Familia Gómez

heranlu

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La casa es enorme. Se nota que los Gómez tienen plata. Pienso cómo voy a darme maña para limpiar 5 habitaciones, cuatro baños, la cocina, la sala de juegos, el garaje, el ******, la sala de estar.

La señora parece amable. El hombre no me gustó nada: me miró con desprecio, después de mirarme bien las tetas.

Me dijo la señora, después de hacerme la recorrida por la casa, que tienen dos hijos, dos gemelos, y una hija. Todos estudiantes universitarios con calificaciones “por encima de la media”, dijo. También me dijo que tienen dos perros. Me habló mas de los perros que de los hijos. Esos perros, ya los vi, me van a dar problemas, no se cómo voy a manejarlos, son grandes. Con solo verlos de lejos me dieron miedo.

Mi cuarto es chiquito, pero tiene un baño para mi con ducha, pileta e inodoro. Mas no puedo pedir. La paga no es mucha, pero me dan de comer y tengo techo.

La señora me pidió que cocinara sencillo y eso es algo que sé hacer bien. Hoy a la noche largo con unas milanesas.

…….

Ya cociné las milanesas, estoy cansada y me voy a dormir que mañana será otro día.

Día 2.

A las siete de la mañana me despertaron unos gemidos. Agucé el oído para tratar de escuchar mejor, me levanté y sin hacer ruido abrí la puerta de mi cuartito. La que gemía era una mujer. Me dio vergüenza entrometerme en lo que no me importa y volví a mi cama, total, que hasta las nueve no empieza mi horario laboral. Me dormí enseguida.

Hoy en la cocina me lo crucé frente a frente al señor. Volvió a mirarme las tetas con desparpajo; sentí que me invadía y desvié la mirada. El tampoco me gusta: descubrí que tiene la cabeza más grande de lo normal, los brazos más grandes de lo normal, las piernas lo mismo y ni hablar de las manos: parecen dos masas con bulones como dedos. Me dio impresión. Me hizo acordar a los perros.

…………………………

Todavía no conocí a los hijos ni a la hija, creo que no vinieron a dormir o, por lo menos, yo no los vi.

Día 3

Hoy se presentó a desayunar la familia completa: el señor, la señora, los gemelos –son iguales en bestialidad al padre pero más jóvenes- y la hija que es de una finura increíble: bella, alta y rubia. No se cuándo fue que llegaron a la casa porque yo me fui a dormir a las 10 y solo estaban el señor y la señora.

Ninguno me dirigió la palabra en todo el día, creo que tampoco me miraron. Bah, mejor, hago mi trabajo en silencio y nadie me molesta.

Día 4.

Hoy, como todos los días suena el reloj a las ocho y media. Me llevo las cosas, la bombacha, el corpiño y el uniforme para el baño: la señora me dio un guardapolvo ojitos de perdiz como el que usan los nenes de jardín pero en talla grande, como para mi. Bueno, cuando me estaba duchando, y yo toda desnuda, me abren la puerta corrediza del baño y me la veo a la hija, a la chica, parada ahí. Yo me tapé como pude y como si nada me dice: “hoy te vas a poner esto. Te lo dejo arriba de la cama.” Se dio la media vuelta y se fue.

Qué bronca me dio lo que hizo la piba! ¿No tengo derecho a algo de intimidad? ¿Quién se piensa que es para hacer algo así?

Furiosa, me sequé toda y fui a ver el uniforme: era el típico de mucama, ese color negro con voladitos blancos. Me lo puse y me queda un poco ajustado, pero lo peor no es eso sino que me queda corto. No tengo espejo pero medio que me di vuelta para verme de atrás y creo que si me muevo un poco se me ve el traste. Decidí que no me lo ponía, ahora estoy vestida con el de ojitos de perdiz.

…………………

No fue una buena decisión ponerme el uniforme de ojitos de perdiz. Bajé a las nueve de la mañana, en punto, como siempre y no había nadie en la cocina. Justo cuando llego yo, llega la chica que me mira de arriba abajo. Escuchame, me dice, ¿no te dije que te pusieras el otro uniforme hoy? No se qué responderle pero yo sigo furiosa entonces le digo que el uniforme me queda corto. La chica me dice que le importa una mierda si me queda largo o corto, que me lo ponga igual o que ya voy a ver. “Ya vas a ver”, así me dijo! Me hago la que no la escucho pero la tipa me agarra del brazo, ¡me zamarrea un poco!, y me dice: andá a cambiarte el uniforme si no querés que le diga a mi vieja que te despida por desobediente.

