Historias de Monjas

heranlu

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A Pedro, que era un cuarentón, moreno, de estatura mediana y de complexión fuerte, hablarle de Podemos es envenenarlo. A su edad sabe de sobras quien viene a joder la marrana y quien viene a la política a trabajar por su país. Mirando para el crucifijo que le colgaba de su cuello, le dijo:

-Esos comunistas boilvarianos son vendedores de humo.

-Yo no lo veo así.

-Mira, Kitty, a ese hijo de puta con coleta tarde o temprano se le verá el plumero.

No le gustó su lenguaje y lo corrigió.

-Hermana Marta, Kitty era la rebelde, y no diga palabrotas, por favor se lo pido.

Hizo cómo si no la hubiera oído.

-¿Algo más sobre esos inútiles que quieren tomar el cielo por asalto?

-Lo de tomar el cielo por asalto es una metáfora. ¿Les llama vagos e inútiles? Los de Podemos vienen a presionar a la casta.

Pedro terminó su café, y después le dijo:

-Hasta que se forren, después ya no habrá casta. Si tú no te hubieras metido monja y tuvieras un buen puesto de trabajo en España no dirías esa tontería.

-Puede, pero hora estoy para ayudar al necesitado.

Pedro se tomó un sorbo de café, y después le dijo:

-Desengáñate, Kitty, ese y su pandilla de maleantes vienen a ayudarse a si mismos engañando a ingenuos.

-Se dice ingenuos e ingenuas.

Si hay una cosa que a Pedro le de más por el culo que el calzoncillo es que destrocen el castellano. Así que mandó a mierda la cortesía.

-¡Vete a tomar por culo, Kitty!

Lo dijo en alto, pero la música de los cantajuegos tenía tanto volumen que solo la monja lo oyó... A ver, Marta, con su hábito de monja merecía un respeto, respeto que su tío no le guardó, pero coño, ya le estaba tocando los cojones, y la hostia es que se los iba a seguir tocando, ya que lo peor de esta gente religiosa, es que digas lo que les digas sique erre que erre.

-Hay que olvidar las enseñanzas fascistas y adaptarse a los nuevos tiempos, tío.

La monja le estaba llamando fascista en la cara. Ahí ya le tocó la fibra sensible.

-Hay, Kitty, hay que olvidarlas, quien las tenga. Yo ya estoy adaptado a los nuevos tiempos, la que no se adaptó fuiste tú, con el tremendo polvo que tienes meterte a monja fue un crimen.

La monja se puso nerviosa.

-Creo que le hizo daño el vino. Y le repito que ya no soy Kitty, soy la hermana Marta.

Pedro hizo cómo si no escuchara sus palabras.

-Los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. Ni te puedes imaginar lo que te haría si tu quisieras.

-Imagino, imagino. Todos los hombres quieren lo mismo. Después de lo que me ha dicho debía ir a confesarse.

-Yo no le cuento a nadie mis cosas. Dios ya sabe de que pie cojeo.

-Eso es cierto. Dios lo sabe todo.

-Si, y si te pudiera hablar te diría que me gustaría verte desnuda -la monja se persignó-, para poder comer tus tetas, comer tu coño y follarte hasta quitarte las ganas de llevar esos hábitos.

La monja a pesar de lo que le acababa de decir, no se iba de su lado. Le dijo:

-Se acaba de condenar al infierno.

Al no irse, le dio alas.

-Dime, Kitty. ¿Te corriste en la boca de tu novio antes de lo que fuera que pasó?

-Sigue haciendo méritos para condenarse eternamente.

Pedro echó un trago de coñac y siguió metiéndose con la monja.

-¿Se la mamaste y bebiste su leche?

Se volvió a persignar.

-Deje de beber, tío.

-¿Te haces deditos en tu celda del convento? Recuerda que las monjas no mienten.

-No voy a responder a su pregunta.

-Los haces. ¿Te acuerdas de cuando viniste de vacaciones y de aquella noche que saliste de la habitación de invitados para ir al aseo en bragas, con los pezones de las tetas marcándose en tu camiseta y te metí mano en el pasillo y te planté un beso en la boca?

-Esas son cosas que no se olvidan.

-Aquella noche pude hacer de ti lo que quisiera.

-Y no lo hizo por que lo llamó la tía. Era muy joven y me hervía la sangre, en aquellos días si que era Kitty, la gatita curiosa.

-Esa Kitty sigue dentro de ti

-Soy una monja, tío, una monja, Kitty ya no existe.

Marta estaba colorada. En ese momento Pedro no supo si fuera por el vino tinto que bebiera o porque se pusiera cachonda. le dijo:

-Yo la sigo viendo.

-Es usted el mismísimo demonio.

-Y follo cómo un ángel. ¿Por qué te hiciste monja?

-No son cosas suyas.

-Cuenta, mujer.

-Ya le dije que no son cosas suyas y no me llame mujer, soy la hermana Marta.

-Pues vaya tontería. Eres monja y mujer, y toda mujer lleva una puta dentro.

Lo miró con cara de asombro.

-¡¿Qué dice?!

-Que toda mujer lleva una puta dentro, cuando la deja salir ya es otra cosa.

-¿Eso piensa de las mujeres?

-Sí.

-¡Machista! Solo le falta decir que todas las monjas llevamos una puta dentro

-Ya te lo dije. Las monjas sois mujeres. ¿O no? Mañana estamos solos en casa. Se van todos a Disney Land París...

No dejó que acabara de hablar.

-¡Qué cara tiene!

-Yo lo dejo caer por sí...

La monja no era tonta. Así que le dijo:

-Parece mentira que para no hablar de Podemos haya tenido que decir tanta barbaridad junta.

-¿Y si lo sabías por qué no lo dijiste antes?

-Quería saber hasta donde podía llegar, y llegó hasta el final.

Pedro tenía más cara que espalda.

-Mujer, ya puesto, si sonaba la flauta...

-Me voy, me voy que está mucho más borracho de lo que yo pensaba.

A la mañana siguiente, Pedro, en bata de casa y zapatillas fue a la cocina. Detrás de él entró la monja, que le dijo:

-Buenos días, tío.

-Buenos días. ¿Dormiste bien?

-Sí, pero desperté a las siete de la mañana cuando se marcharon la tía, la prima y el pequeño Juan.

-¿Te apetecen unos huevos fritos con bacon?

Se le iluminó la cara.

-Hace años que no desayuno así. Cocino yo.

En un plis plas ya tenía cuatro trozos de bacon y dos huevos fritos en un plato. Estaba de espaldas a Pedro. El hombre estaba viendo el culo que viera tiempo atrás en el pasillo, un culo paradito y rellenito. Se acercó a ella y le echó las manos a las tetas. No llevaba sujetador. Se las magreó despacito. La voz de la monja sonó autoritaria al decir:

-¡Suélteme, tío!

Echó el culo para atrás para separarlo de ella, o para sentir su polla en el culo, fuera para lo fuera, se encontró con la polla empalmada entre las nalgas. Pedro le besó el cuello por encima de la cofia, y le dijo:

-Anda, sé buena y déjate.

La monja apagó el fuego de la cocina, y le dijo:

-¡No se puede ser más ruin!

La soltó y le dijo:

-Perdona, Marta, por un momento creí que necesitabas cariño.

-¡¿Quién se cree que es?! A lo mejor se cree que es mister universo

-Ya te pedí perdón, no hagas más sangre. Me voy a vestir. Desayuna.

La monja viendo que Pedro se rajaba, le echó la mano a la polla, y le dijo:

-Aunque de esto no andas mal, daddy.

Más claro, agua. Ya podía entrar a matar. Le lamió la cara. La monja giró la cabeza, le chupó la lengua con ganas atrasadas, y después, dejando salir la puta que llevaba dentro, le dijo:

-¡Tengo unas ganas locas de mamártela, daddy!

Pedro tenía un empalme bestial, se abrió la bata, quitó la polla, y le dijo:

-Toda tuya, Kitty.

