Mi nombre es Ana y la historia que les explicaré ocurrió cuando tenía 18 años. Por aquel entonces recuerdo que ya hacía un mes que vivía con mi madre en una pequeña caravana. A pesar de que nunca me había faltado de nada, semanas atrás mamá había sido despedida de la fábrica de cajas donde trabajaba y nadie la había vuelto a contratar. Ella entonces tenía 40 años y, a pesar de que no tenía estudios, era muy buena persona y siempre se había desvivido por mí. Desde que mis padres se separaran cuando yo tenía 3 añitos ella había sido toda mi familia.
Ahora que no podíamos pagar un alquiler y debíamos vivir en aquellas condiciones, mamá temía que los Servicios Sociales devolvieran la custodia inmediatamente a papá. Ese era par mi el mayor de mis temores. Odiaba a mi padre. Sabía que era un alcohólico y un maltratador, y hubiera preferido morirme antes de irme a vivir con él.
Mamá por su parte, se esforzaba en que la vida en la caravana fuera lo más normal posible. Cada mañana yo iba al instituto y mi mamá iba a buscar trabajo y a recoger alimento de las obras de beneficencia. Cuando nos encontrábamos al volver a casa mi mamá me preguntaba la lección y, soñando despiertas, hacíamos planes para el futuro y pensábamos en cómo sería un lugar mejor para vivir.
Recuerdo que lo peor era el frío. No teníamos calefacción, y cada noche nos acostábamos las dos juntas en un viejo colchón de lana, tapadas por un montón de mantas para intentar entrar en calor. Un sábado por la mañana, al despertarme, observé que mi mamá me estaba mirando con los ojos empañados en lágrimas. Yo la abracé y le dije que no se preocupara, que sabía que se estaba esforzando mucho y que tarde o temprano encontraría algo. Mi mamá me dijo que no era ese el problema, sino que papá se había enterado de nuestra situación y ya había iniciado los trámites para recuperar la custodia.
Tras unos minutos de incredulidad fui yo la que rompió a llorar, abrazándome fuerte contra ella. Le dije que por nada del mundo la dejaría, así tuviéramos que estar meses sin comer. Mami me abrazó también y me apretó contra su pecho. Cuando me hube tranquilizado me secó las lágrimas con un pañuelo y, haciendo acopio de fuerza, me dijo que pronto habría una decisión legal, y que la única opción era dejar el país, ir a buscar fortuna fuera de España. No dudé en decirle que yo iría con ella a donde fuese a cambio de no volver con mi padre. Ambas nos miramos y, con los ojos aún húmedos, nos sonreímos. Nos quedamos un rato así, acurrucadas bajo los edredones y notando como el viento y la lluvia golpeaban los cristales de la caravana. Hacía mucho frío, y nada nos empujaba a salir de aquel cálido ambiente.
Y fue entonces cuando mamá me besó. Pero no como besaría una madre a su hija. Lentamente acercó sus labios a los míos y, con mucha ternura, su lengua penetró en mi boca y empezó a jugar con la mía. Yo me quedé confusa y sin saber qué decir. Yo, abrumada por todo aquello, tan sólo cerré los ojos y me dejé poseer. Al cabo de no sé cuánto tiempo nuestras bocas se separaron y mamá me miró medio avergonzada. Me explicó que, después de todo lo que habíamos vivido, de todos los sufrimientos, ya no podía verme más tan sólo como a una hija. Que quería que nuestros cuerpos se fundieran en uno de la forma mas física posible, pera no separarnos ya nuca más.
Mamá dijo todo aquello con una mirada ciertamente turbada, pero sin apartar ni un momento la vista de mis ojos. La miré en silencio mientras me acariciaba el pelo. Lo cierto es que estos días yo también me había podido fijar mejor en el cuerpo de mamá: una mujer con un pelo rubio precioso, un tanto gordita pero con unos pechos y un trasero deliciosos. En aquel momento las dos estábamos con ropita interior, rozando nuestras piernas. Posé una mano sobre el enorme pecho de mamá. En un segundo tomé la decisión: iba a hacer algo ilegal con la persona que más quería, y la entrega, de eso estaba convencida, debía ser total.
