Mi hija es una joven y apetecible mujercita, con todas sus hormonas a full, alborotadas y exultantes, con todas las ganas de realizarse, cumplir el desafío que la naturaleza, perder la virginidad para ganarse el título de hacerse mujer. Entregarse al hombre de sus sueños para que sea él quien desflore su virginidad, pero este acto representa algo más que una relación sexual, involucra sentimientos y emociones que no está dispuesta a regalar al primero que se le cruce, tiene la idea y la decisión de hacerlo con quién ella cree merecer todas sus consideraciones: su papi.
Es joven pero decidida a cumplir los objetivos propuestos, había armado la forma y el modo que se entregaría al hombre elegido, el resto de la trama fue obra de las circunstancias totalmente causales y preparadas para dejar de ser virgen.
Con todas la ganas en ebullición, la cerveza y tener toda la noche solo para nosotros, fue la tormenta perfecta que para romper los códigos morales, transgredir preceptos bíblicos, derribar todas las objeciones de conciencia y déjame llevar por la pasión y el desenfreno.
Suele decirse que la ocasión hace al ladrón, yo agregaría que la provocación a la perversión.
Esa calurosa tarde de verano me había quedado solo en casa con mi adolescente hija. Su juventud amerita una satisfacción sexual con carácter de urgente, el cuerpo pide calmar esos deseos que la inquietan hasta la crispación, las ganas florecen como la primavera, sobre todo en esa acalorada tarde, que se había sacado la musculosa y el short para quedar solo con esa pequeña bombacha blanca, tendida en la reposera para recibir sobre la tersura de su piel las caricias del sol.
Mientras disfrutaba de una cerveza helada, me había quedado absorto contemplando la anatomía de la nena, tendida boca abajo. No comprendo bien qué fue lo que me sucedió, por un momento me sentía atraído por ese cuerpo virgen y juvenil casi desnudo, con abstracción de la relación paternal, más aún diría que en ese momento me había perdido en mi propia lujuria, estimo que la excitación y calentura habría sido a consecuencia de un tiempo de abstinencia sexual.
Sin darme real cuenta de la situación, me encontraba siendo protagonista de una situación inédita, jamás imaginada, ni aún en la más afiebrada de mis lujuriosas fantasías, pero… la vida tiene esas sorpresas, escollos y pruebas que no siempre podemos eludir, esto que me estaba pasando era una prueba palmaria de que la visión lúdica de ese cuerpo había activado mis fantasías y ahora se habían convertido en una arrolladora locomotora fuera de control.
A mis sesenta y algo más los vivo a pleno, con toda la pimienta, la sesión de gimnasia y la adicción casi compulsiva por el erotismo y el sexo es el motor que hace que la vida tenga sentido de ser disfrutada a pleno. Ser opend mind me permite adoptar una postura filosófica frente a la vida, tomarme algunas licencias sin demasiadas culpas, esos son los antecedentes necesarios para conservar el carácter jovial para ponerle una sonrisa al desafío cotidiano. No tengo ningún prurito si en alguna ocasión debo recurrir a un “ayudín” para sustentar la “autoestima” y hacerle frente al desafío de la carne joven, platillo preferido en la mesa gourmet de la diversidad femenina. Loly, mi hija, reúne todos estos atributos, joven, virgen, inexperta y sobre todo había heredado esta pasión compulsiva por el erotismo y el sexo.
Loly se había bajado de la reposera, ahora tendida en el piso de la terraza, sobre una lona, giró para regalarme una sonrisa, haciendo gestos con la mano de que me acercara a ella, invitándome a compartir el mismo sol.
- No, gracias hace mucho calor, mejor voy por otra cerveza.
- Me traes una, papi.
- So chica para tomar.
- Vamos, si sabes que cuando estoy con mis amigos tomamos. Tráeme una, no te hagas rogar…
Volví con dos, un instintivo chin chin, sentado a su vera, compartimos la rubia espumosa. Se sentó sobre la loneta, y me regaló esa sonrisa franca y desprejuiciada, pícara y atrevida, exhibiendo el torso desnudo.
Disfrutaba ponerme incómodo, al menor intento por salirme de la escena, me retuvo tomándome de la mano.
- Porfa! Quédate, no me dejes sola. (haciendo pucheritos) - a qué le tienes miedo? A mí o a vos?
No supe qué responder, la verdad había sido precisa, me tenía miedo a mí, la situación se estaba saliendo de los carriles de la relación padre hija, no estaba preparado para situaciones como esta.
- No me tengas miedo, no te voy a complicar la vida, solo necesito estar contigo, sentirte cerca, eres mi papi, no puedes evitarlo, nadie sabrá de esto, es un secreto entre los dos. También estoy algo nerviosa, sentí como me late el corazón.
Me llevó la mano hasta posarla sobre su pecho, sin darme cuenta más que sentir los latidos estaba tocándole la teta. Tiene unas deliciosas tetas, pequeñas como limones según sus dichos, pero bien erguidas y vibrantes, con esos pezones pequeños pero súper erectos como picas de lanza preparados para el ataque.
Su mirada suplicaba contención, leve sonrisa, su boca se dejó estar cerca de la mía, en ese instante todo se me volvió incomprensible, como si una nebulosa turbara mi capacidad de razonamiento, la pasión emerge arrasando con las prevenciones, derribando obstáculos.
Su mirada certifica y avala el roce de labios, fue un beso en la boca, inocente e instintivo, sin sorpresa, tampoco el siguiente y un tercero no tan inocente, lleno de fragor y deseo. Los valores subvertidos descartaba cualquier atisbo de retroceso, de ahora en adelante solo eran un hombre mayor y una mujer joven dejándose llevar en la vorágine pasional del fragoroso deseo de consumar el acto sexual.
Se dejó tender sobre la loneta con mi cuerpo cubriendo el suyo, las bocas unidas, las lenguas frotándose respirando el aliento del otro. El abrazo efusivo, mucho, hacía subir los colores a las mejillas de mi nena, inyectadas de repentino rubor, el candor de la inocencia se consumía en la incandescente brasa de la lujuria.
La situación amerita salir cuanto antes de la terraza, en brazos tomada de mi cuello, y a su pedido, la lleve al dormitorio, dejé sobre el lecho mientras me deshacía de las ropas quedando solo en bóxer.
De pie, junto al lecho la observo en la plenitud sexual de una hembra consumada esperando a su hombre, flexiona las rodillas y las eleva, con un gesto me pide que le quite la bombachita, eleva las pantorrillas para facilitar la tarea. Abre sus piernas, me ofrece la magnífica e inquietante vistas del cofre mágico y virgen de su juventud palpitante, totalmente depilado, labios abultados, el clítoris coronando la magnificencia de una virgen ofreciéndose para que su papito sea su primer hombre, el que entre en ella haciéndola mujer.
