Impiadosamente

roman74

Pajillero
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Cuándo comenzó mi pasión por las piernas femeninas? Posiblemente desde mi niñez más temprana. ¿Dónde?En mi casa, en el ******, donde solÃ*amos ver televisión con mi madre después de cenar. Mi madre se acostaba en el sofá, de costado, con los pies hacia mÃ*. Bueno, siempre que hacÃ*a frÃ*o se tapaba con una manta y sus pies quedaban en mi regazo. Me encantaba acariciarlos, y asÃ* nos quedábamos horas y horas. Esa escena se repetÃ*a casi todas las noches. Yo tomaba sus pies en mis manos, y acariciaba los tobillos, las pantorrillas, y a veces los muslos.
Mi madre solÃ*a quedarse dormida, y yo continuaba con mis caricias, que me excitaban mucho, siempre atento por si se despertaba. Cada noche era esperada por mÃ* con gran ansiedad, y aprovechándome de su sueño mis manos subÃ*an atrevidamente por aquellas piernas que tan bien llegué a conocer. Me encantaban sus pies algo gorditos y simpáticos, siempre suaves y bien cuidados, con las uñas pintaditas… Cuando tenÃ*a puestas medias directamente yo enloquecÃ*a. No me cansaba de acariciar sus pies y sus piernas, desde la punta de los deditos hasta la rodilla y un poquito más arriba. Cientos de veces hice lo mismo, cada noche. A veces yo notaba que mi madre se relajaba mucho, y yo me atrevÃ*a a subir las manos más allá de lo que un hijo deberÃ*a hacerlo. Mi madre a veces se incomodaba un poco, y otras se relajaba y se abandonaba a mis caricias, dejándose hacer, pareciendo estar dormida. Con el paso del tiempo yo estaba atento a las compras de medias de mi madre, cuáles llevaba puestas, cuáles se les estropeaban y corrÃ*an, y dónde las guardaba. En uno de sus cajones de lencerÃ*a descubrÃ* un par de medias con costura que nunca llegué a vérselas puestas. Esas medias hacÃ*an que mi imaginación volara.
Las medias de mujer es un gusto que no he perdido y aún me encantan, son en mi opinión las prendas más eróticas que existen. Ver unas piernas bonitas envueltas en el nylon tan fino me enloquece. ¿Será cierto que muchas mujeres no conocen ese poder de seducción al que tan fácil pueden acceder, que obviamente se disuelve cuando se ponen pantalones?¿Acaso hay un afrodisÃ*aco mayor o más eficiente que unas lindas piernas cubiertas de medias negras de nylon, un vestido con falda corta y unas sandalias con tacos? Bueno, los meses pasaban, y si bien todo lo sexual existÃ*a únicamente en mi mundo imaginario y fantástico, nuestra relación incluÃ*a esas sesiones nocturnas con el significado que cada uno de los dos les quisieran dar a las mismas. Mis caricias se fueron haciendo cada vez más audaces. Alg ellos, en los huequitos entre ellos. Era una delicia, me producÃ*a una erección permanente que sólo podÃ*a descargarse luego en el baño con una masturbación furiosa. A veces pienso que ella se daba cuenta de lo que yo hacÃ*a, pero nunca me dijo nada, tal vez por vergüenza, tal vez porque también lo estaba disfrutando. Una noche ella se echó en el sofá llevando solamente una bata ligera, ya que era verano. Puso sus pies encima justo de mi sexo. Empecé a acariciarlos como siempre, y ella respondió moviéndolos suavemente como disfrutando o buscando la posición más cómoda para ella. Al acariciarle los pies ejercÃ* una leve presión que se transmitÃ*a a mi sexo, es decir, me masturbaba con los pies de mi madre. A mÃ* me parecÃ*a imposible que no se diera cuenta, tenÃ*a sus pies encima de mi sexo y mis testÃ*culos, sólo separados por la tela de mi pijama. ¡Cómo me hubiera gustado tener un orgasmo ahÃ* mismo! Por supuesto que no me animaba, el alivio era después, sólo, masturbándome en el baño.
La noche siguiente empecé de la misma forma, y luego le acaricié las piernas, primero las pantorrillas, la rodillas, y al ver que no habÃ*a reacción los muslos. Siempre era ella la que tomaba la iniciativa, colocando sus pies sobre mi miembro. Como ya conté, cuando ella se dormÃ*a yo me acariciaba el sexo con ellos, recorrÃ*a sus pies con el capullo, disfrutando como un loco, pero siempre alerta a que se despertara. Una noche mi madre habÃ*a salido con unas amigas y al regre
sar advertÃ* que llevaba puesto un vestido negro medio ajustado que le quedaba muy bien, unas sandalias de taco alto muy finas, y medias negras como a mÃ* me gustaba.
