FABIOLA, UNA MADRE DE FAMÍLIA MUY CALIENTE PARTE II CATÁLOGO DE MADRES Y ESPOSAS

RichardVelard

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Ene 9, 2022
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FABIOLA, UNA MADRE DE FAMILIA MUY CALIENTE

PARTE II CATÁLOGO DE MADRES Y ESPOSAS


Los sucesos extraños en aquel vecindario, comenzaron a suscitarse un año antes de que Fabiola y los suyos llegaran allí. Y, para cuando aquella familia llevaba ya dos meses de vivir en el lugar. Aparentemente ya muy pocas personas los recordaban o mencionaban. Era como si se tratase de cosas pasadas de moda, que en su momento habían llamado en cierto grado la atención, de un mayor o menor número de personas; pero que finalmente habían ido quedado sepultadas por el paso del tiempo. Con estos antecedentes, cualquiera podría pensar que tales asuntos extraños ya no sucedían en la zona, o que ni siquiera habían llegado a suceder; pero esto no era necesariamente cierto.

***​

Perla y Karina eran dos colegialas de preparatoria, tenían quince y diecisiete años respectivamente; y además de hermosas y deseables, eran realmente dos chicas de cuidado. Decir que se trataba de un par de rebeldes era quedarse cortos en la descripción, las dos hermanas aquellas eran un desastre en la escuela, tanto por su comportamiento como por sus calificaciones. Al grado que una de ellas ya había estado a punto de ser expulsada. Y fuera de la escuela su mal comportamiento se intensificaba. Las dos menores fumaban, bebían y conocían perfectamente lo que eran las drogas, en sus más distintas versiones. Eran hijas de un ingeniero y una contadora; ambos hedonistas y por lo mismo bastante liberales; quienes las amaban tal como eran, y las dejaban hacer y deshacer a su antojo; mientras no les ocasionaran problemas serios a ellos; y no se pusieran en peligro grave a sí mismas.

Por si fuera poco, en los pasillos de la escuela a las que las tres asistían, se rumoraba que ambas adolescentes habían perdido la virginidad nada más cumplidos los doce años, y que desde entonces habían bregado en el sexo tanto como les había sido posible. Cosa que las dos hermanas confirmaron entre risas a Lizbeth, quien también reía al escuchar aquello, en parte divertida y en parte desconcertada; pero tratando de no demostrarse escandalizada; pues como quiera que sea ella era nueva no sólo en aquella escuela, sino que también en la ciudad.

Y fueron aquellas dos locas hermanas —quienes casualmente vivían en el mismo vecindario que Lizbeth—; quienes desde su llegada le habían brindado su amistad y compañía. Y eran justamente por esto último que Fabiola la madre, había permitido que aquella relación continuara; si bien desconfiaba de aquel par, y por lo mismo había recomendado a su hija, irse alejando de ellas de manera gradual; parte para no ofenderlas y parte para ir volviendo más sólidos sus lazos con otros compañeros de escuela. Como sea las dos chicas habían mostrado simpatía sincera por su hija, y lo mejor de todo, es que no habían hecho por tentar a Lizbeth a seguir sus malos pasos.

Y no obstante fueron precisamente aquellas dos adolescentes calientes, quienes le mostraron a Lizbeth, las contundentes evidencias de que algo extraño seguía ocurriendo en el vecindario, en la clandestinidad sí, pero sucedía; y era algo que también era caliente como aquellas dos hermanas, sólo que mucho más caliente, más caliente que las dos hermanas juntas.

