Ímpetu Sexual – Capítulos 01 al 03

heranlu

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Ímpetu Sexual – Capítulo 01



Me apoyé sobre la veranda del área de fumar que estaba tras el pequeño restaurante. Isla Serena me parecía de lo más aburrida. Soy una chica de grandes ciudades, acostumbrada al tráfico, el estruendo, las prisas y el ajetreo diario; no sé desenvolverme en un ambiente de sol, playa, arenas doradas y noches silenciosas. Sólo había aceptado aquellas dos semanas de vacaciones por dar un gusto a Verónica, mi madre.

Encendí mi tercer Benson mientras miraba hacia el muelle. El Ferri se disponía a partir, habiendo dejado veinte vacacionistas entre los cuales no se encontraba mamá. Me preocupaba pasar toda una quincena ahí, dejando que los pendientes se acumularan en la oficina de redacción. Lo peor era que Vero había retrasado su llegada a la isla, a causa de un imprevisto en su trabajo de Relaciones Exteriores; como experta en Medio Oriente, siempre tenía asuntos de último minuto.

Habíamos pasado por una temporada difícil. Primero, mamá me descubrió teniendo sexo con una amiga de nosotras. Lejos de inquietarse, me confesó que ella también era bisexual, aunque mantenía sus romances femeninos en absoluto secreto. Establecimos un “pacto de no agresión”, nos prometimos no competir por los favores sexuales de ningún hombre o ninguna mujer. Tuvimos que revelarnos nuestras respectivas listas de amantes ocasionales y amistades “con ciertos derechos”, lo cual nos unió como amigas y confidentes.

Superado el incidente, sufrimos la repentina muerte de mi padre en un accidente automovilístico. Ellos se habían divorciado años antes, pero mamá se vio muy afectada. Se escudó en su trabajo como diplomática y sentí que me evitaba. Las vacaciones en Isla Serena eran un intento por reestablecer lazos. No pude negarme, aunque el lugar no me gustaba.

Al apagar el cigarrillo sentí que unas manos varoniles se posaban en mis hombros.

—¡Por fin te encuentro! —exclamó el desconocido.

Me volví y nos miramos. Él meneó la cabeza, soltó un taco en hebreo y luego pasó al castellano.

—¡Disculpa! —sonrió—. Te confundí con otra persona. Esperaba a alguien, pero evidentemente no eres tú.

—Entendí la leperada que dijiste —señalé en hebreo—. ¿Israelí?

Lo miré detenidamente y sentí que mi corazón se aceleraba. Era alto y rondaba unos cuarenta años muy bien llevados. Moreno, bronceado por el sol del desierto. Sus facciones insinuaban cierto añadido de raza negra dentro de la configuración sefardí. La barba de candado y la cadena con placa de identificación que colgaba de su cuello me dieron las demás piezas del puzzle. Israelí, sabra de pies a cabeza, militar para más señas.

Todo mi ser se revolucionó. El desconocido cuadraba de lleno con el biotipo de hombre que me derretía. Fui consciente de su proximidad, de su mano puesta en mi antebrazo, de sus ojos marrones y su sonrisa de medio lado. Enrojecí y mi sexo despertó segregando flujos mientras mis pezones se endurecían bajo la delgada tela del vestido. Él también se estremeció.

—Hablas muy bien el hebreo —susurró con voz enronquecida— Mi nombre es Abner. ¿Cómo te llamas?

—Edith —respondí—. Mira, no sé de qué va todo esto. Me parece muy linda tu táctica para ligar, pero no la necesitas. ¡Digo que sí a todo!

Mis palabras fueron un impulso. Sentí que el hombre había despertado una faceta animal en mi interior y, por primera vez, decidí lanzarme a por todo para vivirla.

Nos abrazamos y nuestras bocas se encontraron en un beso apasionado. Abner recorrió mi espalda con sus manos mientras yo palpaba los músculos de sus brazos.

—No sé qué es esto, Edith, pero quiero hacerlo —susurró con su boca sobre la mía—. Sé que ceder es una locura, pero entiendo que no atreverme será un crimen.

—Tú me gustas y yo te gusto —resumí—. ¡Entonces vamos a la cama!

Corrimos tomados de la mano. Desconecté mi mente racional mientras le explicaba a Abner que mi madre se había preocupado por complementar mi educación con cursos de hebreo, lecciones de Krav Magá y todo el bagaje cultural judío. Le expliqué sobre mi trabajo como periodista, mis aventuras e incluso le confesé de mi orientación bisexual. Él me cayó con un beso cuando llegamos a la puerta de su cabaña.

Y besaba como nadie. No sólo fue el combate de lenguas, sino que localizó cierto punto erógeno en mi boca que activó pulsaciones dentro de mi vagina con sólo rozar su lengua.

Su cabaña era idéntica a la mía. Constaba de una estancia, una habitación y un baño. Al fondo de la salita había un espejo que abarcaba de pared a pared. Abner me abrazó de nuevo u volvimos a besarnos mientras él luchaba por quitarse los zapatos.

Mis senos se comprimían contra el torso masculino, sus manos apretaban mis nalgas, mi sexo destilaba flujo abundante y mis muslos se restregaban entre sí, ansiosos por cobijar el cuerpo del militar.

—Háblame de ti —solicitó Abner mientras desabrochaba los botones que cerraban mi vestido por el frente.

—¡Soltera, veinte años, periodista, de vacaciones y deseosa de fornicar contigo!

Él se quitó la playera y aflojó su cinturón. Se agachó ante mí para masajear mis senos.

—Treinta y nueve años, militar, divorciado, padre de un hijo de dieciocho años, de vacaciones y esperando encontrarme con alguien que quizá no me querría —informó entre succiones a mis pezones—. ¡No sé lo que estamos haciendo, pero ya no puedo detenerme!

Si en todo este asunto hubo un punto de retorno, lo rebasé cuando llevé las manos de Abner a los laterales de mi tanga y él, sin vacilación alguna, me deslizó la prenda muslos abajo.

—Un sexo limpio y libre de vellos —reconoció con gusto.

—Depilación láser —informé—. Hay miles de detalles sobre mí que desconoces.

Me quitó el tanga y besó mi sexo superficialmente. Esta caricia me hizo estremecer. Después se incorporó. Olfateó la humedad de la prenda. Acerqué mi nariz a la suya y ambos lamimos mis jugos vaginales hasta que nuestras lenguas se encontraron de nuevo.

El hombre me tomó de la mano y me llevó al fondo de la estancia. Un espejo decoraba de pared a pared; me gustó ver mi reflejo. Era yo, rubia, de ojos azul cobalto y cuerpo exuberante. Sí, se trataba de mí, pero la expresión en el rostro me era desconocida; era la manifestación de un estado de celo animal.

—Te gusta mirarte —dedujo—. Es algo que tenemos en común.

Quedé en pie frente al espejo. A mi lado se encontraba la mesa junto con su juego de sillas. Abner se arrodilló frente a mí y yo alcé la pierna derecha para poner el pie sobre un asiento. Mi sexo quedó expuesto a los deseos del hombre.

El desconocido lamió con maestría mi entrada vaginal. El ramalazo de placer me hizo doblar el cuerpo y mis manos se apoyaron en el espejo. Mis senos se balanceaban incitadores. Sus labios gruesos succionaron mi zumo pasional, recorrió con su lengua el contorno de mi entrada mientras aferraba mis nalgas entre sus manos. Mi rostro expresaba cada sensación y cada chispazo de energía que el hombre despertaba en mi intimidad. La situación me parecía increíble; apenas llevábamos unos veinte minutos de conocernos y ya estaba recibiendo un cunnilingus por todo lo alto.

El sabra mordisqueó con sus labios bucales todo el camino de mis labios mayores. Ascendía y descendía haciéndome cosquillas co su barba. Grité cuando encontró mi clítoris y lo succionó con frenesí.

Soltó mi nalga izquierda para chuparse el índice y el medio. Hurgó con sus dedos en mi entrada vaginal, proporcionándome una serie de caricias vestibulares que me hacían gemir. Volvió a besar mi nódulo de placer mientras deslizaba con cuidado sus dedos al interior de mi vagina.

Arqueé la espalda cuando inició la estimulación. Me penetraba con los dedos juntos, succionaba mi clítoris reteniendo la presión mientras separaba los dedos dentro de mi sexo y los retiraba despacio. Liberaba la presión de su boca y volvía a penetrarme para repetir la secuencia.

Yo gemía y suspiraba con cada maniobra del hombre mientras él resoplaba con el rostro pegado a mi femineidad. El placer fue acumulándose y me sentí hipersensible. El escalofrío pasional que antecede al orgasmo recorrió mi espalda, en ese momento pulsó mi “Punto G”, chupó mi clítoris con fuerza y me provocó el primer orgasmo de la tarde.

El clímax fue largo, poderoso, liberador. Grité y gemí mientras golpeaba el cristal del espejo. Mi rostro se transfiguró en la expresión de la dicha consumada.

—¿Estás bien? —preguntó Abner.

—¡Sí! —grité—. ¡Esto apenas empieza, lo quiero todo y lo quiero ahora mismo!

Se puso en pie. Nos besamos compartiendo el sabor de mi sexo en nuestras bocas. Después fuimos a la habitación.

Salté a la cama y me deshice del vestido y las sandalias. Él sacó tres condones de su billetera.

—No quiero eso —señalé—. Tomo la píldora, estoy limpia y confío en que tú estás sano.

—Vale, en eso también te pareces a mí —reconoció—. Ofrezco el látex por cortesía, pero me gusta más “a pelo”.

Nos abrazamos recostados sobre la cama. Él se arrancó los jeans y el bóxer. Me besó la frente, los ojos, la nariz y la boca. Descendió por mi cuello dándome mucho placer y llegó a mis pezones para chuparlos alternadamente. Después se arrodilló a mi lado y tomó mi seno derecho entre sus manos para brindarme un masaje estimulante.

Contemplé su miembro. Era largo, grueso y estaba circuncidado. Presentaba una ligera curvatura; me estremecí pensando en los estragos que podría hacer en mi interior. Definitivamente era muy superior a cualquier otro que yo hubiera probado antes. Lo tomé entre mis manos para masturbarlo.

— Tócate tú—sugirió Abner—, quiero ver cómo lo haces.

Quise darle un espectáculo memorable. Me acomodé de costado sobre mi lado derecho y alcé la pierna izquierda. Pasé la mano bajo el muslo. Me toqué la entrada vaginal con los dedos meñique y anular. Jugué con la yema del pulgar sobre mi clítoris y suspiré gustosa.

El sabra me observó con una sonrisa mientras se masturbaba despacio. Mis dedos me brindaban una buena estimulación vestibular y pronto sentí escalofríos de placer. El hombre me pidió por señas que dejara de acariciarme y retiró mi mano de la zona genital. Sin variar mi postura montó sobre mi muslo derecho.



Pensé que intentaría penetrarme de costado y dudé de que fuera anatómicamente posible. Abner despejó mis incógnitas cuando acercó sus genitales a los míos y apoyó sus testículos sobre mi entrada. Empujó como si tratara de meterlos y puso su miembro a lo largo de mi surco sexual. Sostuvo mi muslo izquierdo y me aferró con fuerza, concretando la primera tijera hetero de mi vida sexual.

Se agitó sobre mí en movimientos copulatorios muy estimulantes. Sus testículos taponaban mi sexo empapándose de flujo. El tronco de su hombría recorría por completo mi hendidura vaginal y friccionaba mi clítoris. Presioné el miembro con mi palma abierta para sentirlo más cerca de mi sexo y brindarle el placer de sentirse arropado.

Sus movimientos eran muy estimulantes. La humedad de mi sexo lo empapaba todo y los testículos chapoteaban entre los pliegues de mi parte más secreta. Yo jadeaba sin control mientras sentía que la energía sexual aumentaba. Él no necesitaba más aliciente que mis exclamaciones de júbilo para esmerarse en la tarea de darme gusto.

El orgasmo me sacudió y Abner se aferró a mi pierna levantada. Lo sentí delicioso, pero necesitaba ser penetrada. Él acomodó mi cuerpo boca arriba antes de que los estertores me abandonaran. Colocó mis tobillos sobre sus hombros y su glande en mi entrada vaginal.

—¡Mételo, por favor! —grité desesperada—. ¡Dámelo todo, de golpe y sin miramientos!

—¿Estás segura? —jugó con su glande en mi sexo—. Esto no se ve todos los días y no quiero que te lastimes.