La monja se agachó y se la mamó metiéndola toda en la boca, después le quitó los calzoncillos y lamió los cojones y se la sacudió... Lamió la polla de abajo a arriba y lamió y mamó el glande para luego mamarla cómo al principio... Estuvo así largo rato. Al dejar de mamar y ponerse en pie le levantó el hábito. Le quito las bragas negras y vio su coño, lo rodeaba una esplendida mata de vello negro. La sentó en la encimera de mármol. Le lamió de abajo a arriba el coño, el clítoris, el coño, el clítoris, el coño, el clítoris... La monja se deshacía en gemidos. Le metió un dedo en el coño y le siguió lamiendo el clítoris de abajo a arriba, hasta que se vino cómo una bendita, diciendo:

-¡Mi madre qué corrida, daddy, qué corrida!

Al acabar de correrse la bajó de la encimera y le quitó la cofia y el hábito. Su cabello era negro y corto. Se quedó solo con una camiseta negra, los zapatos negros con muy poco tacón y unos calcetines blancos. La arrimó a la mesa, le dio la vuelta, se la metió por detrás y la folló con prisa y sin pausa. La monja giraba la cabeza, lo miraba, gemía y se mordía el labio inferior. Al rato la sacó del coño y frotó el glande en su ojete. La monja movió el culo alrededor invitándolo a que se la metiera en el culo. No se la metió. Lamió su coño, su periné y su ojete hasta que vio como dos de sus dedos acariciaban el clítoris. Entonces su lengua comenzó a entrar y salir de su culo... No paró hasta que le dijo:

-Quiero correrme en tu boca, daddy.

Le dio la vuelta, se agachó y le comió el coño encharcado de jugos, en nada, exclamó:

-¡Me corro, daddy, me corro!

De su coño salió un chorrito de meo y después una pequeña cascada de jugos pastosos con sabor agridulce.

Después de correrse en la boca de Pedro, con su coño latiendo y tirando de la respiración, le volvió a dar la vuelta, la agarró por la cintura y le metió la cabeza de la polla en el culo. Le dolió.

-¡Coñoooooo!

La polla fue entrando mientras la monja decía:

-¡Hoooossssstiiiiiiaaaaassss!

-No jures, que las monjas no juran!

-Encima sarcasmo. ¡Eres un cabrón, daddy!

Aquella ya era Kitty, de la monja solo quedaba el hábito que estaba tirado en el piso de la cocina.

Le folló el culo unos minutos. Cuando sintió que se iba a correr le quitó la camiseta negra y le dio la vuelta. Vio sus generosas tetas, con areolas oscuras y pezones tiesos. Cogió pan, partió un trozo lo mojó en uno de los huevos fritos, se lo frotó en un pezón y después se lo dio a comer. Lo comió mientras Pedro lamía el huevo de su pezón. Después fue el otro pezón... Al final restregó las claras en sus tetas y después se las dio a comer con pan... Para acabar le pasó los cuatro trozos de bacon por el culo y por el coño y después de adobarlos bien se los dio a comer. Al terminar de comer, le dijo:

-Tengo sed, daddy.

Le echó mano a un cartón de leche de la nevera y se lo dejó caer en la boca cuan cascada, y cuan cascada la leche que no daba bebido bajaba por sus tetas, llegaba a su coño y acababa en el piso de la cocina, después le limpió la boca a besos y volvió a magrear las tetas. Se las mamó bien mamada antes de ponerla sobre la mesa y clavarle la polla hasta las trancas. Sobraban las palabras en aquel polvo solo se necesitaban gemidos y más gemidos y por ambas partes. Kitty cuanto más fuerte Pedro le daba más lo desafiaba con la mirada, cómo diciendo que se iba a correr él antes que ella... Pero los ojos se le fueron cerrando hasta que desaparecieron bajo los párpados. Jadeando se volvió a correr. Pedro le dijo:

-Abra los ojos, hermana.

Los abrió y vio que los tenía en blanco. Quitó la polla y se corrió en su cara.

Al acabar de correrse lamió su leche de la cara, y después con la lengua pringada de semen se dieron un besó largo, muy largo. Al acabar la cogió en brazos, la llevó a su habitación y la puso en la cama. Le dio un beso. La monja le miró, sonrió, y Le dijo:

-Quiero correrme otra vez en tu boca, daddy.

-Cierra los ojos.

-Llámame hermana Kitty, daddy.

-Cierre los ojos, hermana Kitty.

La monja cerró sus ojos. Pedro le cogió la mano izquierda, le chupó los dedos y le lamió la palma, luego subió lamiendo el interior de su brazo hasta lamer sus axilas peludas. Besó su hombro, su cuello, le dio un pico en la boca, besó y lamió el otro lado del cuello, el hombro, la axila del brazo izquierdo, el interior y los dedos y la palma, después su lengua jugó con sus dos pezones erectos, lamió y chupó sus areolas y sus manos le amasaron las tetas. Bajó besando su vientre y jugó con la lengua en su ombligo. Siguió bajando. Le abrió las piernas, le dio un beso en el clítoris y después fue besando y lamiendo el interior de su muslo derecho, al llegar a los pies le quitó el zapato y el calcetín del pie derecho, y luego masajeó la planta, la besó, la lamió, chupó sus dedos, lamió sus tobillos, sus talones, el empeine... De ese pie pasé al otro y le hizo lo mismo, después fue besando y lamiendo su muslo izquierdo hasta llegar al coño. Se lo abrió con dos dedos y vio que estaba perdido de jugos. Lo lamió de abajo a arriba muy lentamente. La monja, que hasta ese momento se contuviera, comenzó a gemir. Con el coño abierto le lamió los labios por separado más de veinte veces y después juntos otras tantas, sin llegar a tocar el clítoris en ninguna de ellas, después metió y sacó la lengua de su vagina varias veces, y al final pasó la punta de la lengua por el glande del clítoris que ya había salido del capuchón. La monja le dijo:

-Me voy a correr, daddy.

Le metió dos dedos en el coño y le acarició el punto G, que ya estaba abultado. La monja estaba en el cielo y sus gemidos eran celestiales.

-¡Me corro, daddy, me corro!

Pedro sintió cómo una corriente de jugos encharcaba sus dedos. Frotó con más celeridad y de nuevo un chorrito de meo, o de lo que fuera, salió a presión de su coño y bañó su cara, al meo siguió la corrida de jugos espesos que lamió y se tragó mientras la monja se retorcía de placer.

Al acabar de correrse, se la metió en el coño, le cerró las piernas y le dio caña de la buena... No pasaran ni dos minutos cuando se volvió a venir. Se estaba corriendo cuando le vino él. La sacó y se la metió en la boca. La monja se tragó la leche de la corrida de su daddy mientras se corría.
 

heranlu

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Kitty volviera a su convento de Santiago de Chile, pero ya no era la hermana Marta, era Kitty. Estaba cansada de madrugar, de los Matines, de rezar por rezar... Y además la frialdad de la celda de su convento se volviera insoportable. Tenia que masturbarse varias veces cada noche. Las cuentas del rosario que había llevado de España, unas cuentas gordas cómo canicas y alargadas, cuya cadena había roto para que más que rosario fueran bolas chinas, y que tenía bien escondido, ya perdieran las cuentas de cuantas veces entraran y salieran de su coño y de su culo.

La hermana Elisa, prima de Kitty, que era una novicia bella cómo un ángel y que solo levantaba la cabeza del suelo para rezar, aquella noche de truenos, muy asustada fue a la celda de su prima, y le dijo con su voz aniñada:

-¿Puedo dormir con usted, hermana Marta? Los truenos me meten mucho miedo.

-Si, hermana Elisa, venga.

La cama era pequeña. Al meterse en ella estaban muy apretadas. Elisa le pasó un brazo por encima de la cintura y le arrimó la cabeza a la espalda. Kitty se estremeció. No se le iba a escapar viva. Su prima se lo puso a huevo, al preguntar:

-¿Cómo fue su estancia en España?

-Pequé, hermana, pequé mucho.

La reacción de la novicia de fingida sorpresa.

-¡No!

-Sí.

-Nunca pensé que pudiera pecar. Usted era el espejo en el que me veía reflejada.

-Pues deje de hacerlo. No soy buena. Soy una pecadora, una mujer que pronto se irá de aquí. ¿Quiere qué le diga quién soy en realidad?

-Sí.

-Soy una puta, una puta, que nació para ser ama, pero no una ama al uso, una ama sumisa. Quiero que cuando me besen sea yo la que ordene cuando y donde, que cuando me toquen sea yo la que marque los pasos. Una ama que diga cómo le tienen que comer las tetas, cómo deben jugar con sus pezones... Si me los aprietan o no, si me los lamen, si me los chupan. Una ama que diga cómo deben follarla, si rápido, si lento, en fin, marcar yo las lineas y los limites del juego en cada momento.

