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El Teniente Ramiro y su Guarra Madre Angustias – Capítulos 01 al 02
El Teniente Ramiro y su Guarra Madre Angustias – Capítulo 01
Ramiro le ordenó a Angustias que se pusiese sobre la cama a cuatro patas, con el culo en pompa perfectamente expuesto. La mujer, sabedora de lo que su macho esperaba de ella no necesitó que le repitiesen dos veces la orden y, obediente, colocó su maduro y opulento cuerpo en posición.
Sobre la cama con el culo bien levantado, exponiendo su ojete, agachó la cabeza poniéndola de medio lado. Sus generosas ubres se desparramaban a ambos lados de su cuerpo, apretadas contra el colchón. Precavida, la mujer cerró los ojos y apretó los dientes. Ya sabía cómo actuaba Ramiro cuando estaba cachondo y ése era uno de esos días. Con las manitas sujetó con fuerza las sábanas y se dispuso a esperar el arreón. Así y todo, cometió el error de hacer un breve comentario que pronto se reveló contraproducente:
-Ramiro, hijo, por favor, ten cuidado… Está bien lubricado, pero… No seas bruto, ¿eh?
Ramiro, no pudo evitar sonreír, sabiendo que ella no podía ver su cara, ante el cauteloso comentario de su madre. Pero, muy en su línea, no hizo ni puñetero caso a sus palabras. Agarró su polla, dura como una piedra y bien húmeda del coño de la jamona y tras escupir certeramente sobre el ojete tembloroso de la cerda colocó el capullo en posición.
-¡Calla, guarra, no me distraigas! –dijo, al tiempo que apretó con fuerza, metiendo el grueso glande en el estrecho y húmedo culo de su progenitora que, aunque acostumbrado a recibir la polla del macho con bastante frecuencia, todavía sufría brevemente al comienzo de cada enculada. Eso sí, brevemente…
Angustias, no pudo evitar que de su boca saliese un rugido gutural y que sus manos se aferraran con más fuerza a las arrugadas sábanas. No quería gritar. El calor veraniego les obligaba a tener abiertas las ventanas de la habitación, que daban a un estrecho patio interior en el que se oía todo. Además, en la habitación contigua, separados únicamente por un estrecho tabique y una endeble puerta que ni siquiera cerraba bien, aguardaba, mesándose la cornamenta, su humillado esposo. No es que el pobre cabrón no intuyese lo que debía pasar en aquel dormitorio, lo tenía más que claro, sino que una cosa es suponer y otra, bien distinta, ver y oír.
Después de encajar el capullo en el ojete materno, Ramiro se dejó de chorradas y embistió a lo bruto, tal y como le gustaba, hasta que, tras dos intensos empujones, sus quince centímetros de polla, “extra ancha”, como le gustaba recordar a él, quedaron perfectamente encajados en el cálido y húmedo ojete de la puta de su madre.
El impacto fue excesivo para la jamona que, sin poder evitarlo, lanzó un intenso alarido de cerda degollada que retumbó por toda la escalera e hizo encenderse las luces de más de una habitación de los vecinos. Afortunadamente, a pesar de que las luces de la habitación estaban encendidas (al bueno de Ramiro le gustaba contemplar a sus anchar las carnes de la jamona), Angustias había tenido la precaución de correr las cortinas para evitar miradas indiscretas. Bastante tenía con las suposiciones de los vecinos acerca de las visitas de un joven amante, que además era su hijo, como para que, además, cómo en el caso de su esposo, esas suposiciones se viesen confirmadas por pruebas fehacientes.
El berrido, que retumbó por toda la finca, se vio inmediatamente sustituido por una batería de gemidos y jadeos que, aunque también se oían y delataban a las claras lo que estaba pasando, no resultaban tan estruendosos.
Poco tardó Angustias en acomodar su culo a la polla de su hijo y en acompasar las rítmicas emboladas del joven a los vaivenes de sus caderas que tanto gustaban al chico.