Rápidamente pienso que si me despiden me quedo en la calle, no tengo amigos ni parientes en esta ciudad que me puedan ayudar. Agacho la cabeza y ella me dice al oído en un susurro: “seguramente sabés lo que es mejor para vos, no?”

Y la miro a la piba, creo que la miré suplicándole piedad porque la tipa me sonríe aunque no logré captar si su sonrisa era de amabilidad o de sorna. Nunca fui buena para estas cosas.

Bueno, la cosa es que la tipa me suelta el brazo, pego la vuelta cerrada y me fui derechito al cuarto a ponerme el uniforme. En ese momento descubro que no solo me queda corto, también le faltan los tres primeros botones empezando de arriba por lo que se me ve toda la raja de las tetas. Pienso que no sé como haré para limpiar enfrascada en este uniforme que me queda corto y me apreta.

Vuelvo a la cocina y me encuentro con que el piso está chorreado con algo blanco, pero está todo el piso de la cocina así con eso color blanco. La chica está sentada en una silla, tomando un vaso de leche. Y me dice: “se me cayó la leche, vas a tener que limpiarla” Se levanta, me sonríe, y me da un trapo rejilla. “Limpialo” Y se me ocurre contestarle que mejor limpiarlo con el trapeador. Y ella se me pone frente a frente, le siento hasta la respiración caliente, y me dice: “quiero que te agaches y lo limpies con el trapo rejilla”

No hizo falta que me dijera nada mas, yo ya sabía que si se me ocurría decir algo me iba a amenazar con el despido, de modo que me agaché y me puse a limpiar. Intenté limpiar acuclillada, pero la falda corta del uniforme se me levantaba y me dejaba ver la bombacha floreada. Yo me bajaba la falda, pero no había tela con qué cubrir las piernas ni la bombacha. Estaba muy incómoda limpiando así, la hija de puta me miraba mientras se tomaba la leche, y entonces decidí ponerme de rodillas y limpiar en cuatro. Bah, me puse en cuatro pero apoyé el traste en mis tobillos, me senté sobre ellos, pero esta vez la falda se me levantaba de adelante, por lo que ahora se me veía la cosa, se me veía adelante. Bah, se me veían algunos pelos de adelante y eso me daba vergüenza, entonces decidí ponerme en cuatro y limpiar así, en cuatro.

Así, en perrito limpié todo el piso de la cocina, levantándome cada tanto para enjuagar el trapo y ponerle un poco de detergente. Mientras limpiaba la miraba de reojo a la mina: estaba parada ahí, tomando la leche, mirándome limpiar. Qué tipa enferma.

Cuando terminé de limpiar la mina me dice que me retire de su vista, que no me quiere ver más, que me vaya a hacer otra cosa que no soporta tener tan poca cosa enfrente de su vista. Casi me pongo a llorar. Hice lo que me pidió y como me lo pidió, ¿qué mas quería? Cuando me estoy yendo, la tipa me dice que a la noche, para cuando tenga que hacer la cena, esté vestida igual

A la noche, voy a la cocina con el uniforme puesto, hago la cena pero no hay nadie para comerla. No se a quién preguntarle si tengo que poner la mesa o no. La pongo igual. Me quedo esperando como una marmota que aparezca alguien pero no pinta nadie. Dejo la mesa puesta por las dudas. Me quedo dando vuelta en la cocina hasta las diez. A las diez y un minuto, me vengo a mi cuarto y pongo fin a este día de mierda. Espero que mañana sea mejor.

Dia 5

Hoy mientras me estaba bañando, la mina se me aparece otra vez. Abre la puerta corrediza con fuerza y me dice que me ponga el uniforme pero sin bombacha ni corpiño. Lo dice mientras me mira profundamente a los ojos. Veo que se acaricia una oreja, y mientras lo hace se concentra primero en mi boca, luego en mis tetas y enseguida baja a mi estómago Me hace sentir incómoda y expuesta pues nunca nadie me ha mirado así, ni hombre ni mujer. Siento, a la vez, una mezcla de furia y vergüenza, desearía irme en este mismo momento, si tuviera dónde ir. Igual, no quiero tener problemas y ya me puse el uniforme sin la bombacha y el corpiño. Uh, ya tengo que irme, son nueve menos cinco.

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Ahora si estoy desesperada, no se cómo voy a hacer para zafar de esto.

