Estaba tumbada en la cama cuando el móvil sonó a mi lado. Había tenido una mala noche, bueno… como casi todas, desde que cumplí los cincuenta fue como si mi cuerpo se olvidara de dormir.
Cogí el móvil en el silencio de la noche, todavía no había amanecido, aunque yo ya llevaba una hora despierta. Mi marido roncaba a pierna suelta a mi lado y, en la otra habitación, mi hija ya había llegado de su habitual noche de fiesta.
Me puse hacia un lado para que la luz de la pantalla no molestara a Eduardo, la verdad que no le iba a despertar ni poniendo música a todo volumen, pero por si acaso. Desbloqueé el móvil y me metí en el WhatsApp, allí estaba la respuesta de mi sobrino a uno de los mensajes que le envié.
No es que habláramos mucho, es más, estaba cerca de cumplir los treinta y no le había visto desde hacía cinco años. Me parece que es por la cercanía, vivimos a menos de quince minutos y no hacemos por vernos, o bueno…, simplemente, cada uno hizo su vida por su lado.
Hablamos de vez en cuando por teléfono, pero de manera muy esporádica y, más que nada, para felicitarnos cosas y poco más. En el estado que tenía en WhatsApp, mi sobri estaba de cena con sus amigos, me aburría y le comenté que se lo pasara bien, nada más, sin embargo, tendría su relevancia.
—Tía querida, ¿qué tal estás?
Tenía par de faltas de ortografía y algunas letras repetidas. Miré la hora, prácticamente, había estado en línea hasta ese momento. Sonreí para mí misma porque estaba claro que estaría borracho y recordar al niño que fue, me hizo bastante gracia.
—Pues bien, ¿has salido? —me respondió casi de la misma con un icono que asentía— ¿Te lo has pasado bien?
—De lujo. A ver si nos vemos un día de estos. —era la primera vez que me lo decía en… Tal vez… ¿En su vida?— Tengo ganas de verte.
Las faltas de ortografía seguían presentes y algunas palabras se separaban con letras sueltas que no sabía descifrar, debía estar bastante ebrio. La frase me resultó curiosa, no por el hecho de querer verme, eso entraba dentro de lo posible debido a lo evidente, soy su tía. Sin embargo, la cosa estaba en que no mencionaba ni a su tío, ni a su prima, solo a mí.
—Estaría bien, cariño. Te echo de menos.
Aquello era muy cierto, porque en su niñez pasé mucho tiempo con él, casi le traté como a mi propio hijo y añoraba esos momentos.
—Y yo a ti. —me mandó un corazón enorme que agradecí— ¿Sabes que eres mi tía favorita de siempre?
—¿Sí? —me lo imaginaba por todo el tiempo que pasamos juntos, pero a toda tía le gusta oír eso, ¿no?— No lo sabía, ¿la que más de todas?
—Desde siempre. —me reía por dentro, imaginándomelo tirado en la cama con una cogorza de manual y hablando conmigo de manera tan tierna— Siempre lo fuiste, me encantabas. De pequeño no me quería separar de ti.
—¡Ay, mi cielo! ¡Qué lindo eres!
—Te quería mucho, aunque no solo eso…
No puso nada más y fruncí el ceño, no entendía lo que me quería contar. Eché un vistazo a mi espalda donde mi marido continuaba dormido como una marmota. Al comprobar que Erik no me decía nada más, fui yo la que pregunté.
—¿Qué más?
—Me gustabas mucho, tía, abrazarte, darte besos, que me espachurraras entre tus brazos.
—Ah, vale. A mí también me gustaba, cariño. —darle mimos en su niñez era mi pasión, era un chico guapísimo, bueno, igual que ahora— ¿Tal vez tienes que ir a dormir? Me imagino que si has salido, habrás llegado hace poco.
—Sí, ahora estoy metido en la cama.
Me mandó una foto, en la que salía su rostro enrojecido por la bebida y también, buena parte de su torso desnudo. Sus pectorales estaban marcados y me dio cierto apuro mirarlo, ya que lo primero que me vino a la mente, es que tenía un muy buen cuerpo, muy lejos del de Eduardo…
—Pues duerme mucho, cielo, y ya hablamos en otro momento.
—Me gusta hablar contigo. —no me importaba continuar la conversación, no tenía nada mejor que hacer— ¿Tú me mandas algo?
—¿Qué? —estaba perdida.
—Unos besos, unos abrazos o una foto…
—¿Foto?
—Sí, estaría bien. —la escritura empezaba a mejorar, tal vez, porque se le estaba pasando la gran alcoholizada— Hace mucho que no nos vemos y quizá me olvide de ti. —finalizó con unas cuantas risas.
—Me tienes en el perfil, Erik. —le devolví las mismas risas y leí lo que me decía de la misma.
—Una de ahora estaría mejor.
Lo medité por unos segundos, porque no había nada malo en mandarle una foto de ese momento. Puse la cámara en mi dirección, contemplando mi rostro contra la almohada y varios pelos que me surcaban el rostro. Me los quité y pulsé para tomar la instantánea, que con la poca luz que entraba por la ventana, salió decentemente.
—Ahí la tienes y venga, cariñito, ahora ponte a dormir, que si no a la tarde vas a estar derrotado.
—Sigues igual de guapa que siempre. —aquello era demasiado directo venido de la boca de mi sobrino, aunque… me gustó el halago.
—No es que sea ya muy guapa, he llegado a los fantásticos cincuenta…
—Yo te veo la más guapa. Siempre lo has sido… igual que todo lo tuyo.
—¿Erik?
No me asustó leer aquello, porque no tenía por qué hacerlo, pero me quedé algo desubicada. Mi sobrino parecía que… De cierta manera… ¿¡Estaba ligando conmigo!?
—Sí, aquí estoy. ¿Sabes? Se te ve un cuerpo sensacional.
Miré la foto, por si no me hubiera fijado en algo. Se veía mi rostro y un poco más abajo, los dos bultos que eran mis tetas, nada más. Pensé en que igual le gustaba, poseía desde jovencita unos pechos enormes y ahora que había engordado un poco… pues… mis tetas también.
Quizá fuera eso a lo que se refería, estaba alabando mis pechos con cierto descaro, ¡las tetas de su tía!
—Ya estoy mayor. —le debería haber cortado, pero solo le puse eso.
—Qué va. Estás en tu mejor momento. No podrías verte mejor, Clara. ¿Te cuento una cosa? —mi cuerpo se movió en un espasmo sin saber el motivo. Antes de que me centrara en la pantalla, mis dedos danzaron por ella.
—¿Cuál?
—De pequeñito muchos de mis amigos me decían que tenía una tía muy guapa. Muy… Muy… guapa…
—¿Yo? —me sorprendía, puesto que nunca me consideré muy atractiva, aunque tengo cierta belleza y con un vientre más delgado, mis pechos resaltaban muchísimo.
—Exacto. La mejor. ¿Y yo sabes lo que opinaba?
—Dime.
—Lo mismo que ellos.
—Erik… —no había dudas, estaba cortejándome y… era raro, pero… curiosamente atrayente— Pensar eso de una tía, no está bien.
—Lo llevo pensando toda mi vida, Clara. Siempre me has gustado. —pude apagar el móvil para no seguir leyendo, sin embargo, no fui capaz— Y ahora, también. Me gustaría que quedáramos.
—¿Para qué?
Un sonido a mi espalda me alertó, pero no era nada más que mi marido con un ronquido demasiado potente. Cuando volví la vista al móvil, sentí cierto calor que detesté, puesto que nacía en una parte muy concreta de mi cuerpo.
—Para pasar un buen rato juntos.
—Estás borracho, Erik. No sabes lo que dices. —solté una de mis manos, acomodándome una braga que parecía que me sobraba. El corazón me iba rápido y mi respiración se hizo pesaba.
—Lo sé muy bien. Quiero proponerte esto. Si quieres, podemos quedar un día, te paso a recoger y vamos a la casa de mis padres en la playa. —estaba alucinada por semejante proposición y descaro, era evidente que no íbamos a ir a comer unas galletas— Solo una tarde, un ratito y ya está. Sería muy divertido.
—¿¡Estás loco!? ¡Ni de broma, Erik! Estoy casada, no puedo hacer eso. —toda mi alma se agitaba furiosa y la garganta se me secó de un segundo a otro.
—No te pido que dejes al tío, yo también le quiero mucho. No obstante, tengo unas ganas que no puedo evitar.
—No. No se puede, Erik.
La conversación debería haber terminado allí, sin embargo, mis manos no dejaban que la pantalla se apagase y mis ojos marrones apenas pestañeaban por si me pudiera perder algo. Me relamí los labios en un gesto de puro instinto, creí que sería por la sequedad de mi boca, aunque… podría ser por las ganas de que Erik me contestase.
—No tienes que aceptar ahora. Te lo digo y ya me meto a dormir.
—Erik, cariño, duerme y olvidemos esto. —en parte, lo quería olvidar, pero… no mucho.
—Te puedo recoger en el coche y vamos a la casa que está a diez minutos, sencillo. Me gustan los escotes, es como siempre te imaginé.
—¿Imaginarme?
—En mis momentos íntimos.
Me quedé de piedra. Era muy consciente de que Erik se haría pajas, es algo que nunca había pensado porque no me importaba lo más mínimo, pero descubrir que se masturbaba conmigo en mente, fue algo que no pude evitar… me puso cachonda.
