Guadalupe, el secreto de la oficina.

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Feb 5, 2025
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Memo, recién contratado en la ambiciosa agencia inmobiliaria Mojol, se sentía con una suerte descomunal. Su jefe, Rogelio, un tipo duro y directo, parecía un volcán a punto de explotar, y Guadalupe, su exuberante esposa, la encargada de la imagen de la oficina, era una bomba de relojería con un cuerpo de infarto. La pequeña oficina, con sus mesas destartaladas y una cafetera que echaba humo a todas horas, palpitaba con la energía del café recién hecho, el aroma a ambición y la promesa de comisiones gordísimas. Memo, siempre impecable, cumplía con las expectativas de Rogelio, luciendo camisa planchada y zapatos relucientes. Pero un secreto compartía con Guadalupe: una pasión desatada que se desbordaba cada vez que Rogelio se alejaba de la oficina.

Sus encuentros furtivos eran salvajes, un torbellino de deseo que los consumía. La sensualidad de Guadalupe, su cuerpo de infarto, su culo redondo y carnoso, su mirada penetrante que prometía sexo desenfrenado, volvían loco a Memo. Sus tetas perfectas, la forma en que desabrochaba su blusa lentamente, revelando su piel aterciopelada, eran una tortura deliciosa. Ella, la "chica mala" de la oficina, se entregaba sin reservas, consciente de que caminaba sobre una cuerda floja, disfrutando del peligro de su juego clandestino.

Sus encuentros rara vez eran discretos. Una vez, sobre el mostrador de la cocina, salpicados por las gotas del grifo chorreando, el olor a café molido mezclándose con el perfume de su sudor y los jadeos entrecortados. Otra, en el suelo de la sala de reuniones, envueltos en la oscuridad, interrumpidos solo por el tic tac del reloj colgado en la pared, marcando cada segundo de su ardiente encuentro. El ritmo frenético de sus cuerpos, la búsqueda insaciable de placer, la mezcla del miedo y la excitación, hacían cada encuentro único, una experiencia visceral, inolvidable.

Un día, durante una reunión importante de Rogelio con un cliente potencial, un tipo gordo y arrogante con un maletín de piel de cocodrilo, la pasión entre Memo y Guadalupe estalló con más fuerza que nunca. Rogelio, había salido temprano, prometiendo una cena de celebración si cerraba el trato. En la oficina vacía, el silencio roto solo por el zumbido del aire acondicionado, sus cuerpos se unieron en un frenesí de sexo. La oficina se convirtió en su escenario personal, la mesa, una plataforma improvisada para su ardiente encuentro. Sus jadeos y gemidos llenaron el espacio, sus manos explorando cada centímetro de sus cuerpos, la yuxtaposición de la pulcritud de la oficina y su salvajismo se contrastaban de forma obscena y excitante. La suavidad de la camisa de Memo contra la piel de Guadalupe, la textura de sus bragas de encaje, el aroma de su perfume... cada detalle se convirtió en parte de su ritual erótico, una danza sensual interrumpida sólo por sus respiraciones aceleradas.

El teléfono sonó, interrumpiendo su frenesí. Un sonido discordante que los sacó bruscamente de su trance, dejando tras de sí un rastro de sudor, deseo y la promesa de más. Con la adrenalina del sexo reciente, Memo enfrentó el día, la imagen de Guadalupe, su coño caliente y su cuerpo desnudo, grabada en su mente, una obsesión que lo empujaba a trabajar con más ahínco. Cada visita a una propiedad era una experiencia, una oportunidad, una distracción. Chaqueó con señores de avanzada edad, con mujeres sofisticadas, con parejas jóvenes buscando su primer hogar, a todos les mostraba casas de ensueño, chalets con piscinas infinitas, apartamentos en pleno centro. Él lo hacía todo con energía, vendiendo sueños de vivienda, mientras su mente estaba llena de la realidad de la pasión prohibida.

La noche prometía más. La tensión sexual era palpable en la oficina vacia. Rogelio estaba cenando con ese hombre gordo, el del maletín. Memo sabía que Guadalupe lo estaría esperando. El tiempo se estiró, un chicle que masticaban mientras se acercaba la liberación. Cuando finalmente el teléfono de Rogelio anunció la culminación del encuentro de negocios hubo una silenciosa comunicación entre Memo y Guadalupe, una mirada que prometió un encuentro aún más desenfrenado que los anteriores. En la penumbra de la sala de archivos, envueltos por unas cajas polvorientas, su pasión regresó. El crujir de una caja de cartón barata se mezclaba con sus jadeos y gemidos. Memo la folló con fuerza, su verga entrando y saliendo de su coño mojado, mientras ella se aferraba a él, gritando de placer, el sabor del deseo en sus labios, la caricia de sus cuerpos, creando una sinfonía de sensaciones que iban desde el vértigo al éxtasis.

Pero esta vez, la intensidad fue mayor, más desesperada, como si supieran que la aventura estaba a punto de terminar. El silencio entre gemidos se llenó de besos húmedos y salvajes, las manos explorando cada curva, cada recoveco. El contacto intenso de sus cuerpos creó una corriente eléctrica que recorría sus venas, una espiral insaciable que los atrapó en el torbellino del deseo, una y otra vez.

De pronto, la tranquilidad de la oficina se vio rota por el sonido metálico de una llave en la puerta. Rogelio llegaba antes de lo esperado. Los encuentros entre Memo y Guadalupe siempre habían estado llenos de peligro, pero esta vez, la adrenalina se intensificó hasta un punto de ebullición. La puerta del despacho se abrió mostrando la frustración y la incomprensión en la cara de Rogelio quien atónito observó a su esposa y a su empleado en una escena de alto voltaje erótico. "¿Qué mierda...?" masculló Rogelio, su rostro congestionado por la ira. La aventura alocada de Memo en Mojol estaba a punto de terminar de manera abrupta, y ambos lo sabían.
 
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