Me hubiera demorado un siglo contemplando esta nívea vestal entregándose a su hombre. Pícara y atrevida me invita a tomarla, abriendo las piernas me llama para que me acerque a su sexo, sin más voluntad que la calentura acepto incondicional, mi boca junto a su boca, inundo mis sentidos con su aroma de hembra, enreda sus dedos en mis cabellos y me lleva la cara entre sus piernas, siento en mis labios el húmedo sabor del deseo palpitante de su conchita sedienta de acción.
Metí mis manos debajo de las nalgas, elevando la pelvis, incrusté mi boca en su sexo, elevó sus piernas hasta quedar con sus talones sobre mis hombros, ofreciéndome el ángulo preciso para comenzar a comerle la conchita.
El deseo ríe en su sonrisa vertical, se inflaman sus labios en el boca a boca, besos tibios, húmedos, los gemidos coronan la mansa entrega devolviendo favores con jugos de vida. Los gemidos me llegan lejanos, distantes, como de otra galaxia, la agitación de su cuerpo expresa con fidelidad la dimensión del incipiente orgasmo, onda expansiva, urgente y avasallante la invade, trastorna y agita sin poder dar crédito a lo que le sucede.
- Ah, ahhhh… Uffff qué bonito, qué bonito, papiiii
Es más que obvio que es su primer orgasmo, por eso mismo no puede ni sabe de qué modo responder a estos estímulos inéditos, el desahogo de la carne, liberación volcánica de la tensión interior acumulada desde el mismo instante que comencé a acariciar su cuerpo. Acompañé esos momentos únicos, apoyando mis labios sobre su sexo, dejándola reposar en esa meseta para recobrar el aliento, permanezco en el epicentro de todos sus temblores, el centro de sus deseos vibra en mis labios húmedos de jugos, al límite de sus fuerzas, me aprieta contra sí y grita:
- Basta, basta ya! Papi, cógeme, cógemeee. No puedo más, sabes que soy virgen, quiero… necesito que seas vos quien me desvirgue, que abra mi flor, que me hagas mujer. Nadie mejor que vos merece este premio, hacerme tu mujer. Lo quiero, lo necesito, no me aguanto más, solo será un secreto entre los dos, lo quiero completo, com-ple-to, con todo, que me des tu lechita, en un par de días me viene la regla, así que podes venirte dentro, necesito sentirte todo.
Me arrodillé, desnudo para que pudiera tocar el objeto de su deseo, el miembro de su papi, el artífice que la hará mujer. Disfruté sentir la admiración y el regocijo al sentirme latir en su mano, una breve sesión de caricias y frotamientos, un beso fugaz y se dispuso a entregar su tesoro más preciado: la virginidad.
Me sentía obligado a tomar todos los recaudos y precauciones para que esta primera vez fuera algo para recordar y disfrutar.
Una almohada bajo sus nalgas, eleva la pelvis y ofrece al comodidad de una penetración franca y profunda, y besos en sus labios vaginales hinchados y latiendo por la ansiedad de ser estrenados por la verga de su papi. Le pedí que separe los labios de la vulva, arrodillado tomé el miembro en mi mano, frotándolo, tomando contacto con la profusa humedad, el glande tomo lugar entre los labios. Lento y suave vaivén para sentir los latidos se mi nena, las manos aferrando sus caderas para poder impulsarme en ella y al mismo tiempo evitar se pueda escurrir hacia arriba cuando sea intensa la penetración.
Afirmado comencé a penetrarla, suave vaivén, llegando hasta ese velo que se resiste a ser vulnerado, es un juego cargado de ansiedades del macho pugnando por atravesarlo y de la hembra con la incertidumbre de no saber cómo será ese tránsito a la condición de mujer plena.
Los ojos de la nena adquieren el brillo y la dimensión de la desmesura, inquieta y ansiosa por sentir la carne del hombre dentro de su carne. La ansiedad de ella es el estímulo para afirmarme en sus caderas e impulsarme despacio pero con fuerza y la intensidad necesaria para sentir como la potencia de la pija puede abrirse paso en ella, desgarrar el himen, leve retroceso y un segundo envión lo atraviesa por completo, un tercero, a fondo fue el esfuerzo necesario para penetrar totalmente la verga y quedarme quietecito dentro de su sexo para que su anatomía se adecue al tamaño de la mía.
La tensión de ambos había llegado al máximo, casi diría que podíamos escuchar los latidos del otro, el silencio era la medida elocuente de la emoción de este momento único e irrepetible. El proceso de la desfloración lo hicimos dentro del más absoluto silencio, solo turbado cuando ella no pudo contenerse y gritó al sentir como su hombre rompía el sello de la virginidad.
- Ahhhh, me… me… rompiste papi, Ufff, duele, dueeele, pero… sigue, por favor sigue…
Llegado al fondo me retuve dentro, conteniendo la respiración, apretado contra su sexo, metido en su carne. Me miré en sus ojos abiertos de par el para, propios de quien se asombra al experimentar sensaciones que aún no aprendió a procesar, los miedos dieron paso a la ansiedad, ésta al dolor lacerante del desgarro que va desgranándose en latidos que abrigan al miembro de su padre abriendo sus carnes.
Siento como su cuerpo vibra y se agita, la crispación de la ansiedad se diluye, se afloja para dejar lugar a que su hombre pueda terminar la faena de hacerla mujer.
Comencé a moverme despacio, agitándome dentro, saliendo hasta la puertita, y volviendo a entrar a tope, el movimiento de metisaca se produce incesante, rítmico, los gemidos conllevan la condición de los dolores y la incomodidad de la primera vez, pero la calentura comienza a atenuar las molestias, hasta animarse a moverse, elevando su pelvis para ofrecerse con intensidad en una cogida lo bastante salvaje para conmocionarla.
De pronto nos olvidamos de todo, y el acto sexual fue tomando la intensidad de un polvo con todos los atributos de una gran cogida.
Tampoco era el momento para prolongar tanto como me gusta, para una primera vez no era necesario hacerlo tan largo, el bombeo abría de par en par sus músculos preparándola a mi gusto, acelero los movimientos, me concentro en buscar todas la formas y modos de producirle el máximo placer, poniendo en práctica la experiencia para que este momento se guarde entre sus recuerdos más entrañables.
En pleno metisaca la nena comienza a experimentar el trance de sentir como la inquietante excitación se va traduciendo en latidos vaginales, signos inequívocos de la ebullición interior, a liberarse en movimientos descontrolados, la crispación propia de cuando la intensidad de la emoción está en conexión con el más allá. El desahogo de la carne, la liberación volcánica de la tensión interior acumulada durante todo este momento de sumar excitaciones en continuado.
- Ahhhh, papiiiiii
El trance propio del orgasmo pudo más que ella, se dejó llevar por esa sensación liberadora, tensando músculos y tendones, agitando el cuerpo y vociferando palabras sin sentido, gemidos y grititos. Las manos aferradas a mis hombros, clavando la uñas en mi piel como forma de expansión en el desborde emocional.
- Nena, me voy, me voyy
- Sí, síiii, papi, vení, vení dame tu leche.
