El Secreto de la Madre 02

heranlu

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Arrepentido de las palabras que a su madre le dirigiera, de aquella pregunta que mucho tenía de inquisitorial, de pedirle cuentas de sus actos, más hundido si cabe que antes, cuando accedió a la casa, aunque en distinto modo, pues si antes era el dolor, el desencantamiento y defenestración de la sempiterna imagen que desde crío tuviera acerca de si madre como la mujer más perfecta y honorable del Universo mundo lo que le hundiera en el desánimo, ahora era su propia conducta, su casi acritud, más interna que externa, lo que le llevaba a las más hondas y negras simas del abatimiento

  • Perdóname mamá. No debí decirte nada… No decirte que sabía… Debí darme por no enterado… Cerrar los ojos…ignorarlo todo… De verdad que lo siento… Sí; tienes razón… ¿Quién soy yo…quién es nadie para juzgarte?... Lo pasábamos muy, muy mal… Sobre todo, como bien dices, Maribel y tú…
  • Dani, cariño; no te preocupes… No pasa nada… Anda queridito mío, vete a la cama… Lo necesitas; necesitas descansar… Dormir… Estás que te caes…
  • Sí mamá; creo que sí… Que estoy que me caigo… Pero también tú debes volver a la cama… Y tranquila también tú…
Se levantaron los dos, se fundieron en un abrazo, llenándose el rostro, mutuamente, de besos en frente y mejillas. Entonces Isabel dijo a su hijo

  • Diría que un buen vaso de leche calentita te vendría de maravilla, Dani
Daniel ni se lo pensó, pues fue nombrar su madre la leche y sentir el estómago con realquilados

  • Pues estoy de acuerdo contigo… Voy a la cocina, y en un periquete estoy ya en la cama, con el vaso de leche en mi barriguita…
  • Quita hijo; vete a la cama que ya te preparo yo la leche y te la llevo a la cama…
Y tampoco esta vez Daniel se anduvo remolón pensándoselo, sino que de plano aceptó la materna propuesta, por lo que se encaminó decidido hacia su cuarto. Al entrar al pasillo vio, a su derecha, la puerta del baño. Pensó meterse allí lo primero y sumergirse en la bañera, nada de ducha, para relajarse antes de acostarse, pero se encontró demasiado derrotado para tal entretenimiento, resolviendo al instante proseguir hasta el dormitorio. Llegado allí, en un santiamén se desvistió y puso el pijama, metiéndose a continuación entre las sábanas

Apenas si Daniel se había acomodado en la cama cuando llegó su madre con una bandeja de esas de patas, propias para comer en la cama, con el vaso de leche y un plato con media docena de magdalenas. Dejó la bandeja en la mesita de noche y procedió a ayudar a su hijo a erguirse en la cama hasta quedar medio sentado, medio recostado sobre la almohada y el cabecero de la cama. Seguidamente tomó un par de almohadones que normalmente adornaban el cabecero de la cama y se los pasó por la espalda para que Daniel descansara mejor su espalda, poniéndole luego la bandeja sobre las extendidas piernas, para que el muchacho pudiera dar buena cuenta del liviano desayuno

A continuación la mujer se sentó a los pies de la cama a fin de asegurarse de que su hijo se tomara hasta la última de las magdalenas, cosa en la que no tuvo que insistir nada de nada, pues Daniel las saludó de la mejor manera, pues su estómago se mostró sumamente agradecido a su vista, con lo que en menos que canta un gallo vaso de leche y magdalenas habían desaparecido entre pecho y espalda del mocetón.

Mamá Isabel entonces procedió a retirar, primero, la bandeja de las piernas de su hijo y después a quitarle los almohadones de la cama, ayudando a Daniel a meterse para debajo de la cama y acomodarse bien entre sábanas y manta. Pero entonces sucedió que, al inclinarse ella sobre su hijo, el escote del camisón cayó en vertical sobre Daniel, abombándose, al tiempo que también sus senos, libres de las ataduras del sujetador, caían hacia abajo, bamboleantes.

Fueron más segundos que minutos lo que duró aquella vista ante los ojos de Daniel, pero esos breves instantes bastaron para que la forma de mirar el hijo a su madre variara en forma radical y sin retorno. Porque esa somera visión al instante produjo un efecto demoledor en todo su ser de individuo masculino, irreversible de por vida.