Elisa acurrucada en su espalda, le dijo:

-Quiero jugar.

-¿Estas segura, Elisa?

-Sí, Marta.

-Llámame Kitty, prima.

-Ordena, Kitty.

Kitty se dio la vuelta.

-Echa esa lengüita fuera, putita.

Elisa sacó la lengua, Kitty se la acarició con la suya, se la chupó y después le comió la boca hasta que el coño de su prima dejó las bragas mojadas. Luego le dijo:

-Quita mi camisón y después el tuyo. Quiero ver tus tetas.

La novicia quitó los camisones, unos camisones que les llegaban a los pies y vio sus tetas, unas tetas medianas, casi piramidales, con las areolas rosadas hinchadas. Kitty se sentó en la cama, y le dijo:

-Frota tus tetas con las mías y bésame.

Elisa las frotó y la besó. La novicia se puso cómo una moto y su boca era el tiro de escape de los gemidos.

-Lame mis pezones.... Mamá mis tetas... Amásalas, lame y mama...

La novicia se estaba dando un festín y sus bragas ya estaban para tirar con tanto flujo que había salido de su coño... Kitty siguió dando órdenes

-Coge el cordón del hábito y ata mis manos a mi espalda.

La novicia le ató las manos a la espalda y después la puso boca abajo. Kitty, sorprendida, le preguntó:

-¿Qué haces, prima?

Elisa cambió su voz aniñada por una voz ruda.

-¡Lo que me sale del coño, puta! Y calla la boca o me veré obligada a amordazarte.

-¿Y tú eres la que se miraba en mi espejo?

-Sí, en el espejo de Kitty.

-¡Serás cabrona!

Le quitó las bragas, las mordió, las rompió y le amordazó la boca.

-No, soy puta, muy puta, y vas a saber cuanto.

Se bajó de la cama y cuando subió llevaba una zapatilla en la mano, una zapatilla marrón con piso de goma de color negro. Le dio dos veces en cada nalga.

-¡Plasssss plassss plassss plassss!

-¡Ummmmm!

-¡Plasssss, plassssss!

-¡Calla, putona!

La novicia le abrió las nalgas y le lamió el ojete, luego le metió el dedo pulgar dentro del culo. Con el dentro y follándole el culo, le volvió a dar.

-¡Plassssss plassssss plasssssss plasssss plasssss, plassssss!

-¡Ummmmmmmmm!

-¡Plasssss, plasssss!

-¡Qué te calles, coño!

La novicia le daba pero no le daba con tanta fuerza cómo para hacer daño, lo que quería era causar placer, o eso fue lo que pensó Kitty cuando dos dedos entraron en su coño y le folló culo y coño al mismo tiempo. No pudo evitar comenzar a gemir, ya que estaba viendo que se iba a correr... Cuando la tuvo a puntó, paró de follarle culo y coño y le volvió a dar, pero esta vez a romper.

-¡¡¡Plasssssss!!! -¡Ummmmm!- ¡¡¡Plassssss!!! -Ummmmm!- ¡¡¡Plassssss!!! -¡Ummmmmmm! ¡¡¡Plasssssss!! -¡Ummmmm!

Tiró con la zapatilla. Le dio la vuelta, le abrió las piernas, le levantó el culo con las dos manos, metió todo el coño en la boca y le clavó la lengua en la vagina. Kitty movió la pelvis alrededor y en segundos se corrió en la boca de su prima mientras su bello cuerpo temblaba y se retorcía.

Al acabar de correrse Kittty, le dijo la novicia:

-Las amas follamos así, no nos andamos con medias tintas.

Le quitó la mordaza, la desató, y Kitty le dijo:

-Me debes unas bragas.

-¿Y si rompes tu las mías y me las metes en la boca...?

Cambiamos de escenario. Pasamos al confesionario.

¿Eso le dijo, hermana?

-Si padre.

-¿Se las metió?

-Sí.

-¿Y qué pasó?

-Que la leona era una ratita. Con pasar mi lengua por su coñito mojado tres veces ya se corrió en mi boca.

El cura, dentro del confesionario tenía un empalme brutal.

-¿A que saben sus flujos vaginales?

-A pecado.

-¿Y le hablo a la hermana Elisa de lo que le dije?

-Hablé, y está dispuesta.

-¿Y las otras?

-Estoy en ello.

-Vete para la sacristía que allí le daré la absolución.

Kitty sabía que clase de absolución le iba a dar, mejor dicho, pensaba que sabía. Fue para la sacristía. El cura tardaba en venir y cómo sabía dónde estaba el vino de misa, se sirvió para hacer más grata la espera. Le dio tiempo a contar los crucifijos, los candelabros, los retablos... Por poco le da tiempo a contar los cuadros de la gran alfombra que cubría el piso. Vio un abre cartas con un mango gordo y no pudo evitar la tentación, lo pasó por el coño, lo metió dentro, lo sacó lo chupó... Sintió pasos y lo devolvió a su sitio.

Eran los pasos del cura, que era un tipo alto, con rostro amable y de unos cincuenta años y los de un treintañero, guapo, alto y fuerte, de esos que no necesitan pagar por follar. El cura le dijo:

-Este es Pablo, un benefactor de la iglesia.

Haciendo una reverencia con la cabeza, le dijo:

-Un placer.

-Espero que sea mutuo.

El Guaperas sacó la cartera, quitó de ella dos billetes de quinientos dólares estadounidenses y le dijo:

-Tome, hermana, lo acordado por una hora.

Kitty se levantó y le dijo al cura:

-¡Ya le dije que yo no entraba en el acuerdo, padre!

El cura trató de justificarse.

-Pensé que le gustaría hacer real su fantasía de la doble penetración...

La monja estaba indignada, Kitty se empezó a poner cachonda, ya que el Guaperas estaba cómo un queso de tetilla. Habló la monja:

-¡Eso se lo dije en confesión!

El Guaperas se encontraba en una situación incómoda.

-Será mejor que me vaya.

A Kitty nada le gustaría más que follar con el Guaperas, pero no cobrando cómo una puta, pero la moja le dijo:

-Si, mejor que se vaya, sacrílego. ¿No le da vergüenza querer deshonrar a una pobre monja?

-Lo que me da es morbo, me da morbo saber que hay debajo de esos hábitos.

El cura se puso detrás de ella, la agarró por la cintura, y le dijo al Guaperas:

-Métele mano.

El Guaperas le echó las manos a las tetas.

-¡Dejarme, pecadores!

El joven, con un empalme brutal, le comió las tetas por encima del hábito.

-¡Abusadores!

El Guaperas le dijo:

-Calle, hermana, calle que le va a gustar.

El cura le sacó el cordón y el crucifijo y le tapo la boca para que dejara de protestar.

-¿Te callas y te dejas o te tapo también la nariz hasta que pierdas el conocimiento?

Quitó a mano de la boca para que le respondiera.

-Cargaré con esta cruz.

Kitty tenía unas ganas locas de echarle la mano a la polla al guaperas, agacharse y comérsela, pero así no debía comportarse una monja. El Guaperas le quitó la cofia y la puso sobre una mesa que tenían al lado, la monja, le dijo:

-No me beses, por favor.

El Guaperas mirando para su rostro le arregló el cabello y después la besó con lengua.

-No, por favor, no me siga besando que va a despertar mi instinto animal.

El Guaperas, emocionado, la siguió besando.

-Saque la fiera que lleva dentro, hermana.

El cura se quitó la sotana, y con su hermosa polla al aire se puso al otro lado. La monja giraba la cabeza y dejaba que la besaran, mas no devolvía los besos. Al quitarle el hábito y ver que no llevaba nada debajo, el Guaperas se puso burro. Sacó la verga empalmada, un pedazo de pepino, le puso las manos en los hombros e hizo que se agachara.

-Mame, hermana.

-No voy a mamar.

El cura la cogió por los pelos y le tiró de ellos.

-¡Agarra las pollas y mama o te dejo calva!

La monja cogió la dos pollas y las mamó, sin poner mucho ímpetu, al principio, ya que después el calentón la perdió, apareció Kitty y las masturbó y mamó cómo si se fuese a acabar el mundo... Cuando se puso en pie de nuevo, el Guaperas le dijo:

-Desnúdeme.

