En las duchas con mis compañeros

MikeDaBad

Virgen
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Jun 23, 2011
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D.F
Una verídica historia sobre una clase de educación física que finaliza, y los chicos se van a duchar. Mientras se duchan, llevados por la situación, experimentan una experiencia grupal memorable.
Ese día, la clase de educación física había sido intensa y nos había hecho sudar a todos. El profesor nos mandó a las duchas diez minutos antes, para poder refrescarnos mejor. Mis compañeros y yo se lo agradecimos, y después fuimos hacia las duchas. Todos estuvimos de acuerdo en que debíamos ducharnos, así que el último que entró en el vestuario, cerró la puerta del mismo. Nos empezamos a desvestir sin la menor de las vacilaciones.

Allí dentro estábamos 16 chicos. Los conocía bien a todos, a algunos mejor que a otros. Con unos había pasado más tiempo, y por lo tanto, tenía más confianza, pero sin embargo nunca me había visto en tal situación. Estaba rodeado de 15 chicos con cuerpos fuertes, algunos incluso depilados, y de una complexión física bastante buena. Yo era el que menos. A lo largo de los últimos años yo había adquirido una pequeña barriga. Aunque a eso ni siquiera se le podría llamar obesidad ligera. Era una simple barriga que no me permitía estar igual de bien que mis compañeros. Aunque no era el único en esas condiciones.

Los dieciséis nos adentramos en las duchas, completamente desnudos. Cada uno llevaba consigo una toalla, y un jabón líquido. Nos pusimos cada uno de espaldas a los otros, pero de todas formas, no mucho. Todos teníamos la suficiente confianza como para exhibir nuestros penes con libre albedrío. Yo, normalmente, cuando en las duchas nos desvestíamos, procuraba concentrarme y no mirar hacia los penes de las demás personas, pero ese día al entrar a las duchas, sí que miré de reojo los miembros de mis compañeros.

En quien primero me fijé fue en mi amigo Carlos. Carlos y yo teníamos una amistad que se remontaba a varios cursos atrás. Y, aunque ahora había cambiado bastante de como yo lo conocí, era el mismo en el fondo. Carlos era un chico alto, de piel tan blanca como el papel, ojos claros y cristalinos, y pelo rubio. Su torso y sus brazos estaban muy marcados porque practicaba deporte. Skate, concretamente. Lo miré de pies a cabeza. Ya conocía de vista su cuerpo trabajado, pero siempre había sentido curiosidad por verle el pene.
Era un pene normal, como el mío, solo que un poco más grande. Era largo y delgado, a diferencia del mío, que era un poco más grueso. Su pene lo cubría un bosque de pelos oscuros, un poco rebajado y cortado (él mismo lo dijo en una ocasión: a veces se rasuraba). Sus piernas también estaban trabajadas y tenían pelo. Me excitó mucho verle así. Teníamos confianza, pero no tanta como para vernos los penes. Por fin ahora sí.

Junto a él estaba otro amigo nuestro, Derek. Más de él que mío. Éste era de origen alemán, y por lo tanto, tan rubio como Carlos. Era alto y delgado. No estaba marcado, ni nada por el estilo. Era sólo un delgado y alto muchacho de rubia cabellera. Esos sí, al parecer todo su cuerpo estaba depilado. Sólo tenía abundante pelo en su cabello, y en la base del pene. Era un pene de unos 15 cm, según podía ver, y circuncidado, además. Era un buen pene.
El siguiente en quien me fijé era totalmente diferente a los otros dos. Estaba mucho más cerca de mí. Se llamaba Arturo, y era un chico negro. Era alto, y robusto. Jugaba a baloncesto. Tenía brazos marcados, un gran abdomen, y el tamaño de su pene era legendario, como el de todos los negros. Su pene flácido media lo mismo que el mío erecto. Los pelos de su pene eran pocos y tan negros como el pelo de su cabeza. Alrededor del cuello llevaba una cadena que le colgaba y llegaba hasta el pecho, un pecho con unos pectorales muy trabajados y definidos.