Por una parte, la guarra estaba empezando a gozar. Era inevitable, había acabado tomándole el gusto a que le taladrasen el ojete. De hecho, disfrutaba más que con el sexo normal. A fin de cuentas, siempre conseguía deslizar su manita hacia el coño y, masajeando su clítoris, lograba correrse mientras le barrenaban el culo.
Por otra parte, sabía que si acompañaba con su movimiento los meneos de Ramiro este adelantaría su corrida. Normalmente no tenía prisa por terminar, pero un día entre semana y a las dos de la mañana… No, no era lo suyo liar un escándalo así y tener luego que bregar con toda esa pandilla de vecinos intolerantes. O, por lo menos, con sus malas caras, porque, en realidad, ninguno se atrevía a decirle nada abiertamente. A fin de cuentas, no dejaba de ser la madre del teniente de policía del distrito. Y una mala palabra que llegase a oídos del mismo podía acabar con los huesos del que la profiriese en el calabozo. Así y todo, Angustias seguía muerta de vergüenza cada vez que se cruzaba en el ascensor con alguno de sus vecinos tras alguna de esas sesiones con Ramiro… En fin, reminiscencias de su época de ama de casa modélica.
En esas estaban, Ramiro dale que te pego y gritando a su madre:
-¡Qué culo tienes, puta guarra! ¡Menea el pandero, cerda asquerosa…!
…y un largo etcétera de frases similares. Y Angustias, ayudando en el discurso:
-¡Sigue cabrón, sigue…! ¡No pares…! ¡Revienta a la puta de tu madre…!
La jamona era consciente que esas frases guarras en las que había alusiones a su parentesco eran perfectas para que el muchacho derramase su leche. Lo notaba con los respingos de su polla tensa en el ojete cada vez que mencionaba el parentesco que los unía. Y estaba la mujer a punto de lograr su objetivo, cuando se abrió la puerta.
“¡Nuestro gozo en un pozo!”, pensó, la mujer. Parado en el umbral, estaba el pobre Mariano, su triste y pusilánime esposo. Un hombre delgado, bajo y avejentado que aparentaba más de sus 64 años y que tenía problemas de salud. Entre otros, arrastraba desde hacía años un problema urológico que, además de impotencia sexual, le provocaba incontinencia urinaria. ¡Que se meaba cada dos por tres, vamos! El caso es que, claro, la vivienda sólo tenía un baño y estaba en suite, en la habitación de matrimonio. Así que, para poder acceder al meadero, había que atravesar el dormitorio. El pobre hombre llevaba más de una hora esperando fuera y, al parecer, estaba a puntito de reventar.
Normalmente, Ramiro se llevaba a su madre al dormitorio, dando cómo excusa que lo hacía “para revisar las facturas” ya que era Angustias la que llevaba las cuentas del hogar. Era una excusa absurda donde las haya, pero tan válida como cualquier otra.
Cómo decía, cuando se llevaba a su madre al dormitorio, no solían estar más de veinte o treinta minutos. Ramiro iba al tema y su madre también. Pero ese día había sido distinto. Para empezar, Ramiro había llegado a media noche, cuando el matrimonio ya estaba en la cama. Entró con su llave en la vivienda y los despertó sin compasión. Tanto Mariano como Angustias se dieron cuenta en seguida de que iba algo bebido, pero prefirieron no contrariarle. Solía ser peor, se ponía violento cuando le llevaban la contraria. De modo que, sin contemplaciones, Ramiro le dijo a su padre que se fuese a ver la tele al salón, tal y cómo estaba, en pijama, y se quedó en la habitación con la jamona, para “revisar los números del alquiler…”, llevaba una ridícula carpeta azul como coartada. Curiosamente, luego se la olvidaría y cuando Mariano miró dentro vio que no había nada…
Eso había pasado hacía ya una hora… Y en estos momento, lo último que esperaba ver el bueno de Mariano, tras abrir la puerta, era a su mujer a cuatro patas, con la cara aplastada sobre la cama y a su corpulento hijo, enculándola furiosamente y profiriendo una retahíla de insultos que harían enrojecer a un estibador.