Kitty ya estaba perra, lo desnudo, lentamente. Al tenerlo desnudo vio aquel cuerpo de Adonis con aquella tremenda tralla y su coño comenzó a lubricar una cosa mala. Tanto lubricaba que colgaban de él jugos cómo mocos cuando el Guaperas se lo lamió. El cura se agachó, le abrió las nalgas con las manos y le lamió y folló el ojete. Al ratito, sin avisar, se corrió y le llenó la boca de jugos al Guaperas.

Al acabar la echó sobre la mesa, el cura se la metió en la boca. El Guaperas se la metió en el coño de un golpe de riñón y la folló sin piedad hasta que se corrió dentro de ella. Kitty se había quedado con la miel en los labios. El cura lo sabía, pero no podía follar su coño, tenía que participar, eso fuera lo acordado, pero follar su coño solo podía follarlo el Guaperas, así que metió la cabeza entre sus piernas y le comió el coño, segundos, que fue el tiempo que tardó Kitty en correrse cómo una fiera. Su coño soltó la leche de la corrida del Guaperas junto a los jugos de su corrida y el cura se los tragó cómo un cerdo, cómo un cerdo que era.

Kitty se incorporó, se sentó en la mesa y después se puso en pié, el cura, por delante, le metió mano en el coño mojado, el Guaperas le frotaba la verga entre las nalgas y Kitty masturbaba al cura y besaba a los dos. Ahora ya les chupaba las lenguas sin esconder lo puta que era. Sin que el Guaperas le dijera nada se puso a cuatro patas sobre la alfombra, el Guaperas le metió la verga en la boca y se la folló cómo si fuera un coño, el cura le comió el coño y el culo. Kitty miraba al Guaperas con ojos de gata. De su boca caían babas para aburrir. El Guaperas se sentó en el suelo, Kitty se arrodilló y le siguió mamando la polla. El cura cogió lubricante en un cajón, untó su polla con él, y sin más se la clavó a Kitty en el culo. Kitty dejó de mamar. Masturbando la polla del Guaperas, quiso decir: "¡Que rico, qué rico, qué rico!", pero dijo:

-¡Ay qué penuria! -su rostro que quería mostrar alegría, reflejó dolor-. ¡Me rompió el culo, padre!

El Guaperas la miraba asombrado. La monja era puta, pero bien puta, pero se creyó que era la primera vez que follaba, eso le puso la polla tiesa, tiesa, tiesa. Se echó sobre la alfombra. El cura le quitó la polla del culo para que Kitty cabalgara al Guaperas. La monja metió aquel pepino en el coño, pepino que le entró mas apretado de lo que le entrara la polla en el culo. Al tenerlo todo dentro, el cura echó más lubricante y se la volvió a meter en el culo. Kitty nunca había sentido cosa igual. Gozaba una cosa mala, y en un par de minutos se corrió cómo una cerda... Jadeando y temblando se desmayó. Cuando volvió en sí aun salía leche de su coño y de su culo. El cura estaba despidiendo al Guaperas en la puerta de la sacristía. Tan pronto cómo se fuese iba a follar al cura hasta dejarle la polla inservible.

La madre superiora al volver al convento se enteró por una de las monjas lo que estaba tramando el cura. El cura fue expulsado de la iglesia, Kitty sigue comiendo coños en el convento, ya que culpó al cura de amenazarla con hacer desaparecer a sus padres si no colaboraba, pero todo esto tiene un principio y para ni dejar el relato con lagunas, os lo voy a contar.

Un tiempo antes...

Kitty estaba limpiando el altar de la iglesia cuando llegó el cura a su lado y le dijo:

-Es usted muy hermosa, hermana.

La monja, avergonzada, bajó la cabeza.

-No mienta, padre, soy una mujer normalita.

-Ahí le ha dado, es una mujer, una mujer que despierta mis más bajos instintos.

La monja se escandalizó.

-¡Padre!

El cura se acercó a ella, le echó las manos a las tetas, y le dijo:

-¡Tienes un polvo brutal No hago más que menearla pensando en ti.

-Necesita confesión, padre.

-Lo que necesito es tu coño jugoso en mi boca.

La monja sintió la dura polla del cura en su culo y el coño le empezó a latir.

-Pare, padre, pare, pare que está despertando a la mujer que hay debajo de los hábitos.

Sus palabras le dieron carta blanca al cura, se agachó, le subió el habito, le bajó las bragas y agarrándole las nalgas le comió el culo. Sintiendo la lengua lamer su ojete y entrar y salir de él vio entrar en la iglesia a una anciana. Se puso a limpia uno de los candelabros con el paño. La anciana a unos metros de ella, le encendió una vela a un santo, y le dijo:

-Tú no debías hacer ese trabajo, hijita.

-Siento mucho placer al hacerlo.

Y no iba a sentir, con la lengua del cura lamiendo su ojete y su coño lo raro sería que no lo sintiera. La vieja estaba media sorda y le dijo:

-No te oigo, hijita. Queda con Dios.

-Con que no que no acabe preñada...

La anciana dio media vuelta y se fue caminando por el pasillo de la iglesia. La monja sintió que estaba llegando.

-Me voy a correr, padre, ay, ay, ay, ay que me corro, padre. ¡Me corro!

Tiró el candelabro, se apoyó con la mano izquierda en el altar, mordió la palma de la mano derecha y se corrió con tanta intensidad que los jugos cayeron por las comisuras de la boca del cura y bajaron por sus piernas.

Kitty al acabar de correrse se puso en pie. El cura se la clavó hasta el fondo de un chupinazo y la folló despacito. La puerta de la iglesia seguía abierta y en cualquier momento podían volver a entrar por ella. Los santos se parecían que la estaban mirando. Aquella situación la excitaba sobremanera, y aun se excitó más al ver una cabeza que asomaba por una puerta lateral de la iglesia, era la cabeza de un joven melenudo a que no conocía de nada y que cuando se vio descubierto dejó que viera cómo se masturbaba.

El cura follaba cómo un diablo. Había empezado clavando hasta el fondo, despacito, y fue acelerando y magreando las tetas, acelerando y magreando, acelerando y magreando..., y cuando el coño de Kitty apretó su polla y la baño de jugos, el cura le apretó los peones con fuerza, lo que hizo que el placer de la corrida aumentara. Cuando Kitty abrió los ojos ya el joven se había ido.

Al acabar de correrse, le dijo el cura.

-Mámamela.

La monja se arrodilló y comenzó a mamar y a masturbar la polla del cura, que le dijo:

-Tengo un negocio en mente que nos puede hacer ricos.

La monja no entendió que pintaba ella en el negocio.

-¿Qué nos puede?

-Sí, tú me buscas las putas, yo busco los clientes y hacemos tres partes.

La monja no entendía nada.

-¿Dónde quiere que le busque las putas?

-En el convento.

-¡¿Se ha vuelto loco?!

El cura no iba a desistir en su empeño de convencerla.

-¿Tu sabes lo qué llegarían a pagar por follar con una monja? ¡Y ya no te digo nada si es virgen!

El cura se corrió sin avisar. La monja mamando el glande se tragó la leche, al levantarse, le dijo:

-Veré que puedo hacer.
 

heranlu

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Don Luis, Lucho para los más íntimos, era un cura cincuentón, moreno, delgado, de estatura mediana y no era feo. Vivía en una casa parroquial de dos plantas en un pueblo gallego. El cura hacía de todo para sus feligreses, desde cerrajero a carpintero pasando por albañil, y por supuesto lo hacía gratis, por eso decían las viejas que era un santo, pero de santo no tenía nada.

En frente de la casa del cura, en una casa de una planta vivía Marta, una mujer a la que abandonara su marido. Tenía 42 años y estaba maciza, era madre de un hijo y una hija, el hijo, Leandro, era flaco y desgarbado. Luisa estaba maciza cómo su madre, era bonita y al cura le gustaba. La muchacha lo sabía y jugaba con él, por eso al confesarse le decía con su melosa voz cosas cómo esta:

-... He vuelto a pecar, padre, ahora ya no me masturbo dos veces al día, me masturbo tres, mañana, tarde y noche.

-Debes controlarte, hija.