Miré a mi marido, le quería muchísimo y habíamos pasado muchos años juntos, sin embargo, la idea que me pasaba por la cabeza de tener una aventura con Erik era tan descabellada que el motor erótico se me encendió de golpe.
Llevábamos dos años sin hacer nada, ni un tocamiento, y pese a que la menopausia me había quitado la libido de cierta manera, aún tenía ganas de notar la lujuria en mi piel. Puse los dedos encima del teclado, sintiendo que el corazón me latía rabioso. Las sienes me golpeaban y el aire parecía faltarme, estaba a unas pocas palabras de hacerlo, con un único “sí”, sería suficiente para sumergirme en esa locura.
—Erik… Duerme, cielo, olvidémoslo y descansa. Voy a borrar la conversación y mejor que hagas lo mismo.
—La oferta sigue en pie, tía, cuando lo decidas, sea el momento que sea, me lo dices. Te quiero.
—Y yo, cariño.
Borré la conversación con el alma alborotada, levantándome de la misma y llevándome el móvil conmigo al baño. Al sentarme en el retrete, comprobé lo que me temía… las bragas se me habían mojado debido a semejante proposición.
****
Las gotas de lluvia golpeaban con fuerza los cristales de la ventana. Yo me encontraba sentada en la cocina, mirando las gotas caer al tiempo que giraba en mis manos el móvil. Estaba nerviosa, a un paso de un ataque de nervios, toda la mañana le estuve dando vueltas al asunto de Erik y me asustaba de mí misma, puesto que… la idea de aceptar la propuesta estaba rondándome sin poder sacármela de la cabeza.
Mi sobrino era guapo, con buen cuerpo y muy amable, era el típico chico que, con veinte años, me hubiera comido de cabo a rabo, sobre todo, a rabo. Sin embargo, estaba la pega de que éramos familia y que estaba casada. No podía ir con él a ninguno lado, era toda una prohibición.
Abrí la conversación que estaba vacía y en la foto de su perfil, se encontraba con esa sonrisa tan bonita y unas gafas de sol. Mis piernas se apretaron de la misma, provocando que mis labios vaginales se rozaran para darme un gusto muy añorado.
—¡Menudo polvo me daría…! —suspiré para mí misma sabiendo que no había nadie en casa.
Era cierto, Erik me llevaría a la gloria y con lo cachonda que me encontraba, según me la metiera, me iba a correr. Decirle para ir a esa casa, era cometer una de las mayores locuras de mi vida y si no mantenía el secreto, un gran error. Era consciente de que no lo contaría nunca, sin embargo, era demasiado arriesgado.
Puse el teclado, pudiéndole mandar cualquier cosa y me detuve a meditar. Ya habían pasado las cinco de la tarde y tenía mucho tiempo para aburrirme durante aquel domingo tormentoso. Algo me impulsó, una visión de mi vestuario y poniéndome todo lo que le gustase a mi sobrino, mi cabeza me recordó sus palabras, “me dijo algo con escote, ¿no?”. Sentí un temblor en mis manos, igual que si una fuerza invisible me incitase a escribir.
Puse una letra, después otra, luego otra… así hasta que quedó una frase que me paró el corazón. Solo faltaba dar a un botón, un clic para cometer una locura digna de figurar en los libros de texto.
—¿Qué hago? —dije a una conciencia que no me respondía.
Del único lugar que obtuve algo similar a una contestación fue de mi dedo. Se movió de manera involuntaria encima del móvil y cuando vi lo sucedido, los dientes me castañetearon. Solté el teléfono sobre la mesa igual que si me quemara, sin poder cerrar los ojos y leyendo una y otra vez lo que le envié.
—¿A qué hora quedamos?
****
La lluvia golpeaba contra mi paraguas con mucha fuerza, parecía que más que gotas de agua, lo que caían del cielo eran pequeñas piedras. Miraba al final de la calle, donde los coches pasaban bajo las luces de las farolas y yo, esperaba… la… la carroza que me recogiera.
Había avisado a Eduardo y a mi hija de que saldría a dar una vuelta con las amigas, que llegaría para la hora de la cena. Saqué el móvil del bolsillo de mi chaqueta, contemplando que no eran ni las seis de la tarde. Habíamos quedado demasiado rápido, seguramente, con la idea que no se le pasase a ninguno de los dos la locura que nos enajenaba.
Me miré al reflejo del portal, contemplando mi chaqueta y por dentro, ese vestido que tan bien me quedaba. Por debajo, las medias eran visibles hasta llegar a los botines, aunque lo que no se podía ver, era ese escote delictivo que escondían los botones del abrigo.
Observé el final de la calle, como si una señal me dijera dentro de mi cabeza, que era el momento. Un coche de color rojo, más bien pequeño, apareció por el asfalto hasta que puso los intermitentes bajo la lluvia.
—Mi carroza… —dije tontamente y abrí la puerta.
Me senté de golpe dentro del vehículo, cerrando la puerta y sin mirar a mi sobrino. Estaba avergonzada y con una timidez que no podía soportar. Sabía lo que íbamos a hacer y era consciente de la locura que estaba cometiendo, solamente después de que pasaran unas horas desde que hablamos a la mañana.
—Hola. —trató de saludarme, aunque solo recibió una orden.
—Arranca.
Llegamos en diez minutos interminables en los que no giré el cuello para contemplar a Erik. No quería, no sabía por qué, pero no me apetecía nada mirarle, como si, en cualquier momento, nos contempláramos a los ojos y supiéramos la depravación que estábamos a punto de perpetrar.
El coche se introdujo en el garaje y salimos en la completa oscuridad que reinaba en el interior. No había ni un vehículo aparcado y normal, es una zona de veraneo y para nada hacía calor aquel día.
Subimos las escaleras en el mismo silencio que nos había rodeado desde que me recogió y solamente lo rompió mi muchacho cuando me abrió la puerta de la casa de mi hermano.
—Pasa.
Lo hice, adentrándome en un hogar que no había pisado en muchísimos años. Lo bueno, que estaba tal y como lo recordaba, por lo que, mientras él cerraba la puerta y ponía la llave, yo caminé con mis botines por la baldosa desnuda.
Llegué a la habitación de sus padres, sentándome en la amplia cama y esperando que el chico hiciera acto de presencia. Fue en ese momento en el que le vi con un chándal y una sudadera holgada que no hacía honor a su figura. Tenía el rostro algo demacrado que gritaba a voces la resaca que llevaba, sin embargo, solo me importó una cosa.
Era incapaz de reconocerme a mí misma, pero, en ese escrutinio, tuve que pararme para fijarme en la tela del chándal. En la parte de su entrepierna, un bulto duro como una roca y… ¡Enorme…! Se notaba sin ningún tipo de vergüenza.
—Siéntate —dije más que nada para aclarar la voz, porque ese era su objetivo.
Me retiré la chaqueta con calma, dejando que me contemplase, quería devolvérsela de alguna manera. Yo había visto su polla con total claridad bajo el pantalón y, ahora, mi bonito sobrino contemplaría el escote que me pidió.
Dejé en la mesilla el abrigo y me giré para que pudiera admirarme sin restricciones. Mi vestido azul marino me sentaba de maravilla pese a haber engordado unos cuantos kilos, en especial, la zona del escote era la que más se remarcaba. Con esa prenda, siempre llevo un pequeño top para que no se vean tanto, pero para Erik… mis tetas casi se observaban a más de la mitad de su volumen.
—Eso es lo que quería —comentó sentado a mi lado con un temblor muy evidente en la voz.
—Quítame la cremallera —le mandé virando un poco mi torso.
Sus dedos hicieron rápidamente que la cremallera se deslizara hasta la parte baja de mi espalda y con un movimiento rápido, saqué mis dos brazos por el vestido. El sujetador de encaje blanco salió a la luz, con esas cintas gruesas que sostenían el gran peso de mis mamas.
Las vio…, las miró…, admiró mi par de tetas como si fueran de una deidad y… me sentí realmente deseada. Su mano se lanzó hacia una, apretando con muchas ganas y permití que sus dedos se introdujeran en mi carne.
—¡Aahh…! —jadeé sin querer debido a su ímpetu.
—Tía… —tuve que mirarle a los ojos. Con su mano en mi pecho, me añadió con una rotundidad que jamás había sentido— ¡Te pienso pegar una follada…!
Apoyada con ambas manos en la cama y con su cuerpo pegado al mío, al tiempo que sus cinco dedos me seguían amarrando la teta como si fuera suya, solo pude contestar.
—Bien.
Con el vestido todavía ceñido a mi cintura, el chico me bajó una tira de mi hombro, haciendo que la teta más cercana saliera a la luz con un pezón que pedía a gritos que lo apretaran.
Erik estaba muy cachondo, incluso podría decir que demasiado. Se recostó levemente y, acto seguido, cuando lo tuvo a tiro, lamió ese pezón rebelde con ganas hasta que me sacó lo evidente, un jadeo muy profundo.
—¡Aahh…! ¡Sí, Erik…!
Me sentí atraída por la pasión, sumergida en esa vorágine mientras las fotos de mi hermano y mi cuñada nos miraban impasibles. Solté mi mano derecha, alcanzando un bulto bien grande que deseaba tocar, así lo hice.
Sus labios sisearon al tiempo que consumían mi pecho y yo, apreté con mucha pasión una polla que se veía inmensa. Erik no perdía el tiempo, parecía que tuviera prisa, aunque más bien, estaría mejor que dijera que lo que tenía era… eso… ¡Ganas de follarme!
