Follé a una Hija y a su Madre

heranlu

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Normalmente, en el AVE viajaba en Business porque lo pagaba la empresa y era más cómodo si quería ir trabajando. Como se habían agotado los billetes en esa clase, pude elegir uno de esos asientos de cuatro con mesita, que permitía sacar el portátil sobre ella. Frente a mí una señora de unos cuarenta y tantos muy agradable y una sonrisa que iluminaba el espacio. Junto a ella, la que debía ser su hija, de unos veintipocos años, muy mona, pero a diferencia de ésta, una expresión seria, que cada vez que hablaba con la que suponía su madre, le dirigía frases cortantes y secas a las que la mujer adulta, mirándome a mí como pidiéndome disculpas en su nombre, sonreía sin palabras un ¡qué remedio!

Cuando el tren paró en Cuenca, decidí ir a la cafetería a tomar un café. Otra de las razones por las que me gustaba ir en Business, es que no tenías que ir a cafetería, la cafetería venía a ti. En un tren, llegar al coche restaurante es un ejercicio de equilibrio adaptándote al movimiento pendular de los coches.

Mientras esperaba mi turno, entró en el coche de la cafetería la señora que se sentaba frente a mí en mi vagón y al reconocerme, me sonrió. Yo le devolví la sonrisa. Mi subconsciente se activó. Hembra preciosa a la vista.

—Pase si quiere delante de mí, no tengo prisa —la saludé.

—Gracias, yo tampoco, he venido a descansar un ratito de mi hija —dijo con una sonrisa que le salía por las mejillas de la cara—. Se ha enfadado con su pareja y se pone insoportable.

¿Tengo imán o es que este tipo de mujer es más sociable que las chicas de mi edad? ¿Habría sido igual con su hija? Quizás no. Aunque bien pensado tuve suerte, la madre parecía más simpática. Y yo necesitaba rodearme solo de buenas sensaciones.

—¿Y vas a Alicante? — continuó la conversación.

—No. Voy a San Juan. Tenemos casa allí.

—¡Anda, nosotras vamos a Campello! Compramos la casita allí hace más de veinte años. En la zona de Rincón de la Zofra, donde acaba Muchamiel y empieza El Campello ¿lo conoces?

—Sí, cuando salgo a correr, paso por allí.

La miraba y la encontraba atractiva, aunque perfectamente camuflada para viajar, sin pintar, con unos vaqueros y una camiseta de marca, ceñida, realzando un pecho firme. No era muy alta, media melena tirando a rubio ¿Qué tenía aquella sonrisa que me llamaba tanto la atención? Unos dientes blanquísimos que mostraba al sonreír. Era una mujer tremendamente natural y agradable. No llevaba anillo. Aunque hoy día eso no es definitivo.

—¿Separada?

Ella se miró instintivamente la marca que el anillo había dejado en el dedo anular y levantando la cabeza, con una sonrisa forzada respondió.

—Sí, éste es el primer verano sola. Nos separamos en octubre. Por eso venimos en tren, a mí no me gusta hacer tantos Kms conduciendo y a Marta le quitaron los puntos del carnet, hace unos meses.

—¿Marta es esa fiera que viaja contigo?

—Si

—Me llamo Alejandro, un placer.

—Yo soy Silvia Rivas, encantada. No suelo iniciar conversación con alguien que no conozco, pero me resultas agradable. Espero que no pienses…

Le quité importancia explicándole que estaba acostumbrado a conocer gente de todo tipo por mi trabajo, y generalmente en las obras la mayoría de la gente era mayor. Ella llevaba desde la separación fuera de ambientes sociales. Solo la familia y alguna amiga. Pero yo inconscientemente había puesto mi radar a funcionar.

—Pues el verano a cambiar el chip y a salir de marcha ¿no?

—Bueno aquí mis conocidos son todos parejas, y Marta desaparece con sus amigos.

—Apúntate con ella, seguro que no desentonas. Podrías pasar por su hermana mayor.

—Ella estará solo tres días, está de becaria en Madrid, y tiene que regresar.

Por megafonía anunciaron la llegada a Albacete. Al llegar a nuestros asientos, Marta me miró extrañada, como preguntándose quién es este tipo que viene con mi madre.

— Te presento a Alejandro, nuestro compañero de asiento, nos encontramos en la cafetería y hemos estado charlando.