—¡Hazlo, es mi deseo y mi decisión!

Sin más palabras asentó sus rodillas sobre el colchón y sostuvo mis piernas en alto. Tomó aire y, reteniendo la respiración, empujó despacio. Noté el paso de su hombría entre los pliegues de mi vagina. Primero avanzó el glande, ensanchando la entrada para dar paso al resto del tronco. Avanzó sin pausas, cada pulgada de virilidad que entraba en mí encendía nuevas zonas erógenas. Nuestra postura permitía que se encendieran todas las zonas erógenas de mi intimidad.

—¡Todo dentro! —aullé—. ¡No sé quién eres, no te conozco de nada y me tienes penetrada hasta la matriz!

—¡A mí me da mucho morbo! —respondió él—. ¡Me encantas! ¡Estás muy estrecha, húmeda y caliente!

Reí de buena gana y él pegó un bote. Mi risa provocó que los músculos internos de mi vagina se cerraran y apretaran el mástil.

—¡Me encanta que sepas hacer eso! —señaló acariciando mis pantorrillas.

—¡Sé hacer más cosas, guerrero! —puntualicé—. ¿Te atreves a descubrirlas.

Con un rotundo asentimiento comenzó todo. Abner aferró mis piernas mientras su pelvis avanzaba. Su ariete chocaba en el fondo de mi sexo para retroceder hasta el área de entrada, quedando sólo el glande dentro de mí. Cuando empujaba su glande, y luego la curvatura del miembro, chocaba contra mi “Punto G”; yo ofrecía resistencia con los músculos internos. Gritaba enfebrecida cuando toda su hombría se albergaba en mi cuerpo. Después ofrecía la resistencia de salida cuando él volvía a retroceder. Me sorprendía lo bien que se acoplaban nuestros sexos, era como si hubieran sido diseñados para coincidir matemáticamente.

Las respiraciones se acompasaron en ritmos precisos, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Los movimientos pélvicos y mis réplicas dentro y fuera de mi vagina se coordinaban a la perfección. Éramos dos desconocidos que copulaban como si lo hubieran hecho juntos durante años.

—¡Sí! ¡Así! ¡Me corro! —grité—. ¡Sigue así, por favor!

—¡Venga, siéntelo! —respondió—. ¡No lo reprimas!

Me encantó escuchar esas palabras. Muchos hombres se sienten inseguros cuando la mujer llega al orgasmo con facilidad. El guerrero que copulaba conmigo estaba entrenado para sacar el máximo partido de su cuerpo y del mío. Las energías se acumularon en mi organismo. El orgasmo se manifestó largo, poderoso y arrebatador. Mientras Abner intensificaba sus acometidas, mi sexo expulsaba gran cantidad de flujo y todo mi cuerpo era recorrido por corrientes pasionales que me sacudían entera.

Él no cejó. Su ritmo implacable siguió electrizando mi organismo incluso después de que descendí de la cumbre orgásmica. El reciente clímax no me relajó del todo y parte de las energías sexuales quedaron “en el disparador”, a la espera de la siguiente oleada.

Me concentré en las sensaciones que me producía el encuentro. Nuestros cuerpos se unían una y otra vez. Las carnes chocaban, los genitales empapados seguían en íntimo contacto. Yo no paraba de gemir y él se aferraba a una secuencia respiratoria indicada para deportes extremos. Parte del líquido expulsado por mi reciente orgasmo se deslizaba entre mis nalgas. Mis manos se aferraban a la colcha y Abner conservaba un ritmo copulatorio de primer nivel.

Cada embestida, cada movimiento, cada gemido y suspiro se sumaron para llevarme a las puertas de un nuevo clímax. Abner me interrogó con la mirada y asentí decidida; él también estaba a punto.

Grité como nunca antes, en el orgasmo más poderoso que hubiera experimentado hasta entonces. Llegué a la cumbre, estallé e imploté irradiando energía sexual por cada poro mientras me enlazaba a una cadena de orgasmos múltiples que sentí infinita. El hombre aulló también y se sumó a mi placer vertiendo su simiente en lo más profundo de mi sexo. Durante su eyaculación, Abner procuró que los disparos de semen coincidieran con los momentos en que su glande topaba con mi matriz. Me sentí llena, irrigada y pletórica de felicidad. Por un instante experimenté la sensación de haber conocido al sabra de toda una vida. Sentí que nos amábamos y nos pertenecíamos desde el origen de los tiempos.

Separé mis piernas para deshacer la posición. En vez de retirarse, Abner adelantó la pelvis hundiendo su virilidad hasta el fondo de mis entrañas; acababa de correrse, pero conservaba una respetable erección.

El hombre se recostó sobre mí. Apoyó su peso sobre los brazos y me besó en la boca. Rodeé su cintura con mis piernas mientras nuestras lenguas combatían. Vibré de excitación y nuevamente moví mis caderas para acompañar su ritmo.

El miembro de Abner se deslizaba en mi conducto vaginal. Mi intimidad estaba encharcada con mis fluidos y su semen, la fricción producía un chapoteo electrizante.

—¡Eres incansable! —grité.

—¡Tú me motivas! —respondió mientras aceleraba en sus embestidas—. ¡No sé porqué, pero siento como si te conociera de toda la vida!

El placer se acumulaba entre mis muslos. Cuando él embestía, su glande me tocaba en lo más profundo y mi espalda se arqueaba salvajemente. Al retirarse, su movimiento era correspondido por mis músculos internos. Volví mi rostro a un lado para gritar y jadear a gusto.

Un nuevo impacto de placer me sacudió entera. Mi cuerpo se tensó, mis piernas se aferraron a la cintura del hombre, puse los ojos en blanco y debí perder toda compostura cuando el orgasmo me atravesó. Oleadas de energía sexual me electrizaron toda. Me parecía mágico sentirlo tan cerca, tan dentro de mí, sentirme tan completa y saber que él experimentaba la misma sensación de un pasado compartido que nunca existió.

Le pedí que se detuviera sin haber terminado de correrme. Apreté su cuerpo con mis piernas y giré apoyando mi peso sobre un costado para variar la postura. Rodamos media vuelta para quedar con él recostado y yo puesta a horcajadas sobre su cuerpo. Hice rotar mis caderas con el miembro de Abner completamente hundido en mi vagina.

Levanté la pierna izquierda para apoyar el pie sobre el colchón. Él se aferró a mis nalgas y buscó mi mirada. La fiebre orgásmica ardía en mi alma. Lo monté y cabalgué con ferocidad, aprovechando mi punto de apoyo. El orgasmo que había casi interrumpido se me disparó en toda su magnitud.

Mi espalda se arqueó hacia atrás mientras un largo grito de placer intentaba expresar la erupción sexual que detonaba en mis entrañas. Abner apretó mis nalgas y me acompañó en el clímax. Por segunda vez sentí que su semen irrigaba mi interior.

Me desacoplé sintiéndome vigorizada, fuerte y victoriosa. El mástil del guerrero seguía en pie. Acerqué mi rostro a su entrepierna y capturé el glande entre mis labios. Succioné y lamí la mezcla de nuestras esencias; Abner acarició mi cabello.

—Edith, creo que necesitamos hablar —señaló.

—¿No lo entiendes? —pregunté interrumpiendo momentáneamente la felación—. ¡Parte del morbo de lo que estamos haciendo es que somos dos perfectos desconocidos!

Volví al ataque. Abrí la boca al máximo para deslizar en su interior la mayor cantidad de pene posible. Succioné con fuerza mientras él se debatía de gusto. Sus gritos de placer no me conmovieron. Apartó un mechón de cabello rubio platino de mi cara y lo miré a los ojos mientras seguía succionando, lamiendo y degustando su hombría.

Dejaba de chupar para jugar con el pene sobre mi rostro. Lo pasaba por mi barbilla, me daba ligeras bofetadas con el mástil, le soplaba, le escupía y volvía a lamerlo. Me sentía encendida y pronto quise pasar al siguiente nivel.

—¡Quiero hacerlo por detrás! —exigí—. ¡Quiero que me sodomices!

—¿Estás segura de lo que dices? —preguntó él—. Mira el tamaño de mi miembro. ¿Habías probado uno así?

—No —respondí arrodillándome a su lado—. El consolador que tengo en casa es más corto y los penes “naturales” que he sentido antes lo son aún más. ¡Pero no importa, esta tarde ha sido maravillosa y no quiero que termine sin sentirte también por detrás!

Me puse en pie sin esperar su respuesta. Corrí al baño y atendí necesidades y aseo mientras vibraba de anticipación. Regresé con Abner minutos después, mi sexo estaba fresco, mi cuerpo ansiaba más placer y mis sentidos seguían embotados por la pasión que me tenía atrapada desde que iniciara la aventura.

El hombre me esperaba sentado en el filo de la cama. Había preparado combinados de vodka y me miraba con deseo. Salté a su encuentro, me monté sobre sus muslos, busqué su erección y la orienté a mi entrada vaginal.

—¡Aquí te pillo, aquí te fornico! —grité al sentir el avance de su hombría en mi interior.

—¡Eres única! —sonrió.

Mis caderas rotaron con violencia mientras el mástil pulsaba todas mis zonas erógenas internas. Me parecía increíble la compatibilidad entre nuestros cuerpos, su anatomía y la mía se correspondían a la perfección.

Pronto volví a correrme y me desacoplé de Abner. Su pene, empapado por mi flujo vaginal, me desafiaba a seguir con el juego. Me coloqué en cuatro sobre la cama y ronroneé incitadora.

El sabra se acomodó detrás de mí. Separó mis nalgas con sus manos y me lamió desde el perineo hasta la espalda baja.

—Niña, esto que tienes es una joya! —exclamó entusiasmado—. ¡Hay que prepararte bien para que disfrutes!

Repitió el recorrido de su boca. Yo fritaba de placer cuando su lengua pasaba sobre mi ano y su barba me friccionaba con aspereza. Introdujo dos dedos en mi vagina y los extrajo empapados de flujo. Acomodó su boca sobre mi orificio anal y creí desmayarme en el momento que succionó con fuerza. Doblé los brazos cuando su lengua inició un movimiento rotatorio alrededor de mi orificio posterior.

Abner introdujo cuidadosamente su dedo índice en mi ano. Fue despacio, ayudándose por la lubricación que brindaba mi flujo. Jugó con mi esfínter moviendo su dedo en círculos para hacerme sollozar de placer.

—¡Dámelo ya, por favor! —grité descontrolada.

—Todavía no —replicó—. Tienes que estar preparada, dilatada y lubricada.

Su dedo medio acompañó al índice y juntos emprendieron la misión de reconocimiento anal. El hombre los incrustaba por completo para separarlos dentro de mi conducto y retirarlos jugando con mi resistencia. Yo me retorcía de gozo con la cabeza acunada en mis antebrazos, el pelo revuelto y el cuerpo entero empapado en sudor.

Cuando sentí que el placer era insoportable, Abner se arrodilló detrás de mí y acomodó su glande en la entrada de mi sexo. Aullé cuando penetró mi vagina sin liberar mi ano.

Lancé mis caderas hacia atrás para responder a sus movimientos. Bombeó con maestría. Su virilidad llegaba hasta el fondo de mi vagina y sus dedos entraban y salían de mi ano.

Yo movía las caderas con desesperación. Pene y dedos se coordinaban en mis orificios para hacerme gozar como nunca antes. Alcancé un nuevo orgasmo en medio de gemidos y sacudidas.

El militar liberó mis orificios y acomodó su glande en la entrada de mi ano. El ariete estaba empapado con mi flujo vaginal. Apoyé la cabeza sobre la cama y separé mis nalgas con las manos. Sentí la resistencia de mi orificio y noté cómo su virilidad se abría camino.

Yo disfrutaba con cada pulgada de pene que él incrustaba en mí. Jadeé cuando su virilidad estuvo completamente alojaba en mi ano. Un sudor frío cubrió mi piel y me estremecí de gozo. Permanecimos quietos por espacio de algunos segundos, luego Abner me sujetó por la cintura e inició un lento bombeo.

Sus penetraciones eran profundas. Yo lanzaba las caderas hacia atrás para recibir el ariete que se empeñaba en alojarse dentro de mí. Gritaba cada vez que el miembro del militar perforaba mis entrañas y en cada retirada apretaba mi cavidad anal, como queriendo retenerlo. Nuestros cuerpos impactaban una y otra vez, como en una danza amatoria mil veces ensayada.