Ante la intrusión, ambos detuvieron su lúbrica danza y, paralizados, miraron a la puerta, a la atónita y titubeante figura que permanecía allí parada, sin atreverse a entrar.
Angustias, fue la primera en hablar:
-Pe… pero, pero ¿qué haces, Mariano…? ¿Cómo se te ocurre entrar…?
-Yo… yo solo… -empezó a justificarse el pobre cornudo. Pero su frase fue interrumpida con violencia por un fuerte grito de su hijo:
-¿Qué coño haces, gilipollas? ¡Lárgate de aquí antes de que te eche a ostias, joder…!
Mariano, petrificado, tardó unos segundos en moverse. Pero al ver que Ramiro se erguía y empezaba a sacar el rabo del culo de su madre para acercarse a la puerta, puso pies en polvorosa y volvió al salón dejando la puerta mal encajada.
-¡Vaya subnormal que está hecho el puto cabrón este…! –Ramiro pronunció la frase con furia y volvió a meter el rabo en el ojete, aunque esta vez ya entraba como Pedro por su casa.
Angustias, sorprendida aún por la interrupción, recobró rápidamente el ritmo y trató de provocar la corrida de su hijo con más meneos de su culazo y alguna frase más de aliento:
-¡Sigue, hijo, sigue…! ¡Demuestra al cabrón de tú padre lo macho que eres…! ¡Dale caña a tu puta madre…!
Y esta vez sí. Esta vez fue definitivo. Ramiro no tardó ni dos minutos en soltar una abundante lechada en el interior del culo materno. Esperma que ella recibió como agua de mayo. Contenta de haber complacido al chico. Sabía que si Ramiro estaba contento, todo iba mejor.
Ramiro, tras eyacular, y sin sacar la polla del culo de su madre, se dejó caer sobre su cuerpo, aplastando, con toda su corpulencia, las mullidas carnes de la cachonda de su madre. Ella, acostumbrada a ello, se relajó también, recuperando poco a poco el resuello, sintiendo el peso del cuerpo se su macho y notando como la polla todavía palpitaba en su ojete, perdiendo, despacio, rigidez y fuerza.
Ramiro, levantó la media melena de su madre y mordisqueó su cuello, baboseándolo bien y haciéndole un vistoso chupetón que marcaba bien a las claras su propiedad de la zorra. Ella, sumisa, ronroneando de placer, apretaba el ojete para estrujar al máximo el rabo del joven. Éste, encantado, se dejaba hacer, murmurando, cariñosamente, “¡Qué zorra eres mamá, qué zorra eres…!”. Angustias, que se mojaba hasta las trancas al oír esas palabras, no podía evitar una sonrisa y giraba su apretada cara para recibir el cariñoso morreo de Ramiro.
Después, poco a poco, Ramiro se fue separando de ella. Su polla salió, dejando su elástico ojete bien cerrado, reteniendo una buena dosis de esperma en sus entrañas. Ramiro permaneció de pie, al borde de la cama, con la polla morcillona, esperando que su madre se sentaste en el catre y, como de costumbre, iniciase una metódica y profesional limpieza de rabo con esos labios de mamona que Dios le había dado.
Angustias, acostumbrada al sabor de su propio culo, lamió con avidez el pastoso engrudo que cubría el rabo de su hijo. Una perfecta y olorosa mezcla de lubricante, leche y flujo anal que a ella le sabía a gloria.
-¡Te gusta, eh puta…! –comentó Ramiro, mirando como su madre relamía cada recoveco de su polla y, tragándosela hasta la garganta, la baboseaba entera.
