El Secreto de la Madre 01

heranlu

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Allá por la agonía del siglo XX, en una de las ciudades-dormitorio que rodean Madrid y en cualquiera de esas nuevas urbanizaciones de eminente vecindad proletaria, ese tipo de familias en las que los dineros, si llegan no alcanzan y si alcanzan no llegan, que las inundan, haciéndolas crecer hasta contar con cientos de miles de habitantes, cuando veinte-treinta años atrás apenas si reunían algún que otro millar de vecinos, vivía Daniel, Dani en confianza, chaval de veintiún años más bien recién cumplidos, con su madre Isabel

Mas eso era sólo desde unos cuatro años entes, pues hasta entonces la familia constaba de cuatro miembros, papá, mamá, una hija tres años más joven que Dani y el mismo Daniel y vivían en Madrid, en uno de esos barrios de típica y tópica clase media entre acomodada y acaudalada. Papá era cajero en la sucursal de un gran banco y no ganaba mal sueldo, lo que le permitía mantener a su familia más que holgadamente.

Pero sucedió que los mantenía demasiado holgados, más de lo que sus no magros ingresos permitían, porque el bueno de D. Daniel, que así se llamaba el padre de Dani, no sabía dónde poner a su familia, en especial a su más que bella esposa que, seamos fieles a la verdad, nunca se distinguió por su espíritu ahorrativo, sino más bien por ser una manirrota de pronóstico, amén de arto “señora” para “dar palo al agua”, es decir, trabajar

Y claro, pronto sucedió que las facturas empezaron a ahogar al probo cabeza y sostén de la familia, que no encontró mejor solución que “meter mano” en la caja bajo su custodia. Tuvo suerte y pudo mantener tal “tinglado” por once años más o menos, al precio de trabajar “de contino” seis días a la semana, de lunes a sábado, y a lo largo de cincuenta y dos semanas cada año, sin faltar un solo día; vamos, ni por Noche Buena-Noche Vieja siquiera

Pero sucedió que un viernes cualquiera, cuatro años antes, D. Daniel salió del banco casi tres horas más tarde por imprevistos, pero importantes problemas de última hora, con lo que iba de un gas que para él se quedaba y más prisas que si escapara de una legión de acreedores, de modo que salió del garaje a todo meter y, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, se incorporó al tráfico de la calle Velázquez, con tan mala fortuna que se estampó contra un autobús de la Empresa Municipal de Transportes. ¿Resultado? Muerte fulminante.

A las cuarenta y ocho horas fue el sepelio de D. Daniel y otras cuarenta y ocho más tarde, Dª Isabel, su señora viuda, fue citada, muy correcta y cordialmente, al despacho del Director General del banco, sito en la Gran Vía casi esquina a Alcalá. Con toda cordialidad también fue recibida por la secretaria del magnate e introducida al Sancta Sanctórum del mismo, es decir, su despacho. Y hasta allí llegó la cordialidad, pues a tales alturas se tenía ya constancia clara y más o menos exacta del desfalco cometido por su difunto marido en un más que apreciable montón de millones de pesetas de aquellos tiempos, lo que en modo alguno era moco de pavo.

Total, que adiós cuentas corrientes, bloqueadas a esas alturas, las que tenían en aquel banco y otras tres o cuatro que su marido abriera en otras entidades bancarias, a fin de camuflar lo “pescado”, adiós casa, adiós coche… Adiós todo en definitiva. Y gracias a los dos seguros de vida suscritos a favor del difunto marido y su familia, uno por él mismo y el otro por el banco, norma de la casa para con todos sus empleados, que dieron lo suficiente para cubrir todo el montante pendiente de pago y lo justo para alquilar el pisito donde ahora vivían y para pasar unos meses, con estrecheces, eso sí, hasta que los tres, mamá, retoño y “retoña”, encontraron empleo, que no fue fácil pues ni repajolera idea de oficio por parte de los tres, dados hasta entonces a “sus vagancias”, aunque los dos “rorros” fueran estudiantes de “cuchillerato” pero de ese tipo de estudiantes que, digamos, “no ejercen”

En fin, que Dani logró un puesto de “pinche” o aprendiz de cocina en un restaurante de casi postín; su linda hermanita en la peluquería de unos grandes almacenes como aprendiza de manicura y la señorona Dª Isabel en los servicios de un más que buen restaurante para servicio de tarde-noche, de siete de la tarde a una de la madrugada.