El éxtasis me recorrió entera en oleadas de pasión. Mi espalda se arqueó, mi cabeza se sacudió y varios gritos desgarradores salieron de mi garganta mientras el orgasmo fulminaba toda mi cordura. Abner gritó junto conmigo, se aferró a mis caderas y me penetró a fondo para eyacular varios chorros de semen que irrigaron mis entrañas.

Cuando nos desacoplamos caímos desmadejados, reímos, bebimos de nuestros combinados y nos abrazamos durante varios minutos.

Después él se dirigió al sanitario para asearse y yo, llena de semen y en pleno estado de gozo, quise averiguar más acerca del hombre con quien había tenido aquel encuentro. La billetera de Abner estaba aún entre las mantas revueltas de la cama. La recogí y revisé su contenido.

Encontré los condones, dinero, las identificaciones y, en un lateral, una vieja fotografía.

La imagen mostraba a un Abner muy joven, abrazando por detrás a una chica rubia platino, de ojos azul cobalto y cuerpo escultural. Al reverso tenía escrita la leyenda “Tel Aviv, 1993”. La joven en la foto se parecía a mí, pero no era yo.

Abrí mucho los ojos al darme cuenta de la verdad. La mujer que abrazaba el joven Abner era Vero, mi madre. Acababa de acostarme con un ex amante de mi mamá, con esto había roto nuestro “pacto de no agresión”. Era cierto que Abner no figuraba entre los miembros de la lista de conquistas masculinas que mi madre me reveló, pero esto no cambiaba el hecho de que acababa de cometer alguna clase de incesto.




Continuará

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Ímpetu Sexual – Capítulo 02



Pasé la noche en la cabaña de Abner, pero ninguno de los dos consiguió descansar bien. Dormitábamos a ratos hasta que alguno despertaba y buscaba el cuerpo ajeno para acariciar, besar o volver a tener sexo.

Desayunamos a medio día en el restaurante. Fuimos al muelle en espera del Ferri y, como la tarde anterior, no vimos aparecer a mi madre o a la persona que esperaba el israelí.

No había mermado la pasión que reventaba en mi cuerpo por el desconocido. Yo había visto la foto donde él aparecía abrazando a mi madre, en el año de 1993. Era incluso anterior al matrimonio de Vero con mi padre. No comenté nada, pues temía que Abner me rechazara al saber que yo era en cierto modo una especie de hijastra suya.



Mis sentimientos hacia el sabra eran muy poderosos y eso me tenía asustada y fascinada. Me gustaba, me atraía físicamente, me encantaban sus gestos, sus modales, su voz, su manera de decir las cosas y el estilo que tenía para hacer gozar a mi cuerpo. Si hubiera tenido que describir mis emociones, habría dicho que eran más poderosas que la atracción momentánea que experimenta un pasajero por la azafata del avión o una alumna por su profesor. Lo único que podía asegurar era que nos unía algo inexplicable.

Tendría que ajustar cuentas con Vero. Yo había roto nuestro “pacto de no agresión”, pero ella había omitido el nombre de Abner de su lista de romances masculinos. Quizá no lo consideró importante o tal vez supuso que, estando Abner en Israel, me sería poco probable conocerlo.

Desde luego, esa mañana me parecía que mi encuentro con el militar había tenido probabilidades astronómicas en contra. En cuanto a él, supe que esperaba a alguien, pero poco más. No me atreví a preguntar por miedo a romper la magia que nos unía.

El Ferri se marchó, con rumbo al continente. Contemplamos durante un rato los pequeños barcos que venían con víveres y enseres.

—Edith, me tienes hechizado —susurró Abner en mi oído—. Vamos a mi cabaña o a la tuya. Quiero disfrutarte y hacerte gozar.

Estaba sentado sobre una roca, con la bermuda hasta los tobillos y su erección enhiesta. Yo me encontraba encima de él, no llevaba tanga y sentía su virilidad entre mis nalgas. Mi falda larga ocultaba nuestra situación. Mi vagina estaba empapada, exigía guerra y nublaba mis pensamientos.

—Mi cabaña —recomendé—. Es de día, pero necesito que me lleves a ver las estrellas.

En otro momento me hubiera quedado a mirar el trabajo de los estibadores. Sus cuerpos musculazos, de pieles sudorosas y bronceadas por el sol del Caribe me excitaban, pero tenía un guerrero hebreo a disposición de mis deseos.

Me alcé para que recompusiera sus ropas. Le era imposible disimular la erección, pero me abrazó por detrás y caminamos así en dirección a mi cabaña. Me asaltó el recuerdo de la foto de Abner y mi madre, en una postura muy parecida.

—¿En verdad eres divorciado? —pregunté—. ¿Acaso esperas a tu esposa para un posible reencuentro?

—Soy divorciado —suspiró besando mi cuello—. Las mujeres se ilusionan con el uniforme, el rango y toda la parafernalia militar, pero es muy duro el día a día de la esposa un soldado. Yo no lo sabía y mi ex esposa tampoco; nos separamos porque ella no soportaba mis largas ausencias y la tensión por los riesgos que corro. No le reprocho que quisiera marcharse, en realidad somos buenos amigos.

—¿Entonces no la esperas a ella?

—No. Esperaba a otra persona, de hecho fue ella quien me citó aquí, aprovechando que tengo dos semanas de permiso. Al parecer no vendrá, pero tú y yo nos hemos conocido y eso me compensa.

No quise averiguar más. Temía preguntar sobre la foto de Vero, temía que la pasión que compartíamos se rompiera y tenía miedo del momento que llegara mi madre y se encontrara con Abner; era posible que él la prefiriera a ella o no quisiera a ninguna de las dos sólo por evitar fricciones entre nosotras.

Llegamos a mi cabaña. Entramos casi corriendo y nos abrazamos para besarnos con verdadera pasión. Nuestras ropas volaron entre risas y jadeos salvajes.

—¡Esto es una locura! —grité extasiada cuando Abner me abrazó por detrás.

—¡Vivámosla! —jadeó él aferrándose a mis senos mientras acomodaba su erección entre mis muslos—. ¡Me tienes loco, hechizado, enfermo de deseo!

El militar flexionó las rodillas para afirmar la postura. Movía la pelvis en un vaivén que provocaba la fricción de su virilidad contra mi sexo. Sus manos masajeaban mis senos. Yo meneaba las caderas en respuesta. Mis nalgas chocaban contra su abdomen y mi flujo vaginal empapaba nuestros genitales.

—¡Así! —grité—. ¡Sigue así, que no me has penetrado y ya me tienes vuelta loca!

Alcancé el primer orgasmo de la velada entre gritos y gemidos. Lejos de relajarme, este clímax acrecentó mis ansias. Abner entendió que necesitaba recuperar el aliento, por lo que me llevó a la mesa y dobló mi cuerpo. Quedé recostada en ángulo de noventa grados sobre la cubierta. Mis pezones erectos parecían querer rayar la formica. Estiré los brazos para aferrarme al borde y el hombre separó mis piernas.

Creí que me penetraría en ese mismo momento, estaba lubricada y lista para recibirlo. En vez de eso, se postró de rodillas ante mi trasero para lamer mi entrada vaginal. Grité de placer cuando su lengua comenzó a estimular los contornos de mi orificio femenino.

Sus dedos índice y medio acompañaron la estimulación lingual y pronto encontraron el camino a mi interior. Fue avanzando labios arriba por toda mi vulva mientras me daba la estimulación vestibular que me enloquecía.

Abner hizo coincidir el momento de chupar mi clítoris con los primeros roces de sus dedos sobre mi “Punto G”. Yo sollozaba, me revolvía, sacudía la cabeza y me aferraba al borde de la mesa como si se tratara de una tabla de salvación. El guerrero seguía alternando secuencias de succiones profundas sobre mi nódulo de placer y opresiones en mi zona de deleite interno. Mis músculos vaginales obedecían mis requerimientos de más y más sensaciones. Mi vista se nubló por los estímulos y una marejada de placer pareció arrastrarme mientras me corría. Mi vagina manaba líquidos que empapaban el rostro de mi amante.

—¡Sabes deliciosa! —exclamó mientras se esmeraba en lamerme entera.

—¡Ya, dámelo todo! —exigí sin descabalgar del orgasmo—. ¡Entra en mí! ¡No me tortures más!

Abner se incorporó. Aferró mis nalgas con fuerza y las separó como si se tratara de los gajos de un fruto listo para ser devorado. Acomodó su glande en la entrada de mi vagina y lo escuché expeler el aire de sus pulmones para volver a inhalar con violencia. Se estaba preparando para una secuencia respiratoria de alto rendimiento; me estremecí de satisfacción pensando en lo que se avecinaba.

El sabra adelantó la pelvis con fuerza. Su ariete se abrió paso por mi conducto vaginal mientras ambos gritábamos, prisioneros de una pasión animal. Sin ser rudo, no cedió cuartel. La penetración fue poderosa y muy estimulante. No se detuvo hasta que su hombría se albergó entera en mi interior.

—¡Te siento en la matriz! —grité—. ¡Dame duro, gózame y hazme gozar!

No respondió con palabras. La réplica vino en forma de poderosas embestidas de su hombría en mi vagina. Empujaba y su glande golpeaba mi útero. Mis pies se separaban del suelo, la mesa crujía, mis manos se aferraban al borde de la cubierta, mi garganta emitía alaridos, mi espalda se arqueaba, mi rostro en el espejo se retorcía de placer y mis músculos vaginales le daban vía libre para penetrar o aprisionaban su hombría cuando se retiraba.

Mis caderas se sincronizaban a su ritmo, nuestros jadeos lo invadían todo. Cada retroceso de Abner parecía encaminado a cobrar más y más impulso. Lo sentía estimulando mi zona vestibular, pulsando mi “Punto G” con la curvatura de su miembro, golpeando el útero y arrancándome la vida para devolvérmela multiplicada por el placer recibido.

Las energías sexuales me rebasaron. Un orgasmo múltiple me recorrió entera cuando sentí que me destrozaba de gusto. Mis ojos se anegaron en lágrimas de dicha mientras mi sexo expelía una catarata de fluidos y mi amante se esmeraba en darme más y más placer con cada embestida.

Me sacudía, gemía y gritaba sin poder desconectarme de la corriente del deleite. Abner aceleró sus movimientos haciendo estrellar su abdomen contra mis nalgas en innumerables impactos de placer. Sus dedos se tensaron sobre mis nalgas y me penetró a fondo mientras gritaba extasiado. Su glande golpeó mi útero y una ráfaga seminal me irrigó entera.

—¡Abner! —gritó mi madre desde la puerta—. ¿Qué estás haciendo? ¡Edith es tu hija!

Me encontraba aún elevada a la enésima potencia del orgasmo. Las palabras de Vero me hicieron chillar de placer. Mi amante debió experimentar una sacudida similar, pues lo sentí bombearme con más insistencia hasta que dejó de eyacular.

El sabra abandonó mi intimidad cuando nos relajamos. Yo seguí recostada sobre la mesa, jadeando estremecida mientras una abundante cantidad de semen y flujo vaginal me resbalaba muslos abajo.

—¡No puedo creer esto! —gritó Vero—. ¡Abner, te cité aquí para que conocieras a tu hija! ¡Edith, este hombre es tu padre biológico!

Mi madre sostenía en una mano la tarjeta llave de la cabaña, seguramente la había solicitado en recepción. Traía un vestido de una sola pieza bastante corto y muy escotado. Tenía una maleta y nos estaba diciendo que el mejor sexo de mi vida era inmoral. Yo me había preparado mentalmente para aceptar que Abner hubiera sido un amante del pasado de mi madre, pero reconocerlo como padre era demasiado para mí.

—¡Vero, no puedo creerlo! —replicó el sabra.

—¡Edith es tu hija! —repitió mamá—. ¡La engendramos en Tel Aviv! ¡No te dije nada porque tu modo de vida es muy peligroso y no quería que nuestra hija sufriera por la muerte prematura de su padre!

—¡No es justo! —sentenció él.

Todo cuadraba. La inexplicable atracción que nos unía podía deberse al llamado de la sangre, la compatibilidad en los momentos íntimos e incluso la manera en que encajábamos al copular podían deberse a la genética. Si sentía que lo conocía de toda una vida era porque su ADN era parte de mí desde el momento de mi concepción.

