El Secreto de la Madre 03

heranlu

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Isabel despertó más allá de la una de la tarde… Se estiró en la cama desperezándose sinuosamente, como gata al sol del día. Al fin se levantó, y sin parar mientes en su integral desnudez, salió al pasillo, llamando en voz bien alta


  • Dani, cariño, ¿dónde estás?

No obtuvo respuesta y, sonriendo feliz, fue al baño esperanzada en encontrarle allí, pero resultó que su gozo en un pozo, pues la pieza estaba desierta, aunque por todas partes se traslucía que su hijo había estado allí, duchándose, a juzgar por el agua que cubría el suelo junto a la bañera. De detrás de la puerta tomó un albornoz con el que cubrió su desnudo cuerpo, y salió directa a la cocina, segura de encontrar allí a su más que querido vástago de su alma, pero nueva desilusión, pues tampoco allí estaba Dani, aunque sí que, en la mesa de la culinaria estancia, sus ojos repararon en un papel garrapateado. Era una nota de su hijo, en la que le decía que se había ido al restaurante, que hacia primera hora de la tarde, como siempre que hacía turno de mañana, regresaría para sacarla a cenar y divertirse a la noche. Que se tenía que poner bien guapa pues quería presumir de mujer “bien plantá”


Isabel sonrió feliz a la lectura. Sí, era muy, muy feliz aquella mañana… Y no porque la anterior noche fuera sexualmente inolvidable, que no lo fue, pues ni de un sólo orgasmo disfrutó, y no porque su hijo Dani no hubiera podido proporcionárselos, que más de uno y más de dos hubiera podido experimentar si hubiera puesto el más mínimo interés sexual en la relación, sino porque a lo largo de toda ella la Isabel mujer estuvo ausente, al rendir el campo, “unconditionally”, a la Isabel madre. Fue la madre y no la mujer quien hizo disfrutar al hijo, y para ello, para poder hacerlo, esa madre concentró todo su inmenso cariño maternal en su sexo, de manera que con su femenina intimidad acarició, besó, arrullo a su más que amado bebé. Porque esa fue otra, ni siquiera quiso ver al hombre que su hijo era, sino al niño, al bebé que antes fuera. Ese bebé al que de nuevo amamantó con sus senos, sus pezones, cuando Dani se los chupaba colmado de lujuria…


Ese bebé al que, como veintiún años atrás, volvería a poner en el mundo, en la vida, mediante su intimidad, pues su niño estaba muy “malito”, aquejado por el terrible mal de la atracción física, sexual, que el cuerpo de la Isabel mujer ejercía sobre él. Un mal que, segura estaba, acabaría por destruirle, al menos moral y mentalmente, al constituirse en irrealizable obsesión. Sabido es que, si de un manjar muy querido y deseado, una persona se da un verdadero atracón, lo normal es que deje de apetecerle, y ese fue el “tratamiento” que Isabel se propuso dar a la “enfermedad” de su hijo: Atracarle a sexo materno con cuántas “sesiones” diarias fueran necesarias, hasta lograr que el “manjar” de su femenino cuerpo dejara de apetecer a su retoño.


Pero claro, qué madre no disfruta cuando ve disfrutar a su hijo… Luego para ella, ver cómo su Dani disfrutaba de ella misma, de su cuerpo, de su “tesorito”, la hacía disfrutar cosa mala; pero no sexualmente, que casi, casi, también, sino en primerísimo lugar en su ser y sentimientos maternos… La noche, para ella, para la Isabel madre, fue tremendamente agradable. Sintió un placer más arrollador que otra cosa, pero un placer extraño, pues al gozo de ver cómo su Dani disfrutaba; de cómo ella, su madre, daba tan excelso placer a su más que adorado hijo, se unía un cierto matiz sexual que también ella experimentaba…


Pero un matiz muy, muy tamizado, muy liviano… Era como una rara sensación de sexual disfrute en absoluto concreta; era algo así como muy, muy velado, muy inconcreto que, indudablemente, la agradaba, pero no hasta el punto de llevarla al cénit del orgasmo.