Se bajó el chándal de la misma, quedando la prenda anudada en sus rodillas y su pene… votando en dirección al techo. Abrí los ojos de puro asombro, era la serpiente más grande que había visto en mi vida y lo puedo decir sin exagerar, ¡era enorme!
—¡Dios mío…! —me salió del alma y el chico, me respondió con una pequeña carcajada.
Se la cogí de inmediato, sumida en una efervescencia que no me esperaba. La manejé lo mejor que pude, era una herramienta a tener en cuenta y cuando vi la punta, me relamí de placer. Estaba empapada, literalmente, mojada.
—¡Estás muy cachondo…! —susurré escuchando el sonido de succión en mi gran pecho.
Me acomodé ligeramente, dejando que me comiera la teta todo lo que quisiera al tiempo que movía su polla arriba y abajo. Fueron pocas veces, no llegarían a diez sacudidas de aquel duro y enorme falo que sentí un peculiar calor en mis dedos.
El presemen se había acumulado en el capullo, tanto que había surgido un pequeño río que corrió deprisa por semejante tronco. Para cuando sentí el calor, esa gota espesa y transparente había alcanzado uno de mis dedos, añadiéndome mucha más excitación.
—Tía…, —sus labios brillaban por culpa de la saliva— chúpame la polla.
—Eh… —sus ojos resplandecían de entusiasmo y de una sentada, me puse en pie contestando de forma eufórica— ¡Sí!
Se sentó de una manera más cómoda, a la vez que yo me desprendía del vestido. De la misma, me quité el sujetador, dejando mis dos tetas al aire, aunque solo una brillaba debido a las babas que aún seguían sobre ella.
Me arrodillé rápidamente, sosteniendo con ganas una polla que, con toda seguridad, superaría los veinte centímetros. No pude rodearla entera con mi pequeña mano, pero daba lo mismo, lo importante era que abriera la boca y… la devorase.
El sabor a semen me golpeó de pronto, era muy intenso, una sensación de pura pasión que me provocó cerrar los ojos del gusto. Aunque los abrí rápido cuando escuché el placer en la boca de mi sobrino.
—¡Joder, eso es! ¡Hace cuanto que deseaba esto!
Se la chupé moviéndosela con mi mano diestra. Mi lengua le bañaba toda la punta y pensé en metérmela entera, pero lo vi complicado, quizá me asfixiaba. Levanté la mirada, para dedicarle “una mirada de amor” como le llamaba mi marido y el chico tenía la cara rota de placer.
—Con las tetas… —susurró con los labios apretados.
—¿Qué?
—¡Sigue con tus melones…!
—¡Ah!
Lo hice sin dudar, colocándome su escopeta entre ambos senos y haciéndole una paja con mis tetas, algo que no hacía desde que tenía treinta años. La cosa fue bien, con mi saliva todo se restregaba casi como si tuviera la zona cubierta de lubricante.
Le puse empeñó y mi sexo se humedeció al extremo al ver la cara de gozo de mi niño. Erik estaba a punto de explotar y su polla había adquirido un color rojizo del todo ardiente. Supe que mi esfuerzo se iba a ver recompensado y en nada… Conseguiría una corrida.
—¡La puta!
Erik se levantó de la misma, sacando el pene de entre mis montañas y comenzando a masturbarse de manera frenética. El pene zumbaba de arriba y abajo, y yo, me quedé quieta sin saber lo que querría.
—Sube tus melones, ¡súbelos! —me rogó sin poder aguantarse.
—¿Así?
Pose ambas manos debajo de las pesadas mamas, elevándolas en el aire hasta crear un busto que mi sobrino no había visto en su vida. Me sonrió en silencio, donde el único ruido que se escuchaba era el chapoteo de su polla a punto de escupir. Lo hizo.
—¡Clara, coño, mira lo que es tuyo! —clamó cuando el primer chorro me surcó el pecho que me había estado chupando.
—¡Cariño! —bramé con una cachondez ilimitada— ¡Qué bueno! ¡Erik, sigue, dámelo todo!
No me reconocía y menos cuando cuatro balazos de semen explotaron contra mis tetas manchándolas enteras. Estaba agitada, con la respiración acelerada y jadeando tanto o más que mi sobrino.
El chico cayó sentado en la cama, con semejante pene duro y los huevos algo más vacíos. Me levanté con una sonrisa y la sorpresa de sentirme ida de placer, incluso… dudé de si me podría haber corrido con diez segundos más de corrida. “¡Podría ser…!”, acabé por decirme.
—Vete a limpiarte, tía.
En el baño me retiré la ingente cantidad de semen, dándole un lametazo a una gota suelta y temblando al disfrutar de ese sabor tan peculiar. Nunca lo había hecho, ni siquiera mi marido se me había corrido en las tetas, sin embargo, mi pasión me pedía que lo repitiera todas las veces posibles, eso sí… solo con Erik.
Regresé al cuarto sin las medias ni los botines, los cuales los llevaba en la mano y los dejé al lado del vestido. Mi amante me miraba con ojos idos, tirado en la cama, y cuando contemplé que su pene todavía no había menguado, me quité la braga.
—¿Puedes seguir? —pregunté subiéndome a la cama.
—Como para no poder, voy a cumplir todos mis deseos en una misma tarde.
Me puse a ahorcajadas encima de él, direccionando su pene a mi vagina que daba aplausos por saber que la iban a perforar. Bajé un poco mi cadera, lo suficiente para introducirme esa punta gorda. Cuando lo hice, mi espalda vibró de gozo y tuve que bajar un poco más hasta meterme la mitad.
—¿Te gustan las pollas gordas? —me preguntó con descaro.
—No… —otro tirón y casi pude metérmela entera— Lo que me gusta es tu polla gorda.
Empecé a moverme encima, con semejante placer que me anunciaba algo demasiado veloz. El erotismo del momento estaba en su punto más álgido y me imaginaba que, después de tantos años sin nada…, me iba a correr más rápido que él.
—¿A ti te gustan las tetas gordas? —le dediqué una sonrisa y él me las lamió con ganas.
—Me he pajeado con estas tetas tantas veces… —puso sus manos en mi culo y me dio un azote que apenas noté— Ahora me he pajeado sobre ellas.
—¡Dios…! ¡Eres un cerdo! —me la clavé entera y mi vagina se dilató como nunca— ¡Aahh…! ¡Erik, que poco voy a durar!
Me moví algo más rápido, sintiendo la succión en una de las tetas que manchó de blanco y, de la misma, supe que me iba a correr. Todo tan rápido… esperaba aguantar algo más en el segundo.
—¡Ahhh! ¡Qué polla! ¡Me pones mucho, sobrinito! ¡Me voy a correr!
—¿¡Ya!? —se rio dándome otro azote en mi gran culo— No soy al único que le pone follarse a un familiar.
—¡Puto guarro…! —grité al cielo metiéndomela sin parar— ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! ¡Oohh…! ¡Ohh…! ¡Sí! ¡Ya era hora!
Me detuve para correrme a gusto. Todos sus centímetros quedaron en mi interior, ahogándole con una presión descomunal, para, acto seguido, derramar sobre su bastedad un sinfín de fluidos que salieron a la par que mi voz se rompía de placer.
El orgasmo fue divino, glorioso, algo que esperaba con ansia desde que me lo propuso por la mañana. No me podía engañar, la idea había sido del todo pecaminosa, pero… placentera.
Me caí en la cama, reposando un corazón que no daba abasto entre mis tetas. Sin embargo, Erik no pretendía descansar y antes de que pasara medio minuto, se colocó encima de mí.
—¿Qué haces? —pregunté medio somnolienta y separando mis muslos para dejar abierta la puerta de mi sexo.
—No pienso parar de follarte hasta que me corra otra vez.
No pude contestar, porque de la misma, me la metió por completo en mi interior. El cuello me hizo un movimiento brusco y todos los músculos se me tensaron debido a tanto poder.
Las palabras del muchacho eran ciertas, me empezó a penetrar sin descanso, con el poder de la juventud a pleno pulmón, mientras mi cuerpo se mecía con cada una de sus embestidas.
Apenas podía jadear y solamente me habría de piernas para que su tarea no se interrumpiera. Estaba claro que él tardaría algo más en correrse, pero en mi caso… Apenas estuve tres minutos de esa manera que tuve que confesarle.
—Cariño, me voy a correr… ¡Dale…! ¡No pares!
—¿Otra vez? —asentí con los dientes juntos— ¿¡Quién es ahora la guarra!? —se rio follándome más rápido— ¿Eres una guarra que le gusta follarse a su sobrino?
—Sí. —asentí sintiendo miles de calambrazos en mi sexo— Soy una guarra que se va a follar muchas veces a su sobrino.
—¿Muchas?
—¡¡Aaaahhhh!! —fue un grito que se pudo escuchar en el cielo— Muchísimas. Siempre que puedas me vas a traer aquí. ¡Aaahhh, Erik! ¡Vas a ser mi amante!
—¡Por supuesto que sí, tía querida!
Apreté mis piernas en su espalda y mi cuerpo se combó llegando al orgasmo con una profundidad que desconocía. Los ojos se me abrieron de par en par, aunque no lograba ver nada, únicamente, una luz blanquecina que cubría todo.