A las nueve en punto me presento en la cocina y la veo sentada en la silla tomando su vaso de leche. Apenas verme, se levanta y se abalanza sobre mi. Me avanza como si fuera un hombre y me quedo inmóvil: su cercanía me genera temor, la veo avasallante, masculina pero aún así hermosa. Se acerca más y me huele el cuello, siento su respiración y descubro que las sienes me laten aunque no entiendo bien el por qué. Ahora, me rodea, gira en derredor mío, escrutándome, supongo que gozándome y luego se planta enfrente para mirarme, nuevamente, a los ojos. Empiezo a temblar, y esto tampoco se por qué es. Se pasa la lengua provocativamente por los labios y se me acerca de a poco, más cerca no puede estar, pienso que va a besarme, mentalmente me preparo para sentir su cuerpo rozando el mío. Está tan cerca que comienzo a retroceder, ella acompaña mi movimiento que termina en la pared. Me respira en la boca, siento su aroma como a menta y miel, y estoy a punto de desmayarme, de miedo, de emoción, no se por qué, pero en ese momento sentí como si se me hubiera subido la sangre a la cabeza. Sigue estando así cerca pero ella no me toca, su hermosura ni me roza, su solo aliento me perturba y no me muevo, casi ni respiro porque en ese mismo momento descubro, comprendo en mi fuero más íntimo que es ella quien manda. Y como es ella la que manda es también la que habla: “putita”, me dice. Lo tira y se va. Las piernas se me aflojan y casi me caigo, el cuerpo sigue estremeciéndose, ahí abajo me palpita y vengo corriendo acá, a mi cuarto, a tocarme ahí donde me late. Cuando meto la mano adentro de mi bombacha descubro que está toda mojada. No se si odiarla o amarla.

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Son las tres de la mañana y no puedo dormir. Después de limpiar la casa, me presenté para hacer la cena, deseando verla ahí pero no estaba. Ni ella, ni nadie. Hice pollo con arroz y lo guardé en la heladera. Descubrí que la comida de ayer, está intacta, también en la heladera.

Día 6.

Hoy no ha venido a verme a la mañana. Estuve viendo que quizás me convenga irme de esta casa. Desde ayer que estoy sola. Lo único que me dan miedo son los perros que andan libres por el parque. No se quién los alimenta.

Día 7

Sigo sola en la casa, me la paso limpiando para no pensar en ella. Cada vez que me acuerdo me late ahí abajo y pude ver que los puntas de las tetas se me pone duras. Como un ritual me pongo el uniforme sin corpiño y sin bombacha. Hoy, además, derramé leche en el suelo y la limpié con el trapo rejilla. A la tarde, encima de la mesa de la cocina, encontré un sobre con la paga de la semana. Mañana decido qué hago. Ahora voy a tocarme un poco ahí abajo porque no me deja de latir.

Día 8

La odio por dejarme así, los latidos ahí abajo no se me pasan con nada, ni aún tocándome. No se cómo ella ha podido absorberme así la mente y el cuerpo. No vino a dormir hoy tampoco, la cama sigue hecha, tal cual la hice yo hace unos días. Igual, hoy me animé y le revisé el placard: olí su ropa buscando su aliento de mente y miel. No la amo, la odio eternamente. Decidí quedarme en la casa.

Día 9

Bajo vestida con el uniforme, sin bombacha y sin corpiño. Ella está ahí: me lo había imaginado cuando escuché ruidos, o era ella o eran ladrones. Me ve y me dice “putita, vení” Y yo fui. Me arrincona contra la pared pero esta vez me empuja con una mano. Me agarra del cuelo y me lo apreta un poco y siento que me humedezco a más no poder, las piernas se me aflojan, ahí abajo me palpita como nunca antes, la sangre me recorre el cuerpo a mil por hora y por fin, huelo su aroma. La tengo encima otra vez, respirándome en la boca, pero ahora me aprisiona con su cuerpo, su mano en mi cuello, y me vuelvo loca. Me susurra en el oído: “putita, vas a hacer lo que yo diga” Le digo que si, con lo poco que me queda de aliento. “Todo.” Vuelve a afirmar. “Si, todo”, digo yo.

Me suelta y yo siento que no doy más. Muy tranquila se va a la heladera, se sirve leche y se sienta en su silla, en la de siempre. Desde ahí escruta mis indecisiones: no se si acercarme, quedarme, irme, hablarle, mirarla. Ella lo nota. Yo no se lo que hacer pero sé exactamente lo que quiero, y lo que quiero es que ella me toque.

- Vení putita, arrodíllate delante mío.