Enfurecí. Me sentí engañada, decepcionad y burlada. Verónica me había alejado de mi padre biológico y con ello había tomado decisiones que no le correspondían. Me puse en pie. Mi vagina y mis muslos estaban empapados con la mezcla de mi flujo íntimo y el semen de mi propio padre.

—¡Me mentiste! —acusé secamente—. ¡Me ocultaste la verdad, me pusiste como padre a un hombre que no lo era y me alejaste de este hombre! ¡Lo citaste aquí, al mismo tiempo que a mí y casi me arrojaste a sus brazos! ¡Verónica, esto es culpa tuya!

Abner se colocó a mi costado, ligeramente por delante de mi camino. Su hombría continuaba en pie de guerra, pero su entrenamiento militar tenía sus reflejos en guardia; supe que, en caso de que yo atacara a Vero, él se interpondría entre nosotras.

—Edith, debes entenderme. Tenía miedo, no sabía qué hacer.

—Debiste decirme —reclamó el hombre—. Me estoy enterando de la manera más dolorosa posible. Conocí a Edith y no pensé que estuviera relacionada contigo; en realidad no pensé en nada.

Yo había visto la foto de ellos dos, pero decidí no pronunciarme.

—¡Por eso quería que nos viéramos todos aquí! —señaló mi madre—. ¡Edith, siempre quise que conocieras y amaras el mundo de tu padre, para que al crecer pudieras elegir!

Avancé hacia ella. Acaricié a Abner con la mirada y me restregué la entrada vaginal. Empapé mi mano con la mezcla de esencias. Vero retrocedió hasta que su espalda topó con la pared, la miré a los ojos. Quise abofetearla, quise golpearla y quizá destruirla, pero me resistí. En vez de ello le tapé la boca y la nariz con el cóctel pasional que cubría mi diestra.

—¡Huélelo! —ordené—. ¡Pruébalo! ¡Zorra mentirosa, mira lo que has provocado! ¿Cuántos amantes más excluiste de la lista?

Aflojé la presión de mi mano cuando sentí con sorpresa que mamá lamía los fluidos. Abner me hizo una seña, como invitándome a la calma. No quise hacerle caso, Vero merecía un castigo y yo debía aplicárselo.

Levanté la pierna derecha y di un golpe de talón por detrás de la rodilla izquierda de mi madre. La sujeté por las axilas en el momento que perdía el equilibrio y la miré arrodillada a mis pies. La tomé por el cabello y la obligué a alzar el rostro. Pegué mi vagina entre su boca y su nariz.

—¡Lámelo todo, bruja mentirosa! —ordené—. ¡Intenta borrar con tu lengua las huellas de lo que has provocado! ¡Los jugos de una hija mezclados con el semen de su propio padre!

Me sentía decepcionada. Vero me había dado una vida, un apellido, un entorno familiar y una historia que se derrumbaban bajo el peso de sus falsedades. Por mi mente pasaron varios planes: salir corriendo y montar una orgía de venganza con todos los estibadores que había contemplado esa misma mañana, pagar lo que fuera por el alquiler de un yate que me devolviera al continente, estrellar la cabeza de mi madre contra la pared o beberme medio litro de arsénico. La boca que tantas veces me mintió fue la que me dio la solución menos mala. Decidí abandonarme al placer sin reservas.

Pegué un bote cuando la lengua de mi madre culebreó en mi entrada vaginal. Poco antes había experimentado un orgasmo muy poderoso y estaba hipersensible.

—Edith, tienes derecho a ser dura, pero no cruel —señaló mi padre.

Las caricias de Vero pasaron de la zona vestibular a los labios mayores. Haría y me dejaría hacer, pero tenía miedo de las reacciones de Abner.

—¿Me odiarás, después de lo que ha pasado, ahora que sabes que soy tu hija? —pregunté al sabra.

—¡No podría! —respondió sinceramente—. ¡No sé cómo vamos a vivir a partir de ahora, pero no podría odiarte!

Solté el cabello de mi madre y gemí cuando su lengua ascendió a mi clítoris. Su aliento quemaba y se la notaba excitada. Rozó mi entrada vaginal con dos de sus dedos. Limpió con su cabello la mezcla de fluidos de mis muslos. Nunca antes habíamos tenido sexo entre nosotras.

—¿Seguirás teniendo sexo conmigo? —pregunté temerosa.

—Sólo si tú lo deseas —señaló él.

Mi padre me abrazó por la espalda. Dudaba en tocar mi cuerpo desnudo, pero lo autoricé con un asentimiento. Acomodó su miembro en medio de mis nalgas y cruzó sus manos sobre mi busto para apresar mis senos.

—Te deseo —me dijo al oído—. Te deseo tanto como al principio, pero no quiero que te sientas incómoda conmigo.

Podía ser un hombre entrenado para enfrentar la muerte, pero no era insensible a los asuntos emocionales.

—Tampoco sé cómo vamos a vivir después de esto —gemí por las caricias de mi madre—, pero no podría detener lo que está sucediendo.

Vero penetró mi vagina con sus dedos y succionó mi clítoris mientras iniciaba un ritmo de entrada y salida.

—¡Así, mentirosa! —exigí—. ¡Demuestra que sabes usar la boca para algo más que decir embustes!

Mi madre era experta en lides lésbicas. Sus dedos se movían en mi interior con elegancia y maestría. Sus uñas obsequiaban caricias a mi “Punto G” y sus labios succionaban mi clítoris en los momentos precisos. Entretanto, mi padre friccionaba su erección entre mis glúteos; los seres que me habían engendrado se esmeraban por darme placer.

Sentí que las rodillas me flaqueaban y Abner me sostuvo con fuerza. Entendí que nuestra pasión prevalecería, a pesar de los lazos de sangre.

Volví a tomar a mi madre por los cabellos, no para exigir, sino para evitar que dejara de estimularme. Volví la cabeza y mi padre me besó en la boca para devorar mi grito cuando llegué al orgasmo.

Abner me soltó y yo me dejé caer de rodillas junto a Vero. La abracé y besé su boca con avidez; necesitaba sentir que podía volver a confiar en ella. Tomé una mano de Abner y lo acomodé frente a mamá. Hice una señal y ella tomó el pene para llevárselo a la boca.

Mi madre sabía hacer buenas felaciones. Se introducía el miembro hasta donde las dimensiones lo permitían, succionaba con gula y lo extraía haciendo presión con los mofletes. Estimulaba con su mano la parte de mástil que no podía guardar en la boca y se deleitaba en su labor oral.

—¿Hay algo más que yo deba saber? —pregunté situándome detrás de mamá para besar su cuello—. ¿Acaso soy descendiente del Cid Campeador?

—No —respondió entre succiones—. Se trata de Joab, tu hermano. Lo invité a venir, nos encontramos en D.F. y, bueno, esa fue la causa de mi retraso.

—¡Verónica! —gritó Abner—. ¿Te tiraste a mi hijo?

—¡Entiéndeme! —pidió mi madre—. ¡Se parece mucho a ti y al verlo recordé viejos tiempos! ¡No sabría si tú querrías algo conmigo después de tantos años!

El cunilingus que me había dado mi madre tuvo el poder de aplacar mi ira, pero sus nuevas palabras volvieron a enfadarme. Dejé de abrazarla para tomar su vestido desde atrás, busqué las costuras y desgarré con furia. Ella gritó, pero guardó silencio cuando rompí los laterales de su tanga y le propinó una sonora nalgada.

—¡No la lastimes! —pidió una voz masculina detrás de mí—. ¡Soy tan culpable como ella!

Giré la cabeza y descubrí a un chico que se asomaba desde la puerta. El muchacho era la versión adolescente de Abner. Entró a la cabaña y cerró la puerta tras de sí.

—¡Joab! —exclamó mi padre—. ¿Qué haces aquí?

—Conocí a Vero en el Face y me citó para conocer a mi hermana. Era una sorpresa para ti y para ella, pero veo que los sorprendidos fuimos nosotros.

—¡Y te acostaste con mi madre! —lo encaré incorporándome.

—¡Y tú te acostaste con nuestro padre! —sonrió.

Mi cabeza daba vueltas. En unos minutos había conseguido un nuevo padre que era mi amante, un nuevo hermano, una madre más zorra de lo que siempre fue y me mostraba desnuda ante todos como si tuviera puesto un vestido de cóctel.

Volví a repasar los planes abandonados, “estibadores, yate, asesinato, o arsénico”, y decidí que lo mejor era dejarme llevar e integrar a mi hermano en la nueva organización familiar; si ya había gozado con mi propio padre, Vero acababa de hacerme un cunilingus y antes se había acostado con mi hermano, bien podía cerrar el círculo teniendo algo con Joab.

—Bienvenido, hermanito —saludé mientras me acercaba a Joab con actitud seductora.

Se estremeció cuando nos abrazamos. Entendí sus dudas, pues cuarenta y ocho horas antes yo me habría negado a lo mismo que estaba ofreciéndole. Debí romper alguna barrera, temor o tabú en su psique, porque pasó de la reticencia a la acción; buscó mi boca con la suya y nos besamos apasionadamente. Aferró mis nalgas mientras yo restregaba mi cuerpo contra el suyo. Sentí sobre mi vientre la dureza de su virilidad.

—Todos estamos en pelotas, excepto tú —silabeé mientras aferraba su miembro sobre el pantalón —. O te quitas algo o nos dejas solos; parece que esto se va a poner bueno.

—¡No imaginé que el encuentro con mi hermana fuera a resultar así! —exclamó—. Será un placer participar en esto, pero no quiero que riñas a tu mamá. ¿Ya viste a esos dos?

Giré la cabeza y sonreí al ver la escena. Abner se había recostado sobre el sofá y mi madre se le trepaba a horcajadas para montarlo.

—¡Te cepillaste a mi hijo, no puedo creerlo! —exclamó él cuando mamá acomodó el glande en la entrada de su sexo.

—¡Y es todo un semental! —gritó mientras descendía empalándose—. ¡Tienes que estar orgulloso, es un digno representante de tu linaje! ¡Lo disfruté pensando en ti, Abner, y no sabes cuánto te he extrañado!

Con un grito se dejó caer para sentir la totalidad de la hombría en su vagina. Yo sabía por experiencia que debía estar llenándola por completo. Tomó aire y comenzó a danzar con movimientos de cadera que nada tendrían que envidiar a los míos. A mi lado, Joab ya se había desnudado y lucía una virilidad idéntica a la de nuestro padre.

Mi hermano me abrazó y volvimos a besarnos. Su erección se acomodó entre mis muslos mientras sus manos volvían a aferrar mis nalgas. Levanté la pierna derecha para abrazarlo por la cintura y mi vagina quedó a su disposición.

Mamá cabalgaba sobre papá con un frenético galope, sus senos botaban al ritmo de sus movimientos mientras sacudía la cabeza en señal de gusto. Él la sostenía por la cintura y acompañaba la cópula con un estudiado ritmo pélvico.

Joab metió su diestra desde atrás por entre mis nalgas y acarició mi entrada vaginal. Gemí de gusto cuando deslizó un dedo y jugó con mi región vestibular.

—Si quieres probar mi vagina, acompáñame a asearme —sugerí a mi hermano—. Tengo semen de nuestro padre hasta la matriz y quisiera estar fresca para ti.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo conmigo? —jadeó—. No es demasiado tarde, aún podemos detenernos.

—Tengo dos alternativas —informé—. O lo paso bien y “aquí te pillo, aquí te fornico”, o decapito a mi madre por sus mentiras.

—¡Mejor lo primero! —gritó tomándome de la mano.

Entramos al baño y me senté en el retrete. Oriné delante de mi hermano sin pudor alguno, no era la primera vez que un hombre me veía hacerlo. El semen de nuestro padre seguía escurriendo de mi sexo.

—Orina tú también —solicité—. Odiaría que lo hicieras encima de mí, pero me fascina ver cómo orinan los hombres.

Me incorporé. Mi hermano se puso en posición y apuntó. Se concentró para invocar al Manneken Pis o lo que sea que imaginan los chicos cuando “riegan el maizal”. Escuchamos los gritos del orgasmo de mamá y sonreímos como niños a punto de cometer una travesura.

Abrí las llaves de la ducha y entré. Tomé la regadera manual, apoyé un pie en la pared y dirigí el chorro de agua fresca al centro de mi intimidad. Con la mano libre abrí mi entrada vaginal para asearme lo mejor posible.

—¿Quieres mirar? —invité a Joab—. ¿Habías visto antes una como esta?