—¿Eres muy joven no?

—Bueno algo más joven que Silvia y algo menos joven que tú. Con el carácter que se te nota, pensé que debía ganarme primero a tu madre, si quería llegar a tí.

—A mi me da igual lo que diga ella. No era necesario.

—Ya me ha dicho que vais a Campello, yo estoy en San Juan.

Poco a poco conseguí apaciguar a la fiera, que creo que me reprochaba que le quitara tanto tiempo a Silvia. Al llegar a Alicante les ayudé con sus maletas. Se notaba que eran mujeres, ellas llevaban tres maletones increíbles y yo una maleta de las que admiten en cabina de un avión.

—¿Os vienen a recoger?

—No, cogeremos un taxi.

—Esperad, le pido a mi hermana que os acerquemos.

Lina se retrasó unos minutos, por el tráfico. Es mi hermana menor, tiene veinticinco años, tres menos que yo. Marta se sentó delante con ella, y se les notó inmediatamente que conectaron. En el trayecto fuimos comentando sobre la zona donde se bañaban, restaurantes, sitios de Alicante capital. Conocían la zona de la catedral, pero no la del teatro que estaba muy de moda. Marta habló más en ese trayecto, con Lina, que, en todo el viaje desde Madrid, y Silvia y yo nos reíamos de su efusividad. Sin darnos cuenta habíamos llegado. Era una vivienda con vistas al mar, en un edificio de cuatro alturas, de diseño algo antiguo de hacía treinta años.

Antes de alejarse, me dijo si me apetecía apuntar su teléfono para devolvernos una invitación por el favor del taxi.

—Claro…dime… te hago una llamada perdida y así tendrás el mío ¿ok? Así podré llamarte algún día si te apetece unirte al grupo de los jóvenes o enviarte algún wasap. —Mantenía un duelo interno, me encantaba la hija, pero la madre estaba buenísima también. Llevaba en mí el veneno sembrado en mis venas por la fantasía de la mujer madura.

Cuando arrancamos, a mi hermana le faltó tiempo…

—No paras Alejandro, ni en el tren. Es muy simpática esa chica. Y su madre muy agradable.

—Cotilla, veníamos juntos en el tren, nada más.

—Me prometiste que este verano me ibas a dedicar tiempo. Tenemos que salir de marcha.

Mi madre me aguardaba con el cariño de madre, no necesitaba que le dedicara todo el tiempo, pero después de este año tan loco aislados, si necesitaba verme, abrazarme, y sentirme. Salimos a cenar los tres, encantados de compartir unos días, que, desde hacía años, eran escasos. Este iba a ser el primero que no viajara al extranjero. Cuando nos retiramos, Lina me propuso ir a tomar una copa al Texaco, que, a esa hora, estaría a tope de ambiente. Me juró que solo sería una. Al llegar al pub, como se conocía a todo San Juan, se acercó a un grupo de amigas y me las presentó. De repente, en otro grupo, reconocí a Marta, super arreglada y pintada.

—Hola Marta. Acabas de cumplir cinco años más de los que tenías en el tren.

—No querrás que viaje así. Podías haber llamado a mi madre para salir, le caíste genial.

—Suele pasarme, caigo bien a las mamis y pasan de mí las hijas.

—No tengas cuento que ni te habías fijado en mí, y estabas encantado con ella.

—Solo pretendí liberarla de tus garras un ratito — le respondí entre risas.

Se acercó Lina, que se alegró de volver a verla, y le presentó a sus amigas, todas monísimas, y muy bailonas. Me sentía feliz, llevaba dos años sin pareja y me encontraba como pez en el agua en ese tiovivo de chicas.

De repente oí el sonido de mi wasap.

—WS – Te has integrado rápido en la noche alicantina, vigílame a Marta.

—WS - Jaja, como funcionan tus espías ¿Ella tiene también orden de vigilarme?

—WS - No, simplemente le resultó curioso encontrarte. Además, tú has venido a pasarlo bien.

—WS – Tu encajarías aquí como otra jovencita. Si vienes, ya tienes pareja.

Pasaron unos segundos en silencio.

—WS - Buenas noches payaso.

Pensé al ver ese ambiente, que me había perdido los últimos años. Una de las amigas de Marta, mostró interés en mí, y yo me dejé querer. Bailábamos, tonteábamos, hasta que en un momento llegó Marta a rescatarme.

