Fiesta con mi Madre

heranlu

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Mamá y yo siempre hemos sido muy cercanos. Esa cercanía se acentuó cuando mi padre decidió empezar una nueva vida con su amante. Al principio, mi mamá se sintió herida. Luego, su dolor se convirtió en ira. Sin embargo, el divorcio que siguió fue bastante amistoso. Papá vendió su compañía consultora con rapidez y mamá recibió la mitad del dinero, lo que le permitió mantenerse financieramente estable para el resto de su vida. Durante esos primeros seis meses me quedé lo más cerca posible de ella para brindarle apoyo. Aunque parecía estar bien, todavía no quería dejarla sola.

Un año después de que papá se fuera, mamá me convenció para organizar una fiesta. No había salido mucho durante todo ese tiempo más que para ir a la escuela. Le parecía un despropósito, según me dijo, que un adolescente pasara todo el tiempo encerrado con una aburrida mujer de cuarenta y un años.

La fiesta se hizo en el amplio sótano de mi casa, que se había convertido en sala de recreación cuando era bebé. Invité a doce personas entre amigos y conocidos, seis varones y seis chicas. ¡Mi intención secreta era emparejar a mi mami con uno de los muchachos! Y es que todos los chicos que conocía en ese entonces pensaban que mamá era sexy, así que pensé que sería fácil conseguir que alguno se acostara con ella. Lo hacía porque intuía que lo necesitaba desesperadamente (la había oído masturbándose varias veces últimamente). El problema iba a ser "ordenar el tablero".

Alrededor de las once de esa noche, le pedí a un amigo, Tomás, que sugiriera que jugáramos un juego que descubrimos cuando íbamos al último año de primaria. Consistía en que los chicos escribían sus nombres en un trozo de papel y luego lo ponían en una gorra o una caja, luego las chicas sacaban un nombre y hacían pareja por el resto de la noche con el chico que les había tocado. Entonces, todas las parejas pasaban tiempo a solas. Nadie estaba obligado a tener sexo, por supuesto, pero sí debían permanecer solos en un lugar oscuro durante al menos una hora.

Mi mamá sacó el trozo de papel con mi nombre. Iba a dejarla sacar otro, pero me di cuenta de que no se sentía del todo cómoda con el juego, así que dejé las cosas como estaban. Como no tendríamos que hacer nada, sabía que ella se sentiría mejor si se quedaba conmigo. A juzgar por sus caras, mis amigos estaban un poco decepcionados por el resultado.

Las seis parejas abandonaron el sótano. Mamá y yo subimos a su habitación, donde suponía que ella querría estar (de esa manera, nadie usaría ese lugar para tener sexo). Dejamos las luces apagadas, nos acostamos a su cama y nos quedamos allí en silencio. La luz de una farola de la calle se filtraba por una de las ventanas, por lo que no estaba del todo oscuro. Pude ver a mamá acostada de costado, mirándome. Pensé, como tantas otras veces, lo hermosa que era. Apenas un poco rellenita, de largo pelo rubio, piel suave, labios delicados y piernas carnosas en su justa medida. Siempre pensé que podría ser la hermana mayor de la actriz porno Codi Vore. Llevaba una blusa corta, que ayudaba a acentuar sus pechos generosos y dejaba a la vista su vientre.

–¿Qué crees que están haciendo los demás? –dijo, rompiendo el silencio.

–¿Quién sabe? –respondí, encogiéndome de hombros.

–Probablemente están teniendo sexo –dijo en voz baja–. Eso es lo que deberías estar haciendo ahora en lugar de estar aquí conmigo. Esa chica, Juliana, te miró toda la noche. Apuesto a que deseaba estar contigo.

–Para ser honesto, todos los muchachos realmente desearían estar aquí contigo en este momento.

Me di cuenta de que mamá se estaba sonrojando por la forma en que bajó los ojos momentáneamente.

–Gracias, pero soy un poco mayor para ellos.

–Eres una mujer hermosa, mamá –dije sin pensar, y fue mi turno de avergonzarme–. Además, me gusta estar aquí contigo.

Para mi sorpresa, estar acostado a solas con mi madre en la oscuridad me estaba excitando. De repente, mi pito estaba duro, palpitante y tenso contra la tela de mis pantalones. Por primera vez en los dieciséis años que tenía en ese momento, encontré a mi madre apetecible. El problema era qué hacer a continuación. Sin duda, era muy riesgoso. Tenía mucho miedo de sobrepasar mis límites. Estábamos acostados de lado, uno frente al otro, y nos separaba poco menos de un metro. Entonces, con la mayor naturalidad de la que fui capaz, me acerqué hasta que no quedó mucho espacio entre nosotros. Mamá no dijo ni una palabra. Sólo unos pocos centímetros separaban nuestras caras y nos quedamos así, mirándonos fijamente, sin hablar.