Los agotadores enviones de verga, intensos, a fondo, luego sosteniéndolo bien a fondo el leve movimiento para permitirme derramar el semen dentro del virginal estuche.
- Uffff qué polvo le dejé a mi nena.
- Síiiii, mi primera leche papitoooo
Me salí de la nena, temblando por la emoción de haberla hecho mujer, quedé, arrodillado, como orando a la virgen que había dejado de serlo. Podía ver y sentir como la conchita comenzaba a dejar escurrir los primeros vestigios de sangre producido por el desgarro del himen con una parte del semen comienza a escurrirse de la conchita desflorada por su papi.
La acompañé al bidé, para higienizarse y dejar escurrir el resto de la sangre virginal, mientras la lluvia de agua tibia calma las molestias propias de su primera vez, aprovecha para lamer de mi verga los restos de semen que había fabricado para ella. Volvimos al lecho
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La promesa de que sería solo esa vez, quedó sólo en promesa, esa primera vez culpamos al exceso de cerveza y la abstinencia forzada de sexo. Ahora quería más y no hubo forma de esquivar y evitar todas las artimañas de insinuación y acoso, demostró pasión y tenacidad hasta conseguir sus propósitos.
Demasiado tarde para lágrimas, el placer erótico superó el tabú de una relación incestuosa, la satisfacción del disfrute de su sexo, lavó el sentimiento de culpa transformando lo prohibido tan solo en permisivo. Con esas prevenciones llegamos al punto de no poder gambetear por más tiempo la perentoria amenaza de que volviera a tener sexo con ella, que no le bastó esa única vez, su voluntad y tenacidad me obligó a complacerla.
Se había convertido en manipuladora, me exigía tener sexo, al mismo tiempo de sus exigencias la madre se había puesto como en estado de alerta, como si hubiera descubierto algún rastro, durante un tiempo no le perdía pisada. La muchacha no perdía oportunidad de insistir, urgiendo una satisfacción, el desvirgue no había sido suficiente para sentirse mujer plena, solo el comienzo.
Siempre encontraba un momento a solas para acosarme con el mismo propósito: Coger. En un par de oportunidades zafamos de la vigilante madre, solo nos dio tiempo para meterle mano y una mamada furtiva en dos oportunidades, en la tercera la forcé sosteniendo la cabeza con la verga bien dentro hasta venirme dentro de su boca, así aprendió a saborear el semen, dijo: - Saladito, pero no sabe mal la lechita de mi papito. Me gustó que me forzaras, me la voy a tomar siempre.
Pero eso no le bastó, quería más, no cejó en acosarme y hasta amenazarme con que si no era yo se haría coger por cualquier tipo. Sus métodos eran contundentes, sabía manipular, celarme respecto de las atenciones que tenía con su madre, llegó hasta fingir pláticas telefónicas, haciendo insinuaciones con algún ignoto amante, todo fue llevando la situación hasta límites imposibles, los celos y las amenazas de entregarse a cualquiera hizo mella en mi resistencia, sin contar la forma cada vez más atrevida de insinuarse.
Había adoptado el método de exhibirme su sex-appeal y maestría en erotismo, todo en ella destilaba osadía y atrevimiento, desde andar sin ropa interior hasta mostrarme su desnudez en cada rincón de la casa, jugar al erotismo durante la comida familiar, “caérsele” el cubierto y pedir que se lo levante para que vea sus piernas abiertas sin bombacha, jugar con su pies descalzo frotando mi pene, meterse el dedo en la conchita y dármelo a lamer ese dedo simulando que probara si “su salsa estaba bien”.
Cada vez se me hacía más difícil sustraerme a la perversión de sus juegos eróticos, su trampa había surtido efecto, me tenía enredado en su telaraña de seducción y deseo.
En esa ocasión que llevé a su madre a realizar un trámite, me llamó al celular diciendo que vuelva de inmediato para tener sexo con ella, caso contrario llamaría al primer amigo que encuentre para cogérselo, así de contundente, así de autoritaria. Fingí estar hablando con un empleado, hablando fuerte para que mi esposa escuchara, manifestaba que estaría de inmediato para ver el desperfecto, esa fue lo que le decía para responder a sus exigencias y entendiera que estaría de inmediato con ella.
Armé la excusa de qué debía volverme por la urgencia del llamado, y para evitar que se apareciera de improviso en la casa y pudiera pescarnos infraganti, me aseguré que me espere, que tan pronto me desocupe pasaba a buscarla, de ese modo me garantizada tener un tiempo para calmar los deseos de Loly.
Tan pronto abrí la puerta me recibió solo con un babidoll, bien cortito y transparente.
- Papi, te estábamos esperando. –dijo mostrándome la conchita, separaba los labios con los dedos
Sin darme tiempo a nada mientras me descalzo, ella me saca el pantalón y bóxer en un solo movimiento, enlazado sin soltarme la verga me lanzó sobre el sofá, se sentó encima y monto. La sostuve de las nalgas mientras se abría los labios de la vulva, dejarse caer hasta penetrarla hasta el fondo. Aún despacio acusó la dilatación del grosor de la poronga, abriendo paso en la estrechez de sus carnes.
Se aferra del respaldo del sofá para cabalgarme, me llené las manos con sus nalgas, urgiéndole que por esta vez no me pida que haga demorara mucho, cuestión de poder retornar a buscar a su madre y no despertar más sospechas. El ritmo se tornó violento y compulsivo, los movimientos con la urgencia y contundencia de una penetración que la hacía estremecer, cada descenso era sentir tocarle el fondo de su mar interior, sujetarla de la cintura para empalarla más allá de la posibilidad anatómica, elevarla en mis manos y dejarla caer. Este acto no estaba exento de vehemencia exagerada, hacerle sentir el rigor de la penetración para que sienta en carne propia quien lleva el mando.
No es fácil de arrear, redobló la apuesta, fue por más, comenzó a tomarse del respaldo del sofá, elevarse hasta dejar el glande en la puerta de la vulva e impulsarse hasta que le llegue al fondo del útero, repetir la hazaña de dejarse empalar olvidando la desarmonía con el grosor de la verga, nada le importa, entendía sintiendo el rigor de su macho agradecía mis atenciones.
La cabalgata fue una relación épica, digna de una sesión de porno salvaje, montando como una potra desbocada, dejándose abrir toda, haciendo breves pausas para darme a beber sus “limoncitos” exprimiendo en la oferta de succionar los pezones, retenerlos entre los dientes, embriagarme con el placer de la suave rugosidad, volver a galopar en una carrera desbocada hasta ese orgasmo que me había prometido conseguirle.
Los primeros estremecimientos producían pausas, retomaba el ritmo y otra contracción la detenía, cada vez más seguido hasta que los estremecimientos subieron de tono e intensidad. De improviso, detuvo los movimientos, paralizada, la espalda recta, cabeza echada hacia atrás, boca abierta, respiración entrecortada, los ojos mirando al vacío, el pecho erguido, encogida de hombros. Toda ella había entrada en un estado de suspensión de los sentidos, en estado de trance, que me hizo pensar en un desmayo.