—Tu mamá me mostró la suya desde antier —respondió entrando al cubo de la ducha conmigo—. Es tan bella como la tuya.

Lo besé en los labios. Me sentía muy excitada y no experimentaba remordimientos. Las emociones habían sido muy fuertes desde las últimas veinticuatro horas. Joab tocó mi vagina y le pasé el jabón en gel para optimizar la caricia.

—Me encantas y vamos a hacer de todo —informé con un gemido al sentir sus dedos en mi sexo—. Pero una cosa te voy a pedir; por nada del mundo nos compares a mi madre y a mí. Si empiezas a considerar que una es mejor que la otra, nos perderás a las dos.

—¡A la orden! —se cuadró militarmente.

Ambos reímos mientras mi hermano me acariciaba. Yo también lavaba sus genitales. Nuestros cuerpos estaban empapados por el agua de la ducha y los chorros de la regadera manual eran muy estimulantes para ambos.

Cuando mi sexo quedó limpio cerré las llaves de la ducha. Empujé a Joab para ponerlo contra la pared y me acomodé de rodillas frente a su miembro.

—Voy a chupártelo, pero no quiero que te corras en mi boca —indiqué meneando su herramienta—. Deseo que tu primera eyaculación conmigo sea dentro de mi vagina.

—¡Gracias, Edith! —gimió cuando succioné su glande—. ¡Y yo tenía miedo de que no me aceptaras!

Apreté el primer tercio de su herramienta entre mis labios y presioné con fuerza mientras jugaba con la lengua alrededor del glande. Gritó y se sacudió desesperadamente. Después sostuve sus testículos con una mano mientras introducía su miembro hasta mi campanilla y comenzaba un bombeo con movimientos de cabeza. Él enredó sus dedos en mis cabellos y suspiró profundo.

Mis senos se movían al ritmo de la felación mientras todo mi cuerpo avanzaba y retrocedía para brindar placer a mi hermano. Joab gemía, se debatía y buscaba mi mirada.

Me saqué de la boca el miembro ensalivado y lo lamí desde el glande hasta el inicio. Chupé sus testículos con cuidado, pero succionando sin darle tregua. Mi vagina volvía a segregar flujo, pero decidí no tocarme pues deseaba que él me diera placer.

Me metí uno de sus testículos entre los labios y lo oprimí emitiendo gruñidos como de leona que devora a su presa. Repetí la operación con el otro mientras mi hermano no dejaba de gemir.

—¡Es mi turno! —exclamé—. ¡Quiero que me muestres lo que sabes hacer!

Con estas palabras me incorporé. Doblé el cuerpo hacia adelante con las piernas separadas y quedé en ángulo de noventa grados, con las manos aferradas a las llaves de la ducha. Deseaba sentirlo en la misma postura que antes usara nuestro padre para hacerme gozar. Joab se posicionó detrás de mí y palmeó mis nalgas.

Acarició mi trasero de forma lasciva. Después se arrodilló entre mis piernas y sopló aire tibio sobre mi sexo; me estremecí.

Lamió mi entrada vaginal haciendo círculos con la lengua para después penetrarme con esta como si se tratara de un pequeño pene.

—¡Vas muy bien! —gemí—. ¡Acuérdate del clítoris!

Lamió con gula mis labios vaginales saboreando el néctar amatorio que escurría de mi sexo. Llegó a mi nódulo de placer y succionó con fuerza. Grité electrizada. Miré hacia abajo y vi su erección en plena forma; por un momento quise ser más flexible y estirarme para chuparla, pero me era imposible.

Mi hermano succionaba mi clítoris, momento que aprovechaba para inspirar aire. Después ejecutaba un movimiento de cabeza que provocaba que su nariz penetrara en mi entrada vaginal para expeler aire caliente en mi intimidad. Volvía al clítoris y repetía la operación. Yo gritaba con cada respiración suya y él recibía en su rostro los abundantes líquidos que mi vagina segregaba.

Me aferraba a las llaves de la ducha. Mis caderas se movían instintivamente en busca de más y más estímulos íntimos. La tensión en mi sistema nervioso aumentaba a cada caricia oral.

—¡Joab, hermano, me vas a hacer correr! —grité sin importar que nuestros padres me escucharan—. ¡Levántate y penétrame! ¡Quiero venirme contigo dentro!

Mi hermano obedeció. Se puso en pie de un salto y me atrapó por la cintura. Me penetró por la vagina con un largo y lento movimiento.

Vibré con cada pulgada de su avance. Contuve la respiración concentrándome para no perder las sensaciones previas al orgasmo. Su hombría era tan parecida a la de nuestro padre que me proporcionaba idéntico placer. El glande, presionado hacia abajo por la curvatura del tronco, pulsó mi “Punto G” con demasiada fuerza. Siguió su camino hasta topar con mi matriz, entonces grité como una fiera en celo mientras movilizaba mis caderas en busca de la fricción coital.

Joab entendió las señales. Mi hermano me penetraba llevando su hombría hasta el fondo de mi sexo y retrocedía para presionar mis zonas erógenas internas con su curvatura y el glande. Mi intimidad lo recibía bien, las sesiones con nuestro padre me habían acostumbrado al nivel de sexo que estaba compartiendo con él.

Las energías acumuladas se multiplicaron y estallé en un orgasmo húmedo y poderoso mientras gritaba agitando la cabeza. En una de estas sacudidas noté que nuestros padres nos observaban afuera de la ducha.

Joab se esmeraba en su tarea mientras yo buscaba el encuentro de nuestros cuerpos. Su abdomen chocaba sonoramente contra mis nalgas. Abner se coló en medio de mis brazos, en el espacio que había entre mi cabeza y la pared. Su erección quedaba a la altura de mi rostro y no dudé en abrir la boca.

—Con cuidado, Tesoro, no quiero que te lastimes —señaló mi padre colocando su glande entre mis labios.

Los empujones que me daba Joab provocaron que la erección de nuestro padre corriera de la entrada de mi boca hasta mi campanilla. Abner me sujetó por los hombros para evitar que me la tragara entera. Mis senos colgaban y se balanceaban de adelante hacia atrás sin control. Saboreé la mezcla del semen de mi padre y el flujo vaginal de mi madre y esa combinación me electrizó aún más.

Mis amantes filiales me daban mucho placer. Mi hermano empujaba detrás de mí mandando a guardar la totalidad de su miembro en mi interior. Yo respondía con opresiones vaginales y humedades que lo lubricaban todo. Mi padre ejecutaba movimientos copulatorios mientras fornicaba mi boca.

Vero se sentó debajo de mi cuerpo, no podía verla debido a la postura, pero pronto sentí sus acciones. Atrapó mis senos entre sus manos y me proporcionó una estimulación mamaria muy intensa. Combinó sus movimientos manuales con las profundas penetraciones que me daba Joab. Cuando mi hermano empujaba para llevar su glande a mi útero, la erección de mi padre llegaba a mi garganta y mi madre tiraba de mi seno derecho desde el nacimiento hasta el pezón. Cuando Joab retrocedía, Abner también se movía hacia atrás y Vero cambiaba a mi seno izquierdo para repetir la estimulación.

Mi placer era enorme. Las secuencias y acciones de mis familiares me estaban encendiendo por todos sitios. No podía gemir a gusto, pues dos tercios del miembro que me engendró estaban resguardados en mi boca. Mis caderas acudían al encuentro con el cuerpo de mi hermano y mi madre me destrozaba con el placer mamario.

Gemí y me sacudí cuando una serie de orgasmos múltiples me arrasó completa. Me corría incesantemente mientras mis amantes gozaban y hacían gozar a mi cuerpo.

—¿Quién dice que no se puede ordeñar a una zorra? —preguntó mi madre con voz enronquecida—. ¡O te saco la leche de las ubres, o tú sacas la leche de tu padre y de tu hermano, lo que suceda primero!

Sabía que Vero se estaba desquitando por el modo en que la traté minutos antes, pero no importaba. Su comentario me encendió aún más y chillé de placer cuando Joab aprovechó una de mis convulsiones orgásmicas para penetrarme a fondo y eyacular abundantemente en mi interior. Abner tensó los dedos sobre mis hombros y sentí las palpitaciones de su miembro al descargar varios disparos de su semen directamente en mi garganta.

Caí sobre el cuerpo de mi madre cuando los hombres desocuparon mis orificios. Vero me abrazó con pasión de amante lésbica y ambas nos entregamos a un beso abrasador.

La sesión de sexo en familia había sido brutal, pero apenas empezaba.



Continuará

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heranlu

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Ímpetu Sexual – Capítulo 03



Besé la boca de mi madre con furia y amor. Mis sentimientos estaban en conflicto. Ella me había dado una vida de mentiras y yo era incapaz de comprender sus motivos. Podía defenderse argumentando temores e inseguridades, pero nada cambiaba el hecho de que yo hubiera conocido accidentalmente a mi padre biológico y él y yo hubiéramos confundido el llamado de la sangre con el deseo sexual. Abner y yo habíamos estado follando desde el día anterior, mientras Vero hacía lo mismo con Joab, mi hermano.

Para redondearlo todo, me encontraba tumbada sobre mi madre, con semen de mi hermano escurriendo de mi coño y con esperma de mi padre en la boca. Vero estaba acostada sobre las baldosas del cubo de la ducha. Moví la pelvis en círculos para friccionar mi vagina contra la de mi madre. Restregábamos nuestros senos y ambas nos estremecíamos de placer.

Abner se sentó en el suelo y acomodó la cabeza de Vero sobre su muslo derecho para ofrecerle una postura más cómoda. Mi madre y yo aprovechamos para estimular los genitales de mi padre con nuestras bocas. Joab se arrodilló a nuestro lado, introdujo las manos entre nuestros cuerpos y masajeó nuestros senos cuanto pudo.

Vero y yo gemíamos con deleite. En ocasiones mi madre llevaba la verga de mi padre hasta su garganta, entonces yo aprovechaba para apresar alternativamente uno y otro testículo entre mis labios. Cuando el miembro salía de la boca de ella, yo lo recibía en la mía y procuraba chupar la mayor cantidad de hombría paterna. Ocasionales hilos de saliva espesa unían nuestras bocas.

—¿Te jode que haya follado con Joab? —pregunté a mi padre aprovechando un momento en que saqué su miembro de mi boca.

—Me mosquea un poco, Edith, pero procuraré aceptarlo —respondió acariciando la cabeza de mi madre mientras ella mamaba su glande—. Ahora entiendo que lo que sentí por ti cuando nos conocimos era amor de padre, pero mi cuerpo lo interpretó como deseo sexual. Eres libre de hacer lo que quieras con tu cuerpo, los cuatro somos adultos y podemos disfrutar del frenesí sexual o terminar peleando entre todos. Prefiero la primera opción.

Mis movimientos de caderas eran muy intensos. Nuestras vaginas, empapadas de flujos y semen de los dos hombres, chapoteaban sonoramente. Mi madre me abrazó por la cintura con sus piernas y yo me impulsé con rápidos vaivenes similares a los que haría un hombre que la penetrara. Mi clítoris y el suyo disfrutaban del calor, el mutuo contacto y la humedad de la mezcla de efluvios sexuales.

Vero se corrió clavando sus uñas en mis nalgas y yo alcancé un nuevo orgasmo con la verga de mi propio padre invadiendo mi garganta hasta donde los límites naturales lo permitían.

—Sugiero un baño y un cambio de lugar —comentó Abner cuando nosotras nos relajamos—. Estaremos más cómodos en la habitación.

Nos levantamos. Mi madre y yo quedamos abrazadas, frente a frente. Los hombres usaron el gel de ducha para friccionar nuestros cuerpos. Cerré los ojos mientras besaba a mi madre y gocé de unos minutos de magreo integral. Ignoraba si era mi padre o mi hermano el que estrujaba mis pezones desde atrás o separaba mis nalgas para apoyar su verga en el canalillo.

Ocasionalmente nos daban pellizcos en las nalgas, no buscaban lastimarnos, sino palpar la dureza de nuestras carnes. Vero separó su boca de la mía para gritar y tuve que abrir los ojos. Tanteé entre nuestros coños y descubrí que mi hermano había penetrado la vagina de mi madre con dos dedos para masturbarla furiosamente. Mi padre abrió los grifos de la ducha y los cuatro recibimos la tibia llovizna.