Estaba en la gloria, sin embargo, había una cosa que resultó curiosa. Erik vio con claridad que me estaba corriendo, ya que aparte de mi rostro y mis movimientos, mis jadeos y gemidos eran bastante evidentes, no obstante, no detuvo sus movimientos.
Continuó follándome sin parar, con la misma intensidad que antes. Fue entonces que lo sentí, medio minuto después de que explotara mi cuerpo, de nuevo… ¡Me corrí!
—¡Aahh…! ¡Cabrón…! ¡No pares, no pares, no pares…! ¡¡ERIIIIIIK!!
Esta vez mi vagina expulsó el gran pene y comencé a retozar sobre la cama, mientras que de mi interior, brotaba líquido en una cascada que manchaba el edredón. Erik se quedó contemplando su obra, esa que me había llevado a dos gloriosos orgasmos y… ¡Seguidos! Algo que jamás me había ocurrido.
El chico se levantó, recorriendo el pasillo y yendo a alguna parte. Ni idea a qué lugar iría, aunque con aquel esfuerzo igual iba a por un vaso de agua. Cuando volvió, me encontraba de vuelta en el mundo de los vivos y había dejado de volar por el nirvana. Mi chico… quería más.
—Ponte a cuatro patas —soltó sin ningún atisbo de timidez.
—Si es que puedo… ¡Me has taladrado el coño!
—Y más que te voy a taladrar ahora. —estaba medio girada y recibí un azote en una de mis grandes nalgas— Menudo culo, tía. ¿Te han dado por el culo alguna vez?
—No, y ni de coña me vas a meter tú esa polla.
Me coloqué igual que una buena perra, con las piernas separadas y levantando el culo igual que si tuviera cola. Para cuando una de sus manos me agarró la cintura, la otra estaba metiéndomela dentro.
—Al final, me vas a dejar que te dé por el culo. Ya verás.
Su movimiento de cadera empezó y otra vez pude notar un placer desconocido, era como si el mero hecho de que su pene me tocara la vagina ya me daba más placer que años con mi marido.
—Hoy no… —dije con la voz apagada por culpa de tanto movimiento.
—Otro día, sí. Tía, voy a querer muchas cosas de ti… ¡Aahh…! —el placer le volvía, igual que cuando la tenía en mi boca— Ya me la has chupado… Te la he metido… Vas a pasarme unas cuantas fotos para tenerte en mi móvil cuando quiera.
—¿Fotos? —su movimiento era realmente duro y mi pelo zumbaba de un lado a otro igual que mis enormes tetas.
—Sí. Te iré pidiendo para poder pajearme en casa.
—¡Cariño…! ¡Eso…! ¡Ya te lo hago yo!
—¡Búa…! Me encanta que seas una golfa, no me lo esperaba. Dame las manos, —lo hice y me puso una en cada nalga— Sepárate el culo para que te folle del todo. Ábrete para tu sobrino.
Separé mis nalgas como me pedía, porque, en ese momento, todo lo que me exigiera se lo daría, estaba sumisa por completo a mi sobrino. Me dio con unas ganas terribles, hasta el instante en el que tuve que soltar mi trasero y estimularme los pezones, puesto que, después de hacérmelo durante cinco minutos, como a una perra… ¡Volví a correrme!
—¡Eres…! ¡Un guarro…! —le dije casi sin respiración cuando paré de gritar.
—Más guarra eres tú, tía querida. Ahora ven aquí.
Me levantó de manera ruda y se sentó en el borde de la cama. Le miré sin entender lo que buscaba y girando el dedo, me indicó que me diera la vuelta. Me acerqué a él con las piernas temblorosas y, dándole la espalda, me senté sobre su lanza clavándomela entera.
—Los jueves a la tarde no tengo nada que hacer, vamos a empezar a quedar siempre ese día. —me susurró al oído al tiempo que me sobaba los pechos— Ahora me voy a correr. Dime cosas muy cerdas para que te dé la leche.
—¿El jueves? Puede ¡Ah…! —al recostarse me la metió más y sentí un placer doloroso muy intenso. Debía acabar ya, si no me mataría a polvos— Puede que… diga en casa… que me he apuntado a un taller.
—Al taller de comerle la polla a tu sobrino. —se rio y yo… ¡Hice lo mismo!
—Un día te voy a dejar que me comas las tetas todo el tiempo que quieras. Solo eso. Que te des el gusto por todas las pajas que te has hecho.
Mis piernas tenían fuerza y botaba con mi tremendo culo sobre un pene que disfrutaba de sus últimos instantes de vida. No me daba mucho placer, estaba algo dolorida y quizá irritada, sin embargo, por mi sobrino… daría todo mi esfuerzo.
—Me he hecho muchas y más que me haré.
—¡No! —solté sin dejar de botar con mi respiración acelerada— Las pajas solo te las hago yo, quiero que traigas toda la leche que puedas para tu tía Clara. ¿Entiendes?
—¿Quieres tu zumo blanco?
—Sí, mi amor, ¿lo tienes listo? —me apoyé en sus rodillas y le miré con ojos de colegiala por encima del hombro.
—Y tanto… un poco… un poco más. ¡Dios, gracias por darme una tía tan guarra! ¡Te amo, Clara! —boté con fuerza en tres ocasiones más para darle las gracias por los halagos y fue entonces que el orgasmo llamó con fuerza— ¡Sal, sal, sal! —pidió a gritos.
Me levanté sin saber qué ocurría, aunque según me di la vuelta, el chico tenía su tremendo pollón entre una de sus manos y con la otra me hizo una señal para que me agachara.
—¡Arrodíllate! —pidió aguantándose la corrida que ya debía estar en la punta.
Me puse de la manera que él me rogaba, colocándome de rodillas en la vieja alfombra, justo con mi cara a la altura de su polla. Me colocó esta delante de mi boca, imaginándome que deseaba que se la chupara, pero… no era necesario.
—¡Abre la boquita que viene el biberón…!
Separé mis labios, sacando la lengua y colocándola en la parte baja de su prepucio. Con la punta apuntando a mi interior, se la movió dos veces y gritó al cielo todo su placer.
—¡Tómalo, guarra!
Su semen chocó contra mi paladar, dejándome otros tantos disparos que no fui capaz de contar. Todo el semen estaba en mi boca, con los ojos fijos en su rostro que se tambaleaba debido a todo el placer.
—Bébelo… —pudo ordenarme con una voz consumida y yo… me lo tragué todo— Bien… Ahora chúpamela un rato hasta que me calme y luego…, te llevo a casa.
Así lo hice, con el sabor de su corrida en la boca, le limpié la polla durante veinte minutos hasta que quedó satisfecho. Si me lo hubiera pedido por dos horas… se lo hubiera hecho hasta que se me agrietaran los labios.
****
Llegué a casa caminando con extrañeza, menos mal que no había nadie y pude darme una buena ducha relajante. Tenía la vagina con agujetas de tanto ejercicio y un escozor de alguna rozadura que me dejó el burro de Erik.
Cuando cené, sentí cierta pena, puesto que el sabor de su polla, sumado al de su semen, iba a desaparecer de mi boca. Sin embargo, me alegró saber que el jueves siguiente, volvería. “Tengo que pensar una excusa”, me dije sentada a la mesa.
En ese momento sonó mi móvil, estaba claro que era Erik el que me hablaba y lo cogí en el acto.
—¿Qué te parece esto? Tienes que empezar a abrir ese culo.
Me había pasado una captura de pantalla de su teléfono, donde un plug anal aparecía en un color fucsia muy llamativo. Me reí sin poder evitarlo, Erik tenía una personalidad sexual muy fuerte que jamás hubiera adivinado. Con mis uñas recortadas, tuve que contestarle.
—Tendrás que esperar más días, con mi culo vamos poco a poco.
—Pero, ¿me lo darás? —sonreí de manera pícara, menos mal que no me veía.
—Claro. Soy tuya. Puedes comprarme todo lo que quieras, que lo usaré.
—Pienso gastarme el sueldo en ti.
—¡Cuánto me pone saber eso…! —era cierto y tuve que dirigir una mano a mi sexo, dónde la humedad provocada por Erik ya se había secado.
—¿Y esto?
La siguiente foto fue de su rabo, de un coloso rojizo con venas palpitantes que me puso a mil por hora. Era el mejor pene del mundo y… además… me pertenecía. Unas llaves me asustaron a mi espalda, era mi hija que retornaba de la calle y saludaba con un simple hola, para, acto seguido, meterse a saber dónde.
Me fui al baño, buscando algo de intimidad y cuando estuve delante del espejo, me subí la parte de arriba del pijama. Mi par de enormes pechos salieron a la luz y me saqué una foto que salió de maravilla. Claramente, se la envié.
—¿Quién se va a comer estas tetas?
—¡Uf…! ¡Me voy a pajear ahora mismo!
—¡No, no…! Esa polla es solo mía. Si te pajeas, no me tendrás.
—Mala…
—Sí… —me encantaba dominarle y que me dominara— Tu tía va a ser malísima. Pero… A cambio de una paja que no te va a llevar a nada, te voy a hacer todo lo que me pidas. ¿Te parece bien?
—Solo quiero que llegue el jueves.
Esa noche, Erik no se pajeó y tampoco ninguno de los días posteriores. El jueves siguiente me monté una buena excusa y mi querido sobrino… me montó de manera ruda en la cama de sus padres.
Volví a tragarme su semen cuando se la chupé, aunque luego, me llenó la vagina cuando nos corrimos a la par. No probamos ese día el plug, aunque lo he guardado para iniciarme en casa y ofrecerle mi culo cuando esté preparada.