El primer año y pico fue de prueba para los tres, con eso de tener que trabajar, madrugando a diario el “infanzón” y la “infanzona”, cosa a la que en absoluto estaban acostumbrados, y la señorona teniendo que rebajarse ante los clientes, cuando hasta ayer como quien dice, ante ella se rebajaba la gente. Y a más a más, que el dinero no sobraba en casa, pues a veces el hambre se la tenían que quitar casi, casi, que a “fobetá” (Bofetada) límpia, excepto el Dani, que por aquello de estar casi todo el día entre fogones pues algo se “pega” siempre si se está a la que cae, amén de la “pitanza” diaria, comida o cena, por cuenta del restaurante.

Pero en los dos últimos años el panorama empezó a variar que era una vida suya, pues a Dani le ascendieron a la categoría de ayudante de cocina, pues resultó que aquello de las perolas y fogones se le daba de maravilla, y a la señorita Isabelita la hicieron manicura casi diplomada. Pero el gran auge vino por parte de mamá, que cambió de empleo pasando a los lavabos de un local nocturno, una “Boite” muy “decente”, donde ejercía de las ocho-nueve de la noche a las tres-cuatro de la madrugada, aunque sábado había que llegaba a retrasarse en salir hasta incluso las cinco de la mañana.

Aquello fue el “despegue” definitivo de la familia, pues resultó que el nuevo empleo de mamá era algo así como una mina, con miles y miles de pesetas en propinas cada noche, que para cuando esta historia comienza ni se sabe a lo que podían llegar, pues mamá Isabel ya no lo decía; simplemente, tenía a sus dos hijos a cuerpo de rey/reina, satisfaciendo cuantos caprichitos al nene y la nena se les emperejilaban.

Otra cosa importante señalar es que, unos ocho o diez meses antes del momento en que la verdadera trama comienza, a la nena Isabelita se le puso en el moño irse a un apartamento con un par de amigas, con derecho a recibir en su habitación y camita a su “maromo” siempre que a su entrepierna se le pusiera de montera, es decir, le diera la real gana, que para eso era ya “toda una mujer” a sus diecisiete-dieciocho años, aserto que a mamá Isabel le pareció verdad cuasi evangélica, pues entre los diecisiete-dieciocho añitos alumbró a Dani, sin tampoco estar aún casada, sólo “tonteando” con el que luego sería su solícito y desfalcador marido. De modo que cuando esta historia en verdad empieza, en el “Anno Dómini” de mil novecientos noventa y ni se sabe qué año, la unidad familiar, de facto, se reducía a Isabel y su retoño Dani.

Así que la historia se pone en marcha una noche, casi, casi que en el fiel de la balanza entre un sábado y el ulterior domingo, en la barra de un bar de copas madrileño donde encontramos a Dani en más o menos alcohólicas confidencias con su amigo Marcos.

La amistad con el tal Marcos no venía de antiguo, pues se conocieron dos años atrás, entre los fogones del restaurante donde Dani se colocara y a cuya nómina perteneciera ya Marcos de cinco o seis años atrás, con lo que de tiempo era cocinero a todo ruedo, con lo que sus haberes superaban en no poco a los de Dani.