Abner se arrodilló detrás de mí y separó mis nalgas para lamer la “línea fronteriza”, desde la espalda baja hasta la entrada vaginal. Mi madre movía las caderas en busca de los dedos de mi hermano mientras mi padre jugaba con su lengua sobre mi ano. Separé las piernas y expuse el trasero para facilitarle la labor. Ya nos habíamos desmadrado, ni siquiera recordaba un momento de cordura en el que hubiéramos podido detener la orgía familiar.

Al tacto encontré la verga de mi hermano. Lo masturbé suavemente; no buscaba hacerlo eyacular, pero quería darle placer. Mi padre sorbía agua debajo de mi cuerpo y me estremecí de orgullo morboso al pensar que lo tenía “bebiendo de mis nalgas”. Abner acomodó sus labios sobre mi entrada vaginal y escupió, en forma de chorro, el agua que había guardado en su boca; aullé extasiada por el enema oral. Joab atrapó mi cabeza con la mano libre, me miró a los ojos y nos besamos con pasión.

Mi padre se puso en pie detrás de mí y pasó una mano por debajo de mis nalgas. Usando caricias bien estudiadas penetró mi vagina con dos de sus dedos y pulsó mi clítoris con su pulgar. Vero sujetó el miembro enhiesto de Abner para estimularlo. El circuito masturbatorio se cerró cuando mi madre y mi padre se besaron apasionadamente.

Bajo el agua de la ducha éramos dos ninfas y dos sátiros ansiosos de dar y recibir placer. Mi padre me masturbaba, yo masturbaba a mi hermano y este lo hacía a mi madre mientras ella pajeaba a mi padre. Sentí que Vero convulsionaba y escuché sus gemidos dentro de la boca de Abner. Papá metía dedos en mi vagina, los separaba y contraía en mi interior y alternaba los movimientos de muñeca para que su pulgar pulsara sobre mi clítoris insistentemente. El morbo de la situación y las caricias de mi padre provocaron que yo también me corriera.

Nos separamos entre risas y ganas de más marcha. Los hombres siguieron friccionando nuestros cuerpos y después nos enjuagaron. Nos secaron con las toallas para pasar los cuatro a la habitación.

Mi madre y yo nos abrazamos a mi hermano mientras mi padre nos dejaba solos. Ella, sin muchos preámbulos, se arrodilló en la alfombra para lamer el capullo de Joab mientras este acariciaba mis nalgas con una mano y mis tetas con la otra.

Abner volvió con nosotros. Traía cuatro botellas de Gatorade. Entregó dos a Joab y conservó otras dos. Mi madre mamaba ruidosamente la virilidad de mi hermano, hasta que este le indicó que lo dejara unos instantes para darle de beber. De este modo fueron alternando entre mamada y rehidratación.

Abner se sentó al filo de la cama y yo me tendí a su lado, apoyando mi costado derecho sobre su muslo para tener libre acceso a sus genitales. Apreté suavemente sus testículos con mi mano mientras chupaba su glande, él acarició mi espalda y nalgas. Me introducía su verga en la boca hasta donde me era posible y remataba el final del recorrido con poderosas succiones mientras mi mano apretaba y soltaba sus testículos. Cuando retrocedía, presionaba su capullo entre mis labios y me sacaba la polla con una profunda mamada, entonces mi padre me daba de beber para volver a la acción.

Mi cuerpo deseaba más estímulos y mi libido anhelaba seguir rebasando límites. Mi vagina seguía segregando flujos y estaba bastante excitada. Me encantaba el sabor del semen de mi padre, pero en ese momento no deseaba que eyaculara en mi boca. Me incorporé y corrí a la mesilla de noche.

Dejé el pie derecho sobre la alfombra, separé bien las piernas y apoyé la rodilla izquierda sobre el colchón. Flexioné la cintura para poner mi mano derecha sobre la mesilla.

—¡Que alguien me penetre ahora mismo! —exigí mientras me palmeaba la nalga izquierda—. ¡Quiero que un hombre me llegue a la matriz, no importa que sea mi propio padre o mi propio hermano!

Sólo tuve tiempo de aferrarme al cabecero de la cama con la mano libre. Abner se levantó, pero Joab estaba más cerca; mi hermano sacó su verga de la boca de mi madre y corrió para apoderarse de mis nalgas. Acomodó su glande en mi entrada vaginal y ambos empujamos para concretar la penetración.

Mi sexo lo recibió con gusto. Las paredes de mi vagina se expandieron para franquearle el paso mientras ambos resoplábamos. No se detuvo hasta que sus testículos chocaron con mi cuerpo y su capullo volvió a topar con mi útero. Grité mientras arqueaba la espalda en un acto reflejo pasional.

Comenzamos el acoplamiento con un ritmo poderoso. Mis nalgas chocaban contra su abdomen emitiendo sonoros “aplausos” mientras sus manos aferraban mi cintura. No necesitaba dirigirme, pues yo lanzaba las caderas hacia atrás en los momentos de penetración, para adelantarlas en los turnos de retirada. Ofrecía resistencia de entrada con mis músculos vaginales y luego contraía mi interior para satisfacción de los dos.

Mi madre corrió al baño e hizo gárgaras con Listerine, refrescando su boca para volver a gozar con mi padre. Abner la abrazó y se besaron al lado de donde sus hijos follaban ruidosamente. Papá tomó a Vero por las nalgas y ella saltó para quedar montada a horcajadas sobre él. Mientras Abner la sostenía ella atrapó la verga y la llevó a su orificio sexual; se empaló de una sola acometida.

Mi padre arqueó la espalda sosteniendo a mi madre y juntos iniciaron un ritmo frenético. Las nalgas de vero temblaban cuando el miembro de Abner se enterraba completamente en su coño. Mamá gritaba, se estremecía y agitaba la melena rubia como si no hubiera un mañana. Me sentí orgullosa; podía duplicarme la edad, pero sus ganas de disfrutar y hacer gozar no tenía nada que envidiar a las mías.

Los cuatro gemíamos, bufábamos, exclamábamos obscenidades y nos entregábamos a una lujuria desenfrenada. Las energías sexuales se acumulaban en mi interior y sentí que se acercaba mi clímax. Me electrizaba saber que el adolescente que me embestía una y otra vez era mi propio hermano. Me excitaba haber follado con mi propio padre y saber que tenía a cualquiera de los dos a disposición de mi coño. Me enfebrecía mirar a mi madre, penetrada hasta la matriz y totalmente desatada.

Chillé cuando el orgasmo arrasó mi organismo entero. Arqueé la espalda y cerré los ojos mientras los músculos de mi vagina se contraían en torno a la virilidad de Joab. Me sacudí, sollocé y bramé como fiera en celo. Un torrente de flujo escapó de mis entrañas y se deslizó muslos abajo mientras mi hermano me penetraba a fondo. Creí que eyacularía, pero su momento aún no había llegado.

A nuestro lado, Vero gemía y gritaba presa de un trepidante orgasmo. Mi padre la pistoneaba con brío, guardándole la polla en lo más hondo de sus entrañas. Al notar que me había corrido, Abner acostó a mi madre en el filo de la cama, la penetró varias veces más para estimularla en su orgasmo y se desacopló dejándola con las piernas abiertas.

—¡Cambio de parejas! —exclamó nuestro padre tomando a mi hermano por el hombro para separarlo de mí.

Me acomodé de rodillas al filo de la cama e incliné mi cuerpo para apoyar los senos sobre el colchón. Ofrecí mis orificios como tributo al hombre que me engendró. Mi padre se agachó para revisar mi vagina, como queriendo comprobar si Joab se había corrido dentro; podía fingir que no le importaba, pero lo noté algo molesto cuando colocó su glande en mi entrada y empujó con fuerza.

Sin ser rudo, me embistió impetuoso. Mis nalgas se estremecieron con el impacto de su abdomen. Su verga invadió mi canal vaginal en un solo movimiento que me dejó sin respiración. Mi madre gimió a nuestro lado cuando mi hermano la penetró de frente. Joab sostenía los tobillos de Vero para mantener sus piernas separadas. Los senos de mamá bailoteaban al compás de la follada.

—¡Eres mi hija! —gritó Abner iniciando un rítmico bombeo en mi vagina—. ¡Has follado conmigo, con tu hermano y con tu madre! ¿Por qué me pediste mi opinión después de hacerlo con Joab?

—¡Antes estabas cogiendo con mi madre! —exclamé mientras su verga me encendía por dentro—. ¡No los voy a comparar! ¡A ti te amé desde que te vi, él me gusta mucho y quiero conocerlo como hermano!

Mi padre me penetraba como un potro salvaje montando a su yegua. Su mástil llegaba a mi matriz y golpeaba violentamente para retroceder. Cuando el capullo llegaba a la altura de mi “Punto G”, Abner empujaba mis caderas hacia abajo y sacudía la pelvis para pulsar con efecto de palanca, gracias a la curvatura de su verga. Llegando a la zona vestibular hacía girar la cabeza de su miembro y volvía a penetrarme hasta el límite.

La postura no me permitía mucha movilidad. Mi padre usaba sus manos para mover mis caderas a su antojo en un desenfrenado galope. Yo correspondía a sus incursiones con veloces opresiones de mis músculos internos y sentía que el placer se acumulaba.

A nuestro lado, mamá golpeaba con los puños sobre el colchón mientras mi hermano sostenía sus piernas para enviar su mástil a las profundidades femeninas.

Los cuatro estábamos entregados a aquella sesión de sexo duro y filial. Las sensaciones en mi interior eran indescriptibles y un poderoso orgasmo múltiple se apoderó de mis sentidos. Mordí las sábanas mientras mi padre azotaba mi trasero con su abdomen y enviaba el pene que me engendró a lo más hondo de mi coño. Mi sexo expulsó otra oleada de fluidos que empaparon nuestros muslos.

—¡Me voy a correr adentro de ti, pero será en tu culo! —exclamó Abner.

Parecía celoso de Joab. Parecía molesto, aún cuando se controlaba más o menos bien. Había sido bastante impetuoso en este acoplamiento y temí que quisiera encularme sin haberme preparado antes.

Afortunadamente la razón se impuso. Mi padre desocupó mi encharcada vagina. Se arrodilló detrás de mí y, separando mis nalgas y escupió sobre mi ano. Penetró mi sexo con dos dedos para recolectar flujo y lubricar los pliegues de mi orificio posterior. Se agachó entre mis piernas y lamió los líquidos de mis anteriores orgasmos. Evitó pasar su lengua por mi vagina y comprendí que le daba corte saber que Joab me había penetrado minutos antes. Entendí sus celos; él había lavado mi intimidad para gozar conmigo y mi hermano se le había adelantado al cogerme en la mesilla de noche.

Abner lamió mis nalgas y acarició mi clítoris con los dedos de una mano mientras usaba los de la otra para picotear delicadamente mi entrada anal. Nuestros compañeros de lecho dejaron de follar. Joab se sentó a mi lado acariciándome la espalda, mi madre le hizo señas para que no me tocara y se arrodilló entre las piernas de mi hermano. Vero tomó la polla de Joab y la lamió entera.

—Mira y aprende, chaval —ordenó mi padre a mi hermano.

El militar acomodó su boca sobre mi ano para lamerme con maestría. Hacía girar su lengua en círculos, cartografiando los pliegues y dando ligeras incursiones que me hicieron gritar de placer. Puso sus labios en mi culo y succionó con fuerza. Sacudí la cabeza de un lado a otro. Me estaba preparando, pero también intentaba serenarse para no lastimarme.



Penetró mi ano despacio con los dedos húmedos de flujo vaginal. Primero fueron el índice y el medio de la mano derecha, después sus gemelos de la izquierda. Flexionó las falanges en mi interior y separó las manos para jugar con la resistencia de mi esfínter. Me retorcía, mi cabello revuelto cubría mi visión, abría y cerraba las manos en gesto desesperado. Lo necesitaba dentro de mí.

—¡Penétrame ya, por favor! —chillé desesperada.

—No entendí —respondió con sequedad—. ¿A quién le hablas?

—¡Te lo pido, Abner! —repliqué—. ¡Papá, quiero sentirte en mis entrañas! ¡Cógeme! ¡Fóllame! ¡Encúlame ya! ¡Quiero que seas tú!

Se incorporó detrás de mí. Puso el glande en la entrada de mi culo y empujó un poco. Comprobó que mis rodillas estuvieran bien colocadas sobre el colchón y aferró mis caderas para encularme lentamente.