—Me parece muy feo que quieras ligar con mi amiga, estando yo aquí —rió.

—Porque pasas de mí.

—Es posible que no te haya valorado, pero rectificar es de sabios.

Y en ese momento apareció una Marta nueva, divertida, sensual, transformada. Lina se reía, mientras un tío del grupo la perseguía a ella

Tocaba marcharse, y Marta me hizo prometerle que la llamaría. Le apetecía ir a cenar a Alicante.

—Tengo que aprovechar el fin de semana.

Le pedí el Audi 5 a mi madre. La recogí a las ocho, apareciendo como un bomboncito. Una falda cortísima, un top que quitaba el hipo y unos zapatos de tacón acorchado, que proyectaban su escaso uno sesenta y cinco al menos diez centímetros más. Fuimos a Alicante capital, donde ella apenas frecuentaba, y le habían hablado de sitios estupendos.

Tomamos una cerveza primero, que sirviera para ir cogiendo confianza. Nuestra relación había sido un poco artificial, primero alrededor de su madre, luego compitiendo por si le hacía o dejaba de hacer caso a una amiga. Esa tarde era nuestra, cara a cara.

—Me alegro de haber quedado contigo. ¿Y tú? —me dijo.

—No me ha obligado nadie a venir. Me gustas, solo que me desconciertas un poco.

—Suele ocurrirme. A veces me comporto como una gilipoyas. Lo siento.

—No pasa nada. Ahora estás perfecta. Y has venido guapísima.

—Quería gustarte. Mi madre me ha preguntado con quién salía tan arreglada. Le caíste muy bien.

—Y ella a mí. Está pasando una etapa de confusión.

–Sale con un tío en Madrid, que es un cantamañanas. Ojalá conozca alguien aquí que le haga olvidarlo.

La llevé a cenar a un sitio de cierto nivel.

—Mis amigos no vienen a estos sitios. Es guay.

—Yo tampoco tengo amigas como tú. Eres guay —reí.

No se parecía en nada esa Marta a la Marta de los días anteriores. Natural, divertida, sincera, y, por primera vez, la intuí miedosa.

Mientras tomábamos una copa, me contó que se había enfadado con su novio, que la frenaba mucho en lugar de apoyarla.

—Me apetece follar contigo. Sin plantearnos nada más. No sé que haré la semana que viene. Pero me gustaste desde el tren.

Joder, no estaba acostumbrado a que me lo planteasen así, claro que me apetecía follármela, pero debería haber esperado a que la besara, a que nos tocáramos y entonces yo se lo habría propuesto.

Nos montamos en el coche. Empezamos a comernos la boca. Tenía sus tetas al alcance de las mías, solo bajándole el top. Nos dirigimos a una zona que hay en San Juan, alrededor del campo de golf, a resguardo de miradas, donde no llegaba la luz de las farolas de la urbanización, y adonde iban algunos mataos como nosotros que no tenían una cama donde echar un polvo.

Me acordé de aquel chiste. Un chico le preguntó a su amiga porqué se llamaba Rosa. «Mi papá me concibió, durante una fiesta, en un jardín de rosas». Entonces pensó, que suerte de no ser su hermano, según le contó su padre, le habrían llamado Seat. Ojalá esta niña tomara la píldora. No me veía preparado para tener un BMWcito.

La niña estaba para comérsela cruda. Se despojó de su top, antes de que echara el freno de mano. Cuando saqué la llave de contacto ya tenía la faldita en el suelo. Joder no me di cuenta al conocerla lo buena que estaba. Sus tetitas, sin ser enormes eran redondas, y muy duras. Era un «bocati de cardenali», que estaba pidiéndome ayuda.

Abatimos su asiento, con esfuerzo, por la falta de costumbre, alegrándome de que mi madre tuviera un BMW amplio en vez de un Simca 1000. Cuando quise hacerle un misionero, se giró, tomó las riendas, y fue transformando su cara de princesita en malévola.

—Mmm tenía ganas de que me follaras cabronazo.

¿Si tenía ganas de que la follara, porque no me dejaba hacerlo? Aún así, no estaba el asunto para hacerle ascos, la cabrona parecía una contorsionista, se movía en todas direcciones, sus tetas a las que por su tamaño no podía asirme, si podía acariciarlas, y mordisquearlas. Su cintura, a la que me cogí con las dos manos, no pasaría de una treinta y seis.