***​

Aquel día después de llegar de la escuela y entrar a su casa, Lizbeth tras echar una prolongada meada, fue directamente a su cuarto; su corazón latía acelerado y sentía una gran curiosidad por saber si era cierto lo que Perla y Karina le habían dicho entre risas maliciosas. Y es que durante una breve escala en la casa de las menores para platicar y convivir amenamente, éstas le confesaron una maldad que planeaban a hacer, la cual no sólo sería divertida como en todos los otros casos, sino que también les daría buenos dividendos, llenándolas de billetes en sus bolsos. La palabra “chantaje” se escuchó fuerte y clara en aquella habitación y se escuchó en más de una ocasión; y Lizbeth llegó a temer ser invitada en aquel mal asunto; pues en ese caso no tendría más remedio que apoyar a quienes habían sido sus leales amigas desde su llegada, o bien a arriesgarse a dejar de ser amigas; o peor aún, ganarse dos enemigas realmente de respeto.

Pero por fortuna, aquellas dos no hicieron intento alguno de que Lizbeth participara directamente en el asunto; las dos guarrillas aparentemente sólo buscaban alguien de verdadera confianza, con quien poder desahogarse; y es que el asunto era realmente algo gordo según afirmó Perla. Al grado de que en la conversación llegó a hablarse de altas, muy altas sumas de dinero, que de no ser cubiertas sacarían a la luz un asunto muy sucio. Y ellas estaban seguras que todos los involucrados pagarían, todo con tal de que aquello siguiera en la clandestinidad, oculto en el vecindario. Y fue en este punto en que Lizbeth se atrevió a preguntar de qué se trataba en específico todo aquello.

Karina fue la primera en hablar: según ella, otra amiga cuyo nombre evitaron mencionar, les había hablado de que en su domicilio. Más concretamente en en la recámara de sus padres; mientras buscaba algo de dinero o de valor para poder venderlo. Bien oculto bajo llave en un baúl de buen tamaño; el que a su vez estaba escondido dentro de un armario; había encontrado un buen número de revistas que llamaron su atención, pues todas eran repeticiones de la misma edición.

Se trataba de una publicación llamada “Moda y belleza”, con temas y fotos afines al título. Naturalmente el tener acumulada tantas veces la misma revista, fue lo primero que llamó la atención de la chica; y después de esto no tardó en caer en la cuenta, de que en el baúl a un lado de la torre de revistas, disimulado por su pequeño tamaño y por estar hasta el fondo del mismo, había un bolso de terciopelo, era de tamaño mediano y se veía lleno. Estaba cerrado por un pequeña cuerda que iba atravesando y saliendo del borde de la boca del bolso. La cual la chica se apresuró a abrir pensando que había algo de valor allí; y es que tenía mucha prisa por volver a dejar la llave del baúl, en el mismo sitio donde su madre la había olvidado. Para que ella no se diera cuenta de nada.

La adolescente miró lo que había adentro, y luego de unos segundos extrajo una de aquellas piezas que también se repetían, la examinó con calma y a la vez con decepción. No era nada realmente de valor; aquellas baratijas parecían antifaces, de hecho lo eran, podían verse y lucir como tales; la única diferencia es que tenían adosados a la altura de los agujeros de los ojos, unos lentes de algún tipo de material plástico, transparente desde luego. La adolescente se apresuró a salir del cuarto de sus padres, no habiendo podido encontrar nada de valor después de buscar en todos los cajones que pudo abrir; se dio finalmente por vencida. Pero antes de hacerlo dejó todo como estaba antes, cerró el cofre y devolvió la llave a su lugar original para que su madre la encontrara. Pero además de todo lo anterior se tomó una pequeña libertad.

Cuando entró a su propio cuarto y cerró la puerta, llevaba consigo en una mano, cinco de aquellas revistas repetidas, y había tomado también uno de los antifaces, sabía que al encontrarse unos y otros bajo llave en el mismo baúl, escondido a la vez en el armario, debía haber una relación entre unos y otros. Y como buena adolescente quería descubrir cuál era esa relación; y tal vez, sólo tal vez beneficiarse al descubrirlo. Además, estaba segura de que sus padres no notarían la diferencia, la torre de revistas era muy alta, casi tanto como la altura del baúl, y si las revistas eran todas la misma edición repetida, sus padres no notarían ninguna variación; cinco revistas más o menos, eran lo mismo que un antifaz más o menos en aquel baúl.

