Gunilda, la médico «hetero» (lésbico, romántico, erótico)

Registrado
Nov 5, 2024
Mensajes
6
Likes Recibidos
3
Puntos
3
Es un poco largo, pero va a merecer la pena. 🤗💘🔥


Soy Clío, una chica de 27 años. Soy bajita (mido más o menos 1,60), delgada, blanca de piel, tengo el cabello castaño largo siempre recogido con una coleta , los labios carnosos, los ojos marrones y llevo gafas. Soy muy femenina. Soy una chica muy tímida, introvertida y sensible. Soy bisexual con mucha preferencia hacia las mujeres. No tengo ninguna experiencia en el amor ni en el terreno íntimo. He tenido oportunidades, pero me he negado. No soy capaz de llegar a un punto de intimidad sin estar enamorada ni sin que haya sentimientos de por medio. No puedo. Me parece un acto vacío. La primera persona de la que me enamoré fue una mujer, insana y obsesivamente, mejor no recordar, fue una experiencia nefasta que me generó un trastorno psicológico con el que casi me arruino la vida. Me di cuenta del gran cáncer que son las apps de ligar y hasta cierto punto (aunque obviamente no en general) las redes sociales. Nada más que un gran mercado de personas como si fuéramos objetos. Cometí grandes errores por mi incautela e inmadurez y eso me ha traído por la calle de la amargura.

Y a la vez aparece ella en mi vida. Y me vuelvo a enamorar. Gunilda es su nombre. Nombre de raíz germana y de mujer fuerte, guerrera, independiente y empoderada de las de verdad, no como muchas supuestamente maduras hoy en día, que se creen empoderadas y no son más que adultas con mentalidad de niñatas quinceañeras. Un nombre muy acorde con su personalidad y su grande constitución física.

Gunilda es una hermosa mujer madura, de cierta edad. Muy y muy alta (mide entre 1,85 y 1,90), de tez blanca, gordita y bien proporcionada, realmente grandota, con unas manazas y unos dedazos imponentes y unos pies increíblemente grandes para ser mujer. La verdad es que siempre me gustan mujeres que, de alguna manera u otra, subviertan los roles de género, empezando por su altura, su constitución y demás características físicas. Su bravía cabellera castaña y ondulada leonada cada vez más larga con flequillo recto que acentúa su belleza y su sensual esencia de mujer. Su profunda y felina mirada de unos preciosos ojos cafés y con un intenso brillo lleno de vitalidad y su radiante sonrisa llena de vida, como el destello de dos estrellas y de un pedazo de luna en la oscura noche de mi soledad. Tiene la mirada y la sonrisa más bellas que he visto nunca. Lleva gafas. Su voz, con la que transmite una paz increíble, dulzura, cariño y, sin percatarse, una gran sensualidad. Es una mujer muy natural, no tiene el hábito de maquillarse (ni falta que le hace) y su manera de vestir es muy discreta y sencilla, algo que me permite dejar volar mucho mi imaginación. Medio medio tirando a femenina, obviamente no más que yo. También debo reconocer que yo soy capaz de verme ultra femenina al lado de cualquier otra mujer independientemente de que ella también sea femenina y de su orientación sexual. Debo reconocer que físicamente y hasta en el aspecto es muy parecida a la otra mujer. Siempre tuve muy claro mi concretísimo prototipo de mujer.

Es mi médico de cabecera desde hace nueve meses, justamente desde cuando estuve psicológicamente tan y tan mal. Ya desde el primer momento que la ví, sentí algo muy fuerte hacia ella. La primera vez que me visité con Gunilda fue para mi primera revisión de prórroga de baja por la ansiedad y la depresión. Le expliqué todo lo que me sucedía y le acabé hablando de mi vida en general. Me desahogué, lloré muchísimo y le mostré todo lo triste, sola y vulnerable que me sentía. Me dijo que no podía continuar así, que no era justo todo lo que me había pasado, que debía perdonarme mis propios errores, que me había perdido a mí misma y que necesitaba reencontrarme con mi verdadera esencia. Realmente me emocionaron sus palabras e hicieron que me saltaran más lágrimas todavía. Ella me calmó lentamente con su preciosa mirada, hablándome con su dulce voz y tomándome la mano y terminamos haciendo una técnica de relajación.

No obstante, cuando realmente nos unimos fue cuatro meses después. Tuve un fuerte accidente que además se mezcló con mi estado de ansiedad y depresión y tuve que estar ingresada casi tres meses. Fue ella quien estuvo a mi lado en todo momento atendiéndome, cuidándome, escuchándome, apoyándome, curando mis heridas, tanto de la piel como del corazón. Además de mi salud física, le hablé más y más de mí, de mis problemas personales y psicológicos. Había algo en Gunilda que me impulsava a desahogar mi pesar con ella. Su nobleza, su sensibilidad, su capacidad de escuchar, empatizar y no juzgar.

Amo su manera de ser conmigo, tan sensible, protectora y preocupada por mí. Lo segura que me hace sentir. Su hermosa y pura sonrisa. Su tierna voz. A raíz de haber tenido largas conversaciones entre nosotras a solas, las dos nos hemos ido conociendo y también dado cuenta de que tenemos bastante en común en nuestra manera de ver la vida, el mundo, los sentimientos. Con el paso de los días y conforme nos conocíamos, me iba percatando de lo cariñosa, sensible y buena que es, de que mis primeras impresiones sobre ella eran más que ciertas. Gunilda me ha brindado la confianza y el cariño suficientes para abrir más mis sentimientos hasta el punto de establecer un vínculo más personal, ya más allá de doctora/paciente.

Ahora viene lo más complicado de todo y lo que hace que lo que siento por ella no deje de ser platónico. Está recién separada y tiene un hijo, aunque soy consciente de que por muy separada que esté, por lo que me ha explicado de su vida entiendo que es heterosexual y que todo lo que siento es platónico e idealizado y sé que nada va a pasar más allá de mis fantasías (o eso creo). Aunque por otro lado... Siento que con el paso del tiempo algo especial ha surgido entre nosotras. Una conexión especial más allá de la amistad, no sabría cómo explicarlo. Lo siento en su mirada, en su sonrisa, en su ternura, en sus halagos, en sus abrazos, sus caricias y sus besos en la mejilla, muestras de afecto cada vez más frecuentes. Me hace sentir protegida, única, querida, algo que hacía tiempo que no sentía.

Hoy es viernes 23 de junio, víspera de San Juan. Tengo visita con Gunilda a última hora en su consulta privada, ya que compagina la sanidad pública con la privada, algo tan propio de este país por desgracia. Han pasado tres semanas desde que me dio el alta de mi ingreso hospitalario y ya la he estado echando tanto de menos... A pesar de ello, algunas veces durante este tiempo hemos hablado por correo electrónico y por teléfono sobre mi estado de salud (sin nada más allá de eso porque es una muy buena profesional). Aunque cuando me habla desde su correo o teléfono personales, ya fuera de su trabajo, me pregunta qué tal estoy en todos los aspectos, hablamos de nuestras cosas y nos decimos lo mucho que nos echamos de menos. Y que en nuestros mensajes ella siempre se despida con un «cuidate mucho» y un «te quiero», algo que tanto me enamora y de esta misma manera yo le correspondo, aunque con ella está más que claro que no es lo mismo hablar por correo que cara a cara. Además, realmente no vivimos cerca, porque aunque a ella en el sistema público le haya tocado trabajar aquí, reside a su ciudad natal, situada a dos horas de mi localidad. Durante unos días de la semana trabaja en la sanidad pública de mi pueblo y durante otros en su consulta privada en su ciudad.

Siento como que me falta algo de Gunilda más allá de los correos y las llamadas. Necesito encontrarme con ella cara a cara, una visita presencial. La echo realmente de menos. Anhelo sentirla cerca, dejar de sentirla lejana. Anhelo un abrazo suyo, sentir la calidez de su cuerpo junto al mío fundidos en un fuerte abrazo y sus preciosos labios sellando mis mejillas y mi frente, haciéndome sentir protegida. Me conformo sobradamente con esto si no puede suceder nada más entre nosotras. Anhelo esta sensación de proximidad con ella, tanto física como emocional. Extraño hablar con ella cara a cara, ver de cerca el destello de su mirada de ojos cafés y de su increíble sonrisa, escuchar de cerca su dulce voz, sentir su cariño, su belleza y su sensualidad en la cercanía.

Son muchas las veces que mi cuerpo ha sentido intensamente ese dulce, inflamado y húmedo calor pensando en ella, dejando mi ropa interior bien mojada. Pensando en su mirada, su hermosa y sensual sonrisa, las abundantes curvas de su hermoso cuerpo, esos grandes pechos, caderas y nalgas que intuyo por debajo de su bata blanca y de sus discretas e informales prendas, sus fornidas y largas piernas, esas botas altas de plataforma y tacón que siempre lleva, que aunque sea una mujer muy discreta y sencilla vistiéndose, resaltan su belleza y sensualidad y siento algo indescriptible viéndoselas puestas. Imaginando cómo sería besar sus labios, acariciar su cabello y su piel, abrazarla intensamente. Cómo sería llegar al máximo grado de intimidad con ella, sentir la opulencia de su cuerpo contra la menudez de mi cuerpo, que me hiciera completamente suya haciéndome el amor siendo ella la dominante.

Son las seis y media de la mañana, hora de levantarme. Me espera un largo viaje en tren de más de un transbordo. Podría salir de casa más tarde, ya que la visita es a ultima hora del día, aunque teniendo en cuenta el nefasto funcionamiento de la red ferroviaria aquí en España, es mejor ir sobradamente prevenida. Realmente me muero de ganas de verla y quiero llegar lo más pronto posible. Además, quiero pasar el día en la ciudad y hacer visitas en algunos lugares históricos destacados.

Me levanto de la cama y me dirijo al cuarto de baño para ducharme. Me desprendo del camisón de tirantes y me meto en la ducha, debajo del cabezal. Chorros de tibia agua empiezan a empapar mi cuerpo. Siento especialmente como vibra el contacto del agua con mi blanca piel en mis sensibles e hinchados pezones, ya doloridos anunciando la cercanía de mi inminente menstruación mensual. Es una agradable sensación de dolor y placer al mismo tiempo. Empiezo a pensar en Gunilda y en la emoción que siento de verla en persona. Imagino sus manos tomando con ternura las mías sintiendo el contraste entre sus fuertes y toscas manazas con las mías, delgadas, finas y delicadas con dedos de pianista, recorriendo discretamente mis brazos y mi esbelta figura mientras me abraza cuando nos saludamos y mientras me revisa, masajeando bien mi cuerpo, piel con piel. Me imagino quitándome la ropa delante de ella en la consulta, mostrándole mi cuerpo en ropa interior. Empiezo a sentir calor y humedad dentro de mí. Me ruborizo, me muerdo los labios y se me eriza la piel pese al agua caliente y mientras me froto con la esponja rociada de gel con perfume de jazmín, acaricio mi cuerpo entero con mis delicadas manos imaginando que es ella quien me lo acaricia con sus manazas mientras me besa el cuello, las mejillas y los labios. Mmmmmm... Es tanto el calor y la hinchazón que siento dentro de mí, que caigo rendida agachada al suelo de la bañera y empiezo a estimular mi clítoris y mi vagina con una mano y mis pechos y mis pezones con la otra imaginando que es ella quien me lo hace penetrando dentro de mi ser con sus dedazos y empiezo a gemir.