El lapso que demoró el estado de éxtasis fue el prólogo de un gemido y expiración, la sonrisa trajo alivio y encendió de luz su rostro ruborizado y turbado por la magia benefactora del orgasmo. Sin decir palabra, comenzó a moverse, agitándose, volviendo a cabalgar con pausas para volver a retomar el ritmo, así durante no sé cuántas veces.
Durante las pausas aprovechaba para elevar la pelvis y quedarme bien incrustado, acompañar sus revoluciones en el subibaja. Agotada en las convulsiones internas retornó la calma, dejarse estar, tumbada sobre mi cuerpo, reposa la cabeza apoyada en mi hombro. Su pecho agitado, pegados, el sudor fundía nuestra piel, sus latidos repercutían en mi pecho como un llamado a la contención.
Nos habíamos convertido en una metáfora del erotismo, conectados en un mismo deseo, contenidos en un mismo objetivo: La pasión por el sexo.
Separada de mi pecho, ensartada, mirándome, sin palabras, todo había sido dicho por su cuerpo, porfiando por llegar al orgasmo conseguido por su propio esfuerzo, también descubrir esa capacidad, no tan común de tener más de un orgasmo.
- Gracias papi!! fue delicioso, muy delicioso. Y ahora es tu turno de venirte, pero no podes hacerlo dentro, no, en esta fecha.
- No hay problema, cuando este por venirme te la saco y te la doy en la boquita.
Sin haberse salido de mi verga, comenzamos a movernos, colaboraba en buscar mi eyaculación. La posición no me permitía muchas variantes en la penetración demorando la eyaculación, necesitaba acción y empujar con más vehemencia, estábamos al límite del tiempo, necesitaba cambiar de posición.
Levantó las piernas para desmontar, la pija salió con los vestigios de sangre, obviamente esta profunda y contundente penetración provocó la destrucción de los restos del himen maltrecho durante la desfloración previa. Arrodillada en el sofá, tomada del respaldo, se ofreció para ser tomada desde atrás en la plenitud de la entrega.
Limpié los restos sanguíneos y el exceso de lubricación, necesitaba sentir a pleno el rigor de la estrechez vaginal. Entré en ella, empujando, despacio pero sin pausa, hasta llegar al fondo, agarrado a sus caderas comencé a impulsarme dentro de Loly, bombeando con renovados bríos, ardor y calentura increíble, lástima no disponer de más tiempo para un disfrute óptimo.
El vaivén de la penetración, intensa, la calentura es realmente alucinante, ver esas carnitas vírgenes y tan blancas, alucino de solo pensar de este instante de gloria, ese culito ahí esperándome, ni pensar en otra cosa que no fuera un acto sexual de calidad Premium, el culo me tienta como nada en el mundo.
- No te olvides que no podes venirte dentro
- No, vendré en tu conchita, tranqui, te la doy en la boquita.
Había mencionado que no utiliza ninguna protección, sobre la espalda o la boca es lugar indicado, pero… haciéndolo en la posición de perrito, el ano se presenta como la tentación para una acabada lujuriosa.
La forma compulsiva de forzarme a tener sexo estaba latente, el hermoso ano, cerradito y lampiño la invitación perfecta, el grosor del miembro sería el obstáculo, tomarlo por asalto era la única y válida opción, la sorpresa mi estrategia. Tomarlo por asalto sería hacer justicia, darle una lección, haciéndole sentir quien manda, revancha? Sí, la lujuria fue sabia consejera.
Sin pensarlo dos veces, masajearle el ano con el pulgar ensalivado, el primer reflejo fue de temor, fruncirlo, sospecha, inquieta, tal vez imaginó mis intenciones, me urge acortar los tiempos, sacarla de la vagina y “puertear” el hoyo, apoyando la cabeza en el centro del esfínter.
Al primer empujón, intentó resistirse, rebelarse, moviéndose con intención de zafar, sujeté con fuerza de las caderas, segundo intento, un par de palmadas, más sonoras que dolorosas, la hicieron olvidar el intento de salirse.
Seguía presionando, sin lastimarla pero poco éxito, un poco de su flujo vaginal y saliva lubricaron la entrada para el segundo intento, otro par de palmadas distrajeron su atención, aflojando la tensión del esfínter anal, de un solo envión le mandé la cabeza dentro. El grito de dolor y sorpresa fue el intento por escaparse, tomada de los hombros con fuerza evitaron sacarme de la posición dominante, un segundo envión y tenía la mitad dentro.
- Ay, papi! me dueeele, me duele. Sacala, está muy gorda, me dueeeleee
Con el final del “me dueeeleee” y sobre todo la gestualidad, una mezcla de molestia y malicioso sarcasmo, sacó de mí toda la perversión, dispuesto a romperle el culo a toda costa, en un arranque furibundo le llegué al fondo, se la enterré toda, me quedé quietecito, susurrando ser todo lo cuidadoso que necesitaba, que solo sería un momento, que me vendría enseguida, que lo disfrutaría.
Accedería a bajarle la luna si me lo pedía, todo para que me permita coger este magnífico y estrecho culito, por nada del mundo abandonaría el privilegio de desvirgarlo, ya no importaba quien era, solo importaba ese momento de placer que estaba disfrutando como nunca.
Seguía quejándose, pero entendía las razones de su macho le impone. La estrechez del ano y la fricción en el vaivén del miembro era una sensación que excede todos los calificativos para definir el placer de hacerle el culito virgen.
La sentía cada vez más dura, más ajustada, estímulos válidos y suficientes para no permitirme demorar por mucho más tiempo el momento de la magia masculina, eyacular. Su culito recibió la inyección de mi leche, caliente y potente, vertida dentro de este culito que me ofrenda su virginidad.
Los gritos de ella decían de la intensidad y potencia de la intrusión, más aún cuando sintió los chorros de semen expulsados por la poronga en épica sodomización, los bufidos de este hombre no fueron menos expresivos, con la eyaculación estaba creando una nueva mujer.
Fueron momentos breves en tiempo pero prolongados en sensaciones, cuando me salí de su estuche anal, diría que sentí como quien descorcha una botella de espumante, por lo ajustado de la poronga en la estrechez del esfínter.
Salí de su culito, las piernas temblando, por la tensión puesta en la ejecución del sexo anal, ella quedó estática, sin moverse, solo un tiempo más tarde juntó fuerzas para sentarse en el sofá. Sentada con las piernas abiertas, nuevamente gotitas de sangre asoman de la vagina, otras viscosas y blanquecinas del orificio anal.
La sostuve para llegar al bidé, un baño de asiento en agua tibia calmó en parte el lacerante ardor del desvirgado esfínter. Acompañé hasta que se calmaron sus molestosos latidos del ano, la dejé rumiando su malestar en la cama y volví a buscar a la madre.