  • Oye Dani, ¿te he hablado alguna vez de Betty?
  • Pues diría que no. ¿Otro ligue, tío?
  • ¡Más quisiera yo!... ¡Menuda hembra!... ¡”Pa montalla” siete días por semana sin bridas y sin estribos!... Es “delanterica”, treinta y bastantes, pero cómo está la “prójima”… ¡Y cómo folla la condenada!...
  • Conque dices que no es un ligue, y sin embargo te la follas, ¿eh?... Eso no me cuadra tío… No te habrás colado por una tía a la que se la folla todo quisque…
  • Pues tío, casi, casi… No, no es que me haya colado por ella; ni mucho menos, macho, que aquí, al “menda lerenda que viste y calza”, todavía no nació la “chorba” que le cace… Pero sí que me he encoñado con ella… ¿Sabes lo grande?... ¡Que no es más que una puta!... Como lo oyes, tío, de esas que sólo follan con uno por “pasta gansa”… ¡Y que cobra un pico la muy zorra!... ¡Cincuenta mil “pelas” la media hora, ochenta y cinco mil la hora!... ¡Más la botella de champán que la jodía te saca en menos que canta un gallo!… O las copas de “calentamiento”, que la “madam” se las pinta sola para “sacártelas” tan pronto te “guipa” por el salón y aledaños …
  • Pues qué quieres que te diga, tío… Que estás jodido, Marcos… Muy, muy jodido… Pero… ¿Cómo se te ocurrió meterte en tal berenjenal?... ¡Joder Marcos, que las “titis” no se te dan mal!… Para qué puñetas necesitas a una de esas… ¡Joder Marcos, una “buscona”! ¡Una puta, Marcos; una simple y puñetera puta, mierda ya!
  • Vale tío, una puta… ¡Pero qué puta, Dios mío!... ¡Te lo juro, Dani!... ¡Una diosa, una sublime odalisca!... ¡Una maravillosa Hurí del Edén de Allah!... ¡Porque no la conoces, Dani!…
  • Ni ganas, sobre todo después de lo que me dices de ella… ¡Lo que me faltaría, colgarme por una máquina saca-cuartos!...
  • Pues macho, yo me voy para allá. ¡Estoy que ardo por “metérsela”! ¡Vente conmigo, tío!... ¡Te la presentaré; te juro que te caes de la impresión!
Dani se echó a reír con ganas

  • ¡Ni hablar de la peluca, tío!... Ja, ja, ja… ¡Para que me contagie el “virus” que “t’andilgao” (te ha “endilgado”; endilgar: Endosar a otro algo desagradable o molesto)… ¡Ni hablar, tío, ni hablar!..,
  • ¡Que sí, macho!... ¡Que sí; te vas a enterar de lo que es bueno en el asunto de la jodienda tan pronto te la “calces”
Y así, en ese “Que sí-que no”, la cosa fue que por finales, un tanto “alegrote”, que todo hay que decirlo, el bueno de Dani se dejó arrastrar por el más que golfo de su amigo a un muy respetable inmueble de seis pisos y cuatro puertas por piso, de la madrileña calle de Lagasca, entre las de Serrano y Velázquez prácticamente, lo que equivale a decir en lo más florido del Barrio de Salamanca de Madrid, tradicional sede de la flor y nata de la burguesía madrileña

Era en el cuarto piso del inmueble, un edificio de allá por los años 40-50, algo vetusto pero la mar de sólido, fachada de puro granito y portal de mármol blanco veteado en trazos algo menos claros, mullida alfombra, roja como la sangre y de varios centímetros de grosor, donde los pies se hundían hasta casi tapar los zapatos y portero de librea a la puerta, lo mismo de día que de noche, que, servicial, te abría la puerta tan pronto te acercabas con claras intenciones de entrar.