Pero lo que descubrió aquella chica, al ponerse los lentes-antifaz y comenzar a hojear en las páginas de la revista, fue algo para lo que no estaba preparada… el asunto, hablando en términos vulgares que a menudo usan los jóvenes, definitivamente se salía de madre. De manera que lo primero que hizo fue pensar en donde esconder esas revistas, de manera que su inversión a cobrar a futuro no corriera riesgo de perderse, lo segundo que pensó fue cuánto cobrar y cómo cobrarlo, y luego pensó en quién se atrevería a cobrarlo. Y tras haber ocultado las revistas lo mejor que pudo, de inmediato mandó el mismo mensaje a Perla y a Karina, necesitaba verlas cuanto antes.

***
Lizbeth bien hubiera podido enterarse de todo allí mismo, si no fuera por la llegada de los padres, lo que apresuró su salida de aquella casa, las tres estaban sentadas en la cama de la habitación de Karina, Lizbeth estaba entre las dos hermanas, y fue hojeando al azar las revistas con calma, una por una, para confirmar que todas eran la misma y que no había nada extraño en aquella edición; y cuando terminó preguntó si las hermanas no le estaban jugando una broma; las dos sonreían con malicia y un brillo un tanto perverso en sus ojos. Perla se levantó de la cama, ella era la que tenía los lentes-antifaz en la mano, y antes de ponérselos a Lizbeth, repitió una pregunta, la misma pregunta que había hecho hace poco:

—¿Estás completamente segura, de que no viste a ningún conocido tuyo en esas revistas?

—Claro que no —respondió ella con contundencia y con una sonrisa en los labios—, además ya te dije que sólo son revistas de modas, sólo hay modelos famosas posando, no conozco a ninguna de ellas personalmente.

—Ponle los lentes —ordenó Karina a su hermana, sin que la ya mencionada expresión de su rostro cambiara grandemente.

Lizbeth se dejó poner los lentes, las cinco revistas estaban en su regazo en ese mismo momento, y sus manos sobre ellas.

En cuanto los tuvo puestos bajó la mirada, y no pudo evitar expresar un ¡Ah! De sorpresa.

—¿Oigan que truco es éste? ¿Cómo lo hicieron?

Las dos hermanas echaron a reír. Luego Karina le dijo a Perla que le quitara los lentes a Lizbeth.

Está vez no hubo duda, Lizbeth había sostenido las cinco revistas con sus manos, y sin apartar la vista de ellas.

Perla cuidadosamente le puso de nuevo los lentes.

El cambio estaba allí, era la misma revista, pero lo que se veía impreso en ella al ponerse los lentes, era completa, radicalmente distinto.

—No las hojees aún Liz. Mejor observa y compara la portada de cada una de las revistas —dijo una de las hermanas.

Liz de inmediato hizo lo que se le pedía.

—¡Cada revista tiene un número diferente! Aunque las fotos que aparecen son las mismas, pero las modelos no son las de “Moda y belleza” —dijo Lizbeth asombrada, y comenzando a entender la situación.

—¿Te imaginas lo que debe costar maquilar una edición así? —dijo Karina. Y de inmediato Perla la secundó.

—La tecnología capaz de realizar algo como esto, de imprimir dos cosas diferentes a la vez en cada página, deber ser muy costosa; estas son revistas recientes, incluso huelen a nuevo, y el papel es de calidad fotográfica.

Entonces Karina volvió a hablar:

—Los lentes parecen de juguete, pero sólo con ellos puede verse la impresión oculta; la que ya no es “Moda y belleza”.