La cosa es que la noche pasada se durmió en casi absoluta comunión, física y anímica, con su hijo; se sentía más cercana a él que jamás antes se sintiera, por lo que aquella mañana había despertado así, más o menos en la misma sensación de unión con él en que se durmiera, por lo que le buscó desde el principio, en natural deseo de simple convivencia; una aspiración, por otra parte, enteramente huérfana de bis sexual alguna: Simplemente, le apetecía su compañía… Estar con él


De manera que, al no encontrarle, al saber que estaba trabajando y hasta la tarde no volvería, la defraudó en cierto modo… Se quedó, de momento, sin saber qué hacer… Casi perdida, podríamos decir. Pero eso sólo fue por un momento, pues enseguida se fue al baño, a ducharse, para luego arreglarse en su cuarto. En un taxi salió para Madrid, a la zona del Paseo de La Florida, muy cerca de la ermita de San Antonio,, donde estaba el restaurante donde su hijo trabajaba. Entró en el local, un bar-cervecería con salón comedor y cocina bastante decente, saludando al par de “barman” que atendían la “barra”, y preguntando si todavía podían darle de comer, a lo que antes que los que tras la barra estaban, respondió una voz a su espalda


  • ¡Pues desde luego que sí Isabel; faltaría más! Anda, ven por aquí…

E Isabel siguió al hombre, Manolo, el dueño del sitio y jefe de su hijo, hasta una mesa en un rincón la mar de agradable, con lilas adornando la mesa y a cierta distancia de las demás, lo que daba cierta confidencialidad a las conversaciones allí desarrolladas. Isabel se sentó y encargó el menú, que en minutos se lo sacó su propio hijo, Dani, a la mesa


  • ¡Hombre, el “chef” en persona sirviéndome!... ¡Qué honor!...
  • El que la señora merece a esta casa…
  • ¡Si serás zalamero Dani!

Daniel se sentó junto a su madre, acompañándola durante toda la comida, haciéndose carantoñas de vez en vez, entreveradas de castos besitos. Acabó Isabel su comida y juntos salieron del restaurante, despidiéndose Dani hasta el siguiente día. Isabel estaba juguetona, deseosa de andar triscando por aquí y por allá; parecía una adolescente de lo alegre que estaba. Acabaron en el Lago de la próxima Casa de Campo, remando Daniel mientras su madre jugaba a echarle agua encima, que le lanzaba desde la superficie del Lago con la mano.


Desembarcaron al cabo de un buen rato, pues la remada se prolongó durante cerca de dos horas, y se internaron por una zona muy arbolada, con numerosos parajes donde una pareja podía desaparecer de ojos extraños. Llegaron a un sucinto casi claro en medio de alta maleza y árboles tupidos, ideal para parejitas que busquen intimidad a cubierto de todo el mundo, sobre un manto de fina hierba que invitaba a hacer lo que madre e hijo hicieron: Descalzarse y tenderse después sobre el mullido suelo herbáceo.


Al momento Daniel se inclinó sobre su madre buscando su boca con frenética pasión, boca que encontró amorosamente dispuesta a recibirle. Se besaron con pasión no exenta de dulce ternura, o dulce ternura aunada a la más candente pasión; pero una pasión suave, acariciadora, sin adarme de violencia. Luego las masculinas manos buscaron los femeninos senos a través de la abierta blusa, desabrochada hasta casi la cintura. Las manos acariciaron esos senos e Isabel, su dueña, se sintió feliz y dichosa ante tal caricia. Y tras las manos fueron los labios los que hicieron los honores a aquellas dos sabrosas manzanas del Jardín de las Hespérides, besándolas, lamiéndolas, chupándolas… Isabel mantenía sus ojos cerrados, recibiendo con sumo agrado las caricias que su hijo le dedicaba, transida de una sensación de intenso gozo cuyo significado ni siquiera quería plantearse: Simplemente, se encontraba feliz, intensamente a gusto y en paz con todo el Universo