Boqueé en busca de aire mientras el mástil de mi padre ingresaba por mi ano. Me penetraba despacio, pero sin pausas. Quise incorporarme para quedar en cuatro puntos, pero él me lo impidió. No paró hasta que sus cojones toparon con mi vagina.

—¡Te cabe completo por detrás! —exclamó mi madre interrumpiendo la mamada que le había estado haciendo a Joab.

—¿Te sorprende? —preguntó Abner con sorna—. Creo recordar que a ti te cabe también. Más vale que te prepares, porque sigues tú.

No vi la expresión de mi madre y supongo que no escuché su respuesta. Pasé de estar empalada a tener una máquina sexual alojada en el culo. Mi padre empujó mis caderas para comenzar un bombeo brutal dentro de mí. Me penetraba a fondo para retirarse casi por completo y volver a atacar con más brío. Estaba cabreado y maceraba mis entrañas en venganza. Se trataba de sexo duro y morboso, pero yo podía resistirlo.

Su abdomen chocaba contra mis nalgas y todo mi cuerpo se adelantaba sobre el colchón, después me hacía retroceder jalándome por las caderas mientras se balanceaba detrás de mí para follarme con fuerza. Mis tetas rozaban las sábanas. Al igual que en el acoplamiento anterior, mi libertad de movimientos se veía cortada.

Yo gemía con cada embestida. En cada retirada apretaba su mástil con mis músculos internos, como queriendo impedir que escapara de mí. Estaba enculándome de un modo casi animal, pero yo disfrutaba cada uno de sus movimientos mientras planeaba la forma de devolverle tanto placer.

—¡Así, papá! —grité—. ¡No te detengas, me vas a hacer correr!

En respuesta, mantuvo el ritmo de sus penetraciones mientras me destrozaba de gusto. Yo me debatía en medio de oleadas de placer que fueron coronadas por un orgasmo exquisito.

Dejó de bombearme cuando mis convulsiones orgásmicas terminaron. Mi padre retiró su verga de mi ano y yo caí de lado en posición fetal. Se acostó boca arriba sobre la cama.

—Tu turno, hija mía —sentenció dándome una suave nalgada—. ¡Querías moverte y este es el momento! ¡Monta a tu “anciano padre”, que a sus treinta y nueve años puede darte más placer que dos críos de dieciocho!

Me sentí halagada y enternecida. Abner era un hombre entrenado para exponer su vida. Había matado a otros en el campo de batalla, pero yo era capaz de tocar las fibras más tiernas, sensibles y humanas de su alma. Mi padre había supuesto que lo cambiaría por Joab y sufría en consecuencia. Aún con su consigna de “disfrutar la locura del frenesí sexual”, se sentía herido en su amor propio.

Me puse en cuclillas sobre él, dándole la espalda para que pudiera dirigir su verga nuevamente a mi ano. Reunió las almohadas para recostarse y contar con un mejor margen de maniobra. Mi culo estaba dilatado y lubricado, por lo que no me costó mucho esfuerzo empalarme yo misma.

Descendí despacio, las manos de mi padre ofrecían un punto de apoyo a mis caderas. Grité triunfal cuando toda su verga estuvo dentro de mí. Me recosté sobre su torso, él separó sus piernas haciéndome abrir las mías. Giré la cabeza y ambos nos besamos apasionadamente mientras yo iniciaba una estimulante rotación de caderas.

—Puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo, pero tú te has ganado mi corazón —susurré en su oído cuando terminamos el beso.

Papá acarició mis senos con ambas manos mientras yo danzaba sobre su abdomen. Mi sexo anhelante destilaba flujo vaginal que escurría hacia la verga que penetraba mi ano.

—No me molesta que disfrutes, pero me dolería que… —

—¿Qué me enamorara de Joab? —interrumpí—. No te disgustes si después me ves follando con él, pues quedamos de acuerdo en disfrutar del frenesí, pero estoy enamorada de ti. ¡No te considero inferior a él!

Papá apoyó sus talones sobre el colchón para corresponder al meneo de mis caderas con oportunas penetraciones bien controladas. La modalidad de sexo que me ofrecía en esos momentos era menos furiosa que la follada anterior.

—También te amo —sentenció sincero—. Me enamoré de ti desde el momento en que nos encontramos; no me importa si fue el llamado de la sangre. Legalmente no eres mi hija, ¿Quieres casarte conmigo?

La extraña declaración de matrimonio fue acompañada por un incremento en las embestidas de mi padre, lo que me hizo aumentar el ritmo de mis caderas.

—¿Me tendrás siempre a tu lado? —pregunté ilusionada.

—Sí, y puedes hacer lo que se te antoje —respondió—. Puedes follar con Joab, con tu madre o con quienes quieras, pero siempre contando con el amor que nos tenemos.

—¡Acepto, nos casamos de inmediato!

Joab y mi madre se masturbaban mutuamente mirando mi enculada. Me pareció que no habían escuchado o entendido los murmullos de nuestra conversación. Los adoradores de las frases hechas podrían decir que “secreto en reunión es mala educación”, pero esa tarde aprendí que “secreto en orgía te ilumina el día”.

Volvimos a besarnos entrecruzando las lenguas. Aumentamos el ritmo de nuestros cuerpos. Cerré los ojos y sentí que se me insinuaba un nuevo orgasmo.

Todo cambió en un instante. No me percaté del momento en que mi hermano se había arrodillado entre nuestras piernas. Joab separó mi rostro del de Abner, me hizo girar la cabeza y me dio un profundo beso en la boca mientras dirigía su verga a mi encharcada vagina.

Manoteé y traté de negarme cuando mi hermano me penetró con un solo movimiento. Su verga pasó de mi zona vestibular a mi útero en el tiempo que dura un parpadeo. Mi cuerpo reaccionó dándole la bienvenida con poderosas opresiones vaginales. De inmediato impuso un ritmo muy intenso que terminó por dispararme el orgasmo. Sólo entonces desocupó mi boca para dejarme gritar.

—¿Estás bien? —preguntó mi padre acelerando sus embestidas en mi culo—. ¿Le digo que se salga de ti?

—¡Papá, puedo resistir una doble penetración! —chillé—. ¡La he probado con consoladores, pero no tan grandes como las vergas que tienen ustedes!

Me enfadaba que mi hermano hubiera aprovechado mi momento de distracción para penetrarme junto con Abner, pero ya estaba hecho. Mi cuerpo tenía bastantes argumentos para convencerme de que era agradable. Mi padre bombeaba dentro de mi ano con maestría mientras que mi hermano metía y sacaba su verga de mi vagina. Yo gemía, me sacudía y correspondía al movimiento de ambos. Nuestros cuerpos se sincronizaban a la perfección, comprobando que estaban diseñados conforme a patrones genéticos compatibles.

—¡Edith, discúlpame! —solicitó mi hermano—. ¡Te vi tan apasionada con papá que no pude resistir las ganas de cogerte!

Abner tomó entre sus manos la cabeza de Joab y acercó el rostro de mi hermano al mío.

—¡Anda, bésala! —exigió nuestro padre sin dejar de moverse debajo de mí —. ¡Es lo que deseas, niñato! ¡Besa a tu hermana mientras follas con ella, hazla gozar y disfrútala! ¡Desmádrate hoy, que mañana impondremos reglas de convivencia para todos!

Mi madre se montó sobre el muslo derecho de Abner para friccionar su vagina. Acercó su boca a la de mi hermano y la mía y compartió con nosotros un beso triple mientras se agitaba para masturbarse.

Alcancé un orgasmo brutal. Bramé en medio del éxtasis. Clavé las uñas sobre carne, sin saber a quién hería. Joab me penetró a fondo y volvió a eyacular dentro de mi vagina con poderosas descargas. Abner se aferró a mis caderas, clavó toda su verga en mi ano y se corrió irrigando mis intestinos.

Después de corrernos ellos desalojaron mis orificios. Me arrodillé sobre el colchón y miré con morbo el semen que salía de mis entrañas. Recolecté la lefa filial con ambas manos para batirla en mi vientre y entre mis muslos y friccionar con fuerza hasta hacerla espumear. Me sentía arrecha, con ganas de más acción.

—Edith, necesito asearme —señaló mi padre masajeando su verga erecta—. ¿Me acompañas?

Entendí su indirecta. Yo podía follar con mi hermano, pero mi padre deseaba “marcar su territorio” llenando mi coño con su esperma.

Abner y yo volvimos al baño. Dejamos a mi madre mamando la verga de mi hermano. Aproveché para sentarme en el wáter, separar las piernas y mostrarle a mi padre mi coño mientras meaba. Él se meneaba la polla delante de mi rostro, sin ofrecérmela para mamarla.

—¿Confías en mí? —preguntó.

—Sí —respondí—. ¿Qué vas a hacerme?

—Tengo ganas de mear, pero no quiero que te levantes.

Me estremecí. Me gustaba ver orinar a los hombres, pero detestaba que lo hicieran sobre mi cuerpo. Dudé y estuve a punto de negarme, pero había gozado mucho con la doble penetración y sentía que mi padre merecía ser compensado por tolerar que mi hermano se corriera dentro de mi coño.

—Haz lo que quieras —asentí resignada—. Puedes hacerlo, te lo permitiré por única ocasión.

—Tócate para mí —solicitó.

Acaricié mi coño para deleite de mi padre. Expulsé semen de mis intestinos. La lefa de Joab escurría desde mi gruta amatoria. Mis dedos se deslizaban con facilidad sobre mis verijas. Acaricié mi clítoris entre el pulgar y el índice mientras usaba los dedos de mi otra mano para penetrarme. Abrí y cerré la mano, con las falanges metidas en mi zona vestibular mientras mi padre se pajeaba suavemente delante de mí. Hubiera querido mamarlo, pero aún no se aseaba.

—Deja de tocarte, cierra los ojos, abre bien las piernas y no te muevas —solicitó—. Ya viene mi meada.

Obedecí. Con los ojos cerrados intenté evadirme de la situación. Consideraba demasiado guarro permitirle aquello. Me decepcionaba que Abner solicitara una cosa así y me enfadé conmigo misma por permitirlo. La lluvia dorada no me va.

Un potente chorro de orina se estrelló en el agua del retrete, cayendo entre mis piernas. Abrí los ojos al notar que no me estaba tocando. El líquido surgía del glande de mi padre, describía un arco y caía en medio de mis muslos sin salpicar mi piel.

—¿Pensabas que te mearía? —preguntó sonriendo—. Antes te he preguntado si confiabas en mí. Nunca te haría nada que no quisieras.

Le devolví la sonrisa. Me calentaba verlo mear tan cerca de mí y a la vez respetando mi deseo de no recibir la lluvia dorada.

—¿Y si yo quisiera orinarte? —pregunté.

—Soy tuyo, puedes hacerlo cuando quieras —respondió—. Sólo avísame para que preparemos el lugar. Eres la segunda mujer que cuenta con mi permiso para eso, la primera fue tu madre.

—¿Amas a Vero? —pregunté cuando él terminó su micción.

—La amo, la deseo, me enloquece y daría mi vida por ella, pero estoy enamorado de ti. No es sólo que me recuerdes a la Vero de hace veinte años, te amo por ti misma y quizá te ame más aún por los lazos de sangre que nos unen.

Abner pasó al cubo de la ducha y abrió los grifos. Me regaló la visión de su cuerpo de Sansón mientras se enjabonaba escrupulosamente. Me recibió con un abrazo y restregó la esponja impregnada en gel por mi espalda.

Volvimos a besarnos mientras sus poderosas manos friccionaban la piel de mi vientre para retirar los restos de semen. Tomé la regadera manual y refresqué mi coño mientras contraía mis músculos internos para expulsar lo que hubiera quedado de la lefa de Joab. Él se lavó la polla a consciencia y pronto la tuvo lista.

Me arrodillé a sus pies y volví a mamarlo. Amaba sentir su verga en mi boca y saberlo tan cercano, tan mío.

—Eres insaciable —declaró mi padre.

—Podría follar con Alí-Babá, con los cuarenta ladrones, con todos sus camellos y sus perros, en incluso con el elefante de Aníbal, pero siempre volvería a ti para que me dieras duro y demostraras ante mi coño que eres el mejor amante del mundo —respondí mirándolo a los ojos.

Me giré para darle la espalda y ponerme en cuatro ante él. Papá cerró las llaves de la ducha y se arrodilló tras mi culo. Abrió y cerró mis nalgas sin animarse a tocarme el coño.

