FABIOLA, UNA MADRE DE FAMILIA MUY CALIENTE (Parte 1)

RichardVelard

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FABIOLA, UNA MADRE DE FAMILIA MUY CALIENTE

PARTE I "LA PROPIEDAD ENCANTADA"

Fabiola Almanza estaba frente al amplio espejo que había en la habitación, llevaba allí un buen rato, cambiando de posición una y otra vez, modelando para sí misma y con toda calma el excitante corsé rojo con encaje que tenía puesto. Fabiola era una mujer de estatura media, de 35 años, de pelo largo y ensortijado, y que ella solía recoger hacía atrás.

Era una mujer bella y a la vez un tanto obesa, pero su obesidad no era realmente exagerada, y además con aquella lencería puesta y combinada con su misma complexión, el resultado era que se resaltaba obscenamente su figura y sus encantos. El corsé ajustaba su vientre y remarcaba su cuerpo, sus caderas, resaltando un culo que era enorme, turgente y provocador, y como no llevaba pantys, su monte de venus aparecía y se dejaba ver en pleno; sus caderas y piernas eran gruesas y deliciosas a la vez, y sus tetas que eran tremendas, se bamboleaban en ese momento groseras, libres y orgullosas, sin sostén de por medio.

Posó una vez más ante el espejo, casi completamente de espaldas a él, y una sonrisa de total satisfacción iluminó de lleno su rostro cuando miró su cuerpo por detrás, en esa posición lo que más le enorgullecía en particular era aquel culazo; que Fabiola ponía aún más firme en ese instante para resaltar su atractivo. Estaba tan contenta con aquel atuendo que dejó escuchar una risita clara y espontanea, que sonó como la de la chiquilla que fue hace muchos años, cuando recibía algún regalo que tanto había anhelado. Y esa sensación de plena satisfacción de su infancia, le volvía ahora ya como mujer y madre, con aquel regalo que había recibido de su amo.

Así de feliz y realizada se sentía con aquel obsequio que ahora llevaba puesto, y en su entrepierna su vagina palpitaba y comenzaba a lubricar; provocándole punzadas ocasionales de exquisito placer, como si su concha supiera de antemano lo que estaba por acontecer en cuestión de unos 30 minutos cuando mucho, y se mostrará completamente receptiva y lista para el acto amoroso que se avecinaba.

Contrario a su figura que era decididamente voluptuosa con ese atuendo, el rostro de aquella mujer revelaba a una señora joven y alegre, pero a la vez seria y formal a carta cabal; de manera que la expresión de su cara en aquel momento parecía más romántica y tierna que sensual, su cara lucía tan angelical y adorable como cuando, completamente vestida y cubiertos todos sus deliciosos tesoros con ropas discretas, hacía vida pública con total normalidad. Nadie fuera de su círculo más íntimo sabía cuánto había cambiado su vida erótica de un año a la fecha. Naturalmente, no es que Fabiola fuera precisamente mojigata antes de eso. Pero desde aquella fecha las cosas habían cambiado drásticamente y para disfrute de ella y de los suyos.

Fabiola había disfrutado toda una gama de nuevas formas de placer, y retomado otras que había dejado en desuso desde mucho tiempo atrás, había tenido orgasmos con una intensidad tal como nunca antes experimentó; y en el ínter fue descubriendo por decirlo así partes de ella misma, de su propia personalidad y capacidad amatoria que antes desconocía. Y a esos juegos calientes y alucinantes, Fabiola había sido capaz de hacer sus propias aportaciones sobre la marcha.

Y, lo mejor de todo es que Fabiola sabía que aún no había acabado de descubrir y agotar todas las posibilidades. Se le había prometido mucho más y ella estaba segura de que así sería. Pues su dueño así se lo había dicho, siempre y cuando la misma Fabiola estuviera dispuesta a dejarse llevar, y Fabiola estaba totalmente dispuesta a eso, estaba dispuesta a todo sin oponerse; o por lo menos sin oponerse hasta cierto punto, algo que ocasionalmente aún hacía, pero que, a diferencia de antes, ahora era solamente un medio para dar más pimienta sexual al asunto.

Aquella reticencia era parte del mismo disfrute, hacía todo más excitante, era más delicioso para Fabiola resistirse y mostrarse renuente a veces y jugar aquel juego de ser forzada; lo disfrutaba a mares como tantos otros roles que interpretaba. En pocas palabras le encantaba sentirse obscena y provocadora, para ocasionar con ello ser más deseada aún, y en instantes ser dominada por completo, y finalmente poseída con fuerza y decisión, sin contemplaciones durante el mayor tiempo posible y hasta quedar totalmente exhausta y satisfecha.