Como es de suponer, tan pronto penetraron al portal, les preguntó dónde iban; le dijeron que al cuarto piso y el hombre llamó a un interfono

  • Doña Margot, aquí hay dos señores que desean subir… Sí señora, a unos de ellos le conozco de antes… Sí, sí, ya ha venido más veces… Sí, lo recuerdo perfectamente… Amigo suyo, supongo… (Dirigiéndose al tal Marcos) ¿Es amigo suyo, verdad caballero? Viene con usted, ¿verdad? (A ambas inquisitorias Marcos afirmó con un rotundo “Sí, sí”, y el portero volvió a hablar por el interfono) Sí señora; efectivamente, es amigo del señor conocido; vienen juntos… Perfectamente señora… Ya sabe, siempre a sus órdenes doña Margot…
Seguidamente, el servicial portero acompañó a los dos amigos hasta el ascensor, abriéndoles la puerta

  • Una cosa señores. Muy encarecidamente les ruego la mayor discreción. Nada de ruidos excesivos, risotadas y demás… La vecindad es de lo más selecto y esas cosas aquí no se permiten… La casa de doña Margot es de lo más exquisito de Madrid, y aquí la educación y buenas formas, sin estridencias de clase alguna, menos aún groserías, es la norma para poder ser admitido y atendido…
  • Ya lo sé… Lorenzo, ¿verdad?...
  • Sí señorito; efectivamente, Lorenzo es mi nombre… Veo que también usted me conoce y recuerda
  • Desde luego, Lorenzo… Y no se preocupe; conozco las normas de la casa y las sigo en toda su extensión
  • Perfectamente señor… ¡Ah, muchas gracias caballeros! ¡Que se diviertan esta noche!
Y es que el buen portero Lorenzo se deshacía en melosidades ante los cincuenta duros que el Marcos le acababa de soltar. Subieron al cuarto piso, donde encontraron ya abierta la puerta de la derecha del ascensor, la entrada principal a la inmensa casa de citas de Madam Margot que ocupaba toda la planta, lo que cuatro viviendas normales del edificio, y que conste que no eran pequeñas

Desde luego el sitio era de lo más lujoso y exclusivo que en Madrid podía encontrarse; algo así como una más que coqueta bombonera, donde todo eran más que gruesas alfombras, tapices antiguos, grandes espejos ricamente enmarcados y buenos cuadros por las paredes; mullidísimos divanes de plumas más sillones y sofás de la mejor tapicería y factura, por acá y allá

Un gran salón-recibidor y estancia de descanso o espera hasta que la Madam decía al caballero de turno que podía pasar al dormitorio, pues la señorita acudiría al momento, donde abundaban más que en ninguna otra estancia los cómodos sofás, divanes y sillones, alternados por mesas bajas, de excelente marquetería en madera

Al fondo del salón una majestuosa barra en madera de ébano acolchada en vivo color rojo, a tono con la moqueta del mismo color de las paredes y la alfombra del suelo. Tras la barra, un inmenso espejo enmarcado en madera y cornucopia dorada, finamente labrada al estilo del siglo XIX. Sobre la barra multitud de copas que los camareros reponían llenas tan pronto un cliente tomaba una, champán principalmente, aunque sin tampoco faltar el whisky y el coñac, todo ello nacional, pero de muy aceptable calidad.

También bandejas con canapés, medias noches y demás La barra era libre, a disposición de todos los caballeros que allí acudían, aunque Madam Margot, siempre ojo avizor, que no se le escapaba una, se apresuraba a llegarse a todo caballero que, simplemente, rondara cerca de la barra, solícita en ofrecer una copa al caballero, sugiriéndole al señor dejar una “propinita” para el servicio, ciento cincuenta euritos “de nada”, y a ver qué caballero, genuino o de ocasión, no se dejaba los doscientos euritos.

Allí entraron los dos amigos y, francamente, Dani quedó boquiabierto ante lo que sus ojos veían. Inimaginable era aquello para él. Mucho le había contado su amigo respecto a la magnificencia del lugar, pero lo que sus ojos vieron excedía to lo que su mente fue capaz de imaginar. Marcos se empeñó en que su amigo entrara con la señorita Betty, pero el mancebo estaba sobrepasado por lo que allí veía y las pocas ganas de “jaleo” con que para allá partiera se le multiplicaron, o mejor, se le dividieron entre ni se sabe cuántos divisores, con lo que de plano se negó a entrar a las habitaciones con ninguna de las más que suculentas señoritas que la casa ofrecía.