Luego, a poco sintió las filiales manos en sus muslos, para al momento sentir también los labios de Dani besándoselos y la lengua de su hijo lamiéndoselos… Al momento donde sintió labios y lengua fue en medio de su “tesorito”, tras notar cómo los amados dedos de Dani le hacían a un lado la braga y abrían los dos carnosos cortinajes que, celosos, guardaban su “Gruta del Tesoro”… Se sintió besada y lamida en tan delicada zona de su femenil anatomía, y algo así como un calambrazo recorrió su columna vertebral, desde el cerebro hasta la rabadilla, para desde allí seguir deslizándose a través de sus piernas hasta las mismísimas plantas de sus pies…


La sensación que vivió en esos momentos fue casi, casi, que deliciosa… Totalmente extraña, distinta a todo lo que, desde que su marido desapareciera tangiblemente de su vida, viviera, experimentara… Y de nuevo o, mejor dicho, mucho menos que antes, quiso analizar; en una palabra, saber lo que sentía en esos momentos; lo que, de nuevo, sentía, experimentaba; y muchísimo menos, reconocer lo que recordaba a lo disfrutado cuando era su marido, el padre de sus dos hijos, el que le hacía lo mismo que Dani entonces le estaba haciendo…


En seguida sintió cómo las dos manos de su amado Dani presionaban en sus muslos en clarísimo deseo de que ella se los abriera “ad líbitum”, e Isabel respondió abriéndose para Dani todo lo que fue capaz; al instante se sintió invadida por la masculinidad de Dani, y la sensación de delicia se elevó a cotas de gozo muy, pero que muy cercano al sexual; al sexual que su difunto marido la dispensaba en sus más que frecuentes momentos de dulce intimidad conyugal en aquél que antaño fuera el dormitorio de los dos.


Y entonces Isabel se entregó como nunca se entregara a nadie desde que aquél su queridísimo Dani, el que fuera su marido, murió, pues su mente se pobló con la imagen del difunto… ¡Se entregaba, de nuevo, a aquél ser no ya querido, sino amado hasta lo indecible… Porque, desde que él se le acercó por vez primera la enamoró hasta las cachas y ese amar subsistía incluso en aquellos postreros años. Cierto que las aciagas circunstancias concitadas en su vida desde que él falleció, oscurecieron tal sentimiento en su alma, pero en aquél ya más crepúsculo que tarde, ese sentir había resurgido arrollador, imposible de dominar, imponiendo, por finales, la más absoluta entrega de su ser de mujer en aras del viejo y perenne amor por su marido


Isabel se abrazó a aquél Daniel que, siendo su hijo, en aquellos momentos para ella era su más que añorado marido… Y es que para entonces y, paulatinamente desde que esa tarde su hijo comenzara a acariciarla como a mujer, ese Daniel hijo se había ido desdibujando en la mente de Isabel, trocándose más y más en el Daniel padre, hasta el punto de que en ese mismo instante el hijo, para Isabel, no existía, reemplazado por el Daniel padre…


  • ¡Dani, Dani…amor…has vuelto…te tengo, Dani…te tengo otra vez, amorcito mío!... ¡No, no me dejes…otra vez!... ¡Quédate conmigo, mi amor!... ¡Te necesito Dani…te necesito, mi amor…mi vida!… ¡Así, mi amor; así, dentro de mí; como ahora te tengo; así te necesito!... ¡Dios mío; cuánto…cuánto tiempo sin ti!... ¡No…no te vuelvas a ir!