Me dijo que no tenÃ*a ganas de acostarse todavÃ*a y que el vestido le apretaba un poco, y como la habitación estaba a oscuras, ya que sólo podÃ*a apreciarse la débil iluminación azulada del televisor encendido, se quitó el vestido y quedó en medias y con la blusa. No podÃ*a quitarle los ojos de encima, pero intenté disimular un poco. Se metió debajo de la manta a mi lado en el sofá, puso sus pies sobre mi regazo como siempre y me dijo que le dolÃ*an los muslos y que necesitaba de un buen masaje. Comencé a hacer lo que me pedÃ*a ejerciendo con mis manos una suave presión, acariciándolos, enloqueciéndome la sensación porque su piel estaba húmeda de transpiración y el nylon querÃ*a como pegarse. IncluÃ* en mis mimos las pantorrillas, los tobillos y los talones. Busqué la mejor posición para darle un masaje perfecto, y me dedicaba a un pie mientras dejaba el otro encima de mi sexo para que hiciera presión sobre los testÃ*culos. La manta se fue subiendo hasta la mitad de los muslos y me ofrecÃ*a una visión casi completa de sus piernas. Por momentos me olvidaba que era mi madre y me extralimitaba en las caricias. En un momento abrió los ojos como si hubiera despertado y me preguntó si me gustaba hacerle masajes. Le contesté que sÃ*, que muchÃ*simo, que me encantaba que llevara puestas esas medias, que me gustarÃ*a comerme sus pies tan simpáticos. SentÃ* que estaba accediendo a mi deseo y entonces acerqué el pie que tenÃ*a en la mano a mi boca y comencé a besarlo. Me hubiera gustado pasarle la lengua, y chuparlo, pero no me animé. Ella continuó mirando la televisión y durmiéndose de a ratos, mientras yo estaba viviendo la excitación sexual más grande que pudiera experimentar. Nos acomodamos un poco más juntos y comencé a acariciar sus piernas, y al poco tiempo mis manos llegaron a la cintura y al borde de las medias acaricié durante un largo rato y en un momento ella se acomodó y se puso de costado poniendo su trasero muy cerca de mÃ*. SeguÃ* con mis caricias, pero atreviéndome a subir un poco más. Luego descendÃ*a, para volver a ascender y asÃ* animarme a un centÃ*metro más. Una verdadera odisea pero simultáneamente una excitación tremenda. Al quedarse (aparentemente) dormida espié bajo su falta y advertÃ* que no llevaba puesta la bombacha. No obstante no me animé a avanzar más, y esos juegos de miedo y placer simultáneos continuaron durante meses.
Una noche yo me quedé medio dormido, y sentÃ* sus pies moverse sobre mi sexo que permanecÃ*a como siempre erguido por horas y horas, y advertÃ* que sus movimientos desplazaban levemente la piel de mi sexo hacia arriba y hacia abajo, alternando con momentos de quietud total. Realmente me sentÃ* muy excitado pero a la vez angustiado, porque no sabÃ*a en realidad que hacer, y no querÃ*a malograr el momento. Yo estaba totalmente conciente de lo que estaba pasando, en realidad me habÃ*a despertado totalmente, pero decidÃ* que lo mejor era aparentar que dormÃ*a. Ella continuó asÃ* durante un rato y luego se levantó y se fue a su dormitorio. Yo sentÃ*a que mi sexo iba a estallar, asÃ* que cuando escuché que se cerraba la puerta me levanté y rápidamente fui al baño a masturbarme.
Poco a poco mis caricias se hicieron más atrevidas, pero siempre esperaba infructuosamente una señal, una luz verde. Pasaron los dÃ*as sin novedad, siguiendo ambos con el ritual. Una noche en vez de acostarse en el diván y apoyar sus pies en mÃ* regazo se sentó junto a mÃ*, y yo sentÃ* su pecho en mi brazo. Era muy agradable, pero yo extrañaba sobremanera sus pies y sus piernas. Nuestros próximos encuentros nocturnos fueron similares, ella sentada junto a mÃ*. AsÃ*, muy a mi pesar, seguimos un tiempo, hasta que volvió a la posición tradicional que yo tanto ansiaba. Eran tantas mis ganas que sin decirle nada y sin poder controlarme tomé en mis manos ambos pies, les di un suave masaje y comencé a besarlos por todas partes. Me preguntó si me gustaba lo que estaba haciendo y le contesté que era lo que más querÃ*a en el mundo. Continué con los besos y los combiné con caricias en sus pantorrillas y muslos. En un momen
to me detuvo y me dijo vamos a cambiarnos de ropa, a ponernos más cómodos. ¿Significaba algo eso? En ese momento no podÃ*a saberlo, asÃ* que me limité a levantarme, ir a mi cuarto y ponerme el pijama. VolvÃ* al diván y me quedé esperándola. A los pocos minutos ella volvió, llevando puesta una bata liviana, y se sentó a mi lado agarrándose de mi brazo. AsÃ* estuvimos como media hora mirando la televisión, y nos quedamos semidormidos. Una de sus manos se posó como sin querer sobre mi regazo muy próxima a mi sexo. Suavemente coloqué mi sexo bajo su mano, separados únicamente por la tela de mi pijama. Ella hizo como si se despertara y quiso incorporarse, y en el intento su mano se apoyó totalmente sobre mi sexo. Se quedó quieta y sentÃ* que la presión aflojaba. Comencé a notar que sus dedos tocaban mi sexo muy suavemente, deslizándose desde la base hasta la punta con cierto ritmo. Mi sexo parecÃ*a de acero. Súbitamente mi sexo salió del pijama y ella lo tomó con dos dedos alrededor de su base. Yo estaba inmóvil, no podÃ*a hacer nada. La bata se le habÃ*a abierto dejando ver sus hermosas piernas. Ella con una mano tocaba mi sexo y con la otra acariciaba sus senos. No pude más, hice como que me despertaba, y la tom&eacute aparentemente no pase nada, ya que siempre en realidad pasa algo, aunque eso que pasa, o pueda ser que pase, sea imperceptible en el corto plazo.
Un enemigo, no del todo pero enemigo al fin, que tampoco conocÃ*a, me dijo que "sÃ* debÃ*a preocuparme, que a veces no pasa nada absolutamente, y que en consecuencia a veces no hay cambios".
Bueno, tenÃ*a dos opiniones al menos, lo cual es mucho, o sólo dos, lo cual es casi nada, en un mundo lleno de ellas, aunque siempre ajenas, distantes e in verificables.
Todo tiene un precio. Creo que ese es el fundamento del comercio.
En realidad, lo correcto serÃ*a decir que todo tiene un precio en algún momento.