–Mmmmmm... Síiiiiii... Mmmmmmm... ¡Gunildaaaaa...! –repito varias veces.

Estoy que no quepo de deseo. Transcurridos unos minutos, cambio la salida del agua del cabezal al teléfono de la ducha, me tumbo en la bañera, tomo en teléfono con la caliente agua chorreando y lo pego a mi rosa del amor. Con la otra mano continuo acariciando mi cuerpo y estimulando mis pechos y mis pezones. Y así continuo durante unos breves y largos minutos hasta que mi cuerpo no resiste más ante tanto placer y se funde en un tremendo clímax.

Termino de lavarme y salgo de la ducha. Cubro mi cuerpo con una toalla y me seco. Conforme mi riego sanguíneo asciende de mi punto g a mi cerebro, retorno a la realidad. «Es hetero, no va a pasar nada, soñar es gratis», repiten sin cesar las voces en mi interior.
Transcurridos unos minutos, habiendo secado bien mi cuerpo, unto mi cuerpo entero de loción corporal con perfume de rosas rojas y me visto. Me pongo un conjunto de ropa interior granate y un vestido floreado del mismo color que la ropa interior. Un vestido de manga larga, sencillo y elegante al mismo tiempo, se me ha encogido un poco de ponerlo en un programa equivocado en la lavadora, aunque me queda incluso mejor y más arrapado a mi fina figura. De calzado me pongo unas sandalias negras de plataforma y de accesorios me pongo un bonito conjunto de unos pendientes, unas pulseras y un collar plateados. Me recojo bien mi largo y lacio cabello castaño con una coleta, no me complico en absoluto. No me maquillo, detesto profundamente el maquillaje. Me pongo las gafas. No acostumbro a ponerme perfume, pero en esta ocasión, siento un irrefrenable instinto de perfumarme. Ya inconscientemente, he elegido el champú, el gel y el suavizante que tengo con un aroma más notable para ducharme y al salir de la ducha he rociado mi cuerpo entero también con un buen aroma. Aromas de jazmín y de rosas rojas. Abro el cajón con los pocas fragancias que tengo y tomo una con un frasco rojo intenso en forma de corazón. Me rocío bastante perfume en las muñecas, las manos, el cuello e incluso en el cabello.

Me estoy sorprendiendo a mi misma, no me reconozco perfumándome de esta manera. Me paro a pensar por un instante. «¿Qué estás haciendo, Clío? ¿Qué pretendes? No va a pasar nada, no vas a conseguir seducirla, por muy separada que esté es hetero, le gustan los hombres y solo los hombres, no hay más», me repiten las incesantes voces en mi interior. Racionalmente tengo más que claro lo que hay, el «no» ya lo tengo y que lo que siento por ella no pasará de un amor platónico ya lo tengo más que claro y asumido (o eso creo), aunque mi cuerpo y mi instinto actúan de otra manera.

Tomo mi chupa negra de cuero y mi bolso del mismo color con el monedero y las llaves y me dispongo a salir de casa, rumbo a la estación de tren.

El viaje transcurre de fábula. Me encanta recorrer nuevas lineas ferroviarias, pasando por preciosos lugares donde nunca había estado antes. Sintiéndome cada vez más cerca de mi amor. En cuanto llego a la ciudad donde reside Gunilda y miro al mar, las preciosas vistas de la playa, de las espectaculares ruinas romanas y del casco antiguo, un nudo en la garganta se apodera de mí y mis ojos empiezan a derramar lágrimas de la emoción. La he echado realmente de menos.

Bajo del tren y me dispongo a subir hasta llegar al casco antiguo. Había estado en lugares cercanos de la provincia, sí, pero nunca en la ciudad, que es capital de la misma. Alucino con la belleza de las calles que recorro y pienso más y más en Gunilda. Me cuesta horrores dejar de llorar. Siento demasiadas cosas por ella. Tengo ganas de que llegue última hora de la tarde, de fundirme en uno de sus tiernos y cálidos abrazos.

El día transcurre de fábula. Por la mañana visito las ruinas romanas, al mediodía voy a comer a un sencillo y a la vez magnífico restaurante y a la media tarde visito algunas iglesias y la catedral. Soy una empedernida amante de la historia (sobre todo antigua y medieval), del arte y de la religión, además de ser creyente. A diferencia de mucha gente de mi edad, cuando voy a pasar el día o de vacaciones en algún lugar, en vez de ir a los bares, discotecas y demás sitios del estilo, me voy de visitas culturales a los edificios antiguos y a los museos.

La consulta de Gunilda se encuentra en el mismo casco antiguo del que, obviamente, apenas me he movido a lo largo del día. Cuando se acerca la hora, me dirijo a la consulta, caminando por las preciosas y coloridas calles de esta preciosa zona de la ciudad. Se encuentra en un edificio de cuatro pisos pintado de color magenta. Las luces que anuncian la cercana e inminente puesta de sol pronuncian todavía más su invicta belleza. Llamo al timbre muy nerviosa, temblándome las manos. Ya dentro, subo las escaleras hasta el cuarto piso, donde se encuentra la consulta. Escalón a escalón, más ansiosa estoy, más temblor siento en mis extremidades, más se acelera mi pulso y al mismo tiempo, más se eriza mi piel, en especial mis pechos y mis pezones. Ya con el simple hecho de pensar en ella y en que nos veremos, siento esa extraña y agradable sensación de nerviosismo y excitación. El corazón me late a mil por hora. Llego al cuarto piso. Ella se encuentra en la puerta, esperándome y recibiéndome con el inmenso brillo de su invicta mirada de ojos cafés y su increíble sonrisa. Me quedo sin aire y casi me desmayo al verla. ¡Qué hermosa es! Increíblemente alta, grande, soberbia e imponente ante mí... Su larga y bravía cabellera castaña ondulada, el destello de su mirada de ojos cafés, su sonrisa... Tiene la mirada y la sonrisa más hermosas que he visto nunca. Tan hermosa como siempre y sin ningún rastro de maquillaje... ¡Y ni falta ninguna que le hace! Totalmente sencilla, natural. Su vestimenta... Lleva puesta su bata blanca, unos pantalones vaqueros ligeramente ajustados a sus poderosos muslos y piernas y unas botas altas marrones de cuero, plataforma y tacón, a juego con el color de sus ojos y de su larga y ondulada cabellera. Bien discreta con su punto de sensualidad en sus seductoras botas. Estoy que no quepo en mi excitación y en mis mariposas en el estómago, siento calor y rubor en mis mejillas, mi piel erizada, así como mis pezones, lo que hace que mi nerviosismo y mi rubor aumenten, intensas palpitaciones en mi corazón y un intenso temblor de extremidades, como si estuviera sintiendo un terremoto bajo mis pies. Es increíble el torbellino de emociones y sensaciones que tengo al verla. Si ya soy menuda, delicada y hasta vulnerable a su lado, en este estado, lo siento todavía más. La he echado muchísimo de menos, demasiado. Más que nunca. A raíz de todos momentos más duros y más bonitos que ambas hemos vivido, tanto como doctora/paciente y como más allá de dicho vínculo, puedo decir que durante los tres meses que he estado ingresada he desarrollado fuertes sentimientos hacia ella. Y después de todo, estar casi un mes sin vernos se me ha hecho duro, como si me arrancaran algo dentro.

Me recibe muy cariñosa con el intenso brillo de sus ojos cafés detrás de sus gafas, que le dan un aire de intelectual todavía más imponente, con su inmensa sonrisa y con un fuerte y cálido abrazo. ¡Dios mío, cuánto ansiaba ya un abrazo suyo! Es indescriptible lo que siento estando nuestros cuerpos abrazados. Al mismo tiempo, siento como mi tenso y excitado estado de ánimo se amaina lentamente. Mientras la abrazo, tengo mi cabeza posada entre su imponente estómago y sus pechos. Siento como sus bellos y finos labios besan mi cabeza, mi frente y una de mis mejillas. Siento unas tremendas ganas de llorar y mis ojos empiezan a derramar lágrimas, algo de lo que ella se percata y al instante me toma de las mejillas con sus manos.

–¡Ay! ¿Estás bien, cariño? –me pregunta, un tanto apenada.

–Sí, estoy bien... Muy bien... Es solo que... Que te he echado mucho de menos... –le respondo entre lágrimas y sollozos.

–¡Ay, mi Clío...! –me dice, abrazándome de nuevo y llenando de besos mi cabeza, mi mejilla y mi frente, dejando escapar un sentido suspiro. Se nota que ella también está emocionada, aunque debe contener más sus emociones.

Siento sus grandes brazos y sus manazas recorriendo mi esbelta cintura y mi espalda. Echaba demasiado de menos esa sensación de calidez, de protección. Deseo con todas mis fuerzas que sus manazas recorrieran más partes de mi cuerpo, que amaran mi cuerpo entero... Tiene unas manos bien grandes y gruesas, unas manos que viéndolas en primer plano sin ver a la persona portadora de ellas, no se pensaría que son unas manos de mujer. Siento una intensa palpitación y contracción estomacal.

Entonces, me toma de la cintura con su grande brazo y su manaza y caminamos por el pasillo dirigiéndonos a su consulta. Realmente me encanta este gesto de ella hacia a mí y me hace sentir muy segura.

Una vez allí, hablamos de mi estado de ánimo, de cómo me encuentro, de mis medicaciones y mis futuras revisiones y consultas. Amo oír su tierna y cálida voz, gruesa pero suave al mismo tiempo. Me transmite mucha paz. Su cabellera larga, ondulada, abundante, salvaje, como las olas de un revoltoso mar bajo el nocturno cielo iluminado por el destello de su profunda y eterna mirada, de sus ojos grandes y brillantes como dos estrellas. Su flequillo recto, como una pacífica nube en el orbe presidiendo la luz del sol, que es el destello de su hermosa e invicta sonrisa llena de vida, que además puedo recrear mientras contemplo el cielo en las noches de luna en sus fases de cuarto creciente y menguante. Su blanca piel, el sensual rubor en su rostro como besos de pétalo de rosa roja. Sus finos y a la vez sensualísimos labios. El brillo y el café que provoca desvelos de sus ojos junto con su castaño y esbelto cabello, cabellera y mirada de cobre.

Es tan perfecta... Me sonrojo como siempre. Me pide que me siente en la camilla y que me debo quitar el vestido de cintura para arriba y desabrochar el sujetador. En primer lugar, me hace abrir la boca y sacar la lengua para revisarme con un palo de madera (algo que, no sé por qué, me parece tremendamente sensual), seguidamente me ausculta y finalmente me toma la tensión. Yo sentada en la camilla arrambada a la pared, ella de pie. Me encanta esta postura en la que estamos, muchas imaginaciones en forma de escenas románticas y eróticas entre nosotras invaden mi mente. Por momentos, la miro de reojo. Siento un brillo intenso en su mirada, un peculiar rubor en sus mejillas y una discreta sonrisa un tanto extraña, que no sabría cómo definir. Me percato de que en algunas ocasiones aparta discretamente la mirada de mi cuerpo, como si anhelara con desespero ocultar algo. No sé si serán imaginaciones mías influidas por las ilusiones que me hago desde la faceta más irracional de mi persona, pero... Es que parece tan real... En fin, empiezo a sentirme que no sé qué pensar ya.