En el camino me envió un whatsapp: “Papi me duele, siento como me late el culito. Ahora tendrás que hacer méritos para que vuelvas a metérsela por ahí a tu nenita. Me gustó, pero me sigue doliendo, hombre malo” Continuará…
Es joven pero decidida a cumplir los objetivos propuestos, había armado la forma y el modo que se entregaría al hombre elegido, el resto de la trama fue obra de las circunstancias totalmente causales y preparadas para dejar de ser virgen.
Con todas la ganas en ebullición, la cerveza y tener toda la noche solo para nosotros, fue la tormenta perfecta que para romper los códigos morales, transgredir preceptos bíblicos, derribar todas las objeciones de conciencia y déjame llevar por la pasión y el desenfreno.
Suele decirse que la ocasión hace al ladrón, yo agregaría que la provocación a la perversión.
Esa calurosa tarde de verano me había quedado solo en casa con mi adolescente hija. Su juventud amerita una satisfacción sexual con carácter de urgente, el cuerpo pide calmar esos deseos que la inquietan hasta la crispación, las ganas florecen como la primavera, sobre todo en esa acalorada tarde, que se había sacado la musculosa y el short para quedar solo con esa pequeña bombacha blanca, tendida en la reposera para recibir sobre la tersura de su piel las caricias del sol.
Mientras disfrutaba de una cerveza helada, me había quedado absorto contemplando la anatomía de la nena, tendida boca abajo. No comprendo bien qué fue lo que me sucedió, por un momento me sentía atraído por ese cuerpo virgen y juvenil casi desnudo, con abstracción de la relación paternal, más aún diría que en ese momento me había perdido en mi propia lujuria, estimo que la excitación y calentura habría sido a consecuencia de un tiempo de abstinencia sexual.
Sin darme real cuenta de la situación, me encontraba siendo protagonista de una situación inédita, jamás imaginada, ni aún en la más afiebrada de mis lujuriosas fantasías, pero… la vida tiene esas sorpresas, escollos y pruebas que no siempre podemos eludir, esto que me estaba pasando era una prueba palmaria de que la visión lúdica de ese cuerpo había activado mis fantasías y ahora se habían convertido en una arrolladora locomotora fuera de control.
A mis sesenta y algo más los vivo a pleno, con toda la pimienta, la sesión de gimnasia y la adicción casi compulsiva por el erotismo y el sexo es el motor que hace que la vida tenga sentido de ser disfrutada a pleno. Ser opend mind me permite adoptar una postura filosófica frente a la vida, tomarme algunas licencias sin demasiadas culpas, esos son los antecedentes necesarios para conservar el carácter jovial para ponerle una sonrisa al desafío cotidiano. No tengo ningún prurito si en alguna ocasión debo recurrir a un “ayudín” para sustentar la “autoestima” y hacerle frente al desafío de la carne joven, platillo preferido en la mesa gourmet de la diversidad femenina. Loly, mi hija, reúne todos estos atributos, joven, virgen, inexperta y sobre todo había heredado esta pasión compulsiva por el erotismo y el sexo.
Loly se había bajado de la reposera, ahora tendida en el piso de la terraza, sobre una lona, giró para regalarme una sonrisa, haciendo gestos con la mano de que me acercara a ella, invitándome a compartir el mismo sol.
- No, gracias hace mucho calor, mejor voy por otra cerveza.
- Me traes una, papi.
- So chica para tomar.
- Vamos, si sabes que cuando estoy con mis amigos tomamos. Tráeme una, no te hagas rogar…
Volví con dos, un instintivo chin chin, sentado a su vera, compartimos la rubia espumosa. Se sentó sobre la loneta, y me regaló esa sonrisa franca y desprejuiciada, pícara y atrevida, exhibiendo el torso desnudo.
Disfrutaba ponerme incómodo, al menor intento por salirme de la escena, me retuvo tomándome de la mano.
- Porfa! Quédate, no me dejes sola. (haciendo pucheritos) - a qué le tienes miedo? A mí o a vos?
No supe qué responder, la verdad había sido precisa, me tenía miedo a mí, la situación se estaba saliendo de los carriles de la relación padre hija, no estaba preparado para situaciones como esta.
- No me tengas miedo, no te voy a complicar la vida, solo necesito estar contigo, sentirte cerca, eres mi papi, no puedes evitarlo, nadie sabrá de esto, es un secreto entre los dos. También estoy algo nerviosa, sentí como me late el corazón.
Me llevó la mano hasta posarla sobre su pecho, sin darme cuenta más que sentir los latidos estaba tocándole la teta. Tiene unas deliciosas tetas, pequeñas como limones según sus dichos, pero bien erguidas y vibrantes, con esos pezones pequeños pero súper erectos como picas de lanza preparados para el ataque.
Su mirada suplicaba contención, leve sonrisa, su boca se dejó estar cerca de la mía, en ese instante todo se me volvió incomprensible, como si una nebulosa turbara mi capacidad de razonamiento, la pasión emerge arrasando con las prevenciones, derribando obstáculos.
Su mirada certifica y avala el roce de labios, fue un beso en la boca, inocente e instintivo, sin sorpresa, tampoco el siguiente y un tercero no tan inocente, lleno de fragor y deseo. Los valores subvertidos descartaba cualquier atisbo de retroceso, de ahora en adelante solo eran un hombre mayor y una mujer joven dejándose llevar en la vorágine pasional del fragoroso deseo de consumar el acto sexual.
Se dejó tender sobre la loneta con mi cuerpo cubriendo el suyo, las bocas unidas, las lenguas frotándose respirando el aliento del otro. El abrazo efusivo, mucho, hacía subir los colores a las mejillas de mi nena, inyectadas de repentino rubor, el candor de la inocencia se consumía en la incandescente brasa de la lujuria.
La situación amerita salir cuanto antes de la terraza, en brazos tomada de mi cuello, y a su pedido, la lleve al dormitorio, dejé sobre el lecho mientras me deshacía de las ropas quedando solo en bóxer.
De pie, junto al lecho la observo en la plenitud sexual de una hembra consumada esperando a su hombre, flexiona las rodillas y las eleva, con un gesto me pide que le quite la bombachita, eleva las pantorrillas para facilitar la tarea. Abre sus piernas, me ofrece la magnífica e inquietante vistas del cofre mágico y virgen de su juventud palpitante, totalmente depilado, labios abultados, el clítoris coronando la magnificencia de una virgen ofreciéndose para que su papito sea su primer hombre, el que entre en ella haciéndola mujer.
Me hubiera demorado un siglo contemplando esta nívea vestal entregándose a su hombre. Pícara y atrevida me invita a tomarla, abriendo las piernas me llama para que me acerque a su sexo, sin más voluntad que la calentura acepto incondicional, mi boca junto a su boca, inundo mis sentidos con su aroma de hembra, enreda sus dedos en mis cabellos y me lleva la cara entre sus piernas, siento en mis labios el húmedo sabor del deseo palpitante de su conchita sedienta de acción.