Esto, cosas así musitaba quedamente Isabel, mientras se aferraba al Daniel hijo mucho más que le abrazaba, en verdadero y casi titánico deseo de retener junto a sí al hombre con quién soñaba desde que se apartó, definitivamente, de su lado… En verdad, en aquellos momentos Isabel estaba fuera de sí; ida, casi loca… Delirando abiertamente… No vivía en el presente real sino en un presente ideal, enteramente falso, por más que para ella fuera más verdadero que los Evangelios para el Vaticano… Y a esa realidad onírica Isabel se entregaba en cuerpo y alma; con todas sus energías, con todo su ser, y el Daniel que realmente la poseía era feliz como jamás creyó, pensó serlo… Ni siquiera lo vivido en la anterior madrugada podía compararse a lo que entonces estaba viviendo… No la escuchaba hablando al padre que perdiera, pues la realidad de la materna entrega cubría todos sus sentidos, todo lo que podía percibir


Y claro, lo que tenía que pasar pasó, que Isabel disfrutó al fin del primer sonoro orgasmo que vivía desde cuatro años atrás, y lo de sonoro porque los alaridos con que lo saludó eran de oírse, que al Daniel hijo le sonaron a música celestial… Isabel había mantenido los ojos cerrados desde que sintiera la necesidad de entregarse integralmente al ser amado, a aquél ser tan, tan añorado, pero entonces, en tan crucial momento, sus ojos se abrieron para ver al amor de sus amores; para, como antaño, perderse en esos ojos que, rendidos de amor, la observaban.


En los ojos que ahora la miraban le pareció ver aquella misma mirada de antaño que tan bien recordaba, pero pensó que la mente le estaba jugando una mala pasada, pues el rostro que ante sí, aunque se parecía más que mucho al tan querido y que tan bien en ese momento recordaba, no era el suyo, el del Daniel que fuera su marido, sino el de su hijo Daniel… No hizo caso de la visión, de su subconsciente que le gritaba la verdad, una verdad que entonces se empecinaba en no ver, sino a la engañosa que su cerebro consciente se empeñaba en mostrarle, la del Daniel padre. Volvió pues a cerrar los ojos, y en su mente ya sólo quedó el rostro que quería recordar, el de su extinto marido, que esa tarde regresara a ella de entre los muertos.


Daniel hijo empezó a berrear, a rugir cual león eyaculando cuando sintió que llegaba al cénit de la sexual relación, gritando en alaridos: “¡¡¡ME VENGO, MAMITA; ME VENGO…YA, YA ESTOY AQUÍ…TOMA, MAMI QUERIDA!!!… ¡¡¡TOMA MI SEMEN, MAMÁ; ES TUYO…TÚ; TÚ Y SÓLO TÚ ME LO ESTÁS SACANDO!!!... Pero Isabel no escuchaba eso; Isabel escuchaba otra cosa. Casi lo mismo, pero, ¡Dios, qué diferente!


  • “¡¡¡ME VENGO,ISA; ME VENGO…YA, YA ESTOY AQUÍ…TOMA, ISA QUERIDA!!!… ¡¡¡TOMA MI SEMEN, ISA; ES TUYO…TÚ; TÚ Y SÓLO TÚ ME LO ESTÁS SACANDO!!!...

Era a él, a su marido, al Dani padre a quién escuchaba… Al Daniel que la llamaba así, Isa, cuando en la intimidad del lecho conyugal la amaba… E Isabel respondió, plenamente rendida, a tan querida, tan añorada voz


  • ¡¡¡SÍ MARIDITO; DÁMELO; DÁMELO TODO!!!… ¡¡¡DÁMELO TODO, MI AMOR, MI VIDA, MI CIELO!!!.... ¡¡¡DALE TODO A TU MUJERCITA QUE TE ADORA!!!… ¡¡¡SÍ DANI, MI AMOR; DÁMELO, DAME TU ESENCIA, TU GERMEN DE VIDA!!!... ¡¡¡COMO ENTONCES, CUANDO ME EMBARAZASTE!!!... ¡¡¡CUANDO ME PREÑASTE DE NUESTROS DOS HIJOS!!!... ¡¡¡SÍ, AMOR MÍO!!!… ¡¡¡VUELVE A PREÑARME, COMO ENTONCES!!!... ¡¡¡HAZLO, MI AMOR, MI VIDA…MI TODO!!!