Acto seguido, me tiene que masajear y mirar bien la espalda, los hombros y las costillas para ver cómo estoy de los dolores musculares que me han quedado como secuela del accidente. Me tumbo y me quedo con el vestido medio puesto de cintura para abajo y con el sujetador desabrochado de cintura para arriba. Me masajea, va escribiendo los resultados y me pregunta si me duele o no. Es indescriptible esta sensación de sentir el contacto de sus manazas recorriendo mi piel. Poniéndome en sus manos (nunca mejor dicho), me siento flotar en un puro y diáfano cielo azul repleto de tiernas y blancas nubes de algodón. Entonces volteo mi cuerpo para que termine de masajearme.

–Tienes un cuerpo precioso, de verdad –me dice.

–Muchas gracias –le respondo, sintiendo mariposas en el estómago.

Entonces procede a masajear mis costillas. La verdad es que no es la primera vez que me hace halagos sobre mi físico y mi cuerpo. Cada vez que me los hace, me percato más de como le brilla la mirada, como se ruborizan sus mejillas y como se le entrecorta la respiración. O tal vez son imaginaciones mías fruto de las ilusiones que me hago.

–Muy bien, cariño mío –me dice al terminar.
Me percato de lo sonrojadas que tiene las mejillas y de como le brilla la mirada.

A raíz de sus miradas, de su cariñosa manera de dirigirse a mí y de sus halagos acerca de mi cuerpo, me empiezo a dudar de verdad y a tener esta sensación que tengo cuando percibo la atracción hacia mí por parte de otra persona. Y ya no solo me asaltan dudas a nivel irracional, sino también a nivel racional. Igualmente no dejo de sopesar la posibilidad de que sea una percepción mía influida por todo lo que siento por ella y que solamente me tiene mucho cariño y porque simplemente le parezco objetivamente muy guapa, pero es que la manera en la que me mira, como se sonrojan sus mejillas y como brillan sus ojos cafés posados en mi cuerpo me dice otra cosa muy diferente de la simple admiración de la belleza femenina. Además, todas las veces en mi vida que a mí me han asaltado estas dudas, la intuición nunca me ha fallado. ¿Y si hay algo más allá del afecto? ¿Y si Gunilda no es realmente tan hetero?

Acto seguido, se dirige al almacén para buscar varios utensilios porque al terminar tiene que administrarme una dosis de un medicamento vía intramuscular. Verla caminando de espaldas con su bata blanca, su cabello suelto y bien peinado, sus anchas caderas, sus fornidas y largas piernas, sus botas... hace que me sonroje, que mis latidos se aceleren y que sienta ese dulce calor en mi cuerpo. Ella vuelve con los botes y tubos con el medicamento, la jeringa, el algodón... Le da una imagen imponente que me atrae en sobremanera aunque paradójicamente sufra un poco con las inyecciones. Cuando está casi terminando, me pide que me siente en la camilla, ya que me tiene que inyectar el medicamento. Ya conoce muy bien mi aversión a las inyecciones y es muy cuidadosa conmigo. Debo de reconocer que finjo más temor del que realmente siento (porque ya me he ido acostumbrando), puesto que amo en sobremanera lo protegida que me hace sentir. Amaina mi nerviosismo y mi (medio fingido) temor muy cariñosamente.

–¡Venga, cariño! –me toma de mis delicadas manos con sus manazas, con su hermosa e invicta sonrisa y mirándome a los ojos presa de ternura y de instinto protector– Con todo lo que has pasado y todo lo que has luchado, si ningún obstáculo ha podido contigo, esto todavía podrá menos. Tú puedes. Nosotras podemos. Recuerda: tú y yo somos un equipo. ¿Sí? –me hace un ligero apretón de manos y me guiña el ojo. Acto seguido, me besa la frente. El destello en su mirada y el rubor en sus mejillas continúa haciéndose demasiado patente.

Yo asiento, llena de mariposas en el estómago ante tantas muestras de afecto hacia mí por su parte y sintiéndome todavía más dulcemente menuda y vulnerable ante ella.

–Ahora, cuando te inyecte el medicamento, tú puedes soplar y si lo ves necesario, poner tu otra mano encima de la mía con la que te sostengo el brazo. ¿Sí?

–De acuerdo, perfecto –respondo sonrojada, con un fino hilo de voz.

Entonces me besa de nuevo la frente. A cada muestra de afecto suya, mi intuición se hace todavía más patente. No obstante, tampoco dejo al aire el beneficio de la duda. ¿Y si simplemente es una gran ternura e instinto protector al haberle mostrado mi yo más vulnerable y no atracción ni amor romántico lo que siente? ¿Y si son ambas cosas? Soy más que consciente de lo mucho que le gustan mis manos, siempre encuentra alguna ocasión para tomármelas. No solo yo amo con todas mis fuerzas sentir el contacto así como el sensual contraste entre mis manitas y sus manazas. Ambas lo amamos. Tengo la sensación de que, además del cariño, los abrazos y que me tome de la cintura con su imponente brazo mientras caminamos, es principalmente esto lo que despierta una increíble química entre nosotras.

–Tienes unas preciosas manos, de verdad. Podrías tocar el piano.

–Ay, muchas gracias –le respondo con un fino hilo de voz, muy ruborizada. No es la primera vez que me lo dice.

Me suelta las manos y prepara la inyección con la medicina. Una vez preparada, dirige la inyección hacia mí.

–Venga. ¿Preparada, cariño? –me dice, con una confiable sonrisa.

–Preparada –le respondo.

–Mira como sostengo tu brazo con esta mano. Ahora pon tu mano del otro brazo encima de la mía.

Lo hago sin pensarlo ni un segundo.

–Muy bien, cariño. Ahora sopla...

Entonces me inyecta el medicamento. Le sostengo con fuerza la mano y soplo. Acto seguido, me cubre el sangrado del antebrazo con un algodón con el que me aguanto con la mano y empiezo a sentirme mareada. Mi cabeza da vueltas, siento escalofríos y temblores que se acaban convirtiendo en sofocos y mi rostro palidece.

—Ufff... Me encuentro mal...

Empiezo a suspirar de dolor físico. Me silvan los oídos y tengo una sensación de hormigueo en las manos y en los pies. Gunilda me pide inmediatamente que me vuelva a tumbar en la cama. Acto seguido, pone una mano en mi frente y otra en mi pecho para tomarme el pulso y va rápidamente a por una pequeña toalla que moja con agua fría y me la coloca en la frente sujetándomela con una mano, mientras que con la otra me toma dulcemente la mano como una manera de tomarme el pulso. Empiezo a temblar y a ponerme nerviosa.

—Como ya sabes, es un medicamento fuerte y este es el efecto inmediato, pero una vez entre en sangre te encontrarás bien y a medida que avancemos las dosis te irás acostumbrando. Tranquila, cariño mío, tranquila... —me dice, con su dulce tono de voz.

Acto seguido, Gunilda empieza a acariciarme suavemente el cabello y las mejillas, a la vez que sujeta la toalla en mi frente con su otra manaza, que por algunos instantes me la pone en el pecho para tomarme el pulso.

—Ya está... Tranquila... Respira hondo... Inspira... Espira... Inspira... Espira... —me dice unas cuantas veces con dulzura.

—Gracias... Gracias... Gracias... —le digo.

—Te doy un vaso con agua y una Biodramina —me dice en un momento dado. Acto seguido, se dirige hacia una máquina de agua con vasos de plástico y me lo da, juntamente con la pastilla que toma de un bote.

Intento levantar la mitad de mi cuerpo para sentarme en la camilla. Nada más hacerlo, todo me da vueltas, vuelvo a percibir mi vista algo borrosa y a sentir que me silvan los oídos, además de una sensación de adormecimiento y hormigueo en mis extremidades.

—Muchas gracias... —me da el vaso e intento beber. Me vuelvo a sentir mareada y por un momento casi derramo el vaso, solo me ha alcanzado tiempo para tomarme la pastilla.

—Uy, te veo mal, te veo mal aún. Túmbate, túmbate, tranquila. Tú estate tranquila sobre todo.

—Ufffff... Aún no puedo levantar mi cuerpo... No puedo sentarme... A la mínima me mareo... —le digo, entre sollozos de malestar físico.

—De acuerdo, Clío. Venga, calma... Tómate tu tiempo para recomponerte. No pasa nada. Cuando te vayas encontrado mejor ya sabes.
Sigue sosteniendo la pequeña toalla de agua fría en mi frente y acariciándome. ¡Qué segura me hace sentir esta mujer! Poco a poco, mi angustia y malestar se van disipando y mi rostro recuperando el color. A medida que me voy encontrando mejor, me concentro más en ella. Sus dulces caricias. El destello de su bravía cabellera larga, castaña y ondulada y de sus grandes ojos cafés... Su cálida voz hablándome con ternura. La misma sensación que contemplar el mar en calma, escuchando el sonido del pacífico oleaje y sintiendo una suave brisa acariciando mi rostro. La misma sensación que tomar una taza de chocolate negro bien caliente con un corazón grabado en la espuma.

—Te encuentras mejor, ¿verdad? —me pregunta, con una tierna sonrisa mientras me acaricia las mejillas y el cabello.

—Sí, me encuentro mejor. Muchas gracias por todo lo que estás haciendo y haces por mí, de verdad. Por todo y por tanto —le respondo.

Voy levantando mi cuerpo y bebiendo lentamente el agua que me ha dado, poco a poco, sorbo a sorbo, mientras ella me mira con afecto y con este rubor y brillo en su mirada que todavía dudo de cómo descifrar.

—¡Eres una campeona! —me dice. Acto seguido, me da un beso en la mejilla. Yo sonrío y me sonrojo. Siento mi estómago y mi vientre ya contraídos de tantas mariposas.