Metí mis manos debajo de las nalgas, elevando la pelvis, incrusté mi boca en su sexo, elevó sus piernas hasta quedar con sus talones sobre mis hombros, ofreciéndome el ángulo preciso para comenzar a comerle la conchita.
El deseo ríe en su sonrisa vertical, se inflaman sus labios en el boca a boca, besos tibios, húmedos, los gemidos coronan la mansa entrega devolviendo favores con jugos de vida. Los gemidos me llegan lejanos, distantes, como de otra galaxia, la agitación de su cuerpo expresa con fidelidad la dimensión del incipiente orgasmo, onda expansiva, urgente y avasallante la invade, trastorna y agita sin poder dar crédito a lo que le sucede.
- Ah, ahhhh… Uffff qué bonito, qué bonito, papiiii
Es más que obvio que es su primer orgasmo, por eso mismo no puede ni sabe de qué modo responder a estos estímulos inéditos, el desahogo de la carne, liberación volcánica de la tensión interior acumulada desde el mismo instante que comencé a acariciar su cuerpo. Acompañé esos momentos únicos, apoyando mis labios sobre su sexo, dejándola reposar en esa meseta para recobrar el aliento, permanezco en el epicentro de todos sus temblores, el centro de sus deseos vibra en mis labios húmedos de jugos, al límite de sus fuerzas, me aprieta contra sí y grita:
- Basta, basta ya! Papi, cógeme, cógemeee. No puedo más, sabes que soy virgen, quiero… necesito que seas vos quien me desvirgue, que abra mi flor, que me hagas mujer. Nadie mejor que vos merece este premio, hacerme tu mujer. Lo quiero, lo necesito, no me aguanto más, solo será un secreto entre los dos, lo quiero completo, com-ple-to, con todo, que me des tu lechita, en un par de días me viene la regla, así que podes venirte dentro, necesito sentirte todo.
Me arrodillé, desnudo para que pudiera tocar el objeto de su deseo, el miembro de su papi, el artífice que la hará mujer. Disfruté sentir la admiración y el regocijo al sentirme latir en su mano, una breve sesión de caricias y frotamientos, un beso fugaz y se dispuso a entregar su tesoro más preciado: la virginidad.
Me sentía obligado a tomar todos los recaudos y precauciones para que esta primera vez fuera algo para recordar y disfrutar.
Una almohada bajo sus nalgas, eleva la pelvis y ofrece al comodidad de una penetración franca y profunda, y besos en sus labios vaginales hinchados y latiendo por la ansiedad de ser estrenados por la verga de su papi. Le pedí que separe los labios de la vulva, arrodillado tomé el miembro en mi mano, frotándolo, tomando contacto con la profusa humedad, el glande tomo lugar entre los labios. Lento y suave vaivén para sentir los latidos se mi nena, las manos aferrando sus caderas para poder impulsarme en ella y al mismo tiempo evitar se pueda escurrir hacia arriba cuando sea intensa la penetración.
Afirmado comencé a penetrarla, suave vaivén, llegando hasta ese velo que se resiste a ser vulnerado, es un juego cargado de ansiedades del macho pugnando por atravesarlo y de la hembra con la incertidumbre de no saber cómo será ese tránsito a la condición de mujer plena.
Los ojos de la nena adquieren el brillo y la dimensión de la desmesura, inquieta y ansiosa por sentir la carne del hombre dentro de su carne. La ansiedad de ella es el estímulo para afirmarme en sus caderas e impulsarme despacio pero con fuerza y la intensidad necesaria para sentir como la potencia de la pija puede abrirse paso en ella, desgarrar el himen, leve retroceso y un segundo envión lo atraviesa por completo, un tercero, a fondo fue el esfuerzo necesario para penetrar totalmente la verga y quedarme quietecito dentro de su sexo para que su anatomía se adecue al tamaño de la mía.
La tensión de ambos había llegado al máximo, casi diría que podíamos escuchar los latidos del otro, el silencio era la medida elocuente de la emoción de este momento único e irrepetible. El proceso de la desfloración lo hicimos dentro del más absoluto silencio, solo turbado cuando ella no pudo contenerse y gritó al sentir como su hombre rompía el sello de la virginidad.
- Ahhhh, me… me… rompiste papi, Ufff, duele, dueeele, pero… sigue, por favor sigue…
Llegado al fondo me retuve dentro, conteniendo la respiración, apretado contra su sexo, metido en su carne. Me miré en sus ojos abiertos de par el para, propios de quien se asombra al experimentar sensaciones que aún no aprendió a procesar, los miedos dieron paso a la ansiedad, ésta al dolor lacerante del desgarro que va desgranándose en latidos que abrigan al miembro de su padre abriendo sus carnes.
Siento como su cuerpo vibra y se agita, la crispación de la ansiedad se diluye, se afloja para dejar lugar a que su hombre pueda terminar la faena de hacerla mujer.
Comencé a moverme despacio, agitándome dentro, saliendo hasta la puertita, y volviendo a entrar a tope, el movimiento de metisaca se produce incesante, rítmico, los gemidos conllevan la condición de los dolores y la incomodidad de la primera vez, pero la calentura comienza a atenuar las molestias, hasta animarse a moverse, elevando su pelvis para ofrecerse con intensidad en una cogida lo bastante salvaje para conmocionarla.
De pronto nos olvidamos de todo, y el acto sexual fue tomando la intensidad de un polvo con todos los atributos de una gran cogida.
Tampoco era el momento para prolongar tanto como me gusta, para una primera vez no era necesario hacerlo tan largo, el bombeo abría de par en par sus músculos preparándola a mi gusto, acelero los movimientos, me concentro en buscar todas la formas y modos de producirle el máximo placer, poniendo en práctica la experiencia para que este momento se guarde entre sus recuerdos más entrañables.
En pleno metisaca la nena comienza a experimentar el trance de sentir como la inquietante excitación se va traduciendo en latidos vaginales, signos inequívocos de la ebullición interior, a liberarse en movimientos descontrolados, la crispación propia de cuando la intensidad de la emoción está en conexión con el más allá. El desahogo de la carne, la liberación volcánica de la tensión interior acumulada durante todo este momento de sumar excitaciones en continuado.
- Ahhhh, papiiiiii
El trance propio del orgasmo pudo más que ella, se dejó llevar por esa sensación liberadora, tensando músculos y tendones, agitando el cuerpo y vociferando palabras sin sentido, gemidos y grititos. Las manos aferradas a mis hombros, clavando la uñas en mi piel como forma de expansión en el desborde emocional.
- Nena, me voy, me voyy
- Sí, síiii, papi, vení, vení dame tu leche.
Los agotadores enviones de verga, intensos, a fondo, luego sosteniéndolo bien a fondo el leve movimiento para permitirme derramar el semen dentro del virginal estuche.
- Uffff qué polvo le dejé a mi nena.