E Isabel volvió a sentir el torbellino del orgasmo… Disfrutó del segundo orgasmo en esos últimos cuatro años, aullando de placer… De puro goce del conyugal sexo, ese sexo que, más que la libido primaria, animal puede decirse sin faltar a la verdad, genera la libido más puramente humana, esa que origina el amor, ese sentimiento por el que un ser humano distingue a otro ser de su misma especie, diferenciándolo de todos los demás del mismo sexo; un individuo humano igual a todos los demás de su mismo género, masculino o femenino, pero que el individuo que le elige le hace por entero diferente a todos sus semejantes simplemente al elegirle a él/ella específicamente.


Aullaba precisamente todas esas palabras, dedicadas al que fuera su marido, pero que Dani, su hijo, escuchó y entendió a la perfección. Se quedó atónito al entender lo que su madre, en verdad, decía, sentía… ¡¡¡SU MADRE NO LO ESTABA “HACIENDO” CON ÉL, SINO CON SU DIFUNTO MARIDO, CON EL PADRE DE ÉL, DE DANI!!!


Pero también en tal momento Dani estaba en plena eyaculación, con lo que no fue capaz de reaccionar en ese mismo instante a lo que sintió entendiendo a su madre, pues el goce sexual del instante lo cubría todo, lo arrollaba todo. Por lo que no fue sino hasta que todo había por fin terminado que pudo reaccionar, obrar con arreglo a la desilusión, la frustración que el entender a su madre, a la mujer que más deseaba en este mundo, una mujer que, él creía ciegamente, hasta segundos antes, correspondía a su deseo con toda su alma… Una mujer que, convencido había estado, sentía hacia él lo mismo que él hacia ella. Se sentía engañado por tal mujer; estafado en sus sentimientos hacia ella…


Al instante se salió de ella, girándose hacia un lado, mientras aullaba más que le gritaba


  • ¡¡¡PERO QUÉ COJONES DECÍAS, MADRE!!!... ¡¡¡NO ESTABAS CONMIGO; ESTABAS CON MI PADRE, MALDITA ZORRA!!!...

No acababa de pronunciar el “MALDITA ZORRA” cuando Daniel ya se arrepentía de lo que acababa de decir. Isabel le había mirado, mientras la abroncaba, con mirada fija y ojos espantados… Se quedó en suspenso, blanca como la cal, trémula, temblando todo su cuerpo, y rompió a llorar de la manera más desgarrada que jamás Dani en su vida viera. Las palabras de él habían sacado a Isabel de su dulce ensoñación de mujer, de esposa enamorada, devolviéndola de golpe a la realidad que vivía… Se vio perdida a sí misma…


Se preguntó si estaba en sus cabales o si no se habría vuelto loca de remate, ante el múltiple desdoblamiento de personalidades que, conscientemente, venía desarrollando últimamente: Hasta la madrugada anterior, de ocho-nueve de la tarde-noche hasta las tres-cuatro de la madrugada, las cinco, incluso, algún sábado, la “señorita” Betty, una puta a todo ruedo, por muy de lujo que quisiera ser; el resto del día, Dª Isabel, la mujer y madre ejemplar, sólo pendiente de su familia, sus dos hijos.