Puso a prueba los amortiguadores del coche, porque su movimiento sobre mí, habría balanceado cualquier otro vehículo más pequeño. Sus menudas tetas seguían su acelerado ritmo, pegadas al cuerpo, sin oscilar como hacían la mayoría de las tetas. Quería liquidarme rápido, y si no lo quería, lo iba a conseguir. Corté su ritmo.

—Sooo, quieta pequeña.

—Déjame, no me cortes.

—Relájate, no tenemos prisa. Tenemos que acoplarnos.

—¿No te gusta cómo follo?

—Me gusta demasiado. Por eso quiero disfrutarte —Mientras le hablaba, apretaba su clítoris, que estaba casi en superficie, no tenía un gramo de grasa.

—Mmm ahí me gusta, sigue —parecía aceptar mi método.

Con la fierecilla domada, fui imponiendo mi ritmo, menos acelerado, pero constante. El acoplamiento ahora funcionaba genial. Seguía mi ritmo, y su estrecha vagina, se acopló a mi polla como una ventosa, succionándola, sin dejarla desfallecer. La tenía ya donde quería, ahora nena, iba a darte polla.

No sabía si nunca se la habían follado así, imponiéndole el ritmo, pero demostró disfrutar. Podría haberle enchufado su garganta al USB del coche, y haber escuchado sus gemidos a través de la quadrofenía de los altavoces. Conseguí que se derrumbara sobre mí, antes de que yo soltara el freno de mano, y me dejara ir. Iba a echar de menos a este piboncito joven.

Le ofrecí llevarla a la estación. Repasé muy bien el coche, no quería que mi madre se encontrara un tanga o braguitas por el suelo, ni los asientos en posición diferente.

Cuando pasé a recogerla, una hora antes de la hora de salida del tren, se apuntó Silvia.

—Es un detalle por tu parte. Se ahorra una pasta del taxi.

—Cuando os trajimos, contratasteis servicio de ida y vuelta. Si estoy aquí cuando te marches tú, también te llevaré.

Nos despedimos de forma controlada ante la presencia de su madre.

—Lo he pasado muy bien —le dije sincero.

—Y yo, espero verte a la vuelta —Y al oído, cuando me dio un abrazo, me dijo—. A mi madre le gustas. Ella no lo sabe, pero está deseando que te la folles.

Su sonrisa angelical al decirnos adiós a los dos, no reflejaba la carga de profundidad que me había soltado antes de irse.

Antes de regresar la invité a un café en la explanada de Alicante,

—Al final te has hecho amigo de Marta.

—Coincidió que nos encontramos por la noche. Es más agradable de lo que demostró en el tren.

—Ella es así. Decide con quién serlo y con quién no. A veces es muy adulta, y otras una cría.

A mí debió salirme la Marta adulta, porque follaba divinamente.

—Quedamos en que tú deberías salir también. Apúntate esta noche, vente al Texaco, estará mi hermana, y también amigas de tu hija.

—Me pilla mayor, gracias de todas formas.

Al dejarla en su casa dudé de si debía insistir más. ¿La última frase de Marta era un reto, o una vacilada?

Esa noche salí con Lina, como hacíamos habitualmente. Mientras reía, bebía y ligaba con sus amigas y las de Marta, escaneando si habría alguna candidata a sustituir a Marta, apareció Silvia, guapísima, con un top verde manzana colgando de dos cordones finos y falda media pierna ajustada con alpargata verde oscura de plataforma. Me saludó con una sonrisa amplia y dos besos. Lina contempló la escena muerta de risa.

—¡Qué sorpresa! —exclamó mi hermana.

—¿Interrumpo alguna conquista? —se dirigió a mí.

—La única conquista que me interesa acaba de llegar —dije de manera espontánea

—¡Qué mono eres! —respondió Silvia sintiéndose aludida, y trató de justificar su presencia—. He hablado con Marta y me ha animado a salir. No quiere que me quede en casa ni una noche, y me apetecía conocer este ambiente —continuó mirándome de forma especial.

Saludó a algunas amigas de Marta y la recibieron como si fuera una colega de la universidad, Lina le presentó al resto.