Sin mediar palabra me abalancé contra ella y metí mi lengua en su boca, lo más hondo que fui capaz. Mi madre en un primer momento no reaccionó, superada por la sorpresa, pero después fue muy dulce. Con unos dedos ágiles me despojó de mi sostén y sus manos acariciaron todo mi cuerpo, poniendo especial atención a unos pequeños pezones que apenas despuntaban. Nuestras lenguas, ya sin pudor, empezaron a entrelazarse y a compartir saliva, mientras más abajo, entre mis piernas, empezaba a notar una sensación húmeda que hasta entonces nunca había experimentado.
Ahora que no podíamos pagar un alquiler y debíamos vivir en aquellas condiciones, mamá temía que los Servicios Sociales devolvieran la custodia inmediatamente a papá. Ese era par mi el mayor de mis temores. Odiaba a mi padre. Sabía que era un alcohólico y un maltratador, y hubiera preferido morirme antes de irme a vivir con él.
Mamá por su parte, se esforzaba en que la vida en la caravana fuera lo más normal posible. Cada mañana yo iba al instituto y mi mamá iba a buscar trabajo y a recoger alimento de las obras de beneficencia. Cuando nos encontrábamos al volver a casa mi mamá me preguntaba la lección y, soñando despiertas, hacíamos planes para el futuro y pensábamos en cómo sería un lugar mejor para vivir.
Recuerdo que lo peor era el frío. No teníamos calefacción, y cada noche nos acostábamos las dos juntas en un viejo colchón de lana, tapadas por un montón de mantas para intentar entrar en calor. Un sábado por la mañana, al despertarme, observé que mi mamá me estaba mirando con los ojos empañados en lágrimas. Yo la abracé y le dije que no se preocupara, que sabía que se estaba esforzando mucho y que tarde o temprano encontraría algo. Mi mamá me dijo que no era ese el problema, sino que papá se había enterado de nuestra situación y ya había iniciado los trámites para recuperar la custodia.
Tras unos minutos de incredulidad fui yo la que rompió a llorar, abrazándome fuerte contra ella. Le dije que por nada del mundo la dejaría, así tuviéramos que estar meses sin comer. Mami me abrazó también y me apretó contra su pecho. Cuando me hube tranquilizado me secó las lágrimas con un pañuelo y, haciendo acopio de fuerza, me dijo que pronto habría una decisión legal, y que la única opción era dejar el país, ir a buscar fortuna fuera de España. No dudé en decirle que yo iría con ella a donde fuese a cambio de no volver con mi padre. Ambas nos miramos y, con los ojos aún húmedos, nos sonreímos. Nos quedamos un rato así, acurrucadas bajo los edredones y notando como el viento y la lluvia golpeaban los cristales de la caravana. Hacía mucho frío, y nada nos empujaba a salir de aquel cálido ambiente.
Y fue entonces cuando mamá me besó. Pero no como besaría una madre a su hija. Lentamente acercó sus labios a los míos y, con mucha ternura, su lengua penetró en mi boca y empezó a jugar con la mía. Yo me quedé confusa y sin saber qué decir. Yo, abrumada por todo aquello, tan sólo cerré los ojos y me dejé poseer. Al cabo de no sé cuánto tiempo nuestras bocas se separaron y mamá me miró medio avergonzada. Me explicó que, después de todo lo que habíamos vivido, de todos los sufrimientos, ya no podía verme más tan sólo como a una hija. Que quería que nuestros cuerpos se fundieran en uno de la forma mas física posible, pera no separarnos ya nuca más.
Mamá dijo todo aquello con una mirada ciertamente turbada, pero sin apartar ni un momento la vista de mis ojos. La miré en silencio mientras me acariciaba el pelo. Lo cierto es que estos días yo también me había podido fijar mejor en el cuerpo de mamá: una mujer con un pelo rubio precioso, un tanto gordita pero con unos pechos y un trasero deliciosos. En aquel momento las dos estábamos con ropita interior, rozando nuestras piernas. Posé una mano sobre el enorme pecho de mamá. En un segundo tomé la decisión: iba a hacer algo ilegal con la persona que más quería, y la entrega, de eso estaba convencida, debía ser total.