Entonces finalmente Lizbeth, quien estaba más sorprendida por el hecho de la impresión oculta, que sólo era revelada por esos lentes simplones y que simulaban ser de juguete, que por la alta calidad o lo costoso de la edición, finalmente leyó el título de la revista, quizá ya lo había hecho pero de manera mecánica, y ahora en cambio lo hacía poniendo verdadera atención.

—“Catálogo de madres y esposas” —dijo Lizbeth en voz alta, un tanto extrañada por el título.

—Y como podrás ver si les das la vuelta —dijo Karina—, las contraportadas son las mismas que las portadas, sólo que sin el título ni el número. Estos números van del uno al cinco.

—¿Son modelos profesionales? —preguntó Lizbeth, mientras veía y comparaba dos portadas.

—No, están vestidas con la ropa mejor elegida posible para la ocasión, y en algunos casos maquilladas como si lo fueran, como cuando alguien contrata a un fotógrafo profesional para una sesión privada.

Lizbeth no siguió la conversación, en aquel conjunto de fotos, en el que en cada una aparecía una mujer diferente, posando con mucha elegancia en algunos casos y con cierta candidez en otros, había comenzado a notar algo, o creía hacerlo. En total había seis mujeres allí, en fotos rectangulares en posición vertical. Todas posaban y miraban directamente a la cámara, algunas sonreían. Finalmente lo entendió, todas eran madres y esposas. Y también entendió algo más… y después de eso dejó de mirar la revista y levantó el rostro al frente. No estaba confundida, de hecho estaba empezando a comprender todavía más, lo hacía de la manera más rápida posible, forzaba su mente y su memoria, para recordar momentos y lugares exactos.

Después volteó a ver a una hermana y luego a la otra, mientras decía:

—Creo… creo que conozco a algunas de ellas. Viven aquí en el vecindario.

—Lo más seguro es que las conozcas a todas Liz, por lo menos de vista. Porque todas viven aquí sin excepción —dijo Perla.

—Sí, todas son madres y esposas, y todas participaron muy a gusto en esa revista, nadie las obligó —continuó Karina.

—¿Nadie las obligó? ¿De qué hablas? —dijo Lizbeth volteando a verla sin entender esto último.

—Toma la revista número uno y ábrela, pero esta vez no la hojees al azar, empieza por el principio y si no notas nada raro, sigue avanzando, sin brincar ni una sola página, te aseguro que, mucho antes de llegar a la página quince de la revista, sabrás y entenderás perfectamente a qué nos referimos.

Lizbeth no pudo evitar reconocer en el rostro de la sonriente Karina, la más desvergonzada expresión de morbo, combinada con avaricia.

—¡Estamos sentadas sobre una mina de oro! —dijo Perla frotándose las manos, y cuando Lizbeth; quien tenía la boca entreabierta, volteó a verla, notó en ella la misma expresión en su rostro que la de su hermana.

«Hay una madre y esposa por cada número de la revista, de manera que son cinco en total, tenemos a cinco de ellas a nuestros pies. Tú tienes un escaner muy potente en tu casa Liz, necesitamos que trates de ver si con él puedes revelar y capturar la edición oculta. Lo mejor es regresar de nuevo al baúl estas cinco revistas. Si logramos revelar la impresión escondida, no necesitaremos más estas revistas, necesitaremos que nuestra amiga sea capaz de abrir el baúl, incluso sin llave; y sabemos como puede hacerse. De manera que tengamos a otras cinco madres y esposas más, y así hasta tenerlas a todas; de esa manera el dinero que podamos sacarles será menos para cada una, pero entre todas será una verdadera fortuna».

—Veré que puedo hacer chicas, pero de momento no les prometo nada —dijo la hija de Fabiola sin añadir nada más.

Tal y como se lo había recomendado, había abierto la revista por la primera página, y ahora estaba mirando la secuencia de fotos una por una, en orden numérico creciente, sin saltarse ninguna.

Lizbeth miraba todo muy detenidamente. Sin perder ni el más mínimo detalle.
 
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