-Es que ando todo el día caliente, padre, tengo más ganas de polla que un niño de pecho de la teta de su madre.

-¿Te arrepientes?

-No me arrepiento de nada, ni de chuparme los dedos después de correrme...

-No me des detalles, Luisa, no me des detalles.

-¿Lo excito?

-¿Tú que crees?

-Que sí, y eso que no le conté nada del polvo que me echó Olivia.

-Ni quiero que me lo cuentes.

-¿Cómo me va a absolver si no sabe lo que hice?

-Dios lo sabe todo. Reza diez padrenuestros y diez avemarías.

-¿Me ayuda a rezarlos?

El cura se moría por ayudarla, pero se aguantaba, sabía que a la larga era más productivo hacerse el difícil, cómo se había hecho con su madre para luego follarla la tira de veces, a ella y a muchas de sus feligresas. Algunas para seducirlo hasta decían tener goteras, y las tenían, pero no en el tejado, las tenían en el coño. Por eso pasó de ella, y le preguntó:

-¿Tratarás de no pecar?

-No puedo, soy adicta a mis jugos, solo una polla hará que deje de masturbarme y de follar con Olivia.

Al verla arrodillada ganas le dieron de salir del confesionario y meterle la polla en la boca, pero le dijo:

-Ego te absolvo.

-¿No quiere que le cuente más cositas?

-¡Vete! Vete que me vas a hacer salir del confesionario, ponerte en mis rodillas y calentarte el culo.

La muchacha era traviesa de cojones.

-¿A braga quitada, padre?

-Que te vayas he dicho, hija del diablo.

Luisa se levantó y se fue sabiendo que lo dejara bien caliente.

Al día siguiente Marta y sus hijos habían ido de compras a la ciudad. El cura metió una ganzúa en la puerta trasera, entró en la casa de Marta y fue la habitación de Luisa. Miró en la cesta de la ropa sucia y encontró unas bragas blancas con flores rojas que tenían jugos de una corrida, las olió, después sacó la polla, una polla normalita, tirando a delgada y puntiaguda en la cabeza. Pasando su polla por los jugos y envolviéndola con las bragas se hizo una paja pensando en Luisa y las dejó perdidas de leche.

Por la noche Luisa removió la ropa del cesto de la ropa sucia para encontrar sus bragas blancas con flores rojas, bragas con las que había limpiado su coño después de masturbarse y correrse. Al coger las bragas mojó la mano con la leche del cura que aún no secara del todo. Sonriendo respiró profundamente el olor a semen. Ya eran muchas las veces que encontrara las bragas manchadas de leche. Para Luisa era obvio que su hermano estaba mandándole un mensaje inconfundible: Quería follar con ella. Así que una tarde aprovechando que su madre iba al cine, al cruzarse con Leandro en la puerta de la cocina le echó la mano al paquete, le dio un pico y le dijo:

-¿Lo hacemos?

-¿Y si regresa mamá?

-Se de un sitio donde nadie nos va a molestar.

El cura había visto desde una ventana entrar en un cobertizo que tenía en la parte trasera de su casa a Luisa y a Leandro cerrar la puerta detrás de ellos. Cómo tenía en el cobertizo un caballo y dos vacas fue a ver que hacían. Al abrir la puerta vio encima de la paja a Leandro y a su hermana. Leandro con los pantalones bajados le daba caña a su hermana, que se había subido la falda, bajado las bragas y puesto a cuatro patas. El cura caminando hacia ellos, juntó las manos, miró hacia arriba, y dijo:

-¡Cómo consientes estas cosas, Señor!

El susto que llevaron fue de los gordos. Leandro subió los pantalones. Luisa subió las bragas, bajó la falda, y le dijo:

-No le diga nada a mi madre.

El cura tenía en su rostro una seriedad que imponía.

-Sois hermanos. ¡¿No os da vergüenza?!

Leandro, que estaba cagado de miedo, le preguntó:

-¿Se lo va a decir a mi madre?

-Es mi obligación.

Luisa vio que el cura tenía un bulto en el pantalón, se acercó a él, le echó la mano a la polla y notó que la tenía dura, la apretó, le dio un pico y lo tuteó.

-Tú no le vas decir nada a nadie.

El cura le dio un empujón, y le dijo:

-¡Deja mi miembro en paz, pecadora!

-Estás empalmado. Espera a que se lo diga a mamá.

-¡¿Qué le vas a decir a tu madre?!

-Que me quisiste violar.

Se le puso cara de tonto al decir:

-¡¿Qué?!

Luisa le dijo a su hermano:

-¿Verdad que me salvaste de sus garras, Leandro?

-Claro que sí.

El cura se acojonó.

-Capaces os veo de calumniarme. ¿Cómo vamos a solucionar esto?

-Interrumpiste algo. Enséñale a Leandro a hacer cosas.

-¡No!

-O eso o lo otro. ¿Qué dirá mi madre?

-Eres una...

Luisa se le adelantó.

-Putita.

El cura se sentó en la banqueta donde se sentaba para ordeñar a las vacas y le preguntó a Leandro:

-¿Estás con ella en todo?

-Tenemos que defendernos.

El muy cínico volvió a mirar hacia arriba y dijo:

-Perdóname Señor por lo que voy a hacer.

Luisa le dijo:

-No me cortes el rollo, tío.

La miró con cara de Nerón.

-¿Quieres jugar? ¡Vas a jugar!

-Eso suena a amenaza.

-Y lo es, lo es.

Luisa se rio del cura.

-¡Qué miedo!

El cura habló con Leandro.

-Cierra la puerta del cobertizo y después quítale la blusa a tu hermana.

El muchacho cerró la puerta y después le quitó la blusa a su hermana. Luisa no llevaba sujetador y sus tetas quedaron al aire, unas tetas grandes, redondas, con areolas oscuras y pezones pequeños. El cura le dijo:

-Ven aquí Luisa.

Luisa fue a su lado y el cura le magreó las tetas.

-Dámelas a mamar.

Luisa se inclinó, el cura cogió las tetas con las dos manos y las magreó, lamió y mamó, luego le dijo a Leandro:

-Te toca, cómele las tetas a tu hermana cómo se las comí yo.

Leandro le comió las tetras... Luisa se puso de un cachondo subido. El cura le dijo a Leandro:

-Ponte detrás de ella y bájale la falda y las bragas.

Se las bajó y el cura vio su coño rodeado por una gran mata de pelo negro, la acercó a él, la echó sobre las rodillas y con la palma de la mano le dio en las nalgas de su culo prieto y redondo.

-¡Plasss plassss! -¡Ayyyy!- ¡¡Plasss plasss, plasssss plassss!! -¡Cabróóóón!

-¿A quién le ibas a decir tú que te violé?

-¡A nadie, a nadie!

-¡¡Plassss, plassss!! -¡Ayyyy!- ¡¡Passs plassss plassss plassss!! -¡Sádico! -¡¡Plasss plassss!! ¡Ayyyy!

-¿Quién es un cabrón?

Luisa se amilanó.

-Mi hermano.

-Lame sus nalgas, Leandro.

Leandro le lamió las nalgas, nalgas que estaban al rojo vivo.

-Ahora lame su ojete y su coño.

Luisa abrió las piernas para facilitarle el trabajo a su hermano. Leandro lamió el ojete y el coño encharcado de jugos. El cura le hizo señales con la mano para que le diera y mordió el labio inferior diciéndole así que le diera fuerte. Gemía Luisa cómo una diablesa cuando le cayeron las del pulpo.

-¡¡Passs plassss plasssss plassss plassss, plassss, plasss! -¡¡Ayyyy!!

Leandro estaba crecido.

-A mi no me llama nadie cabrón, coooooño.

Luisa se hizo la cabreada.

-!Vendidol!

Leandro ya se había emocionado y le iba a dar otra vez, pero el cura lo detuvo.

-¡Quieto parado, Leandro, las cosas deben ser todas en su justa medida.

Luisa cambió de actitud.

-Hombre, por un poquito más que me de tampoco pasa nada.

El cura le volvió a dar, pero esta vez con poca fuerza.

-Plassss -¡Oooooh, más, dame más fuerte!- ¡Passss, plassss, plassss, plassss!

-Lame otra vez su ojete y su coño, Leandro.

Leandro le lamió el coño y el ojete mientras el cura le calentaba el culo.