Aquellas largas sesiones de sexo desenfrenado la hacían explotar en gritos y orgasmos brutales, y sus piernas cuando estaban con los pies apuntando al cielo, se sacudían espasmódicamente al llegar a esos orgasmos tremendos y demoledores, lo hacían violentamente sin que ella lograra controlarse; pero aquello no le importaba para nada. Fabiola yacía entonces con los ojos cerrados y la boca abierta, medio desfallecida y siendo disfrutada como la hembra que sabía que era, y a la vez disfrutando completamente loca de placer, con su vagina encharcada, y el torrente de sus propios jugos saliendo de entre los labios de su concha, además por supuesto de haber recibido o estar por recibir los de su dueño.

Fabiola al respecto no tenía ningún resquemor, ningún sentimiento de culpa en disfrutar todo aquello y en reconocerle precisamente a él como su dueño; se sentía ahora más segura de sí misma ante el mundo y no sólo en la cama sabiéndose su esclava; se sentía más protegida y más plena, incluso más mimada.

Y por si fuera aquella mujer no había tenido que renunciar a su vida pasada, tan estable y tan bonita como era y todavía ahora seguía siendo. Ella no había dejado de tener las mismas amistades, los mismos gustos y preferencias personales. De acudir a los mismos lugares; y todavía mejor, no había dejado de ser la madre amorosa; orgullosa de sus hijos, y la comprensiva y adorable esposa de su marido. Ellos estaban cerca de ella como siempre, su maravillosa situación actual no había hecho que se alejaran.

La familia Almanza, que en público aún era conocida como familia Ortega, no se había disuelto; permanecía unida, sus lazos se habían fortalecido a los pocos meses de que todo comenzó; y eso era fundamental para la plenitud y seguridad que Fabiola experimentaba; y para que disfrutara tanto como lo hacía. Su dueño se había preocupado por que así fuera precisamente, y al hacerlo se había ganado a Fabiola de una manera definitiva, completa; se la había ganado de manera total; al grado de que la misma Fabiola reconocía ser suya para siempre y deberle a su dueño la felicidad suya y la de su familia.

Cuando reflexionó todo lo anterior Fabiola sintió que se mareaba de puro placer y alegría combinados, su corazón latía con fuerza, abajo su entrepierna seguía lubricando, sus pezones estaban hinchados y anhelantes; y ella estaba tan emocionada que tuvo que sostenerse con la pared lateral más cercana que tenía, por un segundo tuvo la sensación de que sus ojos iban a acabar derramando lágrimas, lagrimas sí… pero de pura felicidad.

Disfrutó alegremente el momento, degustando aquella sensación tan agradable que se le presentaba tan a menudo en sus zonas erógenas y repercutía en su sentimiento, como un previo riquísimo a la orgía que estaba por venir en aquella su propia casa, en la intimidad y la comodidad de su propio lecho matrimonial. En la amplia casa de descanso de los Almanza que oficialmente aún eran conocidos como los Ortega, situada a quince minutos a las afueras de la ciudad donde los Almanza vivían.

Fabiola seguía posando frente al espejo, cuando unos pasos se escucharon en el pasillo, eran producidos por zapatos de tacón alto, cuyo andar revelaba una figura ágil y decidida; que no tardó en aparecer, deteniéndose en el umbral de la puerta.

—¿Mamá puedo pasar? —dijo una voz aflautada y un poco rasposa pero agradable y juvenil.

—Claro hija —respondió Fabiola, con una voz bastante similar aunque con un tono más maduro, mirando con ternura por el espejo a la bellísima adolescente que estaba en el umbral.

Lizbeth Almanza ingresó en la habitación con una expresión de duda y preocupación en su rostro; pero que no tenía nada que ver con la forma en la que Fabiola se encontraba vestida en ese momento, desde hacía mucho tiempo que estaba acostumbrada a ver a su propia madre con lencería de lo más provocativa, o con ropa aparentemente de calle pero descaradamente corta que usaba solamente en casa, o bien completamente en pelotas, con toda su intimidad expuesta.

De hecho lo mismo aplicaba a la inversa, la misma Lizbeth en esos momentos no llevaba encima nada que le cubriera en el sentido estricto de la palabra, todo lo contrario, aquel camisón diminuto de color azul cielo que llevaba puesto era totalmente transparente, y revelaba su cuerpo juvenil y adorable. De manera que todos sus encantos se dejaban ver sin dejar nada a la imaginación. Tanto ella como su madre tenían puestos en esos momentos zapatos de tacón alto que correspondían a los colores de sus respectivos atuendos. Así era como habían sido instruidas en estar, vestidas para la ocasión. Y así estaban ambas sin chistar.