La primera reacción química que experimentó fue poner en su mente una imagen que su consciente mental, instintivamente, se negó a registrar en el cerebro, pero que, al parecer el subconsciente, obedeciendo al más primitivo instinto de la libido irracional presente en la esencia animal del ser humano, vaya si la registró, de modo que en automático en su mente surgió la imagen de la foto de la “señorita” Betty en desnudo integral…

La imagen de aquél cuerpo de mujer, espléndido, de salvaje belleza… Ante los ojos de la imaginación surgieron las casi perfectas redondeces del casi seno a la vista, de aquella cintura de ensueño, de aquél culito excelso, incomparable… Pero las desnudeces que la mental visión apreciaba no era nada frente a las femeninas delicias sutilmente veladas a la vista, casi que simplemente sugeridas… ¡Pero qué demoledor efecto que causaban, pues la mente, la imaginación, centuplicaba la naturaleza de tales delicias veladamente sugeridas

Si la foto no fuera más artística que otra cosa, con aquellos matices de erotismo semi oculto; si el fotógrafo se hubiera limitado a mostrar la “carne” a destajo, tal y como hacen los fotógrafos pornográficos, el efecto obrado en Daniel hubiera sido el opuesto, pues él era persona sensible que tales excesos más bien le repelían…

Isabel, lógicamente, fue enteramente ajena a la revolución que acababa de desatar en su hijo, de modo que, tras besarle en la frente y mejilla al despedirse de él, deseándole un cumplido descanso, sin más abandonó la habitación de Dani, yéndose a su propio dormitorio, donde se reintegró también a la cama, tratando de conciliar el sueño

Pero no hubo forma. La imagen de su hijo Dani cuando llegó a casa no se la podía quitar de la cabeza. Esa su mirada más que triste, lo más demacrado que pálido de su rostro, esa impresión de desaliento, de profundo abatimiento, pesaban sobre ella, sobre su espíritu, sobre su corazón y sentimientos de madre no como una losa, sino como cientos de ellas… Porque Isabel quería a su hijo con todas las veras de su alma…

También a su hija, Maribel, (María Isabel) la quería con toda su alma, pero Dani era la “niña de sus ojos”; su “ojito derecho” desde siempre, desde niño, y eso, saber el tremendo daño que aquella noche le causara “conocer a la señorita Betty”, le producía a ella un dolor incontrolable… Así pasó Isabel toda aquella mañana, todo el tiempo que estuvo ya en la cama, sin poder pegar ojo en todo el tiempo, al menos serenamente, pues adormilada sí que quedó de vez en cuando, pero por cortos lapsos poblados de pesadillas de las que despertaba empapada en sudor, con el corazón desbocado, temblando

También para Daniel la mañana se fue en blanco, sin tampoco poder pegar un ojo en toda ella. La cosa fue que, a las imágenes que su mente le brindaba de la fotografía de la “señorita” Betty, sucedieron las de la misma “señorita” follando a todo follar con el Marcos, el baboso impresentable aquél que en casa de Madam Margot se le acercara soltando lo que soltó de la tal “señorita”… Y ni se sabe cuántos tíos babosos más…

Pero es que la cosa no se paraba ahí. Según Marcos, la “jaca” lo “hacía” de fábula, y hasta le parecía que la “zorra” disfrutaba casi tanto como él… Así que en esas otras imágenes veía a su madre sudorosa, excitada, con el rostro enrojecido y los ojos muy, muy brillantes por el enervamiento y la faz desfigurada, desencajada por el placer que la relación con el tipo le producía

Los odió a todos, pero muy especialmente al Marcos, el que tan bien le describiera no sólo los encantos de la “señorita” Betty, sino que también le dijera que ella, seguro estaba, disfrutaba con él tanto o más que él con ella. Los odiaba porque estaba terriblemente celoso de ellos; de todo tío que había disfrutado, disfrutaba y disfrutaría durante un interminable futuro de ella…

Les odiaba porque, de pronto, inopinadamente, él la deseaba como nunca jamás deseara a ninguna mujer… Como, estaba seguro, nunca desearía a mujer alguna… Porque para Dani Isabel, su madre, se había convertido desde ya, desde que vislumbrara sus túrgidos senos, en la mujer perfecta, la mujer “10”, y el deseo de poseerla, de hacerla suya, era enteramente desmedido

Y claro, sucedió lo que tenía que pasar: Que el puro deseo sexual envalentonó, embraveció su masculinidad hasta niveles de infarto, y Daniel cedió al deseo de ser feliz imaginando que poseía a esa mujer de ensueño para él, y ni se sabe cuántos hombres más… La “manita tonta” fue al encuentro de su virilidad y allí obró… ¡Vaya si obró! ¡Como nunca! Y el placer obtenido superó todo cuanto él conocía y recordaba. Ni siquiera las veces que había estado con una mujer podía compararse al placer obtenido pensando en su madre, en Isabel, soñando con ella, sintiendo que la tenía entre sus brazos y que ella se le entregaba como ni siquiera dijera Marcos que a él se entregara…

Pero como todo lo que sube tiene, por fuerza, que bajar, también el supino deseo que las prácticas de la “manita tonta” tanto le enardeciera, bajó un montón de enteros cuando tras la tormenta vino la calma. Daniel, por naturaleza, no era dado a esas exaltaciones solitarias; a su sutil sensibilidad, eso, como todo lo cutre y grosero, le repugnaba casi tanto como el trato con prostitutas.