La madrugada anterior Isabel había hecho fenecer a la “señorita” Betty”, pero luego, cuando supo el “mal” que aquejaba a su hijo, la Isabel-madre surgió arrolladora, hasta ser capaz de acumular en su sexo todo su cariño, su amor maternal, abnegado hasta lo impensable, pues de otra forma la Isabel-mujer normal jamás se habría ayuntado con su propio hijo, haciendo además revivir a la “señorita” Betty para ayudarla a complacer a su Dani


Pero entonces, unos minutos antes, había vuelto a surgir la Isabel-madre, cuando su hijo la besó con la pasión que lo hizo, cuando desabrochó su blusa y levantó hasta el cuello el sujetador que ella soltara al adivinar las sexuales intenciones de su Dani. Pero luego, cuando ese Dani besó y lamió su “prenda dorada”, la Isabel-madre desapareció instantáneamente sustituida en un instante por la Isabel-mujer y esposa enamorada de un marido ya muerto…


Vamos, que el “cacao” mental de Isabel era inenarrable, para de verdad, volverse loca ante tanto desdoblamiento de personalidad y, en añadidura, desquiciado, sin que su mente ya lo controlara, campando a sus anchas, desmandado y sin orden ni concierto


Se miró a sí misma, con la blusa o camisa, que a ver cuál de ambas cosas era en verdad, desabrochada hasta abajo, abierta como un libro, el sujetador en la garganta y los senos al aire; la falda por la cintura y las bragas más o menos junto a sus pies, un tanto desgarradas y un bastante aburujadas… Y su femenina intimidad chorreando líquidos: Sus propios fluidos íntimos generados en ambas eyaculaciones disfrutadas en íntima sociedad con el semen de su hijo… Se vio sucia, lasciva… puta… Una MALDITA ZORRA, como su hijo la definiera Y se avergonzó de sí misma…


Pero tampoco Daniel estaba mucho mejor que su madre, avergonzado a su vez por la “pinta” que entonces mostraba, con camisa así mismo abierta, desabrochada de cuello para abajo y pantalones más calzoncillos en los tobillos. Se apresuró a devolver la camiseta a su sitio y abrocharse la camisa debidamente; luego, levantando las piernas hacia el cielo, se subió calzoncillo y pantalón, acabando se ajustárselos a la cintura levantando sus reales posaderas en el momento oportuno.


Pero su mayor congoja era ver a su madre como estaba, anegada en lágrimas en verdad desgarradoras; aquél destrozamiento de alma y espíritu… Ya presentable se arrimó, solícito, a la mujer que le diera el ser, besándola pelo, frente, mejillas y ojos, sorbiendo así sus lágrimas


  • Perdona mamá; por Dios, perdóname… He sido un imbécil diciéndote lo que te he dicho… ¡Pues claro que estabas con papá!... ¡Le querías…le quieres con toda tu alma, que bien lo sé, y bien me alegro y te respeto por ello, pues también yo le quería y le quiero mucho… Le añoras y le añoro… ¡Y yo me parezco tanto a él!… Es natural mamá, que te entregaras a él, a su recuerdo y añoranza…
  • Pero hijo, no respondí a tu deseo, a tu cariño… No me entregué a ti, mi niño… Mi vida…mi amor… “Pasé” de ti
  • Que no te preocupes te digo… No importa, mamá; de verdad que no me importa… Anda mami, no llores… No te preocupes por eso… De verdad que no me importa…

Daniel mientras hablaba iba componiendo a su madre, empezando por ponerle el sujetador en su sitio, sin abrocharlo por detrás, ya que no llegaba en la posición que entonces estaba y tampoco quería urgirla para que se incorporara y pudiera enganchar los enganches de la prenda, pero haciendo que ocultaran los maternos senos. Luego abrochó debidamente la blusa o camisa, intentando por finales subirle las bragas, que previamente había recogido del suelo, pero entonces Isabel se opuso a que la vistiera.