Al igual que su madre Lizbeth era de estatura media, del mismo tono de piel blanca y agradable, había heredado un poco la tendencia a engrosar de ella, pero también había heredado un culo y unas tetas enormes, de hecho las tetas de Lizbeth eran alucinantes; sorprendentemente eran hasta un poco más grandes que las de su propia madre, y al igual que las de ella eran totalmente naturales, una verdadera delicia. En cuanto a su rostro Liz tenía la misma carita con expresión angelical pero muchísimo más remarcada por sus diecisiete, lo cual combinado con aquel culazo y aquellos pechos, la hacía más picante y excitante incluso que la misma Fabiola.

—Mamá —dijo Lizbeth colocándose junto a su madre y viendo por ende su propio y delicioso cuerpo reflejarse en el espejo, y luego de decirlo dejó inconscientemente su boquita abierta, como le pasaba a menudo. Su hermosa dentadura se dejó ver entre sus labios gruesos y carnosos, aquella era una chiquilla adorable.

Madre e hija despedían un aroma exquisito en esos momentos, ambas se habían duchado no hacía mucho poniendo mucho énfasis en ello, pues querían estar lo más presentables, como si fuesen a acudir a alguna reunión en un club social de altos vuelos. Ambas se habían preparado y perfumado para la ocasión y la lencería que usaban era nueva, fina y a la vez muy cómoda; pero más que los perfumes artificiales, los cuales usaban pero no exageraban en usar, la ducha les había servido para resaltar en ellas su aroma natural de mujeres, de hembras, y en la habitación ese aroma se podía percibir sin dificultad en el aire. La única diferencia en aquel momento es que la madre estaba ya completamente mojada, mientras que a la hija la situación que le preocupaba la distraía de lo principal en esos momentos, y por ende aún no lubricaba.

Como la hija guardo silenció la madre comenzó a arreglarse el cabello, y después de un rato al notar que el silencio de su adorada hija se prolongaba, finalmente añadió:

—¿Qué pasa hija, algún problema? —dijo volteando a ver a su Lizbeth con una mirada seria y atenta.

—Es que…

—Pero, qué pasa mi niña… —dijo Fabiola, girando hacia su nena y a la vez tomándole cariñosamente por los hombros, y ambas quedaran frente a frente.

—Amor, si estás preocupada por lo de tu novio, ya sabes que no hay ni habrá ningún, problema… en todo caso la decisión será tuya, tú decidirás lo que va a suceder al respecto; y se hará exactamente lo que tú quieras. Ahora si lo que quieres es que yo tomé la decisión por ti… o mejor aún que sea…

—No mamá, no es eso —dijo la hija tajante— y después bajó la cabeza para evitar la mirada de su madre. Sus labios carnosos volvieron a quedar entreabiertos.

—¿Bueno, entonces que es lo que te preocupa nena? —dijo la madre con gesto comprensivo, protector, acto seguido tomó delicadamente entre sus manos las mejillas de su hija—. Vamos mi niña linda dime qué pasa, mira que necesito saberlo antes de que lleguen nuestros invitados, tú sabes que cuando empecemos y ya estemos en la cama, aunque me lo digas no voy a ponerte ninguna atención.

Después de oír aquello Lizbeth no pudo reprimir una sonora carcajada. Y levantó la mirada para encontrarse con los ojos de su madre que también reía con ella aunque con una risa más recatada, entonces Fabiola acercó su rostro hasta casi tocar el de su hija. La expresión de preocupación en la hija había comenzado a atenuarse. Y finalmente mirando a su madre a los ojos dijo:

—Es que… el fin de semana… va a haber mucha gente aquí mami.

Fabiola entendió de golpe la cuestión y sólo necesitó unos pocos segundos para responder, mostrándose en todo momento serena y comprensiva, como la madre protectora que de hecho era.

—Pero hija —dijo Fabiola acariciando su nariz en un vaivén contra la de Lizbeth, mientras los senos de ambas se frotaban también por inercia—, no es la primera vez que nos subimos en grupo a la cama, cómo me sales con que son muchos los invitados, mira van a estar Marlene y Omar con su hija lindísimos, y Paola y Katia con sus papis que son un amor, y también viene Mónica que es tu mejor amiga o una de las mejores, de hecho todos los invitados son conocidos nuestros Liz. Y ya se han encamado con nosotros antes, bueno ahora que lo pienso los únicos con los que nunca…

—Sí —dijo Lizbeth poniéndose sería otra vez e interrumpiendo de nuevo a su madre, quien la dejó hablar— pero nunca habíamos estado tantas personas a la vez. Ahora si vamos a ser una multitud y yo... a lo mejor no me siento a gusto.