Cogí el móvil en el silencio de la noche, todavía no había amanecido, aunque yo ya llevaba una hora despierta. Mi marido roncaba a pierna suelta a mi lado y, en la otra habitación, mi hija ya había llegado de su habitual noche de fiesta.
Me puse hacia un lado para que la luz de la pantalla no molestara a Eduardo, la verdad que no le iba a despertar ni poniendo música a todo volumen, pero por si acaso. Desbloqueé el móvil y me metí en el WhatsApp, allí estaba la respuesta de mi sobrino a uno de los mensajes que le envié.
No es que habláramos mucho, es más, estaba cerca de cumplir los treinta y no le había visto desde hacía cinco años. Me parece que es por la cercanía, vivimos a menos de quince minutos y no hacemos por vernos, o bueno…, simplemente, cada uno hizo su vida por su lado.
Hablamos de vez en cuando por teléfono, pero de manera muy esporádica y, más que nada, para felicitarnos cosas y poco más. En el estado que tenía en WhatsApp, mi sobri estaba de cena con sus amigos, me aburría y le comenté que se lo pasara bien, nada más, sin embargo, tendría su relevancia.
—Tía querida, ¿qué tal estás?
Tenía par de faltas de ortografía y algunas letras repetidas. Miré la hora, prácticamente, había estado en línea hasta ese momento. Sonreí para mí misma porque estaba claro que estaría borracho y recordar al niño que fue, me hizo bastante gracia.
—Pues bien, ¿has salido? —me respondió casi de la misma con un icono que asentía— ¿Te lo has pasado bien?
—De lujo. A ver si nos vemos un día de estos. —era la primera vez que me lo decía en… Tal vez… ¿En su vida?— Tengo ganas de verte.
Las faltas de ortografía seguían presentes y algunas palabras se separaban con letras sueltas que no sabía descifrar, debía estar bastante ebrio. La frase me resultó curiosa, no por el hecho de querer verme, eso entraba dentro de lo posible debido a lo evidente, soy su tía. Sin embargo, la cosa estaba en que no mencionaba ni a su tío, ni a su prima, solo a mí.
—Estaría bien, cariño. Te echo de menos.
Aquello era muy cierto, porque en su niñez pasé mucho tiempo con él, casi le traté como a mi propio hijo y añoraba esos momentos.
—Y yo a ti. —me mandó un corazón enorme que agradecí— ¿Sabes que eres mi tía favorita de siempre?
—¿Sí? —me lo imaginaba por todo el tiempo que pasamos juntos, pero a toda tía le gusta oír eso, ¿no?— No lo sabía, ¿la que más de todas?
—Desde siempre. —me reía por dentro, imaginándomelo tirado en la cama con una cogorza de manual y hablando conmigo de manera tan tierna— Siempre lo fuiste, me encantabas. De pequeño no me quería separar de ti.
—¡Ay, mi cielo! ¡Qué lindo eres!
—Te quería mucho, aunque no solo eso…
No puso nada más y fruncí el ceño, no entendía lo que me quería contar. Eché un vistazo a mi espalda donde mi marido continuaba dormido como una marmota. Al comprobar que Erik no me decía nada más, fui yo la que pregunté.
—¿Qué más?
—Me gustabas mucho, tía, abrazarte, darte besos, que me espachurraras entre tus brazos.
—Ah, vale. A mí también me gustaba, cariño. —darle mimos en su niñez era mi pasión, era un chico guapísimo, bueno, igual que ahora— ¿Tal vez tienes que ir a dormir? Me imagino que si has salido, habrás llegado hace poco.
—Sí, ahora estoy metido en la cama.
Me mandó una foto, en la que salía su rostro enrojecido por la bebida y también, buena parte de su torso desnudo. Sus pectorales estaban marcados y me dio cierto apuro mirarlo, ya que lo primero que me vino a la mente, es que tenía un muy buen cuerpo, muy lejos del de Eduardo…
—Pues duerme mucho, cielo, y ya hablamos en otro momento.
—Me gusta hablar contigo. —no me importaba continuar la conversación, no tenía nada mejor que hacer— ¿Tú me mandas algo?
—¿Qué? —estaba perdida.
—Unos besos, unos abrazos o una foto…
—¿Foto?
—Sí, estaría bien. —la escritura empezaba a mejorar, tal vez, porque se le estaba pasando la gran alcoholizada— Hace mucho que no nos vemos y quizá me olvide de ti. —finalizó con unas cuantas risas.
—Me tienes en el perfil, Erik. —le devolví las mismas risas y leí lo que me decía de la misma.
—Una de ahora estaría mejor.
Lo medité por unos segundos, porque no había nada malo en mandarle una foto de ese momento. Puse la cámara en mi dirección, contemplando mi rostro contra la almohada y varios pelos que me surcaban el rostro. Me los quité y pulsé para tomar la instantánea, que con la poca luz que entraba por la ventana, salió decentemente.
—Ahí la tienes y venga, cariñito, ahora ponte a dormir, que si no a la tarde vas a estar derrotado.
—Sigues igual de guapa que siempre. —aquello era demasiado directo venido de la boca de mi sobrino, aunque… me gustó el halago.
—No es que sea ya muy guapa, he llegado a los fantásticos cincuenta…
—Yo te veo la más guapa. Siempre lo has sido… igual que todo lo tuyo.
—¿Erik?
No me asustó leer aquello, porque no tenía por qué hacerlo, pero me quedé algo desubicada. Mi sobrino parecía que… De cierta manera… ¿¡Estaba ligando conmigo!?
—Sí, aquí estoy. ¿Sabes? Se te ve un cuerpo sensacional.
Miré la foto, por si no me hubiera fijado en algo. Se veía mi rostro y un poco más abajo, los dos bultos que eran mis tetas, nada más. Pensé en que igual le gustaba, poseía desde jovencita unos pechos enormes y ahora que había engordado un poco… pues… mis tetas también.
Quizá fuera eso a lo que se refería, estaba alabando mis pechos con cierto descaro, ¡las tetas de su tía!
—Ya estoy mayor. —le debería haber cortado, pero solo le puse eso.
—Qué va. Estás en tu mejor momento. No podrías verte mejor, Clara. ¿Te cuento una cosa? —mi cuerpo se movió en un espasmo sin saber el motivo. Antes de que me centrara en la pantalla, mis dedos danzaron por ella.
—¿Cuál?
—De pequeñito muchos de mis amigos me decían que tenía una tía muy guapa. Muy… Muy… guapa…
—¿Yo? —me sorprendía, puesto que nunca me consideré muy atractiva, aunque tengo cierta belleza y con un vientre más delgado, mis pechos resaltaban muchísimo.
—Exacto. La mejor. ¿Y yo sabes lo que opinaba?
—Dime.
—Lo mismo que ellos.
—Erik… —no había dudas, estaba cortejándome y… era raro, pero… curiosamente atrayente— Pensar eso de una tía, no está bien.
—Lo llevo pensando toda mi vida, Clara. Siempre me has gustado. —pude apagar el móvil para no seguir leyendo, sin embargo, no fui capaz— Y ahora, también. Me gustaría que quedáramos.
—¿Para qué?
Un sonido a mi espalda me alertó, pero no era nada más que mi marido con un ronquido demasiado potente. Cuando volví la vista al móvil, sentí cierto calor que detesté, puesto que nacía en una parte muy concreta de mi cuerpo.
—Para pasar un buen rato juntos.
—Estás borracho, Erik. No sabes lo que dices. —solté una de mis manos, acomodándome una braga que parecía que me sobraba. El corazón me iba rápido y mi respiración se hizo pesaba.
—Lo sé muy bien. Quiero proponerte esto. Si quieres, podemos quedar un día, te paso a recoger y vamos a la casa de mis padres en la playa. —estaba alucinada por semejante proposición y descaro, era evidente que no íbamos a ir a comer unas galletas— Solo una tarde, un ratito y ya está. Sería muy divertido.
—¿¡Estás loco!? ¡Ni de broma, Erik! Estoy casada, no puedo hacer eso. —toda mi alma se agitaba furiosa y la garganta se me secó de un segundo a otro.
—No te pido que dejes al tío, yo también le quiero mucho. No obstante, tengo unas ganas que no puedo evitar.
—No. No se puede, Erik.
La conversación debería haber terminado allí, sin embargo, mis manos no dejaban que la pantalla se apagase y mis ojos marrones apenas pestañeaban por si me pudiera perder algo. Me relamí los labios en un gesto de puro instinto, creí que sería por la sequedad de mi boca, aunque… podría ser por las ganas de que Erik me contestase.
—No tienes que aceptar ahora. Te lo digo y ya me meto a dormir.
—Erik, cariño, duerme y olvidemos esto. —en parte, lo quería olvidar, pero… no mucho.
—Te puedo recoger en el coche y vamos a la casa que está a diez minutos, sencillo. Me gustan los escotes, es como siempre te imaginé.
—¿Imaginarme?
—En mis momentos íntimos.
Me quedé de piedra. Era muy consciente de que Erik se haría pajas, es algo que nunca había pensado porque no me importaba lo más mínimo, pero descubrir que se masturbaba conmigo en mente, fue algo que no pude evitar… me puso cachonda.
Miré a mi marido, le quería muchísimo y habíamos pasado muchos años juntos, sin embargo, la idea que me pasaba por la cabeza de tener una aventura con Erik era tan descabellada que el motor erótico se me encendió de golpe.