O sea que lo tiene, que lo puede dejar de tener, o que puede estar por tenerlo.
Yo asocio el concepto de comercio con las putas.
Y cuando digo putas no me estoy refiriendo no a las mujeres que ofrecen sexo a cambio de dinero, sino al ejercicio de un trabajo complejo, cuya esencia es fundamentalmente gustar de todos los hombres.
Una puta siente deseo cuando observa que un hombre le dedica una mirada. No le importa como es el hombre, si alto o bajo, gordo o flaco, rubio o morocho.
Ninguna caracterÃ*stica del hombre por desagradable que sea es obstáculo para su deseo.
Ese deseo que comienza con la primer mirada, se debe transformar rápidamente en ansia por tocarlo, envolverlo, enredarlo, por sentir su sudor, su saliva y su semen.
Debe desear envolver su sexo con la lengua, ofrecerle sus senos, su vientre, sus orificios.
Una puta de verdad, luego de la cópula, me contó hace un tiempo que una noche estando en un cabaret donde solÃ*a levantar clientes, un conocido se le acerca y al oÃ*do le informa que un amigo de él solicitaba su servicio, y se lo señala. Luego le indica que tiene que acercarse, tomarlo de la mano y guiarlo hasta el cuarto.
Ella hace caso, se acerca al hombre, le toma la mano y lo lleva hasta la habitación.
SentÃ*a la mano frÃ*a pero firme del cliente.
Cuando llegan a la pieza se da cuenta que era ciego.
Pero que como ella es una buena puta, una puta de verdad, al instante comenzó a desearlo, apagó la luz por innecesaria, y se entregó a él, descubriendo las infinitas miradas profundas que no venÃ*an de los ojos sino del alma. Unos billetes, y a otra cosa.
A volver, porque seguro habrÃ*a más, se tomó un trago para entonarse y dejar pasar. Cuando está con un cliente goza, pero al mismo tiempo siente un particular desprecio. Desprecio y regocijo.
No puedo olvidar lo que me dijo esa puta, y aunque lo haga seguramente el mensaje va a seguir rondando por ahÃ*, en mi almohada. Las putas son convocadas por solitarios, por aburridos, por pervertidos o desengañados, por curiosos o primerizos, por el consuelo inocente o la trágica venganza, o por simple placer. Pero entre sÃ* esos personajes disÃ*miles se compensan, se neutralizan entre sÃ* dentro de la puta, que los recibe a todos con deseo.
Para explicar el comercio de las putas no necesitamos argumentos estrambóticos. Ser puta es un trabajo, obvio.
Vestido negro y bombachita roja.
Una puta de verdad se reconoce a sÃ* misma en el espejo del baño de un cuarto barato.
Para una puta auténtica una despedida es sólo dar vuelta la hoja de un libro muy grande, d
el que no quiere nunca llegar al final.
Salvo cuando se cansa y se retira, y deja de ejercer, porque la putez nunca se deja de ser.
Recuerdo la primera vez que me acosté con una mujer. Con mi madre nunca pasamos de la fellatio en el sofá.
Y yo no supe o no quise o no pude modificar el ritual, asÃ* que siempre fue asÃ*, prácticamente todas las noches, durante varios años, hasta que me dijo que no querÃ*a hacerlo más, y yo, eternamente agradecido y sin sentirme con derecho alguno de p honesta. Lo mejor del sexo con las putas es lo excitante y variado que resulta. Si dices que disfrutas del sexo con la misma persona después de un par de años, eres un mentiroso o estás enfermo. De todas las perversiones sexuales, indudablemente la monogamia es la más aberrante. La mayorÃ*a de las aventuras tienen el mismo desenlace: fiebre, aburrimiento, claustrofobia. Esto explica gran parte de la tensión en nuestras vidas, pues el amor es la vana ilusión de que una mujer difiere de la otra. En cambio, en los prostÃ*bulos o en la calle siempre está presente la expectativa de no saber qué te va tocar. El problema del sexo normal es que conduce al beso, y cuando uno menos lo piensa tiene que hablar con ellas. Una vez has conocido bien a una mujer, lo último que quieres hacer es acostarte con ella. A mÃ* me gusta dar, nunca recibir; tener el poder del anfitrión, no la obligación del huésped. PodrÃ*a dejar de escribir esto, y en un rato estar atrapado en los brazos de una puta. Sé que me lo van a dar y sé que en realidad me desean. Y en diez minutos de la cópula podrÃ*a estar escribiendo de nuevo. Lo que sÃ* detesto son las aventurillas de una noche sin sentimiento, que no significan nada y en las que dices todo tipo de mentiras para meter en la cama a una mujer que no te importa.
Las peores cosas de la vida son gratis. Lo valioso parece necesitar etiquetas con el precio. ¿Cómo respetar a una mujer que no se valora a sÃ* misma? Cuando era joven creÃ*a que lo importante no era con quién querÃ*as acostarte, sino con quién te sentÃ*as cómodo. Ahora sé que eso es nada más que masturbarse. Lo que importa es con quién quieres acostarte. En algunas ocasiones, en general por inexperiencia, he engañado a las mujeres.
Luego advertÃ* que se les miente a dos personas en la vida: a tu pareja y a la policÃ*a. Para los demás, siempre la verdad.
Una parte de mÃ* disfrutaba del engaño. Algo habÃ*a de precario en el deseo por la novia. Para mÃ* el sexo sin traición carecÃ*a de sentido. Sin crueldad no habÃ*a banquete. Tener una vida secreta es genial. También tengo problemas con el sexo por el que no he pagado. Me enferma la animalidad del cuerpo, su suciedad y deterioro. Para mÃ* es un horror que lo sublime, lo bello y lo divino estén atados a las funciones animales básicas. Y por alguna razón, el dinero mitiga esto: es algo absolutamente anónimo.