—No me había parecido tan atractiva el día del tren ¡Está guapísima! —exclamó Tina a mi oído. Por un lado, me halagó, pero por otro me jodía. ¿Me la estaba adjudicando?

—Anda Silvia, ven —la invitó Lina, a unirse a bailar con sus amigos, de los que ninguno pasaría de veinticinco años.

—No te preocupes por mí —le dije sonriente, que seguía impactado al verla

En unos minutos regresó, a mi lado. Para eso era mi pareja ¿no?

—Los amigos de Marta están murmurando, estoy debutando en la noche a lo grande, con un chico como tú.

—¿Quieres que nos escapamos?

Le apetecía ir a pasear por la orilla de la playa. El olor a mar y el reflejo de la luna sobre su cara la hacía iluminar el horizonte. Nos dimos la mano que nos quedaba libre.

—Los barcos te van a tomar como un faro y se van a guiar por tu luz. Estás guapísima.

—Debe ser que la alegría, me sale por los poros de la piel. Me alegro de haber venido.

Mantuvimos una conversación divertida, e insinuante en algunos momentos. Cuando regresamos a buscar a Lina y sus amigos, ya se habían marchado a otro lugar. La llevé a su casa, y en la puerta, nos quedamos parados, nos miramos, sonreímos y la besé. Primero con timidez, luego con todo. Con labios, con lengua, con las manos. Ella no abrió sus ojos hasta unos segundos después de retirar mi boca de la suya.

La ligereza de su top facilitó que metiera mis manos entre sus tirantes, acariciando la sedosa piel de su pecho.

—Nunca me voy a la cama la primera noche, lo siento —le dije vacilándola.

—¿Ni aunque te lo suplicara? —sonrió.

—Bueno, si fuera por hacer un bien mayor, vale.

Su carcajada fue el anuncio de que me la iba a follar, antes de que regresara a Madrid. Daba igual si era en veinticuatro horas o cuarenta y ocho. Pero tampoco más. ¿Tendría que ponerle un wasap a Marta para confirmar, prueba superada?

Al día siguiente, me levanté sobre las nueve sin hacer ruido, me puse unas zapatillas de correr, cogí dinero que me llegara a pagar un desayuno en la playa. A esa hora, ya había muchas personas caminando y corriendo por la arena dura de la playa, con las olas del Mediterráneo aún calmadas, espectadoras pasivas de tanta actividad. Correr no solo a nivel del mar, sino literalmente sobre la arena del mar, era un placer. Instintivamente me dirigí hacia Muchamiel y Campello, la zona donde vivía Silvia. Le puse un mensaje

WS - Corredor extenuado se tomaría un desayuno reconstituyente.

Las dos rayitas se pusieron en azul.

WS - Aquí control de avituallamiento. Estoy tomando mi desayuno en la terraza. Hay café y tostadas. Pero no respondo de control antidoping. Estás invitado. Te mando ubicación.

—Estaba a diez minutos corriendo. Me recibió con una sencilla camiseta larga por encima del bikini. Unas chanclas de dedo, y unas gafas de sol recogiéndole el pelo. Sencilla, pero atractiva. Sin una señal de pinturas ni maquillajes.

—El olor del café te ha acelerado. Me alegro porque no me gusta desayunar sola y Marta no creo que aparezca antes de la hora de comer. Llego mucho después que yo.

Me tomé un café a la vez que se ponía ella otro. La acompañé después a la playa en su caminata. Hicimos el mismo recorrido inverso que yo había hecho. Aprovechamos para hablar sobre esos días de descanso, lo preocupada que estaba con Marta, que desde que se habían separado, su carácter se hizo más rebelde. Anoche fue la primera vez que salían como amigas.

Se nos iba pasando el tiempo volando. Cuando el sol apretó la invité a bañarnos. Al acercarnos a la orilla, se despojó de la camiseta y del pantalón, quedando su cuerpo vestido con tan solo un bikini que le sentaba perfecto. No aparentaba vestida el cuerpazo que tenía. Su pecho, que no era grande, parecía firme. Su cintura era poco más que la de su hija, no pasaría de una 36 - 38 y su culito alto y redondo. Se quitó las zapatillas y se acercó a la orilla y seguimos caminando mojándose los pies. Yo me quité también mi camiseta y las zapatillas y me quedé con un pantalón sport, que podía parecer un bañador

—¿Se puede saber que miras tanto? ¿No has visto nunca a una mujer en bikini?