Entonces, Gunilda va recogiendo las cosas mientras yo me visto. Voy fijándome en ella. Es tan hermosa... La miro disimuladamente y sonrojada, no sabiendo qué cara poner, sin sonreír, apretando mis carnosos labios hacia dentro. Me fijo especialmente en su larga cabellera castaña y ondulada con flequillo recto, en sus fornidas piernas por debajo de sus pantalones tejanos, en sus botas altas marrones de cuero, plataforma y tacón grueso, bien combinadas con el color y el brillo de sus ojos y de su cabello. «¡Qué mujer, qué diosa!» digo dentro de mí. Me sonrojo todavía más. De nuevo, mi corazón se acelera, mi respiración se agita y mi cuerpo se estremece. En pocas palabras, vuelvo a sentir calor. Por un instante, nuestras miradas se encuentran y ella se sonroja, entrecierra sus ojos y me lanza esa sonrisa que no sabría cómo descifrar, entre tímida y seductora, de sentirse deseada y tal vez de deseo hacia mí, la misma sonrisa nerviosa que mientras me masajeaba. La verdad es que en varias ocasiones me ha sorprendido mirándola de esta manera. Tengo la sensación de que ya se percata de mi atracción hacia ella. Sabe de sobras de mi bisexualidad y de mi atracción preferente a las mujeres, ya que le expliqué el detonante principal de mi depresión, que era todo por lo que pasé por la primera mujer de la que me enamoré (limerencia, dependencia emocional, en resumen, TOC), a lo que ella me escuchó atentamente y terminé llorando desconsoladamente y ella consolándome con su angelical voz, sus dulces palabras, sus abrazos y sus besos en mi frente y mi mejilla. Ella, en cambio, en esta misma conversación me dijo que había tenido solo relaciones con hombres en toda su juventud y que ha estado casada con un hombre durante unos veinte años con el que ha tenido un hijo ya adolescente rozando la mayoría de edad, por lo tanto, es más que obvio que es heterosexual y a su edad y siendo una mujer totalmente hecha y derecha, difícil que eso cambie. También me explicó que lleva dos años divorciada del que fue su marido, aunque han quedado en buenos términos y a día de hoy se llevan bien, simplemente porque ambos ya no sentían lo mismo, como que «se acabó el amor», aunque esto no significa que se tengan que odiar ni llevar mal. Aunque por muy separada que esté, en teoría sigue siendo heterosexual, nada cambia. Eso, naturalmente, me derrumba un poco, sí, pero bueno, que le vamos a hacer. Como buena autista Asperger ya estoy demasiado acostumbrada a los amores platónicos y no va a ser menos ahora. Aunque paradójicamente, reconozco que me atrae pensar en lo jodidamente afortunados que han sido los hombres que la han tenido como novia y/o mujer.

La faceta más racional de mi persona me repite con sus incesantes y castigadoras voces que no debo hacerme ilusiones, que solo me tiene un gran cariño y simpatía porque me ve muy vulnerable, que es hetero y que punto y final. Pese a ello, siento que con el paso del tiempo y todo lo vivido, se ha ido mostrando cada vez más cercana, cariñosa y protectora conmigo. Además, sus muestras físicas de afecto hacia mí (abrazos, carícias, besos...) soy ya muy frecuentes, tal vez demasiado. ¿Y si es que simplemente me tiene mucho cariño y ella acostumbra a ser así con sus pacientes? No pretendo hacerme ilusiones, aunque, ay, no sé... ¡Es inevitable no hacérmelas! Es que por otro lado siento que está surgiendo una obvia (al menos para mí) química entre nosotras y esto, obviamente, despierta en mí un atisbo de esperanza. Minuto a minuto y mirada a mirada, tengo la sensación de que se percata de mis miradas, de mi atracción y de mis sentimientos hacia ella. Aunque claro, si a ella no le interesara se mostraría más distante conmigo, cosa que no pasa, sino todo lo contrario. Mi instinto también me dice que ella jamás jugaría conmigo por el simple hecho de sentirse deseada. Además, por otro lado, está más que claro ya que veo en ella algo mucho más allá del cariño hacia mí y de verme solo como una posible amiga. Lo veo en el rubor de sus mejillas, en el destello de sus ojos, en su manera de mirarme y en su respiración entrecortada estando en mi cercanía, sobre todo las veces que me ha tomado de mis delicadas manitas con sus manazas, que me ha acariciado el cabello y el rostro, que me ha besado la frente y las mejillas y todavía más cuando me ha mirado estando yo con el vestido puesto de cintura para abajo y desabrochado y sin nada más ni nada menos que el sujetador puesto de cintura para arriba. La verdad es que, hablando claro, parece que me hace el amor con la mirada, que me posee, que me hace completamente suya. Siento que hay algo más, algo más allá del cariño y que nada tiene que ver con la típica admiración de la belleza femenina por mero deleite estético. Minuto a minuto, percibo con más claridad que aquí hay química, atracción y deseo. Deseo del bueno. Percibo lo deseada que me estoy sintiendo por su parte, que no es precisamente poco. Ahora sí que ya de manera racional, empiezo a llegar a la conclusión de que esta química que se respira entre ambas puede dar paso a algo más... Y, sobre todo, que este «algo más» no es precisamente unidireccional. ¿Y si Gunilda, pese a ser hetero, sintiera también algo? ¿Y si Gunilda no es tan hetero como pienso? La verdad es que mi monólogo interno respecto a sus sentimientos hacia mí va cambiando gradualmente y de manera radical y esto son ya palabras mayores. Esa dulce, cálida y creciente llama de esperanza e ilusión arde cada vez más y más dentro de mí.

Una vez estoy vestida, se vuelve hacia mí, que sigo sentada en la camilla.

—Si ves que te encuentras mal, tómate la Biodramina transcurridas ocho horas –procede a darme uno de sus botes con pastillas Biodraminas– Ahora vuelves a casa, tranquila, sin prisas... O... Si quieres te acompaño yo a la estación donde debes tomar el tren, que pronto va a oscurecer y además son vísperas de San Juan y es todo más inseguro. En fin, como lo veas mejor. Además, vives lejos y tienes que subirte al último tren, ¿verdad? —me dice, mientras me mira con gran afecto y acaricia mi cabello y mi mejilla. Me encanta lo protectora que es conmigo. Yo me sonrojo y siento que mi corazón y mi estómago dan definitivamente un vuelco.

—Vale, como quieras, te lo agradezco —le digo.

—Como te vaya mejor, sin compromiso —me dice, afectuosamente.

Sigue acariciando mi cabello y mis mejillas. Me sonrojo todavía más. Sonrío. La miro tímidamente. Mi corazón late con fuerza. Mi cuerpo se estremece todavía más. Llegadas a este punto, es ya más que obvia la química entre nosotras y es ya imposible que ella no sienta lo mismo.

–O... Si quieres puedes quedarte a cenar y a dormir a mi casa –me dice repentinamente.
Asombrada me quedo.

–¿Seguro que te va bien? Lo digo por tu hijo y por no darte más faena.

–¡Sí, descuida! Mi hijo está con su padre esta semana.

–Sí... Bueno... Vale... Como quieras... –balbuceo tímidamente, haciéndome la indecisa. En el fondo estoy que no quepo en mis ganas.

–¡Perfecto pues! Termino de recoger mis cosas y nos vamos... Además, al ser vísperas de San Juan salgo más temprano. Podemos ir a pasear un rato por la ciudad y después vamos a mi casa. ¿Qué te parece? –me mira con una amplia sonrisa. Siento una inmensa alegría en su rostro y en su voz.

–Me parece muy bien, muchas gracias de verdad –le digo, con una sonrisa de oreja a oreja.

Acto seguido, me abraza con fuerza y me besa la cabeza y la mejilla. Me asombra como busca constantemente el contacto con mi cuerpo. Se me eriza la piel inevitablemente, en especial mis pechos y mis pezones por debajo del vestido. Siento humedad en mis braguitas. Estoy realmente excitada con solo sentir el roce de nuestros cuerpos, además de mi enamoramiento y deseo hacia ella y de su cada vez más obvio deseo hacia mí. Un torbellino de sentimientos y sensaciones demasiado intenso.

–Ay... Pero un momento... –me dice– ¿A ti, los petardos...?

–La verdad es que me dan miedo –le respondo tímidamente con un meloso y suave tono de voz.

Los petardos sí que me dan realmente miedo, esta vez no finjo. Me está mal decirlo, pero reconozco que amo mostrarme ante ella como una damisela en apuros.

–Entiendo perfectamente que siendo Asperger como eres seas especialmente sensible a los sonidos fuertes y repentinos. Tranquila, no estás sola, estarás conmigo, no temas –me toma la mano y me besa la frente.

Acto seguido, procede a quitarse la bata. Entonces me fijo más y más en ella. Lleva puesta una camisa fina abotonada de manga larga de color marrón con topos blancos, totalmente a juego con su hermosa cabellera, su invicta mirada y sus seductoras botas de plataforma y taconazo. Mi mirada se va directa a sus pechos, ahora sí que puedo fijarme mejor y lo que intuyo me encanta en sobremanera. Tiene unas tetas bien grandes y bien puestas y me fijo discretamente en la senda que mena a esas colosales y preciosas tetas. Cuando en un momento dado se voltea, mi mirada se va directa a sus piernas con las botas altas de cuero bien arrapadas a sus pantorrillas, a sus anchas caderas y a sus preciosas y abundantes nalgas, bien ajustadas a sus pantalones. Estoy salivando, en todos los sentidos. Entre otras sensaciones, siento mayor salivación en mi boca y mayor humedad en mis braguitas. Me imagino recorriendo su cuerpo entero y sus grandes pies con las botas y demás calzados de plataforma y tacón con mis manos, con mi boca y con mi lengua y quedándome sin aire entre tanta y tanta abundancia y voluptuosidad, como si no existiera un mañana. Mmmmmmmmmm... Deseo con todas mis fuerzas amar su cuerpo como si no existiera un mañana, durante toda la eternidad. Y si en esta vida no alcanzara, durante toda una otra vida.

Transcurridos unos minutos, ella se pone su chaqueta, una chupa de cuero marrón totalmente a juego con sus botas. Se viste de una manera discreta e informal y al mismo tiempo lleva unos calzados muy atrevidos y sensuales. Al mismo tiempo, yo me pongo mi chupa de cuero negra, totalmente a juego con mis sandalias negras de cuero y que me hace verme muy bien con mi vestido granate, discretamente arrapado a mi cuerpo. Nos miramos la una a la otra y ambas nos sonreímos sonrojadas, la verdad es que lo veo cada vez más claro todo. Tenemos un estilo bastante distinto. Ella más bien informal, yo más bien fina y formal. Irónicamente, debo decir que dejándonos llevar por estereotipos y por nuestro aspecto, cualquiera diría que la lesbiana o bisexual es ella y la hetero yo, aunque tal vez debemos empezar a superar ya estas cosas. Por ejemplo algunas de mis amigas no es que sean precisamente el culmen de la feminidad y no son más heteros porque no pueden. Esto es cierto, aunque dejando ya de lado estereotipos o no, llegadas ya a este punto, cada vez dudo más de la (supuesta) heterosexualidad de Gunilda.

Ya apagadas las luces y la alarma de su consulta, cierra con llave y salimos, bajando por un grande ascensor con espejo, a través del cual nos miramos. Viendo la reflejada imagen de ambas, me percato todavía más de nuestra notable diferencia de altura y tamaño y la verdad es que es algo que me encanta en sobremanera. Me imagino cómo sería ella capaz de hacerme el amor, de poseerme, de hacerme suya. Lo que su grande y fornido cuerpo haría con mi menudo cuerpo. Viene a mi cabeza un torbellino de imágenes románticas y altamente eróticas al mismo tiempo, tanto recientes como ya anteriormente fantaseadas. Mi puro instinto concibe una relación entre ambas siendo ella la dominante.