La guarra, detuvo el delicado trabajo y, alzando su mirada, se limitó a musitar:
-Claro, hijo, ya lo sabes. De hecho, cada vez me gusta más…
-¡Qué cerda eres!
El trabajo estaba resultando tan brillante que a Ramiro se le estaba volviendo a poner dura la polla, así que lo detuvo abruptamente.
-¡Para ya, guarra…! Si no vas a hacer que me corra otra vez…
Angustias no pudo evitar una risa orgullosa, pero obedeció. Seguramente Ramiro tenía cosas que hacer. A fin de cuentas, estaba de servicio, como bien atestiguaba su uniforme y el arma que reposaban en una silla junto a la cama.
-Hijo, ¿no te duchas? –preguntó la jamona.
-No, no tengo tiempo. Además, todavía tengo que ir a ver otra cerda para acabar la ronda de hoy…
-Pues se va a poner contenta cuando te huela la polla… -encizañó Angustias, con una punzada de celos.
-¡Que va…! –respondió tajante Ramiro. –Es la mujer del dueño del bar. Tengo que cobrar la pasta del cornudo de su esposo por hacer la vista gorda con los horarios… Y esa mamona es más guarra que tú. Se traga lo que sea…
-Ya, no me extraña… Siempre ha tenido cara de puta… -concluyó Angustias.
Mientras Ramiro se vestía, Angustias empezó a ponerse el pijama.
-Ponte solo la camiseta, cerda. Prefiero que me despidas sin bragas ni el pantaloncito ese ridículo de pijama que llevas… Me gusta verte el culazo.
-Pero… tu padre está fuera… Salir así…
-¿Salir así, qué? ¿Acaso no te ha visto antes recibiendo por el culo…? ¡Qué más da, joder!
Angustias, que no quería molestar innecesariamente al pobre Mariano con una exhibición demasiado impúdica, cedió nuevamente ante los requerimientos de Ramiro. A fin de cuentas, donde manda patrón…
Continuará
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El Teniente Ramiro y su Guarra Madre Angustias – Capítulos 01 al 02
El Teniente Ramiro y su Guarra Madre Angustias – Capítulo 01
Ramiro le ordenó a Angustias que se pusiese sobre la cama a cuatro patas, con el culo en pompa perfectamente expuesto. La mujer, sabedora de lo que su macho esperaba de ella no necesitó que le repitiesen dos veces la orden y, obediente, colocó su maduro y opulento cuerpo en posición.
Sobre la cama con el culo bien levantado, exponiendo su ojete, agachó la cabeza poniéndola de medio lado. Sus generosas ubres se desparramaban a ambos lados de su cuerpo, apretadas contra el colchón. Precavida, la mujer cerró los ojos y apretó los dientes. Ya sabía cómo actuaba Ramiro cuando estaba cachondo y ése era uno de esos días. Con las manitas sujetó con fuerza las sábanas y se dispuso a esperar el arreón. Así y todo, cometió el error de hacer un breve comentario que pronto se reveló contraproducente:
-Ramiro, hijo, por favor, ten cuidado… Está bien lubricado, pero… No seas bruto, ¿eh?
Ramiro, no pudo evitar sonreír, sabiendo que ella no podía ver su cara, ante el cauteloso comentario de su madre. Pero, muy en su línea, no hizo ni puñetero caso a sus palabras. Agarró su polla, dura como una piedra y bien húmeda del coño de la jamona y tras escupir certeramente sobre el ojete tembloroso de la cerda colocó el capullo en posición.