En fin, que Marquitos pagó en caja, a Madam Margot, las ochenta y cinco mil del ala que la señorita Betty demandaba por otorgar su palmito durante una hora, aunque por finales, e incluyendo la botella de champán que la “nena” agradecía con mil y un arrumacos, la “cosa” le salió por los veinte mil duritos o las cien mil “pelas” o pesetas… ¡Pero qué importaba semejante salvajada de pesetas, si la tal salvajada le otorgaría el cuerpo de su “diosa” durante una hora!... Así que raudo cual rayo partió hacia la habitación que Madam Margot le indicó al llamarle diciéndole que la señorita estaba ya a su disposición. Dani se quedó en el salón, degustando una copa de whisky en casi paz y tranquilidad; aunque, eso sí, satisfaciendo antes los mil duritos de nada que la Madam le sugirió como propina para el servicio.

Pero si se dice que el Diablo nunca descansa intentando que los pobres mortales se pierdan merced a las engañosas mieles de sus tentaciones, Madam Margot no descansaba menos que el Diablo a fin de que los incautos y candorosos nuevos “visitantes” cayeran en las sutiles redes de sus “pupilas”, dejándose así sacar una “pasta gansa”, de manera que propuso al novel barbián que en sus garras caía el catálogo con las fotografías de las “señoritas”, para que se entretuviera y la espera de su amigo, que iba para largo, pues el amigo Marcos se había despachado con casi cien mil pesetazas que le permitirían disfrutar de la “señorita” sesenta largos minutos

Y Dani tomó aquél catálogo más por curiosidad y aburrida ociosidad que por otra cosa. Aquí convendrá aclarar que en aquella tan exclusiva casa de perdición, lo de “¡Chicas, al salón!”, con el subsiguiente “pase” de bellezas más o menos vestidas, menos o más desnudas, cual si lo hicieran por una pasarela, allí no se llevaba. Según Madam Margot, eso era denigrante para sus “señoritas”, pues parecía un mercado de carne o de esclavos, que a saber qué concepto será más ofensivo para las pobres mujeres así exhibidas, por lo que el cliente podía consultar era una gran álbum de fotos, tamaño folio, donde las “señoritas” aparecían en sugerentes poses y distintos grados de cubrirse o enseñar sus más íntimos encantos

Al dorso de cada foto se incluía venía información de la señorita en cuestión: Edad, estatura, peso, medidas de busto, cintura y caderas… También sus emolumentos, la media hora, la hora y hasta la hora y media alguna que otra… Y las especialidades que la “dama” ofrecía a la clientela… Distraídamente, Dani fue pasando páginas y páginas, mirándolo todo… ¡Dios y qué mujerío ofrecía aquel álbum!... ¡Pero qué locura de pesetas también!... Riéndose para sí mismo pensó en la millonada que el Marcos debía haberse dejado ya en aquella casa…

Siguió ojeando varias páginas más, cada vez más atraído por aquello que veía, pues aunque no estaba la cosa a la altura de su economía, siempre es bonito observar las fotos de mujeres espectaculares, luciendo en toda su esplendidez sus gracias, más o menos veladamente, porque aquellas fotos eran casi, casi, que artísticas, exentas de la chabacanería de la descarada pornografía. Allí, casi se sugería más que se mostraba. Desde luego, aparecían siempre, más o menos al total descubierto, los senos, el vientre, el culito, los muslos y las piernas de las “señoritas”, pero el Sancta Santorum de la femineidad más bien aparecía velado, semi oculto a no ser por alguna “rendijilla” que otra que permitía adivinar las verdes praderas del divino sexo

Y así, ojeando y ojeando, pasando páginas una a una, lentamente, recreándose en cada una, llegó a verla; a ver a la “señorita” Betty; a la mujer que en esos mismos momentos se estaba “beneficiando” su amigo Marcos, el enchochado con tal mujer. Dani se puso blanco como el papel y la sangre se le heló en las venas.., “¡Dios mío, esto no puede ser; debo de estar viendo visiones!”… se decía una y otra vez, fijando más y más la vista en la imagen que la foto ponía delante de él.