Llegamos a la planta baja y nos dirigimos a la calle. El cielo es claro y todavía no se escucha demasiado ruido. Para haber entrado recientemente al verano, no ha llegado todavía el calor. Paseamos por el casco antiguo de la ciudad. Por momentos, me toma de la cintura con su brazo. Siento como busca el frecuente contacto con mi cuerpo. Vamos a visitar las iglesias, la catedral y las espectaculares ruinas romanas, algo que yo misma propongo. No me importa en absoluto visitar de nuevo estos preciosos lugares y todavía menos en su compañía. Le explico el contexto histórico, religioso y artístico de cada cosa que vemos, un conocimiento que controlo más yo que ella, que me escucha muy atentamente, mirándome bien a los ojos, entendiendo muy bien mi pasión por estos temas. Es interesante el intercambio de conocimientos que hemos hecho las dos, cada una con lo que más le apasiona, yo sobre esto, ella sobre salud, terapia y medicina.

–¡Ay, mi Clío! ¡Mi diosa, mi musa de la historia! Tienes un nombre realmente precioso, además de definirte a la perfección –me dice en un momento dado, saliendo de una de las ruinas romanas, el último lugar que visitamos.

–Sí, no eres la primera persona que me lo dice... Muchas gracias –le digo, sonriendo tímidamente.

Me ruborizo. La verdad es que me ha encantado en sobremanera que se haya referido a mí como «mi diosa» y «mi musa».

–Yo también era como tú de pequeña y de joven. Como ya te expliqué, yo, sin ser Asperger, también fui siempre un tanto fuera de lo común. Como tú, tenía muchas inquietudes y ansias de conocimiento y mientras mis compañeros de clase jugaban y socializaban, yo siempre estaba horas y horas en la biblioteca leyendo libros y revistas y viendo documentales, en mi caso de ciencias, biología, química, enfermería y medicina.

–Esto después lo agradeces con los años.

–Exactamente. Y cierras muchas bocas de quien te dice que eres rara y te hace la vida imposible –deja escapar un suspiro.

–Así es, Gunilda. Cuando la gente ve algo diferente en una persona ya va a por ella. Por lo que hablamos, ambas lo sabemos muy bien.

–Así es, cariño, así es.

Ya ha oscurecido bastante. Saliendo del anfiteatro (nuestra última visita), hemos recorrido el parque de al lado, que hace subida hasta llegar de nuevo a la calle. Después hemos pasado de nuevo por la zona del circo romano, los hoteles y la gran rotonda y nos hemos adentrado de nuevo al casco antiguo hasta llegar a la rambla principal de la ciudad, concretamente al extremo a tocar al mar, limitado por una barandilla al encontrarse en altura. Es en este lugar y en este preciso instante que escuchamos el fuerte y súbito sonido de tres petardos demasiado cerca de mí, casi tocando mi pie, con muchas voces y risas de fondo, tanto de hombres como de mujeres.

–¡AAAAAAAAHHHH¡ ¡DIOS MÍO!! –lanzo un fuerte grito, mientras me sobresalto de mala manera. Escucho un montón de risas a coro. Ni tan siquiera se han dignado a disculparse. ¡Asco de gentuza que llega a haber por la calle!

Sin pensarlo ni un instante, Gunilda me toma de la cintura y me abraza con fuerza. Siento mis latidos a mil por hora y empiezo a temblar entre sus imponentes brazos.

–Tranquila, tranquila, calma, calma... –me dice tiernamente.

Entonces, mientras me abraza, desvía la mirada hacia la gente que ha tirado los petardos sin miramiento alguno, a la que se dirige sin pensarlo y se encara con ellos. Me defiende.

–¿Se puede saber de qué cojones vais??? ¡No tenéis vergüenza ninguna!!! ¡Os podéis meter los petardos por donde yo me sé!!! ¡A ver si reventáis, en todos los sentidos!!! ¡Panda de cobardes, desgraciados e hijos de mala madre!!! ¿Sabéis lo que voy a hacer yo con estos petardos??? ¿Lo sabéis??! –les dice voz en grito, presa del enfado.

Yo me quedo detrás, presenciando asombrada como se encara a ellos. No me resultaba fácil imaginarme a Gunilda enfadada. Se la ve una persona muy noble, calmada, dulce y sensible, pero uy cuando se enfada... Entonces sí que sus demonios internos ven la luz. La verdad es que estoy alucinando mucho.

Acto seguido, presencio asombrada como a la fuerza les arrebata los petardos del banco y de las manos y como presa del enfado los lanza por la barandilla hacia la playa.

–¡Hala! ¡Ahora ya podéis correr a buscarlos, desgraciados!!! –les grita.

Entonces, empiezan a gritarla y a insultarla.

–¡Eh! ¡Cuidadito conmigo, porque vais a ser los siguientes! ¡Cuidadito conmigo si no queréis que os tire de una patada!! ¡A mí, si me buscan, me encuentran!! –les grita, con suma desfachatez– ¡Venga, vamos, Clío, cariño, son una panda de desgraciados!.–me dice, dejando escapar un intenso suspiro y en un tono de voz dulce y dolorido al mismo tiempo mientras me toma de la cintura con su brazo.

–¡Lesbianas de mierda!!! –nos grita una voz masculina de la misma muchedumbre.

–¡Eso, eso! ¡Seguro que tú eres la típica bollera que va de macho por la vida!!! –le grita a Gunilda una voz femenina.

–¡Cobardes desgraciados de mierda!! –les grita.

Mientras les responde, miro de reojo como estando ambas de espaldas a ellos, Gunilda les levanta el dedo del medio con desfachatez mientras que con el otro brazo y la otra mano continúa tomándome de la cintura y sin hacer ni caso a los comentarios, nos alejamos de la repulsiva muchedumbre que nos está importunando. Conforme nos adentramos en la rambla, escuchamos en la lejanía como corren todos bajando hacia la playa para buscar los petardos que les ha lanzado Gunilda. Se nota que Gunilda les ha parado los pies a base de bien y que no se han atrevido a más. Aunque me encanta que me defienda y me proteja, no puedo evitar sentirme culpable y mal por ella.

–Ay, lo siento mucho. Siento mucho ser tan miedosa y no saber defenderme, de verdad. No quiero que te metas en líos con nadie por mi culpa, de verdad.

–¿Yo? ¿Meterme en líos? ¿Con esta gentuza cobarde? ¡Bah! Además, por defender lo que es justo y por alguien a quien quiero no me importa meterme en líos. Sobre todo, nunca te disculpes por ser tú, de verdad.

Pese a que estos comentarios han sido hechos con toda la mala fe, en el fondo no he podido evitar ruborizarme y sentir como mi piel se erizaba y mi estómago se contraía al escucharlos. En pocas palabras, debo reconocer que me han gustado. La verdad es que no solo la veo yo esta química y atracción mutua. Llegadas a este punto, es demasiado obvia.

Caminamos rambla arriba tomándome ella de la cintura, hasta llegar casi al centro de la ciudad, donde tiene el coche aparcado. Un coche negro bastante grande pero sencillo. Toma las llaves y abre los seguros. Acto seguido, se dirige al lado del copiloto y me abre la puerta.

–Ya puedes entrar –me dice, sonriéndome. Alucinando estoy.

–Muchas gracias –le digo, ruborizada.
Se sube ella y arranca. Me encanta verla conduciendo. Ver sus manazas al volante. Vamos rumbo a su casa, que se encuentra en una urbanización en las afueras de la ciudad, situada en la montaña.

Después de haber recorrido casi toda la ciudad y una subida bastante pronunciada, llegamos a su casa. Aparca el coche, nos bajamos y entramos. Una casa de dos pisos, sencilla y bonita, sin lujos ni pretensiones. Al entrar por el portal, la casa tiene un jardín bastante sencillo y una piscina de cubo. Ya dentro de la vivienda, en la planta inferior hay la cocina junto al salón comedor y un baño y en la planta superior, otro baño, su cuarto y el de su hijo.

–Esta es mi casa, de mi propiedad. Mi poder adquisitivo me permitiría tener algo más grande y caro, pero yo soy una persona muy minimalista y sencilla, no me gustan los lujos, ni vivir de aparentar ni presumir de nada.
Me encanta escuchar esto de ella.

–No sabes cuánto te entiendo. Nunca entenderé a la gente materialista y amante del dinero y del lujo. Se vive mucho mejor con menos y con lo mínimo.

–Así es, Clío, cariño. Más que amantes del lujo, son amantes de vivir de cara a la galería y de creerse los reyes del mambo. Y envidia cero, que quede claro. ¡Todo lo contrario! –me dice, mientras se va quitando la ropa.

Se desprende botón a botón de la camisa marrón con topos blancos. Puedo ver más y más sus grandes y preciosas tetas cubiertas con un sujetador de rayas marrones y negras en forma de top. Acto seguido, se baja lentamente los pantalones vaqueros. También puedo ver más y más su gordita barriga, sus colosales piernas y muslos, sus anchas caderas y sus grandes y preciosas nalgas, cubiertas con unas braguitas a conjunto, en forma de culotte y con partes de colores marrón y negro separadas por franjas. Conforme su hermoso cuerpo de abundantes curvas se desprende de la ropa, prenda a prenda, mis mejillas se sonrojan y mi respiración se entrecorta más y más. Su sexy conjunto, totalmente a juego con su cabellera castaña, sus preciosos ojos cafés y sus seductoras botas marrones de cuero, plataforma y tacón. Se queda sin nada más ni nada menos que con este conjunto y con las botas. Está tremendamente sexy y poderosa. Acto seguido, se quita las botas y las medias dejando ver por primera vez sus grandes y bonitos pies poniéndose unas atrevidas chanclas de cuero y plataforma. Siento ganas de oler y besar sus pies y esos calzados. ¡Ufffffffff!!! Estoy salivando y más ruborizada que nunca, en todos los sentidos. Me siento tremendamente en tensión y empapada. La miro disimuladamente con deseo, con morbo. Ella parece que se percata de mi perturbación, se sonroja y me lanza una mirada felina con los ojos entreabiertos y una discreta sonrisa, deliciosa y ardiente al mismo tiempo. Mmmmmm... Siento unas tremendas ganas de amar su cuerpo como si no existiera un mañana, de todas las maneras habidas y por haber. De que me posea y, pese a mi tendencia sumisa, de poseerla yo también a mi manera. La deseo, la deseo a reventar.

Acto seguido, se pone una camiseta ancha negra de manga corta, muy sencilla y de estar por casa. Nos sentamos en el sofá. Entonces, partiendo de lo que estábamos hablando sobre gente materialista, ambiciosa y narcisista, fluye entre nosotras una interesante conversación reflexionando sobre la vida y la sociedad modernas en la que tocamos temas de lo más variopintos pero al mismo tiempo muy relacionados entre si: psicología sobre la sociedad y las relaciones líquidas de Zygmunt Bauman, filosofía, religiones, política, ideologías hasta que de nuevo hablamos de psicología, centrándonos en lo mucho que ha cambiado la vida y la sociedad en cuestión de pocas décadas y hablando de nuevo sobre psicología y de como puede llegar a ser la gente. Irónicamente, ella tiene una visión de la vida tal vez más moderna y yo más conservadora pese a ser más joven, aunque coincidimos en muchas cosas. A base de conversar, descubrimos más y más que ambas somos personas sencillas, nobles, sensibles y que pese a los duros golpes que nos ha dado la vida no perdemos ni perderemos nunca nuestra esencia, nuestro verdadero ser. Conforme avanza la conversación, me percato de como ella me abre su corazón más y más, mostrándose también vulnerable, sobre todo cuando me explica todo el acoso escolar que sufrió y como le afectó, hasta el punto de terminar ambas llorando abrazadas. Es por esta razón que Gunilda es la mujer más noble, sensible y cariñosa que puede alguien encontrar y al mismo tiempo la mujer más brava y temida cuando la atacan a ella o a lo que más quiere.