- Síiiii, mi primera leche papitoooo
Me salí de la nena, temblando por la emoción de haberla hecho mujer, quedé, arrodillado, como orando a la virgen que había dejado de serlo. Podía ver y sentir como la conchita comenzaba a dejar escurrir los primeros vestigios de sangre producido por el desgarro del himen con una parte del semen comienza a escurrirse de la conchita desflorada por su papi.
La acompañé al bidé, para higienizarse y dejar escurrir el resto de la sangre virginal, mientras la lluvia de agua tibia calma las molestias propias de su primera vez, aprovecha para lamer de mi verga los restos de semen que había fabricado para ella. Volvimos al lecho
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La promesa de que sería solo esa vez, quedó sólo en promesa, esa primera vez culpamos al exceso de cerveza y la abstinencia forzada de sexo. Ahora quería más y no hubo forma de esquivar y evitar todas las artimañas de insinuación y acoso, demostró pasión y tenacidad hasta conseguir sus propósitos.
Demasiado tarde para lágrimas, el placer erótico superó el tabú de una relación incestuosa, la satisfacción del disfrute de su sexo, lavó el sentimiento de culpa transformando lo prohibido tan solo en permisivo. Con esas prevenciones llegamos al punto de no poder gambetear por más tiempo la perentoria amenaza de que volviera a tener sexo con ella, que no le bastó esa única vez, su voluntad y tenacidad me obligó a complacerla.
Se había convertido en manipuladora, me exigía tener sexo, al mismo tiempo de sus exigencias la madre se había puesto como en estado de alerta, como si hubiera descubierto algún rastro, durante un tiempo no le perdía pisada. La muchacha no perdía oportunidad de insistir, urgiendo una satisfacción, el desvirgue no había sido suficiente para sentirse mujer plena, solo el comienzo.
Siempre encontraba un momento a solas para acosarme con el mismo propósito: Coger. En un par de oportunidades zafamos de la vigilante madre, solo nos dio tiempo para meterle mano y una mamada furtiva en dos oportunidades, en la tercera la forcé sosteniendo la cabeza con la verga bien dentro hasta venirme dentro de su boca, así aprendió a saborear el semen, dijo: - Saladito, pero no sabe mal la lechita de mi papito. Me gustó que me forzaras, me la voy a tomar siempre.
Pero eso no le bastó, quería más, no cejó en acosarme y hasta amenazarme con que si no era yo se haría coger por cualquier tipo. Sus métodos eran contundentes, sabía manipular, celarme respecto de las atenciones que tenía con su madre, llegó hasta fingir pláticas telefónicas, haciendo insinuaciones con algún ignoto amante, todo fue llevando la situación hasta límites imposibles, los celos y las amenazas de entregarse a cualquiera hizo mella en mi resistencia, sin contar la forma cada vez más atrevida de insinuarse.
Había adoptado el método de exhibirme su sex-appeal y maestría en erotismo, todo en ella destilaba osadía y atrevimiento, desde andar sin ropa interior hasta mostrarme su desnudez en cada rincón de la casa, jugar al erotismo durante la comida familiar, “caérsele” el cubierto y pedir que se lo levante para que vea sus piernas abiertas sin bombacha, jugar con su pies descalzo frotando mi pene, meterse el dedo en la conchita y dármelo a lamer ese dedo simulando que probara si “su salsa estaba bien”.
Cada vez se me hacía más difícil sustraerme a la perversión de sus juegos eróticos, su trampa había surtido efecto, me tenía enredado en su telaraña de seducción y deseo.
En esa ocasión que llevé a su madre a realizar un trámite, me llamó al celular diciendo que vuelva de inmediato para tener sexo con ella, caso contrario llamaría al primer amigo que encuentre para cogérselo, así de contundente, así de autoritaria. Fingí estar hablando con un empleado, hablando fuerte para que mi esposa escuchara, manifestaba que estaría de inmediato para ver el desperfecto, esa fue lo que le decía para responder a sus exigencias y entendiera que estaría de inmediato con ella.
Armé la excusa de qué debía volverme por la urgencia del llamado, y para evitar que se apareciera de improviso en la casa y pudiera pescarnos infraganti, me aseguré que me espere, que tan pronto me desocupe pasaba a buscarla, de ese modo me garantizada tener un tiempo para calmar los deseos de Loly.
Tan pronto abrí la puerta me recibió solo con un babidoll, bien cortito y transparente.
- Papi, te estábamos esperando. –dijo mostrándome la conchita, separaba los labios con los dedos
Sin darme tiempo a nada mientras me descalzo, ella me saca el pantalón y bóxer en un solo movimiento, enlazado sin soltarme la verga me lanzó sobre el sofá, se sentó encima y monto. La sostuve de las nalgas mientras se abría los labios de la vulva, dejarse caer hasta penetrarla hasta el fondo. Aún despacio acusó la dilatación del grosor de la poronga, abriendo paso en la estrechez de sus carnes.
Se aferra del respaldo del sofá para cabalgarme, me llené las manos con sus nalgas, urgiéndole que por esta vez no me pida que haga demorara mucho, cuestión de poder retornar a buscar a su madre y no despertar más sospechas. El ritmo se tornó violento y compulsivo, los movimientos con la urgencia y contundencia de una penetración que la hacía estremecer, cada descenso era sentir tocarle el fondo de su mar interior, sujetarla de la cintura para empalarla más allá de la posibilidad anatómica, elevarla en mis manos y dejarla caer. Este acto no estaba exento de vehemencia exagerada, hacerle sentir el rigor de la penetración para que sienta en carne propia quien lleva el mando.
No es fácil de arrear, redobló la apuesta, fue por más, comenzó a tomarse del respaldo del sofá, elevarse hasta dejar el glande en la puerta de la vulva e impulsarse hasta que le llegue al fondo del útero, repetir la hazaña de dejarse empalar olvidando la desarmonía con el grosor de la verga, nada le importa, entendía sintiendo el rigor de su macho agradecía mis atenciones.
La cabalgata fue una relación épica, digna de una sesión de porno salvaje, montando como una potra desbocada, dejándose abrir toda, haciendo breves pausas para darme a beber sus “limoncitos” exprimiendo en la oferta de succionar los pezones, retenerlos entre los dientes, embriagarme con el placer de la suave rugosidad, volver a galopar en una carrera desbocada hasta ese orgasmo que me había prometido conseguirle.
Los primeros estremecimientos producían pausas, retomaba el ritmo y otra contracción la detenía, cada vez más seguido hasta que los estremecimientos subieron de tono e intensidad. De improviso, detuvo los movimientos, paralizada, la espalda recta, cabeza echada hacia atrás, boca abierta, respiración entrecortada, los ojos mirando al vacío, el pecho erguido, encogida de hombros. Toda ella había entrada en un estado de suspensión de los sentidos, en estado de trance, que me hizo pensar en un desmayo.