  • No cariño; no me tapes… Desnúdame otra vez… Vuelve a entrar en mí, mi amor… Esta vez lo haré solo, solo contigo… Vuelve a disfrutar de mami… Me deseas; lo sé, cariño mío… Lo sé… ¡Házmelo otra vez, cielo mío!...
  • No mamá. Necesitas reponerte… Tranquilizarte… Anda mamita querida, deja que me ocupe de ti… Que te cuide… Que te consuele… Te quiero mamá; te quiero infinitamente… Te adoro; te lo juro, mamá… Te lo juro… De verdad mamita…

E Isabel se abandonó a su hijo, dejándose hacer. Él, por fin, le subió las bragas hasta donde debían estar; le bajó la falda, alisándosela… Y la tomó entre sus brazos, abrazándola con todo cariño; con toda dulzura;… Con toda la ternura de un buen hijo hacia su madre… E Isabel se rindió a la filial solicitud, refugiando su consternación entre los filiales brazos de Daniel que más que amorosos la acogieron.


Era más que noche cerrada, pues más cercana sería ya la media noche que las veintitrés horas, cundo por fin Isabel y Daniel llegaron a casa. Ella quiso preparar unos sándwich y un vaso de leche o café con leche, pero por finales los dos sólo tomaron la leche. Daniel se despidió de su madre, besándola cariñosamente el pelo, los ojos y las mejillas, con una ternura que era de ver. La acariciaba diciéndola que, por favor, no se preocupara por nada… No pensara en nada “raro”, y descansara a pierna suelta… También Isabel besó y acarició a su hijo al despedirse de él para ir a su cuarto, y ambos se separaron por aquello de que “cada mochuelo, a su olivo”, ingresando cada uno en su propio cuarto


Isabel, nada más verse sola en su habitación, se tendió en la cama tal como estaba, a excepción de los zapatos, que desde la cama mandó uno a Londres y el otro a Pequín… No tenía ánimo ni para desvestirse, de modo que así mismo, con blusa y falda puesta amén de descalza, se acomodó en cama, sin molestarse siquiera en taparse, casi de inmediato se quedó dormida


El descanso, el sueño reparador, no fue en Isabel la nota dominante de aquella noche, pues la mente se le pobló de ignotas pesadillas, por no retenlas su cerebro, pero que bien se le hicieron notar en un sueño inquieto, intranquilo, que la hacía moverse en la cama, dando vueltas y más vueltas. La verdad es que tampoco su hijo Daniel descansó mucho aquella noche, pues buena parte del tiempo nocturno la pasó despierto, sumido en cavilaciones y dudas.


Por fin, Isabel despertó bien pasado el meridiano del día, las doce del mediodía. Se encontró cansada, muy cansada, tras una noche que si no fue en vela, el sueño antes que descansado y reparador, fue enervante por accidentado e inquieto. Se vió vestida sobre la cama, tal y como recordaba, pero también cubierta por la escueta mantita, poco mayor que las de cuna, con que se tapaba cuando, tumbada en el sofá, veía la televisión. Y la imagen de su Dani, solícito con ella, arropándola al relente de las poco más de la seis, de la aún más madrugada que mañana, hora a la que él a diario solía levantarse


Se levantó y directamente se fue al baño; se bañó, que no duchó, en relajante agua caliente entreverada de tonificantes sales de baño. En hedonista remojo pasó puede que más de una hora, pues eran ya muy próximas las dos de la tarde cuando salió del baño envuelta en un albornoz. En su dormitorio trocó el albornoz por una bata bastante ligera hasta los pies, debajo de la cual sólo se puso unas braguitas tipo tanga, como normalmente solía andar por casa.


Fue a la cocina y se sirvió una taza de café con leche, que colocó ante sí en la mesa. Era la hora casi justa para ir a Madrid, comer allí y salir con su hijo, al acabar éste su jornada, para juntos pasar la tarde. La verdad es que le apetecía mucho hacerlo, pero no se veía con arrestos para afrontar otra tarde como la anterior, decantándose pues por comer en casa unos simples sándwiches fríos con algo de fruta de postre y esperar allí a que su hijo regresara


Algo después de las cinco de la tarde Isabel notó frente a la puerta los inconfundibles pasos de Dani y saltó del sofá como si un resorte la impulsara, precipitándose al recibidor casi al mismo tiempo que su hijo abría la puerta y entraba.