Llevábamos dos años sin hacer nada, ni un tocamiento, y pese a que la menopausia me había quitado la libido de cierta manera, aún tenía ganas de notar la lujuria en mi piel. Puse los dedos encima del teclado, sintiendo que el corazón me latía rabioso. Las sienes me golpeaban y el aire parecía faltarme, estaba a unas pocas palabras de hacerlo, con un único “sí”, sería suficiente para sumergirme en esa locura.
—Erik… Duerme, cielo, olvidémoslo y descansa. Voy a borrar la conversación y mejor que hagas lo mismo.
—La oferta sigue en pie, tía, cuando lo decidas, sea el momento que sea, me lo dices. Te quiero.
—Y yo, cariño.
Borré la conversación con el alma alborotada, levantándome de la misma y llevándome el móvil conmigo al baño. Al sentarme en el retrete, comprobé lo que me temía… las bragas se me habían mojado debido a semejante proposición.
****
Las gotas de lluvia golpeaban con fuerza los cristales de la ventana. Yo me encontraba sentada en la cocina, mirando las gotas caer al tiempo que giraba en mis manos el móvil. Estaba nerviosa, a un paso de un ataque de nervios, toda la mañana le estuve dando vueltas al asunto de Erik y me asustaba de mí misma, puesto que… la idea de aceptar la propuesta estaba rondándome sin poder sacármela de la cabeza.
Mi sobrino era guapo, con buen cuerpo y muy amable, era el típico chico que, con veinte años, me hubiera comido de cabo a rabo, sobre todo, a rabo. Sin embargo, estaba la pega de que éramos familia y que estaba casada. No podía ir con él a ninguno lado, era toda una prohibición.
Abrí la conversación que estaba vacía y en la foto de su perfil, se encontraba con esa sonrisa tan bonita y unas gafas de sol. Mis piernas se apretaron de la misma, provocando que mis labios vaginales se rozaran para darme un gusto muy añorado.
—¡Menudo polvo me daría…! —suspiré para mí misma sabiendo que no había nadie en casa.
Era cierto, Erik me llevaría a la gloria y con lo cachonda que me encontraba, según me la metiera, me iba a correr. Decirle para ir a esa casa, era cometer una de las mayores locuras de mi vida y si no mantenía el secreto, un gran error. Era consciente de que no lo contaría nunca, sin embargo, era demasiado arriesgado.
Puse el teclado, pudiéndole mandar cualquier cosa y me detuve a meditar. Ya habían pasado las cinco de la tarde y tenía mucho tiempo para aburrirme durante aquel domingo tormentoso. Algo me impulsó, una visión de mi vestuario y poniéndome todo lo que le gustase a mi sobrino, mi cabeza me recordó sus palabras, “me dijo algo con escote, ¿no?”. Sentí un temblor en mis manos, igual que si una fuerza invisible me incitase a escribir.
Puse una letra, después otra, luego otra… así hasta que quedó una frase que me paró el corazón. Solo faltaba dar a un botón, un clic para cometer una locura digna de figurar en los libros de texto.
—¿Qué hago? —dije a una conciencia que no me respondía.
Del único lugar que obtuve algo similar a una contestación fue de mi dedo. Se movió de manera involuntaria encima del móvil y cuando vi lo sucedido, los dientes me castañetearon. Solté el teléfono sobre la mesa igual que si me quemara, sin poder cerrar los ojos y leyendo una y otra vez lo que le envié.
—¿A qué hora quedamos?
****
La lluvia golpeaba contra mi paraguas con mucha fuerza, parecía que más que gotas de agua, lo que caían del cielo eran pequeñas piedras. Miraba al final de la calle, donde los coches pasaban bajo las luces de las farolas y yo, esperaba… la… la carroza que me recogiera.
Había avisado a Eduardo y a mi hija de que saldría a dar una vuelta con las amigas, que llegaría para la hora de la cena. Saqué el móvil del bolsillo de mi chaqueta, contemplando que no eran ni las seis de la tarde. Habíamos quedado demasiado rápido, seguramente, con la idea que no se le pasase a ninguno de los dos la locura que nos enajenaba.
Me miré al reflejo del portal, contemplando mi chaqueta y por dentro, ese vestido que tan bien me quedaba. Por debajo, las medias eran visibles hasta llegar a los botines, aunque lo que no se podía ver, era ese escote delictivo que escondían los botones del abrigo.
Observé el final de la calle, como si una señal me dijera dentro de mi cabeza, que era el momento. Un coche de color rojo, más bien pequeño, apareció por el asfalto hasta que puso los intermitentes bajo la lluvia.
—Mi carroza… —dije tontamente y abrí la puerta.
Me senté de golpe dentro del vehículo, cerrando la puerta y sin mirar a mi sobrino. Estaba avergonzada y con una timidez que no podía soportar. Sabía lo que íbamos a hacer y era consciente de la locura que estaba cometiendo, solamente después de que pasaran unas horas desde que hablamos a la mañana.
—Hola. —trató de saludarme, aunque solo recibió una orden.
—Arranca.
Llegamos en diez minutos interminables en los que no giré el cuello para contemplar a Erik. No quería, no sabía por qué, pero no me apetecía nada mirarle, como si, en cualquier momento, nos contempláramos a los ojos y supiéramos la depravación que estábamos a punto de perpetrar.
El coche se introdujo en el garaje y salimos en la completa oscuridad que reinaba en el interior. No había ni un vehículo aparcado y normal, es una zona de veraneo y para nada hacía calor aquel día.
Subimos las escaleras en el mismo silencio que nos había rodeado desde que me recogió y solamente lo rompió mi muchacho cuando me abrió la puerta de la casa de mi hermano.
—Pasa.
Lo hice, adentrándome en un hogar que no había pisado en muchísimos años. Lo bueno, que estaba tal y como lo recordaba, por lo que, mientras él cerraba la puerta y ponía la llave, yo caminé con mis botines por la baldosa desnuda.
Llegué a la habitación de sus padres, sentándome en la amplia cama y esperando que el chico hiciera acto de presencia. Fue en ese momento en el que le vi con un chándal y una sudadera holgada que no hacía honor a su figura. Tenía el rostro algo demacrado que gritaba a voces la resaca que llevaba, sin embargo, solo me importó una cosa.
Era incapaz de reconocerme a mí misma, pero, en ese escrutinio, tuve que pararme para fijarme en la tela del chándal. En la parte de su entrepierna, un bulto duro como una roca y… ¡Enorme…! Se notaba sin ningún tipo de vergüenza.
—Siéntate —dije más que nada para aclarar la voz, porque ese era su objetivo.
Me retiré la chaqueta con calma, dejando que me contemplase, quería devolvérsela de alguna manera. Yo había visto su polla con total claridad bajo el pantalón y, ahora, mi bonito sobrino contemplaría el escote que me pidió.
Dejé en la mesilla el abrigo y me giré para que pudiera admirarme sin restricciones. Mi vestido azul marino me sentaba de maravilla pese a haber engordado unos cuantos kilos, en especial, la zona del escote era la que más se remarcaba. Con esa prenda, siempre llevo un pequeño top para que no se vean tanto, pero para Erik… mis tetas casi se observaban a más de la mitad de su volumen.
—Eso es lo que quería —comentó sentado a mi lado con un temblor muy evidente en la voz.
—Quítame la cremallera —le mandé virando un poco mi torso.
Sus dedos hicieron rápidamente que la cremallera se deslizara hasta la parte baja de mi espalda y con un movimiento rápido, saqué mis dos brazos por el vestido. El sujetador de encaje blanco salió a la luz, con esas cintas gruesas que sostenían el gran peso de mis mamas.
Las vio…, las miró…, admiró mi par de tetas como si fueran de una deidad y… me sentí realmente deseada. Su mano se lanzó hacia una, apretando con muchas ganas y permití que sus dedos se introdujeran en mi carne.
—¡Aahh…! —jadeé sin querer debido a su ímpetu.
—Tía… —tuve que mirarle a los ojos. Con su mano en mi pecho, me añadió con una rotundidad que jamás había sentido— ¡Te pienso pegar una follada…!
Apoyada con ambas manos en la cama y con su cuerpo pegado al mío, al tiempo que sus cinco dedos me seguían amarrando la teta como si fuera suya, solo pude contestar.
—Bien.
Con el vestido todavía ceñido a mi cintura, el chico me bajó una tira de mi hombro, haciendo que la teta más cercana saliera a la luz con un pezón que pedía a gritos que lo apretaran.
Erik estaba muy cachondo, incluso podría decir que demasiado. Se recostó levemente y, acto seguido, cuando lo tuvo a tiro, lamió ese pezón rebelde con ganas hasta que me sacó lo evidente, un jadeo muy profundo.
—¡Aahh…! ¡Sí, Erik…!
Me sentí atraída por la pasión, sumergida en esa vorágine mientras las fotos de mi hermano y mi cuñada nos miraban impasibles. Solté mi mano derecha, alcanzando un bulto bien grande que deseaba tocar, así lo hice.
Sus labios sisearon al tiempo que consumían mi pecho y yo, apreté con mucha pasión una polla que se veía inmensa. Erik no perdía el tiempo, parecía que tuviera prisa, aunque más bien, estaría mejor que dijera que lo que tenía era… eso… ¡Ganas de follarme!