Esta vez fue Fabiola la que rio de buena gana mientras su hija callaba, pero sin dejar de mostrarse protectora y condescendiente para con ella.

—Te entiendo mi vida, de verdad que lo hago —dijo abrazando por completo a su hija para calmarla y darle seguridad—, es algo nuevo por la cantidad de gente que vamos a participar, en eso tienes razón, pero será riquísimo a final de cuentas, será riquísimo aunque te sientas cohibida, ya verás. Yo también estoy un poquito nerviosa lo admito, pero aun así ya quiero que llegué el día. Estoy nerviosa y excitada, tengo muchas ganas hija, muchas ganas.

Después de escuchar lo anterior Lizbeth pareció serenarse, Fabiola sabía como tranquilizarla; sólo había que darle seguridad, para disfrutar a tope y juntas todo lo que estaba por venir; la misma seguridad que Fabiola ya tenía. La madre sabía que por más reticencia que hubiera en el momento de iniciar aquella bacanal del fin de semana, en cuanto su hija comenzará a disfrutar sólo sería cuestión de unos pocos minutos para que se entregara a la vorágine del placer, sin importarle nada más.

—¿De verdad mami? es que no quiero hacer el oso —dijo Lizbeth aferrándose a su madre, y ella le abrazó más fuerte aún.

—De verdad Liz, y no lo harás, no harás el oso, yo estaré allí contigo. Vamos a gritar juntas de felicidad, te lo prometo.

Las hembras se sonrieron, y después de besarse en las mejillas amistosamente, quedaron enlazadas con las manos por unos segundos. Ambas estaban contentas de tenerse una a la otra.

—Estás bellísima mami —dijo Lizbeth finalmente.

—Te parece? —dijo la madre, soltando las manos de su hija para dar un paso atrás y ganar espacio; y luego hizo un giro completo, mientras sonreía orgullosa de sus encantos; para mostrarse sin ningún resquemor ante su hija, como si le modelara un vestido formal.

—Sí mami te queda bien ese body, estás lindísima.

Fabiola sonrió con satisfacción volviendo a mirarse al espejo, y luego dijo:

—Es un corsé mi niña.

—¡Ay perdón! —se disculpó la hija.

—No te preo… ¡aauuuu!

Fabiola no pudo completar la frase, Lizbeth vio como su madre retrocedía de golpe e involuntariamente, como si alguna fuerza invisible y desconocida tirara de ella.

Pero la expresión de sorpresa de Fabiola sólo tardó dos segundos en volverse de aceptación y reconocimiento; y después de eso, inmediatamente la madre arqueó su cuerpo por propia decisión, para que precisamente el ser invisible que estaba en esos momentos justo detrás de ella, y la tenía abrazada con fuerza por la cintura, mientras se frotaba con candor y rudeza contra su culo, pudiera realizar esa acción con la mayor facilidad posible.

—¡Ay! creo que tenemos un fantasma en la casa —dijo, y ella misma separó un poco las piernas como adivinando lo que pasaría a continuación. Y en efecto casi de inmediato sintió unos dedos que la masturbaban con grosera vehemencia.

Lizbeth permaneció mirando la escena sin inmutarse para nada, vio a su madre entrecerrar los ojos y echar el culo hacia atrás, para facilitar la masturbación que recibía. Luego la madre giró la cabeza lo más que pudo como si intentara ver quién estaba detrás de ella aferrándola y haciéndola gozar de lo lindo. Su hija la vio alzar uno de sus brazos a un lado, como buscando y encontrando el cuello o la cabeza del fantasma que la tenía abrazada por detrás en ese preciso momento, y que además ahora le estrujaba una de sus enormes tetas.

Fabiola había cerrado los ojos, totalmente entregada al goce.

—Definitivamente tenemos un fant… mmmmmmm...

Fabiola sintió como le besaban con fuerza, con ahínco, mientras le sujetaban la cabeza para impedirle despegarse de aquellos labios que la violentaban, metiéndole la lengua en su boquita, y ella correspondió inmediatamente y de la misma manera; la mano que antes la masturbaba, ahora le había separado más las piernas y la había hecho flexionarse un poco hacia adelante. Madre e hija sabían perfectamente lo que pasaría a continuación.