-¡Calla, guarra, no me distraigas! –dijo, al tiempo que apretó con fuerza, metiendo el grueso glande en el estrecho y húmedo culo de su progenitora que, aunque acostumbrado a recibir la polla del macho con bastante frecuencia, todavía sufría brevemente al comienzo de cada enculada. Eso sí, brevemente…
Angustias, no pudo evitar que de su boca saliese un rugido gutural y que sus manos se aferraran con más fuerza a las arrugadas sábanas. No quería gritar. El calor veraniego les obligaba a tener abiertas las ventanas de la habitación, que daban a un estrecho patio interior en el que se oía todo. Además, en la habitación contigua, separados únicamente por un estrecho tabique y una endeble puerta que ni siquiera cerraba bien, aguardaba, mesándose la cornamenta, su humillado esposo. No es que el pobre cabrón no intuyese lo que debía pasar en aquel dormitorio, lo tenía más que claro, sino que una cosa es suponer y otra, bien distinta, ver y oír.
Después de encajar el capullo en el ojete materno, Ramiro se dejó de chorradas y embistió a lo bruto, tal y como le gustaba, hasta que, tras dos intensos empujones, sus quince centímetros de polla, “extra ancha”, como le gustaba recordar a él, quedaron perfectamente encajados en el cálido y húmedo ojete de la puta de su madre.
El impacto fue excesivo para la jamona que, sin poder evitarlo, lanzó un intenso alarido de cerda degollada que retumbó por toda la escalera e hizo encenderse las luces de más de una habitación de los vecinos. Afortunadamente, a pesar de que las luces de la habitación estaban encendidas (al bueno de Ramiro le gustaba contemplar a sus anchar las carnes de la jamona), Angustias había tenido la precaución de correr las cortinas para evitar miradas indiscretas. Bastante tenía con las suposiciones de los vecinos acerca de las visitas de un joven amante, que además era su hijo, como para que, además, cómo en el caso de su esposo, esas suposiciones se viesen confirmadas por pruebas fehacientes.
El berrido, que retumbó por toda la finca, se vio inmediatamente sustituido por una batería de gemidos y jadeos que, aunque también se oían y delataban a las claras lo que estaba pasando, no resultaban tan estruendosos.
Poco tardó Angustias en acomodar su culo a la polla de su hijo y en acompasar las rítmicas emboladas del joven a los vaivenes de sus caderas que tanto gustaban al chico.
Por una parte, la guarra estaba empezando a gozar. Era inevitable, había acabado tomándole el gusto a que le taladrasen el ojete. De hecho, disfrutaba más que con el sexo normal. A fin de cuentas, siempre conseguía deslizar su manita hacia el coño y, masajeando su clítoris, lograba correrse mientras le barrenaban el culo.
Por otra parte, sabía que si acompañaba con su movimiento los meneos de Ramiro este adelantaría su corrida. Normalmente no tenía prisa por terminar, pero un día entre semana y a las dos de la mañana… No, no era lo suyo liar un escándalo así y tener luego que bregar con toda esa pandilla de vecinos intolerantes. O, por lo menos, con sus malas caras, porque, en realidad, ninguno se atrevía a decirle nada abiertamente. A fin de cuentas, no dejaba de ser la madre del teniente de policía del distrito. Y una mala palabra que llegase a oídos del mismo podía acabar con los huesos del que la profiriese en el calabozo. Así y todo, Angustias seguía muerta de vergüenza cada vez que se cruzaba en el ascensor con alguno de sus vecinos tras alguna de esas sesiones con Ramiro… En fin, reminiscencias de su época de ama de casa modélica.
En esas estaban, Ramiro dale que te pego y gritando a su madre:
-¡Qué culo tienes, puta guarra! ¡Menea el pandero, cerda asquerosa…!
…y un largo etcétera de frases similares. Y Angustias, ayudando en el discurso:
-¡Sigue cabrón, sigue…! ¡No pares…! ¡Revienta a la puta de tu madre…!
La jamona era consciente que esas frases guarras en las que había alusiones a su parentesco eran perfectas para que el muchacho derramase su leche. Lo notaba con los respingos de su polla tensa en el ojete cada vez que mencionaba el parentesco que los unía. Y estaba la mujer a punto de lograr su objetivo, cuando se abrió la puerta.