Lo consideraba una bajeza, una autohumillación; pero tal cosa no significa que no hubiera cedido alguna que otra vez a la tentación, pero siempre, por finales, acababa igual: Arrepentido y hasta avergonzado por permitir que el animal se impusiera al ser racional, dueño de sus actos, por lo que no sólo obedece a sus instintos, sino sobre todo a lo que la razón le ilumina… Y ahora no fue una excepción, sino que esa misma sensación de vergüenza, de derrota, de siempre, también le sojuzgó, solo que multiplicada “ad infinitum” casi, porque eso de desear a su propia madre se le hizo algo más que monstruoso…

Se levantaron sobre las once de la mañana, Daniel algo antes que Isabel, pues a poco de acabar su auto satisfacción ya no pudo seguir en la cama. Se fue al baño dispuesto a bañarse, pero ya dentro se encontró sin ganas de sumergirse en el agua de la bañera, por lo que por finales hizo fue meterse bajo la ducha. Y allí estuvo hasta que su madre le llamó en voz bastante alta, para que él la oyera

  • ¡Dani hijo, ya tienes el desayuno en la mesa!
Daniel salió del baño con una bata de rizo y zapatillas, secándose todavía la cabeza. Desayunaron los dos juntos, en la mesa de la cocina, pero la conversación fue más bien lánguida, sin poner ninguno de ellos demasiado interés en mantenerla. La verdad es que mutuamente evitaban mirarse. Daniel, porque su deseo le avergonzaba a más no poder, ella porque ahora se sentía cohibida ante su hijo, un tanto avergonzada de que él supiera en lo que su “trabajo” consistía

Casi que tan pronto como acabó de desayunar, Daniel se excusó con su madre diciéndole que había quedado con unos amigos, y se marchó de casa. Cuando ya Isabel le esperaba para comer, con la mesa puesta incluso, él la llamó diciéndole que no iba a comer, que se quedaba con los amigos, e Isabel tuvo que comer sola. Daniel no volvió a dar señales de vida, por la que cuando se aproximaban las siete de la tarde, a eso de las seis y algo, se empezó a arreglar como cada tarde para irse al “trabajo”.

Extrañó entonces a su hijo, y los besos con que él la despedía siempre, cuando estaba en casa, y no trabajando, al salir ella a “trabajar”… En fin, se dijo, desde luego las cosas entre Daniel y ella, ya no podrían nunca ser como hasta la misma tarde anterior, cuando él la despidió, como siempre, cuando salió para el “trabajo”…

Los días, las semanas, fueron pasando y la relación entre madre e hijo se hizo casi inexistente. Daniel procuraba estar en casa, con su madre, lo menos posible; y cuando estaban juntos no le dirigía la palabra a no ser en lo totalmente imprescindible. En fin, que el desencuentro madre-hijo se ahondaba más y más, de día en día

Eso les estaba matando a los dos. Daniel estaba en perpetuo enervamiento, más nervioso que rabo de lagartija, atenazado por unos celos que cada día se incrementaban hasta el paroxismo. Saber que su madre cada tarde-noche salía de casa para dirigirse a la de la calle Lagasca le volvía loco. Las noches se le hacían eternas e inaguantables, sin dormir ni un ápice. Recurrió a los somníferos de alta potencia, pero una, dos y hasta tres pastillas no le hacían dormir, por lo que fue tomando cada noche más y más pastillas, que al final lo único que hacían era mantenerle adormilado todo el día, pero que las noches las pasaba más o menos en vigilia, dormitando a ratos, despierto, con nervios más que exaltados, otros momentos

Pero para Isabel, aquello no era mejor que para Dani, aunque por motivos muy distintos, pues ese despego de su hijo hacia ella, ese hijo al que más que querer adoraba, la destrozaba, la dolía ferozmente: Estaba segura de que su hijo la despreciaba… Que despreciaba a la puta que ella era, y eso no la dejaba vivir. Muchas veces pensó en cortar con la “putería”, pero a la hora de la verdad no se atrevía: Le tenía pánico a quedarse sin dinero ni de dónde obtenerlo. El fantasma del hambre, las privaciones y miserias de sus primeros dos años de viudez la aterraban, y seguía, y seguía en la “profesión” de la que se dice ser la más antigua del mundo…

Pero una noche, unos dos meses después, todo cambió. Fue la de un día cualquiera, a eso de la una y pico de la madrugada, cuando Madam Margot vino a decirle que el tal Marcos reclamaba sus servicios. No tenía nada de novedoso aquello pues el “maromo” ya la había solicitado al menos un par de veces antes y después del sábado famoso, pero aquella noche eso la exaltó, poniéndola en verdad furiosa. El tío, desde que Daniel le dijera que era amigo suyo, cada día le caía peor, pues sabía que a su hijo, que se acostara precisamente con tal amigo, le sentaba fatal… Que desde el sábado famoso lo llegó a odiar…

Se negó en rotundo a complacerle; pero no sólo al Marcos, sino que a madam Margot le espetó que ella ya había hecho su último “servicio”; que dejaba la “profesión” desde ese mismo momento, pues se iba de inmediato a su casa. Con la liquidación de esa noche, como era lo habitual, llegó a casa poco después de las dos de la mañana. Aquella vez fue la primera que no pasó de inmediato a la cocina por el vaso de leche, sino que directamente, casi alborozada, fue a la habitación de su hijo a darle la buena nueva: La “señorita” había fenecido, desaparecido para siempre de las vidas de ambos.