El lapso que demoró el estado de éxtasis fue el prólogo de un gemido y expiración, la sonrisa trajo alivio y encendió de luz su rostro ruborizado y turbado por la magia benefactora del orgasmo. Sin decir palabra, comenzó a moverse, agitándose, volviendo a cabalgar con pausas para volver a retomar el ritmo, así durante no sé cuántas veces.
Durante las pausas aprovechaba para elevar la pelvis y quedarme bien incrustado, acompañar sus revoluciones en el subibaja. Agotada en las convulsiones internas retornó la calma, dejarse estar, tumbada sobre mi cuerpo, reposa la cabeza apoyada en mi hombro. Su pecho agitado, pegados, el sudor fundía nuestra piel, sus latidos repercutían en mi pecho como un llamado a la contención.
Nos habíamos convertido en una metáfora del erotismo, conectados en un mismo deseo, contenidos en un mismo objetivo: La pasión por el sexo.
Separada de mi pecho, ensartada, mirándome, sin palabras, todo había sido dicho por su cuerpo, porfiando por llegar al orgasmo conseguido por su propio esfuerzo, también descubrir esa capacidad, no tan común de tener más de un orgasmo.
- Gracias papi!! fue delicioso, muy delicioso. Y ahora es tu turno de venirte, pero no podes hacerlo dentro, no, en esta fecha.
- No hay problema, cuando este por venirme te la saco y te la doy en la boquita.
Sin haberse salido de mi verga, comenzamos a movernos, colaboraba en buscar mi eyaculación. La posición no me permitía muchas variantes en la penetración demorando la eyaculación, necesitaba acción y empujar con más vehemencia, estábamos al límite del tiempo, necesitaba cambiar de posición.
Levantó las piernas para desmontar, la pija salió con los vestigios de sangre, obviamente esta profunda y contundente penetración provocó la destrucción de los restos del himen maltrecho durante la desfloración previa. Arrodillada en el sofá, tomada del respaldo, se ofreció para ser tomada desde atrás en la plenitud de la entrega.
Limpié los restos sanguíneos y el exceso de lubricación, necesitaba sentir a pleno el rigor de la estrechez vaginal. Entré en ella, empujando, despacio pero sin pausa, hasta llegar al fondo, agarrado a sus caderas comencé a impulsarme dentro de Loly, bombeando con renovados bríos, ardor y calentura increíble, lástima no disponer de más tiempo para un disfrute óptimo.
El vaivén de la penetración, intensa, la calentura es realmente alucinante, ver esas carnitas vírgenes y tan blancas, alucino de solo pensar de este instante de gloria, ese culito ahí esperándome, ni pensar en otra cosa que no fuera un acto sexual de calidad Premium, el culo me tienta como nada en el mundo.
- No te olvides que no podes venirte dentro
- No, vendré en tu conchita, tranqui, te la doy en la boquita.
Había mencionado que no utiliza ninguna protección, sobre la espalda o la boca es lugar indicado, pero… haciéndolo en la posición de perrito, el ano se presenta como la tentación para una acabada lujuriosa.
La forma compulsiva de forzarme a tener sexo estaba latente, el hermoso ano, cerradito y lampiño la invitación perfecta, el grosor del miembro sería el obstáculo, tomarlo por asalto era la única y válida opción, la sorpresa mi estrategia. Tomarlo por asalto sería hacer justicia, darle una lección, haciéndole sentir quien manda, revancha? Sí, la lujuria fue sabia consejera.
Sin pensarlo dos veces, masajearle el ano con el pulgar ensalivado, el primer reflejo fue de temor, fruncirlo, sospecha, inquieta, tal vez imaginó mis intenciones, me urge acortar los tiempos, sacarla de la vagina y “puertear” el hoyo, apoyando la cabeza en el centro del esfínter.
Al primer empujón, intentó resistirse, rebelarse, moviéndose con intención de zafar, sujeté con fuerza de las caderas, segundo intento, un par de palmadas, más sonoras que dolorosas, la hicieron olvidar el intento de salirse.
Seguía presionando, sin lastimarla pero poco éxito, un poco de su flujo vaginal y saliva lubricaron la entrada para el segundo intento, otro par de palmadas distrajeron su atención, aflojando la tensión del esfínter anal, de un solo envión le mandé la cabeza dentro. El grito de dolor y sorpresa fue el intento por escaparse, tomada de los hombros con fuerza evitaron sacarme de la posición dominante, un segundo envión y tenía la mitad dentro.
- Ay, papi! me dueeele, me duele. Sacala, está muy gorda, me dueeeleee
Con el final del “me dueeeleee” y sobre todo la gestualidad, una mezcla de molestia y malicioso sarcasmo, sacó de mí toda la perversión, dispuesto a romperle el culo a toda costa, en un arranque furibundo le llegué al fondo, se la enterré toda, me quedé quietecito, susurrando ser todo lo cuidadoso que necesitaba, que solo sería un momento, que me vendría enseguida, que lo disfrutaría.
Accedería a bajarle la luna si me lo pedía, todo para que me permita coger este magnífico y estrecho culito, por nada del mundo abandonaría el privilegio de desvirgarlo, ya no importaba quien era, solo importaba ese momento de placer que estaba disfrutando como nunca.
Seguía quejándose, pero entendía las razones de su macho le impone. La estrechez del ano y la fricción en el vaivén del miembro era una sensación que excede todos los calificativos para definir el placer de hacerle el culito virgen.
La sentía cada vez más dura, más ajustada, estímulos válidos y suficientes para no permitirme demorar por mucho más tiempo el momento de la magia masculina, eyacular. Su culito recibió la inyección de mi leche, caliente y potente, vertida dentro de este culito que me ofrenda su virginidad.
Los gritos de ella decían de la intensidad y potencia de la intrusión, más aún cuando sintió los chorros de semen expulsados por la poronga en épica sodomización, los bufidos de este hombre no fueron menos expresivos, con la eyaculación estaba creando una nueva mujer.
Fueron momentos breves en tiempo pero prolongados en sensaciones, cuando me salí de su estuche anal, diría que sentí como quien descorcha una botella de espumante, por lo ajustado de la poronga en la estrechez del esfínter.
Salí de su culito, las piernas temblando, por la tensión puesta en la ejecución del sexo anal, ella quedó estática, sin moverse, solo un tiempo más tarde juntó fuerzas para sentarse en el sofá. Sentada con las piernas abiertas, nuevamente gotitas de sangre asoman de la vagina, otras viscosas y blanquecinas del orificio anal.
La sostuve para llegar al bidé, un baño de asiento en agua tibia calmó en parte el lacerante ardor del desvirgado esfínter. Acompañé hasta que se calmaron sus molestosos latidos del ano, la dejé rumiando su malestar en la cama y volví a buscar a la madre.
En el camino me envió un whatsapp: “Papi me duele, siento como me late el culito. Ahora tendrás que hacer méritos para que vuelvas a metérsela por ahí a tu nenita. Me gustó, pero me sigue doliendo, hombre malo” Continuará…