Pero no; no eran alucinaciones… ¡Era ella, en todo su, hasta entonces, desconocido esplendor. Porque en eso sí que tenía razón el maldito del Marquitos: la “señorita” Betty era una mujer impresionante, divina, maravillosa… Una sin par Venus-Afrodita… Una odalisca turca, una inigualable “Hurí del Edén de Allah”… Pero, sin duda, era ella, Isabel, su propia madre… ¡El hijo de puta del Marcos, en esos mismos momentos, se estaba follando a su propia madre!… ¡A su más que adorada madre!...

Pero… Hijo de puta… ¿Por qué?... ¡Su madre era la señorita Betty!... ¡La puta que allí se hacía llamar “señorita” Betty… ¡Su madre no era más que eso, una puta!... ¡Una jodida y maldita puta a la que los tíos se follan por dinero!... ¡Marcos lo único que había hecho era pagarse una puta!... ¡Una maldita y rastrera puta, por mucho que cobrara cada “polvo” a millón casi…

Estaba fijo en las fotos, sin casi pestañear, alucinado podría decirse. Entonces se le acercó uno de los caballeros que allí estaban

  • ¡Increíble la zorra esta!...¡Yo he estado un par de veces con ella y es inenarrable… ¡Cómo folla la tipa!... Con decirle que cada vez que me acuerdo de ella, no puedo evitar “meneármela”… Y simplemente mirando estas fotos uno se haría cada “paja” de órdago a la grande…
Aquello ya sobrepasó por completo a Daniel, Dani familiarmente, y vomitó; vomitó allí mismo, sobre el impresentable ese, el cabrón que se le arrimó diciendo tal sarta de guarrerías acerca de su madre… Se largó; se marchó a la calle llorando como un crío, pero también maldiciendo… Maldiciendo a su madre… A la más que puta de su madre…

Deambuló sin rumbo, desorientado, de acá para allá, como beodo, tambaleándose las más veces y sin saber siquiera por dónde andaba, llorando a lágrima viva… La impresión había sido demasiado fuerte. Así transcurrió toda la noche hasta que, a eso de las seis de la mañana, destrozado, hundido por completo y con un dolor de cabeza de los que hacen época, finalmente se decidió a regresar a casa…

Temía el momento más que a un nublado pues, la verdad, no tenía ánimo para enfrentar a su madre, para verla… Lo que de ella le dijera Marcos, lo que también le dijera aquél abominable hombre, aquél baboso de mierda, le martilleaba en la cabeza. Y en su cerebro todo era ver a su madre follando con su amigo, con aquél tío… Con infinitos tíos tan babosos como el que le hablara… Era una tortura que le mataba…

Estaba dolido, desencantado respecto a su madre… Desde que descubrió lo que descubrió, una sensación de asco hacia su madre, engarzada a otra hastío de vivir, se había apoderado de su ser… Pero también era consciente de que retrasar el regreso a casa sólo era retrasar lo inevitable. No tenía ni repajoleras ganas de volver por la calle de Lagasca, donde dejara el coche, pero sí lo hizo, recogiendo el vehículo para volver a casa, pues se dijo lo mismo que antes, respecto a regresar a casa: Si no lo hacía entonces, lo tendría que hacer mañana o pasado a todo estirar

Llegó a casa pasadas las siete de la mañana. Entró en casa procurando no hacer ruido, pues hasta se descalzó antes de abrir la puerta del piso, pues sabía que su madre no llevaría mucho tiempo acostada, ya que solía aparecer por casa, tras el “trabajo”, sobre las cinco de la madrugada, e invariablemente iba a la cocina a prepararse un buen vaso de leche caliente que tomaba con unas magdalenas.