Pero cuando entró a la habitación de Dani se quedó de una pieza: Daniel estaba metiendo su ropa en una bolsa de viaje

  • ¿Qué pasa Dani? ¿Tienes que salir de viaje acaso?... ¡No me has dicho nada!...
  • Me voy mamá… Me marcho de casa… No creo que vuelva
  • Pero…pero hijo… ¿Qué te pasa?... ¿Por qué cariño?... ¿Ya…ya no me quieres?... ¿Me…me desprecias tanto, hijo, que no quieres vivir conmigo, cariño mío?
Isabel estaba mucho más llorosa que serena, pues las lágrimas pugnaban por salir de sus lagrimales, con una cortina acuosa velándole ya los ojos

  • No madre; no es eso… Te quiero muchísimo, más de lo que imaginas, creo… Y me rompe el alma marcharme de tu lado… Pero debo hacerlo… Tengo que hacerlo… Si no, acabaría loco…
  • No… No te entiendo hijo… Por qué; por qué tienes que marcharte… Creía que era porque ya no me querías… Que me despreciabas; que te daba asco, te repelía por puta… ¿Porqué, pues, tienes que irte?...
Daniel no respondió al instante a su madre. Sólo hizo que mirarla intensamente… Tanto, que Isabel se ruborizó al sentirse, de pronto y sin razón clara, insegura ante su hijo. Esa mirada intensa la avergonzó y descolocó al momento sin saber por qué. Luego Daniel avanzó un par de pasos hacia ella y empezó a hablar

  • Porque te deseo madre… Te deseo como un hombre desea a una mujer… Deseo tus senos y… Y lo “otro”… Tu sexo… Todo, todo tu cuerpo… Tu divino, tu maravilloso cuerpo de mujer perfecta… De mujer “10”… Me muero de ganas por acostarme contigo… Por disfrutar de tu cuerpo sensacional, ese cuerpo 10 tuyo…
Las palabras de su hijo fueron un mazazo para Isabel. “¡Dios mío!... ¡Se ha vuelto loco!”, se decía. Isabel estaba entonces como ida; quieta, inmóvil, atónita…

  • Sí madre. Soy un ser execrable, un degenerado, un monstruo… Desear como mujer a la propia madre es de eso, por antinatural… Pero yo no lo busqué; no lo quise… Vino así, sin más ni más… Fue aquél domingo, cuando me llevaste la leche a la cama… Al agacharte para besarme, despidiéndote, se te abrió por un momento el escote del camisón… Y vi tus senos… Divinos, maravillosos… Y sin quererlo, me vino a la mente esa foto tuya del álbum de madam Margot, esa en la que estás desnuda… Luego esa visión se mezcló con otras surgidas de mi mente calenturienta… Te veía “haciéndolo con mi amigo Marcos… Y con un montón de tíos más… Me enfurecí… Les odié… Les odié a todos; a todos cuantos te habían poseído, te poseían entonces y te poseerían luego… Les odiaba por eso, porque ellos te poseían y yo no…
Daniel seguía hablando pero Isabel ya no escuchaba nada… “Dios mío, qué hice” se decía. Se acusaba a sí misma de la tragedia de su hijo… “Maldita mil veces la “señorita” Betty”… “Maldita mil veces la hora y día en que surgió”… “Ella, ella es la culpable” “Yo, soy la culpable, pues la Betty era yo…soy yo” se seguía diciendo.

Isabel, a tales alturas del momento, estaba destrozada… Del estupor inicial había pasado, en minutos, al anonadamiento más supino; al abatimiento más descorazonador… Estaba deshecha en una palabra. Tambaleándose empezó a caminar hacia la cama de su hijo sin, realmente, saber lo que hacía… Era una especie de autómata, en cuyo cerebro apenas si había actividad alguna… Y es que éste se había negado a seguir pensando, como autoprotección ante la locura, siquiera momentánea, que seguir pensando en todo eso seguro que le causaría