Fabiola sintió cómo entraba de golpe y hasta los cojones aquel pene durísimo en su apretada y delicada vagina, y casi cayó hacia adelante lanzando un gritito de placer, las manos que la sujetaban habían cambiado de posición y ahora la sostenían firmemente por la cintura. Fabiola puso rápidamente sus manos sobre sus rodillas flexionadas, y mantuvo con entereza la posición para poder ser penetrada bien fuerte y hasta el fondo, sus ojos estaban completamente cerrados y de su boca abierta escapaban gemidos del más genuino placer mientras aquel cuerpo invisible chocaba pelvis y cojones contras sus nalgas.

Lizbeth vio sin sorprenderse como su madre era montada de manera frenética y sin contemplaciones, y cómo disfrutaba ser prendida de aquella manera, sin importar para nada que su hija estuviera presente en la habitación.

Entonces, tiraron del cabello de Fabiola con fuerza desmedida y la mantuvieron así, luego Lizbeth vio a su madre con el cuello muy tenso, y su cabeza rígidamente dispuesta hacia atrás, tanto como era físicamente posible.

Fabiola lanzó un grito de dolor por aquella acción; pero no pidió ser soltada ni que aquello parara. al contrario, aquel tirón sostenido y un bombeo más furioso y más rápido dentro de ella era justo lo que necesitaba.

No pasó mucho tiempo; un orgasmo tremendo fue el anhelado resultado de aquel endiablado bombeo, comenzó a llegarle en oleadas estupendas, riquísimas, supremas; Fabiola sintió que todo le daba vueltas, sus manos dejaron de estar firmes sobre sus rodillas sin que ella pudiera evitarlo, así de intenso era aquel orgasmo; pero sus piernas aunque dudaron no cedieron, más que nada porque de inmediato dos brazos se cerraron en candado sobre ella, aferrándola por la cintura y la sostuvieron impidiéndole caer, lo hicieron fuertemente, con decisión, mientras aquel pene que estaba bien dentro de Fabiola detenía momentáneamente el bombeo.

Fabiola se vino a chorros mojando el pene que palpitaba de gusto dentro de su intimidad; al ser bañado por los jugos íntimos que aquella alegre y formal señora le entregaba en agradecimiento. Gradualmente aquel orgasmo intensísimo fue pasando, y Fabiola lo disfrutó de principio a fin tan rico como era; luego con los últimos estertores de placer, Fabiola fue recuperando su estabilidad en las piernas, lo cual fue aprovechado para que las manos que la sostenían por la cintura pasaran a sujetarla por las tetas, mientras de paso se las estrujaban y pellizcaban sus pezones. Después de unos momentos más, gradualmente la madre y esposa fue recuperándose, y luego, aún con una respiración agitada, pero con una sonrisa de total satisfacción exclamó:

—¡Mierda pero que rico me monta este fantasma!

La hija abrió entonces los ojos como platos al escuchar aquella expresión tan impropia de su madre, y como si fuese ella la que debiera poner el orden en aquel lugar, golpeó fuertemente en el piso con el tacón de su zapato, a la vez que decía en tono airado:

—¡Mamá esa boquita por favor!

Naturalmente Lizbeth sólo estaba bromeando, de antemano conocía la importancia del uso de ese tipo de lenguaje durante el acto amoroso; sobre todo y muy en especial para su madre.

—aaaahhhhh… perdón hija, fue la calentura del momento —dijo Fabiola sonriendo y con su carita en expresión angelical, mientras iba entreabriendo los ojos y tratando de enfocar a su hija.

Fabiola vio a su hija sonreírle también, en el rostro de Lizbeth había una expresión de total comprensión y asentimiento para con su madre.

Sus miradas se enlazaron tiernamente, en amistosa complicidad y a la par ambas se echaron a reír.

Entonces Fabiola sintió como se reanudaba el bombeo dentro de ella y se dejó llevar alegremente, la larga noche de sexo para madre e hija apenas comenzaba…


FIN DE LA PRIMERA PARTE
 
Última edición:

RichardVelard

Virgen
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Qué tal: para todos los que se han tomado la molestia de comentar; quiero decirles, que esperaba poder subir este mismo fin de semana, por lo menos la segunda parte de esta historia. Historia que dicho sea de paso; en su versión completa es realmente muy extensa; lamentablemente dudo mucho que pueda hacerlo; ciertas dificultades "técnicas" por mi parte me han llevado posponer la publicación de la segunda parte. De momento lo único que puedo decir, es que la publicaré en el transcurso de la semana siguiente. Pero en todo caso puedo asegurar que habrá valido la pena la espera. Saludos.
 

RichardVelard

Virgen
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Qué tal, lamentablemente no tengo fecha para publicar la segunda parte; ya que no me convenció el resultado final y estoy reescribiéndola. Lo único que puedo asegurar es que, sin importar cuánto me tarde habrá valido la pena.
 
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