Entonces pasamos a reflexionar sobre las relaciones personales: la amistad, el amor de familia, el enamoramiento, el amor de pareja. Tocando estos dos últimos temas, me habla de cómo se siente ella cuando se enamora. Puedo ver como lentamente se le dilatan las pupilas, le brillan los ojos y se le sonrojan las mejillas. La verdad es que se nota demasiado que en este momento está enamorada. Entonces, yo le hablo con más detalle de todo lo que llegué a sentir hacia la otra mujer de la que estuve enfermizamente enamorada y le enseño fotos suyas, concretamente su perfil en una red social. En cuanto las ve, pone una cara un tanto extraña, ruborizada. ¿Habrá notado un gran parecido físico con ella?

–Pero... A ver... –me mira y me sonríe tierna y pícaramente– ¿Eres de fijarte en mujeres muy diferentes entre si o de no gustarte en general sino de tener tu concreto prototipo?

Siento como discretamente empieza a acercarse más y más a mí tomándome de la cintura, acariciándome el cabello, el cuello y la espalda con su grande brazo y su manaza. Empiezo a ponerme tensa y me sonrojo. Es más que obvio que me está poniendo dulcemente contra las cuerdas.

–Pues... Tengo mi concreto prototipo, sí... –le respondo, agachando la mirada con gran timidez.

–Por todo lo que me has explicado de ella, se nota que te gustaba mucho –me dice, mientras continua acariciándome.

–Sí, aunque fuera muy tóxico, nunca antes de ella me había enamorado de nadie.

–Y... ¿Después de ella? –me pregunta con una voz muy sensual mientras que sus caricias se centran más en mi cuello, mi mejilla y mi cabello y acerca más y más su rostro al mío.

–Hhhhmmm... Pues... Yo... –respondo sonriendo con gran timidez y tremendamente sonrojada, agachando más y más la mirada.

Y no hace falta decir nada más.
 
  • Love
Reactions: k66
Registrado
Nov 5, 2024
Mensajes
6
Likes Recibidos
3
Puntos
3
Es entonces en este preciso instante que me besa. Nos besamos. Mediante el roce de nuestros labios, sentimos el intenso y acelerado pulso de nuestros corazones. Ambas tenemos los nervios a flor de piel. Nuestro primer beso. Mi primer beso. A mis veintisiete primaveras nunca antes había besado a nadie. Es indescriptible lo que he sentido rozando mis labios con los suyos, bien finos pero dulces como la miel y ardientes como un paradisíaco infierno.

Habiéndonos besado por primera vez, nos miramos fijamente, sin saber bien qué decir. Gunilda está tremendamente sonrojada, respira de manera entrecortada. Transcurridos unos segundos, decide romper el silencio.

–Yo... A mí... A mí no me gustan las mujeres... O nunca antes me había fijado en una mujer... Pero... Pero no sé qué me está sucediendo contigo... Tú eres diferente... Contigo me siento diferente... Como que aflora una faceta de mí que desconocía... A cada instante me he sentido más y más tentada de besar estos preciosos y sensuales labios que tienes... Eres hermosa, Clío, en todos los sentidos... Te lo digo de verdad... Yo... Te deseo... Te amo, Clío.

–Yo... Yo te deseo desde la primera vez que vi esta mirada de ojos cafés, esta sonrisa tan hermosa, esta larga y bravía cabellera castaña y lo increíblemente hermosa y sensual que eres, desde la primera vez que escuché tu dulce voz, desde la primera que vez que me encontré entre tus brazos, aunque en dicho momento estuviera inmersa en profundo llanto. Desde que te conocí, mis sentidos se ponen cada vez más y más en alerta en tu presencia. Eres increíblemente hermosa, Gunilda. Interior y exteriormente. Has llegado en el momento oportuno, cuando la vida me ahogaba. Me has devuelto las ganas de vivir. Te deseo, te adoro, te amo.

–Ya lo sé, amor mío. Siempre lo supe. Te amo, mi princesa, mi doncella, mi reina, mi musa, mi hermosa Clío.

Ambas nos besamos abrazadas y sentadas en el sofá. Una y otra vez. Cada vez con mayor intensidad. Nuestros besos siguen una escala cromática que va del rosa pastel al púrpura. Instintivamente, acercamos cada vez más y más nuestros cuerpos, hasta que yo acabo medio tumbada en su falda, acariciándole la mejilla, el cabello y el cuello, mientras que ella con su imponente brazo y su manaza, me acaricia la espalda y me toma de la cintura por encima de mi vestido granate floreado y bien arrapado a mi cuerpo. En un momento dado, es tanta la excitación, que mi cuerpo cae rendido y bien pegado al suyo. Siento el roce de nuestros pechos, bien endurecidos. Siento que me toma de la cintura cada vez con más fuerza y que sus manazas empiezan a recorrer mis caderas y mis nalgas, sintiendo la tentación de desnudarme, deseando con todas sus fuerzas poseerme, hacerme completamente suya. Estoy hambrienta de ella, de que me posea, de que me haga suya.

En un momento dado, tomando aire entre nuestros fogosos besos, nos miramos ardientemente. El brillo en nuestros ojos sumado con la gran química que ha surgido entre nosotras, lo dice todo. No hace falta decir nada más. Me hace una seña para que me ponga de pie sin moverme de su falda y que me vuelva de espaldas a ella. Ya sé lo que va a preceder esto. Acto seguido, siento como la cremallera de mi vestido empieza a descender lentamente desde lo más alto de mi espalda a mis nalgas. Siento las manazas de Gunilda agarrando y acariciando mi cintura ya desnuda de arriba a abajo con gran deseo y avidez. Lentamente, entre la sensualidad con la que Gunilda ama mi cuerpo y mis movimientos fruto de todas las dulces y ardientes sensaciones que ella en mí provoca, me desprendo totalmente del vestido, quedándome en ropa interior. Es entonces cuando Gunilda hace que me vuelva de nuevo ante ella y acerca bien mi cuerpo al suyo, tomándome de la cintura y las caderas con fuerza y avidez. Amo sentir la dulce aspereza de sus manazas recorriendo mi delgada y menuda figura. Me mira fijamente, tremendamente ruborizada y con las pupilas dilatadas.

–Eres hermosa... Muy... Muy hermosa. Estás muy buena. ¡Me haces lesbiana, tremendamente lesbiana, de verdad te lo digo! –me dice, casi perdiendo el aliento entre tanta pasión y fogosidad.

Acto seguido, me agacho un poco para alcanzar sus labios estando yo de pie y ella sentada, acercamos rápidamente nuestras cabezas y nos besamos con suma pasión. Siento la dulce aspereza de sus manazas, acariciando mis pechos y mis endurecidos pezones por encima del sujetador, bajando de mis pechos a mi cintura, de mi cintura a mis caderas y de mis caderas a mis nalgas con gran avidez, por encima y por debajo de mis braguitas. Mmmmmm... Me lanzo de nuevo sentándome en su falda, me suelta el cabello quitándome la coleta y acto seguido, nos empezamos a morrear salvajemente mientras juntamos más y más nuestros cuerpos, pegándonos como imanes. Sus grandes y preciosas tetas por debajo de su ancha camiseta negra de manga corta, bien pegadas a las mías por debajo de mi sujetador granate, ambas con los pezones como diamantes. Beso a beso, más hambrienta estoy de ella.

Transcurridos unos largos y ardientes minutos, ella me toma bien de la cintura, haciendo que cambiemos de postura. Ella misma me tumba en el enorme sofá y seguidamente se agacha encima de mí, imponiendo sus grandes brazos alrededor de mis hombros, mi cuello y mi cabeza y sus poderosas piernas y sus grandes y preciosos pies con las chanclas negras de cuero y plataforma alrededor de mi cintura y mis caderas.

Sus finos y ardientes labios empiezan a morrearme y a descender lentamente hacia mi cuello, besándolo, lamiéndolo y mordisqueándolo. Estoy que me retuerzo de placer. Su cabeza continua bajando por mis endurecidos pechos y pezones, que empieza a besármelos por encima y por debajo del sujetador. Acto seguido, me quita lentamente el sujetador, haciéndome subir bien los brazos estirándolos bien para desprenderme por completo de los tirantes. Ya con mis pechos desnudos y mis brazos todavía bien estirados, Gunilda me toma fuertemente de mis delicadas muñecas con una de sus manazas dejándome sus dedazos marcados y me besa apasionadamente como si no hubiera un mañana. Mmmmmmmm... Acto seguido, su cabeza, así como su boca y su ardiente lengua a base de besos, lamidas y succiones con discretos mordiscos, baja de nuevo por mi cuello y mis pechos y pezones, demasiado endurecidos ya. Estoy ya que exploto del cariño y amor que le está dando a mi cuerpo. Después baja por mi esbelto abdomen y mi vientre. Los ondulados mechones de su despeinada y hermosa cabellera castaña se posan por todo mi cuerpo de cintura para arriba. Mi cuerpo es la vegetación, su cabello los ríos que la hacen fértil, así como todo lo que ella en mí provoca.

Después de unos minutos, me toma con fuerza de la cintura, las caderas y las nalgas, se levanta del sofá conmigo en brazos y me pone con gran pasión contra la mesa del salón, tumbándome encima. Podemos sentir nuestras aceleradas y entrecortadas respiraciones y nuestros fuertes y rápidos latidos sincronizados. Estamos ambas ardiendo de amor, pasión, deseo y placer. Acto seguido, me baja las braguitas con pasión y avidez, me abre bien las piernas, me las pone alrededor de su cuello, de sus anchos hombros y de su grande espalda, agacha un poco la cabeza y su boca y su grande y ardiente lengua empiezan a recorrer mi rosa del amor como si no existiera un mañana. Empieza con un suave recorrido por los labios, acercándose lentamente a mi tenso, ardiente y empapado clítoris, hasta succionarlo por completo. Simultáneamente, en varios momentos, hunde bien su lengua en mi dilatada vagina. Mientras tanto, estimulo mis pechos y pezones, húmedos de su ardiente saliva. Me muerdo los labios y gimo como si no hubiera un mañana.

Transcurridos unos veinte minutos, un intenso y ardiente orgasmo se apodera de mi cuerpo entero y dejo ir un fuerte gemido. Caigo rendida, estirando bien mi cuello, mi cabeza y mi cabello encima de la mesa, ocupándola casi por completo.

Inmediatamente, Gunilda se agacha más, lanzándose apasionadamente encima de mí, tomándome con fuerza de la cintura y de la espalda mientras yo la abrazo por el cuello y le acaricio la espalda. Nos besamos intensamente como si no hubiera un mañana.