Daniel la abrazó besó y acarició el rostro con exquisita suavidad llena de dulzura y su madre se sintió más que feliz entre los filiales brazos. Entraron en el salón mientras él le decía a ella


  • ¿Cómo has dormido, mamá? Anoche creo que te fuiste a la cama demasiado nerviosa…
  • Pues, la verdad, no muy bien… ¿Pasaste por mi cuarto esta mañana?
  • Sí mamá. Tan pronto me levanté fui a ver cómo estabas… ¡Como anoche estabas tan nerviosa!... Por cierto, que te encontré casi helada y te puse la manta que usas para ver la televisión… No te enfriarías, ¿verdad?
  • No hijo; no te preocupes... Esto… ¿Te apetece hacer algo en particular?... Salir…
  • No mamá; no me apetece… Yo tampoco dormí mucho anoche y vengo deseando meterme en la cama… Estoy desvencijado… Me voy a acostar mami… ¿No recuerdas?... Es lo que siempre he hecho por las tardes cuando tengo turno de mañana: Dormir la siesta…

No obstante lo dicho, Dani se dirigió a la cocina y no al pasillo que llevaba a las habitaciones


  • Bueno, antes tomaré un vaso de leche
  • Ya voy yo hijo a preparártelo… ¿Caliente, verdad?
  • Sí, claro, caliente… Pero no te preocupes; no te molestes, de verdad… Ya lo haré yo… ¿Te preparo otro a ti?
  • (Isabel, aceptando la propuesta de su hijo, aunque, con la “boquita chica”, rechazándola) Sí, cariño… Pero ya podía haberlos preparado yo…
  • Señora, su andante caballero servirá a dama tan principal cual merece
  • ¡Si serás tonto, Dani!...

Esto Isabel sí que lo dijo, no con la “boquita chica”, sino con la de “pitiminí”, pues bien a sus anchas estaba siendo así servida y, sobre todo, adulada por su hijo. Como antes al salón, juntos entraron a la cocina. Ella se sentó tranquilamente a la mesa en tanto Dani calentaba la leche en un cazo al fuego, no al microondas como ella hubiera hecho. Al fin puso ambos vasos sobre la mesa y madre e hijo se los fueron tomando a sorbitos, mientras hablaban de mil y una nimiedades sin interés ni importancia.


Acabaron la leche y Dani se levantó para, esta vez ya sí, irse a la cama. Entonces, un tanto trémula y más que azorada, Isabel propuso a su hijo


  • Dani, cariño… Esto… ¿Quieres que mamá se acueste contigo?... Podemos ir a mi habitación… La cama es más ancha…
  • No mamá; no te preocupes…
  • Cariño ayer…

Dani no la dejó continuar. La abrazó de nuevo y volvió a besarla, a acariciarla como cuando entró en casa, con la misma dulzura, la misma ternura y, como entonces, sin asomo de sexual deseo


  • Ayer no pasó nada mamá; nada en absoluto… Ni siquiera anteayer sucedió nada… Eso sí, para mí siempre será un bellísimo, un maravilloso recuerdo… Pero de algo que nunca pasó…

Dani siguió hacia la puerta del pasillo, pero al llegar a ella se detuvo un momento para, volviéndose a su madre, decirle


  • Mamá; creo que lo mejor será que también tú te retiraras a tu habitación y trataras de dormir un poco… Diría que, si yo no he pasado muy buena noche, tú la has pasado aún peor que yo… Te veo algo de ojeras… Y eso no me gusta… Lo que más me agrada es verte guapa… Todo lo inmensamente bella que tú eres… Queridísima…

Dicho esto, el muchacho desapareció tras la puerta e Isabel quedó en la cocina. Dudó un momento sobre lo que hacer, pero reconoció que su hijo tenía más razón que un santo: Estaba francamente agotada, por lo que se fue al dormitorio, a su cama.
 
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