“¡Nuestro gozo en un pozo!”, pensó, la mujer. Parado en el umbral, estaba el pobre Mariano, su triste y pusilánime esposo. Un hombre delgado, bajo y avejentado que aparentaba más de sus 64 años y que tenía problemas de salud. Entre otros, arrastraba desde hacía años un problema urológico que, además de impotencia sexual, le provocaba incontinencia urinaria. ¡Que se meaba cada dos por tres, vamos! El caso es que, claro, la vivienda sólo tenía un baño y estaba en suite, en la habitación de matrimonio. Así que, para poder acceder al meadero, había que atravesar el dormitorio. El pobre hombre llevaba más de una hora esperando fuera y, al parecer, estaba a puntito de reventar.
Normalmente, Ramiro se llevaba a su madre al dormitorio, dando cómo excusa que lo hacía “para revisar las facturas” ya que era Angustias la que llevaba las cuentas del hogar. Era una excusa absurda donde las haya, pero tan válida como cualquier otra.
Cómo decía, cuando se llevaba a su madre al dormitorio, no solían estar más de veinte o treinta minutos. Ramiro iba al tema y su madre también. Pero ese día había sido distinto. Para empezar, Ramiro había llegado a media noche, cuando el matrimonio ya estaba en la cama. Entró con su llave en la vivienda y los despertó sin compasión. Tanto Mariano como Angustias se dieron cuenta en seguida de que iba algo bebido, pero prefirieron no contrariarle. Solía ser peor, se ponía violento cuando le llevaban la contraria. De modo que, sin contemplaciones, Ramiro le dijo a su padre que se fuese a ver la tele al salón, tal y cómo estaba, en pijama, y se quedó en la habitación con la jamona, para “revisar los números del alquiler…”, llevaba una ridícula carpeta azul como coartada. Curiosamente, luego se la olvidaría y cuando Mariano miró dentro vio que no había nada…
Eso había pasado hacía ya una hora… Y en estos momento, lo último que esperaba ver el bueno de Mariano, tras abrir la puerta, era a su mujer a cuatro patas, con la cara aplastada sobre la cama y a su corpulento hijo, enculándola furiosamente y profiriendo una retahíla de insultos que harían enrojecer a un estibador.
Ante la intrusión, ambos detuvieron su lúbrica danza y, paralizados, miraron a la puerta, a la atónita y titubeante figura que permanecía allí parada, sin atreverse a entrar.
Angustias, fue la primera en hablar:
-Pe… pero, pero ¿qué haces, Mariano…? ¿Cómo se te ocurre entrar…?
-Yo… yo solo… -empezó a justificarse el pobre cornudo. Pero su frase fue interrumpida con violencia por un fuerte grito de su hijo:
-¿Qué coño haces, gilipollas? ¡Lárgate de aquí antes de que te eche a ostias, joder…!
Mariano, petrificado, tardó unos segundos en moverse. Pero al ver que Ramiro se erguía y empezaba a sacar el rabo del culo de su madre para acercarse a la puerta, puso pies en polvorosa y volvió al salón dejando la puerta mal encajada.
-¡Vaya subnormal que está hecho el puto cabrón este…! –Ramiro pronunció la frase con furia y volvió a meter el rabo en el ojete, aunque esta vez ya entraba como Pedro por su casa.
Angustias, sorprendida aún por la interrupción, recobró rápidamente el ritmo y trató de provocar la corrida de su hijo con más meneos de su culazo y alguna frase más de aliento:
-¡Sigue, hijo, sigue…! ¡Demuestra al cabrón de tú padre lo macho que eres…! ¡Dale caña a tu puta madre…!
Y esta vez sí. Esta vez fue definitivo. Ramiro no tardó ni dos minutos en soltar una abundante lechada en el interior del culo materno. Esperma que ella recibió como agua de mayo. Contenta de haber complacido al chico. Sabía que si Ramiro estaba contento, todo iba mejor.