Acto seguido, ya estando yo completamente desnuda, me toma de nuevo en brazos y empieza a caminar de nuevo por el salón, dirigiéndose hacia las escaleras, subiéndolas, pisando fuerte el suelo con sus atrevidas chanclas negras de cuero y plataforma, firme, a paso de gladiadora vikinga, espartana, dando honor a su nombre de guerrera. Gunilda. Conduciéndome hasta donde ella desee. Y yo más que encantada.

Ya en la planta superior y conmigo en brazos, se dirige a su cuarto, del que abre la puerta propinando una fuerte patada espartana y acto seguido la cierra de un portazo con su manaza, impulsada por su deseo hacia mí, sus ganas de poseerme y la violenta y ardiente pasión del momento.

Entonces, conmigo en brazos hace que nos lancemos ambas a su cama, a su enorme cama, tumbándonos de lado, yo delante y ella detrás de mí, decantándome el cabello y besándome con avidez la mejilla y el cuello y amasando bien mis desnudos pechos y mis pezones con sus dos manazas con sus dedazos bien abiertos como paraguas, hasta dejarme marca y todo. Mmmmmmm... Me muerdo los labios.

–Eres tremendamente hermosa, mi Clío. Te deseo... Te amo... ¡Déjame hacerte mía! –me susurra fogosamente al oído, entre ardientes gemidos y rugidos.

Siento sus colosales tetas y sus pezones como diamantes por debajo de la camiseta negra ancha rozándose con fuerza contra mi espalda y como frota su ya empapada rosa del amor con mis desnudas y pequeñas nalgas. Mmmmmmm... Su excitación por mí todavía me activa más.

Me toma fuertemente de la cintura y del vientre. Con una mano, amasa bien mis pechos y mis pezones, con la otra me acaricia descendiendo lentamente por mi esbelto abdomen y mi vientre hasta llegar a mi empapada rosa del amor. Con dos de sus dedazos acaricia mi clítoris con el mismo amor que su ardiente lengua y lentamente se acercan a mi dilatada y suplicante vagina hasta introducirse por completo. ¡Uffffff! Es increíble lo satisfecha que me siento y lo que reviento de placer. Mi boca empieza a salivar hasta dejar la almohada medio empapada y gimo como nunca, algo de lo que ella se percata y de inmediato, dejando su otro brazo entre mis pechos acerca a mi boca su respectiva manaza y mete el dedo pulgar y los dedos índice y corazón en mi boca. ¡Mmmmmmm...!!! Seguidamente, le tomo la mano con mis dos manos y empiezo a introducírmela lentamente en la boca, lamiendo sus dedazos con avidez. Instintivamente, empiezo a cabalgar estos dedazos mientras ella me besa el cuello la mejilla y los labios y con el otro brazo y su respectiva mano bien húmeda de mi ardiente saliva en sus dedos acaricia y amasa mis pechos y mis pezones. Mmmmmmmmm...

Gunilda es de veras toda una amazona, una semental y una alfa dominante. ¿HETERO? ¡JA! No me gusta hablar en términos vulgares, pero ¡y unos cojones como los del caballo de ESPARTERO!

Minuto a minuto, vamos aumentando el ritmo, hasta que mi cuerpo se funde en otro tremendo orgasmo. Caigo rendida ante ella, posando mi cabeza encima de sus enormes pechos. Acto seguido, me toma de la cintura, me vuelve hacia ella. Nos miramos intensamente a los ojos, nos abrazamos con fuerza y nos besamos, nos morreamos. Beso a beso, nos resulta más difícil separar nuestros labios. Ahora me toca a mí.

Cambiamos de posición. Esta vez, me pongo yo detrás de ella, que se libra inmediatamente de su camisa negra ancha, quedándose sin nada más ni nada menos que su sensual conjunto de licra con el sujetador en forma de top y las braguitas en forma de culotte con franjas marrones y negras y las chanclas de cuero y plataforma, que además le combinan también increíblemente. ¡¡Ufffffff!!! Mi pulso se acelera y mi cuerpo reacciona tremendamente de nuevo. La deseo, la deseo a reventar. Definitivamente, ahora me toca a mí. Ya detrás de ella, pego y froto bien con su ancha y robusta espalda y sus poderosas nalgas mi cuerpo con mis endurecidísimos pechos y pezones desnudos y mi empapada rosa del amor por debajo de mis braguitas, la tomo fuertemente de su grande cintura y de su gordita barriga y mis manos suben hasta sus grandes y preciosas tetas y empiezo a amasárselas y a jugar con sus grandes y carnosos pezones como si no hubiera un mañana. Mis delicadas manos suben y bajan de su cintura y su barriga a sus preciosas tetas y viceversa, masajeando y amasando bien su cuerpo, acercándose lentamente a su empapada rosa del amor, hasta que, lentamente, una de mis manos empieza a acariciar su ardiente clítoris con delicadeza y a adentrarse bien en su ancha y dilatada vagina pese a mis dedos de pianista estimulando con más rapidez a cada milésima de segundo, mientras que mi otra mano sigue ocupada con el resto de su cuerpo. Mientras amo su cuerpo, acaricio y olfateo su larga y ondulada cabellera castaña con un delicioso aroma a champú y acondicionador de miel y chocolate y beso, succiono y lamo su mejilla, su grande oreja y su ancho cuello. Su acelerada respiración y sus ardientes gemidos son música para mis oídos. Estoy que ardo de excitación y de deseo por ella.

–¡Eres increíblemente hermosa...! ¡Estás tremendamente buena...! ¡Desde la primera vez que te vi...! ¡Desde la primera vez que te vi te deseo a reventar...! ¡Estoy tremendamente enamorada de ti...!! ¡Te amo, Gunilda...!! –le digo, entre gemidos. Voy más caliente que una moto reventando el límite de velocidad.

Transcurridos unos minutos, su cuerpo entero se encoge en ligeros espasmos hasta fundirse en un tremendo orgasmo. Gunilda gime de una manera increíblemente sensual. Simultáneamente, me fundo también yo en otro tremendo orgasmo con tan solo habiendo frotado mi rosa del amor con su cuerpo y habiendo estado tan y tan excitada.

Ambas tomamos aire y transcurridos unos minutos, ella se sienta al lado de la cama donde ambas estábamos mirando, cambiando de postura para tomar más aire. Entonces yo me siento encima de la cama detrás de ella, rodeando sus caderas con mis muslos y mis mis piernas y de nuevo frotando bien mis pechos y pezones con su ancha espalda, tomándola con fuerza de la cintura y continuo olfateando el dulce aroma de su cabello y besándole el cuello y las mejillas. Entonces, me vuelvo ante ella y me encuentro de nuevo sentada en su falda con mis piernas bien estiradas en la cama y ella acariciando mi fina cintura y tomándome de mis pequeñas nalgas por encima y por debajo de mis braguitas con sus manazas abiertas como paraguas, con fuerza y pasión dejándome las manos y las uñas marcadas y todo. Sintiendo el contacto con sus manazas, de manera instintiva, muevo mis caderas y mis nalgas muy sensualmente. Nos besamos de nuevo con gran avidez. Entre más nos comemos y hacemos el amor, más difícil nos resulta despegar nuestros labios, separar nuestros cuerpos y detenernos. La llama del deseo y la pasión está demasiado encendida entre nosotras.

En un momento dado, me pongo de pie ante ella, que continúa sentada y rodea bien mi cuerpo presionando sus poderosos muslos contra mis caderas. Nos abrazamos, yo por el cuello, los hombros y la espalda, ella por la cintura, acariciándomela bien y seguidamente mi cintura y mis nalgas. Tal y como hemos empezado a hacer el amor.

Mientras me amasa ávidamente las nalgas, pone su cabeza entre mis pechos desnudos y me los besa y lame de nuevo. Simultáneamente, le beso y le lamo las mejillas, los oídos y el cuello.

Transcurridos unos largos y ardientes segundos, empiezo a agachar mi cuerpo muy lentamente mientras mi boca baja por su cuello y sus hombros, más y más, hasta llegar a sus grandes y preciosas tetas, que se las beso con gran frenesí, por encima y por debajo del top, hasta que, ansiosa de más y más cariño que les estoy dando, se baja el top con gran pasión, dejando sus pechos totalmente desnudos ante mi hipnotizada y fogosa mirada. Mientras mi boca lleva a cabo ese sensual recorrido por su piel, ella levanta bien la cabeza, dejando caer bien su melenaza ondulada alrededor de sus pechos, mordiéndose los labios y gimiendo muy sensualmente. ¡Bffffffff...! ¡Madre mía de mi vida! ¡Estoy que ardo, que exploto!

Sin pensarlo ni un segundo, la abrazo muy fuerte por la espalda, abalanzo mi cabeza en sus increíbles tetas y succiono y lamo cada milímetro de su blanca y dulce piel. Siento perder el aliento entre tantísima abundancia y voluptuosidad. Poco a poco, mi boca se acerca más y más a sus tiernas, rosadas y estremecidas areolas y a sus carnosos y endurecidos pezones, lamiéndoselos con gran avidez, hasta el punto de tener que pararme a tomar aire varias veces. Escucho sus ardientes gemidos más y más.

Seguidamente, mi cabeza y mi boca descienden más y más por los michelines de su gordita y fuerte barriga. Y bajando bajando, llego donde deseo llegar y donde siento su dulce y caliente aroma a mujer, llorando, deshaciéndose en súplicas por mi insaciable cariño. Aunque no sin antes descender todavía más y más. Beso y succiono cada poro de la blanca piel de sus poderosos muslos. Mientras tanto, siento una de sus manazas acariciando mi cabello, mi oído, mi mejilla y mi cuello. Lentamente, mi boca desciende más y más por sus piernas, hasta llegar a una de las partes de su cuerpo adonde más deseo llegar: a sus pies. Gunilda tiene unos pies bien grandes y preciosos y con estas chanclas negras de cuero y plataforma que lleva se ve tremendamente sexy. Sin contemplaciones empiezo a olfatear y a besar sus pies y las chanclas. En un momento dado, empiezo a succionar y a lamer con avidez. El cuero y la plataforma de las chanclas, sus pies enteros de los dedos al talón y del talón a los dedos, lamiendo y relamiendo, sin dejar títere con cabeza. Tengo un tremendo fetiche con los pies con calzados de cuero, plataforma y tacón. Estoy demasiado excitada y el morbo puede más que cualquier cosa.

Transcurridos unos escasos e intensos minutos, subo de nuevo mi cabeza y mis manos se posan en sus braguitas de culotte, deseando bajárselas. De inmediato, ella se levanta de la cama y nos quedamos ella de pie y yo agachada ante ella.

Le bajo lentamente las grandes bragas culotte que lleva, haciendo que caigan a sus pies. Entonces huelo, lamo y relamo de nuevo sus braguitas más que empapadas del dulce néctar de su amor por mí, sus chanclas y sus preciosos pies, algo que me excita tremendamente.