Se llegó hasta la cama y se sentó en ella, con total aspecto de alelada. Miró a su hijo y le vio con el equipaje. Había dejado de hablar y vuelto a preparar las cosas para la marcha Isabel le siguió mirando unos minutos, tal como antes, sin acabar de entender lo que aquello significaba, con la misma cara de lela que antes. Pero de pronto, en su cerebro se hizo algo de luz: ¡Dani, su Dani, se iba para siempre!... ¡Nunca, nunca más volvería…jamás ya le vería!... Ella, desde luego, contaba con que algún día su hijo dejaría el hogar materno, bien para independizarse, vivir por su cuenta, bien porque se fuera o casara con una chica, pero eso no sería nunca definitivo, pues él seguiría viniendo a casa o ella iría a la suya, pero esto… Esto no era aquello que ella pensara… “¡Dios mío, y cómo podré ya vivir sin él; sin mi niño…;sin lo que más quiero!” se repitió una y mil veces mientras observaba cómo Daniel seguía sacando cosas de los armarios, metiéndolas luego en las bolsas, pues ya eran dos las que llenaba…

Por fin, se levantó, descalzándose al instante; luego se quitó la liviana chaqueta, más de verano que de primavera u otoño, que llevaba, para protegerse del relente de las madrugadas de mayo; seguidamente, la blusa desmangada, ajustada, que le cubría el torso fue a parar junto con la chaqueta, tras lo cual se empezó a bajar la cremallera de la falda

Daniel la venía mirando desde que se levantara de la cama

  • Pero…pero… ¿QUÉ HACES MAMÁ?
Estas palabras las había acabado a grito pelado, pero Isabel le respondió muy, muy tranquila, y sonriendo ampliamente

  • Desnudarme… Para acostarnos nos desnudaremos antes, ¿no hijo?
Ahora quién se quedó más o menos alelado fue él, Daniel. Pero el alelamiento sólo duró un instante, porque al momento reaccionó, poniéndose junto a su madre en dos zancadas

  • ¿Te has vuelto loca mamá?... ¡Por favor, vuelve a vestirte!... ¿No comprendes que esto no puede ser?... ¡Eres mi madre!…
Daniel se agachó y recogió la chaqueta del suelo, intentando ponérsela de nuevo, pero Isabel la tomó y la devolvió al suelo. Luego se llevó las manos a la espalda y se soltó los enganches del sujetador que, por finales, acompañó a chaqueta y blusa hasta el suelo. A todo esto, la falda ya no estaba en su cintura, sino en el santo suelo, rodeándole los tobillos, pues hasta allí se había deslizado al soltarle Isabel la cremallera. Sacó los pies de entre la falda y la mandó hacia una pared de la habitación.

Seguidamente, enroscó el cuello de su hijo entre sus brazos y la boca materna buscó la del hijo, haciéndola abrir empujando con su lengua… El beso con que la madre obsequió al hijo, hizo que a éste hasta le temblaran las piernas: Era un beso como sólo la “señorita” Betty sabía dar… De su expresa “factura”… Y el hijo, Daniel, se perdió en ese mismo instante, preso ya, de por vida, en la mujer que su madre era

Cuando Isabel por fin separó su boca de la de su hijo, le acarició el rostro con esa infinita ternura conque la madre que ella era solía hacerlo, en los más duros momentos de su hijo, para consolarle, ayudarle a superar los malos tragos

  • Sí cariño mío: nos vamos a acostar juntos… Y “lo” haremos… haremos lo que tú quieras que hagamos… Y las veces que tú quieras, amor de mis amores. Hoy, esta noche, y siempre que tú quieras… Vendrás a mi habitación, a mi cama a dormir… A dormir conmigo… Pero esta noche no… Esta noche la pasaremos aquí, en tu cama… Donde tantas veces me has deseado… Donde te has dado placer solitario con mi imagen en tu mente… Aquí me tendrás, no en imagen, sino en carne y hueso… Mis senos, mi… Mi “eso”… (Isabel se acercó aún más a su hijo, para llevar sus labios hasta su oído, susurrándole estas palabras muy, muy bajito, como si estuvieran rodeados de personas y no quisiera que nadie más que él la escuchara) Mi chochito, mi coñito… Lo deseas, verdad vidita mía…
Daniel no pudo responder a su madre; estaba obnubilado, en el Paraíso… No tenía palabras, pero una cara de embobado que se las traía. Isabel se echó a reír alegremente

  • Creo que sí; que no es que te gusten, te encantan más bien…
Isabel volvió a reír, si es que no será mejor decir que reforzó su risa, más alegremente aún… Y empezó a desabrochar los botones de la camisa de su hijo, hasta, libres ya todos los botones, sacarle la camisa y lanzarla al suelo. El mismo camino siguió luego la camiseta, tras lo cual desabrochó el cinturón del pantalón y tras éste, la cinturilla del mismo bajándole la cremallera a continuación. Los pantalones se vinieron al suelo, como antes la falda de ella, tras lo cual le llegó el turno a los calzoncillos, última prenda que a Daniel le quedaba en el cuerpo, salvo zapatillas de casa y calcetines.