Finalmente, reuní suficiente coraje para besarla. Apenas fue un ligero roce de mis labios contra los suyos, pero fue un shock. Ella no dijo nada y esto me animó a dar un paso más. Me sentí más nervioso que mi primera cita. Con cuidado puse una mano en su cadera y miré sus ojos. No sabía qué estaba pasando dentro de su cabeza, pero había un millón de abejas zumbando en la mía. Mi respiración era dificultosa y mi pulso era muy rápido. Nunca antes me había puesto tan nervioso. Nunca había sentido tanto deseo sexual como ahora. Pensé que explotaría. Llevé mis labios a los de ella nuevamente y los acaricié muy suavemente con la punta de mi lengua. Seguíamos mirándonos fijamente. Deslicé mi mano lentamente por su cadera hasta su pierna desnuda. La sensación de su piel suave era excitante. Me retiré un poco hacia atrás y nuestras caras quedaron a unos diez centímetros de distancia. Sus ojos azules estaban fijos en los míos y me parecían tan hermosos.

–¿No crees que deberías hacer esto con alguna de las otras chicas, Miguel? –preguntó en voz baja.

–No sacaron mi nombre –respondí con voz igual de suave.

–Aun así... Alguien de tu edad... –su suave voz se mezcló con algo que me di cuenta que era lujuria.

–¿Qué pasa si no quiero a nadie más?

La besé de nuevo. Esta vez, cuando deslicé mi lengua entre sus labios, seguí empujando. Ella dudó una fracción de segundo y luego aceptó mi lengua en su boca. Soy uno de esos a los que les gusta mirar a los ojos de mi amante mientras le doy un beso. Y fue gratificante descubrir que los ojos de mamá no se cerraban y los mantenía fijos en los míos. La besé suave y gentilmente al principio, para luego dar paso a un morreo bien guarro. Pensé, pasado un rato, que debía hacerle saber a mamá que estaba excitado. Rogué al cielo que ella correspondiera mi excitación. Me sentía con suerte: después de todo, ella estaba dándose un beso de lengua con su propio hijo. Di un salto de fe. Furtivamente, me bajé la cremallera de los pantalones, saqué mi verga y tomé su mano. Cuando puse su mano sobre mi gorda herramienta, ella no se movió. Luego, de repente, sus largos y sedosos dedos rodearon mi miembro y comenzaron a acariciarlo lentamente. Jadeé suavemente en su boca.

–¿Te gusta, mamá?

–Sí... Ha pasado tanto... ¡Oh, tanto tiempo!

–¿Vamos a fondo…?

–No debería... –jadeó–. ¡Pero es que necesito tanto una verga!

Moví mi mano hacia su culo y la acerqué con fuerza a mí. Nuestros labios y lenguas de repente se juntaron en un beso salvaje y apasionado mientras nuestros cuerpos se retorcían juntos. Presioné mi pito con fuerza contra su barriga y gemí en su boca abierta. Puse a mamá boca arriba y luego me arrodillé entre sus piernas abiertas. Tiré de sus bragas con excesivo ímpetu, y ella levantó los pies en el aire mientras se las quitaba. Separó las piernas. Su rostro se llenó de lujuria mientras miraba su velludo coño abierto. Fue magnífico. ¡Nunca había visto una cueva cubierta de tanto pelo! Un matorral negro y muy, muy espeso, brillante por los jugos de su dueña.

–¡Quítate los pantalones, Miguel! –siseó ella–. ¡Date prisa! ¡Hazme tuya!

Me quité la ropa a la velocidad de la luz mientras ella hacía lo mismo con su falda, su blusa y el sostén. Mamá y yo estábamos llenos de tanta pasión y lujuria que no me tomé el tiempo para admirar su cuerpo. ¡Por primera vez en mi vida estaba en la cama con una hembra desnuda! ¡Estaba a punto de empalar su hermoso coño con mi verga virgen! ¡Y la hembra era mi propia madre! Estaba mal y era tabú según los estándares de la sociedad... Y eso era probablemente lo que lo hacía tan erótico. Siempre me había sentido lleno de lujuria cuando me hacía pajas, pero nunca hasta este punto. Sus piernas carnosas y sensuales se separaron al máximo mientras bajaba mi instrumento hasta su coño abierto. Agarró mi polla y rápidamente frotó la cabeza entre sus labios resbaladizos para lubricarla, luego la colocó en su agujero goteante.

–¡Miguel, mi vida, te amo! –jadeó cuando me hundí dentro de ella.

–¡Ooooooooh...! –suspiré entre dientes.

–¡No puedo creer que mi propio hijo me esté haciendo sentir mujer...!

–¿Estás contenta, mamá?

–¡¡¡Sí!!!

Apoyé mi peso en un antebrazo mientras agarraba una deliciosa teta con el otro. Nuestros labios se juntaron de nuevo y nos besamos con una pasión digna de adolescentes que prueban lo que es un morreo por primera vez, nuestras lenguas acariciando y explorando. Le pellizqué los pezones duros, los tiré y los retorcí con gentileza mientras ella jadeaba y gemía en mi boca. Moví mis caderas con fuerza, metiendo mi instrumento rápido y profundamente en su cueva. Mamá recibió cada uno de mis duros empujones con un contraempujón en perfecta sincronía. Actuábamos como salvajes, fuera de control, y sentíamos que no podíamos tener suficiente de estas sensaciones. Logré meterme un pezón duro en la boca y lo chupé tan fuerte como pude. Los dedos de mamá peinaron mi cabello y pequeños gemidos de deleite salieron de su boca mientras me deleitaba con sus tetas. Chupé sus pezones y los mordí despacio. Tomé sus manos entre las mías, estiré sus brazos por encima de su cabeza y la miré a los ojos mientras le hacía el amor con embestidas largas y profundas.