—Lávame, papá —solicité—. Quiero estar limpia para ti y que puedas follarme a gusto. Quiero que el próximo semen que me llene el coño sea tuyo.



Mi madre gemía en la habitación mientras se escuchaban impactos de carne contra carne y jadeos de Joab. Los sonidos y mis palabras debieron entusiasmar a Abner, pues apretó mis nalgas con fuerza.

Papá tomó la regadera manual y apuntó un chorro de agua a mi coño. Grité complacida. Tomó jabón íntimo entre sus manos y lo untó sobre mis labios vaginales para después introducir dedos en mi entrada. Me masturbaba mientras daba azotes con su polla sobre mis nalgas. Parecía querer eliminar todo rastro de las corridas de su hijo en mi cuerpo. Las penetraciones digitales eran tan intensas que pronto me tuvo gimiendo con ganas.

Cuando estuve al borde del orgasmo, mi padre pulsó sobre mi “Punto G” con dos de sus dedos. Sin retirarlos, acomodó el glande en mi entrada vaginal y me embistió despacio.

—¡Me tienes muy abierta! —grité recibiéndolo con gusto.

—¿Has probado dos vergas por el coño a la vez? —preguntó entrando y saliendo de mí.

—¡Dos consoladores sí, pero no dos pollas vivas! ¡Permitirías algo así?

—Si tú lo deseas, no soy nadie para impedírtelo —señaló estimulando mi “Punto G” con los dedos.

No respondí, aunque la semilla de la idea se había instalado en mi mente. Moví mi cuerpo de adelante hacia atrás para corresponder a las arremetidas de mi padre. Mis músculos internos aprisionaban su verga y sus dedos mientras él se esmeraba en darme placer. El capullo de su polla golpeaba una y otra vez contra mi útero y la estimulación digital era tremenda. Yo jadeaba, chillaba y levantaba las nalgas buscando dar y recibir satisfacciones. Pronto encadené un orgasmo múltiple que me estremeció de lujuria.

—¡Toda hija debería catar la verga de su padre, en gesto de agradecimiento por haber sido engendrada! —filosofé corriéndome—. ¡Todo padre debería penetrar el coño de su hija, para comprobar la calidad de mujer que ha engendrado! Toda persona debería tener acceso al coño de su propia madre, para explorar el agujero de donde salió!

—¡Y todo padre debería llenar el coño de su propia hija, para compartirle el material genético con que la engendró! —aulló Abner eyaculando profundamente en mi interior.

Papá se desacopló de mí y me ayudó a levantarme. Volvimos con mi madre y mi hermano, en esta ocasión quise dejar mi coño escurriendo esperma.

Mamá estaba tumbada de lado. Joab penetraba su coño desde atrás mientras amasaba sus tetas. Abner ofreció a mamá su verga empapada en semen y flujo vaginal; Vero abrió la boca para mamar cuanto pudo. Los amantes se corrieron entre gemidos ahogados de mi madre y aullidos de mi hermano.

Cuando se separaron salté sobre vero. Besé su boca con sabor a semen de mi padre y mis fluidos amatorios. Ella me tomó por los hombros y giró conmigo para dejarme tendida sobre el colchón. Separó mis piernas y sonrió lascivamente.

—¡Mira que eres guarra! —exclamó al notar mi sexo empapado—. ¡Fuiste a lavarte el coño y regresaste con más leche! ¿Volviste a follar con tu padre?

—¡Sí, y me pone burra pensar que se ha vuelto a correr adentro!

Flexioné las piernas con los muslos separados. Mi madre apoyó su rodilla izquierda bajo mi pantorrilla derecha, separó las piernas y acomodó el tobillo derecho sobre mi hombro izquierdo. Quedamos haciendo una tijera donde ella controlaría las acometidas y nuestros coños se besarían formando la “X Vaginal”.

—¡Esto lo he soñado miles de veces! —exclamó mamá mientras su pubis descendía en busca del mío.

—¡Fóllame ya, mamá, que nuestros machos se enteren de la clase de hembras que podemos ser!

Gemí cuando la vagina que me parió besó la mía en contacto transversal. El semen que los hombres habían eyaculado dentro de nosotras chapoteó entre nuestros cuerpos cuando juntas empezamos la danza amatoria.

Vero adelantaba y retrocedía usando como apoyo el pie derecho. Sus manos se aferraban a mi rodilla para dirigir sus movimientos mientras yo meneaba las caderas en busca del ansiado contacto.

Nuestros respectivos clítoris se frotaban entre los labios vaginales de una y otra mientras el semen que escurría de nuestras entrañas se volvía espuma. Las tetas de mamá se bamboleaban al compás de las mías; Joab trató de tocarnos, pero Abner lo detuvo. Ambos hombres nos miraban mientras sus vergas apuntaban a nuestros cuerpos.

Me daba bastante morbo estar haciendo una “tijera aérea” con mi propia madre. Mis gemidos y los de ella parecían competir en intensidad mientras ambas nos contoneábamos.

Las energías sexuales chisporroteaban en oleadas de escalofríos a lo largo de mi columna vertebral. El semblante de Vero era irreconocible. Mamá levantó el rostro empapado en sudor cuando estalló en un orgasmo poderoso que tuvo la virtud de hacerme correr a mí también.

En un espasmo final, mi madre flexionó la pierna derecha para pegar completamente su coño contra el mío y empapar mi entrepierna con su flujo vaginal.

Nos relajamos unos instantes cuando mamá se tumbó a mi lado. Los hombres se sentaron al filo de la cama y Vero me hizo una seña para indicarme que había aún mucho placer pendiente.

Mamá se puso en pie ante papá dándole la espalda. Separando sus piernas se acuclilló para dirigir el mástil a su coño. Abner la sujetó por las nalgas y la ayudó en el descenso mientras ella se dejaba empalar. O mi padre había perdido sus reparos o no cayó en la cuenta de que su verga se deslizaba dentro del coño de mi madre ayudada por la lubricación que brindaba el semen de mi hermano.

Me trepé a Joab de frente y él acomodó su polla para penetrarme. Descendí gimiendo mientras mi madre gritaba y se retorcía sobre mi padre. Cabalgué a mi hermano en un galope furioso, él me estimulaba con profundos golpes de cadera mientras aferraba mis nalgas con sus manos.

—¡Cambio de pareja! —gritó mi madre imitando la frase que rato antes usara papá.

Vero se levantó, me tomó por las axilas e hizo que me desacoplara de mi hermano para montarlo ella.

Abner me recibió con la verga empapada en los fluidos de mi madre. Lo monté dándole la espalda, con las piernas abiertas. Me penetró de golpe. Tomó mis tetas en sus manos y me hizo montarlo velozmente entre gemidos e impactos de carne.

Estaba a punto de correrme cuando Vero volvió a interrumpir la follada. Cambiamos de macho y me preparé para montar a mi hermano dándole la espalda mientras ella mamaba la verga de mi padre.

Joab me jaló de la cintura con violencia y su polla me penetró en un solo movimiento. Se acostó sobre el colchón y me incliné hacia atrás para apoyar mi cuerpo con los brazos estirados y las manos a la altura de sus axilas. Subí los pies al borde de la cama, con las piernas separadas al máximo. Levanté las nalgas para ofrecer espacio de maniobra y así mi hermano me sostuvo por los hombros. Joab inició una trepidante serie de penetraciones desde debajo de mí. Levantaba la pelvis mediante flexiones de sus rodillas y enviaba su verga hasta el fondo de mi coño con cada arremetida.

Mi padre se separó de mi madre para situarse de pie en medio de nuestras piernas. Me sostuvo por las “cartucheras” y detuvo nuestros movimientos para hacerme descender. La verga de mi hermano tocó mi matriz, pero me jodió que volvieran a cortarme el gusto.

—No puedes decidirte entre una polla y la otra —sentenció Abner con sonrisa de medio lado—. Tendrás que probar las dos.

Asentí decidida. Lo habíamos hablado y se presentaba la ocasión. Confié en que él sabría hacerlo sin causarme daño.

Vero se acercó a nosotros y contempló la unión de los sexos incestuosos. Escupió sobre nuestros genitales para brindar lubricación extra, después lamió desde los cojones de mi hermano hasta mi clítoris. Finalmente chupó la polla de mi padre para empaparla de saliva.

Papá golpeteó con su glande sobre mi nódulo de placer y lo friccionó entre los fluidos que empapaban mis verijas. Me sujetó por la cintura para hacerme retirar de mi interior la mitad de la verga de Joab.

El semblante de mi padre era serio cuando puso su glande entre el borde de mi entrada vaginal y la verga de mi hermano. Empujó un poco y sentí que mi zona vestibular se ensanchaba para recibir un segundo visitante.

Mi piel se empapó de sudor, pero no quise evidenciar mi tensión; temía que Abner interrumpiera el acoplamiento. Mi madre lamió el contorno de mi orificio amatorio y la sección de verga que aún no me había penetrado.

Sabía que sería una cópula brutal, pero lo estaba deseando con cada célula de mi arrecho organismo. Mi padre avanzó despacio, cada centímetro de polla que guardaba en mi interior separaba más y más mis paredes vaginales. Yo había experimentado con consoladores y sabía que, terminada la faena, mi coño volvería a sus dimensiones normales.

Ambas vergas presentaban la misma curvatura hacia abajo, por lo que la polla de mi hermano empujaba a la de mi padre contra mi “Punto G”. La sensación de placer creció enormemente cuando Abner empujó sin pausas y clavó su hombría en lo más profundo de mi coño.

Chillé, grité, pataleé y estuve al borde del desmallo en el momento en que ambos empezaron a moverse. Las dos vergas se enfrentaban dentro del campo de batalla que representaba mi coño. Mientras uno me penetraba hasta el útero, el otro retrocedía para estimular mis zonas erógenas internas.

Yo apretaba intermitentemente mis músculos vaginales, procurando acompañar los movimientos de ambos hombres.

—¡Esto es increíble! —grité sintiendo que la tensión se acumulaba—. ¡Jamás había estado tan abierta!

—¡Aguantarás! —exclamó mi madre—. ¡Yo estuve más abierta cuando te parí, y mi coño aprieta tan bien como el tuyo!

Mi padre y mi hermano aceleraron sus penetraciones entre chasquidos húmedos de sus vergas en mi intimidad. Conforme bombeaban, el placer se acumulaba dentro de mí. Los orgasmos previamente interrumpidos y las estimulaciones presentes incendiaron mi sistema nervioso en una serie de prolongados clímax.

Aullaba enfebrecida mientras mi cuerpo se tensaba y mis dos amantes filiales aceleraban cada vez más. Mis gritos opacaban el chapoteo de fluidos, el impacto de carne contra carne y los jadeos de mi padre y mi hermano.

Me corrí en interminables oleadas mientras los hombres se esmeraban en abrir mi coño, recorrerlo, y dejar en mi cuerpo un claro mensaje de lo que es el placer.

Cuando sentía que no podría más, mi hermano me penetró a fondo y eyaculó un torrente de semen. Enseguida mi padre adelantó la pelvis hasta hacer chocar sus cojones con los de Joab para irrigar mi matriz. Me corrí como nunca al tiempo que mi garganta emitía un aullido salvaje.

El primero en desacoplarse fue Abner. Enseguida me moví para retirarme de Joab. Caí boca arriba sobre la cama, alcé las piernas y sentí en mi interior el semen combinado de mi padre y mi hermano.

Apreté los músculos de mi coño para devolver las paredes internas a sus dimensiones normales. Recogí con una mano parte de la lefa filial que escurría en mi intimidad y con esta mezcla de fluidos masajeé mis tetas. Mi madre estaba en cuatro patas sobre la cama. Ella mamaba la verga de mi padre mientras mi hermano le preparaba el culo para sodomizarla.

Cerré los ojos mientras mi cuerpo saturado de sensaciones se distendía. Bajé las piernas cuando sentí que mi coño recuperaba su tamaño y controlé mis músculos internos para “parir el semen” incestuoso que me llenaba entera.

Mamá berreaba a mi lado. Estaba montada sobre mi padre, con su verga hasta el fondo del coño mientras mi hermano la penetraba por el culo. Decidí disculparlapor ocultarme la verdad sobre mi origen, pues el nuevo rumbo de nuestras vidas exigía de nosotras mucho amor. Repté al lado de Abner y lo besé en la boca.

—Mañana comenzamos con los preparativos —me susurró mi padre mientras pistoneaba dentro del coño de mi madre—. Quiero que nos casemos cuanto antes.

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