Sin mediar palabra me abalancé contra ella y metí mi lengua en su boca, lo más hondo que fui capaz. Mi madre en un primer momento no reaccionó, superada por la sorpresa, pero después fue muy dulce. Con unos dedos ágiles me despojó de mi sostén y sus manos acariciaron todo mi cuerpo, poniendo especial atención a unos pequeños pezones que apenas despuntaban. Nuestras lenguas, ya sin pudor, empezaron a entrelazarse y a compartir saliva, mientras más abajo, entre mis piernas, empezaba a notar una sensación húmeda que hasta entonces nunca había experimentado.
- Mi princesa. Te prometo que voy a hacer que disfrutes como nunca.
Mi mamá se separó de mí y me tumbó boca arriba. Colocó su gran cuerpo sobre el mío y fue besándome por el cuello, por los pechos… Mamá despareció bajo las mantas mientras yo asistía a sus evoluciones con la respiración entrecortada. Noté como fue bajando hasta mi entrepierna y, tras tantear con dos deditos por debajo de mis braguitas, me las sacó sin que yo opusiera ninguna resistencia. Era ciegamente la muñeca de mamá, y pensaba dejarme hacer todo lo que ella quisiera.
Noté como mamá me separaba las piernas y su pelo lacio me hacía cosquillitas entre mis muslos. Noté su aliento en mi cosita, húmeda por aquella sensación. Mamá empezó a lamerme muy suavemente, con la puntita de la lengua, acercándose cada vez más al clítoris para tantear mi reacción. Al poco tiempo el placer que notaba era inmenso, mi respiración entrecortada y mis pequeños pezones completamente erectos. Mi mamá debió notarlo, porque su lengua empezó a entrar ya sin vergüenza en mi vagina, y al rato su hijita empezaba a convulsionar sin control y estallaba en su primer orgasmo. Cuando mamá me oyó gritar desaceleró sus movimientos y, al poco rato, reapareció toda roja por debajo del edredón. Yo estaba sin fuerzas, incapaz de moverme e intentando recuperar el ritmo normal de la respiración. Cuando por fin pude articular palabra le dije a mamá que la quería muchísimo, que nunca con nadie había sido tan feliz y también yo a ella quería hacerla feliz.
La rodeé con mis brazos e, inexperta, intenté desabrocharle el sostén sin éxito. Ella sonrió y me ayudó. Sus pezones marrones estaban muy erectos y muy duros, con un tacto rugoso que encontré excitante. Mi mamá me puso las manos sobre ellos y empecé a acariciarlos. Al poco rato la respiración de mi madre se empezó a acelerar y noté como se quitaba las braguitas y se acariciaba entre las piernas. Pero quería ser yo quien la hiciera disfrutar.
- Espera mami, deja que te haga yo cositas.
Bajé mi mano hasta la vagina de mamá y me sorprendió verla mucho más mojada que la mía, y también mucho más caliente. Mama me sonrió y guió mis dedos arriba y abajo sobre su rajita, mientras apretaba mi cara sobre sus pechos y me invitaba a lamerlos como cuando era pequeña. Era una niñita lista, y al poco tiempo aprendí lo que le gustaba a mamá. Con mi índice y mi pulgar empecé a dar pellizquitos sobre su clítoris, cada vez más fuertes. Levanté la vista y vi como mami, con la cara toda roja, me miraba sorprendida. Ahora era yo la que ponía a mamá bocaarriba y, acelerando el movimiento, pase una mano por detrás de su cuello y le levanté la cabeza hacia mi boca para fundirnos en un potente beso. Fui acelerando los movimientos sobre su clítoris, que se le había puesto extremadamente duro, hasta mi mamá empezó a gemir y a mover sus caderas arriba y abajo, como dominada por una fuerza superior. Yo la miraba un poco avergonzada mientras ella ponía los ojos en blanco y, exhausta, cesaba finalmente toda actividad. ¿Serviría aquello para demostrarle cuánto la apreciaba su hijita?
Mamá no podía articular palabra. Yo apoyé mi carita sobre sus pechos y me quedé otra vez dormida usando como colchón el mullido cuerpo de mamá. Cuando por fin me desperté ya era mediodía y la lluvia había parado. Mamá me estaba acariciando el pelo y yo me quedé un buen rato sobre ella, ronroneando como una gatita.