-Folla el ojete con la lengua y métele dos dedos en el coño.

Al hacer Leandro lo que le dijo el cura, Luisa comenzó a gemir cómo si estuviera loca y acabó corriéndose cómo un pajarito y diciendo:

-¡Azótame más fuerte!

-¡¡Plassss, plassss, plassss, plassss...!!

Al acabar de correrse Luisa el cura la puso en pie y le lamió el jugoso coño. Leandro se desnudó mientras veía cómo el cura le pasaba la lengua por el coño de su hermana, cómo se la metía dentro de la vagina y cómo después le lamía el clítoris. Cuando Luisa ya gemía de nuevo, le dijo a Leandro:

-Tu turno.

Leandro lamió el coño del mismo modo que lo hiciera el cura, que se había puesto detrás de Luisa, le abriera las nalgas y le lamía y le follaba el ojete con su lengua... Fue tanto lo que le gustó aquella doble lamida que llenando la boca de su hermano de babas, dijo:

-¡Qué corridaaaa!

El cura dejó de lamer al acabar de correrse Luisa. Bajó la cremallera del pantalón y sacó la polla, hizo que se inclinara, se la frotó en el ojete, y sin más se la metió en el culo. Laura exclamó:

-¡Hostiasssss!

El cura se emocionó.

-¡Te voy a romper el culo, pecadora!

Se la clavó sin miramientos.

-¡Cabróóóón!

Le dio caña hasta que Luisa comenzó a gemir más y más alto... El cura supo que se iba a correr. Le folló el culo más aprisa y Luisa se corrió con tanta fuerza que sus temblorosas piernas le fallaron, lo que hizo que se desplomase y con ella fue cayendo el cura, que quedó debajo de ella con la polla dentro del culo. Leandro vio el coño abierto con los labios rosados llenos de babas, se echó encima de su hermana y le clavó la cabeza de la polla. Le entró apretadísima... Luisa se sentía llena con las dos pollas dentro del culo y del coño. Al principio, solo se sentía llena, pero Leandro duraba un mundo en correrse, y cómo iba cambiando de ritmo constantemente, le fue gustando. Al final sintiendo que se iba a correr no pudo evitar comerle la boca a su hermano, y ahí sí, ahí el aguante de Leandro iba a llegar a su fin.

-¡Me corro, cabrones!

Leandro sacó la polla del coño y se corrió en la cara de su hermana, una cara que reflejaba todo el placer que estaba sintiendo.

El cura seguía empalmado, ya que no se corriera.

Luisa se echó a un lado y se quitó la polla del culo. Leandro le metió la polla entre las tetas. El cura le dijo a Luisa:

-Ponte a cuatro patas para que te come el culo y el coño. Ahora ya sabe cómo te gusta.

Luisa se puso a cuatro. Leandro trabajó con su lengua el ojete y el coño empapado de su hermana. El cura le acarició el clítoris con dos dedos y le puso la polla en la boca a Luisa, la muchacha le dijo:

-Ponme el alzacuello.

Se quitó el alzacuello y se lo puso en el cuello.

-Métemela, Leandro.

Leandro le echó las manos a las tetas, magreándolas la folló a romper y Luisa al rato acabó gritando:

-¡¡¡Me corroooo!!!

Luisa, entre sacudidas, sintió cómo la boca se le iba llenando de leche espesa y calentita, leche que se tragó.

Al acabar de correrse les dijo el cura:

-Por hoy ya está bien.

Luisa era insaciable.

-Si acabamos de empezar...

-No hay que abusar.

Luisa le acarició la cabeza.

-Una corrida más.

El cura no se bajaba del burro.

-No, por hoy se acabó, y no te olvides que te tienes que confesar después de lo que has hecho.

Aquellas palabras descolocaron a Luisa, que le preguntó:

-¡¿Con quién?!

-Conmigo. Nunca rompí un culo en el confesionario.

-A bueno, si es así...

Leandro no quería ser excluido.

-¿Y yo qué?

-¿Qué parte de nunca rompí un culo en el confesionario no entendiste?
 

heranlu

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La hermana Anne, una joven de estatura mediana, rubia, de ojos azules y carita angelical, estaba arrodillada delante del confesionario con las manos juntas en posición de orar y con la cabeza agachada. Le decía al cura:

-Perdóneme padre porque he pecado.

-Cuénteme, hermana.

-No sé cómo decir esto. Tengo sentimientos por otra persona.

-¿Es la primera vez que los tiene?

-No, he tenido sentimientos por otras personas, pero estos sentimientos me queman por dentro.

El cura tenía más de ochenta años y era muy curioso.

-¿Son deseos carnales por alguien?

-Sí, padre. Son sentimientos pecaminosos.

-¿Son deseos por otra mujer?

-Sí, padre, son sentimientos por una de mis hermanas.

-Cuénteme todo desde el principio. Quiero saber que pasa en ese convento.

-¿Para qué?

-Para perdonar a todas las que no tienen el valor de confesar sus pecados carnales.

La monja no estaba segura de si haría bien confesando los pecados de sus hermanas.

-No sé...

-¿No querrá que mueran en pecado?

-No, padre.

-Cuente, hija, cuenta.

La monja se siguió confesando.

-Estaba yo de rodillas fregando el piso de un pasillo del convento con un cepillo cuando la vi por primera vez, era morena y muy guapa, venía con la madre superiora y la hermana Agnes. La madre superiora, me dijo:

-"Hermana Anne, recoja y venga a la celda contigua a la suya."

-Sí, madre superiora.

-"Allí la esperamos."

-Al acabar fui a la celda y allí estaban las tres sentadas en la cama. La madre superiora me dijo:

-"Hermana Anne, esta es la hermana Nelly."

-Encantada de conocerla, hermana Nelly -le dije sonriendo.

-"Es muy tímida, su madre la dejó aquí para que la llevemos al buen camino. La dejo a su cuidado, hermana." -dijo la madre superiora.

-La madre superiora y la otra hermana se fueron. Me senté al lado de la hermana Nelly, y le dije: A mí me abandonaron en la puerta del convento y me criaron las mojas. No sé nada de la vida exterior, pero del convento te puedo decir muchas cosas y todas buenas.

-"Yo no quiero estar aquí" -me dijo ella con carita de pena.

-Si no quiere estar en el convento puede irse cuando quiera.

-"No puedo, soy mala y solo Dios puede ayudarme."

-Se abrazó a mí. Me dio tanta pena que le acaricié la cabeza cómo si fuera una niña, y le dije: No tenga miedo, todo va a ir bien.

-"Ojalá"

-Al día siguiente salí a dar un paseo por el bosque del convento y vi a la hermana Nelly sentada en una roca. Me senté a su lado, le sonreí y le pregunté: ¿Está mejor hoy, hermana? Me dijo que no con la cabeza. Le cogí una mano y le dije: Sabe, yo a veces me siento triste, pero luego se me pasa con el cariño de mis hermanas. Se acostumbrará a estar aquí.

-"No creo"-dijo con una sonrisa forzada.

-Saqué una petaca. Cuando la vio la hermana Nelly me preguntó:

-"¿Eso es vino sacramental?

-Sí, lo es, le dije sonriendo.

-"¿No es un pecado, hermana?"

-Sí, pero después me confieso. Eché un trago y le ofrecí. La hermana Nelly bebió un poquito, puso cara de asco y me dijo:

-"Me quitaron de las brasas y me han puesto en el fuego."

-¿Lo dice por el vino, hermana?

-"No, lo digo porque me gustaba una chica, y ahora aún me gusta usted más, hermana."

-Aquella confesión no la esperaba. Me salieron los colores. Me levanté y antes de irme, le dije: Rece, hermana, rece y quite de su cabeza los pensamientos impuros.

-"Aunque quisiera no podría, hermana, es usted tan bella..."

-Al día siguiente fueron todas las monjas a confesar y después de recibir el cuerpo de Cristo, me dijo la madre superiora:

-"Las hermanas Lucy y Jenny han faltado a la comunión. Eso es una falta muy grave. Vaya y encuéntrelas."