Pero de poco le sirvieron sus precauciones, pues apenas llegaba al salón, justo junto al recibidor y puerta de la casa, cuando su madre apareció por la puerta que daba al pasillo, con el baño y los dormitorios, descalza y cubierta sólo por un tenue camisón, muy femenino y coqueto, amplio y de generoso escote

  • ¿Cómo es que vienes a estas hora, Dani?... Ya sabes que no me gusta que andes por ahí, como perro sin amo… (calló un momento, fijando bien la vista en su hijo) Pero… Pero, ¡cómo vienes Dani!... ¡Si estás hasta pálido!… ¡Terriblemente pálido, hijo!... ¡Dios mío!... ¿Qué…qué te ha pasado?... ¿De dónde vienes, cariño?... ¿Con quién has estado?... ¿Dónde has estado…qué…qué has hecho esta noche?
Daniel posó en su madre unos ojos cansinos, apagados… Tristes, tremendamente tristes. Se acercó al sofá, junto a donde su madre estaba en pie, y se dejó caer, desfondado, en él.

  • Andando mamá… Andando simplemente… Deambulando por Madrid sin rumbo… Sin orden ni concierto… Sólo eso he hecho mamá… Al menos desde las dos y media de la madrugada, más o menos…
Isabel se acercó a su hijo, sentándose a su lado, en el sofá. Le miró llena de ternura, de cariño, pero también de desconcierto y preocupación.

Efectivamente, había llegado a casa poco, muy poco después de las cinco de la madrugada; como era habitual en ella, pasó directa a la cocina, sin pasar por el salón. Se calentó la leche al microondas y se sirvió las madalenas, despachando todo sentada a la mesa de la cocina. Luego se marchó hacia su habitación, pero antes, como siempre también hacía, pasó a la habitación de su hijo, pues solía besarle en la frente, dormido como de común estaba, antes de irse ella, así mismo a dormir

Pero aquella madrugada, por primera vez en su vida, Daniel, su más que querido Dani, no estaba en su habitación ni en toda la casa, que bien que lo buscó… Y ya no pudo dormir en toda la noche, preocupada por ese, inexplicable en él, retraso. Así que, antes incluso de que Dani introdujera la llave en la cerradura, ella ya había sentido sus pasos en el rellano de la escalera, y claro, se lanzó de la cama al suelo, saliendo disparada en busca de su hijo

En fin, que Isabel, sentada junto a Daniel, le pasaba los dedos de la mano por el pelo, hundiéndolos, entre los cabellos de su hijo

  • Venga cariño dile qué te pasa a mamá… No te preocupes ni tengas miedo, que mamá, sea lo que sea
La voz de Isabel más tierna, más cariñosa no podía ser. Por fin Daniel rompió su silencio

  • ¿Desde cuándo mamá?... ¿Desde cuándo eres una puta?... La “señorita” Betty… ¡Por qué mamá; por qué lo hiciste; por qué empezaste?
Isabel encajó el golpe, que en absoluto esperaba, lo mejor que pudo. No se desmadejó, no rompió en histerismos inútiles… Se quedó seria, escrutadora con sus ojos respecto a su hijo, pero sin perder las formas; como di lo que Daniel le demandaba con ella en absoluto fuera

  • Con que por fin lo has sabido… ¿Puedo preguntarte cómo?
Daniel le conto a su madre cómo su amigo Marcos le había llevado esa noche a la casa de Madam Margot, y cómo había visto la foto de la “señorita” Betty en el álbum con las “yeguas de monta” que la Madam ofrecía a sus clientes. Incluso le soltó, letra por letra, lo de “yeguas de monta”…

Isabel le escuchó sin pestañear; sin demostrar nerviosismo o malestar alguno… Como si Daniel le hablara de la cosa más fútil y baladí del mundo, de modo que en ningún momento le interrumpió, dedicándose sola, únicamente, a escucharle más que con atención. Por fin Daniel calló, con lo que fue su madre quien empezó a hablar