—A una mujer sí. A una tan sexy pocas veces.

—Anda ya zalamero. Vamos a bañarnos.

El agua estaba fría, entramos corriendo y nos zambullimos inmediatamente. Al salir a la superficie se recogió el pelo hacia atrás y dejó su cara limpia. Cada vez que la miraba la veía más atractiva. Vino hacia mí y trató de hacerme una aguadilla. Yo le cogí las manos, nuestras bocas quedaron a escasos centímetros. La besé sin pedirle permiso, conteniéndome de no comerme esas tetas tan bonitas que lucía, húmedas y saltarinas. Tras reaccionar de su sorpresa, me hundió en el mar.

La invité a tomar otro café en uno de los chiringuitos de la playa. Le faltaba coger un poco más de colorcito en la piel. Podría ser la hermana mayor de Marta. Volvimos caminando riendo hasta su playa.

—Gracias por el paseo Alejandro, ha sido un rato genial, no tengo muchas ocasiones de disfrutar así.

Era un caramelo que no quería perderme. Yo iba a regresar en breve a Madrid y la invité a cenar.

Tenía comida familiar, me habría gustado invitarla y compartir una siesta. Quedamos para cenar.

Si solía estar atractiva, apareció de escándalo. El retraso que me había pedido lo necesitaba para ir a la peluquería. Pero la cintura que dejaba al aire el top negro sin tirantes no era de peluquería. Y ese pantalón ajustado negro marcando un culo alto, con remates blancos en las patas, minimizaban el detalle de la edad.

—Eres un espectáculo —la dije al recibirla.

—Exagerado, me he arreglado un poquito. Tú no necesitas adornarte lo que yo.

Se había arreglado para matar o ser matada. No venía de incógnito. Las miradas y las sonrisas fáciles reflejaban una sensación inequívoca de estar a gusto. La brisa del mar que llegaba hasta el agradable jardín del Mauro, invitaba a las confidencias. El lugar, muy conocido en la zona, había sido un acierto. Se podía cenar, o ir al final a tomar una copa.

Comenzó a confesarse en serio. Había empezado a salir con un señor unos meses atrás, pero sabía en su interior que era simplemente una forma de pasar el tiempo. Llevaba mucho tiempo sin sentir placer por la compañía de un hombre como la que sintió anoche, o durante el paseo por la playa.

—Me alegro de estar aquí, asumiendo lo que implica. Hace dos meses empecé a salir con un señor en Madrid, pero puedo decirte que he sentido más contigo en un día, que con él en todo este tiempo.

—Yo también me siento muy bien. Y recuerda que nunca me acuesto en la primera salida. Hoy es la segunda ...

—Cuando me dijiste que me ibas a follar, me descolocaste. No estoy acostumbrada a ese lenguaje, ni a que alguien me vea así. Pero no tienes ni treinta años, no puedo pedirte que pienses como yo. Anoche en la cama cerré los ojos pensando en ti. Salíamos a cenar, como una pareja, te sentías bien conmigo, nos reíamos, y al dejarme en casa, te decía que subieras, una locura, a mi edad. ¿Te gusto de verdad?

—Me resultaste muy agradable, desde el primer día. En la playa hoy te he visto espectacular, no aparentas vestida el cuerpazo que tienes.

—No necesito promesas, solo quiero estar segura, que, si me follas, sea porque te gusto como mujer, no por hacerle un favor a una mamá.

En este caso sería a una mamá concreta, la mamá de Marta ¿Qué habrían hablado entre ellas?

—No tengo problemas para echar un polvo. Si follamos hoy será porque me atraes más que todas las amigas de Lina o de Marta —Aunque era cierto, dejé fuera a Marta. No le mentí

—Debo aprender a aprovechar cada oportunidad que la vida me regale. Solo me da un cierto miedo tu edad

—No voy a caer en tópicos, cada persona debe decidir qué o quién le atrae. Yo me fijo en quién, no pido ni DNI ni profesión.

—Y tampoco he terminado con Luis todavía.

—El concepto de fidelidad, es muy personal.

Cuando acabamos, el sitio se había llenado demasiado. Decidimos volver al paseo a la orilla del mar, a repetir el ritual de quitarse los zapatos, y el de darme la mano. Que sencillo era ser feliz. La luna, el mar y una persona maravillosa al lado.