Lo que por lo general odio con las mujeres es la intimidad, la invasión de mi espacio interno, el lento sofocamiento de mi desenvolvimiento. Un creador condenado de por vida a ser un esclavo asalariado y al ritual de la cópula. Cuando amo a alguien, me siento atrapado. Hace tres años por un tiempo me sentÃ* a salvo. Encontré una chica de la que me podÃ*a enamorar… y saliendo con ella me podÃ*a acostar con prostitutas. Ella me mandaba a los prostÃ*bulos a dormir con prostitutas. Me he liberado para siempre de la húmeda y oscura cárcel del amor eterno.
La prostituta vive fuera del sistema. Es rechazada por éste, se le opone, o ambas cosas; cruzar la lÃ*nea requiere valentÃ*a. Ella merece nuestro respeto, no nuestro castigo. En este paÃ*s yen Latinoamérica en general la opinión es que de alguna manera el hombre está explotando a la mujer, pero yo no lo creo asÃ*. De hecho, la prostituta y el cliente, al igual que el adicto y su proveedor, es la relación de explotación más exitosa que existe. Y la más pura. Está libre de motivos ulteriores. No esconde sucios juegos de poder. El hombre no está tomando, y la mujer no está dando. Una cópula con una puta es la cópula más pura.
¿Por instintiva por aquellos que son condenados por la sociedad convencional, yo mismo quise cruzar la lÃ*nea. Pagar por el sexo implica deshacer la capa de artificio y civilización y conectarse con la verdadera naturaleza animal del hombre. Algunos hombres declaran con orgullo que nunca han pagado por hacerlo. ¿Acaso están diciendo que
la plata es más sagrada que el sexo?Pero una de las principales razones por las que me gustan las prostitutas es que de alguna manera me gusta de vez en cuando violar la ley, otra de las razones para no legalizar los burdeles. Hay una magia en lo prohibido que lo hace deseable. Todas las noches, cuando tomo un trago, siempre pienso: ¿no son los tragos deliciosos?, que lástima que no sean ilegales. Hubiera sido genial ser alcohólico en la época de la ley seca.
Estoy seguro de que no soy el único que piensa eso. El propio Adán no querÃ*a la manzana por la manzana; solamente la querÃ*a porque estaba prohibida.
En cuanto a las nenas, el argumento es que la legalización reducirÃ*a de alguna manera la inseguridad, pero no se aclara la seguridad de quien. De todas formas, el crimen y el riesgo hacen parte de la textura de la vida. El riesgo es lo que separa la parte buena de la vida del tedio.
DecidÃ* preguntarle a Eva, mi puta favorita. La vi por primera vez en la calle Reconquista hace diez años, y quedé subyugado por su belleza embrujadora. Tanto fue asÃ*, que decidÃ* seguirla. Eva exhalaba un aire misterioso a su alrededor. Eva era mediterránea: sus labios carnosos, su nariz vibrante, sus ojos negros y grandes.
Ella seguÃ*a caminando y yo la aceché por cuatro cuadras.
No. Imposible& ¡Estaba soñando! Ella entró en un prostÃ*bulo.
Al terminar la invité a tomar algo al bar de la esquina.
Cuando le pregunto si quiere que legalicen la prostitución, ella reacciona violentamente: "¡Ni loca! Hace unos meses intenté tener un trabajo normal. No iba a ganar prácticamente nada. AsÃ* que regresé a la calle. En un buen dÃ*a me gano doscientos pesos. No tengo a nadie, asÃ* que después de pagar los gastos y a la empleada tengo más que suficiente".
El sexo es una de las cosas más sanas, espirituales y naturales que el dinero puede comprar. Y como todos los juegos, se torna más interesante cuando se juega por plata. Y todavÃ*a más si es ilegal.
Las putas y los borrachos entienden instintivamente que el sentido común es enemigo del romance. ¿PodrÃ*an los burócratas y polÃ*ticos dejarnos, por favor, un poco de irrealidad? Sé lo que están pensando. Que está muy bien que gente como yo idealice a las putas y a los ladrones; que piense que, de alguna manera, la calle es noble y pintoresca, porque yo nunca he vivido ahÃ*. Pero, ¿y qué?¿De qué otra manera podrÃ*a encontrar sexo en esta ciudad un tipo joven, rico y apuesto? SÃ*, sÃ*, lo sé. La prostitución es obscena, degradante y vergonzosa. El punto es que yo también lo soy. Cada tanto sucede, es cierto: los gritos, los insultos, alguna pendeja que deja escapar un sopapo. La histeria que las desborda a veces, cómo lava de un volcán irrefrenable. Alguna vez voló una silla, alguna vez intervino la policÃ*a.
No es extraño, son mujeres.
Entre ellas se detestan: son amigas, son hermanas, son desconocidas, pero siempre, siempre se detestan. Se detestan cómo sÃ* el universo todo no fuera suficiente para todas, simplemente, no fuera suficiente para todas ellas. Todas ellas, mujeres.
Y desde donde se las mire, son mujeres. Esa máquina perfecta, perfectamente incomprensible. Capaz de ser una perra en celo cada noche y una madre amorosa al otro dÃ*a.
En cierto momento se les corre el rimel, lo sé. AllÃ* es do sé porque sucede esto, lo único que sé es que cada dÃ*a sucede de nuevo. Tan inexorable sucede cómo, en cuanto llega la luz de la mañana, se olvida. Puede tener cincuenta o setenta y todavÃ*a estar ahÃ* y estar ahÃ*, casi todos los dÃ*as.