Me giré, e intenté pensar en otra cosa para disimular la semi erección que se estaba produciendo. Cerré los ojos, y empecé a enjabonarme, intentando pensar en otra cosa. De pronto, Arturo habló.
“¿Os habéis fijado en los pivones de la clase?”, dijo. Era cierto. Ese día en clase de educación física los cuerpos de las chicas estuvieron muy sugerentes. A algunas se le marcaban los pezones, a otras se le veían disimuladamente las bragas. “De solo pensar en ellas, me pongo cachondo”, dijo, y rió.
Los demás emitimos risas, y asentimos. Era cierto, yo también me excitaba cuando las veía. Siempre todos intentábamos disimularlo, pero no me quedaba duda alguna de que después, al llegar a casa, todos nos masturbábamos pensando en ellas. Yo solía hacerlo. El atrevimiento que hizo memorable ese día vino a continuación.
“¡Dios! No creo que pueda esperar a llegar a casa para cascarme una paja pensando en todas esas tetas”, espetó Arturo.

Volvimos a reír y yo me di cuenta de que lo que imaginaba era cierto: nuestras compañeras eran las protagonistas de todos los sueños eróticos de los 16 chicos que allí estábamos. Se hico un silencio en las duchas. Sólo se escuchaba el agua caer y caer. Ninguno nos movíamos. Algunos, como yo, seguían con el cuerpo enjabonado. Arturo volvió a tomar la iniciativa.
“¿Habéis hecho alguna vez una paja grupal?”, preguntó. La pregunta me pilló por sorpresa. Aunque siempre había tenido la curiosidad, y ahora mismo se me antojaba una estupenda idea para terminar nuestro baño grupal.

“Sí”, fue lo que contestó Carlos. Lo miré. Carlos y yo algún día habíamos hablado de masturbaciones, y demás, pero no sabía que había participado en una paja en grupo. “Es divertido”, añadió, y una sonrisa se dibujó en la cara de Arturo.
“¿Qué tal si hacemos una aquí? Para liberar tensiones. Además, joder, que mi polla va a explotar si no me la hago”
Y, sin previo aviso, colocó su mano en la base de su descomunal pene. Fue lentamente adelantándose, mientras el pene crecía y endurecía. Cuando estaba en su esplendor, Arturo se irguió, y con su mano derecha, agarró su pene y comenzó a moverlo hacia adelante y hacia atrás. Cerró los ojos y con la otra mano se tocó los pectorales. Su ritmo cada vez iba ascendiendo más, pero de vez en cuando se detenía un poco, dejando a la vista su glande. Era de un color más claro que su pene. Un color pastel oscuro. La cabeza del pene le brillaba, debido a la lubricación.

Los demás lo seguimos. Carlos fue el segundo en comenzar. Vi su pene erecto. Se alargó más cuando se endureció. Carlos directamente con su mano comenzó a acariciar su pene. No cerró los ojos, sino que simplemente se limitó a mirar hacia el frente. De vez en cuando me dirigía alguna mirada furtiva. Parecía decir: De esto ya hemos hablado. Su pele erecto era espectacular. Algunas venas se marcaban en la blanca piel de prepucio. Cogía el pene de diferente manera, para probar nuevas sensaciones.
A su lado, el incondicional y delgaducho Derek también empezaba a tocarse. Él empezó de otra manera. Empezó tocándose el lampiño y blanco abdomen, y después fue bajando. A su vez, su pene se iba poniendo erecto, hasta entrar en contacto con él.
Yo respiré profundamente. Ya no disimulaba mi erección, que se produjo en segundos, e inmediatamente comencé a tocarme. Por dentro estaba ardiente. ¡Estaba masturbándome junto a mis fornidos compañeros! Cerré los ojos y pensé en chicas, sin olvidar que frente a mi tenía a otros chicos haciendo lo mismo que yo. Pensé en una chica de internet, una que se fotografiaba desnuda, o partes concretas e íntimas de su anatomía. Colgaba aquellas fotos en un foro al que entraban pervertidos, que elogiaban su cuerpo. Gracias a esa chica podía ver la vagina de una mujer. Era realmente preciosa.