Minutos después, subo mi cabeza hasta su rosa del amor. Totalmente hermosa, sin ningún rastro de vello. Entonces, la abrazo fuertemente de las caderas, mis manos se posan en sus colosales nalgas amasándolas sin fin y mis carnosos labios y mi lengua empiezan a recorrer lentamente su ardiente clítoris, empapado e inflamado de amor por mí. Gunilda tiene un clítoris bien grande y precioso. Lo beso, lo succiono, lo lamo. Absorbo cada gota de su dulce néctar. Mueve las caderas y los muslos muy sensualmente. Por momentos, mi lengua sube por su ancha y ardiente vagina. Mmmmmmm... Sus gemidos son una dulce melodía de fondo en este sublime instante. Segundo a segundo, acelero lentamente el ritmo mientras ella lo goza como nunca y minutos después, el cuerpo de Gunilda se acaba fundiendo en un tremendo orgasmo, cayendo rendida abrazada a mí y terminando ambas encima de la cama empapadas en sudor.

Nos decidimos a tomar aire y a ducharnos. Ambas nos metemos bajo el chorro de agua tibia, rociamos bien de gel nuestros cuerpos y nos lavamos. Mientras nos aclaramos el gel, estando ella detrás y yo delante, me abraza fuertemente de la cintura y empieza a besarme el cuello, los labios y a amasarme los pechos de nuevo con gran pasión. Ambas nos percatamos de las ganas que tenemos de más. La llama de la pasión y el deseo está demasiado viva entre nosotras. Sus manos bajan lentamente hasta llegar a mi rosa del amor, de nuevo estimulando mi clítoris y hundiendo bien dos de sus dedazos rocíados de gel íntimo en lo más profundo de mi vagina. Estoy que miro las estrellas de nuevo. Gimo muy ardientemente y ella me mete los mismos dos dedos de la otra mano en mi boca. Mmmmmmm...

Ya bien lavadas, salimos de la ducha y nos secamos. Mientras tanto, no dejamos de besarnos y acariciarnos. Nos vestimos. Yo me pongo de nuevo mi fino conjunto de ropa interior granate y ella otro conjunto sencillo de top y culotte de licra negros, muy combinado con las chanclas. Acto seguido, se pone las gafas y me mira con deseo, pícara y cariñosa. Está tremendamente sexy e imponente, como una gladiadora. Nos miramos con deseo. Entonces se pone detrás de mí y me abraza por la cintura mientras me dice susurrándome al oido:

–Mira lo que te voy a enseñar, cariño mío... Es una sorpresa. Cuando te diga, gírate hacia mí. ¿Sí?

–Claro que sí, amor –le digo, intrigada.

–Aunque... Si quieres, adelante. Si no, rotundamente no. Para nada quisiera hacerte sentir mal ni incómoda.

–De acuerdo –le digo, algo nerviosa.

–Sobre todo, tranquila. No pasa nada –me besa.

Se dirige a otra parte de la casa, concretamente en la planta baja. La verdad es que me tiene muy intrigada. ¿Qué será?
Escucho de nuevo sus firmes y decididos pasos de gladiadora espartana subiendo las escaleras, sus pies con las chanclas negras de cuero y plataforma que he besado, lamido y relamido y me he quedado hasta con ganas de más. A cada paso suyo más cercano, mis latidos se aceleran más y más. Ya llega de nuevo a su cuarto.

–Ya puedes girarte, cariño.

Me volteo. Alucinada me quedo. Lleva un aparato de estos en forma de arnés bien fijo a su grande cintura. Y bastante grande, por cierto.

–¡Guau!! –exclamo boquiabierta, sin saber bien qué decir. ¿Cómo habrá conseguido algo así?

–¿Sí? –me pregunta, con una tierna y pícara sonrisa, con las mejillas sonrojadas y las pupilas dilatadas.

–¡Claro que sí! –le respondo. Estoy que me muero de ganas de esto con una mujer como ella.

–¿Segura? –me pregunta seriamente.

–¡Segurísima!

Entonces, ella se sienta en la cama, me toma bien de la cintura, me da dos palmadas bien fuertes en cada nalga mirándome fogosamente, por lo que doy dos pequeños gritos, me baja lentamente las braguitas y me siento en su falda, de manera que alcance el aparato, que sintiéndolo ya en lo más profundo de mi ser, empiezo a cabalgarla. Empezamos despacio, con cuidado y muy poco a poco vamos acelerando el ritmo. Lo hacemos en todas las posturas posibles y por todas las estancias de la casa. Ella sentada o agachada y yo en su falda, ella tumbada y yo agachada encima, yo tumbada y ella agachada mientras rodeo sus hombros con mis piernas, ambas tumbadas de lado, ella de pie tomándome en brazos, ella detrás y yo delante estando ambas de pie, en la cama, en la pica del baño, en la escalera y en su respectiva barandilla, en el suelo, en una silla, en el sofá, contra la pared, en la mesa del comedor, en la encimera de la cocina, etc. Hacemos una vuelta por toda la casa, repitiendo lugares, posturas y todo. No dejamos de besarnos mientras hacemos el amor de esta manera y gimo como nunca antes con sus apasionados embestidas, cada vez más fuertes, rápidas e intensas aunque yendo siempre con cuidado. Me encanta como sus manazas agarran con fuerza, acarician y amasan mi cuerpo entero mientras hacemos el amor sin tregua. No deja de susurrarme al oído entre ardientes gemidos y rugidos lo hermosa que soy, lo buena que estoy, lo que la excito y lo lesbiana que la hago sentir. Tengo varios orgasmos y los siento apoderándose de mi cuerpo entero con demasiada intensidad. Es increíble lo satisfecha que me hace sentir y como me hace el amor, como me hace suya, al mismo nivel que podría hacerlo un hombre o, quien sabe, mejor todavía.

¿Gunilda HETERO? ¿Cómo que HETERO? Repito: ¡Y unos cojones como los del caballo de ESPARTERO! Sí, sí, muy hetero y tal pero menuda gladiadora alfa escondía. Más lesbiana que las lesbianas. Por ser su primera vez haciendo el amor de esta manera, es tremendo como me lo hace. Es como que no necesita haber tenido ninguna práctica ni experiencia, lo hace de manera instintiva.

Terminado el tórrido recorrido por toda la casa, nos encontramos de nuevo en su cuarto, en su cama, en la misma postura que hemos empezado, ella sentada y yo en su falda. Tengo mi último orgasmo cabalgándola y gimo más fuerte que nunca. Caigo rendida abrazada a ella y ambas nos tumbamos en la cama para tomar aire. No dejamos de besarnos. Me siento como si me hubieran partido por la mitad. Pero con mucho gusto.

Transcurridos unos minutos, se quita el aparato y nos abrazamos con fuerza, juntando más y más nuestros cuerpos. En un momento dado, se quita las bragas culotte y me lanza una ardiente mirada cómplice que yo, que hace ya un buen rato que tengo mis braguitas en el suelo, capto al momento. Ambas nos movemos de una manera que terminamos sentadas en la cama fuertemente abrazadas. Abrimos y cruzamos bien nuestras piernas, acercando más y más nuestras empapadas y desnudas intimidades, hasta estar completamente pegadas. Entonces, nos movemos con gran sensualidad, fuertemente abrazadas, acariciándonos el cabello, las mejillas y el cuello, besándonos sin casi respirar, con mi cabeza bien acomodada entre las tiernas almohadas de sus enormes tetas, que se las beso y se las succiono sin parar por encima y por debajo del top. Empezamos lentamente y nos movemos cada vez con mayor ímpetu, hasta que ambas nos deshacemos en un tremendo orgasmo al mismo tiempo, dejando las sábanas bien húmedas de nuestra pasión, deseo y amor.

Caemos rendidas, realmente exhaustas. Por ser mi primera vez en toda mi vida, ha sido demasiado intensa. Estamos tumbadas de lado, mirándonos a los ojos, acariciándonos el cabello y besándonos.

–Mi Clío... Mi hermosa Clío... Yo... Yo realmente siento cosas por ti. Yo te deseo, te quiero, te amo. Yo quiero estar contigo y te lo quiero demostrar día a día. Nunca antes había sentido por una mujer lo que por ti siento y todo lo que deseo es que confíes en mí, porque jamás se me pasaría por la cabeza jugar con tus sentimientos ni hacerte daño. Eres la persona más bella que he conocido en todos los sentidos, te mereces lo mejor de este mundo y de esta vida y yo estoy dispuesta a dártelo, a desvivirme por ello si hace falta. Estoy dispuesta a hacerte sentir amada de verdad.

–Gunilda... Llevo tiempo realmente enamorada de ti. A tu lado me siento diferente. Más sensible, más humana, más persona, más yo. Llegaste mi vida en el momento oportuno, cuando más lo necesitaba, cuando las circunstancias me ahogaban. Has estado a mi lado y me has cuidado en todo momento. Eres mi ángel de la guarda. Me has devuelto las ganas de vivir, de sonreír, de enamorarme sanamente y de verdad. Y esto... Esto no tiene ningún precio. Durante estas tres semanas sin vernos, he descubierto que mi vida no es la misma sin tu sonrisa, sin tu mirada de ojos cafés, sin tu cabellera castaña, sin tu dulce voz, sin tu aroma, sin el contacto de tus manos con las mías, sin tus abrazos, sin tus besos, sin tu cuerpo junto al mío, sin tu hermosura, sin tu sensualidad. Tu presencia, tu cercanía... Son como el mismo aire que respiro. Yo... Te deseo a reventar desde el primer momento que te vi, Gunilda. Eres la más hermosa, exterior e interiormente. Te amo con todas mis fuerzas.
Continuamos besándonos abrazadas.

–Conozco un precioso restaurante allí en el casco antiguo con unas magníficas vistas al mar y al anfiteatro. ¿Vamos a cenar? Yo te invito –me susurra muy tiernamente al oido.

–Perfecto, vamos. Aunque pienso que es mejor pagar mitad y mitad.

Me mira tiernamente regalándome su hermosa sonrisa.

–Descuida, amor. Invito yo –me susurra con gran ternura. Me besa la frente.

Ay, que enamorada estoy de ella. De veras.

Así pues, nos vestimos. Yo con mi vestido granate, mis sandalias negras de plataforma y mi chupa negra de cuero y ella unos pantalones tejanos, una blusa abotonada color turquesa y sus seductoras botas marrones de plataforma y tacón junto con la chupa marrón de cuero. Salimos de su casa, subimos a su coche, ella abriéndome la puerta y por momentos, mientras conduce, poniendo su manaza en mi muslo y yo la mía encima de la suya. Caminamos por la calle tomadas de la mano y cuando me sobresalto con el sonido de algún petardo, sé que ella está conmigo para abrazarme.

La verdad es que me encantan estos gestos de hacerme sentir segura, única. Y todavía más si vienen de una mujer.

Así pues, nos dirigimos al restaurante. Tal y como me ha dicho, es un lugar sencillo y precioso. La cena transcurre de fábula. Así es como tenemos lo que diríamos nuestra primera cita romántica.

Con el transcurso de los días, hablamos y nos vemos con mucha frecuencia, mis viajes a su ciudad se tornan más habituales y aprovechamos bien cada instante juntas. Está más que claro que nuestro vínculo especial ha dado paso a algo romántico, un sentimiento verdadero, de los que pocos quedan ya.

FIN
 
  • Love
Reactions: k66
Arriba Pie