Y destapando frascos, matando moscas, saliendo del silencio y pensando en estas cosas, consigo diluir lo suficiente mi existencia como para hacerla soportable, y para eso pago un precio.
O pensando en los perros muertos consigo convivir con la muerte sin angustiarme demasiado, eso es otro precio.
O imaginando transformaciones sutiles no me encuentro con las groseras, cuya percepción me lastimarÃ*a impiadosamente, y eso también es otro precio.
O soñando con espinas impalpables logro, sin abundar, tranquilizadoras explicaciones a mis sufrimientos, y eso es indudablemente otro precio.
Pero lo que pasó, si es que pasó algo, algo cambió, si es que.
Mis palabras se han humedecido como las galletitas en los frascos cuando dejaron de ser frascos por estar destapados, o cuando quedaron fuera del frasco y entonces el llamado frasco (si conservó la tapa) o el frasco devenido r
ecipiente (si el antes llamado frasco la perdió o se separó de ella) están en otra dimensión, o sea no existe.
Galletitas humedecidas (sin leche).
Los humanos y las moscas las ignoran.
Tal vez un perro hambriento se interese por ellas, porque no tiene más remedio que hacerlo si quiere vivir y no hay otra alternativa.
Pero hablando de gustar, lo que se dice gustar, y usted me entiende a lo que me refiero, mis palabras únicamente les gustan a los pájaros.
También en su momento mis palabras supieron gustarle a mi mujer, Alicia, que habÃ*a resultado a la postre un desastre total en la esfera sexual.
Si bien nos casamos muy enamorados, idiota de mÃ*, que creÃ* que me habÃ*a cansado de las putas y que tenÃ*a que sentar cabeza, ella durante el noviazgo siempre se mostraba sospechosamente frÃ*a y demasiado platónica, y yo no lograba entusiasmarla con nada.
No obstante yo estaba muy enamorado, ella era muy bonita, y siempre tuve la ilusión que cuando se convirtiera en mi esposa iba a poder mejorar el asunto.
La noche de bodas fue un verdadero calvario.
Su virginidad, y su resistencia psÃ*quica y fÃ*sica totales a ser sexotrada me causó una gran frustración.
Después de varios dÃ*as logré hacerlo, siempre con la mayor dulzura y delicadeza, porque no querÃ*a provocarle ningún trauma.
Fue inútil.
Vivió la experiencia con mucho desagrado, como si fuera una obligación, y luego me pidió que lo hiciéramos lo menos posible, porque realmente no disfrutaba del sexo ni sentÃ*a deseos.
Yo pasé por todas las que puede pasar un marido recién casado y joven en una situación asÃ*.
Casi enloquecÃ*.
Mi imaginación volaba, ideaba situaciones, provocaba acercamientos, le hacÃ*a lindos obsequios, la mimaba y acariciaba, pero sin resultados.
Una vez encontré su diario Ã*ntimo, y leÃ* un extenso relato:Recuerdo mi primera experiencia sexual: en cuestión de sensaciones eróticas me sentÃ* decepcionada. Pero lo que fue sorpresivo fue el dormir con mi marido y despertar a la mañana siguiente, con él entre mis brazos y sintiéndome poseÃ*da, espiritualmente hueca y totalmente dominada. Liberarme de la trampa en que habÃ*a caÃ*do era únicamente comparable con el éxtasis de disfrutar un bello paisaje adornado por rÃ*os, árboles, el amanecer y el aire fresco en la naturaleza. Por experiencia propia descubrÃ* lo que da tener una relación sexual: un asco inmenso.
Una amiga me dijo que su primer acto sexual fue un acto amigas. Todas contamos nuestras historias, obvio, muchas de ellas inventadas, te sientes rara. Y sientes la obligación de llegar con tu tribu y decirles ¿que se creen?.. ¡ya lo hice!. Las personas con las que convives a diario son magos negros y mientras estés con ellos tu mismo eres otro mago negro. ¿Puedes apartarte de la senda que tus semejantes han trazado para ti? Mientras permaneces con ellos, tus acciones y pensamientos están fijados para siempre en sus términos. Eso es esclavitud, pero hay que aprender a ser libre, que no es fácil, pero que el precio no es imposible de pagar. En mi caso, cuando la imaginación y las palabras entran en conflicto, la imaginación es siempre la que vence. En televisión, pelÃ*culas, revistas e internet te ves bombardeado de excitantes imágenes o escritos que estimulan tu imaginación sexual, los cuales se incorporan a tu mente, donde se anidan fértilmente y activan tus instintos sexuales& que quieren que entres en acción. Los dueños del dinero detonan nuestros instintos naturales, asÃ* como se estimula a ratones de laboratorio con choques eléctricos, con objetivos comerciales. Y asÃ* como el smog de las calles contamina nuestros pulmones, los empresarios están contaminando nuestra mente con smog visual. Y eso la sociedad ya lo está pagando. Cuando enfrentas un vacÃ*o existencial, como yo en este momento, un vacÃ*o que viene de no estar haciendo lo que realmente te gusta, cuando realmente quieres pasarte la tarde con tus pinceles, dibujando paisajes a la orilla del rÃ*o, y no ves el dÃ*a en que puedas dedicarte a ello, tu espÃ*ritu entra en conflicto& Y necesitas un escape, buscas desesperadamente llenar esa soledad existencial. La fuente de todos tus problemas psicológicos es porque haces lo que los magos negros de tu tribu te dicen que hagas, y no obedeces, ahogas y traicionas a los impulsos de tu corazón. Hay diversas formas en que las personas tratan de ahogar esa voz que les viene de adentro. Muchos se refugia