—Por lo que he visto eres un chico posicionado, educado y con clase. Y lo de atractivo salta a la vista ¿Por qué estás aquí conmigo en lugar de con una de las amigas de Lina o de Marta?

—Estoy aquí porque me encantas.

—No quiero ser solo un polvo fácil.

—No vas a ser solo un polvo. Ni espero que me lo pongas fácil. Pero los dos sabemos que con ayuda de las estrellas, o sin ella, esta noche te voy a follar.

Mandó sus labios de avanzadilla para chequear el terreno y descubrió que podía ser mucho más que un polvo fácil. Debió suponer que me había ofrecido poca recompensa esa noche. En una zona apartada de la playa, medio escondidos tras la cobertura de madera de un chiringuito de día, cerrado, se bajó el top dejando sus pechos al aire, a orillas del mar, bajo una luna poco luminosa, donde se los besé como si estuviera saboreando caviar. Su cintura estaba firme y a pesar de lo ajustado del pantalón, pude introducir mi mano y meterle dos deditos por el interior de su tanga, arrancando un gemido.

Si no hubiera sabido que podíamos disfrutar más en su casa, me la habría follado allí mismo, pero los polvos en la playa, tienen más leyenda que placer. Cuando subimos de nuevo al paseo, la invité a tomar un helado.

—Vengo de una etapa sin dulces ni helados. ¿Nos vamos a mi casa y me lo das allí? —susurró cogiéndome del cuello, al oído—. Marta sabe que cenaba contigo. Me ha puesto un mensaje de que no me lo piense.

—Le debo una a Marta.

¿Qué plan había trazado la niña? ¿Me usó a mí para comprobar si era digno de su madre? Tampoco me preocupaba si me había usado, disfruté con ella, como me proponía hacer con su madre. Entramos directamente a su dormitorio. Una tenue luz de una farola del paseo nos iluminaba e hizo innecesario encender la de dentro.

—Quiero disfrutar cada minuto de esta noche, sin que aparezca ninguna sombre de duda.

Fui desnudándola despacio. Que diferente de su hija, parecía ella la niña. A cada prenda, un suspiro de ella y un beso mío. Le pedí que me desnudara y a la vez que me iba quitando la ropa, le reclamaba sus besos por buen comportamiento. Al quitarle el sujetador, su suspiro se hizo más largo. Como lo fueron mis besos sobre sus pechos apuntando hacia mí. Nos tumbamos encima de su lecho.

Me miró sonriente y extrañada. Abrió sus brazos, me abrazó y al oído me dijo que ya no tenía dudas, que era mía por entero. En unos minutos se produjo la transformación más brutal que había visto. La Silvia modosita del tren, era ahora una fiera.

—Dame ese helado que me ofreciste —dijo saboreando mi cucurucho como el helado que no nos habíamos tomado, con la intención de repelar todo sin que se derramara ni una gota del mismo antes de que empezara a derretirse. Tuve que pararla, conozco muy bien mi límite y se estaba acercando. La tomé por la cintura, la subí sobre mí, la dejé preparada en la comisura de sus labios mayores y tiré de ella. Tuve que ir despacio, era de vagina estrecha y no teníamos prisa. Cuando ya la sentí totalmente dentro y lubricada, la animé.

—Ahora puedes ir trotando hasta que cojas tu ritmo.

Fue acelerándose, gritando, relinchando. La veía montándome, como esos jinetes de rodeo que se asían a la cincha peleando por no ser derribados. «Vamos Silvia, suelta bridas y galopa». El último grito que emitió acabó con todas sus fuerzas y se dejó caer a mi lado, empapada de sudor.

—Dios mío, ha sido espectacular. Uff —dijo con un hilo de voz— pero no pienses que me voy a conformar.

Con su coñito bien lubricado, su cuerpo cansado y su mente entregada comencé a moverme dentro de ella con ritmo cadencioso, sin acelerar aún, dejando que fuera de nuevo su cuerpo abriéndose al placer, como las gardenias se abren a la luz del sol. Llevaba años sin disfrutar, antes de separarse por sus problemas y después por sus dudas mentales. Esa noche destaponé de su cabeza miedos, prejuicios, educación.

—No dejes de follarme niñato.

—Esta noche es solo una toma de contacto. Ya tendremos tiempo de explorarte.