–¿Y qué pasa si uno de tus amigos entra?

Me encogí de hombros y sonreí.

–Me verían montándome a la mujer más bella del mundo.

–¿No te avergonzarías? –preguntó con una ceja levantada.

–En realidad, desearía que todos entraran –dije con sinceridad.

–¡Me pones tan, oooooooh...! ¡Tan caliente, cariño!

–¡Entonces dime cuánto quieres que eyacule dentro de ti!

–Si haces eso, aaaaaaah... Si lo haces, podrías causar un pequeño problema –advirtió mamá–. No he tomado la píldora desde que tu papá se fue.

Estudié su rostro por un momento y luego dije:

–¿Te enojarías si me viniera dentro de ti?

Ella sacudió la cabeza y sonrió.

–¿Y si te dejo embarazada?

–Entonces tendré a tu bebé.

Eso fue lo más maravilloso que mis oídos pudieron escuchar. Continué mirando sus hermosos ojos mientras tomaba velocidad y comenzaba a golpearle el coño a mamá con mis embestidas. Empecé a dedicarle a mamá tanto dulces palabras de amor, así como también las guarradas más fuertes que sólo se le pueden dedicar a las putas más ordinarias. Nuestros rostros estaban retorcidos en máscaras de pura lujuria y deseo mientras nos apareábamos como dos bestias en celo. Y eso era lo que éramos, en último término. Las tetas de mamá se balanceaban con locura describiendo círculos. Cerré mi boca con la de ella y nos besamos con más intensidad de la que jamás hubiera imaginado. Gemimos fuerte y largamente en la boca del otro y no pasó mucho tiempo antes de que sintiera ese cosquilleo familiar en mis testículos repletos de semen. Vi su boca hacer una O en el momento en que me tensé y mi verga escupió litros y litros de mi leche dentro de ella. Nos unimos, nuestros cuerpos se sacudieron y convulsionaron hasta que finalmente nos desmoronamos, agotados. Quedamos allí tendidos, con brazos y piernas entrelazados. Luego de un rato, nos vestimos y nos volvimos al sótano.

Para mi alivio, nadie siquiera sospechaba que mamá y yo acabábamos de hacer el amor. Todos pensaron que simplemente habíamos ido a su habitación y habíamos pasado casi una hora hablando mientras los demás tenían sus escaramuzas adolescentes. “¡Si lo supieran!”, pensé mientras me sentaba en uno de los sofás. Todos mis amigos se fueron poco después de la medianoche y un par de ellos incluso me dijeron en vos baja que tal vez tendría mejor suerte la próxima vez.

En lo que a mí concernía, no habría otro momento. ¡Yo ya tenía la mejor hembra para mí!

Luego de cerrar la puerta tras el último invitado, me volví y miré a mamá. No sabía qué esperar. Me preguntaba si haber hecho el amor con ella antes había sido sólo algo de una sola vez, un milagro, y ya no se repetiría. Pero, de repente, mamá se acercó con los brazos abiertos y una magnífica sonrisa en el rostro, se puso de puntillas e inclinó la cabeza hacia atrás para besarme. Nos besamos lentamente al principio. Pero pasados unos minutos, el beso subió de temperatura hasta convertirse en un morreo hecho y derecho. Mi pito se puso tan duro a tal velocidad que llegó a dolerme. Llevé mis manos (que estaban ocupadas sobando el culo de mamá) a mi entrepierna y liberé mi herramienta. Ya no era momento de ser tímido. Con mi madre, eso ya había quedado en el pasado. Subí y bajé mi amplio prepucio tres o cuatro veces, hasta que la suave mano de mamá reemplazó la mía y comenzó a hacerme una deliciosa paja lenta.

-Según mis cálculos, voy a ovular más o menos en cinco días... ¿Pero no te gustaría practicar ahora un poco más para hacer un bebé?

-¡Pero claro, mami!

Y eso fue lo que hicimos.

Monté a mi mamá hasta pasadas las seis de la mañana, cuando finalmente nos quedamos dormidos abrazados. Eyaculé cuatro veces más: una en su cara, una en su boca y dos veces en su maravilloso conejo.

No sé si sucedió esa noche, pero más o menos un mes después descubrimos que mamá había quedado embarazada. Sé bien que la opinión general está en contra de lo que tenemos, pero no me importa ni en lo más mínimo. Han ya pasado cuatro años y medio años, terminé la escuela secundaria y entré a estudiar en la universidad y mamá y yo tenemos una hermosa hija, más otro bebé en camino. Estamos felices y eso es lo único que cuenta.
 
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