Se bajó el chándal de la misma, quedando la prenda anudada en sus rodillas y su pene… votando en dirección al techo. Abrí los ojos de puro asombro, era la serpiente más grande que había visto en mi vida y lo puedo decir sin exagerar, ¡era enorme!
—¡Dios mío…! —me salió del alma y el chico, me respondió con una pequeña carcajada.
Se la cogí de inmediato, sumida en una efervescencia que no me esperaba. La manejé lo mejor que pude, era una herramienta a tener en cuenta y cuando vi la punta, me relamí de placer. Estaba empapada, literalmente, mojada.
—¡Estás muy cachondo…! —susurré escuchando el sonido de succión en mi gran pecho.
Me acomodé ligeramente, dejando que me comiera la teta todo lo que quisiera al tiempo que movía su polla arriba y abajo. Fueron pocas veces, no llegarían a diez sacudidas de aquel duro y enorme falo que sentí un peculiar calor en mis dedos.
El presemen se había acumulado en el capullo, tanto que había surgido un pequeño río que corrió deprisa por semejante tronco. Para cuando sentí el calor, esa gota espesa y transparente había alcanzado uno de mis dedos, añadiéndome mucha más excitación.
—Tía…, —sus labios brillaban por culpa de la saliva— chúpame la polla.
—Eh… —sus ojos resplandecían de entusiasmo y de una sentada, me puse en pie contestando de forma eufórica— ¡Sí!
Se sentó de una manera más cómoda, a la vez que yo me desprendía del vestido. De la misma, me quité el sujetador, dejando mis dos tetas al aire, aunque solo una brillaba debido a las babas que aún seguían sobre ella.
Me arrodillé rápidamente, sosteniendo con ganas una polla que, con toda seguridad, superaría los veinte centímetros. No pude rodearla entera con mi pequeña mano, pero daba lo mismo, lo importante era que abriera la boca y… la devorase.
El sabor a semen me golpeó de pronto, era muy intenso, una sensación de pura pasión que me provocó cerrar los ojos del gusto. Aunque los abrí rápido cuando escuché el placer en la boca de mi sobrino.
—¡Joder, eso es! ¡Hace cuanto que deseaba esto!
Se la chupé moviéndosela con mi mano diestra. Mi lengua le bañaba toda la punta y pensé en metérmela entera, pero lo vi complicado, quizá me asfixiaba. Levanté la mirada, para dedicarle “una mirada de amor” como le llamaba mi marido y el chico tenía la cara rota de placer.
—Con las tetas… —susurró con los labios apretados.
—¿Qué?
—¡Sigue con tus melones…!
—¡Ah!
Lo hice sin dudar, colocándome su escopeta entre ambos senos y haciéndole una paja con mis tetas, algo que no hacía desde que tenía treinta años. La cosa fue bien, con mi saliva todo se restregaba casi como si tuviera la zona cubierta de lubricante.
Le puse empeñó y mi sexo se humedeció al extremo al ver la cara de gozo de mi niño. Erik estaba a punto de explotar y su polla había adquirido un color rojizo del todo ardiente. Supe que mi esfuerzo se iba a ver recompensado y en nada… Conseguiría una corrida.
—¡La puta!
Erik se levantó de la misma, sacando el pene de entre mis montañas y comenzando a masturbarse de manera frenética. El pene zumbaba de arriba y abajo, y yo, me quedé quieta sin saber lo que querría.
—Sube tus melones, ¡súbelos! —me rogó sin poder aguantarse.
—¿Así?
Pose ambas manos debajo de las pesadas mamas, elevándolas en el aire hasta crear un busto que mi sobrino no había visto en su vida. Me sonrió en silencio, donde el único ruido que se escuchaba era el chapoteo de su polla a punto de escupir. Lo hizo.
—¡Clara, coño, mira lo que es tuyo! —clamó cuando el primer chorro me surcó el pecho que me había estado chupando.
—¡Cariño! —bramé con una cachondez ilimitada— ¡Qué bueno! ¡Erik, sigue, dámelo todo!
No me reconocía y menos cuando cuatro balazos de semen explotaron contra mis tetas manchándolas enteras. Estaba agitada, con la respiración acelerada y jadeando tanto o más que mi sobrino.
El chico cayó sentado en la cama, con semejante pene duro y los huevos algo más vacíos. Me levanté con una sonrisa y la sorpresa de sentirme ida de placer, incluso… dudé de si me podría haber corrido con diez segundos más de corrida. “¡Podría ser…!”, acabé por decirme.
—Vete a limpiarte, tía.
En el baño me retiré la ingente cantidad de semen, dándole un lametazo a una gota suelta y temblando al disfrutar de ese sabor tan peculiar. Nunca lo había hecho, ni siquiera mi marido se me había corrido en las tetas, sin embargo, mi pasión me pedía que lo repitiera todas las veces posibles, eso sí… solo con Erik.
Regresé al cuarto sin las medias ni los botines, los cuales los llevaba en la mano y los dejé al lado del vestido. Mi amante me miraba con ojos idos, tirado en la cama, y cuando contemplé que su pene todavía no había menguado, me quité la braga.
—¿Puedes seguir? —pregunté subiéndome a la cama.
—Como para no poder, voy a cumplir todos mis deseos en una misma tarde.
Me puse a ahorcajadas encima de él, direccionando su pene a mi vagina que daba aplausos por saber que la iban a perforar. Bajé un poco mi cadera, lo suficiente para introducirme esa punta gorda. Cuando lo hice, mi espalda vibró de gozo y tuve que bajar un poco más hasta meterme la mitad.
—¿Te gustan las pollas gordas? —me preguntó con descaro.
—No… —otro tirón y casi pude metérmela entera— Lo que me gusta es tu polla gorda.
Empecé a moverme encima, con semejante placer que me anunciaba algo demasiado veloz. El erotismo del momento estaba en su punto más álgido y me imaginaba que, después de tantos años sin nada…, me iba a correr más rápido que él.
—¿A ti te gustan las tetas gordas? —le dediqué una sonrisa y él me las lamió con ganas.
—Me he pajeado con estas tetas tantas veces… —puso sus manos en mi culo y me dio un azote que apenas noté— Ahora me he pajeado sobre ellas.
—¡Dios…! ¡Eres un cerdo! —me la clavé entera y mi vagina se dilató como nunca— ¡Aahh…! ¡Erik, que poco voy a durar!
Me moví algo más rápido, sintiendo la succión en una de las tetas que manchó de blanco y, de la misma, supe que me iba a correr. Todo tan rápido… esperaba aguantar algo más en el segundo.
—¡Ahhh! ¡Qué polla! ¡Me pones mucho, sobrinito! ¡Me voy a correr!
—¿¡Ya!? —se rio dándome otro azote en mi gran culo— No soy al único que le pone follarse a un familiar.
—¡Puto guarro…! —grité al cielo metiéndomela sin parar— ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! ¡Oohh…! ¡Ohh…! ¡Sí! ¡Ya era hora!
Me detuve para correrme a gusto. Todos sus centímetros quedaron en mi interior, ahogándole con una presión descomunal, para, acto seguido, derramar sobre su bastedad un sinfín de fluidos que salieron a la par que mi voz se rompía de placer.
El orgasmo fue divino, glorioso, algo que esperaba con ansia desde que me lo propuso por la mañana. No me podía engañar, la idea había sido del todo pecaminosa, pero… placentera.
Me caí en la cama, reposando un corazón que no daba abasto entre mis tetas. Sin embargo, Erik no pretendía descansar y antes de que pasara medio minuto, se colocó encima de mí.
—¿Qué haces? —pregunté medio somnolienta y separando mis muslos para dejar abierta la puerta de mi sexo.
—No pienso parar de follarte hasta que me corra otra vez.
No pude contestar, porque de la misma, me la metió por completo en mi interior. El cuello me hizo un movimiento brusco y todos los músculos se me tensaron debido a tanto poder.
Las palabras del muchacho eran ciertas, me empezó a penetrar sin descanso, con el poder de la juventud a pleno pulmón, mientras mi cuerpo se mecía con cada una de sus embestidas.
Apenas podía jadear y solamente me habría de piernas para que su tarea no se interrumpiera. Estaba claro que él tardaría algo más en correrse, pero en mi caso… Apenas estuve tres minutos de esa manera que tuve que confesarle.
—Cariño, me voy a correr… ¡Dale…! ¡No pares!
—¿Otra vez? —asentí con los dientes juntos— ¿¡Quién es ahora la guarra!? —se rio follándome más rápido— ¿Eres una guarra que le gusta follarse a su sobrino?
—Sí. —asentí sintiendo miles de calambrazos en mi sexo— Soy una guarra que se va a follar muchas veces a su sobrino.
—¿Muchas?
—¡¡Aaaahhhh!! —fue un grito que se pudo escuchar en el cielo— Muchísimas. Siempre que puedas me vas a traer aquí. ¡Aaahhh, Erik! ¡Vas a ser mi amante!
—¡Por supuesto que sí, tía querida!
Apreté mis piernas en su espalda y mi cuerpo se combó llegando al orgasmo con una profundidad que desconocía. Los ojos se me abrieron de par en par, aunque no lograba ver nada, únicamente, una luz blanquecina que cubría todo.
Estaba en la gloria, sin embargo, había una cosa que resultó curiosa. Erik vio con claridad que me estaba corriendo, ya que aparte de mi rostro y mis movimientos, mis jadeos y gemidos eran bastante evidentes, no obstante, no detuvo sus movimientos.