Al abrir los ojos, vi a todos mis compañeros con sus penes en la mano. Algunos gemían de placer, otros cerraban los ojos, y otros no. Esta vez me fijé en otra persona. Pablo era otro chico deseado de la clase. Era un chico correcto, que iba con frecuencia al gimnasio, y también trabajaba de electricista. Según sabía, ya había perdido la virginidad. Su pene no era muy distinto del de Arturo. Era grande, un poco prieto y rodeado de abundante vello púbico. Lo mejor y lo que más me llamaba la atención es que era un pene con experiencia. En él pude notar que había salido ya un líquido preseminal.
Nuestros constantes gemidos se vieron interrumpidos por la áspera voz de Carlos.
“Pongámonos en círculo, en el medio. Es una situación mejor”
Obedecimos a mi amigo. Nos reunimos en un círculo, codo con codo, y con los penes prácticamente al lado. Arturo, que movía el pene de forma moderada para no correrse tan pronto, miró a cada uno, hasta llegar a mí. Me sentí observado. Se rodó varios sitios en el círculo tan apretujado de compañeros masturbándose, hasta situarse a mi lado. Sonrió, dejó de frotarse por un momento, y colocó su erecto pene al lado del mío. Su cabeza rozó la mía. Me ruboricé. Fue una sensación excitante.

“Bonita polla”, me dijo.
“Gracias. La tuya es mejor”, dije. Sin ni siquiera saberlo, habíamos alcanzado un grado de confianza tan alto como para elogiarnos las pollas, y rozárnoslas.
De pronto, nos sobrecogió un desesperado timbre que daba por finalizada la clase, y que marcaba el comienzo de la otra. Todos sabíamos y teníamos claro que debíamos terminar ya. Pero, increíblemente, todos teníamos un aguante largo.
De pronto, la puerta se abrió. Nos dimos cuenta de eso y Arturo aceleró el ritmo que llevaba, mientras desviaba la vista hacia las sombras que se proyectaban en el suelo. Al parecer, eran otros alumnos que debían vestirse.

“Joder, qué morbo”, susurró Pablo, y a continuación, gimió un poco. “Creo que todos deberíamos corrernos ya”, declaró.
Quedamos en silencio, aunque la paja grupal continuaba. Escuchamos entrar a más estudiantes.
“No. Espera un poco, coño.”, gruñó Derek. Arturo lo apoyó.
Todos teníamos las miradas plagadas de vicio y de excitación, pero esas miradas se encendieron aún más cuando unos chicos, la mayoría sin la camiseta, nos descubrieron. Esa situación nos puso a mil. ¡Nos estaban mirando masturbarnos otras personas!
“Ahora sí. Ahora debemos.”, dijo alguien.
“Corrámonos apuntando hacia el otro”

Así lo hicimos. Pude contemplar el espectáculo de mis compañeros soltando semen, que salía disparado hacia el vientre del compañero de al lado. Yo ardía de la excitación, un poco por todo: por esos otros estudiantes mirando, por aquella chica que mostraba su cuerpo en internet, y por la situación en sí. Dieciséis hombres corriéndose, después de una excelente masturbación grupal.
Justo cuando me corría, a mi abdomen llegó un semen caliente, pegajoso y fuerte. Provenía del enorme falo de Arturo, palpitante aún. No me di cuenta de dónde cayó mi semen. Me fijé más en Arturo, por última vez, antes de volver al agua, secarnos e irnos.
Nunca hablamos de aquella experiencia. Fue algo del momento. Carpe diem, quizás, y está guardada en el recuerdo de cada uno de nosotros.

Cuando llegué a casa, por la tarde, entré en aquel foro de pervertidos a ver si la chica en la que había pensado mientras me masturbaba en las duchas. Había una foto nueva. Era su culo y su vagina. Estaba abierta de piernas para todo el que la quisiera ver. Saqué mi pene y me masturbé de nuevo. Cuando me corrí, y todo volvió a la normalidad, me detuve a pensar casi a modo de rememoración del día, en los cuerpos y los penes que ese día había visto. Me sentí realizado al formar parte de semejante locura, una locura adolescente más. Minutos después de recordarlo todo me dije que esta traviesa experiencia merecía ser contada.
 
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