  • Que desde cuándo ejerzo de puta, preguntas… Pareces tonto, Dani… ¿Desde cuándo vivimos mejor?... Dos años aproximadamente… ¿Recuerdas la noche que volví de “trabajar” con varios miles de pesetas en “propinas”?... Aquella fue la primera vez que follé con un tío por dinero… Que porqué lo hago… Que porqué empecé… Ya no te acuerdas de aquellos dos primeros años, tras la muerte de tu padre… Para ti puede que no fueran tan duros, pues al menos comías… Suerte de trabajar en un restaurante… Tu hermana y yo no la tuvimos… ¡Cuántos días esperamos hambrientas que tú vinieras, con lo que podías rapiñar!... Porque eso, lo que traías, era lo único comestible que en casa había…
Isabel calló un momento para ir a su habitación por el paquete de tabaco. Se volvió a sentar al regresar; sacó un pitillo, lo encendió y le dio un par de caladas o tres, expirando después el humo, lentamente, como recreándose en ello, perdida la vista en un invisible horizonte. Luego suspiró hondamente y prosiguió

  • Una noche, se me acercó una mejer en los lavabos del restaurante donde trabajaba al principio… Me habló de una vida mucho más placentera y regalada que la que vivía… Una forma de vida en la que, en menos de una semana, podría ganar más que en todo un mes en aquellos lavabos… Sólo que se trataba de dejarse follar por tíos… Tíos, desde luego, cultos, educados, que a las mujeres trataban muy bien, sin feos, sin violencias… Con suavidad… Era Madam Margot… Y yo acepté, pues era la posibilidad de alejar el hambre de casa…
Nuevas chupadas al cigarrillo y nueva pausa

  • Desde la primera noche que me quité las bragas por dinero, en casa se acabó el casi hambre de tantos días, meses, años… Todos empezamos a vivir mejor… En casa empezó a haber de todo, y en abundancia… Y no solo lo más o menos esencial, sino que desde entonces ha habido extraordinarios, caprichos… Para todos, Dani… Para todos… Hasta más para vosotros, tu hermana y tú, que para mí… ¿Cómo, si no, podrías tener el coche que tienes?... ¿Cómo tu hermana podría vivir a todo tren y sin dar golpe?... Que hasta se despidió del trabajo porque “la aburría”… ¡¡¡GRACIAS A MI COÑO DANI!!!... ¡¡¡GRACIAS AL DINERO QUE CON MI COÑO LLEVO A CASA!!!
Isabel, mientras hablaba, se había ido encendiendo cada vez más, y para entonces tenía el rostro coloreado, con las mejillas casi ardiéndole; la cabeza alta, más galleando que otra cosa y toda ella enardecida… Casi orgullosa de su “putería”… De sus “logros” como puta profesional, y de “altos vuelos”… Bueno, casi orgullosa no; total, absolutamente orgullosa… Desafiante ante Daniel, ante su hijo… Dominadora ante él, venciéndole, derrotándole en toda la línea… Realmente, le decía: “¿Quién eres tú…quién es nadie para juzgarme?... ¡Todo cuánto tenéis me lo debéis a mí!... ¡Al dinero que entra en casa gracias a mi coño!..,

Y sin duda, Dani estaba vencido; anonadado por las palabras de su madre, porque no podía por menos que darle la rezón en cuanto le decía… Claro que recordaba aquellos dos primeros años que sucedieron a la muerte de su padre… Sí, en casa se llegó a pasar hambre, literal y llanamente… Y sí, si desde dos años atrás vivían mejor era por el dinero que mamá metía en casa… Si él tenía el Porsche descapotable que conducía no era, desde luego, gracias a su sueldo… No hizo falta pedir nada a Isabel… Ella sabía que él andaba “enamorado” de tal vehículo, en un amor imposible, y su madre, en su 20 cumpleaños apareció con las llaves en la mano y el coche a la puerta



FIN DEL CAPITULO 1
 
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