Continuó follándome sin parar, con la misma intensidad que antes. Fue entonces que lo sentí, medio minuto después de que explotara mi cuerpo, de nuevo… ¡Me corrí!
—¡Aahh…! ¡Cabrón…! ¡No pares, no pares, no pares…! ¡¡ERIIIIIIK!!
Esta vez mi vagina expulsó el gran pene y comencé a retozar sobre la cama, mientras que de mi interior, brotaba líquido en una cascada que manchaba el edredón. Erik se quedó contemplando su obra, esa que me había llevado a dos gloriosos orgasmos y… ¡Seguidos! Algo que jamás me había ocurrido.
El chico se levantó, recorriendo el pasillo y yendo a alguna parte. Ni idea a qué lugar iría, aunque con aquel esfuerzo igual iba a por un vaso de agua. Cuando volvió, me encontraba de vuelta en el mundo de los vivos y había dejado de volar por el nirvana. Mi chico… quería más.
—Ponte a cuatro patas —soltó sin ningún atisbo de timidez.
—Si es que puedo… ¡Me has taladrado el coño!
—Y más que te voy a taladrar ahora. —estaba medio girada y recibí un azote en una de mis grandes nalgas— Menudo culo, tía. ¿Te han dado por el culo alguna vez?
—No, y ni de coña me vas a meter tú esa polla.
Me coloqué igual que una buena perra, con las piernas separadas y levantando el culo igual que si tuviera cola. Para cuando una de sus manos me agarró la cintura, la otra estaba metiéndomela dentro.
—Al final, me vas a dejar que te dé por el culo. Ya verás.
Su movimiento de cadera empezó y otra vez pude notar un placer desconocido, era como si el mero hecho de que su pene me tocara la vagina ya me daba más placer que años con mi marido.
—Hoy no… —dije con la voz apagada por culpa de tanto movimiento.
—Otro día, sí. Tía, voy a querer muchas cosas de ti… ¡Aahh…! —el placer le volvía, igual que cuando la tenía en mi boca— Ya me la has chupado… Te la he metido… Vas a pasarme unas cuantas fotos para tenerte en mi móvil cuando quiera.
—¿Fotos? —su movimiento era realmente duro y mi pelo zumbaba de un lado a otro igual que mis enormes tetas.
—Sí. Te iré pidiendo para poder pajearme en casa.
—¡Cariño…! ¡Eso…! ¡Ya te lo hago yo!
—¡Búa…! Me encanta que seas una golfa, no me lo esperaba. Dame las manos, —lo hice y me puso una en cada nalga— Sepárate el culo para que te folle del todo. Ábrete para tu sobrino.
Separé mis nalgas como me pedía, porque, en ese momento, todo lo que me exigiera se lo daría, estaba sumisa por completo a mi sobrino. Me dio con unas ganas terribles, hasta el instante en el que tuve que soltar mi trasero y estimularme los pezones, puesto que, después de hacérmelo durante cinco minutos, como a una perra… ¡Volví a correrme!
—¡Eres…! ¡Un guarro…! —le dije casi sin respiración cuando paré de gritar.
—Más guarra eres tú, tía querida. Ahora ven aquí.
Me levantó de manera ruda y se sentó en el borde de la cama. Le miré sin entender lo que buscaba y girando el dedo, me indicó que me diera la vuelta. Me acerqué a él con las piernas temblorosas y, dándole la espalda, me senté sobre su lanza clavándomela entera.
—Los jueves a la tarde no tengo nada que hacer, vamos a empezar a quedar siempre ese día. —me susurró al oído al tiempo que me sobaba los pechos— Ahora me voy a correr. Dime cosas muy cerdas para que te dé la leche.
—¿El jueves? Puede ¡Ah…! —al recostarse me la metió más y sentí un placer doloroso muy intenso. Debía acabar ya, si no me mataría a polvos— Puede que… diga en casa… que me he apuntado a un taller.
—Al taller de comerle la polla a tu sobrino. —se rio y yo… ¡Hice lo mismo!
—Un día te voy a dejar que me comas las tetas todo el tiempo que quieras. Solo eso. Que te des el gusto por todas las pajas que te has hecho.
Mis piernas tenían fuerza y botaba con mi tremendo culo sobre un pene que disfrutaba de sus últimos instantes de vida. No me daba mucho placer, estaba algo dolorida y quizá irritada, sin embargo, por mi sobrino… daría todo mi esfuerzo.
—Me he hecho muchas y más que me haré.
—¡No! —solté sin dejar de botar con mi respiración acelerada— Las pajas solo te las hago yo, quiero que traigas toda la leche que puedas para tu tía Clara. ¿Entiendes?
—¿Quieres tu zumo blanco?
—Sí, mi amor, ¿lo tienes listo? —me apoyé en sus rodillas y le miré con ojos de colegiala por encima del hombro.
—Y tanto… un poco… un poco más. ¡Dios, gracias por darme una tía tan guarra! ¡Te amo, Clara! —boté con fuerza en tres ocasiones más para darle las gracias por los halagos y fue entonces que el orgasmo llamó con fuerza— ¡Sal, sal, sal! —pidió a gritos.
Me levanté sin saber qué ocurría, aunque según me di la vuelta, el chico tenía su tremendo pollón entre una de sus manos y con la otra me hizo una señal para que me agachara.
—¡Arrodíllate! —pidió aguantándose la corrida que ya debía estar en la punta.
Me puse de la manera que él me rogaba, colocándome de rodillas en la vieja alfombra, justo con mi cara a la altura de su polla. Me colocó esta delante de mi boca, imaginándome que deseaba que se la chupara, pero… no era necesario.
—¡Abre la boquita que viene el biberón…!
Separé mis labios, sacando la lengua y colocándola en la parte baja de su prepucio. Con la punta apuntando a mi interior, se la movió dos veces y gritó al cielo todo su placer.
—¡Tómalo, guarra!
Su semen chocó contra mi paladar, dejándome otros tantos disparos que no fui capaz de contar. Todo el semen estaba en mi boca, con los ojos fijos en su rostro que se tambaleaba debido a todo el placer.
—Bébelo… —pudo ordenarme con una voz consumida y yo… me lo tragué todo— Bien… Ahora chúpamela un rato hasta que me calme y luego…, te llevo a casa.
Así lo hice, con el sabor de su corrida en la boca, le limpié la polla durante veinte minutos hasta que quedó satisfecho. Si me lo hubiera pedido por dos horas… se lo hubiera hecho hasta que se me agrietaran los labios.
****
Llegué a casa caminando con extrañeza, menos mal que no había nadie y pude darme una buena ducha relajante. Tenía la vagina con agujetas de tanto ejercicio y un escozor de alguna rozadura que me dejó el burro de Erik.
Cuando cené, sentí cierta pena, puesto que el sabor de su polla, sumado al de su semen, iba a desaparecer de mi boca. Sin embargo, me alegró saber que el jueves siguiente, volvería. “Tengo que pensar una excusa”, me dije sentada a la mesa.
En ese momento sonó mi móvil, estaba claro que era Erik el que me hablaba y lo cogí en el acto.
—¿Qué te parece esto? Tienes que empezar a abrir ese culo.
Me había pasado una captura de pantalla de su teléfono, donde un plug anal aparecía en un color fucsia muy llamativo. Me reí sin poder evitarlo, Erik tenía una personalidad sexual muy fuerte que jamás hubiera adivinado. Con mis uñas recortadas, tuve que contestarle.
—Tendrás que esperar más días, con mi culo vamos poco a poco.
—Pero, ¿me lo darás? —sonreí de manera pícara, menos mal que no me veía.
—Claro. Soy tuya. Puedes comprarme todo lo que quieras, que lo usaré.
—Pienso gastarme el sueldo en ti.
—¡Cuánto me pone saber eso…! —era cierto y tuve que dirigir una mano a mi sexo, dónde la humedad provocada por Erik ya se había secado.
—¿Y esto?
La siguiente foto fue de su rabo, de un coloso rojizo con venas palpitantes que me puso a mil por hora. Era el mejor pene del mundo y… además… me pertenecía. Unas llaves me asustaron a mi espalda, era mi hija que retornaba de la calle y saludaba con un simple hola, para, acto seguido, meterse a saber dónde.
Me fui al baño, buscando algo de intimidad y cuando estuve delante del espejo, me subí la parte de arriba del pijama. Mi par de enormes pechos salieron a la luz y me saqué una foto que salió de maravilla. Claramente, se la envié.
—¿Quién se va a comer estas tetas?
—¡Uf…! ¡Me voy a pajear ahora mismo!
—¡No, no…! Esa polla es solo mía. Si te pajeas, no me tendrás.
—Mala…
—Sí… —me encantaba dominarle y que me dominara— Tu tía va a ser malísima. Pero… A cambio de una paja que no te va a llevar a nada, te voy a hacer todo lo que me pidas. ¿Te parece bien?
—Solo quiero que llegue el jueves.
Esa noche, Erik no se pajeó y tampoco ninguno de los días posteriores. El jueves siguiente me monté una buena excusa y mi querido sobrino… me montó de manera ruda en la cama de sus padres.
Volví a tragarme su semen cuando se la chupé, aunque luego, me llenó la vagina cuando nos corrimos a la par. No probamos ese día el plug, aunque lo he guardado para iniciarme en casa y ofrecerle mi culo cuando esté preparada.