-En el bosque oí risas y fui a ver si eran ellas. Sí que lo eran, pero no esperaba encontrarlas cómo las encontré. Se estaban besando y se habían quitado la cofia. Sus largos cabellos de color negro y pelirrojo caían por sus hábitos. Me escondí detrás de una roca y me puse a mirar. La hermana Lucy, la del cabello negro le quitó el hábito a la hermana Jenny, y la hermana Jenny se quedó vestida solo con sus bragas blancas, sus medias blancas, el rosario con la cruz colgado al cuello y los zapatos negros. La hermana Lucy le echó las manos a los pechos, unos pechos grandes...

Al cura le gustaba llamarle al pan, pan, y al vino, vino. Le dijo:

-Tetas, hija, al hablar de sexo se dice tetas.

-¿No es pecado decir tetas, padre?

-No, lo que es pecado es comerlas. Sigue.

La monja siguió con la confesión.

-Después le apretó las tetas y se las chupó. La hermana Jenny gemía y tenía cara de estar sintiendo un gran placer cuando dijo:

-"¡Dios mío, esto es el cielo!"

-Luego le quitó el hábito ella a la hermana Lucy y quedó vestida igual, con las bragas y las medias blancas, el rosario y la cruz colgando al cuello y los zapatos negros. La besó con lengua y la hermana Lucy se la chupó, después la hermana Jenny le dijo:

-"Estás muy rica."

-Le acarició y le lamió las tetas, que aún era más grandes que las de la otra hermana. Luego le quitó las bragas. Tenía mucho vello negro en aquel sitio, Lucy se las quitó a ella y aún tenía más, solo que el suyo era pelirrojo. La hermana Lucy extendió el hábito sobre una roca, se sentó encima y la hermana Jenny lamió aquel sitio de abajo a arriba...

El cura la interrumpió.

-Coño, hija, al hablar de sexo se dice coño.

-¿No es pecado decir coño, padre?

-Decir coño, no, comerlo sí.

-Pues bien, lamía su coño de abajo a arriba y después se lo frotaba con la palma de la mano. Poco más tarde Lucy se abrió mucho de piernas y la hermana Jenny le metió dos dedos dentro del coño. Mientras se lo metía y se lo sacaba dijo palabras muy fuertes.

-Dilas.

-Decía: "Más rápido, puta londinense, puta de dos chelines, meretriz de barrios bajos, cabrona..."

-¿Y gemía?

-Mucho, padre, gemía mucho.

El cura dijo en bajito:

-Quien tuviera diez años menos.

-¿Qué ha dicho, padre?

-Nada, hija, nada, siga hablando.

-Al final le quitó los dedos de coño, se lo lamió con celeridad, se lo volvió a frotar con la palma de la mano y la hermana Lucy le dijo:

-"¡Me corro, hija de Satanás!"

-¿Eso dijo?

-Sí padre, y viendo cómo se sacudía me entró el mal de San Víctor y con él se me estremeció el cuerpo al tiempo que sentía un tremendo placer y oriné por mí, padre, oriné, pero mis bragas no se mojaron con orina, ya que metí una mano para colocar bien las bragas y me salió llena de babitas.

-Eso es que te corriste, hija.

-¿Se le llama así al placer que sentí?

-Así se le llama.

El cura le preguntó a la monja:

-¿Le comió la hermana Lucy el coño a la hermana Jenny?

-No, padre, cómo tardaba en llevarlas de vuelta, dos hermanas vinieron a buscarnos. Oí como hablaban. Las hermana Lucy y Jenny también las oyeron. Cogieron sus ropas a toda prisa y salieron corriendo. Yo fui al encuentro de las hermanas Celestine y Clarise para darles tiempo a que se vistieran. Al encontrarlas nos saludamos haciendo una reverencia, y después me dijo la hermana Clarise:

-"Vuelva al convento que ya nos encargamos nosotras de buscar a las hermanas."

-Regresando al convento me encontré de frente con la hermana Nelly. Estaba llorando. Al estar a su lado le pregunté: ¿Qué le pasa, hermana? Me abrazó. Al mirarme le sequé las lágrimas con un dedo doblado. Ella me besó con lengua y después levantó un poco el hábito, se dio la vuelta y echó a correr hacia el convento, diciendo:

-"¡Soy mala!"

-Esa noche en mi celda me quité el hábito y el rosario con el crucifijo, me metí en la cama solo con las medias y a cofia puesta, flexioné las rodillas, abrí las piernas.. Mi mano bajó hasta mis bragas blancas y acaricié el coño con la palma de mi mano cómo le hiciera la hermana Jenny a la hermana Lucy. Los pezones se me pusieron duros. Saqué las bragas y después acaricié mi coño mojado con la palma de la mano... Como mis dedos se metían debajo de mi culo, uno de ellos acariciaba mi ano y me gustaba mucho. Tapé la boca con la otra mano porque necesitaba gemir y no quería que Nelly me oyera en la celda de al lado. Estaba tan caliente que poco después me corrí mejor que las hermanas Jenny y Lucy, ya que ellas no habían eyaculado y yo lo hice. Luego con la espalda apoyada en la cabecera de la cama y la cabeza cubierta con la cofia apoyada en la pared quise meter dos dedos en el coño.

El cura estaba gozando al oírla.

-¡Que bien suena la palabra coño en su boca, hermana!

-¿A qué viene eso, padre?

-Tranquila, soy demasiado viejo para ciertas cosas. ¿Dónde aprendiste a masturbarte?

-La masturbación es pecado.

-Pues pecaste bien, hija.

-¿Al copiar lo que les vi hacer a las hermanas Jenny y Lucy me estaba masturbando?

-Sí, hija, si.

-¡Vaya! ¿Por qué todo lo que da placer es pecado, padre?

-Eso mismo me preguntó yo. Siga contando, hermana.

-Pues cómo le decía, con la mano derecha llena de jugos blancos y espesos quise meter dos dedos en el coño cómo le viera hacer a las hermanas, pero no me cabía, así que metí uno, el dedo medio, y me di placer con él. Con la otra mano acaricié mis pequeñas tetas y poco más tarde sintiendo mis propios gemidos me subió otra vez el hormigueó y me volví a correr.

-Te hiciste una dedo delicioso.

-¿Dedo?

-Sí, es otro nombre le la masturbación femenina. Te masturbaste deliciosamente.

-Deliciosa es la hermana Nelly.

El cura quería más.

-Cuenta.

-Una noche entró en mi celda y me confesé, le dije: Tengo un problema con una hermana. Nunca me había sentido así.

-"¿Sientes mariposas en el estómago? -me preguntó.

-Si.

-"¿Tiene ganas de estar con ella?"

-Sí.

-"¿La desea y tiene ganas de acariciarla?"

-Sí.

-"A mí me pasa lo mismo."

-Me cogió una mano, me la acaricio mirándome a los ojos. Después me cogió la barbilla y con sus labios a milímetros de los míos me dijo:

-"¿Quiere que le dé placer?"

-Sí, susurré mientras sentía cómo mi coñito mojaba las bragas. Sus labios se unieron a los míos en un beso de amor, a ese beso siguió otro y otro, y entones su lengua entró en mi boca. Fue algo maravilloso. Gemí cuando su lengua rozó mi lengua. Ella acariciaba mi mejilla, me besaba, me miraba a los ojos, me volvía a besar...

-"Eres la mujer más bella y sensual que he conocido. -me dijo mientras me quitaba la cofia."

-Me besó y me lamió el cuello. Me lamió una oreja, me mordió en el lóbulo y luego susurró:

-"¿Quieres que te lleve al cielo?"

-Asentí con la cabeza mientras una de sus manos se metía entre mis piernas. Me acarició el coño por encima de las medias blancas y me susurró palabras tiernas al oído. Me besaba en la boca y me lamía el cuello. Yo ya no paraba de gemir. Besándome me echó hacia atrás sobre la cama, acarició mis tetas y me las mordió por encima del hábito. Me abrí de piernas y volvió a acariciar mi coño. La humedad ya había traspasado mis bragas blancas y mojó los cuatro dedos que movía alrededor de mi coño. Besó mi barriguita, el interior de mis muslos entre las medias y las bragas. Metió un dedo debajo de las bragas y acarició con un dedo mi botoncito, después cogió la goma de mis bragas. Creí que me las iba a quitar, pero las bajó un poquito y después las subió tirando de la goma y apretando su mano contra mi coño. Me miró a los ojos y subió y bajo la braga apretando la mano contra mi coño varias veces, luego la apartó para un lado y me preguntó:

-"¿Te vas a correr para mí?"