Entonces, el muchacho pareció cobrar vida, pues él mismo se sentó en la cama, desprendiéndose de zapatillas y calcetos. Casi a la vez se tendieron en la cama madre e hijo, pues mientras Dani se deshacía de calzado y calcetines, Isabel hacía lo propio con sus bragas, última prenda que también a ella le quedaba encima

Ya juntos en la cama se buscaron el uno al otro para abrazarse, para besarse en una exquisita mezcla de ternura y candente pasión. Se reprodujo aquél beso que Isabel brindara a su hijo cuando ambos estaban de pie, ese beso tan propio de la “señorita” Betty, la que a partir de esa noche reviviría en cada una de las siguientes para dicha y felicidad del hijo, pero también de la madre, pues para ella no había felicidad, dicha y placer mayor que ver así a su hijo, dichoso, henchido de placer; del placer que ella le proporcionara, le proporcionaría a partir de esa noche cada vez, cada momento que él lo deseara

Dani se extasiaba con la boca de su madre, pero eso no era suficiente para él, con todo lo que así mismo lo deseaba, pues tanto o más deseaba degustar aquellos senos que le volvían loco, aquellos pezones de ensueño por tantas veces soñados. Así que sus labios, su boca, dejó la de su madre para bajar en busca de esos odres de arrope y miel que eran las tetitas, aunque no tanto, pues muy pequeñas, la verdad que no eran, pero tampoco tan grandes, sino que casi la justa medida para ser poco menos que perfectas.

Allí Dani se aplicó en besar, lamer, chupar la tersura de la piel de aquella ambrosía, mientras su madre le animaba a hacer, precisamente, lo que hacía

  • Sí cariño, sí mi hijito, ¡Ay!, besa las tetas de mamá; lámemelas mi vida, mi amor… Sí cielo mío, chupa, chúpamelas… Así mi vida, así mi amor… Sí cielo, cariñito mío… Hijo, hijito mío… ¿Te gusta lamer, chupar las tetas a mamá?... ¿Te gusta, mi amor, mi hijito del alma?... Disfruta cariño… Disfruta… Disfruta de mamá… Del cuerpo de mamá… Sí mi amor, mi vida, mi niño, mi niño querido… Chúpale los pezones a mamá… Así mi nene, así nenito mío… Como cuando eras chico… Como cuando mamá te amamantaba… Vuelve a amamantarte nenito mío
Daniel estaba en la Gloria, en el Paraíso de Dios casi… Era plenamente feliz porque tenía lo que tanto, tantísimo había soñado, el delicioso cuerpo de su madre, de la “señorita” Betty… Y lo sabía suyo; suyo y de nadie más… Sabía, por algo así como ciencia infusa, que como esa mujer se le estaba entregando entonces a él, a nadie antes se le entregó… Ni siquiera a su amigo Marcos…

E Isabel también supo algo, pero no por ciencia infusa, sino por, digamos, experiencia, que su hijo estaba a punto de caramelo para pasar a la “acción directa”. Estaban uno frente a otro, tumbados de costado, cuando Isabel empujó a su hijo hacia atrás haciéndole tumbarse boca arriba, en tanto ella, prosiguiendo la misma maniobra acababa encaramada, a horcajadas, sobre su hijo.

Tomó entonces el miembro viril de su hijo y, abriéndole camino través de la maraña de vellos de su propio pubis, y las dos “cortinas” que velaban la puertecita a su femenino interior, traspasadas estas por la virilidad de su hijo, ésta estuvo por fin encañonando la rosada puertecita a la gruta de los “Mil Placeres” de Isabel. Ella entonces accionó hacia abajo, haciendo que la virilidad de Dani la penetrara profundamente, hasta sentirla en lo más hondo, lo más profundo de sus entrañas. Entonces quedó quieta, como si quisiera acostumbrarse a tal intrusión en su femenina intimidad; suspiró y quedamente susurró a su hijo

  • ¿Estás bien Dani?... ¿Te gusta estar dentro de mamá?
  • Sí mamita; es delicioso tenerte, poseerte… Mami… Te quiero… Te quiero mucho… Muchísimo… Más que nunca… Gracias mamá… Muchas…muchas gracias… ¿Y tú?… ¿Cómo te encuentras tú?... ¿Podrás…podrás hacerlo?...
  • Mi amor, no te preocupes… Claro que estoy bien… Te quiero hijo… Te quiero muchísimo… No te preocupes por mí… Mientras me desees, seré tuya, mi amor…mi hijito querido… Me otorgo a ti, mi amor, mi cielo… ¡Mi todo, queridito mío, vida mía, bien mío!… Mamá se otorga a ti, para que tú seas feliz cariño mío y será tuya mientras así lo quieras…
Isabel empezó a moverse sobre su hijo, lanzando sus caderas adelante-atrás, adelante-atrás, al tiempo que se agachaba, acercándose más y más a él, rodeándole el cuello con sus brazos. Dani se sumó al movimiento materno. Enviando también sus caderas al encuentro de las de su madre, con lo que ambos seres, madre e hijo, casi se fundieron en un mismo movimiento de vaivén, avanzando ambas caderas a un tiempo para retroceder acordes al instante.