Su respiración la delataba. Era la señal que avisaba que el volcán empezaría a rugir. Hasta dos veces más rugió y se calmó, quedando abrazados con ese sabor a sal del mar bravo que ella había provocado, inundando la habitación de olor a hembra bien follada.

Salí de madrugada, en silencio. Cuando llegué a casa, procuré no hacer ruido. Pasé revista y ¡joder! No había nadie. Ni mi madre ni Lina. ¡Qué familia!

Me quedé con mono de Silvia. Nunca había salido con una mujer como ella, y me atraía poderosamente. Pensé en un plan que pudiera atraerle.

Quedamos en pasar la mañana en la playa, encargamos una sabrosísima paella con bogavante, en el chiringuito a quinientos metros de su casa.

—Me siento en el cielo. No había follado así en mi vida.

—Supongo que todo lo aprendido vale, y un día, sin saberlo, reaparece—Y dándole un piquito a plena luz, añadí—. A mí me encantaría follarte con el reflujo de la sangría cuando subamos.

—No me propongas eso, que nos saltamos la paella.

—Hay que saber disfrutar los momentos.

Estaba impaciente por entregar lo que lleva tanto tiempo reservando. Con su pareja de Madrid, practicaba poco sexo, bloqueada por su situación. Parecía que quería recuperar el tiempo perdido.

En el ascensor, apreté al segundo e inmediatamente de ponerse en marcha, lo paré. La cogí con mi mano desde atrás de su cabeza y la atraje dándonos un beso de pasión. Le bajé los tirantes del pareo. Le levanté el top del bikini. Acaricié con mis manos sus apretados pechos, mientras casi mordía mi lengua. Sin dejar de besarme pasó la mano por mi entrepierna y se encontró mi pene erecto aguardándola.

—Arranca esto y vamos a la cama. Quiero vivir la segunda parte de mi fantasía. Demuéstrame las ganas que tienes de follarme ...

Al cerrar la puerta del apartamento, como si nos hubieran dado cuerda, comenzamos de nuevo a comernos la boca. Nos descalzamos sin mirar, fue bajando mi bañador, deslizándolo hacia abajo. Yo le saqué el pareo por arriba, arranqué su top, y bajé sus braguitas en menos de lo que tardó ella.

Con una patada lancé mi bañador al aire, sin esperar a ver dónde caía, la empujé contra la pared. Ella me ayudó abrazando mi cintura con sus delgadas piernas. Mi polla buscaba su vagina impaciente.

—Fóllame, fóllame por favor, fóllame.

Iniciamos un movimiento sincronizado de caderas que nos subieron hasta el firmamento. Jadeaba de un modo como nunca oí a nadie, y acabó muy pronto, dejándose ir.

—¿Te has corrido? —le dije susurrando

—Si, Dios mío, que locura.

La llevé a la cama en brazos. Sin pedirle consentimiento, le di la vuelta, la puse de rodillas de espaldas y embistiéndola por detrás le hablé muy despacio en el oído.

—Prepárate, esto solo es el comienzo.

Estaba aprendiendo a controlar cada vez más el instante de llegar al punto de no retorno. Gemía y gemía, se fue otra vez… cerró los ojos y al abrirlos sonriendo, con una cara transformada me dijo

—Que bien sabes follar niño. Llévame al límite … no pares.

La vi disfrutar cada uno de sus orgasmos.

Yo deseaba rendirme ya, pero ver a una mujer disfrutar provocaba en mí un efecto viagra que prolongaba mi erección hasta que sentía que ella daba por concluida la partida.

Su facilidad en alcanzar la cima, me daba confianza y me aportaba energía, hasta que la oí gritar de nuevo corriéndose y definitivamente me dejé ir … explotando en un big bang, que rompió en mil pedazos su pasado, llenando de estrellas el firmamento de la habitación.

—¿Dormimos la siesta? —me sugirió.

Al despertar la encontré recién salida de la ducha, con el pelo mojado recogido en coleta, unas braguitas y su pecho desafiando la gravedad.

—Te voy a preparar una cenita y nos quedamos aquí.

—Me parece un plan perfecto.

—Después, me gustaría invitar a la luna, que fuera testigo de cómo me follas de nuevo.

Parecía que había dado a luz un monstruo, pero ¡qué magnífico monstruo!
 
Arriba Pie