Ramiro, tras eyacular, y sin sacar la polla del culo de su madre, se dejó caer sobre su cuerpo, aplastando, con toda su corpulencia, las mullidas carnes de la cachonda de su madre. Ella, acostumbrada a ello, se relajó también, recuperando poco a poco el resuello, sintiendo el peso del cuerpo se su macho y notando como la polla todavía palpitaba en su ojete, perdiendo, despacio, rigidez y fuerza.
Ramiro, levantó la media melena de su madre y mordisqueó su cuello, baboseándolo bien y haciéndole un vistoso chupetón que marcaba bien a las claras su propiedad de la zorra. Ella, sumisa, ronroneando de placer, apretaba el ojete para estrujar al máximo el rabo del joven. Éste, encantado, se dejaba hacer, murmurando, cariñosamente, “¡Qué zorra eres mamá, qué zorra eres…!”. Angustias, que se mojaba hasta las trancas al oír esas palabras, no podía evitar una sonrisa y giraba su apretada cara para recibir el cariñoso morreo de Ramiro.
Después, poco a poco, Ramiro se fue separando de ella. Su polla salió, dejando su elástico ojete bien cerrado, reteniendo una buena dosis de esperma en sus entrañas. Ramiro permaneció de pie, al borde de la cama, con la polla morcillona, esperando que su madre se sentaste en el catre y, como de costumbre, iniciase una metódica y profesional limpieza de rabo con esos labios de mamona que Dios le había dado.
Angustias, acostumbrada al sabor de su propio culo, lamió con avidez el pastoso engrudo que cubría el rabo de su hijo. Una perfecta y olorosa mezcla de lubricante, leche y flujo anal que a ella le sabía a gloria.
-¡Te gusta, eh puta…! –comentó Ramiro, mirando como su madre relamía cada recoveco de su polla y, tragándosela hasta la garganta, la baboseaba entera.
La guarra, detuvo el delicado trabajo y, alzando su mirada, se limitó a musitar:
-Claro, hijo, ya lo sabes. De hecho, cada vez me gusta más…
-¡Qué cerda eres!
El trabajo estaba resultando tan brillante que a Ramiro se le estaba volviendo a poner dura la polla, así que lo detuvo abruptamente.
-¡Para ya, guarra…! Si no vas a hacer que me corra otra vez…
Angustias no pudo evitar una risa orgullosa, pero obedeció. Seguramente Ramiro tenía cosas que hacer. A fin de cuentas, estaba de servicio, como bien atestiguaba su uniforme y el arma que reposaban en una silla junto a la cama.
-Hijo, ¿no te duchas? –preguntó la jamona.
-No, no tengo tiempo. Además, todavía tengo que ir a ver otra cerda para acabar la ronda de hoy…
-Pues se va a poner contenta cuando te huela la polla… -encizañó Angustias, con una punzada de celos.
-¡Que va…! –respondió tajante Ramiro. –Es la mujer del dueño del bar. Tengo que cobrar la pasta del cornudo de su esposo por hacer la vista gorda con los horarios… Y esa mamona es más guarra que tú. Se traga lo que sea…
-Ya, no me extraña… Siempre ha tenido cara de puta… -concluyó Angustias.
Mientras Ramiro se vestía, Angustias empezó a ponerse el pijama.
-Ponte solo la camiseta, cerda. Prefiero que me despidas sin bragas ni el pantaloncito ese ridículo de pijama que llevas… Me gusta verte el culazo.
-Pero… tu padre está fuera… Salir así…
-¿Salir así, qué? ¿Acaso no te ha visto antes recibiendo por el culo…? ¡Qué más da, joder!
Angustias, que no quería molestar innecesariamente al pobre Mariano con una exhibición demasiado impúdica, cedió nuevamente ante los requerimientos de Ramiro. A fin de cuentas, donde manda patrón…
Continuará
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