Isabel besó los labios de su hijo en un beso pleno de suavidad, de dulce ternura, mas huérfano de pasión, de sexual erotismo. Era el beso de una madre a su hijo, no el de una amante, pero él, Dani ese beso tierno lo convirtió en netamente pasional al devolvérselo, pues con su lengua pidió paso franco a la boca de Isabel, y ella, a su vez, respondió al requerimiento de su hijo aceptándolo, abriendo pues su boca a la filial lengua, rindiéndose por entero a la pasión que Dani demandaba de ella

Así, la madre cumplía su más promesa que ofrecimiento de otorgarse a él; de plegarse a todos sus deseos a fin de mantenerle, como hombre, feliz y dichoso mientras él así lo deseara. Y al beso demandado por Dani ella se entregó con toda la lujuria de que fue capaz, haciendo del ósculo una verdadera obra maestra de la sexualidad del más alto nivel.

Daniel, al tiempo que así la besaba, retiró las manos de los femeninos senos, que hasta entonces viniera acariciando para bajarlas hasta las redondeces del culo de su madre, donde se aferraron con suma firmeza, haciendo que ambos pubis se fundieran más aún de lo que ya estaban, al coincidir en su simultáneo avance hacia adelante; y acorde a este avanzar hacia él el cuerpo materno, en busca de la más íntima fusión en la unidad, empujando los glúteos de Isabel, imprimía velocidad al ritmo del venéreo vaivén, petición a la que Isabel respondió con su más absoluta adhesión, resultado de lo cual fue que los movimientos de ambas caderas empezaran a ganar más y más en veloz intensidad

Hasta entonces, todo había transcurrido en silencio; ninguno de los dos había despegado los labios a no ser para exhalar algún que otro gemido, en especial por parte de Daniel, pero entonces, cuando las caderas de madre e hijo habían alcanzado un sostenido e impetuoso ritmo, Daniel empezó a bufar de lo lindo al tiempo que con voz por entero entrecortada decía a su madre

  • ¡Maaamiiii!... ¡Maaamiii queeeriiidaaa!... ¡Aaayyy!... Aaaayyyy! ¡Eeereeesss inmeeensaaa! ¡Dioos!... ¡Diooos!... ¡Queee diiichosooo meee haaaceeesss!
Isabel besó a su hijo; en los labios, pero como ella venía haciéndolo, con mucha, muchísima dulzura… Muchísima ternura… Pero sin nada de sexualidad… Seguía siendo el beso de la madre que acaricia a su hijo… De la madre que adora a su hijo y así se lo demuestra, no el beso de una amante…

  • ¿De verdad eres dichoso hijito?... ¿Te gusta lo que te hace mamá, cariño mío?
  • ¡Sííí maamaaa!... ¡Yaaa…yaaa…looo…creeooo!... ¡Aggg!... ¡Aggg!... ¡Ayyy!... ¡Meee!... ¡Meee…meee…vuueel…veees…looocooo! ¡Mee eeencaaantaaa coomooo mee looo haaaceeesss!...
  • Sí mi vida; cariño mío… ¡Disfruta, mi amor; disfruta de mamá!... ¡De la “cosita” de mamá!... (Isabel volvió a llevar sus labios al oído de su hijo, para de nuevo verter en él) ¡Del “coñito” de mamá!...
Isabel siguió haciendo feliz a su hijo, incrementando aún más el ritmo de sus caderas, pues notó que tal cosa la demandaba Dani, al incrementar su propio ritmo, según hablaba a su madre. El hijo volvió a besar a la madre, y, como antes, bajo el tórrido signo de la pasión más encendida, e Isabel volvió a ser la “señorita” Betty al aceptarle tal beso. Luego, Dani volvió la atención de sus labios y lengua a los maternos senos, besándolos, lamiéndolos, chupándolos… Y a los más que enhiestos pezones que tales senos coronaban, lamiéndolos y, sobre todo, también chupándolos. A ello sumó unos deliciosos mordisquitos que hicieron que su erección se incrementara

El ritmo de la relación llegó a ser más exorbitado que otra cosa, y sucedió lo que tenía que pasar, que Daniel empezó a llegar al paroxismo de sus rugidos de león en celo, mientras decía a su madre, sobrepasado por el increíble placer que su madre le estaba proporcionando