n en las bebidas embriagantes y se vuelven alcohólicos. Otros en la cocaÃ*na y marihuana, y se vuelven drogadictos. Otros, sacian su soledad con sexo, y se vuelven sexo manÃ*acos. Las personas que conozco adictas al sexo, como mi marido, son excepcionalmente inseguras, rebeldes e insatisfechas consigo mismas, como que están peleadas con la vida& Y tratan de arrebatarle al sexo todas las migajas que pueden y le exigen que les de el placer que la vida y los magos negros le han negado. Una amiga tuvo un novio con este último sÃ*ntoma, lo adoraba, pero el sexo se volvió un infierno para ella por lo mismo. QuerÃ*a exprimirla y explotarla sexualmente, y se sintió agobiada. Le tuvo que decir adiós. En lo personal, experimento soledad existencial. No puedo hacer lo que amo hacer. Mi forma de llenar ese vacÃ*o es rezar a Dios en secreto, estar a solas en un parque, estar con la naturaleza cuando puedo, o irme a charlar con mis amigas. No hay nada de malo en experimentar momentáneos vacÃ*os existenciales. Es incluso sano, porque te detiene y mueve a la reflexión. Es la voz de tu alma que te dice algo anda mal, escúchame. Solo elige llenar esos vacÃ*os de forma que no le afecte de forma negativa a tu cuerpo y espÃ*ritu. *¿Qué puedes hacer si te sientes esclavo del sexo u otras adicciones? Hay una forma rápida, tajante y segura de curarte: Sigue los impulsos de tu corazón. Haz lo que tu ser te reclama hacer. En el grado en que des atención a esa vocecita que te grita desesperada, esa voz se tornará en sensación de alegrÃ*a, paz interior y entusiasmo por vivir. Se que no es una tarea fácil. Los magos negros son muy poderosos, y a mi mismo no me es fácil seguir mis propios consejos. Pero aumenta el grado de escucha de tu corazón, y ver&aacut amor. El tercer ingrediente es el romanticismo. ¿Qué significa romanticismo para un hombre y para una mujer? Para las chicas, que un hombre le lleve rosas, se acuerde de los aniversarios, le abra la puerta del coche, le arrime la silla cuando se vaya a sentar. Le sirva la bebida cuando están a la mesa. Que le diga lo atractiva que se ve. Si eres hombre, aplica estos detalles con las mujeres. Te sorprenderás como yo de sus comentarios. También les encanta que las lleves de compras. Lo se .. Pero las chicas me han confesado que no hay nada que les suba más los ánimos que llevarlas de compras. ¿Qué considera romántico un hombre? Que lo admires. Que lo elogies. Que lo apoyes en sus sueños. En el fondo, los hombres hacen cosas movidos por el deseo de agradarle a una mujer. Si compran un coche, pensamos en la admiración que despertarán en las chicas. Si obtienen un ascenso en nuestro trabajo, piensan en lo que les dirá su pareja.
¿Para que escribo esto?Cuando terminé la lectura me convencÃ* que Alicia estaba totalmente loca.
AsÃ* fue pasando el tiempo, y finalmente acepté que me habÃ*a equivocado en la elección, que no tenÃ*a remedio, que pese a su belleza y calidad humana como mujer no valÃ*a un centavo.
Quedamos entonces en una situación neutra, de convivencia pacÃ*fica, dedicados cada uno a su trabajo, tratando de pasarla bien.
Yo volvÃ* a mis putas, y me desahogaba con lo que encontraba en mi camino, y dada mi naturaleza era común que casi todos los dÃ*as tuviera encuentros amorosos con otras mujeres, sin crear ningún compromiso sentimental por supuesto.
DecidÃ* dejar mi trabajo e independizarme. PodÃ*a perfectamente trabajar en mi casa, mucho más cómodo.
Eso me fue volviendo cada vez más casero, pero en realidad me gustaba y lo vivÃ*a alegremente.
Mis encuentros clandestinos se fueron espaciando naturalmente, ya que no estaba obligado a salir todos los dÃ*as, y en consecuencia los limité en frecuencia a lo estrictamente necesario como para mantenerme tranquilo.
Pero como venÃ*a sucediendo desde hacÃ*a ya un tiempo, con cada vez mayor intensidad, mi atención se concentró totalmente en mi suegra. Carola (asÃ* se llama ella) es una mujer de estatura algo baja, de buenas piernas y pechos, con una boca bastante seductora. Si bien el paso de los años ha dejado su huella en su figura, está muy buena y en realidad siempre ejerció una gran atracción en mÃ*, siendo en ocasiones objeto imaginario de mi deseo. Por supuesto que yo disimulaba todo el tiempo, máxime desde que vino a vivir con nosotros cuando quedó viuda. Yo tengo cuarenta y cinco años, mi mujer veinticinco, y mi suegra me lleva unos diez. La cosa transcurrÃ*a sin novedad aparente, en total armonÃ*a, y si bien yo
tenÃ*a toda clase de pensamientos obscenos cuando la miraba, mi actitud era de completa neutralidad, dirÃ*amos una estudiada indiferencia. La sola idea que mi mujer sospechara que me gustaba su madre me aterrorizaba, porque iba a hacerle mucho daño a su orgullo y yo nunca quise lastimarla.
Cuando mi mujer comenzó a viajar con mucha frecuencia al exterior por razones de trabajo (era representante de una casa de productos de belleza que estaba tratando de conseguir nuevos clientes por una polÃ*tica de expansión del negocio), nuestra relación matrimonial, desde el principio mala, se resintió muchÃ*simo, yo tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no exteriorizar lo que estaba sintiendo por mi suegrita. Trabajando en mi computador, no podÃ*a dejar de mirar a mi suegra cuando pasaba cerca, y empecé a buscar las excusas más idiotas que encontraba para entablar una charla, estar cerca de ella, y esas cosas.