-Sí, le dije entre gemidos.

-"Va a ser bonito sentir cómo te corres."

-Tres dedos de su mano derecha se movieron en círculos sobre mi botoncito, sentí que estaba muy cerca de correrme y cuando su legua lamió mi coño me corrí en su boca. Me corrí temblando y gimiendo cómo una loca con el placer que sentí.

El cura que estaba disfrutando al oír a aquella linda muñequita con su hábito de monja, le preguntó:

-¿La hizo correr solo una vez, hermana?

-No, padre, me corrí más veces, pero ya sabe lo que pasó. No creo que haga falta que le cuente más.

Al viejo cura no se le levantaba la polla, pero la tenía mojada de aguadilla, cosa que hacía quince años que no le pasaba. No podía consentir que dejara la confesión a medias. Le dijo:

-Tengo que saberlo todo. Continúa, hija.

-Es que recordando me estoy mojando, padre.

-Eso muy rico y no es pecado, hija.

-Si usted lo dice...

-Sí, lo digo.

La monja continuó confesándose.

-Después de correrme me metió un dedo dentro del coño y comenzó a besarme. Yo abrí las piernas del todo y su dedo comenzó a moverse alrededor. La hermana Nelly estaba haciendo hueco, ya que poco después, sin dejar de besarme, metió dos dedos dentro de mi coño. Entraron muy apretados, pero al meter y sacar y moverlos alrededor enseguida entraron y salieron sin dificultad y dándome mucho placer. Un poco más tarde dejó de meter y sacar y me quito los zapatos y las bragas. Me levantó una pierna y me acarició y me besó la planta del pie con la media puesta, me besó los dedos y me acarició la pierna mientras me miraba y sonreía. Yo sin pensar lo que hacía me toqué el coño. Al sentir placer me avergoncé y quité los dedos. La hermana Nelly pasó de besar mis pies a besar mi boca y mi cuello. Me quitó la cofia y yo me quité el hábito. Vio mis pequeñas tetas y mi rubio vello púbico y me dijo:

-"Eres un ángel"

-Arrodillada detrás de mí, besando y lamiendo mi cuello y mi oreja izquierda, me dio un masaje en las tetas. Mis gemidos subieron de tono cuando metió dos dedos dentro de mi coño al tiempo que acariciaba mis tetas y besaba mi boca. Me iba a correr otra vez cuando paró, se puso enfrente de mí y subió el hábito. Me abrió las piernas, volvió a meter dos dedos en mi coño y mirándome de nuevo la los ojos comenzó a meter y a sacar. Luego metió su cabeza entre mis piernas y metiendo y sacado los dedos me lamió el coño y el botoncito y me dijo:

-"Di, me corro, cuando veas que llegas al éxtasis."

-Me sorprendí a mi misma masajeando mis tetas y moviendo la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo y alrededor... Antes de un minuto le dije: ¡Me corro! Corriéndome eché las manos a rosario y lo rompí. Las cuentas y el crucifijo cayeron sobre la cama. ¡Me corro!, volví a decir. Después de correrme me metió los dos dedos en a boca y chupé mis jugos. La hermana Nelly siguió lamiendo y besando mi coño y mi botoncito.

El cura realmente quería saberlo todo.

-¿A qué saben sus jugos, hermana?

-Tienen un sabor indescriptible.

-Fue un polvo de padre y señor mío.

-¿A lo que hicimos se le lama polvo?

-Si, hija, sí, y a eso que tú le dices botoncito se le llama clítoris, clitorides en latín, de ahí viene. ¿Te sigues mojando al recordar, hija?

-Sí, padre, tengo las bragas empapadas.

-¿No le hizo nada a ella, hermana?

-¿Quiere que siga?

-Claro que sí, siga.

-La hermana Nelly después de hacerme gozar se quitó el hábito. Mirando para sus voluptuosas tetas me dijo:

-"Deme placer, hermana Anne."

-Arrodilladas una delante de la otra le cogí las tetas por debajo y las levanté. Estaban blanditas. Lamí su areola marrón y el gordo pezón de su teta izquierda y después la chupé. De esa teta pasé a la otra y le hice lo mismo. Después me cogió la cabeza y nuestras lenguas se volvieron a encontrar. Mientras nos besábamos ya no escondí mi lujuria, ni la escondí cuando volvió a llevar mi cabeza a sus tetas. Se las devoré, padre. No sé que me pasó que me volví una fiera, una fiera que se escapa de su jaula y devora todo lo que encuentra. Metí mi mano derecha dentro de sus bragas, me encontré con su coño empapado y le metí dos dedos dentro. Si a ella le dio gusto a mí se me estremeció el cuerpo sintiendo cómo mis dedos se deslizaban por su coño. Metiendo y sacando echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gemir con fuerza. Sus gemidos alimentaron a la fiera y mis dedos entraron y salieron de su coño a la velocidad del rayo. Me besó con lujuria y después me dijo:

-"¿Quiere que me corra en su boca, hermana Anne?"

-Sí.

-Se puso de pie en la cabecera de la cama con la espalda apoyada en la pared. Vi sus bragas blancas mojadas, muy mojadas. Se las bajé y vi su coño con mucho vello negro. La hermana Nelly abrió las piernas. Le lamí el coño y me salió la lengua llena de babitas agridulces. Aquel coño estaba riquísimo. Lamí mientras la hermana Nelly decía:

-"Gracias por darme este placer, ooooh, gracias amor, ooooh, sigue, ooooh, sigue, ooooh, Sácame una corrida que recuerde eternamente, ooooh..."

-Yo la escuchaba hablar, la veía mover su pelvis, la sentía acariciar mi cabello y gemir mientras lamía su coño muy lentamente y sentía cómo el mío goteaba. De repente se puso tensa, y dijo:

-"¡Me corro, hermana!"

-En mi lengua cayeron jugos calentitos que al tragarlos casi hicieron que me corriera yo también. Después de correrse cogió mi cara, lamió mis labios y después metió su lengua en mi boca y nos besamos largamente. Luego le hice lo que me gustaría que me hiciera ella a mí si estuviera en su lugar, le metí un dedo el coño y le lamí el botón..., le lamí el clítoris. Comenzó a gemir de nuevo y en muy poquito tiempo, dijo:

-"¡Oh, dios, oh, dios, o dios que me corro, que me corro, que me corro! ¡Me corro!"

-Se volvió a correr mientras tapaba la boca con una mano para acallar sus escandalosos gemidos de placer. Luego se volvió a agachar y me volvió a besar, hizo que me levantara. Se puso en mi lugar y yo me puse contra la pared dándole el culo. Me cogió las nalgas, me lamió el ano y metió su lengua en él... Repitió ese mismo acto muchas veces. No podía ni imaginar que una cosa tan guarra pudiera ser tan dulce.

El curioso volvió al ataque.

-¿Qué fue lo sintió al comerle el culo, hija?

-Algo extremadamente agradable. Si no para de jugar con él me corro de nuevo, pero paró y me dijo:

-"Dame tu coño y come el mío."

-No sabía cómo complacerla hasta que ella me dio la vuelta y acabamos una encima de la otra cómo dos perdidas. La hermana Nelly comía mi coño y yo comía el suyo. Lamiéndoselo vi cómo se le cerró. Oí un gemido muy fuerte y al abrirse el coño me llenó la boca de jugos. La hermana Nelly chupó mi clítoris y yo me corrí por última vez, ¡Pero cómo me corrí, padre! Me corrí cómo una fuente.

-¿Te mojaste más de lo que estabas mientras recordabas?

-Ya tengo las bragas para tirar, padre.

-No las tires, dámelas a mí.

-¡Padre!

-Anda sé buena. No sé a qué huele el coño de una mujer.

-Es usted un picarón.

Anne miró que no la viera nadie, se quitó las bragas, fue por el otro lado del confesionario y se las dio.

-Tome.

El cura cogió las bragas, La monja volvió a donde estaba, y oyó al cura decir:

-Yo te absuelvo. Reza lo que crea conveniente. Yo no voy a ser quien te ponga penitencia por lo que has hecho.

-¿Y las hermanas que no tienen el valor de confesarse?

-Quedan todas absueltas.

La monja se fue. El cura lamió las babitas que había en las bragas, las olió profundamente, y dijo:

-¡Dios, qué recuerdos me traen este sabor y este olor!
 
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