Y me arrodillo. “Poné las manos para atrás” me dice. Me ata las manos con el cable de la licuadora, pone su silla frente a mi y se sienta. Así, primero, se saca la remera mientras no deja de mirarme en ningún momento. Veo que tiene dos pelotas de tenis como tetas dentro de su piel blanca, sostenidas por un hermoso corpiño de encaje. Luego se saca el jean y, en su lugar queda una bombachita diminuta. No tiene pelos como tengo yo, es perfecta. Mientras la contemplo, acerca la silla y sus tetas quedan sobre mi boca. Me agarra del cuello, me lo apreta un poco y me dice que ella está dispuesta a todo, que no importa lo que quiera yo, que lo único que importa es lo que quiere ella. Entendiste putita? Remata. Respondo que si. Y agrega: de ahora en mas no quiero escuchar tu voz, lo único que voy a escuchar, cuando llegue el momento, van a ser tus gemidos. Y eso va a suceder cuándo te lo ganes. Acá no hablas más, ni respondés, aunque yo te pregunte, entendiste? Le respondo que si, usando mi voz. En ese mismo momento, me da vuelta la cara de una cachetada. Para que aprendas, me dice.

El cachetazo me agarró de sorpresa, y me calentó aún más. Me di cuenta que ella podría hacer conmigo lo que quisiera, le daría todo lo que me pidiera con tal de que me tocara un poco, que hiciera que me dejara de palpitar ahí abajo. Estaba completamente segura que si ella había sido capaz de hacer que mi bombacha se mojara, de hacerme latir las sienes y ahí abajo, de hacerme hervir la sangre, también sería capaz de terminar con todo eso. De empezarlo y de terminarlo.

Después del cachetazo, corrió la silla para atrás y se levantó. La seguí con la mirada pero escapó de mi campo de visión. La vi llevarse la ropa. Al rato, me pareció escuchar que la puerta de entrada se abría y se cerraba y temí que ella me dejara ahí, arrodillada y caliente. Y así fue nomás, a la media hora de estar erguida, arrodillada, se me había pasado la calentura, pero me dolían enormemente las rodillas y las piernas. Y estaba segura que ella ya no estaba en la casa. Decidí recostarme y apenas lo hice, me quedé dormida en el suelo. Me despertó alguien tirándome de los pelos, era ella. ¿Quién te dio permiso para recostarte en el suelo, pedazo de puta? No contesté, me mantuve en silencio, pero tampoco pude arrodillarme. Ella me ayudó a incorporarme y volvió a preguntarme: ¿Quién te dio permiso para recostarte, putita de mierda? Bajé la cabeza en acto de arrepentimiento.

“Ahora vas a cobrar, por hacer cosas sin mi permiso. No vas a hacer nada que yo no te pida que hagas, entendiste?” Asentí en silencio con la cabeza.

Volvió a desvestirse pero esta vez se desnudó por completo. Se paseó delante de mi con su cuerpo escultural, sus tetas como pelotas de tenis, su traste redondo y respingado, y su ahí abajo libre de pelos. El dorado del cabello le brillaba como nunca y estoy segura que el rosado de sus mejillas no eran otra cosa que ardor.

Me desató las manos, me tironeó un rato largo, como si no pudiera desarmar los nudos y cuando me las liberó, no se privó de insultarme con un novedoso atorranta malcogida.

Puso la silla enfrente de mi, se sentó, me agarró las manos, se las puso en las tetas y me guió para que se las amasara y apretara. En esto estaba cuando con sus dos manos me agarró la cabeza, abrió la piernas y metió mi cara en su ahí abajo. “Chupame la concha hasta hacerme acabar. Hasta que no me hagas acabar de acá no te vas.” Yo nunca había hecho algo así, era mi primera vez en todo: en ver una concha, en chuparla, comerla, olerla, probarla…. Con las manos en mi cabeza me obligó a que le chupara los jugos y se los lamiera, ahora era mi boca la que estaba ahí dándole placer y deglutiendo su raja limpia de pelos. La presión que ejercía sobre mi cabeza era tan fuerte que me faltaba el aire, pero aun así, la emoción de la primera vez, la falta de aliento, su olor, su gusto, su sabor, me excitaron terriblemente y le chupé la concha lo mejor pude.

Mientras se la estoy chupando tengo infinitas sensaciones dentro de mi. Siento que mi boca es una fuente de placer infinito, tengo mi propia concha latiendo desbocada, y toda esta situación entre sucia y perversa me vuelve loca de lo caliente que me pone. Me encanta que una mujer hermosa me trate así, que me obligue a chuparle la concha, a sentirle su olor, que presione mi nariz y mi boca contra su concha, que me falte el aire y que solo pueda respirar poco y mal. Todo me excita. En aquel momento y ahora que escribo esto, tengo la entrepierna completamente mojada, y me gustaría que ella me chupara la concha, que me meta cosas dentro, que ella me las meta, que me meta su lengua, sus dedos, lo que sea, que me haga gozar.