Pero me frenaba como ya dije el acostumbré a compartir muchos momentos con mi suegrita, yo siempre trabajando en mi computador y ella yendo y viniendo por la casa haciendo las tareas propias del hogar. Una mañana advertÃ* que mi impresora se habÃ*a quedado sin tinta, y me dispuse a ir al centro a comprar el insumo necesario. Mi suegra estaba en el lavadero. Voy a avisarle que voy a salir, y aprovechando la situación y en un golpe de audacia, viendo que tenÃ*a las dos manos ocupadas sosteniendo un montón de ropa que llevaba al tendedero, como quien no quiere la cosa le digo "chau Carola, me voy al centro, enseguida vuelvo"…y como al descuido le agarro la cara con mis dos manos y le doy una especie de beso de despedida cerca de su boca.
Me correspondió, me dijo "bueno, cuÃ*date mucho", todo normal y natural, asÃ* que sin tener otra cosa que hacer o decir me fui a comprar la tinta.
Cuando volvÃ*, como a las dos horas, ella estaba cocinando el almuerzo, y se dio la situación de nuevo, y como yo estaba medio sacado y no habÃ*a dejado de pensar en el asunto volvÃ* a repetir el intento, haciéndome el distraÃ*do, le dije "ya volvÃ*, todo bien" y le di otro beso en la mejilla, pero más cerca de la boca que el anterior.
Únicamente nos habÃ*amos besado (siempre en la mejilla) cuando hacÃ*a mucho que no nos veÃ*amos, en esas circunstancias siempre justificadas, pero desde que vino a vivir con nosotros no lo hicimos nunca más.
Bueno, me dije, vamos bien, no tengo que apurarme ahora ni meter la pata como una criatura, a todo hay que darle su tiempo.
Y le di su tiempo. Vaya que sÃ*.
Como a los dos meses del episodio que acabo de contar, mi mujer seguÃ*a viajando y pasando fuera de casa varias semanas, y en esos dÃ*as yo aprovechaba con cara de inocentón cualquier oportunidad razonable para darle un beso, agregando algunos condimentos como apoyarla un poco como al descuido y esas cosas, pero dentro de todo bastante normal.
Mi calentura con ella habÃ*a alcanzado niveles altÃ*simos, y ya tenia que masturbarme pensando en ella porque no aguantaba más.
Cuando tenÃ*a algún encuentro sexual con alguna mujer, cerraba los ojos y me imaginaba que estaba haciéndolo con ella.
Una tarde sucedió lo inesperado.
Ella estaba en la cocina, preparando el té, y yo me fui a verla y me puse detrás de ella simulando que buscaba algo en un armario colgante que estaba arriba en la pared. La cocina tenÃ*a frente a nosotros un amplio ventanal, que daba a un patio lleno de plantas (que ella cuidaba exquisitamente, obvio).
En esa situación, sin saber que hacer y casi resignándome a no hacer nada, porque no habÃ*a la menor justificación para hacer absolutamente nada, la naturaleza vino en mi auxilio.
Se habÃ*a formado una gran tormenta y estaba por llover, y de golpe, estando los dos como describÃ* recién, sonó un trueno de esos que parece que se viene el fin del mundo. Ella era media asustadiza con las tormentas, y el estampido del trueno la agarró desprevenida, vaya a saber en que estaba pensando, y tuvo un gran sobresalto que la impulsó hacia atrás en una reacción de temor.
Pero atrás estaba yo, que ni lerdo ni perezoso aproveché para rodearla con mis brazos en forma protectora.
Sentir su cuerpo apoyado sobre el mÃ*o me produjo una calentura irresistible, y curiosamente en forma simultánea sentÃ* una sensación de ternura o cariño que me sorprendió.
Ella no hizo nada, me refiero a algún movimiento sugestivo o algo asÃ*, simplemente se quedó quieta, pero fue evidente que nos sentimos mutuamente.
Se dio
vuelta entonces y me hizo un comentario sobre el trueno y la tormenta y esas cosas, pero yo estaba enloquecido, asÃ* que apr espera que pase". Le dije "no, enseguida vengo, no hay problema". No es que quisiera salir, esa era solamente la excusa para darle otro beso, asÃ* que aunque me iba a mojar todo no me importaba, cualquier cosa con tal de poder hacerlo, y medio me levanté y la besé de nuevo, otra vez en los labios con la boca cerrada, otro instante apenas, y me fui.
Hasta ese dÃ*a en realidad nada habÃ*a cambiado, lo único es que ya era como natural que en determinadas situaciones (buen dÃ*a, buenas noches, salgo un rato, etc.) nos besáramos en los labios, pero siempre besitos inocentes, pero besitos al fin.
Los escasos dÃ*as del mes en que mi mujer estaba en casa no nos besábamos para nada, y yo ya estaba vislumbrando cierta complicidad de ella en el asunto, pero no estaba para nada seguro.
Yo imaginaba que era sólo cuestión de tiempo, que me decidiera de una buena vez, y que ella lo aceptara, por supuesto.
No podÃ*a dejar de tener presente que Carola era mi suegra, que amaba mucho a su hija, que era muy decente y que no iba a hacerle a su retoño nada malo a propósito.
Estando solos otra vez, como a tres meses del primer episodio del primer beso inocente, debo salir de la casa a hacer una entrevista personal, asÃ* que la busco para despedirme (no podÃ*a dejar de hacerlo, era un impulso irresistible) y como no la encuentro en ningún lado imagino que debÃ*a estar en su dormitorio, asÃ* que como quien no quiere la cosa golpeo suavecito la puerta pero no espero respuesta y entro de sopetón a la habitación, haciéndome el distraÃ*do, diciéndole "Carola, me voy a una entrevista con un cliente", y al entrar mientras decÃ*a eso la veo acostada en la cama, ya que aún no se habÃ*a levantado.