  • ¡Me corro mami!... ¡ME COOORROOOO!... ¡Dios, y qué plaaceer máás graaneee!... ¡Es…es…inee…naa…rraa…bleee!... ¡Mee cooorrooo, maamaaa!... ¡Yaa…yaaa esttooy aquiii!... ¡Tooomaaa tooo…maaa too…maaa leee…cheee!... ¡Miii leee…cheee!... ¡Aayy!... ¡Aaayyyy!... ¡Aaaayyyy!...
  • ¡Sí hijito… sí! ¡Dame tu leche cariño! ¡Dámela toda…hasta la última gota!...
Las caderas de Isabel iban a galope tendido y ella “cabalgaba sobre su hijo cual potro desbocado, en su interés por agotar hasta última gota de esperma en las gónadas de Dani

  • ¡Sííí…Sííí maamááá!... ¡Sáa…caaa…meee…laaa too…daaa!...
  • Sí hijito; mamá te la sacará... Te la sacará toda, toda, cariño mío… Sigue disfrutando mi amor… Disfruta de mamá… De su chochete… De su coñito…
  • Sííí mamaa…sííí…. Toma… Tooo…maaaa mááás… Mááás lee…cheee ¡Ayyy maa..miii! ¡Aaayyy!... ¡¡¡Aaagggg!!! ¡Aaagggg!...
  • Sí amor, sí… Sigue, sigue corriéndote… ¡Dios y cuánta leche tenías!... tenías muchas ganas, ¿verdad?
  • Sííí…muuuchaaas… Muuu…chiii…siii…maaass gaa…naaas… ¡Aaaayyyy!... ¡Aaayyy!... Maaa…máááá…nooo…nooo…pueee…dooo…paaara…aaar… Quiee…rooo…see…guiir dis…fruuu…taaan…doooo…
  • Sí hijito… No pares… Sigue cariño mío… Sigue disfrutando de mamá, cielo mío… De su chocho… De su coño… ¡Venga valiente…sigue!... ¡No te rindas! ¡Aguanta, mi amor, aguanta… Aquí está mamá para ayudarte…
Daniel aguantaba como un jabato y su madre empujaba como loca, como posesa. Los dos estaban bañados en sudor, empapados en sudor, que más parecía que estuvieran bajo el chorro de agua de una manguera a ninguna otra cosa; las pulsaciones por las nubes, a más de 120 lo más seguro, los rostros terriblemente congestionados y con el corazón latiéndoles en la misma garganta, asfixiándoles casi. Imposible pronunciar palabra por ese verdadero ahogamiento que su sistema nervioso les provocaba a través del corazón, sometido a un trabajo más que excesivo… Pero allí se mantenían, al límite de sus fuerzas que más parecía ya traspasaban tal límite que estar a punto de hacerlo

Daniel mantenía espalda y piernas en el aire, aquélla arqueada en inverosímil arco de circunferencia y éstas flexionadas, apoyado todo el cuerpo en sólo los pies, fijos, firmes sobre la sábana y la parte alta de los hombros, empuja que te empuja y vuelta a empujar. Así fueron transcurriendo los minutos, no muchos, hasta que el cuerpo de Daniel se tensó cual cuerda de piano, estremeciéndose en acusadas convulsiones, merced al orgasmo de alucinante placer que, como un rayo, descendía a través de toda su columna vertebral para finalmente romper en pleno aparato genital

Daniel quiso berrear, aullar, rugir de puro y excelso placer, pero los sonidos se le rompieron en la garganta, por lo que ocurrió fue que la ruptura fue en una tosigera de mil demonios, que alguna vez creyó le obligaría a soltar por su boca hasta los primeros calostros que del pecho de su madre mamara de recién nacido. Las convulsiones, el temblequeo de todo el cuerpo, el enclavijado de dientes… Todo eso que provocan los orgasmos más escandalosos, en Daniel duraron brevísimos minutos, al cabo de los cuales su cuerpo, falto del sostén del tremendo enervamiento intrínseco al cénit de la relación sexual, se derrumbó sobre la cama cual toro recién descabellado rueda sin puntilla por la arena del candente ruedo taurino

También, al momento, Isabel cayó desvencijada sobre el cuerpo de su hijo, en cuyo pecho descansó su rostro… Los dos, madre e hijo, descompuestos, descoyuntados y boqueando como peces sacados del agua, intentando restablecer la normalidad de su respiración, de sus cardíacas pulsaciones, su nivel hipertenso… Al fin, el resuello fue retornando a los dos… Se miraron sin hablar, pues las mínimas energías recobradas aún no llegaban a tanto… Y se sonrieron el uno al otro, tremendamente felices ambos. Dani llevó su mano al pelo y rostro de su madre, acariciándolo con suma ternura e Isabel besó la mano que la acariciaba. Al momento, los ojos del muchacho se empezaron a cerrar, rindiéndose al más cansancio que sueño, que buscó en Morfeo el remedio a su físico desvalimiento. Isabel se acurrucó en el cuerpo desnudo de su hijo, buscando en él calor, lo mismo físico que moral, y al cabo de no tantos minutos también ella se sumió en el descanso del sueño reparador…
 
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