demás personas se giraron. Julen hizo un gesto rápido para que rebajase el tono— ¿¡Me estás diciendo que me he pasado!? ¡Lo que faltaba! —negó con la cabeza de manera rotunda— Para una vez que estamos los dos libres y se larga con sus amigotes al otro lado del país. ¿¡Y yo soy la que me he pasado!? ¡Anda, Julen!
—Mamá, por favor, no grites, que nos va a oír todo el mundo. —la poca vergüenza de la madre contrastaba con la del hijo.
—Todo el mundo no, que aquí solo estamos cuatro gatos pasando frío. —la idea que brotó de su propia cabeza, cada vez le parecía más pésima— De verdad, los hombres os apoyáis siempre, aunque no tengáis la razón. O sea que, además de dejarme sola en vacaciones, en los pocos días que podemos coincidir, la que se pasa diciéndole las cosas soy yo, ¿no?
—Yo solo digo… —no sabía por dónde tirar, Gorka le había metido en un buen embolado— que igual, también él se merece de vez en cuando estar con los amigos.
—¿¡Y quién dice que no!? —Julen se dio cuenta de que, por detrás, alguien les miraba y le hizo otro gesto a su madre. Esta vez, Ainara bajó el volumen— Que se vaya si quiere, pero otro fin de semana, ¡cualquiera! No este. Sabía de sobra que librábamos los dos y… —negó con la cabeza— déjalo, chico. Es que es imposible… no lo entendéis.
—No lo sé… —no sabía que tenía que comprender.
—Son muy pocas las veces que yo puedo salir y… al final, con tu padre me lo paso de cine. Sin más, hijo, cosas de pareja. De adultos. —suspiró con ganas, colocándose mejor las gafas y terminó por añadir— No sé si será porque soy la única mujer o qué, pero me da la sensación de estar bastante incomprendida en la casa. Cambié mi pueblo por este, dejé todo atrás y… ¡Bah! Da lo mismo.
Julen se mantuvo en silencio, por primera vez, tratando de ver el interior de su madre y saber lo que pensaba. Pero tras sus gafas de pasta gorda, no veía más que los mismos ojos oliváceos de siempre.
—¡Mira! —saltó de pronto Ainara sacándole de su meditación.
El joven recorrió la corta longitud del brazo de su progenitora, que apuntaba con el dedo al cielo, donde las primeras estrellas fugaces se podían contemplar con nitidez. Estas empezaron a caer rápidas y con fuerza, dibujando luces intensas en el cielo.
Pocas veces había visto algo tan bonito y, por mero instinto, sintiendo que era un instante muy adecuado, rodeó a su madre por el hombro, proporcionándole un calor que, sin saber por qué, sabía que necesitaba.
Ella se dio cuenta, aunque no giró la cabeza para contemplar a su pequeño, sino que siguió con la vista fija en tal precioso momento que iluminaba el cielo a cada estrella que caía del firmamento.
Trató de mover el trasero y arrimarse un poco a su hijo, querer sentirle cerca cómo pocas veces lo hacía. No era igual a cuando era pequeño, que siempre estaba pegado a su trasero, literalmente. Durante la adolescencia se habían alejado, algo que parecía ser lo habitual, aunque Gorka y Julen, mantuvieron la química. “¿Tal vez por qué son chicos?”, no lo sabía.
Sin dejar de mirar al cielo, recordó a su difunta madre y tuvo que sonreír. Siempre fue muy supersticiosa y Ainara, llegó a odiar los rezos nocturnos, pero ahora la imaginaba nítidamente como si la tuviera al lado. En semejante ocasión, sabía que la hubiera apremiado diciéndola: “¡Corre, pide un deseo!”.
Ni se le pasó por la cabeza despreciar un recuerdo tan bello. Sonrió tontamente, de pura felicidad, simplemente estando allí sentada junto a su hijo y rememorando tiempos pasados, más sencillos, más tiernos… Necesitaba poco para ser feliz.
Su mente le dijo que lo hiciera, que pidiera el deseo en un momento tan mágico como el que estaba viviendo. Arropada por su hijo mientras las estrellas teñían el cielo con leves resplandores blancos. No se le borraba la sonrisa y, pese a que movió los labios, no emitió ningún sonido. Las palabras se quedaron en su alma, repiqueteando con fuerza para dirigirse a donde tuvieran marcado su destino.
“Desearía que te pusieras en mi lugar, hijo. Y que, al menos, tú me comprendieras”.
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