Estaba toda tapada, asÃ* que no era muy sensual la cosa, pero con la calentura que yo tenÃ*a me sobraba eso para calentarme aún más.
Intentó levantarse pero yo no le di tiempo, le dije "no te molestes, seguÃ* descansando" y me arrodillé en el borde de la cama y no pudiendo controlarme más vino otra vez el beso, pero esta vez mi deseo se habÃ*a hecho irresistible, asÃ* que la besé, y la volvÃ* a besar, y ella me dijo no, y sentÃ* el movimiento de sus labios sobre los mÃ*os mientras me decÃ*a no y eso me puso loco, y la seguÃ* besando y besando siempre con la boca cerrada en los labios y sus alrededores, y ella se resistÃ*a y se ponÃ*a como enojada, pero yo ya estaba jugado, no se si me explico, nada iba a detenerme.
La tenÃ*a inmovilizada, y le exigÃ* que me diera la boca, y entonces después de insistir mucho abrió un poco los labios y sacó la punta de su lengüita y se la empecé a chupar como un demente.
La sentÃ*a deliciosa, era algo indescriptible, mi sexo con una erección terrible, me dolÃ*an los testÃ*culos de la calentura, no iba a dejar que eso quedara ahÃ*, no le iba a dar tiempo que pensara absolutamente nada.
AsÃ* seguÃ* besándola y chupándole la lengua y bebiendo sus jugos, mientras con mis manos recorrÃ*a su cuerpo con prudencia, pero con claras intenciones de llegar a sus partes Ã*ntimas. Empecé por las piernas, esas piernas divinas que tanto habÃ*a mirado y deseado, y seguÃ* por su abdomen y sus pechos.
Finalmente corrÃ* los cobertores y me acosté con ella.
AhÃ* pude apreciar en plenitud lo hermosa que era, y la besé toda, la acaricié toda, mientras ellas respondÃ*a débilmente a mis mimos murmurando "no, no…, no".
Pero yo sabÃ*a que ese no en realidad era un sÃ*.
Yo sentÃ*a un deseo descomunal y no iba a parar hasta disfrutarla plenamente como mujer, pero advertÃ* que esa ter Levanté el camisón y le abrÃ* las piernas. Eso me costó un poco, ya que si bien mi suegrita no tenÃ*a fuerza para nada parece que para cerrar las piernas algo sÃ* tenÃ*a, pero obviamente yo era muchÃ*simo más fuerte que ella, asÃ* que no pudo hacer nada en contrario a mi determinación.
Incluso pensé si era necesario en pegarle una cachetada y violarla ahÃ* mismo, pero traté de seguir "por las buenas".
Cuando ya tenÃ*a las piernas medio abiertas le puse mi sexo en el lugar preciso y la sexotré profundamente de un solo envión, comprobando que estaba excelentemente lubricada.
Bueno, a partir de ese momento me va a ser difÃ*cil seg
uir este relato, porque no tengo tanta facilidad de palabra para explicar las cosas, mi fuerte no son las letras, lo que si puedo decir que en mi vida habÃ*a tenido una relación sexual tan buena como la que estaba teniendo en ese momento.
Nuestros cuerpos parecÃ*an hechos el uno para el otro.
Con un ritmo constante y firme le hice el amor mientras ella se abrÃ*a de piernas más y más y me apretaba con los talones en la espalda.
Nuestras bocas estaban unidas para siempre, nuestras lenguas adorándose mutuamente, chupábamos nuestros jugos como enloquecidos, y lo único que nos decÃ*amos era "te quiero amor, te deseo con locura, te amo", y esas cosas.
La hice llegar al orgasmo muchas veces.
Como soy de "tiro largo" no tuve muchos problemas en mantener mi erección y mi ritmo durante un largo rato.
Finalmente, cuando sentÃ* que no podÃ*a más, le dije "bueno mi vida, ahora te voy a dar lo que te pertenece y te tendrÃ*a que haber dado hace mucho", y le levanté las piernas y las puse sobre mis hombros, mientras le lamÃ*a los pezones y el cuello.
Ella estaba como loca, con la boquita abierta, babeándose, y entraba y sacaba esa lengüita deliciosa que yo ya habÃ*a chupado intensamente.
Dos o tres embates hicieron que acabara como un animal, sintiendo que una extraordinaria cantidad de semen salÃ*a de mÃ* y se depositaba en el fondo de su tesorito, mientras ella también tenÃ*a un orgasmo fabuloso.
AsÃ* quedamos abrazados, besándonos y acariciándonos un largo rato.
Después nos levantamos y fuimos juntos al baño, y nos bañamos juntos.
Nos secamos sin dejar de besarnos y acariciarnos.
"Tenemos que hablar" me dijo, y yo le contesté "si mi amor, como quieras, vamos a hablar de lo que quieras, pero lo nuestro no voy a permitir que se termine, a partir de este momento eres mi mujer, ya no me importa nada de nada".
Entonces me dijo "si papito, vos sabes que lo nuestro es para siempre, ya no podemos dejar de estar juntos, eres mi hombre".
Se arrodilló, y mirándome fijamente abrió la boquita y comenzó a chuparme el sexo como una reina.
Mientras gozaba como un loco, esperando poder llenarle esa lengüita divina con mi semen, pensé en lo que tendrÃ*a que hacer en el futuro para que se ella transformara realmente en mi mujer.
Llegué rápidamente a l orgasmo.
 

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Virgen
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Ene 16, 2012
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Un poco desordenado el relato, pero algunas partes muy buena.
 
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