Y me estremezco cuando vuelvo a recordar que mientras yo chupaba, pude escucharla gemir. Oírla hizo que usara mi lengua mucho más rápido, le lamia la raja como un helado para después matarla a latigazos. Sentí que se estremecía, pero ahora, además, empezó a hablar y la escuché decir, “seguí, así, ahí donde está el bulto, chúpamelo, pasale la lengua, así, así, mordelo, ay, si, mordelo mas fuerte, si, si, SI, SI morderlo chúpamelo, meteme la lengua en el agujero puta atorranta, vas a hacerme acabar, haceme acabar, chúpame, apretame las tetas, si, apretamelás y chúpame el clítoris, mordelo, así así, si, ay, que ya estoy, que ya estoy, que ya llego, si, siiiiiii, siiii, si, si si, si, AHHHHH, SIIIIIIIIIIIIII, SIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, SIIIIIIIIIIIIIIIIIII.

De a poco fue soltando la presión que ejercía sobre mi cabeza; cuando ya estuvo por completo relajada me empujó con brusquedad y me hizo caer de culo. “Arrodillate puta, agarrate de la silla porque ahora te toca a vos.” Yo pensé que iba tocarme, la verdad es que no podía más de lo caliente que estaba, mi propia concha me latía desbocada, la cabeza me dolía de la tensión supongo y deseé, por lo menos, sentir su mano tocándome la raja, o que ella me chupara como lo había hecho yo.

Me arrodillé como me había pedido, y ella, nuevamente, volvió a atarme las manos, pero esta vez a los caños de la silla. Las amarró bien fuerte, me hizo doler, para enseguida levantarme la escasa tela de la pollerita del uniforme dejándome el culo al aire. Ella seguía desnuda y yo aún mantenía el gusto de su sexo en mi boca cuando la veo que saca de un cajón de la cocina una espumadera. Me la muestra, miro la espumadera y después la miro suplicante a ella. Me azota una vez con todas sus fuerzas. Grito como loca, de dolor, de placer, de calentura, para descargarme, no tengo idea el por qué, solo necesito gritar y grito. En la segunda descarga, que me duele tanto como la primera, me dice que no grite, que no me dio orden de gritar. Me azota hasta completar las diez, siempre con todas sus fuerzas mientras yo en cada azote me muerdo los labios, en silencio, obediente a sus deseos. Para el último azote, no solo me late la concha sino las nalgas del culo a las que siento arder.

Se que las lágrimas corrieron por mi mejillas, creo también haber sorbido mocos y mientras estoy ahí tratando de zafarme pero también de quitarme esa calentura de encima que es interminable e infinita se me sienta al lado para volverme a hablar. “Sos una guarra debilucha, 10 azotes y te pusiste a llorar.” Se ríe de mi, se me ríe en la cara y a carcajadas. La miro y levanta la ceja derecha como provocándome. Me muerdo el labio y bajo la cabeza, intento sentarme sobre mis talones pero ella me lo impide con la espumadera. A pesar de que sigo caliente, yo ya estoy cansada y la situación me está empezando a molestar. “Todavía no terminé con vos, tenés pensado irte a algún lado putita.”? Vos no podés elegir, ni podés decidir. Entendés?”

Abrí las piernas, me dice. Se agacha y desde atrás, con el mango de la espumadora me masajea el bulto, el clítoris, me lo refriega un buen rato, me pega con el mango sobre el gordo botón, y por fin siento que estoy recibiendo algo de placer. Los masajes y los golpes, cada vez más severos y repetitivos, empiezan a adueñarse de mi mientras voy tratando de acomodarme para que lo poco que ella me da, me permita terminar con esto de una vez. Me muevo al ritmo de sus masajes y golpes y empiezo a gemir; ella responde, a su vez, acelerando frenéticamente sus movimientos. Se me aflojan las piernas y me voy desvaneciendo sobre ellas, las siento de goma, ya no me sostienen; cuando me voy desarmando ella me masajea frenéticamente el clítoris y también me lo golpea para, finalmente, hacerme sentir una fuerza incontrolable que fluye desde mi centro mismo, se expande hacia el resto de mi cuerpo entre tres o cuatro olas expansivas que me sacan por completo el aliento. Gimo de manera incontrolable tres o cuatros veces, vaciándome de la ansiedad acumulada y escucho que ella me dice: ¿Quién te dijo que podías acabar, puta malcogida? Mañana te esperan diez azotes que vas a recibir con algunos ingredientes.
 
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